sábado, mayo 31, 2008

EL BALÓN Y LA BANDERA por Enric González

A una semana de comenzar la Euro 2008 el suplemento cultural de El País, Babelia, se dedica al fútbol. Enric González abre el fuego. Lo celebramos.






La industrialización acelerada del siglo XIX legó al siglo XX dos fenómenos de masas curiosamente hermanados: el marxismo y el fútbol. Ambos nacieron de la inmigración urbana, de la crisis divina y, en definitiva, de la alienación del nuevo proletariado. El marxismo propuso como soluciones la socialización de los medios de producción y la hegemonía de la clase obrera. El fútbol propuso un balón, once jugadores y una bandera. A estas alturas, no cabe duda sobre cuál era la oferta más atractiva.

Lo esencial en el éxito del fútbol no es el balón, ni el jugador, sino la bandera: un factor de identificación pública estrictamente irracional. Conviene aclarar este punto. Antes de que las masas quedaran huérfanas, el deporte se basaba en el héroe. El gran deportista, modelo de virtudes, encarnaba las aspiraciones colectivas. En la Europa continental, esto fue así hasta bien entrado el siglo XX.

Resulta significativo que los dos diarios deportivos más antiguos de Europa, La Gazzetta dello Sport (1896) y El Mundo Deportivo (1906), nacieran para informar sobre ciclismo. La reina de los sueños pobres era la bicicleta. El héroe era un tipo flaco que pedaleaba, encorvado sobre el manillar, dejándose el culo y los pulmones en cuestas sin asfaltar. Pero al ciclismo, tan rico en metáfora literaria, le faltaba metáfora social. La época no era de individuos, sino de masas. Y el ciclismo no conseguía expresar ciertas claves totémicas: el clan, el templo, la guerra, la eternidad. Todo eso, en cambio, lo tenía el fútbol.

El fútbol se basa en el clan (los hinchas del club), el templo (el estadio), la guerra (el enemigo es el club del otro barrio, o la otra ciudad, o el otro país) y la eternidad (una camiseta y una bandera cuya tradición, supuestamente gloriosa, heredan sucesivas generaciones). Con el fútbol, uno nunca está solo. Liverpool, la ciudad con más talento para la música popular contemporánea, demostró buen ojo al elegir como himno de uno de sus dos equipos una vieja canción, cursi e insustancial, que llevaba, sin embargo, ese título: You'll never walk alone. Nunca caminarás solo. El secreto del fútbol está ahí.

La cultura, como siempre, aparece después. Primero son las cosas, y después su explicación. El fenómeno futbolístico careció durante muchas décadas de una proyección cultural propia. Recuérdese la Oda a Platko de Rafael Alberti, dedicada en 1928 a un portero húngaro del Barcelona: "Tú, llave, Platko, tú, llave rota, llave áurea caída ante el pórtico áureo". O Los jugadores (1923), de Pablo Neruda: "Juegan, juegan, agachados, arrugados, decrépitos". Puro homenaje al héroe. Cultura deportiva, pero aún no futbolística.

Pese a algunas excepciones, como la de Albert Camus, tuvo que entrar en crisis el hermano-enemigo del fútbol, el marxismo, para que la izquierda se atreviera a abordar la espinosa cuestión del balón y la bandera. Ocurrió hacia los años sesenta y setenta del siglo pasado. Mientras la intelectualidad conservadora, de tradición elitista, seguía despreciando el fútbol ("el fútbol es popular porque la estupidez es popular", Jorge Luis Borges) como lo había hecho Rudyard Kipling ("los embarrados idiotas que lo juegan"), ciertos escritores progresistas osaron reconocer, de forma cada vez más abierta, su pertenencia a la inmensa secta futbolística. Algunos, aún cautelosos por las incompatibilidades teóricas entre la racionalidad marxista y la irracionalidad del nuevo "opio del pueblo" ("una religión en busca de un dios", Manuel Vázquez Montalbán); otros, sin el menor empacho escolástico.

