viernes, diciembre 28, 2007

MILAN, LA MÁQUINA CONTRACULTURAL por Santiago Segurola


Arrigo Sacchi puede explicar unas cuantas cosas del fútbol como cultura. Su celebrado Milan siempre fue observado con recelo en Italia, donde se entendió que aquel equipo llegaba para destruir los principios básicos del calcio. Italia adora el contragolpe, la especulación, el desprecio por los riesgos, la astucia y el gol oportunista. En Italia triunfó el catenaccio como una forma de vida. Gianni Brera, el venerable periodista de L’Reppublica, decía que Italia era una mujer que debe defenderse y proteger su virginidad, y lo mismo pensaba para su estilo de fútbol. Brera, como la mayoría de los italianos, creía que Sacchi era el anticristo destinado a acabar con un modelo interiorizado por toda una nación de fanáticos. El entrenador italiano por excelencia era Trappatoni. Sacchi era un intruso extranjerizado. Nunca se hizo más evidente la sospecha que en su etapa como seleccionador. Costaba soportarle en el Milan, pero en la selección de ninguna manera: ese hombre era un peligro.
La revolución de Sacchi fue doblemente laboriosa. No sólo introdujo nuevas perspectivas en el fútbol, sino que lo hizo en el país más incómodo para aceptarlas. Sacchi no se había distinguido por una meritoria carrera como jugador. Desde joven se distinguió por la curiosidad y las obsesiones. Viajó por Europa, tomó nota de lo que vio, descartó lo prescindible y se forjó un universo que trasladó al Parma, equipo de la Segunda División que cautivó a un ambicioso empresario milanés. Como Sacchi, Silvio Berlusconi también tenía un plan. Se hizo cargo del club después de un corrupto periodo que se cerró con el descenso administrativo a Segunda. Berlusconi sabía que el fútbol es un motor imparable de pasiones, que el Milan era una de las sociedades más prestigiosas del mundo y que el éxito en el fútbol tiene un incomparable efecto publicitario.
Berlusconi fichó al desconocido Sacchi como entrenador de un equipo que había vivido bajo el imperio de la Juventus. El nuevo técnico quería marcajes zonales, la defensa más cerca del medio campo que del portero, la utilización del fuera de juego como arma disuasoria para los rivales, un dinamismo abrumador y un mensaje dominante. El Milan no había nacido para ser dominado. Todo esto significaba la máxima exigencia, una atención absoluta a todos los detalles tácticos, el compromiso de todo el equipo con las ideas de Sacchi. Cualquier imperfección, cualquier hereje, colocaba al equipo en una situación crítica. El técnico exigía a los jugadores unas convicciones tan indeclinables como las suyas.
Aquel equipo legendario surgió entre dudas y terminó triunfal. Era un ejército de generales. En un periodo de cinco años se reunieron luminarias como Baresi, Maldini, Ancelotti, Rijkaard, Donadoni, Gullit y Van Basten. Los tres holandeses eran jóvenes, poderosos y versátiles. Añadieron una inigualable capacidad atlética a un equipo aplastante. El Milán ganaba por organización, despliegue, atención a los detalles y clase. Era un equipo rotundo. Había un desgaste enorme en el capítulo físico y mental. Finalmente al equipo le resultaba gratificador descansar en el matemático ejercicio defensivo de Baresi.
Italia asistió con estupor a los arrolladores años del Milan de Sacchi. Su hegemonía fue menor en el calcio que en Europa, donde su modelo causó una admiración ilimitada. Baresi, un futbolista que tenía un toque discreto, se convirtió en el defensa perfecto. Su cabeza contenía todo el libro de instrucciones de Sacchi. Manejaba los movimientos de la defensa como un director de orquesta. Había una belleza insospechada en el perfecto ejercicio defensivo del Milan, el equipo que amargaba la vida a los delanteros, obligados a pensar demasiado, a jugar contra su naturaleza, a preocuparse por la astucia de los defensas cuando toda la vida ha sido al revés.
Aquel Milán frustró a otro gran equipo, el Madrid, y pareció inaccesible durante cuatro o cinco años. No había mejor defensa que Baresi, mejor lateral que Maldini, mejor medio centro que Rijkaard, mejor todocampista que Gullit y mejor delantero que Van Basten, en cuya elegante figura se reunían las mejores cualidades del equipo. Preciso, genial si era necesario, incontenible cuando era necesario, sutil si lo requería la ocasión, ganador siempre, Van Basten terminaba en el área lo que Baresi comenzaba en la defensa. La trayectoria fue fascinante, pero la exigencia tenía un precio. La obsesión de Sacchi le ocupaba todos los minutos del día. Un día se acercó a Van Basten mientras el jugador almorzaba. Quería precisar un detalle del juego, un problema menor que a Sacchi le parecía inaplazable. Van Basten no aguantó más. Se giró y miró a Sacchi. “Mientras como, no”, contestó. Se acababa un ciclo fascinante.

domingo, diciembre 23, 2007

ALBELDA por Manuel Vicent


Cada equipo de fútbol, durante una época determinada, genera un jugador cuyo espíritu sintetiza el sueño colectivo de la tribu. En el Valencia CF este jugador ha sido David Albelda. Más allá de la convulsión de las gradas y de los negocios redondos del palco, el fútbol lo desarrollan unos deportistas sobre una geometría muy pura: el balón es una esfera, el césped está trasquilado por planos paralelos, unas líneas rectas definen el espacio y las áreas del campo, las porterías tienen cuatro ángulos, la red forma cuadrados y existe un punto por antonomasia que es el de penalti. Sobre esta geometría euclidiana se agitan los músculos, el corazón y el cerebro de unos atletas con el único afán de la gloria, pero los dioses son muy caprichosos y entre once eligen sólo a uno para que asuma las prerrogativas del héroe y se concentren en él todas las pasiones del público. Entre la directiva del club y ese ídolo se establece una distancia oscura, misteriosa, insalvable. Lo que ha sucedido en el equipo del Valencia ha sido que un presidente de muy pocas luces en la mollera pero cuyo trasero apenas cabe en la butaca del palco, ha creído que por el hecho de ser propietario del club podía salvar la distancia infinita que separa el dinero de la magia para menoscabar o humillar a un héroe por una venganza personal o por otra cuestión privada cualquiera. David Albelda ha sido parte fundamental durante años del espíritu del Valencia, el que ha cohesionado el equipo. Cuando ese espíritu se rompe todo se quiebra, porque entonces la geometría pura del campo abandona la imaginación de los jugadores, llena de caos todas las mentes y convierte el césped mentolado en una selva. Un presidente ahíto de dinero de papá, que te da la mano con sólo tres dedos a la hora de saludar, preside los partidos de su equipo con la mirada perdida. No le interesa nada de lo que sucede en el campo. Está pensando en otros negocios. De hecho, mientras los jugadores se agitan por el césped, él ya ve el Mestalla convertido en pisos de lujo y los billetes lloviendo en otro campo. Este señorón, al que los dioses confundan, se ha atrevido a profanar a David Albelda, al ídolo de la tribu, sin saber las fuerzas oscuras que ha destapado.

Manuel Vicent es escritor

viernes, diciembre 21, 2007

BRASIL 1982, LOS PERDEDORES QUE VENCIERON por Santiago Segurola

Mi padre me regaló verlos a todos en el Benito Villamarín el día que jugaron contra Escocia. Qué momento!


¿Puede un equipo que es tomado como la esencia del fracaso figurar entre los mejores que ha visto el fútbol? Sí. Brasil no ganó el Mundial de España, pero su recuerdo es imborrable. Y de eso también trata el fútbol. No hay mucho que decir sobre la mayoría de los ganadores del Mundial en las últimas ediciones. Aprovecharon su momento y ya está. Los aficionados más jóvenes difícilmente escucharán vibrantes historias de la selección alemana que conquistó el Mundial de Italia 90. Los brasileños recuperaron el título en 1994, después de un cuarto de siglo de sequía, pero hasta Romario pareció disminuido en aquel equipo. De la victoria de Italia ante Francia en el Mundial de 2002 no habrá otro recuerdo que el cabezazo de Zidane a Materazzi. Lo demás es material de desecho. Si un equipo queda en la memoria de la gente es que ha ganado de verdad. Lo otro es un trofeo en la vitrina.


Otro equipo representa algo parecido al Brasil de 1982. Se trata de Hungría, de la célebre selección de Puskas, Boszik, Hidegkuti y Czibor. La derrota frente a Alemania en la final de la Copa del Mundo de 1954 fue tan o más sorprendente que el maracanazo de Uruguay en 1950. Pero los brasileños ni tan siquiera llegaron a la final. Italia ganó el grupo que daba acceso a las semifinales y finalmente conquistó el trofeo. Era un buen equipo. Brasil era otra cosa, y puede que más imperfecta. Le faltaba un delantero centro de garantías. Telé Santana, el seleccionador, se decidió por el inservible Serginho, un gigante que se preguntó durante todo el torno qué demonios pintaba en aquel equipo maravilloso, en lugar del joven Careca. No había nadie para concretar en el área lo que forjaban los prodigiosos centrocampistas y laterales.


Cuando se habla de Brasil 82 se habla de Leandro, Junior, Sócrates, Falcao, Toninho Cerezo y Zico. Se habla también de una manera fascinante de jugar: fluida, ingeniosa, atrevida y versátil. La habilidad no estaba reñida con el pase. El pase no estaba peleado con el remate. El remate era la consecuencia de un proceso en el que todos participaban de manera creativa. Leandro y Junior eran dos laterales que podían jugar con el 10 en cualquier equipo del mundo. De hecho, Junior fue el cerebro del Torino en los años ochenta.


En el medio campo, Sócrates, Zico, Falcao y Toninho Cerezo resultaban imparables. Pocas veces se ha visto una colección parecida de virtuosos complementarios. Podían ganarte de cien maneras diferentes, pero difícilmente lo harían con una jugada grosera. Excepto Zico, centrocampista con alma de delantero o al revés, dualidad que le hacía temible en las dos zonas del campo, los otros tres jugadores destacaban por su presencia física. Altos, de zancada larga y gran recorrido, su versatilidad les permitía ocupar todos los puestos del centro del campo y aprovechar su destreza en los remates de media distancia o en las apariciones en el área. Entre ellos, Sócrates era el menos dotado para las tareas defensivas, si es que esas tareas le pasaron alguna vez por la cabeza. Aquel Brasil competía en dos categorías. Por un lado, pretendía la Copa del Mundo, pero durante el torneo comenzó a competir con un fantasma, el Brasil de 1970.

Por raro que parezca, estuvo más cerca de lo segundo que de lo primero. Fue derrotado por Italia en un partido inolvidable y no llegó a las semifinales. No hubo Copa del Mundo, pero su juego deslumbró. En el fútbol de Brasil se contenía toda la belleza del juego. Pronto se sacó el metro patrón para medir la grandeza de aquella selección. La medida era el equipo que conquistó el Mundial de 1970. Quizá ninguna selección se ha acercado tanto al mito que crearon Pelé, Gerson, Tostao, Jairzinho y Rivelino.

sábado, diciembre 15, 2007

¿EL OPIO DE LOS PUEBLOS? por Eduardo Galeano


¿En qué se parece el fútbol a Dios?. En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales.

