jueves, diciembre 29, 2005

EL MERSEY TAMBIÉN DESEMBOCA EN ERROTATXO

El derby con más raigambre de la liga inglesa se juega en Liverpool. Desde 1894, rojos y azules, Liverpool y Everton, dirimen su rivalidad sobre las canchas. Este año el partido se vivió de una forma muy especial en San Sebastián, y más concretamente en la plaza Errotatxo. En este lugar se encuentra la nueva sede social de un club de barrio, el Antiguoko Kirol Elkartea, donde se formaron dos chicos, protagonistas sobre el césped de Goodison Park en el clásico número 202 a orillas del río Mersey. Xabi Alonso y Mikel Arteta, Liverpool y Everton, se enfrentaron para orgullo de este club donostiarra, un equipo de cantera donde el compromiso de estos muchachos ha dejado huella y sus respectivos traspasos una interesante fuente de ingresos por concepto de formación (alrededor de 1,5 millones de euros).

Arteta y Alonso, origen común y caminos diferentes que confluían en el túnel del estadio del Everton instantes antes del inicio del partido. Mikel Arteta recaló en la cantera del Fútbol Club Barcelona proveniente de la factoría realista de Zubieta, luego se ha curtido en distintas ligas, con paso decidido ha crecido en el extranjero en tiempos en los que los jugadores españoles aún acusaban el vértigo de la emigración. Paris Sant Germain, Glasgow Rangers, retorno a la Real y traspaso al Everton, en diciembre de 2004, esa es su hoja de servicio. No es poco. Xabi Alonso, el hijo de Periko, el chico que tiene el fútbol en la cabeza, forjó su carrera en San Sebastián y participó de la mejor Real Sociedad desde los tiempos de Ormaetxea. Alonso fue el cerebro de un equipo optimista que le disputó el título de Liga hasta la última jornada al Real Madrid, y que un día agarró la oportunidad de vestir una camiseta roja que es algo más que fútbol. Hoy es la referencia del campeón de Europa.

Inmerso en la vorágine futbolera que devora Inglaterra por navidad, se vivió un nuevo derby en Liverpool. Dicen que es una rivalidad de la que ya apenas se tienen noticias, hinchadas mezcladas e incluso cortesía entre los dos bandos, pura confraternización. El mejor clima para vivir el derby de los dos chicos en la plaza Errotatxo.

Se cumplieron los pronósticos y el Liverpool del relojero Benítez ajustó un punto más su engranaje para pasar por encima de sus vecinos del Everton. Uno a tres para los reds. Xabi se llevó el derby. Mikel, expulsado, perdió el encuentro. Pero por encima de todo eso había quedado el orgullo de un equipo de barrio que veía como a cientos de kilómetros de distancia se recogían los frutos, ya maduros, de unas semillas cosechadas y regadas en sus campos de fútbol base. Saboreaban el resultado del trabajo bien hecho.

martes, diciembre 27, 2005

EUROVILLARREAL por Julio César Iglesias

Quienes han visto al Villarreal en la Liga de Campeones dicen que, si Brasil le ha cedido la camiseta, Argentina y Uruguay le han prestado el corazón. Además de un inconfundible reflejo tropical, hay en sus chicos una arrebatada manera de cortejar la pelota que no identifica el fútbol como un juego, sino como un compromiso.

No es fácil reunir en un equipo a tantos deportistas diferentes, ni convertirlos en valores complementarios, ni darles la simetría que distingue a los organismos superiores. Para armar un reloj no basta con aproximar las piezas; sólo una exclusiva secuencia de engranajes puede transformar la energía del resorte en el tictac.

Pero la aventura del Villarreal no tiene un único secreto. Todo empieza en Fernando Roig, el hombre del talonario, un próspero industrial cuyos millones sirven para todo salvo para comprar un asiento en el salón de la fama. Por eso necesita la complicidad de dos tipos especiales: el de los ojos de lince y el que tiene un plan. A su vez, ambos deben compartir la sensibilidad del explorador y el código profesional que permite llamar a las cosas por su nombre. Los efectos de esta sociedad son inmediatos: si el que tiene un plan necesita un cartero, su socio sabe buscarlo en la calle de Neruda; si necesita una víbora, el hombre de los ojos de lince tiene la nómina de serpientes en el cajón del escritorio.

La conexión entre la cabeza de Pellegrini y la mirada de sus ojeadores ha rendido muchos otros beneficios en el mercado del músculo. Después de acechar a infinidad de figuras incomprendidas por sus opulentos propietarios, los agentes del club han hecho una portentosa selección de excedentes de cupo. Conocidos los casos de José Mari y Sorín, si el Manchester descuida a Forlán, una medusa uruguaya que mata al primer toque, ahí está el Villarreal para atraparla. Si el canario Guayre deja de cantar en Las Palmas, ahí llegan los emisarios de El Madrigal para componerle el timbrado. Si la anguila Senna se pierde en el Amazonas, ahí echan sus redes los pescadores del cañaveral. Y, en fin, si Riquelme se pierde en el laberinto de Van Gaal, el comando amarillo acude al rescate y le devuelve la palidez, la vida y el repertorio.

Llegada la hora, Pellegrini cuadricula el campo, abre su manual de instrucciones y repasa el orden del día una sola vez. Al margen de sus orígenes, estilos y trayectorias, sus pupilos luchan por la pelota perdida con una intensidad rayana en la desesperación.

Es natural que, una vez conquistada, la mantengan con un celo sin límites. No la acompañan como a una vieja amiga: la rodean como a una amante recuperada por sorpresa en el último andén.

Suman, a la pasión de ganar, la emoción de sobrevivir.


viernes, diciembre 23, 2005

VIVA EL BOXING DAY por Raúl Fain Binda

El ser inglés consiste, por encima de todo, en no ser como los demás.

Los ingleses conducen por la izquierda, sus escuelas públicas son en realidad privadas, el conductor de un ómnibus es el que vende los boletos (el que está al volante es el driver), en un ministerio el rango de secretario (de Estado) es más encumbrado que el de ministro... y el fútbol no descansa a fin de año.

Mientras los futbolistas de otras grandes ligas europeas se tienden al sol en playas exóticas o se atracan de pavo en sus casas de nuevo rico, los jugadores de la Premier League van del pub a la cancha y de la cancha al pub.

En un programa oficial plagado de jornadas, el fútbol inglés tiene en el Boxing Day su fecha con mayor carga histórica.

(...)

Día de los regalos

Boxing Day es el día siguiente a Navidad. En una época, particularmente durante el siglo XIX, fue una especie de Navidad alternativa para la inmensa masa de sirvientes que se deslomaba el 25 de diciembre trabajando para sus señores.

En la mañana del 26, bien tempranito, los sirvientes podían visitar a sus familias, cargados de paquetes de regalos (boxes o cajas) y las sobras del banquete.

También el 26 las iglesias abrían los boxes de limosnas destinadas a los pobres y los aprendices de todos los artesanos del reino visitaban a los clientes, con cajas para recoger las "ayuditas".

Las familias tradicionales, los nobles con dependientes económicos o clientela política, también salían ese día a repartir boxes con regalitos y sobras de comida, para mantener la ilusión de un clan o familia extendida de corte feudal.

Para hacerlo más breve, el Boxing Day era la Navidad de los pobres, cuando los ricos purgaban con actos de caridad la glotonería y derroche del día anterior.

Dado que el 26 no era feriado religioso, se podía ir al fútbol, que ha sido tradicionalmente el deporte de los pobres.

Raigambre popular

Volviendo ahora al Boxing Day, a la ávida demanda de fútbol en esta época del año, se nos ocurre que esto es una nueva prueba de la auténtica raigambre popular de este deporte.

Para las clases acomodadas, el Boxing Day señala desde la época victoriana el día de la caza del zorro... "señalaba" será la palabra en el futuro, porque la cacería de este Boxing Day puede haber sido ser la última, por lo menos en el plano legal.

Todas las otras actividades están de gira o reducidas en el nivel competitivo... excepto el fútbol.

Este país se está desprendiendo de sus tradiciones con una rapidez que escandaliza a los anglófilos extranjeros.

La prohibición de la caza del zorro es casi segura... Este asunto refleja un acomodamiento de las relaciones entre cierta gente de la ciudad y cierta gente del campo, entre políticos y propietarios.

El fútbol en este país es más democrático que eso, porque realmente representa a las comunidades regionales.

Por eso y otras cosas, ¡qué viva el Boxing Day!


lunes, diciembre 19, 2005

LA OTRA CARA DEL LAZIO

Conviene juzgar a la gente por lo que hace, no por lo que dice o por lo que piensa. Por otro lado, suele ser absurdo pensar que nuestros enemigos políticos carecen de virtudes. También es cierto que, como el arte, la calidad estética y moral del fútbol es ajena a las cualidades estéticas y morales de quienes lo producen. Leemos a Céline a pesar de Céline o admiramos un picasso a pesar de Picasso.

Lo cual nos permite hablar de un equipo audaz, orgulloso y corajudo, que viste de celeste en honor de la Grecia olímpica y se empeña con gran nobleza en el campo. Se trata del Lazio, el mismo equipo del fascista Di Canio. El Lazio de los tifosi que alzan el brazo y las cruces gamadas. El Lazio cuyo presidente y entrenador consideran "normal y deportivo" el saludo romano. El Lazio que tiene asqueado a medio mundo.

El viejo Di Canio volvió a saludar brazo en alto el sábado, cuando fue sustituido, y promete hacerlo en todos los partidos. Le secundó en el gesto Dabó, un jugador negro que, según la prensa francesa, había declarado días antes que está harto de sus compañeros fascistas. Fue un terrible enroque en el error. No hay forma de olvidar todo eso.

Y, sin embargo, qué rara es la vida. El sábado, viendo al Lazio dejarse los higadillos sobre el césped en un acoso feroz al poderoso Juventus, cualquiera que no fuera juventino se sintió por fuerza un poco laziale. En su media hora de fuelle, Di Canio se mató por el equipo y, desde una vaga posición de interior izquierdo, desmontó el muro de la Juve. Dabó dominó por completo el centro del campo. Liverani fabricó un fútbol de seda. El Lazio fue, por encima de todo, un equipo de verdad, solidario y generoso, como acostumbra esta temporada. Cómo no sentir simpatía por Delio Rossi, un técnico del montón que ha aportado ese entusiasmo al vestuario. O hasta por Claudio Lotito, un presidente zafio y verborreico que ha logrado, de momento, salvar de la quiebra una sociedad en crisis financiera desde que, en 2003, se derrumbó su antiguo propietario, el fraudulento consorcio Cirio. Cómo no ponerse del lado de uno de los equipos que menos faltas comete. Cómo no aplaudir a una gente que tuvo que hacer debutar a un chaval danés de 20 años porque no había otra cosa en el banquillo.

El sábado se llevaron un consuelo los miles y miles de seguidores laciales que no soportan la simbología fascista ni la indeseable fama que se ha ganado la sociedad. El Lazio, como el Roma, controla ciertas áreas geográficas. En algunas zonas de la periferia romana o en ciertas localidades vecinas, uno nace celeste sin remedio. Di Canio y sus 3.000 fanáticos de la cruz gamada consiguen a veces que se olvide que en el Lazio, como en todas partes, hay de todo.

El caso es que el Lazio, con un empate a uno que podía haber sido algo más, frenó al Juventus y puso un gramito de interés en el campeonato. El Inter, el segundón de aspecto más consistente, quedó a ocho puntos del líder. El Milan, con toda su melancolía defensiva a cuestas, quedó a nueve. La Fiorentina, carente de reservas para aguantar el tren de los tres grandes, a diez. Las distancias son todavía enormes, pero la competición no está cerrada. Gracias a un grupo de futbolistas honrados y ciudadanos execrables que hizo un partidazo.




jueves, diciembre 15, 2005

ANTONIO CASSANO, POETA

En los últimos días se habla y no se para de un nombre, Antonio Cassano. El delantero barinés parece haber nacido hace cuatro días para gran parte de la prensa española, y todo porque hace cuatro días que se ha convertido (o eso dicen) en objetivo del Real Madrid. Hace meses se colgó en este blog uno de los grandes artículos de Enric González que recogía la compleja personalidad de este jugador, un tipo tan peculiar como gran futbolista, que no deja indiferente a nadie. Hoy quiero ponerlo de nuevo, aunque sólo sea porque para mí siempre merece la pena.