La auténtica literatura futbolística, como otros descaros, surgió de la prensa. En España, con las columnas del ya citado Vázquez Montalbán o de Julián Marías. En Italia, con las crónicas de Gianni Brera. En Uruguay y luego en diferentes exilios, con Eduardo Galeano. Quizá los más brillantes periodistas de fútbol, los que generaron una cultura literaria que hoy se da ya por supuesta, fueron tres argentinos: Alberto Fontanarrosa, Osvaldo Soriano y Juan Sasturain. Los cuentos de Fontanarrosa, como Lo que se dice un ídolo, Qué lástima, Cattamarancio, El monito o 19 de diciembre de 1971 (más conocido como El viejo Casale) constituyen la mejor plasmación artística de un fenómeno, el fútbol, que abarca mucho más que estadios, resultados y virtuosismos técnicos. La actual literatura futbolística ya no tiene que andarse con explicaciones y asume su esencia mística: véase Fiebre en las gradas, de Nick Hornby.

Las páginas de fútbol de los periódicos disponen ahora de espléndidos cronistas, y los más reputados escritores acuden a ellas como invitados. El fútbol no sólo posee una cultura propia: es cultura. Por encima del gigantismo económico (la Primera División española gastó el año pasado 525 millones de euros en fichajes), de las audiencias multitudinarias, de la corrupción y el disparate; por encima incluso de ídolos supremos como Maradona, nuestra historia, individual y colectiva, no puede explicarse sin el fútbol.

domingo, mayo 25, 2008

LA NOCHE DEL NEGRO JEFE por Enric González

Enric González publica en su sección 'Un asunto marginal' de los domingos en El País un artículo sobre el mítico jugador uruguayo Obdulio Varela y aquel maravilloso episodio del maracanazo. En este blog ya se han recogido numerosas entradas sobre el cataclismo brasileño del campeonato del mundo Brasil 1950. Aunque todo se haya contado y sea sabido, los trazos de la vida de Varela son magníficos.


No volverá a jugarse un partido como el maracanazo, ni existen ya hombres como el Negro Jefe. Se ha escrito mucho sobre aquel día, 16 de julio de 1950, la fecha del fin del mundo, y sobre la hazaña del Negro. Lo realmente épico, sin embargo, fue la noche. El Negro salió a beber, aquella noche. Entre una cosa y otra, la noche del Negro Jefe duró 46 años, y terminó con su muerte, el 2 de agosto de 1996.

Recapitulemos, aunque todo sea ya muy conocido.

Obdulio Jacinto Muiños Varela nació mulato, pobre y asmático en Curva de Industrias (Montevideo) el 20 de septiembre de 1917. Sus padres se separaron y él, como sus hermanos, tuvo que buscarse la vida. Fue limpiabotas y vendedor a domicilio. Empezó a jugar al fútbol, aunque no era muy bueno: ni muy rápido ni muy técnico. Pronto se vio que lo suyo era otra cosa. Lo suyo era el carácter. Los compañeros le obedecían y los rivales le respetaban. Cuando llegó al Wanderers de Montevideo, en 1937, ya era el Negro Jefe, el medio centro, o centrojás (por centre-half), más prestigioso del país.

Nunca perdía los nervios y sabía lo que vale un gesto. Cuando ya estaba en Peñarol, durante un partido contra Nacional, su compañero Montaño recibió una patada salvaje y el árbitro pitó una simple falta. El Negro Jefe cogió el balón y se acercó al árbitro: "Señor juez", dijo, "si alguno de mis futbolistas llega a dar una patada como la que aquel señor acaba de dar, le ruego que lo expulse, porque en mi equipo un jugador que pega así no merece seguir en la cancha".
Peñarol fue uno de los primeros equipos en lucir publicidad en la camiseta. La llevaban todos, menos el Negro Jefe, que se negó. En 1945, tras una victoria de Peñarol sobre el River Plate argentino, los directivos decidieron premiar a todos los jugadores con 250 pesos, y con 500 al Negro Jefe. Que no estuvo de acuerdo: "Yo jugué como todos; si ustedes creen que merecí 500 pesos, son 500 para todos; si ellos merecieron 250, yo también". Y fueron 500 para todos.

