lunes, octubre 19, 2009

LOS OSCUROS por Enric González

Al cronista, gracias por todo.


Luciano Ligabue, un polifacético artista italiano, dedicó un himno, Una vita da mediano, al futbolista que se quema los pulmones en la misión más oscura: cortar balones, darlos pronto, ser generoso, "siempre ahí, ahí en el medio, mientras te quede algo estás ahí". El calcio no está hecho para mediocentros imperiales, sino para medianos. El nombre lo dice todo.

Entre los grandes profesionales de la oscuridad costaría encontrar a alguien más sacrificado que Beppe Baresi. Tuvo que sospechar algo el día que acudió con su hermano, ambos chavalines, a hacer una prueba en el Inter. No hay una institución futbolística con peor ojo clínico que el Inter. Y ese día eligió quedarse con Beppe. Al hermano pequeño, Franco, no se le vio virtud alguna. Franco Baresi lo intentó con el otro equipo de la ciudad, el Milan, y el resto es conocido.

Los dos Baresi tuvieron carreras largas y, en cierto sentido, comparables. Beppe jugó 559 partidos de Liga; Franco, 532. Beppe marcó 13 goles; Franco, 16. Pero todo el mundo recuerda a Franco Baresi, el jefe de la defensa del mejor Milan de la historia, mientras sólo los interistas y unos cuantos eruditos pueden evocar la estampa de Beppe, un mediano tan esforzado y tan modesto que no idolatraba a Maradona o Platini, ni siquiera a su hermano Franco, sino a Oriali, su antecesor en la medianía interista. Por precisar, Oriali fue el tipo para quien Ligabue compuso Una vita da mediano.

No hace falta jugar de mediano para llevar una vida de futbolista mediano. Georg Schwarzenbeck, central del Bayern y de la selección alemana, autor de aquel gol terrible que en 1974 privó al Atlético del máximo trofeo europeo, no era especialmente talentoso, pero hubo pocos defensas más eficaces en su tiempo. Beckenbauer le eligió como guardaespaldas sobre el césped y eso le obligó a pasar por un tipo feo, tosco, brutal y sin ideas. Lo aceptó tranquilamente. Había sido impresor en su juventud (ahora tiene una papelería) y utilizaba un símil del oficio: "Beckenbauer podía haber trabajado toda la jornada en una imprenta sin mancharse los dedos de tinta; a mí, en cambio, me bastaba mirar la rotativa para pringarme".

Incluso los futbolistas más brillantes pueden acabar languideciendo en la oscuridad típica del mediano. ¿Recuerdan a Piet Keizer? Un genio de la banda izquierda, quizá sólo superado por George Best. Keizer fue la estrella del primer gran Ajax, el equipo que surgió de una Liga provinciana para asombrar al mundo. Junto a Cruyff compuso un dúo sensacional. Era vago e intermitente: le bastaban unos cuantos minutos para crear unas cuantas maravillas y unos cuantos goles. También era modesto. Acabó peleado con Cruyff y eso facilitó el sonado traspaso del holandés volador al Barcelona. Cuando le llegó el momento de brillar en solitario, Keizer se dio cuenta de que ya era viejo. Y se retiró sin añoranzas. Para la gran historia queda sólo Johan Cruyff.

Debe de ser fatal sufrir la oscuridad de la medianía sin tener carácter de mediano y trabajando además en un lugar tan visible como la portería. Algo así le ocurre a Víctor Valdés. Hay pocos guardametas tan precisos en la salida y tan adecuados para el fútbol moderno. Para su mal, Valdés ha coincidido en el tiempo con Casillas, un tipo de agilidad sobrehumana y facilidad para los milagros. Es posible que Valdés nunca llegue a debutar con la selección española. Y, sin embargo, entre un portero que atrae sus defensas hacia el área, como Casillas, y uno que los empuja hacia delante, como Valdés, habría mucho que discutir.