Ya que hablamos de poesía, de fugacidad inolvidable, recordemos que entre los poetas hay de todo.

Foix vigilaba la caja de la pastelería familiar en Sarrià y Panero era mediopensionista de manicomio. Baudelaire se autodestruyó y Rimbaud destruyó a otros con su negocio de esclavismo.

Hablando de lo mismo, Beckenbauer, que de joven fue el mejor medio centro de todos los tiempos, se refugió después en la cueva del libero, donde no se falla nunca porque toda la responsabilidad es de los marcadores; Cruyff, que fue Cruyff, hizo en el Ajax lo que nadie había hecho desde Di Stefano, dio una gran Liga al Barça y luego pasó años pegado a la línea izquierda, presto a sacar de banda; Pelé lo fue todo porque el Gobierno brasileño le declaró intransferible y le reservó para los grandes acontecimientos internacionales.

Éstos arriba mencionados fueron poetas inmortales, destinados a custodiar la Academia.

Hubo otros que murieron en cuanto perdieron de vista el balón. Best se abrazó al alcohol, como Garrincha. Maradona se sostuvo con cocaína. Gascoigne ni se abrazó ni se sostuvo: se abalanzó a mitad de carrera sobre la cerveza y los triglicéridos.

El calcio dispone hoy de dos jóvenes poetas.

Kaká, de 22 años, en el Milan, es guapo, longilíneo, culto, de vida equilibrada y de movimiento vertical sobre el césped; seguramente disfrutará de una larga vida deportiva, ganará títulos, recibirá honores y administrará su gloria con inteligencia.

Cassano, de 21 años, en el Roma, es un delantero decididamente feo y payaso. Viene del sur, de Bari, una zona pobre de tradición griega y albanesa. Los objetivos de los fotógrafos le persiguen durante el partido: pide la botella de agua para remojar al masajista, rompe a patadas el banderín de la esquina, se quita la camiseta o se baja los pantalones, según exija la ocasión, y disfruta intensamente el fútbol.

Uno teme que Antonio Cassano, poeta, pertenezca a la estirpe de los malditos. Un tipo como él no puede crear tanta belleza y quedar impune. La poesía es condensación, compresión de códigos en unos pocos signos. Y a eso se dedica Cassano en ese palmo cuadrado del área hacia el que confluyen el portero y un par de defensas y en el que un segundo es una vida.

Cassano no es de los que rematan al bulto: eso es periodismo. Tampoco piensa en cómo ha llegado ahí el balón y en cómo marcar: eso es novela.

Por supuesto, no busca el penalti: eso es ensayo.

Los pies de Cassano intuyen y sienten: adivinan dónde hay un vacío, cuánto se puede esperar, quién está en cada lugar y por qué. Y, mientras marca, ríe. Además de feo, es cruel y desconsiderado.

A Cassano, poeta, habrá que disfrutarlo mientras dure.

FÚTBOL Y ROCK, ADRENALINA COMPARTIDA (2/2) por Xavier Valiño

Al primer toque

Elton John tal vez se haya visto influido por sus antecedentes familiares. Su padre y su primo fueron jugadores profesionales. Él mismo logró, como presidente y accionista mayoritario del club Watford, ascenderlo de la tercera a la primera división inglesa. Algo parecido al mecenazgo habitual de Rod Stewart con los clubes y la selección escocesa, aunque en su caso había pasado antes por las filas del Bredfort como jugador profesional e incluso había hecho una prueba en sus años de adolescencia para jugar en el Barça.

Otros no invierten tanto, pero, por ejemplo, Robert Plant es socio vitalicio del Wolves, aunque llegó a entrenar con el Wolverhampton Wanderers, y a Elvis Costello le comunican los resultados del Liverpool entre bastidores, cuando su concierto coincide con algún partido. Los Housemartins solían clasificar sus conciertos con lenguaje futbolístico (un 2-0 o un 1-3) y titularon su primer disco con un expresivo London 0-Hull 4 -Hull era el lugar del que venían-.

Colourfield hacían coincidir sus conciertos con las ciudades en las que jugaba el Manchester United, del que también son seguidores buena parte de los grupos de la ciudad, aunque Oasis, se decanten por el Manchester City. Joe Elliot, vocalista de Deff Leppard, vuela con su padre desde Dublín cada vez que juega el Sheffield y su afición le cuesta un pastón.

El ejemplo más patriotero, por difícil que parezca, lo puso Billy Bragg, quien en la portada de uno de sus singles reprodujo la Copa del Mundo ganada por Inglaterra en 1966. A Wedding Present no se les ocurrió mejor idea para homenajear a su ídolo George Best que colocarlo como portada y título de su disco de debut.

Contrataque

Más de un jugador sintió la llamada del mundo del rock y, además de correr por el terreno de juego, también pisaron los estudios de grabación. Kevin Keegan, una de las mayores leyendas del fútbol mundial, tuvo un éxito en 1979 cantando “Hands Over Heels In Love”. El simpático guardameta Peter Shilton probó suerte con “Side By Side” y Paul Gascoine, más conocido como Gazza, con “Fog On The Tyne”. Y la plantilla entera del Liverpool puso sus voces en “You’ll Never Walk Alone” del disco Meddle de Pink Floyd.

Menos fortuna tuvo Maradona colaborando con el dúo Pimpinela, tal vez despistado por los alucinógenos, aunque más tarde tuvo ocasión de resarcirse junto a Andrés Calamaro y con la canción que le dedicaron Mano Negra. Rud Gullit, capitán de la selección holandesa, conocido por sus tirabuzones, tenía su propia banda de reggae. El cáncer que mató a Bob Marley vino provocado por una herida mal curada que se hizo jugando al fútbol, su mayor afición.

Otros, sin embargo, comenzaron como jugadores y tuvieron que dejarlo, bien por su manifiesta incapacidad o por tener mayor fortuna en el mundo del pop. Tal es el caso ya citado de Rod Stewart, Gaz (Happy Mondays, jugador del Manchester City), Mick Hucknall (Simply Red, jugador del Manchester United), David Essex (jugador en el Colchester United) o Steve Harris (Iron Maiden, jugador en el Halifax Town).

Iniciativas autónomas mantienen la relación viva. Así, el Mariscal Romero se inventó un buen día la revista Music & Gol, la única en el mundo dedicada al fútbol, el rock y... ¡las tías en ropa interior! Hace unos años el diario Marca, entre reportajes en los que Caminero y Rosendo se profesaban admiración mutua, tuvo tiempo para preparar una recopilación titulada Fantástico Marca. Y por si no tuviéramos suficiente, sólo queda recordar que nuestro internacional Julio Iglesias fue, en su día, guardameta del Real Madrid.

De todos, Gabinete Caligari fueron los que mejor recogieron en una canción el mundo del balompié en la “Canción del pollino”: “Nosotros somos gente normal / hasta que llega el domingo... Pensad que seríamos bastantes / como para hacer la revolución... Somos de los que no saben, no contestan / con excepción del uno-equis-dos / somos los que no tienen biblioteca / y somos más de un millón / bastantes más de un millón”.

Xavier Valiño en www.ultrasonica.esquinalatina.com

lunes, diciembre 12, 2005

PIAZZALE LORETO

La gente grita muchas burradas desde la grada. La costumbre del grito de estadio es tan vieja como el fútbol y tiene, en general, virtudes catárticas y terapéuticas. La mayoría de los gritos, espontáneos o corales, son irreproducibles. Se oyen barbaridades y ha sido así desde siempre. ¿Es razonable limitar ese repertorio de agresiones verbales? Hoy se tiende a pensar que sí, al menos en lo que toca a los insultos racistas. La cuestión racial constituye una falla tectónica de las sociedades europeas y los gruñidos simiescos de ciertos sectores no sólo producen vergüenza ajena: a estas alturas, causan alarma.

Existe, por supuesto, un Más Allá. Se encuentra en Italia y aflora a la superficie en encuentros como el Livorno-Lazio de ayer.

Comparados con ese Más Allá, los gruñidos simiescos y otras consideraciones estúpidas sobre el tono de la epidermis ajena parecen pucheritos de guardería.

Ayer, en el estadio Armando Picchi, livornés, la muchachada lazial animó la salida al campo de los suyos con gritos de "¡Mussolini, Mussolini!" y con un vistoso despliegue de cruces célticas. Los hinchas locales esgrimieron las habituales pancartas con la efigie del Che Guevara y con el canto de Bandera Roja. Un poco antes, el autocar que trasladaba a los futbolistas del Lazio había sido atacado con una granada lacrimógena y algunos porrazos y un destacamento policial que controlaba una entrada sufrió el ataque de un grupo de tifosi livorneses: a un agente le abrieron una brecha en la cabeza y hubo que aplicarle ocho puntos de sutura.

Hasta ahí, todo normal. Cosas que suceden todos los domingos en el calcio. El auténtico Más Allá abrió sus fauces al cuarto de hora de la segunda parte, después de que el Livorno marcara el primer gol. Di Canio, que lleva tatuada en el brazo la palabra Dux y cuyas simpatías fascistas son tan notorias como su Ferrari azul eléctrico, fue sustituido. Di Canio corrió hacia la grada de los seguidores del Lazio y se despidió con el brazo tieso, igual que en un Roma-Lazio del curso pasado. La muchachada respondió con entusiasmo al gesto de su ídolo. Cientos de brazos se alzaron en el saludo fascista, delicadamente realzado con el grito "¡boia chi molla!", una vieja consigna mussoliniana que, traducida libremente, vendría a significar "¡perro el que afloja!".

Desde el resto del estadio se elevó, como un aullido, la frase "Piazzale Loreto", repetida hasta el infinito. Piazzale Loreto es una plaza de Milán sin gran atractivo estético. Aún está ahí la gasolinera de cuya cubierta, el 28 de agosto de 1945, colgaron los cadáveres de Benito Mussolini y su amante, Clara Pettacci, en compañía de otros jerarcas del régimen. El espectáculo de aquel 28 de agosto fue penoso. Los ensañamientos con cadáveres suelen serlo.

No sé si se puede ir más lejos. En cualquier caso, lo ocurrido en Livorno pone los pelos de punta. ¿Saben lo más grave? Que hoy, como en anteriores ocasiones, algún comunista encallecido como Sandro Curzio, antiguo responsable de propaganda del PCI, director del diario Liberazione y diputado de Refundación Comunista, dirá que Di Canio es un chico excéntrico, pero simpático, y que se le malinterpreta. Curzio es comunista, pero por encima de todo es tifoso del Lazio. También justificaría los gritos de "Piazzale Loreto" un fascista livornés si tal personaje existiera, que lo dudo. Las banderas del calcio están por encima de la fe política, de la decencia y del sentido común. Si hay que dar "vivas" a la muerte, se dan.

En los estadios italianos se incuba una bestia muy desagradable

sábado, diciembre 10, 2005

FÚTBOL Y ROCK, ADRENALINA COMPARTIDA (1/2) por Xavier Valiño

“Un concierto de rock y un partido de fútbol son los dos un espectáculo, o por lo menos deberían serlo. Eso depende de todo el chanchullo que hay alrededor: es un 5% de arte y un 95% de mierda”. Así resumía hace poco Manu Chao -aún siendo él fanático del Bilbao y el Marsella- una impresión bastante generalizada sobre el fútbol y el rock, dos mundos con mucho en común.