Los directivos le odiaban. El sentimiento era recíproco.

Y llegó el maracanazo: la final del Mundial de 1950, Brasil-Uruguay, en el nuevo estadio de Maracaná, con 198.000 entradas vendidas. El torneo se disputó como liguilla, sin eliminatorias, y a Brasil, la mejor selección del momento, le bastaba un empate para alzar el trofeo. A Uruguay se le reservaba el papel de víctima noble, y los propios dirigentes uruguayos asumían ese destino. La arenga en el vestuario fue deprimente: "Con llegar a la final ya han cumplido, traten de no comerse seis goles y jueguen con guante blanco". Mientras recorrían el pasillo entre el vestuario y la cancha, con casi 200.000 voces brasileñas atronando el estadio, el Negro Jefe hizo un discurso distinto: "No piensen en toda esa gente, no miren para arriba, el partido se juega abajo, y si ganamos no va a pasar nada, nunca pasa nada".

Brasil marcó, en el minuto 2 de la segunda parte. Entonces el Negro Jefe tomó el balón bajo el brazo y se dirigió al árbitro inglés para reclamar, con todo respeto, un fuera de juego. El árbitro no le entendió y hubo que llamar a un intérprete. Pasaron varios minutos. El Negro Jefe sabía lo que hacía: ganar tiempo, calmar el ambiente, iniciar una guerra de nervios.

En cuanto se reanudó el juego, el Negro Jefe sólo dijo una palabra a sus compañeros: "Seguidme". En el minuto 17, el uruguayo Schiaffino empató el partido. Y a falta de 10 minutos, el Negro Jefe dio el balón a Ghiggia y éste marcó el 2-1. Fue el fin del mundo. No hubo ni ceremonia final, ni música, ni entrega de trofeos. El Negro Jefe tuvo que arrebatarle la copa de las manos a un desorientado Jules Rimet, presidente de la FIFA. Brasil entero lloraba.

La selección brasileña no jugó otro partido en dos años. Y no volvió a lucir el color blanco que vestía hasta el maracanazo.

En esa noche amarga de Brasil, el Negro Jefe se negó a celebrar la victoria con sus compañeros. Se marchó a recorrer bares, triste por los vencidos. Acabó bebiendo y consolándose con varios aficionados brasileños. Al día siguiente no quiso fotos, ni compartir festejos con los federativos. No sentía ningún ardor patriótico. ¿La explicación? "Mi patria es la gente que sufre". Le dieron un dinero y compró un coche viejo, de 1931; se lo robaron a la semana siguiente.

Se retiró en 1955 para vivir en la pobreza con su mujer, y siguió rumiando, como si la noche del maracanazo fuera infinita, su desprecio por los dirigentes y su compasión por los brasileños. "Ganamos porque ganamos, nada más", afirmó, muchos años más tarde. "Nos llenaron de pelotazos, fue un disparate. Jugamos cien veces, y sólo ganamos ésa". Los más grandes escritores de fútbol, Fontanarrosa, Soriano, Galeano, publicaron obras sobre el Negro Jefe.

Obdulio Varela, el Negro Jefe, murió en 1996, meses después de morir su mujer. Sus botas de Maracaná y su camiseta, con el número 5, se guardan en la Federación Uruguaya. Al final, hasta eso se quedaron los dirigentes. -

Obdulio Varela, el reposo del centrojás, en Artistas, locos y criminales, de Osvaldo Soriano. Bruguera, 1983.

sábado, mayo 17, 2008

EL PEOR AÑO DE PEP GUARDIOLA por David Trueba

Una mirada atrás recordando uno de los años fatídicos de Guardiola, hoy en boca de muchos por llegar al banquillo del Barça. Como ya sabrán quienes hayan seguido mínimamente este blog, Guardiola es una debilidad personal por su juego y por todo lo que suponía de extraordinario en el mundo de los futbolistas. Es una mirada hecha desde alguien totalmente ajeno al fútbol por lo que me ha parecido interesante.