En 1880, en Londres, Rudyard Kipling se burló del fútbol y de "las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan". Un siglo después, en Buenos Aires, Jorge Luis Borges fue más que sutil: dictó una conferencias sobre le tema de la inmortalidad el mismo día, y a la misma hora, en la selección argentina estaba disputando su primer partido en el Mundial del '78.

El desprecio de muchos intelectuales conservadores se funda en la en la certeza de que la idolatría de la pelota es la superstición que el pueblo merece. Poseída por el fútbol, la plebe piensa con los pies, que es lo suyo, y en ese goce subalterno se realiza. El instinto animal se impone a la razón humana, la ignorancia aplasta a la Cultura, y así la chusma tiene lo que quiere.En cambio, muchos intelectuales de izquierda descalifican al fútbol porque castra a las masas y desvía su energía revolucionaria. Pan y circo, circo sin pan: hipnotizados por la pelota, que ejerce una perversa fascinación, los obreros atrofian su conciencia y se dejan llevar como un rebaño por sus enemigos de clase.

Cuando el fútbol dejó de ser cosas de ingleses y de ricos, en el Río de la Plata nacieron los primeros clubes populares, organizados en los talleres de los ferrocarriles y en los astilleros de los puertos. En aquel entonces, algunos dirigentes anarquistas y socialistas denunciaron esta maquinación de la burguesía destinada a evitar la huelgas y enmascarar las contradicciones sociales. La difusión del fútbol en el mundo era el resultado de una maniobra imperialista para mantener en la edad infantil a los pueblos oprimidos.

Sin embargo, el club Argentinos Juniors nació llamándose Mártires de Chicago, en homenaje a los obreros anarquistas ahorcados un primero de mayo, y fue un primero de mayo el día elegido para dar nacimiento al club Chacarita, bautizado en una biblioteca anarquista de Buenos Aires. En aquellos primeros años del siglo, no faltaron intelectuales de izquierda que celebraron al fútbol en lugar de repudiarlo como anestesia de la conciencia. Entre ellos, el marxista italiano Antonio Gramsci, que elogió "este reino de la lealtad humana ejercida al aire libre".

Eduardo Gaelano es escritor uruguayo

miércoles, diciembre 12, 2007

SOBRE LA SELECCIÓN ARGENTINA, LA ALBICELESTE


“Cuando un sentimiento supera todo lo racional no se puede desdeñar; cuesta muchísimo aglutinar a todo un pueblo detrás de una cosa, aunque sea de un juego”.

Ricardo Darín, actor argentino


Quizá sea eso algo parecido a lo que llaman "cultura de selección"


lunes, diciembre 10, 2007

LIVERPOOL 1975-1985, UNA MANERA DE JUGAR, UNA MANERA DE VIVIR por Santiago Segurola


A diferencia de los grandes equipos de los últimos 30 años, el éxito del Liverpool no se debió a un grupo definido de jugadores, sino al definido estilo de su juego, a una manera de vivir el fútbol. La coherencia y la ambición se las inyectó Bill Shankly, uno de los muchos escoceses que transformaron el fútbol en Inglaterra. Escocés fue el gusto por el juego de pase frente al choque inglés. Escocés fue Matt Busby, el mítico entrenador del Manchester United, y lo es Álex Ferguson, el técnico que ha reeditado en los últimos 20 años la hegemonía del equipo de Old Trafford. Escocés hasta la médula era Bill Shankly, nacido en una familia de mineros, minero él mismo, hombre de carácter y entrenador carismático. Shankly sacó al Liverpool de pobre, después de años de regresión a finales de los 50. Lo devolvió a Primera y no tardó mucho en conquistar su primer título de Liga. Ganó el campeonato en 1965, en plena efervescencia del pop y de una ciudad que encontraría en el fútbol una manera de afrontar la terrible crisis industrial de la década siguiente.

Shankly nunca ganó la Copa de Europa, pero los seguidores y futbolistas del Liverpool saben que el éxito se debe a su viejo entrenador. Cuando se retiró en 1975, dejó al equipo en manos de su ayudante, Bob Paisley, que dejó su puesto a otro ayudante, Joe Fagan, que traspasó los poderes a Kenny Dalglish, el delantero escocés que había sucedido y mejorado a Kevin Keegan. Así se hacían las cosas en Anfield. Al fondo, el ideario del viejo entrenador: juego de pase, rápido, solidario, sin egoísmos. Todo esto sucedió en un periodo interesante del fútbol británico. Mientras el Liverpool se hacía casi hegemónico en la Liga y en Europa, la mayoría de los equipos eligieron la ruta contraria al equipo de éxito.

Por aquella época, un tal Charles Hughes se hizo cargo de la dirección deportiva de la federación. Hughes escribió un libro que fue recibido como la Biblia del fútbol por sus partidarios. Se titulaba The Winning Fórmula (La Fórmula Ganadora) y era la obra de alguien dispuesto a castrar el juego. Todo se reducía a estadísticas, porcentajes, presuntas maneras de sacar el máximo provecho posible al lugar de las faltas, los rechaces, a todo lo que no depende del ingenio de los jugadores. El pelotazo y el rechace hizo furor en la mayoría de los equipos, que se igualaron por lo bajo. El Manchester United descendió a Segunda División. El Chelsea, también. Todos jugaban a lo mismo, con consecuencias atroces en la selección. Inglaterra estuvo ausente de los Mundiales de 1974 y 1978. Una generación de excelentes y díscolos futbolistas (Bowles, Worhtington, Marsh, Currie) fue sacrificada en el altar de la fórmula ganadora de Hughes, fórmula inservible a la luz de los fracasos ingleses.La excepción más notable fue el Liverpool, que estaba en las antípodas de las tesis de Hughes. Con Bill Shankly triunfó el passing game, donde la posesión de la pelota era fundamental. En este sentido, el Liverpool estaba más cerca del Ajax que del fútbol inglés. El equipo comenzó a forjarse en los años sesenta con jugadores como los extremos Callaghan y Thompson, el combativo central Tommie Smith o el goleador Roger Hunt. Allí se gestó el equipo comenzaría el asalto a Europa. Ingleses como Keegan, Emlyn Hughes o Phil Neal, galeses como Toshack y Rush, irlandeses como Heighway y Lawrenson, escoceses como Hansen, Souness y Dalglish, todos adscritos al ideario de Dalglish y a la mística del club, todos dispuestos a mantener la llama sagrada del Liverpool: entre 1977 y 1985, es decir, entre la primera Copa de Europa de los reds y la tragedia de Heysel, el Liverpool dominó el fútbol europeo.

No hubo una alineación especialmente memorable, ni un entrenador al frente del equipo que ganó cuatro veces la Copa de Europa, dominó con puño de hierro la Liga inglesa y reunió una legión de seguidores por el mundo. El Liverpool era una idea de fútbol y de vida. Los reds consagraron lo mejor del fútbol inglés (pasión y generosidad) con lo mejor del fútbol europeo. Que su estilo no fuera imitado en la Liga inglesa le benefició. Se encontró sin demasiados rivales. Es ahora, cuando el Arsenal de Wenger recoge y mejora muchas de las bases que estableció Shankly, el momento de apreciar el mérito del Liverpool.

domingo, diciembre 02, 2007

DISCULPADME, PERO VOY A HABLAR DE FÚTBOL por António Lobo Antunes

Recuperando a Lobo, debilidad confesada


Creo que ha dejado de gustarme el fútbol porque ya no hay jugadores que me hagan feliz. Ahora, como dicen los entrenadores, todo es cuestión de profesionalismo, trabajo y paciencia: se acabaron la improvisación, la fantasía, lo inesperado, se acabó mi equipo, Costa Pereira, Mário João, Germano, Ângelo, Cavem, Cruz, José Augusto, Eusébio, Águas, Coluna y Simões, para quienes el juego no era trabajo ni paciencia, era alegría y alma, era el Benfica. El fútbol ha perdido el humor, la poesía, el placer. Simões volvía atrás para regatear otra vez. Germano y Águas poseían una elegancia irrepetible. Ângelo, como el poeta Maiakovski, sólo tenía corazón. Coluna fue, por sí solo, todo un equipo: no jugaba al fútbol, creaba el fútbol, en el que introdujo el poder de la inteligencia y descubrió lo que no existe: la perfección. Se cuenta que un entrenador (aún no los llamaban técnicos)decía, antes de que entrase el equipo, tú haces esto, tú aquello, tú haces eso otro, y después, a Coluna:

-Tú haz lo que quieras

y Coluna hacía, en realidad, lo que quería: sacaba a todo un equipo derecho a ganar. Otto Glória, que sabía de fútbol, afirmó en más de una ocasión que nunca había encontrado a nadie como Coluna. Si Coluna volviese al Benfica, yo volvería al estadio porque, con Coluna en el campo, se acabarían los jugadores burócratas, subordinados, escribiendo memorandos, copiando minutas, distribuyendo circulares. Lo que veo ahora, en los raros momentos en que enciendo el televisor, son subordinados. Escrupulosos, obedientes, aburridos. Una especie de perfección negativa. Una monotonía oficinesca. Paulo Mendes Campos, poeta brasileño a quien le tengo mucho afecto, escribe que Ari Barroso, el gran comentarista, se hacía eco del estilo de Garrincha. Le doy la palabra: "Ari transmitía en la tele un partido del Botafogo y decía pausadamente: Garrincha con la pelota. Va a regatear. Claro. Va a regatear de nuevo. Va a perder la pelota. Atención, una floritura por aquí, otra por allá. Garrincha se la pasa al adversario. Eso no es posible. ¿Lo veis? Garrincha va a regatear de nuevo. Va a perder. ¿Por qué no centró enseguida? Claro que va a perder. Gol de Garrincha". Y añade: "la última fue seca y malhumorada: también a Ari le hicieron un regate en la tribuna". Es justamente eso lo que le pido al fútbol: la improvisación, lo inesperado, la falta de lógica, la locura, el genio. Que me hagan regates. Que me enardezcan. Que me sorprendan. Claro que siguen naciendo jugadores así: sólo que los técnicos, la dirección, los agentes, los transforman en robots previsibles. El único jugador imprevisible que he visto últimamente se llama Ronaldinho y juega en el Barcelona. Entre los portugueses no encuentro ni uno solo: Figo, que parece ser (así dicen) lo mejor que hay aquí, no pasa de un correcto amanuense. Cumplidor. Y a mí no me gustan los jugadores cumplidores. No me asombra, no hace milagros: ejecuta. Es un profesional serio. Y, Dios mío, estoy cansado de los profesionales serios. Lo que quiero es que inventen en el campo lo que Felipe II le pidió al arquitecto del Escorial: "Hagamos lo que sea para que el mundo pueda decir de nosotros que estábamos locos". El sentido común, en el deporte, no me interesa un pimiento: sólo me interesa que me dejen con la boca abierta, que me apasionen, que deliren: "una floritura por aquí, otra por allá. Claro que va a perder. Gol de Garrincha". Pero ¿cómo, si ahora el héroe es un técnico? Pero ¿cómo, si las virtudes son el trabajo y la paciencia? De modo que no me encaja. Me agobia. ¿Y los términos? "Líneas de pase", "presión alta", "armar el equipo". La improvisación truncada, las "jugadas de laboratorio". Voy a un estadio a perder la cabeza, no a mirar por el microscopio. Y, por tanto, ha dejado de gustarme el fútbol: no me hace feliz. Quien me haría feliz sería el entrenador de un equipo de provincias, hace muchos años: el equipo muy preparado, dispuesto a entrar en el campo, y él que trazaba en la pizarra de los esquemas tácticos una cruz con tiza, enorme, de ángulo a ángulo, después de lo cual se volvía hacia los muchachos con un grito que hacía estremecer la cabina:

-No hay tácticas ni medias tácticas: lo que hay que hacer es marearlos.