Evidentemente, la conexión entre el mundo del rock y el del fútbol es obvia: los más fanáticos son ahora los más jóvenes, esos que llenan los fondos sur de cada estadio. En gran parte, ellos son también los que ocupan las primeras filas de los conciertos en directo, y los músicos muchas veces no hacen más que imitar a sus seguidores.

Tanto en uno como en el otro espectáculo, la adrenalina y las ansias tienden a liberarse, expresándose de forma similar. Con un héroe al fondo, alguien por quien darlo todo, bien sea un delantero centro o la última estrella del pop. Además, últimamente los futbolistas están convirtiéndose, muy a su pesar, en auténticas estrellas del mismo nivel que antes sucedía con las del rock, por lo menos a nivel internacional. Y si no que se lo pregunten a David Beckam, Raúl, Luis Figo...

Por ahora, en estas tierras aún andamos en pañales a la hora de escribir canciones para apoyar a las selecciones. Es cierto que cada equipo tiene un himno más o menos oficial y que muchos grupos se dedican a componer canciones o a tocar los himnos como parte de sus conciertos: así lo hacían ya en los 80 Glutamato Ye-Yé con el del Atlético de Madrid y Siniestro Total con el del Celta de Vigo.

Pero de ahí a pensar que grabaciones como la de Rosana en aquel bochornoso “Quiero estar contigo” junto a los componentes de la selección estatal española, media un abismo. Ni tan siquiera para eso la Federación Española de Fútbol tiene un mínimo de gusto, aunque en ello mucho tienen que decir los intereses de los sellos discográficos. ¡Si ni tan siquiera se les pide que busquen al grupo más creíble o más en la onda de lo que se hace en la actualidad, sino que sea un himno contagioso y fácilmente tarareable en los estadios y que todo el mundo recuerde por la calle!

En eso los británicos, reyes absolutos en las listas del pop de medio mundo e inventores del fútbol, llevan una ventaja de años luz. Aún no hace mucho que pusieron a un grupo de probada reputación, ganada a pulso durante dos décadas -Echo & The Bunnymen- para componer el himno de su selección, y por si dudaban de su capacidad de enganche pusieron a cantarlo a su líder, Ian McCulloch, al lado de las Spice Girls.

En otra ocasión The Lightning Seeds grabaron , junto a los futbolistas Frank Skinner y David Baddiel, lo que fue el himno oficial para la Eurocopa de Naciones del 96, “Three Lions”, que, cómo no, se mantuvo entonces en el número 1 durante las semanas que duró el torneo.

Primal Scream también grabaron para aquella Eurocopa, por pura diversión -lanzaron una edición limitada que se mantuvo en las tiendas una semana-, una magnífica canción titulada nada menos que “The Big Man And The Scream Meet The Barmy Army Uptown”, repleta de samplers y con la colaboración recitando de Irvine Welsh, el autor de Trainspotting.

Hasta entonces, todos coincidían en señalar “World In Motion”, grabada por New Order en 1990 para los mundiales de aquel año, y que contaba con la colaboración de la mayoría de los componentes de su selección, como el mejor himno futbolero grabado, convirtiéndose en un ejemplo modélico de himno bailable, digno y exitoso.

Aquella canción coincidió, en el verano de 1990, con otros himnos de selecciones británicas. Escocia, con la participación de Love & Money, The Silencers y Deacon Blue aportó “Say It With Pride”, en la que destacaban las gaitas tradicionales pasadas por el sintetizador. Larry Mullen, de U 2, compuso entonces el himno irlandés, en el que participaron Clannad y Davy Spillane, y que contenía trozos de una entrevista con su entrenador a ritmo de hip-hop. También The Pogues llegaron a grabar para el evento “Jack’s Heroes”, con la ayuda de los veteranos folclóricos irlandeses The Dubliners.

Este tipo de canciones, himnos que cuentan con el visto bueno de su Federación o de su club, o que son adoptados por los hinchas como propios, se remontan ya a los años 60. Los seguidores del Liverpool fueron los primeros en hacer suya una canción de una de las bandas que más se paseaban entonces por las listas de éxito: el “You’ll Never Walk Alone” de Gerry & The Peacemakers.

Algunas, incluso, llegaron al número uno en las listas de éxito: “Nice One Cyril” de Cockered Chorus o “Back Home”, el himno inglés de 1970, relegando al número 2 a la canción pro-irlandesa de Paul McCartney, “Mull Of Kyntire”.

Más tarde llegaron Queen con su “We Are The Champions”, la más coreada en cualquier ocasión, y que contó también con una versión a cargo de los futbolistas Glen Hoddle y Waddle. Del grupo Serious Drinking se recuerda sobre todo su título, “We’re Gonna Win The Cup In Spain” -”Vamos a ganar la copa en España”-. Phil Collins grabó “Match Of The Day” y Colourbox pusieron reggae y dub a “The Official Colourbox World Cup Theme”. Stock, Aitken & Waterman, el trío que dominó las listas durante los 80, compusieron el himno para el Campeonato de 1988, “All The Way”, y New Order también le dedicaron una canción a dos de sus héroes en “Best & Marsh”: George Best y Rodney Marsh.

Xavier Valiño en www.ultrasonica.esquinalatina.com

jueves, diciembre 08, 2005

lunes, diciembre 05, 2005

CINCO MINUTOS


El Fiorentina-Juventus de ayer fue un gran partido. No hubo batalla campal, ni gases lacrimógenos, ni heridos, ni gritos racistas ni se pegaron los jugadores. También se vio buen fútbol y la Juve, ya con ocho puntos de ventaja sobre Fiore y Milan, demostró que los campeonatos se ganan con talento, fuerza mental y un poco de suerte: la madera la salvó tres veces y marcó el gol de la victoria casi en el último minuto. Pero esas cosas son ya casi irrelevantes. Qué más da el resultado cuando lo que importa es salir entero del estadio.

El miércoles pasado, cuando Fiorentina y Juventus se enfrentaron en eliminatoria copera, el espectáculo fue de otro tipo. El grupo de imbéciles con banderas blanquinegras y el grupo de imbéciles con banderas violetas se pegaron en la grada, la policía disparó 50 granadas lacrimógenas al aire, el partido fue suspendido durante media hora, los futbolistas tuvieron que retirarse a llorar y vomitar en el vestuario y los espectadores, carentes de vestuario, lloraron o vomitaron donde pudieron. Hubo unas cuantas hospitalizaciones por asma, un conato de infarto y seis detenidos.

Todo eso ocurrió sólo tres días después de que Zoro, defensa del Messina, se hartara de los coros racistas que proferían unos cretinos, agarrara el balón y se encaminara al árbitro para que suspendiera el encuentro con el Inter. Lo de Zoro causó un gran escándalo y, para acabar de una vez con el racismo en los estadios, las mentes pensantes del calcio decidieron dejarse de contemplaciones e ir a la raíz del problema: se dio con toda solemnidad la orden de que todos los partidos comenzaran con cinco minutos de retraso.

Quizá se me escapa algo, pero no le veo el punto a la medida. Quien es tonto a las tres sigue siéndolo a las tres y cinco. Los retrasos, las pancartas conciliadoras y los mensajes de buena voluntad no sirven de nada a estas alturas. No es cuestión de aplicar soluciones israelíes -como arrasar con un bulldozer la casa del que tire una bengala- o americanas -por ejemplo, crear una red de cárceles clandestinas por toda Italia para torturar a los descerebrados-, pero alguna opción razonable, se supone, debe ofrecer la ley.

El plan antiviolencia del Ministerio del Interior ha encallado, como todas las reformas italianas, en los detalles: mientras se discute sobre el tamaño de los tornos a instalar en las puertas y sobre la calidad del papel de las entradas nominales, todo sigue igual que el curso pasado, o peor. Esta temporada aún no ha muerto nadie ni unos cuantos salvajes han secuestrado todo un estadio -recuérdese aquel triste Roma-Lazio del 21 de marzo de 2004-: cuestión de tiempo, algo pasará.

Después del Fiorentina-Juventus del miércoles, el goleador Toni aseguró que nunca en la vida se le ocurriría llevar al fútbol a sus hijos. Carlo Ancelotti, el técnico del Milan, propuso suspensiones y descalificaciones a mansalva. Fabio Capello, empeñado en que no se note que es de los pocos entrenadores que a veces lee un libro, sugirió que lo mejor era no hablar del problema. Nada le gusta más a un tonto que salir en la tele, eso es verdad, pero lo que ocurre en el calcio es demasiado grave para ignorarlo. Ahora y dentro de cinco minutos.

domingo, diciembre 04, 2005

¿DÓNDE ESTABAS GEORGE?


Viendo el impresionante y multitudinario entierro de George Best me ha llamado la atención que de ser casi un desconocido (fuera de las Islas Británicas) haya pasado en menos de una semana a rivalizar con los más grandes jugadores que jamás han existido. Escuchando a muchos de los que se han pronunciado en los últimos días parece que sí.

Sinceramente yo creo que no, George no estaba en ese panteón de los Di Stéfano, Pelé, Cruyff o Maradona, porque su gloria fue demasiado efímera y la relevancia de sus hazañas no alcanza a la de éstos tótem del fútbol (jugar con Irlanda del Norte tampoco le ayudó demasiado en este sentido). Aún así, nadie puede poner en duda que Best tenía todas las condiciones para formar parte de este Olimpo, pero las desparramó por preferir la dolce vita al sacrificio de rivalizar por ser el número uno.

La gloria de Best se ciñó a cinco años (1963-1968), los que militó en el primer equipo del Manchester United, donde consiguió dos títulos ligueros y una Copa de Europa, pero simultáneamente bebió todo lo que pudo, amó muchísimo y fue famoso, más que ningún otro futbolista hasta ese momento. Pero, ¿y qué más? Pues casi nada. Y después de ese lustro mágico la nada más absoluta, perdón, mentiría, quedó su recuerdo y su leyenda. Desde este blog siempre se ha reivindicado la figura de Best, fútbol y talento puro que, junto a Garrincha, ha formado parte la galería de los malditos, a los cuáles, no sé por qué razón, siempre les he tenido muchísima más simpatía que a esos futbolistas que han gestionado tan racionalmente el fútbol y sus secuelas, tan pragmáticos fuera de la cancha que hoy (casi) sólo se les entiende como directivos o políticos. Me refiero a los Beckenbauer, Platini, o incluso Pelé y Cruyff, entre otros, muy grandes pero sin pellizco.

Best ha sido un jugador casi desconocido para las generaciones posteriores a su eclosión como jugador, no sé si debido únicamente a su paso efímero, pero lo cierto es que pocas veces se aludía a su figura si de fútbol exclusivamente se hablaba. Por eso, decía antes, que me extraña mucho todo lo que he escuchado y leído esta semana, y que de repente, por el simple hecho de su muerte, la estimación de Best haya dado un salto tan desproporcionado, casi gigantesco. Aún así, y por muchos motivos, esta página seguirá siendo devota de Georgie, aparecerán más artículos y continuará siendo uno de los personajes a los que más cariño se le tiene y mayor admiración provoca.

Sea como fuere, y lejos de oportunismos, su historia es tan bonita y tan triste (perdió el tren y se quedó en el andén, como tantos otros) que siempre encontrará un hueco en este rincón.

sábado, diciembre 03, 2005

EL ÁRBITRO por Eduardo Galeano

El árbitro es arbitrario por definición. Éste es el abo-
minable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posi-
ble y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder absolu-
to con gestos de ópera. Silbato en boca, el árbitro sopla
los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula
los goles. Tarjeta en mano, alza los colores de la conde-
nación: el amarillo, que castiga al pecador y lo obliga al
arrepentimiento, y el rojo, que lo arroja al exilio.
Los jueces de línea, que ayudan pero no mandan,
miran de afuera. Sólo el árbitro entra al campo de juego;
y con toda razón se persigna al entrar, no bien se asoma
ante la multitud que ruge.