Conocí a Pep Guardiola por azar poético. Y no es una metáfora lírica. Carga con esa maldición en el mundo del fútbol que es encontrarle placer a la lectura. No en vano hace poco leí una entrevista con un futbolista y a la pregunta "¿último libro leído?" contestaba "ninguno". Con un par. Bueno, pues Pep se sumó a unas lecturas, junto a Lluis Llach y Ariadna Gil, del poeta Miquel Martí Pol, que desde entonces lo adoptaría como lector predilecto, y allí nos conocimos. Y como siempre pasa, Pep quería hablar de libros y películas, y los literatos y peliculeros lo único que queríamos era hablar de fútbol.

La amistad instantánea consiste en conocer a alguien, charlar con él y saber inmediatamente que aquel tipo se va a convertir en imprescindible en tu vida. Eso nos pasó. Poco tiempo después Pep sufrió la más grave lesión de su carrera, esa lesión que los médicos no acertaban a definir, que le impedía golpear el balón y que le mantuvo inactivo durante un año. Año en el que muchas lenguas especularon con sus gustos sexuales, aficiones psicotrópicas, enfermedades incurables y demás patrañas, en lugar de preocuparse por si había un tío sufriendo que necesitara un gesto de apoyo.

Un futbolista que no juega es una persona infeliz. Como amigo yo traté de llenarle los ratos sociales con libros, películas, gente nueva, mientras él ocupaba los ratos privados en ensayos con su novia Cristina para fabricar a su hija que llegaría definitivamente a tres días del cambio de siglo. Pero quién me iba a decir a mí que el annus horribilis de Pep se iba a convertir en un lujo para mí. Vi sentado junto a él en la tribuna del Nou Camp, a ras de césped, algunos partidos que jugaron sus compañeros. Y entonces supe que de fútbol se podía saber, no sólo especular con teorías vacuas y fanatismos desatados, sino que tenía un lenguaje sencillo, como el de todos los oficios, pero que sólo los muy profesionales saben descodificar.

Yo escuchaba a Pep decir cosas como: "Cruyff me dijo que si me hacían faltas era culpa mía, por tener el balón demasiado rato. Hay que soltarlo antes", "El balón corre más que cualquier persona, es él quien debe correr", "Ese tipo es un 'cartero' entrega el balón después de darle la mano a su compañero, en lugar de lanzárselo", "La primera patada y el primer tiro a puerta siempre tiene que ser de tu equipo, así juegan los italianos", "Mira ese de ahí, se esconde, tus compañeros lo que necesitan es saber que estás disponible siempre", "Antes de que te pasen el balón debes saber dónde lo vas a mandar, si no está claro, mejor guárdalo, dáselo a tu portero, nunca lo regales", "Te sonará a gilipollez, pero al fútbol se juega con un balón", "Con Romario sabías que no podías contar, pero que si le ponías un buen balón él iba a meter el gol, y el gol era lo único que necesitabas de él", "Cuanto mejor es el rival y más temible el campo, mejor juegas", "El público suele aplaudir al jugador populista, que regatea inútilmente, que corre a salvar un saque de banda estúpido, que abronca a los compañeros cuando se pierde y que pide la pelota cuando se gana, esto es así", "El fútbol es el juego más sencillo del mundo, basta que tu pie obedezca a tu cabeza".

Pep no es nada profesoral, pero será un gran profesor de futbolistas. Es un producto de entrenadores adecuados en la edad adecuada, es seguidor a ultranza del equipo en el que juega, del equipo en el que soñó jugar, privilegio que le está permitido a muy pocos. Posee varias peculiaridades como futbolista que lo engrandecen: respeta a los mitos, escucha a los que saben más que él, ambiciona el partido perfecto, se reconoce pieza de un circo mediático y social incontrolable, del mismo modo que a ratos se ve como un gran impostor, es buen compañero, le divierte jugar y tiene curiosidad por todo.

Pep es como los personajes de las películas de Howard Hawks, hace las cosas en el campo no esperando que le feliciten, sino porque considera que hacerlo bien es su trabajo. Además, suele afirmar que llegará el día en que nadie sepa quién es. Yo lo dudo.