Así, pues, ésta es la única clase de técnicos que acepto:

-Lo que hay que hacer es marearlos.

Garrincha mareaba, Coluna mareaba, Águas mareaba, Eusébio mareaba o Benfica mareaba. Los amanuenses no marean: repiten lo que el técnico manda. No piensan: reproducen. No crean: copian. Pobre Benfica, pobre fútbol, pobre de mí. Cuando se acaben los técnicos y regresen los eufóricos que entran con pantalones cortos a por todas, sin trabajo ni paciencia ni presión alta ni líneas de pase, yo volveré. Con bufanda, bandera y gorra, abrazando a desconocidos en las gradas, y regresaré a casa haciendo florituras porque yo también seré el que habrá metido el gol. Escribo goal como lo escribiría Paulo Mendes Campos. En su homenaje, por haber llamado a Didi cosa mental. En la época en que el guardameta era un solitario bajo tres estacas, y veinte locos me arrebataban. Dios sería mi amigo y ya va siendo hora de mostrar que es mi amigo, si hiciese nacer a Coluna otra vez.

António Lobo Antunes, escritor portugués

sábado, noviembre 24, 2007

ALEMANIA 1972, LA MEJOR COSECHA ALEMANA por Santiago Segurola

El mejor equipo alemán, y en esto es mejor ampararse en la subjetividad, disputó un partido memorable el 29 de abril de 1972. Alemania regresaba a Wembley seis años después de su derrota en la final de la Copa del Mundo de 1966. El equipo se había renovado con un grupo de jóvenes jugadores, muchos de ellos desconocidos. El seleccionador, Helmut Schoen, se apoyó casi exclusivamente en dos clubs: el Bayern de Munich y el Borussia Monechengladbach. La facción bávara estaba encabezada por Franz Beckenbauer, excepcional centrocampista que llevaba una semilla desastrosa. Muy pronto, decidió refugiarse como líbero, blindarse con defensas, retrasar al equipo diez metros, convertir sus formidables condiciones técnicas en pirotecnia y animar a los futuros grandes creadores a hacer lo mismo (Stielike, Matthaus…). El centro de gravedad del juego alemán pasó del medio campo al líbero. No hacía falta mucho para adivinar el siguiente paso: el pelotazo.

Sin un papel relevante de sus creativos centrocampistas, sin Schuster, que rescató al equipo en fogonazo de la Eurocopa de 1980, Alemania comenzó a estirarse: cada vez más cerca de su portero y cada vez un gigante más alto en la punta del equipo: Dieter Hoenness, Hrubesch, Bierhoff. La simplificación llevó a la simpleza. Y la simpleza es deprimente. El precio que ha pagado el fútbol alemán es muy alto. No han faltado las victorias, pero los jugadores alemanes han perdido prestigio. Pocos actúan en las grandes Ligas. No añaden gran cosa. Se simplificó demasiado. Se creó un prototipo funcional que, a fuerza de repetirse, terminó por degradarse. Pero hubo un tiempo donde Alemania era una selección maravillosa.

En aquel partido de Wembley, cuartos de final de la Eurocopa, Alemania derrotó 1-3 a Inglaterra. El resultado fue menos importante que la manera de conseguirlo y quiénes lo consiguieron. A un lado, Beckenbauer se acompañaba del portero Maier, el central Schwarzenbeck, el lateral izquierdo Breitner, el goleador Gerd Muller y el media punta Uli Hoeness. Tanto Hoeness, extraordinario jugador prematuramente disminuido por una grave lesión, como Breitner eran jóvenes y desconocidos en Europa. La otra parte del equipo estaba dirigida por Gunther Netzer, eterno suplente de Overath. Netzer, que jugó el partido de su vida en Wembley, había conducido al Borussia Moenchengladbach del anonimato al primer peldaño de la Bundesliga. Junto a él, el lateral derecho Vogts, el magnífico centrocampista Wimmer y el delantero Jupp Heynckes. Todos estaban en Wembley, donde se exhibió Alemania con un fútbol perfecto.

El duelo con Inglaterra y la victoria en la Eurocopa de 1972 marcan el momento de mayor altura en el juego de la selección alemana. Antes de adentrarse en el fútbol especulador y pesadísimo que caracterizó al Bayern de los años setenta, la selección alemana jugó tan bien como Holanda y con jugadores tan brillantes. Fue un periodo que merece recordarse, lo mismo que el triste destino del Borussia Moenchengladbach. Siempre jugó mejor que el Bayern, pero perdió sus oportunidades en la Copa de Europa, mientras el equipo de Beckenbauer ganaba las finales con poco juego y mucha suerte. Como Moenchengladbach, una pequeña ciudad junto a la frontera belga, no es Múnich, las posibilidades de sobrevivir a la ausencia de éxito son mucho menores. El Borussia entró en un declive lastimoso para los aficionados que preferían su aventura a la calculadora maquinaria del Bayern. Y como el Bayern se ha preocupado de eliminar cualquier atisbo de oposición en la Bundesliga –cada vez que aparece un competidor, sus mejores jugadores acaban irremediablemente en el equipo bávaro-, el fútbol alemán es prisionero de un club con una perniciosa querencia por la depredación.

domingo, noviembre 18, 2007

AQUELLA GIRA SALVADORA DEL 37 por Juan Villoro

Gracias a Julio Más

En 1937 el club donde Samitier había chutado prodigios no tenía una peseta en sus cajones y los directivos temían que los jugadores fueran movilizados al frente en la guerra civil. El Barça solo disputaba algunos partidos de despiste con equipos valencianos.

En Homenaje a Cataluña, George Orwell dejó constancia de la forma en que un pueblo convirtió sus convicciones en barricadas y soportó los bombardeos hasta la derrota. ¿Tenía sentido salvar un equipo en tiempos en que no podía salvarse un país? Parece que sí. Algunos activistas se empeñaron en la desmedida tarea de que el Barça no se sometiera a otra justicia que los goles.

A fines de 1936 llegó una invitación para hacer una gira por México el siguiente año. En principio, el asunto tenía interés económico (en las arcas del club ya solo vivía un ratón), pero a medida que se agravaba la situación política, el viaje se convirtió en una suerte de escape. En un libro esencial, El Barça en guerra, Josep M. Solé i Sabaté y Jordi Finestres definen este episodio como "la gira salvadora".

El presidente de México, Lázaro Cárdenas, se involucró en las gestiones y la llegada del Barça anticipó la política de asilo a los republicanos. Por su parte, el presidente Lluís Companys apoyó los preparativos en un clima de profética nostalgia: el 18 de mayo de 1937 el FC Barcelona subió a un tren con jugadores que no volverían a jugar en la ciudad condal.En medio de la crisis se volvió importante el miembro más humilde del equipo, ese hombre que nadie advierte hasta que un semidiós se viene abajo y es revivido con una esponja muy gastada: el masajista. En la presente época de gloria y caviar conviene recordar a Ángel Mur Navarro, cuyo principal oficio era el entusiasmo y que se unió a la gira como masajista de última hora. En los ratos sin brújula del exilio, Mur Navarro levantó los ánimos. Durante décadas el masajista forjado en la guerra atestiguaría eminentes calambres sobre el césped y acompañaría a los jugadores como una sombra imprescindible.

El Barcelona ganó cuatro partidos en México y perdió dos, y participó en ruidosas cenas en el Orfeó Català. El periódico El Universal saludó su desempeño en estos términos: "El Barcelona ganó o perdió y ni sus victorias le hicieron perder la cabeza ni las derrotas, los bríos".

Las paellas vernáculas le supieron bien a los jugadores. De los once titulares, nueve se quedaron en México y dos se exiliaron en Francia. Los suplentes que regresaron a España tuvieron que esperar hasta la temporada 1941-42 para volver a vestir la camiseta blaugrana. Es mucho lo que México le debe a la impronta de los catalanes republicanos. Baste recordar a Martí Ventolrà, cuya recia quijada anticipaba tiros al ángulo, y a su hijo Martín, que deslumbraría a mi generación y participaría en el Mundial de México 70 con la selección nacional.

El Barça encontró refugio en México, pero se salvó al precio de desmembrarse. Ángel Mur Navarro fue uno de los pocos que regresó al mar Mediterráneo.Hubo un tiempo, decisivo y casi olvidado, en que el Barça decidió su suerte en la precariedad. De aquel equipo solo quedaba un masajista y una esponja.Con esas armas refundó su historia.

Juan Villoro es escritor

lunes, noviembre 12, 2007

AJAX 1969-1973, LA REVOLUCIÓN QUE SOBREVIVE por Santiago Segurola

Más 'Top ten' de Segurola




Cuesta creerlo ahora, pero Holanda fue durante décadas un país residual en el fútbol. Mientras las grandes potencias (Inglaterra, Brasil, Argentina, Italia, Alemania, España) habían convertido el fútbol en la pasión nacional, y la habían convertido en una cultura a través de los éxitos de sus selecciones o de sus clubs, Holanda figuraba como una anécdota, un país pequeño más interesado por los negocios y las carreras de patines sobre hielo. Sus equipos eran primeros candidatos a recibir goleadas en las competiciones internacionales. No existía el profesionalismo. El fútbol tenía el carácter de distracción ociosa en un país con preocupaciones más interesantes. Sin embargo, en un pequeño club de Ámsterdam se había instalado el germen de una revolución grandiosa. Lo que no existía en 1964, se convirtió cinco años después en una de las maquinarias más perfectas que ha visto el fútbol. El Ajax surgió de la nada para instalar un modelo admirable, envidiado por su particularidad, tan vigente que la pequeña Holanda es uno de los principales suministradores de jugadores y técnicos del fútbol mundial. Y de estilo. Estilazo.