Su trabajo consiste en hacerse odiar. Única unanimi-
dad del fútbol: todos lo odian. Lo silban siempre, jamás
lo aplauden. Nadie corre más que él. Él es el único que
está obligado a correr todo el tiempo. Todo el tiempo ga-
lopa, deslomándose como un caballo, este intruso que
jadea sin descanso entre los veintidós jugadores; y en
recompensa de tanto sacrificio, la multitud aúlla exigien-
do su cabeza. Desde el principio hasta el fin de cada
partido, sudando a mares, el árbitro está obligado a per-
seguir la blanca pelota que va y viene entre los pies aje-
nos. Es evidente que le encantaría jugar con ella, pero
jamás esa gracia le ha sido otorgada. Cuando la pelota,
por accidente, le golpea el cuerpo, todo el público recuer-
da a su madre. Y sin embargo, con tal de estar ahí, en el
sagrado espacio verde donde la pelota rueda y vuela, él
aguanta insultos, abucheos, pedradas y maldiciones.
A veces, raras veces, alguna decisión del arbitro coin-
cide con la voluntad del hincha, pero ni así consigue
probar su inocencia. Los derrotados pierden por él y los
victoriosos ganan a pesar de él. Coartada de todos los
errores, explicación de todas las desgracias. Los hinchas
tendrían que inventarlo si él no existiera. Cuánto más lo
odian, más lo necesitan.

Durante más de un siglo, el árbitro vistió de luto. ¿Por
quién? Por él. Ahora disimula con colores.

Eduardo Galeano, escritor uruguayo

viernes, diciembre 02, 2005

SEGÚN ALBERT CAMUS...

"Lo mejor que sé sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol".

Albert Camus, escritor francés

martes, noviembre 29, 2005

Historias del Calcio. EL LAZIO SALVAJE DE COLLINA

Pierluigi Collina, recién retirado después de años como símbolo del mejor arbitraje, ha desvelado un secreto: es tifoso del Lazio. Lo cual no tiene nada de extraño porque todos los árbitros, como todos los jugadores, simpatizan con un equipo u otro. Collina explicó el otro día que, de pequeño, seguía al Bolonia, el equipo de su ciudad natal, y que su epifanía lacial se produjo contemplando a un defensa implacable llamado Wilson, un jugador por el que enloquecía el futuro árbitro.

Hay quien ha recordado el 14 de mayo de 2000 y ha montado un poco de bronca. Ese día, última jornada del campeonato, Collina arbitró el partido Perugia-Juventus. El Juventus tenía 71 puntos. El segundo clasificado, el Lazio, con 69, jugaba en su campo contra el Reggina. En Perugia caía un diluvio, el césped estaba imposible y se preveía la suspensión. Pero Collina, tras una larga espera y contra la opinión de los juventinos, hizo rodar la pelota. El encuentro fue una parodia sobre barro y venció el Perugia por 1-0. En Roma ganó el Lazio, que se llevó por sorpresa el scudetto.

Cosas que pasan. También es cierto que el Lazio no fue capaz de ganar en los diez primeros partidos que le arbitró Collina.

No; la confesión de Collina no obliga a revisar resultados. Sí arroja, sin embargo, nueva luz sobre el carácter de un hombre célebre por su ecuanimidad, por su vida ordenada -buen padre de familia e intachable asesor financiero- y por la simpatía de su imagen pública.

El jugador del que se enamoró el joven Collina, Joseph Pino Wilson, era un personaje peculiar. Y el Lazio al que entregó su corazón, el de principios de los años 70, fue la única banda armada que ha conseguido un scudetto, el de 1974, en la historia del calcio.

Lo de banda armada no es una metáfora. Casi todos los jugadores de aquel Lazio tenían licencia de armas y llevaban siempre encima la pistola. Eran chulos, duros, insensatos, feroces, autodestructivos. Cuando los Chinaglia, Wilson, Martini, Luciano y demás pasaban los controles para embarcar en el avión, iban sacando del bolsillo revólveres magnum y pistolones de gran calibre. Practicaban el paracaidismo, pregonaban sus ideas fascistas y se llevaban tan mal entre sí que todos los partidillos de entrenamiento acababan en drama. O no acababan. Dice la leyenda que la plantilla estaba dividida en dos facciones, la de Chinaglia y la de Martini -hoy, parlamentario de la neoposfascista Alianza Nacional-, y que ambas se enfrentaban en los entrenamientos. Como nadie aceptaba la derrota, y dado que en el vestuario había armamento pesado, los partidillos duraban hasta bien entrada la noche si antes no se había llegado a un empate honorable que satisfaciera a ambas partes.

Wilson, nacido en el Reino Unido e hijo de un oficial de la Marina británica establecido en Nápoles, compartía las ideas y las aficiones peligrosas de sus compañeros, pero tenía un poco más de cabeza dentro y fuera del campo. Dentro, compensaba su estatura moderada (1,73 metros) con una colocación y una rapidez de reflejos extraordinarias. Fuera, se licenció en Derecho y se hizo un futuro al margen del fútbol.

Otros se organizaron peor. Luciano Re Lecconi, el motor de aquel Lazio, murió en 1977, tres años después de ganar el scudetto. Le acribilló un joyero cuando el futbolista entró en su local con una pistola falsa en la mano, se supone que para gastar una broma. Luciano y aquel Lazio eran así.

Resulta curioso que aquel grupo salvaje, temido por todos los árbitros, siga siendo el arquetipo futbolístico de Pierluigi Collina.

Enric González es autor de Historias del Calcio

sábado, noviembre 26, 2005

TAMBIÉN EN SU NOMBRE...


"Come to me
Come lie beside me
Oh don´t deny me
Your love

Make sense of me
Walk through my doorway
Don´t hide in the hallway
Oh love... step over

I´ll follow you down
I´ll follow you down

In the name of whiskey
In the name of song
You didn´t look back
You didn´t belong

In the name of reason
In the name of hope
In the name of religion
In the name of dope

In the name of freedom
You drifted away
To see the sun shining
On someone else´s day

In the name of United and the BBC
In the name of Georgie Best and LSD

..."

In the name of the father, Bono (1993)

Para quien nunca lo haya visto jugar aquí puede ver un video homenaje y así hacerse sólo una idea de lo grande que fue.

viernes, noviembre 25, 2005

EL JUGADOR BEAT, IN MEMORIAM


Hoy ha muerto George Best, un mito del fútbol de todos los tiempos, un icono de este blog.

Fue bonito mientras duró. George Best fue un grandísimo jugador, fugaz pero grande, muy grande. El mejor que se ha visto en las Islas Británicas. En la santísima trinidad que armaba con el escocés Law y el inglés Charlton, Best era, simplemente, the best (el mejor). Law era un goleador innato y Charlton era el aristócrata del medio campo. Pero Best lo tenía todo.

A los 17 años empezó jugando de extremo izquierdo en el Manchester. Hacía, mejor que nadie, todo lo que un extremo debe hacer, pero también marcaba más goles que nadie en su equipo y más que nadie en la liga inglesa. Y los marcaba con la cabeza, con disparos de larga distancia, con vaselinas, después de regatearse la mitad del equipo rival. Y al portero, como cuando marcó el segundo gol en la final de la Copa de Europa de 1968 (Manchester, 4; Benfica, 1).

Fue dos años antes, también contra el Benfica, en Lisboa, cuando Best se consagró como un dios del fútbol. Nunca había perdido en casa el equipo de Eusebio en competición europea. Esta vez perdió 5-1 y Best, con 19 años, marcó dos goles. Los aficionados del Benfica, rendidos ante su talento, le bautizaron el Beatle, por su melena, y cuando acabó el encuentro uno de ellos saltó al campo con un cuchillo, no para matarlo, sino para pedirle un rizo del pelo.

El problema fue que se creyó lo de Beatle. Best fue el prototipo de un fenómeno común hoy en día: el futbolista que se convierte en celebrity. Creaba noticias no sólo con lo que hacía en el campo sino, más y más al pasar el tiempo, con lo que hacía fuera de él. Perseguido por los fotográfos, se pasaba las noches en Tramps, la discoteca de la jet-set londinense, donde solía aparecer Mick Jagger. Y, como a Mick, sus aventuras sexuales lo convirtieron en leyenda. "Dicen que me he acostado con siete Miss Mundos", comentó Best una vez. "Mentira, sólo fueron cuatro. A las otras tres no les hice el favor".

Fue como consecuencia de una escapadita a Marbella en 1972 con la entonces Miss Mundo cuando se creó la ruptura final entre Best y Busby. Tal fue el impacto de la noticia de su retiro que el asunto Best se debatió en el Parlamento británico. Pero no había dios que pudiera haber detenido su descenso a la autodestrucción futbolística.

Muchos años después, en 1980, emprendió un tratamiento contra el alcoholismo, mientras jugaba en California para los San Jose Earthquakes. Cuatro años más tarde lo encarcelaron en Inglaterra por conducir bajo la influencia del alcohol.Pese a todo, Best no ha acabado siendo un personaje patético, como Maradona o Gascoigne. Seguramente porque siempre fue una persona inteligente, capaz de expresarse con agudeza e ironía, y con el don encantador de poder reírse de sí mismo.

Hasta siempre, The Best!

jueves, noviembre 24, 2005

FÚTBOL, LA GUERRA O LA FIESTA (6 y final) por Eduardo Galeano

Antes de cada partido, en cada Copa del Mundo, los jugadores escuchan y tararean sus himnos patrios. Por regla general, salvo algunas excepciones, los himnos los invitan a matar y a morir. Esos cánticos marciales profieren terribles amenazas, convocan a la guerra, insultan a los extranjeros y exhortan a hacerlos picadillo o con gloria sucumbir en heroicos baños de sangre.

Ya vamos para el campeonato mundial número dieciocho. A lo largo de los Mundiales se ha visto que no faltan los jugadores dispuestos a actuar como obedientes soldados, siempre dispuestos a castigar con feroces patadas a los enemigos de la patria, y sobre todo a los que cometen la imperdonable ofensa de jugar lindamente. Pero, la verdad sea dicha, la gran mayoría de los jugadores no ha hecho caso a las órdenes que sus himnos imparten, ni a los delirios épicos de ciertos periodistas que compiten con los himnos, ni a las instrucciones carniceras de algunos dirigentes y directores técnicos, ni a los clamores guerreros de unos cuantos energúmenos en las gradas.

Ojalá los jugadores, o al menos la mayoría de los jugadores, se sigan haciendo los sordos en el Mundial que viene. Y que no se confundan a la hora de elegir entre la guerra o la fiesta.

martes, noviembre 22, 2005

EL RETORNO DEL MALDITO

En Italia se lleva este año el delantero gigante. Luca Toni, el futbolista tocho que maduró tarde, mide 1,94 metros: ayer marcó otros dos goles -ya son 15 en el campeonato- y fue el principal responsable de que el Fiorentina venciera al Milan y alcanzara la segunda posición. Zlatan Ibrahimovic, la furia balcano-escandinava del Juventus, mide 1,92: el sábado fabricó un gol fabuloso desde la línea de medio campo que hundió al Roma y abrió camino a una goleada. Adriano Leite, única esperanza de un Inter que empieza peleando por el scudetto y acaba peleándose con su sombra, mide 1,89. Christian Vieri, que apura el final de su carrera en el Milan, mide 1,85. Alberto Gilardino, que en el Milan es ya más titular que Shevchenko, mide 1,84: como Toni, su pareja de baile en la selección, marcó dos goles en el Fiorentina-Milan aunque el segundo fuera anulado por razones vagas.

El tonelaje está de moda. Y hace soñar a los italianos. El dúo Toni-Gilardino, con Totti y Pirlo detrás, ha dado a la selección de Lippi una ferocidad considerable. Sólo falta que regrese Buffon (1,90) a la portería para completar un once de peso que la gente se sabe de memoria. En el dulce sopor de la sobremesa, los tifosi empiezan a sentir las emociones de una final mundialista contra Brasil.