David Trueba, escritor, guionista y director de cine

domingo, mayo 11, 2008

DEL HOLOCAUSTO A LA FINAL DE MOSCÚ por John Carlin


Fantástico artículo de Carlin en El País. Reconozco que no entendí muy bien a aquel hombre, vencedor de un partido de fútbol, después de la semifinal Chelsea-Liverpool arrodillado sobre Stamford Bridge y con un brazalete de tela amarilla sobre el abrigo, o mejor dicho, entendí algo, que volvía a aparecer el victimismo judío en un momento poco adecuado o fuera de lugar. Pero no, lo único que debo decir es que todo recuerdo que tenga que ver con Auschwitz, o cualquiera de sus similares, siempre es adecuado y tiene lugar.

Y hablando de entrenadores: qué grande es Frank Rijkaard.

Meir Grant perdió su fe en Dios cuando sus padres y cinco hermanas y hermanos murieron de hambre y frío en Rusia, huyendo de los nazis, durante la Segunda Guerra Mundial. Él y otro hermano que sobrevivió enterraron a los siete con sus propias manos en la helada estepa siberiana. Meir tenía 15 años. Al finalizar la guerra, volvió a Polonia, su país natal, y de ahí emigró a Israel, donde se casó y, en 1953, tuvo un hijo al que llamó Avram en homenaje a su padre. Jamás se podría haber imaginado el abuelo Avram, mientras contemplaba la aniquilación en cámara lenta de su familia, el destino que esperaría a su nieto tocayo, el actual entrenador del Chelsea. Su equipo, que le ha hecho famoso y admirado en todo el mundo, competirá en la final de la Liga de Campeones dentro de diez días y hoy mismo disputa el campeonato inglés, en ambos casos contra el Manchester United. Ambos equipos están igualados en puntos, pero el goal average del Chelsea es muy inferior, con lo cual el Manchester sólo tiene que ganar lo que será el último partido de la temporada, contra el Wigan, para llevarse el trofeo. Pero en la Champions nadie apostaría con convicción contra el Chelsea, que derrotó al Manchester hace un par de semanas en la Liga.


Lo sorprendente del caso es que, cuando Grant sustituyó en septiembre al poco querido pero brillante José Mourinho, todo el mundo futbolero (y esta columna no se excluye) supuso que la era gloriosa del Chelsea había concluido. Grant tenía menos experiencia que Pep Guardiola como entrenador de un equipo de primera fila. Lo extraordinario del caso (y lo que da razones para pensar que el escepticismo sobre el nombramiento de Guardiola quizá no esté justificado) es que, tras sólo ocho meses en el cargo, ha logrado lo mismo esta temporada que Alex Ferguson, entrenador del Manchester, en 22.


Grant, es verdad, heredó el equipo que había creado Mourinho, pero, si se tiene en cuenta que el trabajo de un entrenador a este nivel es fundamentalmente psicológico, que consiste ante todo en mantener la motivación de sus jugadores, lo que ha logrado el israelí desde la nada (o menos de la nada porque al principio los jugadores le menospreciaban abiertamente) no tiene precedentes. Sólo había que ver la hambrienta pasión con la que el Chelsea venció al Liverpool en las semifinales de la Champions para comprender que Grant posee la fórmula mágica que distingue a los grandes entrenadores, la que el escocés Ferguson, el del inagotable deseo ganador, ha patentado.


Lo que convierte la hazaña de Grant en una clásica película de Hollywood es que el escenario de lo que podría ser el día más importante de su vida será, de todos los países posibles, Rusia. El recuerdo del horror que vivieron en ese país sus abuelos y sus tíos le pesa y continúa definiendo su vida. Por eso se arrodilló y apoyó la frente en el césped tras el pitido final del partido con el Liverpool y por eso el día siguiente viajó a Polonia a conmemorar el Día del Holocausto en Auschwitz.