En 1964, Piet Keizer y Johan Cruyff, dos jóvenes jugadores del Ajax, se ganaron su primer contrato profesional. Cruyff suele decir que fueron los primeros futbolistas profesionales de Holanda. Un hombre de carácter, visionario de un método, porque había mucho de metódico en lo que hizo aquel Ajax, se encargó de construir el equipo. Era Rinus Michels. Aquella banda de desconocidos dio noticias de lo que se avecinaba en 1966. Ganó 5-1 al Liverpool en los octavos de final de la Copa de Europa. Sin saberlo, se habían medido dos genios del fútbol: Michels y Bill Shankly, el técnico que había sacado a los reds del abismo de la Segunda División. La progresión del Ajax fue meteórica. En 1969 alcanzó por vez primera la final de la Copa de Europa, conducidos por la versión más sublime de Cruyff.


La derrota ante el Milan no tuvo mayores consecuencias. La revolución había llegado para instalarse. En medio de un periodo dominado en Europa por el fútbol defensivo y la tolerancia con la violencia, la causa del Ajax fue abrazada por millones de aficionados en todo el continente. El Ajax jugaba con pasión, siempre al ataque, con un vértigo controlado y la obsesiva necesidad de disponer de la pelota. De todo ello se encargaban sus dinámicos jugadores. Eran jóvenes y rebeldes, forjados en la cultura de los años 60. No estaban en el fútbol para aburrirse. Pero tampoco se dejaban llevar por la anarquía.


Holanda, un país pequeño, había encontrado la manera de forjar un estilo, de preservarse en definitiva. En el juego del Ajax, y por extensión de la selección holandesa, se apreciaba grandeza y método. Equipo con extremos, gran amplitud, centrocampistas prolijos en el manejo del balón y temibles en sus llegadas al área, laterales intrépidos, centrales con gran capacidad para el pase, porteros extraños, o extraños para aquellos días: sin manos, adelantados, con ganas de jugar con los pies. El resto es historia. El Ajax ganó tres Copas de Europa (71,72 y 73) con nombres imperecederos: Cruyff, Keizer, Haan, Krol, Rep, Gerd Muhren, Hulshoff, Blakenburg. Su influencia fue total en la selección que deslumbró en el Mundial de Alemania 74. El legado se transmite hasta hoy a través de generaciones gloriosas. Van Basten, Bergkamp, Rijkkard y Koeman definieron su época. Van der Saar, los hermanos de Boer, Seedorf, Blind, Overmars, Kanu, Kluivert, Litmanen han sido cruciales en los últimos años. Otra generación vendrá, sin duda. El equipo que surgió de la nada, el país desinteresado por el fútbol, son ahora una impagable factoría de ideas, de futbolistas y de un estilo que no declina.

lunes, noviembre 05, 2007

BRASIL 1970, EL METRO PATRÓN DEL FÚTBOL por Santiago Segurola

Santiago Segurola, en su nueva etapa como director adjunto del diario Marca, ha iniciado una interesante serie sobre su particular "Top Ten" de la historia del fútbol, los equipos que han marcado su pasión por este deporte. Hoy cuelgo la columna que dedica al Brasil del mundial México 1970, dicen que algo maravilloso. Hoy le "quito" ésta, pero creo que todas las que publique van a ser susceptibles de ser robadas. Admirado Segurola.


El mito brasileño se generó en 1958, con un equipo deslumbrante que incluía a Djalma y Nilton Santos, al goleador Vavá, al elegante Didí y al astuto Zagalo. Con ellos, Brasil ganó su primera Copa del Mundo, pero con Pelé y Garrincha conquistaron un trofeo mayor: el asombro de los aficionados europeos. Pelé tenía 17 años cuando debutó en el Mundial de Suecia. Garrincha era un mago apenas conocido. En aquellos días, no había televisión, ni reactores, ni Internet. Más que nada, el fútbol era un boca a boca que corría por todos los rincones del planeta. Tiempos de imaginación y leyenda. En Suecia, en las antípodas de su exuberante país, Pelé y Garrincha construyeron el edificio que ha sostenido el mito brasileño: fantasía, ingenio, belleza, placer y victorias.

Doce años después, Brasil llegó a México con la herida de su temprana eliminación en el Mundial de Inglaterra. En los meses previos a la Copa del Mundo, abundaron las disputas y los conflictos. Joao Saldaña perdió el puesto por discutir la titularidad de Pelé y negarse a aceptar las imposiciones de los políticos. El general Garrastachu Medici, dictador de turno en aquellos días, extendió sus caprichos hasta la selección. Fanático del delantero Darío, impuso su presencia en el equipo, contra el criterio del seleccionador y de los jugadores. Nadie estaba seguro de aquel equipo. Nadie sabía que se gestaba el mejor equipo de la historia.

Brasil 70, así, sin más. No hace falta añadir nada. Los aficionados, los viejos y los jóvenes, saben que aquella selección es el metro patrón que mide a todos los demás grandes equipos. No sólo engrandeció el mito creado en el Mundial de Suecia, sino que adelantó los principios del fútbol total. El Ajax y Holanda elaboraron un método que ya estaba en la naturaleza del equipo de Pelé, Gerson, Tostao, Jairzinho, Rivelino, Clodoaldo y Carlos Alberto. El cuarto gol brasileño en la final frente a Italia define el juego total. Comenzó con Tostao, el sutil delantero centro, como último hombre del equipo. Varios pases después, muchos jugadores por medio y setenta metros por delante, Carlos Alberto, capitán y lateral derecho, coronó una jugada que contenía la esencia del fútbol: la mayor calidad individual para el máximo sentido colectivo.

El Mundial fue retransmitido por televisión para todo el mundo, circunstancia que favoreció el imposible: la realidad superó a la leyenda. Casi todos los partidos de Brasil dejaron un momento que ha pasado al imaginario colectivo del fútbol. Frente a Checoslovaquia, Pelé estuvo a punto de sorprender a Víktor con un globo desde medio campo. Contra Inglaterra, Banks hizo la parada del siglo en un cabezazo picado de Pelé. El engaño de Pelé a Mazurkiewicz, el gran portero uruguayo, figura entre los mano a mano más célebres del fútbol. De alguna manera, casi todas esas jugadas tenían un aire de novedad para los aficionados de entonces. La fascinación fue tan grande que se eliminó lo prosaico en favor de lo irreal. Las dos acciones de Pelé ante Víktor y Mazurkiewicz se asumen como goles. Que no lo fueran, importa menos que la impresión que causaron las jugadas. La realidad tampoco fue una tontería. Brasil ganó el Mundial, su tercera Copa en 12 años, y conquistó la admiración general. Ya no se trataba del boca a boca. La magia existía. Lo había visto todo el planeta.

miércoles, octubre 24, 2007

PEDIR PERDÓN

Los gestos son importantes, la humildad más si cabe. Anoche se produjo uno de los gestos de humildad más bonitos que jamás había visto en un campo de fútbol.

El Slavia de Praga sufrió en el Emirates Stadium una vergonzosa goleada ante el Arsenal londinense. Siete a cero. Se puede imaginar las caras de los aficionados checos, entre la indignación y la vergüenza. Pero ante tal oprobio a los jugadores recién goleados no se les ocurrió otra cosa que colocarse alineados ante el graderío ocupado por sus aficionados, arrodillados con la cabeza inclinada en gesto inequívoco de disculpa y respeto. La afición, que por lo general suele ser agradecida con muy poco, después de unos segundos de mutuo respeto se levanta y comienza a animar como si estuvieran ante los triunfadores de la noche. Inmediatamente los jugadores se incorporan y aplauden la correspondencia de la grada. Imagen emotiva.

A pesar de los kilómetros en el cuerpo para ver como destrozaban de forma humillante a su equipo, seguro que esos siete goles tuvieron un sabor menos agrio por un simple gesto de humildad y respeto. Hay veces que no sólo ganan los que marcan más goles.

martes, octubre 16, 2007

DIEZ HISTORIAS

Roma, septiembre 2005

Que conste que esto es una cuestión subjetiva, cada cual tendrá las suyas. Intenté escoger la mejor de todas, pero no supe con cual quedarme. Después probé sacar un “triunvirato”, siempre quería meter alguna otra más. Lo tenía, pensé elegir mis cinco Historias del Calcio, pero no. Seleccionando una y otra vez he acabado eligiendo diez de entre todas las que más me han gustado. Se me quedaron muchas fuera, no hace falta que os lo jure.

Estas son las mías:

Soldados
Matrix

Era el “peligro” de comprar el libro. Se aceptan sugerencias, se agradecen.

domingo, octubre 14, 2007

RAFA Y LOS AMORES QUE MATAN por John Carlin


Fernando Torres no es el mejor jugador del Liverpool aunque algún día quizá lo sea. El mejor jugador del Liverpool es el capitán, Steven Gerrard. El problema es que es demasiado bueno y lo mejor para el equipo sería que se fuera.

Es apenas un murmullo, por ahora, porque les asusta hasta pensarlo a los aficionados del Liverpool. Pero ven el ejemplo del Arsenal y cuánto ha mejorado desde la salida de Thierry Henry; se fijan en las palabras de Cesc Fábregas, el joven director de orquesta del Arsenal, "Henry es un gran jugador..., pero nos inhibía un poco", y piensan: '¿No les ocurrirá lo mismo a los nuestros con Gerrard? ¿No estaríamos mejor con Xabi Alonso dirigiendo el centro del campo?'.

Tras un comienzo de temporada dulce, se le están empezando a amargar las cosas al equipo de Rafa Benitez, el ídolo español más grande que hayan conocido las Islas. De repente -tras una derrota en la Champions contra el Marsella y un empate a duras penas contra el Tottenham, ambos partidos en casa-, aparecen dudas, se piden explicaciones y se buscan chivos expiatorios. Ha sido imposible evitar ver, por ejemplo, que el Liverpool estaba ganando y jugando mejor cuando Gerrard estaba fuera, por lesión, y el donostiarra Alonso llevaba la batuta. Ahora es Alonso el que está lesionado y Gerrard el que manda en el medio campo y ¿qué pasa? El Liverpool pierde y juega mal.

El ejemplo perfecto fue el partido contra el Derby County hace cinco semanas. El Liverpool ganó 6-0 con dos goles de Alonso y dos de Torres. Después, Alonso se lesionó y desde entonces ha logrado 10 puntos en seis partidos, todos contra rivales en teoría asequibles.

Gerrard es considerado como uno de los tres o cuatro mejores jugadores ingleses de la última década. Es el centrocampista perfecto. Cubre más kilómetros de terreno que nadie, es un toro en la defensa, tiene un disparo potente y gana partidos solo. Pero no siempre. En demasiados partidos rompe la fluidez de juego del equipo por su insistencia en acaparar el balón. Cuando lo normal, lo inteligente para sus compañeros, sería pasarle el balón a Torres o a Babel o a Kuyt... Pero la presión que ejerce la presencia de Gerrard en el campo les persuade con peligrosa frecuencia para que le pasen el balón a él.