Podría ser. Los sueños, sin embargo, requieren coherencia, como la literatura y la contabilidad. Y el esquema onírico falla si no encaja en los esquemas de 1982. ¿Dónde está hoy Paolo Rossi?

Rossi, máximo goleador en 1982 y encarnación del último gran éxito internacional del fútbol italiano, era un tipo relativamente canijo y dotado de un talento misterioso. Resultaba claro que sabia jugar. Lo que no estaba claro era el puesto que le correspondía en el campo. Empezó como extremo -en la tradición del bajito habilidoso del tipo Conti o Causio-, probó en la mediapunta y acabó en el área por falta de otras alternativas. En el área demostró ser un tipo peligroso. Tenía tanto peligro que se hundió a sí mismo: antes de la cita española fue descalificado por participar en el gigantesco fraude del Tottocalcio, la quiniela local. Rossi era uno de los futbolistas que amañaban partidos para que el resultado coincidera con su propia apuesta.


La federación le levantó el castigo para que pudiera jugar el Mundial. Hubo una gran polémica porque el hombre no podía estar en forma tras muchos meses en el dique seco. Luego, se puso a marcar goles y nadie se acordó ni de las apuestas, ni de las sanciones ni de la inactividad forzosa.

Para soñar de forma coherente con el Mundial del verano próximo, los italianos deben incluir en el relato a un maldito que llega a última hora, roba el puesto a un titular indiscutible y aporta las dosis de locura impredecible que permiten vencer, como entonces, a un Brasil superior. El maldito, esta vez, no puede ser otro que Antonio Cassano.

Cassano, feo, bajito y muy raro de carácter, criado en las calles más peligrosas de Bari y crecido en la exuberancia romana, es el gran ausente del actual campeonato. Los propietarios del Roma le ofrecieron renovar el contrato, que expira en junio. No aceptó las condiciones y desde entonces está proscrito. O no se le convoca o, para que duela más, se le convoca con los juveniles. Los romanistas han dejado de quererle. Todo el mundo supone que en enero, cuando se reabra el mercado, el Roma lo venderá al Juventus o al Inter para sacar algún beneficio del ídolo caído: la situación es demasiado triste para prolongarla hasta fin de temporada.

Cassano vuelve, Cassano viaja a Alemania, Cassano aporta a una selección de gran tonelaje unos vitales gramos de genio. La trama se desarrolla necesariamente así porque los sueños, a diferencia de la vida, han de tener algún sentido. En la vida real puede pasar cualquier cosa, como que gane Alemania. En los sueños juega Cassano y Alemania no gana nunca.

domingo, noviembre 20, 2005

SOBRE COMPATIBILIDADES. FÚTBOL Y LITERATURA SEGÚN JORGE VALDANO

“Leer un libro no sirve para jugar mejor al fútbol ni jugar un partido sirve para hacer mejor literatura. Dos juegos (fútbol y literatura) que tienen diferentes modos de expresión y que resultan compatibles a fuerza de ser distintos. Esa relación de amor-odio entre ambas disciplinas nace de la desconfianza que siempre ha tenido la mente con respecto al cuerpo. Los intelectuales se desmarcaron del fútbol por considerarlo una expresión popular menor, por deducir que era, como la religión, "el opio del pueblo", por desconfianza hacia la masa y, finalmente, por snobismo. Por su parte, el mundo del fútbol presumía de hombría en el peor sentido, esto es desde la exhibición de la brutalidad”.

sábado, noviembre 19, 2005

IRREMEDIABLEMENTE INGENUOS por Javier Marías

El autor rememora los clásicos duelos de pluma, ingenio y sentimiento con el que fuera su rival azulgrana, Manuel Vázquez Montalbán, aquellos que tanto hicieron disfrutar desde las páginas de El País cada vez que se producía un Madrid-Barça o un Barça-Real Madrid

Desde que murió Vázquez Montalbán, con quien solía compartir esta página los días de Madrid-Barça o Barça-Madrid, EL PAÍS no había vuelto a solicitarme unas líneas para celebrar el acontecimiento. Pensé que se me había decidido jubilar de la tarea por respeto a mi "pareja rival de hecho" de tantos años, y no me parecía mal esa medida. Ahora veo que probablemente ha sido un periodo de luto, eso que hoy tan poco se observa. Él no llegó a ver al Barcelona campeón de la última temporada, ni al descubrimiento madridista Eto'o vestido de azulgrana, ni disfrutó apenas de la inteligencia y el sosiego de Rijkaard, que han hecho de su equipo una maquinaria imperturbable, no sólo en el ganar sino asimismo en el perder, lo cual tiene incalculable mérito en un club más bien dado a la exasperación y a la histeria. Lo siento mucho por él, porque habría estado contento de ver lo que sus cambiantes pero eternos ídolos (los jugadores son simplemente eso, "nuestros jugadores", sin edad y en cualquier época) son capaces de hilvanar sobre la hierba.

En las dos temporadas transcurridas desde su muerte en Bangkok, yo me he puesto de luto por el Real Madrid, y no ha sido para menos. Ese tiempo llevamos sin ganar nada. Se echó de mala manera a Del Bosque, se fue Valdano, salió Hierro por la puerta trasera, vino un tal Queiroz del que nadie se acuerda, vino Camacho (un fichaje descabellado, abocado al fracaso), deambuló el honrado García Remón por el banquillo, apareció un brasileño con nombre de Gran Ducado que cree hablar español y al que sin embargo se entiende tan mal como a Saramago, y cuando nos explica el fútbol aún peor, yo creo; se trajo y se despidió a Owen sin que se sepa por qué, en ningún caso; se contrató a un extraño mecano que arrastra el pie, llamado Gravesen. El más imaginativo jugador del equipo, Guti, continúa sin ser titular fijo y estuvo a punto de ser arrojado al Atlético de Madrid, santo cielo. A Beckham se le tuvo dos años correteando sin ton ni son por el campo, en vez de dejarle centrar desde su banda, casi lo único que sabe hacer (pero de maravilla). Como suele ocurrir entre el Madrid y el Barça, la exasperación y la histeria se las ha trasladado el segundo al primero, y el primero le ha contagiado el aplomo al segundo.

Ambos clubes, mientras tanto, se han hecho más antipáticos. El Madrid se asemeja demasiado a una empresa a la que importan enormemente los beneficios y escasamente lo que ocurre en el césped y en las gradas. A los últimos canteranos de altura (Raúl, Guti, Casillas) se les nota decepcionados por la falta de herederos, y sin gente de la casa el Madrid emociona menos, porque la Liga Paulista puede divertir al público si no hay nada más apasionante que echarse a los ojos, pero ver a Ronaldo, Robinho, Roberto Carlos y Baptista contra Ronaldinho, Deco, Belletti y Silvinho, la verdad, no enciende. En cuanto al Barça, se ha convertido ya del todo en el equipo oficial de la Generalitat, y todo equipo de los gobernantes es, por así decirlo, un equipo sin alma, usurpado.

Así que sólo resta hacer abstracción de cuanto rodea hoy al fútbol y quedarse sólo con los jugadores, y, en lo que respecta a éstos, olvidarse de sus nombres y procedencias y fijarse sólo en que llevan puesto nuestro uniforme de siempre (bueno, eso el Barça sólo a medias, con ese absurdo pantalón rojo de este año, que no sé cómo su afición permite). Algo es algo, y ese algo es lo principal, misteriosamente. Porque estoy convencido de que cuando esta noche empiece el partido, los sentimientos será los mismos que cuando a un lado estaba Di Stéfano y al otro Kubala, a uno Netzer, o Butragueño y Míchel, y a otro Cruyff, o Marcial y Rexach; pese a todo. Tal como vinieron jugando ambos equipos, me daré con un canto en los dientes si el resultado es menos humillante que un 0-3 rotundo. Eso lo pienso ahora, en frío. Pero sé que en cuanto el balón eche a rodar, mis estúpidas esperanzas me harán clamar por un 3-0. Vázquez Montalbán lo sabía: el verde de la hierba, y sobre él el blanco y el azulgrana, borran todo escarmiento y nos llevan a ser siempre irremediablemente ingenuos.

Javier Marías, escritor

jueves, noviembre 17, 2005

FÚTBOL, LA GUERRA O LA FIESTA (5/6) por Eduardo Galeano

En Medellín, una de las ciudades más violentas del mundo, nació y se desarrolló el proyecto "Fútbol por la paz", que durante algún tiempo funcionó con milagroso éxito. Mientras duró, demostró que no era imposible cambiar balazos por pelotazos.

El fútbol resultó ser el único lenguaje alternativo para las bandas armadas de los diversos barrios, acostumbradas a dialogar a tiros. Jugando al fútbol, los enemigos empezaron a conocerse entre sí, al principio de muy mala manera y en cada partido un poquito mejor. Y los muchachos empezaron a aprender que la guerra no es el único modo de vida posible.

Eduardo Galeano, escritor uruguayo

miércoles, noviembre 16, 2005

UN SALUDO A LA BASURA

Permiso para romper un poco la línea seguida, pero quiero hacerme eco de algunas entradas que he podido leer en otros blogs futboleros (Notas de Fútbol, Perarnau blog, etc) en los que encuentro unanimidad, asombro, vergüenza ajena y repulsión hacia la telebasura deportiva (para ser justos futbolística) que está comenzando a imperar. Y me sumo a ellos.

Digo esto desde la incredulidad que me proporciona haber visto, reconozco que a ratos ya que no podía soportar hacerlo de una tirada, el programa Maracaná 05 de Cuatro. Incredulidad porque dicen que está hecho por la misma gente que nos dio tantas alegrías durante 15 años con El Día Después o con cualquier programa deportivo salido de la factoría Canal +, incredulidad por algunos de los personajes que se han embarcado en este proyecto (Paco González, Michael Robinson y Julio Maldonado), incredulidad porque, aunque no lo pareciera, el fútbol (Estudio Estadio, Estadio 2, retransmisiones de TVE, El Día Después, El Tercer Tiempo, retrasmisiones de Canal +, etc) había sido uno de los pocos ámbitos donde la calidad encontraba un pequeño resquicio en la televisión. Hoy parece que la nueva estrategia, acorde con los que tiempos que corren, es acabar con todo lo anterior y apostar por la nadería más absoluta, eso sí, con grandes dosis de zafiedad incorporada (El Rondo, Maracaná 05).

Viendo este programa me preguntaba qué estaría pasando por la cabeza de mi admirado Carlos Boyero, contertulio (espero que) circunstancial de Maracaná 05, cuando se vio sumido en ese espetáculo banal. Anoche quería seguir escuchándolo hablar de su amado Zidane, pero fue imposible. Por otro lado, ¿será verdad que Santiago Segurola se quitó del cartel?

¿Tan complicado era aprovechar la inercia de calidad dejada después de 15 años de grandes programas en Canal +? Espero que sólo fuera un mal día.

Ahora que lo pienso mejor, me temo que no. Pero tampoco es tan importante.

lunes, noviembre 14, 2005

RAROS O MUY RAROS

Los grandes futbolistas se dividen en dos categorías: los raros y los muy raros. Los raros son los que viven en su propio mundo, con biorritmos absurdos y un discurso mental apenas comprensible. Gente como Garrincha, con un coeficiente intelectual tan bajo que apenas entendía las reglas del juego; como Romario, que vivía de noche y entre siesta y siesta marcaba goles mágicos; como Best o Maradona, que sólo interrumpían su metódico proceso de autodestrucción cuando saltaban al campo. Luego están los muy raros, los que poseen tal fortaleza mental que son capaces de vencer la duda, la fatiga, la rabia y el peso de su propio icono (la adulación masiva y la transformación en símbolo local o nacional son potencialmente fatales para un hombre joven) y mantienen fresca la voluntad de victoria durante toda su carrera. Di Stéfano, Pelé, Maldini, Beckenbauer, Charlton, Baresi o Shevchenko son ejemplos.