Grant sólo se enteró de la tragedia familiar en la adolescencia. Su padre ya no podía seguir ocultándole la verdad porque, noche tras noche, tenía pesadillas y se despertaba gritando. Meir, que tiene 80 años, dijo en una entrevista a un diario israelí en febrero que el secreto de la vida consiste en no perder el optimismo. Su familia lo define como un hombre alegre. Su hijo, en cambio, no lo es. En público al menos, Grant es lúgubre, como si estuviera consumido por una permanente melancolía. Pero, si gana en Moscú, los gritos de su padre, esta vez de orgullo y júbilo, le convertirán en el hombre más feliz del mundo.

lunes, mayo 05, 2008

SIEMPRE CRUYFF por Ramón Besa

El día que el Real Madrid alcanzaba a lo grande su 31ª Liga se cumplían 20 años de la llegada de Cruyff al banquillo del FC Barcelona.




Alguien le recordará hoy a Johan Cruyff (Ámsterdam, 1947) que se cumplen 20 años de su fichaje como entrenador del Barça. Jamás tiró de agenda ni utilizó la memoria para las efemérides. Ni falta que le hace. El fútbol vive pendiente de Cruyff porque su legado trasciende su revolucionaria carrera como jugador, su fabuloso impacto como entrenador y su preciado ascendente como asesor. Así que normalmente se entera de los aniversarios por boca de la gente del fútbol que le evoca como un Dios. El cruyffismo es una religión que no tiene fronteras, que se expande por todas partes, especialmente manifiesta en el barcelonismo.

Aunque acaba de regresar de Estados Unidos, a Cruyff se le supone siempre en la capilla del Camp Nou, dispuesto a escuchar al director deportivo, Txiki Begiristain, y al presidente, Joan Laporta, preocupados por quién debe ser el futuro entrenador del Barça. La leyenda urbana dice que no se toma una decisión en el club sin consultar con Cruyff, y las personas más próximas a Cruyff responden que le consultan menos de lo que la gente piensa. Incluso advierten de que las reuniones que ha mantenido con los gestores azulgrana para hablar de fútbol se cuentan con los dedos de una mano.


Al parecer, no es cierto que a Cruyff le hayan preguntado si le parecería bien Mourinho. Tampoco ha bendecido a Guardiola. Y puede que Laudrup le haga tilín. Cruyff ha llegado a preguntar a personas de su máxima confianza: "¿De quién se habla como técnico para la próxima temporada?". Ya ocurrió en su día con Rijkaard. El presidente Laporta le demandó. "¿Qué te parece Rijkaard?". Y Cruyff respondió: "Un bien persona" [sic]. Ni más ni menos. Nada sale más barato que encomendarse o remitirse a Cruyff, ya sea de manera maquiavélica o reverencial, siempre protagonista de la historia del Barcelona.


A Cruyff no le importa que le pidan consejo, pero lo que le gusta de verdad es decidir. Hoy condiciona la vida sin abrir la boca. Laporta, Begiristain, Laudrup, Guardiola, se explican desde el cruyffismo. No hace falta preguntar a Cruyff sino que basta con interrogarse sobré qué haría Cruyff y proceder en consecuencia. Ocurre que no siempre se acierta, y puede que hasta a veces no se acuda a su asesoría porque se sabe que su respuesta sería la contraria a la que le interesa al interlocutor. Nadie le inquirió por ejemplo sobre Ronaldinho y, sin embargo, se supone que le habría dado puerta.


Cruyff distingue entre tres clases de entrenadores: los que ganan y pierden un partido sin saber por qué; los que ganan y pierden un partido y saben por qué; y los que ganan y pierden un partido y no sólo saben por qué sino que tienen la solución para continuar ganando o evitar seguir perdiendo. A decir de Cruyff, la vida consiste simplemente en tomar decisiones, circunstancia que explicaría el poco caso que Laporta, Begiristain y Rijkaard le han hecho las dos últimas temporadas. Un directivo sentenció esta semana: "Yo habría fichado a Cruyff como director técnico en verano y el problema del equipo le habría durado cinco minutos".