Se trata del factor Macho Alfa de la manada. Funciona con los elefantes, los ciervos y los chimpancés porque ellos nunca se dedican a nada tan complejo como el futbol, un deporte en el que el equilibrio en la psicología del colectivo es determinante. Si los machos dominantes saben administrar su poderío para el bien del equipo, perfecto. Tal fue el caso de Maradona en la selección argentina o de Cruyff en el Ajax, el Barça y Holanda. Si bien es cierto que durante un tiempo la influencia del macho dominante es positiva, puede acabar siendo maligna.

Ése parece haber sido el caso con Thierry Henry en el Arsenal. Quizá lo esté siendo hoy con Ronaldinho en el Barcelona. Y también, según los últimos datos que manejamos, con Gerrard en el Liverpool. En todos los casos, al entrenador se le exige tomar una decisión dolorosa. Perder voluntariamente a jugadores de este calibre representa una especie de amputación. Pero a veces es necesario para el bien general. Porque en el fútbol también hay amores que matan.

jueves, octubre 11, 2007

FÚTBOL Y ESCRITORES (3/3): EN EL BANDO CONTRARIO por Luis Fernando Charry

La historia no siempre es color de rosa. En el cuento 19 de diciembre de 1971, de Roberto Fontanarrosa, el viejo Casale ha decidido no volver a ver a su equipo, el Rosario Central: ha sufrido tantas veces en nombre de su Club que se encuentra al borde del infarto. Cuando iba al estadio, su equipo ganaba. Ahora el equipo no ha vuelto a ganar y un día una banda de jóvenes (la leyenda de Casale era ampliamente conocida en el barrio) lo secuestra y lo lleva como amuleto vencedor a las tribunas. El gozo de ver al Rosario puede más que la taquicardia. Casale disfruta el partido hasta que su equipo gana y él cumple su doble cita con el destino: muere en estado de gracia por contribuir al triunfo.

Se sabe que el fútbol produce alegrías funestas. También se sabe que algunos escritores no soportan este juego de multitudes. “Es feo estéticamente. Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos. Mucho más lindas que el fútbol son las riñas de gallos. Ocurren ahí nomás, al lado de uno, son ideales para miopes”, dijo en su momento Jorge Luis Borges. Aunque Borges no fue el único. Guillermo Cabrera Infante llevaba más de 25 años viviendo en Inglaterra y siempre conservó un particular desprecio por este deporte. La escasa tradición cubana podría justificarlo, pero los años en Inglaterra (en el templo del fútbol) anulan esa explicación. Sin embargo el escritor cubano llegó a afirmar: “Ese juego nefasto incita a la violencia porque es violento en sí mismo: se juega con los pies, y pocos movimientos hay tan feroces como el que supone dar una patada”, se lee en el libro Salvajes y sentimentales, del escritor español –e hincha furibundo del Real Madrid– Javier Marías.

En opinión de Marías, no existe un deporte más angustioso que el fútbol. El autor de Mañana en la batalla piensa en mí (un título, si se lo piensa un poco, que se podría aplicar fácilmente al deporte en cuestión) recuerda que es de las pocas cosas que lo hacen reaccionar hoy en día de la misma manera que reaccionaba cuando tenía diez años y era un salvaje. En este sentido –y ya para tratar de contrarrestar la angustia de este hincha madrileño–, hay unas palabras bastante elocuentes del escritor mexicano Juan Villoro (hincha furibundo, por cierto, del Barcelona): “El tiempo es el gran estratega del fútbol. El partido dura 90 minutos, una jugada ocupa unos cuantos segundos y cinco o seis jugadas definen el marcador. En otras palabras, el problema estriba en qué hacer con los 89 minutos restantes”.

lunes, octubre 08, 2007

FÚTBOL Y ESCRITORES (2/3): UN DELANTERO GORDO por Luis Fernando Charry

En la historia de los escritores y el fútbol, no todos se han inclinado por esa posición bajo los tres palos. La idea de Soriano era jugar adelante y romper las redes. Un día, sin embargo, la rodilla falló y las lecturas de Raymond Chandler y Cortázar se mezclaron con la máquina de escribir: el resultado, tres colecciones de relatos y siete novelas.

En los tres libros de artículos periodísticos de Soriano –libros donde la literatura y la historia argentina y el recuerdo de su padre se funden– hay un apartado dedicado al fútbol. A la hora de tocar del asunto, Soriano tenía tantos atributos como Maradona en esa tarde de inspiración frente a los ingleses: el fútbol y la literatura, a veces, se compenetran y pueden albergarse dentro del mismo corazón. Así, hay relatos de partidos iniciáticos donde Soriano corre detrás del balón, descripciones terroríficas del penal más largo del mundo –con el estadio vacío–, perfiles de jugadores imborrables, con pinta de asesinos y con ganas de pelear un poco. Además, algunas historias de árbitros –esa suerte de editores dentro de la cancha– vendidos e insultados. Resumiendo: una mirada certera del fútbol que tanto desveló a Soriano, hasta el punto de que su último libro –Memorias del Míster Peregrino Fernández y otros relatos de fútbol–, publicado póstumamente, pretendía regresar a sus orígenes.

El título del libro alude a una de las leyendas del fútbol argentino que se haría famoso en Europa como creador del fútbol espectáculo. En esta disciplina, Peregrino Fernández fue partidario de poner en el terreno de juego (sobre todo si el equipo contrario iba ganando con evidente superioridad) doce jugadores. Incluso en aquella época que estuvo dirigiendo el Standard de Melbourne, el Míster no tuvo ningún inconveniente a la hora de enviar trece jugadores al campo: “nadie se avivó y ganamos seis a dos”, le contaba a Soriano mientras éste lo entrevistaba en un geriátrico cerca de Neuilly, en Francia, donde Peregrino Fernández pasaría sus últimos años.

En esta novela inconclusa, en el capítulo 16 (que a la postre sería el capítulo final), se lee lo que sigue: “Hay tres clases de futbolistas. Los que ven los espacios libres, los mismos que cualquier payaso ve desde la tribuna y los ves y te ponés contento y te sentís satisfecho cuando la pelota cae donde debe. Después están los que de pronto te hacen ver un espacio libre sin más, un espacio que vos mismo y quizás los otros podrían haber visto de haber observado atentamente. Ésos te toman de sorpresa. Y luego hay aquellos que crean un nuevo espacio donde no debería haber habido ningún espacio. Esos son los profetas. Los poetas del juego”.

sábado, octubre 06, 2007

FÚTBOL Y ESCRITORES (1/3): GOLES Y LETRAS por Luis Fernando Charry

“Cuando Diego Maradona saltó frente al arquero Shilton y le pasó la pelota con una mano por encima de la cabeza, el concejal Louis Clifton tuvo su primer desmayo en las Malvinas. El segundo, más prolongado, ocurrió cuando Diego dribleó a media docena de ingleses y consiguió el segundo gol de Argentina. Afuera un viento helado barría las desiertas calles de Port Stanley y las tropas británicas estaban en el cuartel oyendo, azoradas, cómo el pequeño diablo del Nápoli les arruinaba el festejo del cuarto aniversario de la reconquista de lo que ellos llaman las Falkland”, escribió alguna vez el escritor argentino Osvaldo Soriano (Mar del Plata 1943-Buenos Aires 1997; e hincha furibundo de San Lorenzo de Almagro) en una nota titulada ‘Maradona sí, Galtieri no’.

Por supuesto, Soriano no ha sido el único escritor que ha tenido una debilidad por el fútbol. En realidad la historia viene de tiempo atrás; han sido muchos (muchos y muy famosos y muy buenos escritores) los que han perdido la cabeza por el balón, los que han dejado las patadas por las letras.

En 1930, por ejemplo, el escritor Albert Camus jugaba de portero en el Racing Universitaire de Argel. Diez años más tarde, Camus se trasladó definitivamente a París y ahí estuvo buscando un equipo que lo admitiera bajo los tres palos. En esa época (la tuberculosis ya había aparecido en la vida del futuro premio Nobel) tuvo que dedicarse a contemplar el espectáculo desde afuera, en calidad de aficionado, y entonces decidió hacerse hincha del Racing París por una razón en apariencia sentimental: la camiseta azul con rayas blancas de su nuevo equipo francés le recordaba su antiguo equipo en Argel.

En cambio Vladimir Nobokov, que también jugó como portero, nunca cayó en esa clase de sentimentalismos. Por un lado, el autor de Lolita odiaba el jazz, los toros, las máscaras folklóricas primitivas, la música ambiental, las piscinas, los camiones, los transistores, los insecticidas, los yates, el circo, los night clubs y el rugido de las motocicletas, por mencionar algunos ejemplos. Por el otro lado amaba el fútbol y algunos textos literarios. Nunca, sin embargo, dijo lo que dijo Camus: “cuanto de importante sé de la moral humana lo he aprendido en el fútbol”.

sábado, septiembre 29, 2007

YA ESTÁ AQUÍ, EL LIBRO


Aunque había leído que se iban a editar las Historias del Calcio de Enric González, su publicación hace unos días me ha pillado a contrapié, ha tenido que llegarme un aviso "anónimo" (gracias) para que me enterara. Y una vez enterado aquí lo recojo.

Después de las Historias de Londres y las Historias de Nueva York hay que hacerse con él. Dejo la reseña que se ha recogido para su promoción:

"Es imposible hablar de Italia sin hablar de fútbol. Los italianos se consideran los inventores de este deporte, al que llaman calcio (patada), como las batallas campales con balón nacidas en la Florencia medieval, y han desarrollado en torno a él muchas de sus características políticas, económicas y sociales. El calcio contiene altas dosis de violencia, pasión, fraude, dinero y disparate. Pero es también un complejo mecanismo de símbolos, un código social y, en último extremo, un lenguaje con el que un país antiguo y escéptico expresa su vieja sabiduría."

PD: Espero que ya que no me denunció El País por robar cada lunes las Historias de Enric no lo haga ahora RBA por reproducir parcial o totalmente el contenido del libro, aunque eso sería una denuncia con carácter retroactivo, no?

Enhorabuena a Enric González.

Enric González. Historias del calcio. Una crónica de Italia a través del fútbol. RBA (2007)

miércoles, septiembre 26, 2007

LA CASA QUE HEREDA MESSI por Enric González

Gracias al anónimo por informar del artículo de Enric González sobre el cincuentenario del Camp Nou, aunque estoy poco de acuerdo con el "en vez de", bueno, que todo cabe, no? Por cierto, qué grande era el Negro Fontanarrosa.



Roberto Fontanarrosa, el mejor escritor de fútbol de todos los tiempos, desapareció el 19 de julio de este año. La gran comitiva fúnebre que acompañaba al féretro partió al día siguiente hacia el cementerio de Granadero Baigorria, con parada en el Estadio Gigante de Arroyito. El estadio de Rosario Central, los canallas, fue el auténtico hogar de Fontanarrosa.