En el lado de acá, en el de la normalidad, se quedan los que, pese a unas exquisitas condiciones técnicas o un físico privilegiado, padecen, como casi todo el mundo, crisis de fe en sí mismos, o arrebatos de soberbia, o episodios abúlicos. O simple pereza. Por citar un caso: si Totti tuviera un cerebro a juego con sus piernas, sería el colmo. ¿Y si Ronaldo se entrenara como Maldini? Nunca se sabrá porque nunca se dará el caso.

Todo esto viene a cuento de Adriano. El delantero del Inter, de 24 años, acabó la temporada pasada en una forma espléndida, después de un verano donde había hecho una Copa de América sensacional con Brasil y en el otoño parecía por encima de cualquier rival. Era imparable. Tuvo incluso un detalle de los que definen a los grandes, a los muy raros: viajó a Brasil para enterrar a su padre y al regreso, casi directamente desde el aeropuerto, se unió a sus compañeros para jugar un partidazo en la Copa de Europa. Mente fuerte, dijo la gente. Un fenómeno.

Y entonces llegó una pequeña lesión, una nadería que le permitió descansar un par de jornadas. Se esperaba que volviera como un ciclón. Y, sin embargo, volvió irreconocible. El último gol en jugada de uno de los arietes más cotizados del planeta, un tipo por el que el Chelsea ofrecía 50 millones de euros, data del 4 de diciembre. En ese encuentro, contra el Messina, marcó tres. Después se apagó.

Desde entonces, Adriano lo intenta todo y no consigue nada. Es lento y previsible. El técnico interista, Roberto Mancini, se rindió a la evidencia y le dejó en el banquillo en un partido tan importante desde el punto de vista emocional como el derby contra el Milan.

Físicamente, está bien, lo que reduce el problema al ámbito mental. Dentro de ese ámbito, caben dos explicaciones: o no tiene confianza en sí mismo o padece el síndrome quiero-largarme-de-aquí, también conocido en San Siro como ronalditis. Ambas hipótesis le dejan fuera de la auténtica élite, la de los raros y muy raros que se portan como campeones incluso en las peores circunstancias. Hay, sin embargo, matices. La falta de confianza puede curarse del todo. La ronalditis es tratable con grandes dosis de dinero, adulación y caprichos, pero suele resultar crónica, con síntomas muy desagradables a la vista y graves efectos en el entorno del enfermo.

Habrá que esperar y estar muy atentos para comprobar si lo de Adriano tiene o no tiene arreglo.

viernes, noviembre 11, 2005

LA ELÁSTICA, UN REGATE

Ronaldo ha explicado decenas de veces aquel regate angular con el que le anudó las neuronas a Delfí Geli en la Supercopa 96-97. Puestos a sacarle un parecido, bien podríamos decir que fue la radiografía de un relámpago. Un destello azul hacia la izquierda, enganchado a un resplandor blanquecino por la derecha. Ronaldo ha indicado que en Brasil llaman La Elástica a esa cinta quebrada, quizá porque sería un gesto sólo posible en quienes tienen el pie de hule. Después, aclaró que es una pieza catalogada en la arqueología del fútbol de su país, y que él la descubrió, como se descubre una joya familiar al fondo de un viejo baúl, en la videoteca de Rivelino, aquel 10 agitanado que usaba las guías de su enorme bigote de bucanero como telémetro. Con ellas lograba medir distancias y hacer puntería.

Conviene indicar que en España este pase magnético no era una experiencia nueva. Ya habíamos visto ese mismo recurso de prestidigitador en la chistera de Fernando Redondo, si bien esta versión tenía el dibujo invertido como corresponde a un actor zurdo; o sea, a uno de esos tipos misteriosos que ven el mundo al revés y juegan al otro lado del espejo. Redondo arrastraba el balón hacia la derecha, le cambiaba el perfil al defensor contrario, hacía una torsión corporal, escapaba por el otro costado, y atajaba hacia el palo por el callejón del 10.

Muchos años atrás, había hecho carrera con ese recurso su verdadero descubridor: el gran Mané Garrincha. Como todo pionero, aquel chueco de color café marcaba mucho más las aristas del invento. En vez de arrastrar la pelota en un solo viaje a un lado y a otro, él daba dos toquecitos, tip para dentro, tap para fuera; luego rompía hacia el banderín de córner derecho, y desde allí facturaba un centro sobre puerta que era tres cuartos de gol. En los días felices de la selección de Brasil, un tal Pelé se encargaba de firmar la diablura en la boca de gol.

Sabemos finalmente que cierta noche, en el Camp Nou, Romario de Sousa Faría encaró a Alkorta, y consiguió sintetizar aquella cinta en una sola curva excéntrica.

No hay otros antecedentes oficiales de esa pieza mágica. Quien quiera investigar más allá de lo visible tiene un solo camino. Debe perderse en los más lejanos arrabales de Brasil, buscar a los niños contrahechos, y poner atención a todos los ardides que utilizan para compensar sus penas.

Porque es indudable que un atleta perfecto jamás buscaría la salvacíón fuera de su propia musculatura.

miércoles, noviembre 09, 2005

FÚTBOL, LA GUERRA O LA FIESTA (4/6) por Eduardo Galeano

Los estadios de fútbol son los únicos escenarios donde se abrazan los etíopes y los eritreos. Durante los torneos interafricanos, los jugadores de esas selecciones consiguen olvidar por un rato la larga guerra que periódicamente rebrota entre sus países.

Y después del genocidio que ensangrentó a Ruanda, el fútbol es el único instrumento de conciliación que no ha fracasado. Los hutus y los tutsis se mezclan en las hinchadas de los clubes y juegan juntos en los diversos equipos y en la selección nacional. El fútbol abre un espacio para la resurrección del respeto mutuo que reinaba entre ellos, antes de que los poderes coloniales, el alemán primero y el belga después, los dividiera para reinar.

Eduardo Galeano, escritor uruguayo

martes, noviembre 08, 2005

LA "CUCHARA" DE TOTTI

"Mo je faccio er cucchiaio", dijo Totti. Y a Maldini le sonó tan raro como a cualquier lector español. Luego, cuando el tótem milanista tradujo mentalmente del romanesco al italiano, la cosa le sonó aún más marciana. En aquellas circunstancias, lo último que podía uno esperarse era un cucchiaio del romano más castizo desde Alberto Sordi. Maldini se quedó lívido.

Era el 29 de junio de 2000 y la semifinal Italia-Holanda del Europeo acababa de terminar en empate. Se jugaba en Holanda y los italianos, encerrados en el círculo central, hablaban de quién tiraba los penaltis. Di Biagio fue el primero en reconocer que la cosa imponía. "Francesco, yo tengo miedo", dijo. Y Francesco Totti, en su romanesco cerrado: "A quién se lo dices. ¿Has visto lo grande que es aquél?", resopló, señalando al portero Van der Saar. Di Biagio: "Pues sí que me animas". Entonces llegó la frase inmortal: "Nun te preoccupá, mo je faccio er cucchiaio". O sea, "no te preocupes, yo le hago la cuchara".

El gran jefe Maldini tenía la oreja puesta y al cabo de unos segundos, cuando comprendió, se dirigió con gran alarma hacia Totti. "¿Pero estás loco? Estamos en una semifinal del Europeo". Pero Totti ya tenía la idea clavada en el entrecejo: "Sí, sí, le hago la cuchara".

"Er cucchiaio", "la cuchara", es la marca de fábrica del mejor futbolista italiano. Un toque suave, por debajo del balón, que eleva la trayectoria unos metros y luego la deposita en el suelo, dentro de la portería. Una de esas jugadas caprichosas que pueden hacerse cuando se gana por mucho y queda muy poco partido. Una burla amable al contrario y un guiño al público. Una broma, algo que no se hace en el momento más crucial del año. Lo que pasa es que Totti es Totti. El capitán del Roma tendría poco de qué hablar con Einstein, pero la inconsciencia le da a su juego el toque de locura y genio de los grandes idiotas del fútbol: Totti forma parte de la dinastía de Garrincha, Best, Gascoigne, Cassano. Con la ventaja de no ser cojo, ni alcohólico, ni paranoico.

Cuando le tocó lanzar a Francé Totti, caminó hacia el punto de lanzamiento, miró a aquel portero holandés tan grande, se aproximó al cuero y lo acarició en el vientre. El balón partió en cámara lenta, como un globo de feria, hacia el centro del marco. Van der Saar, en cámara rápida, se había lanzado ya hacia un costado. Y el penalti entró como un suspiro, dulce, desmayado, con la miel de un beso y el ritmo preciso de un buen chiste.

Totti publicará el año próximo un manual de fútbol que se titulará, cómo no, "Mo je faccio er cucchiaio". Será su tercera obra, tras las memorables Los chistes sobre Totti contados por mí mismo y Los nuevos chistes sobre Totti contados por mí mismo. No los escribe él, pobrecito, pero en este caso no importa, porque los beneficios (una millonada) se destinan a beneficencia. Totti es, seguramente, el futbolista que más dinero ha aportado a obras de caridad, el que ha visitado más asilos y hospitales y el que más ha hecho por su ciudad.

viernes, noviembre 04, 2005

CUANDO FUERON REYES DE LONDRES por Santiago Segurola

Dos título de Liga en 100 años de historia no parece gran cosa para un club que ahora está de moda en Europa. El Chelsea lo conquistó con ocasión de su cincuentenario, en 1955, y en su centenario, 2005, tras haber vivido sus mejores momentos en los años sesenta. Casi por ubicación física, al Chelsea le correspondió un papel importante en el agitado Londres de aquellos días. Aunque su estadio no tenía ningún glamour -Stamford Bridge servía para el fútbol y para las carreras de galgos en su vieja pista de ceniza-, se alzaba en Fulham Road, en medio de uno de los barrios preferidos de la movida pop, al lado de King's Road, hervidero de nuevas tendencias. Allí tenía su cuartel Mary Quant, la creadora de la minifalda, y por allí pululaban o vivían buena parte de los músicos que hacían época: los Beatles y los Stones se dejaban caer por allí; Marianne Faithful y el fotógrafo David Bailey, también; las estrellas del cine británicas y norteamericanas frecuentaban el barrio. Y en el barrio estaba un equipo de fútbol que pretendía estar a la altura de los tiempos.

Aquel Chelsea se adelantó 25 años a lo que Ruud Gullit definió como fútbol sexy. Gullit intentó practicarlo con el equipo londinense en los años noventa. Con cierto éxito y con dinero para fichar a jugadores como Zola o Verón, precursores de la invasión de estrellas extranjeras. Pero en los años sesenta no había ningún extranjero. Era un equipo de ataque con varios de los jugadores más coloristas del fútbol británico. Uno de ellos era Alan Hudson, un centrocampista que llevaba el ingenio hasta la frontera de lo extravagante. Habitual de clubes, amigo de estrellas del pop, proclive a los excesos, su talante no cuadraba con el estilo marcial que Alf Ramsey pretendía en la selección inglesa, así que no dejó huella en el equipo nacional. Junto a Hudson brillaba el escocés Charlie Cooke, extremo en ocasiones, centrocampista en otras, genial siempre. Y en la delantera todos los focos apuntaban a Peter Osgood, un héroe para la hinchada. Era alto y fornido, de pelo ensortijado y moreno, con un aire a Tom Jones que hacía valer entre las habituales de los bares y clubes de King's Road. Sin tener la clase pura de Hudson y Cooke, ninguno representaba mejor los valores del Chelsea que Osgood. Dentro del campo y fuera. Su fama mereció el interés de Raquel Welch, que se dio un garbeo por el barrio en una visita a Londres en 1972, un año después de que el Chelsea derrotara al Madrid en la final de la Recopa. El Cuerpo quería conocer a Osgood y no se privó de visitar el vestuario en los momentos previos a un partido. Algunos jugadores de aquella generación todavía lo consideran el mejor momento de sus carreras.