En fin, este cronista lleva unos cuantos años, seis o siete, escribiendo regularmente en las páginas de Deportes. Pese a ello, han seguido siendo, en general, las páginas mejor escritas del periódico. Ha sido un honor firmar junto a los mejores profesionales del género, pero no conviene abusar. El cronista se toma una pausa, más o menos larga. Gracias por la paciencia. Hasta luego.

lunes, octubre 05, 2009

UNA TEORÍA SOBRE MOURINHO por Enric González

Marinus Michels es, se supone, la unidad de medida. Hay muchos otros grandes técnicos, y algunos de ellos han ganado más trofeos que Michels. Pero el viejo tacaño holandés, el hombre a quien nunca vio jamás la billetera, fue elegido el mejor entrenador del siglo XX por la FIFA, y eso es algo. Hacia finales de los 60, al frente del Ajax, Michels estableció el canon del fútbol moderno, y eso es mucho.

Michels no fue un futbolista excelso, sino un delantero obstinado y peleón. En la posguerra holandesa no existía el fútbol profesional, y el Ajax, su equipo, era una peña de aficionados. ¿Tiene importancia la experiencia como jugador? A juzgar por Maradona, no. Algunos grandes entrenadores han sido grandes futbolistas, y ahí están Cruyff o Guardiola. Otros, como Arrigo Sacchi, no tocaron un balón antes de sentarse en el banquillo. Suele sospecharse que quienes no jugaron o fueron futbolistas muy mediocres (el citado Sacchi o Benítez) tienden al pizarreo, al hipercontrol táctico y al resultadismo; Wenger, que fue un futbolista discretísimo, desmiente la sospecha.

Michels era de carácter autoritario. También lo fueron o lo son Ferguson, Beckenbauer o Lattek, y, a su manera, Cruyff. Michels era pragmático y consideraba que en el fútbol hay que enfangarse cuando conviene: "El fútbol profesional se parece a una guerra: quien se comporta con demasiada limpieza está perdido".

Michels prestaba una gran atención a la cantera y a la gestión de la plantilla. Pensaba que era importante equilibrar fuerza y técnica en el equipo, defensa y ataque, pero le daba la misma importancia a las cuestiones psicológicas. En ese aspecto, era casi tan eficaz como Helenio Herrera, que inventaba tormentas para que descargaran sobre él y no hubiera presión sobre los futbolistas, o, a su manera brutal, Fabio Capello.

Durante mucho tiempo, pensé que José Mourinho reunía las características que definen a un gran técnico: carácter, pragmatismo, capacidad para la gestión técnica y humana. Mourinho empezó a estudiar fútbol desde niño: su padre fue un buen portero y luego, cuando empezó a entrenar, tuvo a su lado al pequeño José; su tío fue presidente del Vitoria de Setúbal, y José pudo aprender de él los aspectos políticos y económicos del fútbol. Luego trabajó como ayudante de Robson, que no era un mal maestro, en el Sporting de Lisboa, el Oporto y el Barcelona, donde tuvo también ocasión de familiarizarse con Van Gaal y su libreta.

Cuando se estableció por su cuenta, obtuvo éxitos grandiosos con el Oporto y ganó dos veces la Liga inglesa con el Chelsea. Ahora es campeón de la Liga italiana con el Inter. Se trata de un historial más que respetable.

Dicen que es resultadista, pero también lo dicen de Fabio Capello, un tipo que al menos una vez, en una final de la Liga de Campeones ganada 4-0 al dream team de Cruyff, demostró ser algo más que eso. Todos los grandes técnicos han creado fútbol brillante, del que no se olvida. Mourinho, no. Aunque dirigió un gran Oporto y un Chelsea solvente, su fútbol nunca ha dejado poso en la memoria. Es el único entre los supuestamente grandes técnicos de hoy (gana nueve millones anuales en el Inter) que no lo ha conseguido.

Ahora creo que a Mourinho le falta algo esencial. Mi teoría es que lo sabe todo sobre el fútbol, pero no sabe que es un juego. Y, por tanto, no sabe disfrutarlo