El acontecimiento más importante en la historia de los canallas no ocurrió en el Gigante, sino en el Monumental de Buenos Aires, la casa de River Plate. Fue en el Monumental donde, el 19 de diciembre de 1971, Aldo Poy realizó su palomita. Central y Newells, los leprosos, disputaban una semifinal de copa, y el gol de Aldo Poy dio la victoria a los canallas. ¿Poca cosa? Cada 19 de diciembre, los canallas organizan una gran fiesta, invitan a Poy (que tiene ya 62 años) y le pasan un balón para que reproduzca, por enésima vez, aquella palomita. El gol vuelve a celebrarse, año tras año. Y su eco sigue resonando en el Gigante, aunque fuera marcado en el Monumental.

El viejo Casale, protagonista de un célebre cuento de Fontanarrosa, murió, se supone que feliz, el 19 de diciembre de 1971, minutos después de ver el gol de Poy. Cuando el féretro de Fontanarrosa se detuvo ante el Gigante, cientos de canallas, con la camiseta azul y amarilla, le despidieron con una ovación.

Un estadio es una cosa muy seria. Ningún estadio se parece a otro. Y la arquitectura, en materia de estadios, constituye un elemento secundario. Anfield, el estadio del Liverpool, es pequeño y contrahecho. Pero nadie puede evitar un escalofrío cuando, en el camino de los vestuarios al césped, toca la placa que colocó Bill Shankly, This is Anfield, "para recordar a nuestros muchachos qué camiseta defienden, y a nuestros adversarios contra quién juegan".

Los estadios se hacen, en realidad, con emociones. Con historia y con personas. La casa que construyó Kubala, la casa que acogió a Cruyff, Maradona y Romario, la casa que hereda Messi, acumula ya 50 años de mística particular. El Camp Nou es célebre en todo el planeta, recibe a millares de turistas y causa impresión al primerizo: tan grande, tan lleno, tan luminoso.
Sobre el Camp Nou flota, sin embargo, una nube fría. Quizá porque los catalanes hemos incorporado a nuestro ADN un histórico déficit institucional, tendemos a convertirlo todo en institución. En el estadio-institución se goza y se sufre con escepticismo. Se exige, se tolera, se rechaza. Se soporta mal la contrariedad. Se mantiene la cabeza clara. El carácter institucional dificulta la embriaguez del alma y favorece un sonido peculiar, una mezcla de siseo y chasquido de lengua, un zumbido que puede ser alegre o triste, pero está más cerca del silencio que del estallido.

Cada 16 de mayo habría que hacer una fiesta e invitar a Rexach y Carrasco (ambos están a mano) para que reprodujeran, como Aldo Poy, los dos goles de la prórroga de Basilea, aquella final tan hambrienta, desquiciada y trascendental. Si el Camp Nou sonara como sonó una vez, en 1979, un estadio de Basilea, sería el mejor estadio del mundo.

jueves, septiembre 20, 2007

GUARDIOLA: EL GUARDIÁN DE LA MEMORIA por Jorge Valdano


Artículo que ya colgué hace bastante tiempo, nada de actualidad. De nuevo Pep Guardiola, de nuevo Valdano, por nada en especial sólo que hay debilidades que siempre tienen un hueco en este sitio, y Guardiola es una de ellas.

Mi primera formación futbolística la recibí en Sudamérica, por eso entiendo al medio centro desde la presencia y la sabiduría, como Pipo Rossi; desde el grito y la personalidad, como Obdulio Varela; desde la técnica para la distribución, como Didí. El heredero deslumbrante de esa estirpe se llama Pep Guardiola, hace su juego en Barcelona y no se cansa de batallar contra la decadencia. Guardiola es un creyente de cierto estilo de fútbol y lo defiende con ardor mesiánico en el campo de juego y en la mesa de bar. El tema me obsesiona porque estamos ante un jugador que, en medio de la consagración de la mediocridad, defiende ideas grandes. Usémoslo, entonces, como ejemplo.

Jugando al futbol es un excelente entrenador. Piensa tanto en el partido antes de jugarse el partido, que cuando juega el partido siempre nos queda la impresión de que el partido que está jugando ya lo jugó varias veces. De tanto pensar fue suplantando la mirada por la memoria. El partido que Pep se imagina tiene el campo dividido en once cuadrículas y la del medio se la reserva para él. Entre cuadrícula y cuadrícula el que corre es el balón, nunca el hombre. Cuando las cuadrículas no están ocupadas como él se imaginó se siente incómodo, perdido, como un ciego que entra en una habitación con los muebles cambiados de lugar. Puede ocurrir, por ejemplo, que Guardiola entre en contacto con la pelota y los extremos no estén pegados a las bandas, en ese caso los considera traidores a la causa de su fútbol. En esto es tan fundamentalista que si tiene que jugar un partido en la playa pone a un compañero en la orilla del mar y a otro en la escollera. De lo contrario que no cuenten con él. Sólo se siente peor cuando un compañero le invade su propia cuadrícula porque, celoso al máximo de la propiedad privada, termina con el mismo tipo de irritación que siente cualquiera que encuentra ocupado su sillón favorito en el salón de casa. Pep, antes de buscar acomodo en otro lugar, es capaz de sentarse encima del intruso.

El fútbol de Guardiola parece espontáneo, pero no lo es. Como esos conferenciantes que preparan el discurso hasta sabérselo de memoria y luego exponen, sin apoyarse en ningún papel, la noble mentira de la espontaneidad. Le da placer encontrar en el campo lo que se imaginó fuera. Si hasta ahora el gran jugador era aquel capaz de hacer lo imprevisible, desde Guardiola hay que reconocer otro modelo de gran jugador: él capaz de perfeccionar lo previsible. Aquel provocaba asombro, a este se le disfruta desde el sentido común: de hecho es muy difícil no estar de acuerdo con las ocurrencias almacenadas por Pep.

Es como la estatua del héroe de la ciudad que vigila dominante desde el centro de la plaza, como el reloj altivo e imprescindible de la estación de tren, como el guardia de tráfico que le pone orden y calma a la caótica circulación. Ahora pasen todas estas alegorías por la risa para desacralizarlas porque esto es futbol y conviene no pasarse de serios. Sólo pretendo buscar imágenes para que sitúen a Pep como símbolo, referencia y eje futbolístico en el centro mismo del Camp Nou. Y todavía no empezó el partido.

Si un jugador le da más de tres toques al balón en el centro del campo, lo excomulga con un comentario definitivo: "no sabe jugar al fútbol". Como su partido lo juega a dos toques, ha desarrollado al máximo la técnica del control y el pase, hasta dar lecciones de precisión en velocidad. Conducir, regatear y tirar, no forman parte de las necesidades básicas de su juego; nadie podrá decir que se trata de defectos o carencias, porque una de las manifestaciones menos reconocidas de la inteligencia de Guardiola, es que sabe esconder lo que peor hace. Tampoco con su físico hay que hacerse muchas ilusiones, pero como él conoció pronto esas carencias, las incorporó a su proceso de aprendizaje.

Guardiola es un hijo catalán de la escuela futbolística holandesa. A sus tendencias personales, hay que agregarle los geniales consejos de su admirado Johan Cruyff y, finalmente, el método académico y sistemático de Van Gaal, esas tres son las capas geológicas más sólidas de su personalidad futbolística. A estas alturas de su evolución, Pep entiende que un equipo es como un cerebro colectivo y el futbol, antes que "un sentimiento con el que se juega" es una idea con la que se divierte. "¿Sabes qué placer da ver aparecer los espacios que tú has provocado?" Pregunta con cara de iluminado.

Ahora sí empezó el partido y esta vez lo imagino con las cartas de navegación bajo el brazo espiando espacios vacíos por donde pase un balón, buscando lugares propicios para provocar la superioridad numérica, detectando sitios en donde los especialistas puedan hacer la apuesta del mano a mano. En el respeto al juego, en su intención de no regalar nunca la iniciativa, en el contagio de su amor por lo que hace, reconozco en Pep al medio centro de toda la vida, atravesado por todas las grandes tendencias del último siglo. Guardiola es una culminación porque hace lo que debe y siempre sabe los "porqués". Discutimos, porque yo siempre he preferido a los futbolistas y a los hombres con respuestas espontáneas antes que premeditadas, pero a pesar de la tenacidad de nuestras ideas no puedo dejar de hacer una excepción y admirarle la pasión, la convicción y el compromiso puestos al servicio de una hermosa geometría en donde el balón baila con exactitud.

sábado, septiembre 15, 2007

OLD FIRM. LA ESENCIA DEL FÚTBOL por Borja Cuadrado



(...)

Quien iba a decir que la industrial y gris Glasgow se convertiría en la ciudad que iba a acoger el partido más emotivo del planeta. El clásico más antiguo a nivel mundial, con casi 120 años de existencia, revoluciona la Gran Bretaña cada vez que se da el pitido inicial.

Y todo porque la religión, la política y la sociedad así lo han conseguido. Católicos y protestantes, Celtic y Rangers, están identificados con estratos diametralmente opuestos, que muchas veces han hecho de este una cita peligrosa.

Lo sucedido en 1971 fue el ejemplo más dramático. Una avalancha de espectadores en Ibrox Park, feudo del Rangers, acabó con la vida de 66 personas. Nueve años después se vivió la Old Firm más violenta de la historia, según cuentan testigos presenciales. La policía tuvo que cargar con dureza a caballo, contra aficionados de ambos equipos. El alcohol que llevaban encima los hinchas fue la causa de la batalla campal.

Historias como esta son difíciles de repetir en la actualidad. Ahora estos partidos se juegan en el mediodía, para evitar que los aficionados acudan en estado etílico al campo.

Tras esta breve introducción es fundamental retroceder en el tiempo y conocer cómo nacieron los dos colosos. Rangers lo hizo en 1873 y Celtic en 1888. Desde la fecha de su fundación, tomaron caminos diferentes. No tenían nada en común, y es por ello que la rivalidad haya adquirido tintes existenciales.

Los ‘Gers’ fueron fundados por aficionados al remo. Desde el principio se convirtió en el equipo preferido de los estribadores del puerto. El origen de los ‘Bhoys’ llegó con la aparición del padre marista Wilfred Kerins, que creó una institución que tenía como objetivo recaudar fondos a favor de un comedor infantil para inmigrantes irlandeses.

Rápidamente el Celtic se convirtió en el equipo de la abundante colonia irlandesa establecida en Escocia, en su práctica totalidad, de origen católico. Esto hizo que en el Rangers empezaran a ‘vender’ con mucha fuerza que eran el equipo símbolo del protestantismo. Y así llegó el primer Celtic-Rangers. Supuso además el debut como club de fútbol del Celtic, que goleó por 5-2.
Poco a poco la rivalidad fue creciendo. Hasta que en 1909 se vivió una final de Copa que dio origen a la definición propia que tiene este derbi: Old Firm. El choque acabó en empate, por lo que se tuvo que repetir -no existían prórrogas-. El segundo partido, con las gradas del mítico Hampden Park abarrotadas, iba camino de repetir situación.