El Chelsea no ganó ninguna Liga en esa época, pero se ganó fama de equipo juerguista y divertido frente al circunspecto Arsenal, tradicionalmente defensivo y alejado de las cosas mundanas. Mientras frecuentaban a los ídolos del pop, sacaban tiempo para jugar bien y satisfacer a una hinchada que pronto vio el desplome del equipo. Casi fue un derrumbe cultural. Con la caída de King's Road como centro neurálgico de la movida londinense se asistió a los peores años del Chelsea. Descendió a la Segunda División y tardó casi 15 años en establecerse con alguna firmeza en la Primera. Lo hizo cuando el fútbol se convirtió en un negocio y perdió buena parte de su imagen de pasatiempo para la clase obrera. En los años noventa se puso de moda el fútbol y la moda también alcanzó a los políticos, muchos de los cuales salieron del armario y confesaron sus preferencias. Algunas resultaban poco creíbles. El primer ministro, John Major, a quien no se le conocía especial pasión por el fútbol, se declaró hincha del Chelsea, como algunos otros políticos conservadores. Eran los años de Gullit, y luego de Zola y Verón. Buenos años futbolísticos que estuvieron a punto de enviar a la bancarrota al Chelsea, presidido entonces por Ken Bates. El destino del club parecía desesperado, pero algo le favorecía: Londres siempre es un mercado apetecible, y más para los nuevos barones de las grandes empresas rusas del petróleo, gas y derivados, gente como Roman Abramovich, que se encontró con el juguete perfecto, en la ciudad perfecta, en el barrio perfecto. En Chelsea.

miércoles, noviembre 02, 2005

FÚTBOL, LA GUERRA O LA FIESTA (3/6) por Eduardo Galeano

Hay partidos que terminan en batallas campales, hay fanáticos que encuentran en el fútbol un buen pretexto para el ejercicio del crimen y en las gradas desahogan los rencores acumulados desde la infancia o desde la última semana. Como suele ocurrir, es la Civilización la que da los peores ejemplos de barbarie. Entre los casos de más triste memoria, se podría citar, por ejemplo, la matanza de 39 hinchas italianos del club Juventus a manos de los hooligans ingleses del Liverpool, hace poco menos de veinte años.

Pero, ¿eso da para decir que el fútbol incuba huevos de serpiente? En 1969, se llamó "guerra del fútbol" a la matanza entre hondureños y salvadoreños, porque la primera chispa de ese incendio se había encendido en los estadios. Pero la guerra venía, en realidad, de mucho antes. Y su nombre mentiroso logró ocultar una historia larga: la guerra fue la trágica desembocadura de más de un siglo de rencores entre dos pueblos vecinos, entrenados para odiarse mutuamente, pobres contra pobres, por sucesivas dictaduras militares fabricadas en la Escuela de las Américas.

El espejo no tiene la culpa de la cara, ni el termómetro tiene la culpa de la fiebre. Casi nunca proviene del fútbol, aunque casi siempre lo parece, la violencia que a veces hace eclosión en los campos de juego. Es revelador lo que está ocurriendo en la Argentina. La locura de las barras bravas no tiene nada de nuevo; pero se han multiplicado los líos, los balazos y los garrotazos, desde que se desencadenó esta última crisis que ha precipitado al país a una caída en picada y ha dejado a los argentinos pataleando en el aire.

Eduardo Galeano, escritor uruguayo

PERMÍTANME UNA LICENCIA...

UEFA Champions League, martes 1 de noviembre 2005

Real Betis Balompie 1 - Chelsea Football Club 0
Por eso es mi Currobetis.

lunes, octubre 31, 2005

LA FURIA DE LOS MELANCÓLICOS

La furia de los melancólicos suele ser terrible, porque es una furia fría y metódica que nace de la voluntad. El Milan, el equipo más melancólico de Italia, arrolló al Juventus en San Siro, lo martirizó hasta matarlo y no tiró el cadáver al río porque lo impedía el reglamento. La superioridad milanista sobre el líder que se creía imbatible fue de las que se ven pocas veces en encuentros de gran nivel. Los diablos rojinegros hicieron mejor que la Vieja Dama de Turín todas las cosas que, supuestamente, la Vieja Dama hace mejor que nadie: presionar, agobiar, enervar: refinada disciplina inglesa. Ofrecieron además al público algún rasgo de su tradicional elegancia y una generosa ración de exquisiteces de Kaká. Parecían el Milan de otro tiempo.

El Milan, sin embargo, ya no es el Milan de hace unos años. Si el fútbol se jugara con la voz y no con el balón, el discurso rojinegro frente a la Juve habría sido el monólogo de Kurtz. Piensen en El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. O en la versión cinematográfica de Francis Ford Coppola, Apocalypse Now. Recuerden a Marlon Brando y su monólogo en la selva, ante el atónito Willar-Marlow: "El horror, el horror". Pónganse en el lugar del pobre Kurtz, un alma inteligente y compasiva, que lo ha visto y vivido todo en la selva y a quien los indígenas adoran como a una divinidad maligna.

El Milan es Kurtz. Sus jugadores lo han visto y vivido todo. Tipos como Maldini, Cafú, Costacurta, Stam, Seedorf y Vieri llevan demasiados años de fútbol pegados a la suela de las botas como para emocionarse a estas alturas; pero lo que distingue a los milanistas no es la experiencia, sino la calidad de la experiencia. Esta gente ganó una Copa de Europa en condiciones infames: empate a cero y penaltis, precisamente frente al Juventus. Esta gente perdió una Copa de Europa en condiciones no menos infames: el hundimiento de Estambul, ante el Liverpool, fue de los que dejan cicatriz. Esta gente lleva dentro la tristeza sosegada, la distancia, la incredulidad. La melancolía.

Su furia no surgió de las vísceras, sino del cerebro. Fue la reacción orgullosa de un equipo que (a diferencia del Juventus) puede soportar con tranquilidad una derrota en un encuentro de trámite, porque la vida es así, pero no en una noche de gala. Para eso ya tienen el recuerdo de Estambul. Los melancólicos de Milán siguen segundos, pero menos segundos que antes, a sólo dos puntos de los mastines de Capello. Habrá que ver ahora cómo supera el Juventus sus propias inseguridades.

El resto de la jornada deparó lo habitual: las estrecheces del Inter, el gol de Toni, las miserias del Parma. Y algo más: el retorno de un treintañero mileurista. Damiano Tommasi, 31 años, veronés, de oficio peón de brega en el centro del campo, llegó al Roma en 1996 y vivió el fracaso con Bianchi, la mediocridad con Mazzone, el furor con Zeman y el triunfo, el scudetto de 2001, con Capello. En la pretemporada de 2004, con el efímero Prandelli, se reventó una rodilla y los médicos pronosticaron que ya no volvería. Unos meses más tarde, además, expiraba su contrato. Tommasi hizo lo propio de un melancólico orgulloso: como ni siquiera él estaba convencido de poder recuperarse, se ofreció a renovar por el salario mínimo de la Liga Profesional, 1.500 euros mensuales. ¿Cómo podían negarse los propietarios del Roma?

Con ese sueldo fue al fisioterapeuta, al gimnasio, al entrenamiento. Y con ese sueldo reapareció ayer, después de 15 meses de cojera y salario mínimo, en la segunda parte de un encuentro que el Roma estaba empatando. Tommasi no hizo gran cosa, salvo un par de faltas feas y alguna carrera alocada, pero el Roma ganó. Y el mileurista, vencedor en una apuesta personal, se marchó muy feliz a casa.

sábado, octubre 29, 2005

ALBERTO ORMAETXEA. 'IN MEMORIAM' por Alfredo Relaño

El fútbol da también tipos así, discretos, sin ganas de llamar la atención, sin otro interés que hacer bien su oficio. Pasan por este juego dejando su buena huella y luego se van con la discreción con que llegaron. Les hacemos menos caso que a esos otros que saben llamar la atención, o que la llaman sin querer, porque tienen ese algo que les hace más a los ojos de los demás. Ahora que ha muerto Ormaetxea me asalta esa reflexión. Dos ligas con la Real, toda una proeza, y luego el olvido. Compárenlo con el jugo que Clemente supo sacar a las dos ligas que ganó con el Athletic. Cosas del fútbol, de la vida y de nosotros, los medios.

Dos ligas con la Real, decía, precedidas de otra que se escapó por los pelos por culpa de una derrota, la única de toda la Liga, en el campo del Sevilla, con dos goles de Bertoni. Jugaba bien aquella Real, que empezaba en Arconada y terminaba en López Ufarte, Le petit diable, le apodaron los franceses tras sus exhibiciones como juvenil en el Torneo de Mónaco. Buenos viejos tiempos en el estadio de Atocha, cuyo carácter entrañable no olvidará nadie que haya estado allí, con los txistus tocando el Txuri Urdin, con Alonso metiendo la pierna fuerte, Zamora conduciendo el juego, Satrústegui marcando los goles. Entusiasmo general.

Fue una buena camada de futbolistas y Ormaetxea la gestionó bien. No se daba importancia, era un tipo al estilo de Del Bosque, consciente de que el fútbol es de los futbolistas y de que el trabajo del entrenador se reduce a provocar y conservar las condiciones en las que cada uno de ellos pueda volcar lo mejor de su talento. En aquella Real había buenos jugadores, sí, pero además todos encontraron el sitio y el ambiente necesarios para expresar lo que llevaban dentro. Esa fue la obra de Ormaetxea. Luego no supo capitalizar su éxito, por su forma de ser. Pero el recuerdo de aquello es imborrable.

viernes, octubre 28, 2005

FÚTBOL, LA GUERRA O LA FIESTA (2/6) por Eduardo Galeano

El barón Pierre de Coubertin, fundador de las olimpíadas modernas, había advertido: "El deporte puede ser usado para la paz o para la guerra".

Al servicio de la guerra mundial que estaban incubando, Hitler y Mussolini manipularon el fútbol. En los estadios, los jugadores de Alemania y de Italia saludaban con la palma de la mano extendida a lo alto. "Vencer o morir", mandaba Mussolini, y por las dudas la escuadra italiana no tuvo más remedio que ganar las Copas del Mundo en 1934 y en 1938.

"Ganar un partido internacional es más importante, para la gente, que capturar una ciudad", decía Goebbels, pero la selección alemana, que lucía la cruz esvástica al pecho, no tuvo suerte. La guerra de conquista vino poco después; y el delirio de la pureza racial implicó también la purificación del fútbol: trescientos jugadores judíos fueron borrados del mapa. Muchos de ellos murieron en los campos alemanes de concentración.

Años después, en América latina, las dictaduras militares también usaron el fútbol, al servicio de la guerra contra sus propios países y sus peligrosos pueblos. En el Mundial del '70, la dictadura brasileña hizo suya la victoria de la selección de Pelé: "Ya nadie para a este país", proclamaba la publicidad oficial. En el Mundial del '78, en un estadio que quedaba a pocos pasos del Auschwitz argentino, la dictadura argentina celebró "su" triunfo, del brazo del infaltable Henry Kissinger, mientras sus aviones arrojaban a los prisioneros vivos al fondo de la mar. Y en el '80, la dictadura uruguaya se apoderó de la victoria local en el llamado "Mundialito", un torneo entre campeones mundiales, aunque fue entonces cuando la multitud se atrevió a gritar, por primera vez, después de siete años de silencio obligatorio. Rugieron las tribunas: "Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar..."

Eduardo Galeano, escritor uruguayo

martes, octubre 25, 2005

EL EQUIPO DEL BARRIO

La cabeza de la clasificación de la Serie A suele ser tan previsible como una ensalada ilustrada: Juventus, Milan e Inter, rey, caballo y sota del calcio, como casi siempre. Justo detrás, Fiorentina: era de esperar, dado que los nuevos propietarios, los De la Valle, no querían revivir las angustias del curso pasado y contrataron a un ariete estupendo (Toni), a un buen técnico (Prandelli) y a unos cuantos gregarios finos. Lo insólito es lo que viene luego. En el pelotón de los aspirantes a arañar una competición europea está el Chievo, uno de los más curiosos fenómenos futbolísticos de este hemisferio.