"¿A que vienes si sabes que Núñez te ficha por conveniencia?", le advirtió un futuro colaborador antes de que Cruyff firmara como técnico del Barça. "Vengo porque me necesitan para hacer lo que más me gusta, que es tomar decisiones". Hoy se cumplen justamente 20 años de la llegada del holandés al banquillo azulgrana. Acosado por el motín del Hesperia, cuando los jugadores pidieron su dimisión, el presidente Núñez pagó las deudas bancarias de Cruyff y le entregó la llave del Camp Nou. El triunfo del cruyffismo fue apoteósico y en el estadio se vivió una catarsis sin precedentes.


Cruyff pemitió la reelección de Núñez frente a la candidatura del nacionalismo catalán, auspiciada por Convergència y suscrita por una generación de cruyffistas, personajes sorprendidos por la decisión del técnico y que en su día fueron capitales para la contratación de Cruyff como jugador en 1974, fundadores algunos del Grup d'Opinió Barcelonista, escuela ideológica del futuro Elefant Blau, con Armand Carabén a la cabeza. Laporta es hijo natural de ese momento, de ese cruyffismo, de esa manera de entender el fútbol.


Los cuarentones son deudores emocionales del Cruyff futbolista, del 0-5 del Bernabéu, de un acto de afirmación barcelonista y catalanista durante la agonía del franquismo, del as volador retratado en aquel escorzo que significó el gol imposible ante Reina. Cruyff convirtió en campeón a un equipo tan excelente como acomplejado e invitó a la gent blaugrana a un desafío futbolístico para combatir el miedo. Tuvo el don de la oportunidad como jugador y como entrenador porque acabó con el victimismo y convirtió a su equipo en una referencia del fútbol.


El dream team jamás morirá porque como anunció Vázquez Montalbán "el público asocia a Cruyff a una edad de oro que a veces no lo fue, pero que consta como tal en el imaginario colectivo. Cruyff dejó una memoria dorada de jugador excepcional y volvió para instalar su estilo poético de juego". Y precisó Santiago Segurola en este diario: "Lo hizo todo con inteligencia, estilo y precisión. A Cruyff se le puede explicar desde la belleza del juego que practicó su equipo, desde tal o cual éxito, desde la fascinación que provocó en todo el fútbol, desde cualquier ángulo, porque volvemos al principio: Cruyff lo impregna todo".


Protagonista de momentos memorables, la obra capital del dream team, el encuentro que funciona como compendio de las virtudes de aquel equipo fue el que le enfrentó al Dinamo de Kiev en septiembre de 1993 y que acabó 4-1. El Barça remató una vez a portería cada tres minutos y alcanzó una actuación perfecta desde el punto de vista coral. Los azulgrana practicaron con Cruyff el fútbol de ataque por excelencia. Bien jugado, bien ganado: cuatro Ligas y una Copa de Europa le coronan.


A partir de los extremos, Cruyff abrió el campo, dispuso once uno contra uno en la cancha y el Barça acabó con las urgencias históricas y con la indefinición del estilo. La agresividad sólo se hacía manifiesta en la manera de atacar la pelota, propuesta que obligaba a jugar con más delanteros que defensas, siempre con descaro. Desde entonces, la institución azulgrana ha tenido un ADN, una pauta inconfundible, no siempre bien interpretada porque el éxito está precisamente en hacer sencillo lo difícil, reto que cuando no se alcanza invita a tachar a Cruyff de loco y no de visionario. Romario, punto y final del dream team, concluyó su paso por el Camp Nou con una declaración inequívoca: "El fútbol se mira con los ojos de Cruyff".


Cruyff nunca recibió una pañolada, ni siquiera después de la final de Atenas, y cuando tuvo la ocasión de vengarse por su despido mandó tocar el himno del Barça en el homenaje al dream team. Nadie pudo combatir su sombra por más pintadas que afloren en su casa. Cruyff está todas partes. Hoy, veinte años después de su fichaje como técnico azulgrana, se le supone cerca del palco, no se sabe muy bien en calidad de qué, pero su legado se extiende por todo el estadio y por la Liga. Laporta, Begiristain, Guardiola, Laudrup. Todos tienen algo que ver con Cruyff. Veinte años con Cruyff de entrenador, toda una vida de cruyffismo.