Sin embargo, por la grada circuló el rumor de que podría estar pactado de antemano el empate para poder disputar otra repetición más, con su consiguiente beneficio económico extra para los dos equipos, y aficionados de uno y otro lado invadieron el campo. Quemaron las taquillas, e incluso atacaron a los policías. La conclusión no pudo ser más drástica: el palmarés de Copa en Escocia cuenta con un hueco en blanco en la edición de 1909.

Old Firm significa vieja empresa. Este nombre simboliza la extendida opinión de que ambos conjuntos se benefician económicamente de la antipatía que se profesan. La rivalidad entre ambos es brutal, no hay duda. Pero paradójicamente fuera del campo son todo un uno. Lo negocian todo de forma conjunto, como los derechos de televisión o su posible ingreso en la Premier League inglesa. La antipatía que esto ha provocado en el resto de equipos escoceses es obvia.

Hasta la fecha la rivalidad tenía tintes, básicamente, deportivos. Sin embargo, en 1912 se instaló en Glasgow la empresa de astilleros Harland and Wolf. No contrataba a católicos... otro punto a favor de ir ‘labrando’ la enfervorizada rivalidad.

El sectarismo de las aficiones se agravó con la instauración del Estado Libre en Irlanda en 1921, tras siete siglos de dominio inglés. La zona del Norte, más pequeña, siguió perteneciendo al Reino Unido, mientras que la del sur se convirtió en el gran pulmón del Celtic.



El Celtic toma la Plaza San Francisco de Sevilla. Final UEFA 2003

Por aquella época, cada Old Firm terminaba muy mal. Las batallas campales eran ineludibles al final de cada encuentro, y se empezaba a asumir que la reconciliación era imposible. Es más, ¿para qué conseguirla?, que pensaba la mayoría.

Tras una época de tregua relativa vivida tras la II Guerra Mundial, la situación se recrudeció. Es cuando la política entra en juego. Así, era habitual ver alusiones al IRA en Parkhead, mientras que en Ibrox Park es muy habitual el cántico que reza ‘Estamos hundidos en sangre feniana hasta las rodillas, rendíos o moriréis", en alusión al Sinn Fein, partido nacionalista irlandés y rama política del IRA.

En este último estadio también se viven momentos de exaltación cuando suena la canción Simply the Best, de Tina Turner. Al final se escucha un estremecedor ‘¡A la mierda el Papa!
Luego viene la aplicación de religión y política en el apartado deportivo. En el Celtic han jugado por tradición no protestantes, mientras que el Rangers llevó el camino inverso hasta que en 1989 se produjo el fichaje de Maurice Johnstone. Estamos ante el único jugador de la historia que ha militado en católicos y protestantes.

El origen de Johnstone era irlandés y católico, y tras ser traspasado por el Celtic al Nantes, el Rangers acometió su fichaje. El infierno que vivió en Ibrox Park fue tremendo. Todos en Glasgow le odiaban. Unos por ser un traidor y marcharse al rival -Celtic-. Otros, por considerarle un intruso -Rangers-. Al final, terminó marchándose a EE.UU.

La globalización también ha influido en esta rivalidad enconada. Ahora la mayoría de los jugadores son extranjeros, pero la esencia es la misma. Las polémicas siguen siendo constantes. La última se vivió la pasada temporada, cuando el portero del Celtic, el polaco Artur Boruc se santiguó antes de comenzar una Old Firm en Ibrox Park. Boruc fue amonestado por las autoridades por atentar con este gesto contra el orden público...

La hostilidad que se vive en la grada es indescriptible. Cuenta todo aquel que ha presenciado uno de estos partidos que no hay nada comparable con un Celtic-Rangers. Ni un Boca-River, ni un Real Madrid-Barcelona, ni un Flamengo-Fluminense.

Esto lo deja claro Sir Alex Ferguson, entrenador del Manchester United y escocés, en su biografía: "Hay gente que insiste en que otras rivalidades futbolísticas pueden generar tanta intensidad como los choques entre Rangers y Celtic. Bien, he estado en San Siro, en el derbi de Milán, en Barcelona cuando fue el Real Madrid, he visto el Benfica-Oporto y me he visto envuelto con el Manchester United en partidos contra el City, el Liverpool o el Leeds. Créeme, no hay nada comparable con la atmósfera de un Celtic-Rangers".

En 1999, el colegiado escocés Hugh Dallas recibió un impacto de una moneda por parte de los aficionados del Celtic. Al final del partido sorprendió a todos con su discurso: "Tengo amigos en el mundo del arbitraje, como Collina, a los que les encantaría dirigir un Old Firm. Yo no lo dudaría: si tuviera que elegir entre arbitrar a las mejores estrellas del continente en la Champions League o un derby de Glasgow... me quedaría con nuestra propia batalla de gigantes".

La rivalidad, como estarán comprobando, es muy compleja. Es más, un amigo escocés me dijo en una ocasión que "el Celtic-Rangers es un Irlanda-Inglaterra. Los escoceses son mayoritariamente de otros equipos".

(...)

miércoles, septiembre 12, 2007

CIEN

1939. Un modesto escudo hecho de forma clandestina, piedrecita a piedrecita, sin corona, se quedó para siempre en el suelo de la Plaza Nueva de Sevilla, el epicentro de la ciudad. Un maestro albañil republicano, del cual se desconoce su identidad y su suerte, uno de tantos presos políticos que en plena represión franquista fueron sometidos a trabajos forzosos en distintos puntos de Sevilla, y que de forma anónima, movido únicamente por el sentimiento, dejó como vestigio semioculto a los pies de la estatua de San Fernando.

Es sólo uno más de los miles de pequeños pedazos que hoy cumplen 100 años de historia.

Felices primeros cien!...por supuesto, manquepierda

PD: Porque 15 años de apropiación loperiana ni pueden ni van a usurpar un siglo de sentimiento en verde, blanco y verde.

sábado, septiembre 08, 2007

LUTHER BLISSET, EL DELANTERO USURPADO por Juan Antonio Bermúdez

Repasando artículos antiguos he encontrado uno que "robé" hace casi dos años y que me pareció curioso e interesante. Hoy lo vuelvo a "robar".


En la temporada 1983-84, un patoso delantero jamaicano fichado por el Milán al Watford inglés contribuyó decisivamente con sus errores a la pésima campaña que terminó con la escuadra rossonera en la Serie B del calcio.

Los tifosi milaneses purgaron en él su frustración. Especialmente irritados, los neofascistas nunca pudieron admitir que aquel negro desgarbado que había llegado con honores de estrella cobrase más que sus colegas blancos y se retirase millonario tras sufrir (o fingir, eso nunca se aclaró) una lesión, dejando al equipo en la peor crisis de su historia reciente.

Muchos años después, fusilado por el sol de su Jamaica natal, Luther Blisset apuraba en ron las últimas liras de su contrato millardario, sin saber que estaba prestándole su nombre a uno de los fenómenos contraculturales más significativos e impactantes del cambio de milenio.

Y es que sobre 1993 unos cuantos estudiantes de Bolonia “la roja”, la capital histórica de la izquierda italiana, tomaron el nombre del mediocre pelotero jamaicano para firmar panfletos y reivindicar actos de guerrilla mediática, en lo que era el arranque del fenómeno Luther Blisset. El contexto de este segundo nacimiento de Blisset está muy bien definido: una izquierda intelectual vinculada a los centros sociales ocupados y a las redes culturales alternativas, embrión local de ciertas corrientes integradas luego bajo la inexacta etiqueta “antiglobalizadora”; una izquierda bien formada y a la vez curtida en el activismo de la lucha estudiantil.

La primera batalla de renombre ganada por este originario foco de acción de Luther Blisset en su guerrilla mediática se libró en el programa de televisión Chi l’ha visto, versión italiana y más morbosa de Quién sabe donde, en el que una llamada a nombre de Luther Blisset denunció la presunta desaparición del presunto ex-artista punky Harry Kipper, cerca de Udine, mientras viajaba en una bicicleta de montaña con la intención de trazar la palabra “ARTE”.

Entre los objetivos principales de este colectivo que comenzó a identificarse con el heterónimo múltiple Luther Blisset, hay que destacar así, sobre todo al principio, la puesta en cuestión de la infalible verdad difundida por los medios, el sabotaje desde dentro, con las mismas armas (la tergiversación, la manipulación, la no contrastación de fuentes) que tan a menudo les sirven a los propios mass media para construir la realidad a su antojo y conveniencia.

Pero el fenómeno fue enseguida más allá de esos furtivos fraudes mediáticos. Inmerso en el despegue de Internet, Luther Blisset encontró en la Red su medio ambiente ideal para crecer y multiplicarse. Además de las páginas virtuales o reales en las que se comentaba el asunto desde el escándalo o la fascinación o las dos cosas, Internet fue el cauce perfecto para miles de nuevas travesuras y nuevos textos rubricados por Blisset, perfilándose así definitivamente la naturaleza múltiple de la identidad del personaje.

Y mientras esto ocurría en la ingobernable república de Internet, los hipotéticos padres de la criatura, los cuatro veinteañeros boloñeses que fueron los primeros en utilizar el seudónimo Luther Blisset, convencieron a la todopoderosa casa Mondadori para publicar Q, una novela histórica escrita entre los cuatro. Q plantea un viaje por toda la Europa del siglo XVI, en pleno conflicto entre la modernidad del humanismo renacentista y el oscurantismo religioso heredado del medioevo que se resiste a desaparecer. Mezcla personajes y situaciones documentadas con leyendas de capa y espada, en un deslumbrante ejercicio de erudición y de fantasía, para trazar una parábola sobre el sentido de las grandes revoluciones sociales.

Sólo en Italia, el libro ha vendido casi 100.000 ejemplares, pero el número de lectores que han tenido acceso a Q es muy superior, ya que, desde la misma novela se daba permiso y se alentaba a fotocopiarlo (además de que ha estado disponible en varios lugares de Internet).

Con la edición en Mondadori, el proyecto Luther Blisset cumplía una de sus principales ambiciones: dar el salto desde la marginalidad a la cultura pop, llegar al corazón de la industria cultural. Pero lo más sorprendente fue la promoción de la novela, consistente en un “essere presenti, ma non apparire” (“hacerse presentes pero no aparecer”). Le interesa a Blisset una transparencia frente a los lectores pero una opacidad frente a los medios de comunicación. No se trata del aislamiento o la renuncia que han cultivado escritores como Onetti o Sallinger, sino de una peculiar forma de prestarse al juego de las actividades promocionales poniendo unos límites, para no degenerar en el tedioso culto al autor-personaje público. Luther Blisset, los cuatro Luther Blisset autores de Q, han concedido entrevistas y han hecho presentaciones públicas de sus libros, pero no han permitido que se difunda su imagen ni en fotografías ni en televisión, ni han filtrado detalles de su vida privada.