Chievo no es una ciudad. Es un barrio periférico de Verona, una urbe mediana del noreste italiano. Para entendernos, hablamos de 2.500 habitantes en un área unas 20 veces más pequeña que Getafe y 100 veces menos divertida. La gente va a Verona por el lago Como, por los espectáculos de la Arena o para enternecerse con la tragedia de Romeo y Julieta. No se conocen corrientes turísticas hacia el estadio del Chievo, que, sin embargo, está casi al lado de la estación de ferrocarril. El Chievo es un prodigio surgido de cuatro calles y del entusiasmo de un sacerdote. Y, aunque su historia arranca de lejos, seguía siendo un club de aficionados cuando, en 1982, Italia ganó su última Copa del Mundo.

La primera imagen del Chievo es de 1929: unos cuantos entusiastas del barrio disputan el primer partido de fútbol en un campo que no es una pradera, sino un descampado lleno de arbustos, con el centro del terreno marcado por unos matorrales de singular altura. La segunda imagen, de 1931, corresponde al primer encuentro oficial. Uno de los jugadores del Chievo luce una redecilla en la cabeza con el fin de no estropearse el peinado.

Las demás secuencias son igualmente modestas. En 1948 las penurias económicas son tan grandes que tiene que cambiar los colores tradicionales, blanco y celeste, por el azul y el amarillo de unas camisetas que le salen gratis. En 1950 juega tan mal que en un encuentro con el Bardolino opta por retirarse del campo después de recibir el séptimo gol para no prolongar la humillación del puñado de seguidores.

Pero en 1958 el párroco, Silvio Venturi, logra que la diócesis preste fondos al club para crear un campo por fin llano y sin matojos, construido enteramente por gente del barrio. Se establece además una sede oficial en el bar La Pantalona. El cura Venturi marca un antes y un después. En 1966, el campo es destruido por el desbordamiento del río Adige, pero los vecinos lo arreglan en un par de meses. En 1975 se alcanza un éxito sin precedentes y el Chievo asciende a Primera Regional.

En 1990 el Chievo sube a Tercera División. En 1994, a Segunda. En 2000 llega al barrio un entrenador de la zona llamado Luigi del Neri y en el último partido de la temporada, contra la Salernitana, conquista una plaza en la Serie A, la cúspide del calcio.

Del Neri, ahora en el Palermo, ha hecho carrera desde entonces. El presente entrenador se llama Giuseppe Pillon, que en septiembre definió su proyecto con una sola frase: "Suframos lo menos posible". El equipo del barrio tiene a veteranos como Lorenzo d'Anna, de 33 años y diez en el equipo, y a muchachos como el nigeriano Obinna. Los dos marcaron ayer para vencer al Cagliari (2-1) y aupar al Chievo hasta la mejor posición de su historia. Fue un partido infumable, malísimo, sobre todo en la primera parte; si la plantilla hubiera sido la de 1950, quizá no habría saltado al césped tras el descanso para no seguir aburriendo a la hinchada. El caso es que el Chievo ganó y lleva cuatro jornadas invicto.

Lo normal es pensar que no durará. Pero lo mismo se pensó cinco años atrás, cuando un pobre equipo de barriada se coló en la élite. Y ahí sigue el Chievo.

sábado, octubre 22, 2005

MANDÍBULAS DE ROTTWEILER

El presidente de la Juventus, Franzo Grande Stevens, cree que el carácter del equipo tiene raíces históricas. El pequeño Piamonte, un reino belicoso e irreductible, se mantuvo independiente durante siglos y en el XIX encabezó la lucha contra los austriacos y la conquista del resto de Italia, unificada en 1870 bajo la corona de los Savoya de Turín. "Los piamonteses", dice, "dependían de su ejército, de ahí su disciplina, su sentido del ahorro, su sobriedad y su tenacidad, virtudes que permanecen y permean todas las instituciones locales, Juventus incluida". Esa tradición, más Fabio Capello, más la mejor plantilla en bastantes años, componen un rival temible.

La Vieja Señora del calcio blindada en la defensa, agobiante en el centro del campo, especuladora y avara se ha convertido en la reina del Campeonato, lidera con holgura la clasificación italiana y recuerda muchísimo a aquel Milan de 1994 que, entrenado por Capello, ganó el scudetto con sólo 15 goles en contra. Aquel Milan, después de racanear en todas las eliminatorias de la Copa de Europa, destrozó en la final (4-0) al Barcelona y acabó con la era del dream team de Johan Cruyff.

La clave de aquel Milan era un medio centro de contención, un antiguo central reciclado llamado Dessailly. La clave de esta Juventus es otro medio centro, Emerson, que hace mucho más que contener. Junto a Emerson, que Capello se llevó a Turín desde Roma pese a las ofertas del Madrid, Patrick Vieira, que vuelve al calcio después de hacerse un hombre y un líder en el Arsenal londinense, y sobre todo Ibrahimovic, el gigante serbo-sueco que desde su llegada ha fascinado a los italianos. Capello siempre consigue que le fichen lo que quiere y aceptó trabajar para el equipo de la familia Agnelli con la condición de que a sus órdenes estuvieran Emerson e Ibrahimovic. Ambos han funcionado a la perfección. No tuvo que exigir un portero porque ya lo tenía: Buffon, uno de los mejores del mundo, el hombre por el que La Vieja Señora hizo una locura -pagó por él 54 millones de euros- sin tener que arrepentirse jamás. Y disponía también del checo Nedved, el balón de oro en 2003, que, tras meses de baja forma, ha recuperado su habitual carga eléctrica.

Justo antes de comenzar la pasada temporada, Capello completó su jugada con Cannavaro. El central napolitano le salía muy caro al Inter y Roberto Mancini, que le suponía casi acabado, aceptó las presiones de la directiva y lo puso en venta. La Juventus no se lo pensó dos veces. Se quedó con Cannavaro, que disfruta ahora de una espléndida segunda juventud: no es muy alto, ni muy rápido, ni muy técnico, pero sabe dónde debe estar y dónde están los demás. Es decir, juega al fútbol.

El resto son milagros de Capello, prodigios que no pueden deberse solamente al talento y al olfato y en los que por fuerza intervienen los lavados de cerebro y la flor de todos los buenos técnicos. Porque Camoranesi es lo que es, un jugador mediano, y, sin embargo, combinado con Zebina, otra importación romana del professore Fabio, impone una barbaridad en la banda derecha. El uruguayo Zalayeta, tan lento y tímido antes, es ahora un perfecto tercer delantero, en rotación constante con Del Piero. Y Zambrotta, un carrilero de toda la vida, parece convencido de ser el nuevo Maldini.

Lo más llamativo, con todo, es la rabia colectiva de esta Juventus con mandíbulas de perro rottweiler: muerde al adversario desde el primer minuto y no lo suelta hasta que vuelve a la ducha. Pelea, persigue, insiste, aburre y gana. En la Liga no ha perdido un solo partido. La Vieja Señora sigue de un humor terrible esta temporada.

viernes, octubre 21, 2005

FÚTBOL, LA GUERRA O LA FIESTA (1/6) por Eduardo Galeano

Hace poco murió el hombre más viejo de Inglaterra. La vida de Bertie Felstead había atravesado tres siglos: nació en el siglo diecinueve, vivió en el veinte, murió en el veintiuno.

Él era el único sobreviviente de un célebre partido de fútbol, que se jugó en la Navidad de 1915. Jugaron ese partido los soldados británicos y los soldados alemanes. Una pelota apareció, venida no se sabe de dónde, y se echó a rodar no se sabe cómo, entre las trincheras. Entonces el campo de batalla se convirtió en campo de juego, los enemigos arrojaron al aire sus armas y saltaron a disputar la pelota, todos contra todos y todos con todos.

Mucho no duró la magia. A los gritos, los oficiales recordaron a los soldados que estaban allí para matar y morir. Pasada la tregua futbolera, volvió la carnicería. Pero la pelota había abierto un fugaz espacio de encuentro entre esos hombres obligados a odiarse.

Eduardo Galeano, escritor uruguayo

lunes, octubre 17, 2005

EL CABALLERO Y LA DAMA

Hace dos años, cuando ya llevaba ocho en el Juventus, Alessandro del Piero renovó su contrato por cinco más. El futbolista tenía 28, vivía su mejor momento y obtuvo muy buenas condiciones económicas: 5,6 millones de euros por temporada más 2,3 por sus derechos de imagen. Ale estaba tan contento que pagó una página de publicidad en La Gazzetta dello Sport para anunciar personalmente la noticia de su unión vitalicia con la Vieja Señora del calcio. El titular del anuncio era gracioso: "Un caballero no abandona nunca a una dama".

El caballero Del Piero debió de pensar bastante en esa frase cuando, unos meses después, la dama en cuestión, convertida en una Rottenmeier con las facciones tremendas de Fabio Capello, empezó a darle leña. La llegada de Capello supuso para la Juve un retorno a los principios básicos de una sociedad metalúrgica -pertenece desde hace medio siglo a los Agnelli de la Fiat-, hosca y exigente. Del Piero era el futbolista mejor pagado, pero a Capello le pareció irregular. Y era cierto. Entre el caballero y el recién llegado Ibrahimovic la elección resultaba clara. Y Del Piero, desorientado y fallón, empezó a conocer de cerca el banquillo.

Capello fue un futbolista bastante malo desde el punto de vista técnico. No era de los que acarician el balón, sino de los que lo pisan, lo retuercen y, si es necesario, lo muerden. Pero tenía una voluntad de hierro y una mente despierta que le permitía captar las claves de cada partido. La voluntad y el conocimiento del fútbol, junto a un carácter de mil demonios y una ambición desmedida, le han permitido ser un entrenador de gran éxito.

Maneja la plantilla como un dictador y somete a cada futbolista a algo muy parecido a la tortura psicológica. Presiona, exige, amenaza, machaca y castiga hasta ser dueño de cuerpos y almas. Exprime a los jugadores hasta agotarles. A cambio, ofrece resultados. El día que Capello abandona un club se oye en el vestuario un gran suspiro de alivio.

Lo curioso es que, con el tiempo, sus víctimas suelen echarle en falta. Totti, Cassano y demás artistas del Roma brindaron cuando el tirano se largó por sorpresa a Turín. Un año después reconocían que nadie les había comprendido como Capello. Cassano no levantó cabeza desde que se fue y hoy, peleado con los propietarios del Roma y con casi todo el mundo, apartado del equipo y de la selección italiana, no sabe ya qué hacer para que le fiche el Juventus y reencontrarse con Capello. Puede ser un síndrome masoquista al estilo de Portero de noche. También puede ser que Capello entienda como nadie las flaquezas de los jugadores creativos.

Alessandro del Piero vivió desde el banquillo el título de Liga del curso pasado y esta temporada -ya siete victorias consecutivas- empezó igual. El Juventus funcionaba muy bien sin él. La exclusión, en su caso, resultaba especialmente dolorosa porque le alejaba de participar en el Mundial de 2006, el último de su carrera. El seleccionador, Marcello Lipi, que dirigió al equipo turinés en los días de mayor gloria de Del Piero, dijo la semana pasada que quien no jugara todas las semanas no podría ir a Alemania. Para Ale sólo parecía quedar una salida: buscarse un nuevo equipo en enero, tal vez en Inglaterra, y hacer valer ahí sus credenciales.

Había otra opción, casi imposible: reconquistar a la Vieja Señora. El sábado, Capello dio descanso a Trezeguet y sacó al campo a Del Piero. El Juventus jugó muy mal, pero Del Piero jugó muy bien e hizo algo extraordinario: robó el balón en el centro del campo, dribló a un par de contrarios, se metió en el área y marcó.

Capello sonrió en la banda e hizo otra muesca en su látigo: tras dos años de tortura, Del Piero era al fin suyo.