Y además le pusieron un plazo de vida a “su” Luther Blisset, el quinquenio que fue de 1994 a 1999, para no convertirlo en un autor-personaje más de los que criticaban. Desde entonces andan embarcados en un nuevo proyecto, el laboratorio de diseño literario Wu-ming.Otros Luther Blisset siguen vivos, sin embargo, en todo el mundo, firmando y manifestándose aquí y allá, fiel a su identidad múltiple y única que contribuye a poner en crisis la tiranía del artista como clarividente genio individual.

¿Y a aquél Luther Blisset jamaicano que hundió al Milán en segunda, chi l’ha visto?

Juan Antonio Bermúdez en Literaturas.com

domingo, septiembre 02, 2007

HISTORIAS DE LONDRES. UN ASUNTO GRAVE (10/10) por Enric González

Y final.


Desistí de acudir a Stamford Bridge por un ojo, un ojo ensangrentado y que me pareció, por lo que entreví, medio arrancado de su cuenca. Fue un sábado por la tarde, temprano, en un pub de Hammersmith, poco antes de comenzar un partido del Chelsea. Yo estaba leyendo el macizo Guardian sabatino y no escuché nada anormal hasta que se rompieron vasos y botellas y saltó sangre. Las peleas londinenses no son como las mediterráneas: no hay insultos previos, ni griterío, ni bravuconadas, ni “pasa de esta raya si te atreves”, ni “que me sujeten que lo mato”. A veces no hay palabras. La violencia es súbita y fría. Cualquiera que salga un sábado por la noche puede estar casi seguro de ver golpes, en un bar, en la calle o en cualquier parte. No se trata, pues, de un fenómeno directamente ligado al fútbol. El ambiente en los estadios ha recuperado la normalidad tras años de batallas en las gradas, el público es familiar y no existe peligro alguno: se puede disfrutar sin riesgo de Highbury o Stamford Bridge, del siseo escéptico de White Hart Lane o del silencio del cualquier cancha en que juegue el Wimbledon, un equipo sin público que incluso ha considerado trasladarse a Dublín. Pero en las cercanías de cada estadio, igual que en otros países, hay incidentes ocasionales. Y el que me tocó a mí, el del ojo, me desalentó bastante.
Enric González es autor de Historias de Londres, editado por RBA (2007).

viernes, agosto 31, 2007

HISTORIAS DE LONDRES. UN ASUNTO GRAVE (9/10) por Enric González

Wimbledon

Un caso aparte, distinto a todos, es el Wimbledon, un club inverosímil al que se quiere o se odia. Para empezar, lleva el nombre de uno de los barrios más selectos del oeste de Londres, célebre en todo el mundo por el torneo de tenis y por sus fastuosas mansiones, pero juega en un suburbio muy modesto del este. Es, además, un un club que se profesionalizó hace sólo dos décadas, que ha escalado todas las divisiones en un tiempo récord y que mima su cantera. Pero el toque especial, lo que distingue realmente al Wimbledon, es la rabia. Los dons tienen como colores el azul y el amarillo pero en cuanto tienen ocasión prefieren vestirse de negro, se llaman a sí mismo the crazy gang (la banda de locos), escuchan rap en el vestuario antes de saltar al césped, escupen sobre el campo contrario y nunca dan un balón por perdido ni una pierna por inalcanzable.

El jugador más simbólico de los dons fue Vinnie Jones, retirado hace unos años con el mayor expediente de sanciones de toda la historia del fútbol inglés. Un vídeo con sus consejos para aprender a jugar al fútbol se vendía, para que no cupieran dudas, en las estanterías de deportes violentos como el boxeo y el kárate. Ahí van algunas perlas del catecismo del padre Jones: “Cuando derribo a un rival, siempre me ofrezco a levantarlo. Le pongo las manos debajo de las axilas y le estiro con fuerza de los pelos”. “Cuando algún contrario se me acerca demasiado, le agarro por los testículos y le digo con voz suave: ¿Te importaría retirarte un poco?”. “Si leo en el diario que la mujer de un rival se ha largado con otro, se lo recuerdo oportunamente durante el partido”. Y es que, amigo hooligan, “la pasión, la insistencia y el entusiasmo deben conducirte a terrenos en los que causarás algunos problemas. Es la misma historia de siempre. ¿Querrías tener a Gary Lineker a tu lado en las trincheras o preferirías tener a Vinnie Jones? Porque al fin y al cabo, sabes que Vinnie Jones saldría de la trinchera y correría hacia el enemigo, mientras que Gary Lineker se sentaría y diría: Usted primero”.


Jones, que antes de ser futbolista trabajó de peón de albañil, se dedica ahora al cine, especializado en papeles de gángster y asesino. Tras su rostro plagado de cicatrices, prácticamente sin cejas a fuerza de golpes, se oculta, dicen, un hombre sensato y razonable.

Enric González es autor de Historias de Londres, editado por RBA (2007).

sábado, agosto 25, 2007

HISTORIAS DE LONDRES. UN ASUNTO GRAVE (8/10) por Enric González

Chelsea

En el oeste de Londres, quien manda es el Chelsea. Un club irremediablemente pijo, hasta cierto punto artificial, insólitamente irregular, capaz de lo mejor y de lo peor.

El Chelsea fue el resultado de un mordisco de un perro. Pero vayamos al principio, a 1877, cuando se creó un estadio en Stamford Bridge. El estadio se utilizó para el críquet y el atletismo hasta 1904, año en que fue adquirido por los Mears, una familia de constructores. Los Mears querían crear el estadio polideportivo más importante de Inglaterra y una pieza esencial de su plan consistía en alquilarlo al equipo local de fútbol, el Fulham. Pero los directivos del Fulham prefirieron seguir en el ya viejo Cottage. Gus Mears, irritado, decidió vender el estadio a la Great Western Railway Company, para que lo utilizara como almacén de carbón y materiales ferroviarios. A un amigo de Mears, Frederick Parker, se le ocurrió una opción alternativa: si el Fulham rechazaba Stamford Bridge, se podría crear un equipo de cero. Mears, un tipo testarudo y de carácter feroz, no quiso ni debatir la propuesta. Parker citó a Mears poco después en el campo de orquídeas contiguo al estadio, propiedad también de la familia constructora, y el relato de ese encuentro, escrito por el mismo Parker, constituye la leyenda fundacional del Chelsea:

Me dijo que aceptaría la oferta de los ferrocarriles por el terreno. Yo, triste por la desaparición del estadio, caminaba lentamente a su lado cuando su perro, viniendo en silencio desde atrás, me mordió hasta hacerme sangrar. Le dije a su dueño: Su maldito pero me ha mordido, mire, y le mostré la sangre, pero él, en lugar de expresar preocupación alguna, dijo tranquilamente: Terrier escocés, siempre muerde antes de hablar. Lo absurdo de la frase me pareció tan divertido que, aunque cojo y sangrando, me eché a reir y le respondí que era el pez más fresco que había conocido. Un minuto más tarde, [Mears] me sorprendió con una palmada en la espalda y me dijo: Se ha tomado ese mordisco malditamente bien. La mayoría de los hombres habrían montado un escándalo. Mire, estoy de acuerdo con usted.

Stamford no se vendió al ferrocarril. Todo lo contrario: Mears contrató un arquitecto para que construyera una tribuna y puso en marcha la creación de un equipo, para el que se barajaron los nombres de Kensington FC y Stamford Bridge, hasta que finalmente se optó por el de Chelsea FC y por el color azul para la camiseta. La insistencia de Parker el dinero de Mears bastaron para convencer a los dirigentes de la Liga de que admitieran de inmediato al flamante Chelsea, incluso por delante del histórico Fulham. Desde entonces y hasta hoy, el Chelsea es el club del glamour, capaz de ganar por 7 a 0 y de perder por el mismo resultado, siempre imprevisible, siempre elegante, siempre incapaz de alcanzar los objetivos que le corresponden por lo abultado de su presupuesto y lo numerosos de su afición. Actualmente, presume de estadio confortable (dispone de hotel y varios restaurantes) y de éxito comercial (su tienda de recuerdos es mayor incluso que la del Manchester United), y aspira a convertirse al fin en uno de los grandes del continente.



Homenaje a Peter Osgood

Uno de los políticos más repelentes de la era Thatcher, el conservador David Mellor, vio su carrera en peligro al descubrirse que tenía una amante. Pero habría resistido en su ministerio si la señorita en cuestión no hubiera revelado a la prensa sensacionalista que Mellor vestía la camiseta azul del Chelsea durante sus embates amorosos. La imagen era demasiado grotesca, especialmente para los supporters del Chelsea. David Mellor tuvo que dimitir. A pesar de eso y de otras cosas, yo también soy un blue. Qué le voy a hacer.

Enric González es autor de Historias de Londres, editado por RBA (2007).

En este blog se colgó hace ya algún tiempo un articulazo de Santiago Segurola sobre el Chelsea de los años 60, por si a alguien le interesa.

jueves, agosto 23, 2007

HISTORIAS DE LONDRES. UN ASUNTO GRAVE (7/10) por Enric González

Fulham y Queens Park Rangers




Craven Cottage

Otro club blanco (con franjas negras en la camiseta), antiguo y desafortunado, es el Fulham, nacido en 1879 por iniciativa del vicario de la parroquia de St. Andrews. Su estadio, Craven Cottage, está en una zona espléndida, al final de King’s Road, junto al Támesis, donde se unen Fulham y Chelsea. El Fulham es un club salido de la nada que escala con tesón las más altas cimas de la miseria, a fuerza de errores y mala suerte. Se equivocaron al elegir terreno de juego, como se verá más adelante, al hablar del Chelsea, y han protagonizado patinazos memorables, como el de 1968, cuando descendieron de la Primera a la Segunda División. La directiva anunció, cargada de soberbia, que las banderas que adornaban la tribuna del río seguirían siendo las de los clubes de Primera. “No vamos a comprar las banderas de los equipos de Segunda para usarlas sólo un año”, dijeron en la presentación de la temporada. En efecto, no hubiera valido la pena: al año siguiente estaban en Tercera. El Fulham se ha especializado en perder de forma dramática partidos de promoción para el ascenso. La adquisición del club por los Al Fayed, dueños de los almacenes Harrods y frustada familia política de la princesa Diana, ha reanimado las esperanzas de la institución más infeliz del oeste de Londres.

Si el Fulham soporta calamidades en el suroeste, el pupas del noroeste es el Queens Park Rangers, más conocido como QPR. Fundado en 1886 como fusión de los equipos de dos escuelas religiosas, sufrió la primera desgracia en 1908, cuando pidió el ingreso en la liga nacional tras quedar primero en la liga del sur. Los Spurs hicieron con el QPR lo mismo que el Arsenal había hecho con ellos: maniobraron en los despachos y consiguieron para sí el ascenso a la competición de toda Inglaterra, a pesar de haber quedado quintos y a mucha distancia de los rangers en la liga del sur. Desde entonces, la curiosa camiseta a rayas horizontales azules y blancas no ha conseguido ningún éxito.

Enric González es autor de Historias de Londres, editado por RBA (2007).