martes, enero 30, 2007

UNA RECOMENDACIÓN

Leo en Diarios de Fútbol una interesantísima entrevista con Enric González. Partiendo de la devoción que aquí se le tiene, el entrevistado, cómo siempre, admirable.

PD: A los creadores y redactores de DDF, enhorabuena por ese magnífico blog, un ejemplo de cómo tratar el fútbol y su mundo paralelo.

lunes, enero 29, 2007

Historias del Calcio. ZEITGEIST

Un señor llamado Giovanni Bernardone dei Moriconi, apodado Francisco (porque su madre era francesa) de Asís (porque nació allí), fundó a principios del siglo XIII una orden de frailes basada en la pobreza y la fraternidad. Francisco de Asís predicó el amor por la naturaleza y la vida y revolucionó la percepción del cristianismo entre los creyentes de a pie. Aunque nadie lo notara entonces, sus palabras generaron un zeitgeist, un espíritu del tiempo. Décadas después, Giotto, el pintor que decoró la basílica franciscana de Asís, tradujo en arte ese zeitgeist: se apartó del hieratismo bizantino e insufló alma y movimiento en sus figuras. Las claves del Renacimiento y de la Edad Moderna estaban todas ahí. El zeitgeist de Asís floreció durante siglos.
El zeitgeist de una época es fácil de percibir, pero difícilmente se deja comprender. Flota en el aire. En algunas ocasiones, el zeitgeist imperante cambia de forma tan brusca que a nadie se le escapa el fenómeno. Eso ocurrió, por ejemplo, cuando el espíritu turbulento de los 60 y los 70 se transformó en el espíritu mercantil y orondo de los 80. Una de las ciudades que con más presteza se adaptaron entonces al nuevo signo de los tiempos fue Milán. Era la Milano da bere del socialista Bettino Craxi, vestida de Armani, corrupta hasta la médula y forrada de liras en negro. En España no se usaba aún el término pelotazo ni se sospechaba que los ladrillos llegarían a ser de oro, pero en Milán ya galopaba el futuro, plasmado en la simbiosis entre el poder político de Craxi y el emergente poder económico de un constructor llamado Silvio Berlusconi.

Con el dinero inmobiliario, Berlusconi fundó un imperio televisivo y compró una sociedad futbolística en la que aplicó todo su instinto. El Milan fue el primer equipo galáctico y probablemente el mejor. Hoteles de cinco estrellas, merchandising, tecnología aplicada (el Milan Lab), espectáculo permanente y presupuestos de vértigo. La fórmula, como se sabe, funcionó.

No hay más que echar un vistazo al Milan de hoy para adivinar que el zeitgeist de los 80 se ha evaporado por las rendijas de la historia. Hay algo de vieja fotografía en las maniobras de Seedorf, el oportunismo de Inzaghi y el voluntarismo portentoso de Maldini. La imagen de Adriano Galliani, el factotum milanista, en la grada de San Siro con Ronaldo, el otro día, es decididamente sepia. Ronaldo tiene sólo 30 años, pero su corpachón, demasiado grande para sus rodillas y para sus reflejos, constituye casi una metáfora.

El Milan sudó ayer para ganar, 1-0, gol de Inzaghi, al modestísimo Parma. El joven italoamericano Giuseppe Rossi, un delantero prometedor por el que ya se ofrecen fortunas, no hizo nada, pero aún así al Parma le bastó defender para desnudar las verguenzas de un Milan cada vez más parecido a un diplodocus: pesado, lento, con un culo muy grande y una cabeza muy pequeña.

No sirve apelar a los puntos de sanción, ni a la fuga de Shevchenko, ni a la potencialidad de Kaká y quizá de Gourcouff. El glamour milanista se ha desvanecido. Es de otra época.

Lo mejor que se vio ayer tarde en el calcio (a falta del vespertino Sampdoria-Inter) ocurrió cerca de Milán, en Bérgamo. El Atalanta ganaba al Catania, 1-0, a falta de cinco minutos. La cosa parecía tan cantada que el entrenador retiró a Doni, el alma del Atalanta bergamasco. El Catania probó un último recurso y sacó al campo a Takayuki Morimoto, un japonés de 18 años que nunca había jugado en la Serie A. Morimoto tardó tres minutos en marcar un gol que habría firmado el Ronaldo de antes. Es difícil definir el zeitgeist contemporáneo, impregnado de miedo y gnosticismo, pero seguramente tiene más que ver con Morimoto que con Ronaldo.

Enric González es autor de Historias del Calcio

sábado, enero 27, 2007

EL FULL MONTY Y LA GLOBALIZACIÓN por John Carlin


Quedan 20 jornadas para que acabe la Liga inglesa pero ya sabemos que el campeón va a ser el Manchester o el Chelsea. Mejor sería que quedaran cuatro candidatos, como en España, pero teniendo en cuenta que hace 12 meses nadie dudaba que el Chelsea sería campeón, algo se ha avanzado.

Pero no tanto como para evitar que esta semana la atención del público deportivo inglés se haya desviado en una dirección completamente diferente. Su nombre es Monty Panesar. Si un marciano hubiera aterrizado en Inglaterra el lunes o martes pasado, (o un español que hablara inglés pero no entiendera los códigos básicos de la cultura inglesa) supondría que se trataba de un mítico guerrero cuya misión era salvar al país de la catástrofe. San Jorge contra el dragón; el rey Ricardo Corazón de León contra los franceses; Churchill contra Hitler.

Las comparaciones no son exageradas. Estamos hablando del críquet, la expresión quintaesencial de la cultura inglesa. Y nos referimos, concretamante, a una serie de partidos que se están llevando a cabo en este momento contra el rival más antiguo y más detestado, como el Barça para el Madrid o el Madrid para el Barça: Australia. Se jugarán cinco partidos en total. Ya se han disputado dos y ambos los ganó Australia. Si Inglaterra no gana el tercero, que empezó el jueves y acaba el lunes (un partido de críquet internacional dura cinco días) pierde la serie y el país se hunde en una depresión de la que ni Papá Noel le podrá sacar.

¿Quién es Monty Panesar? Monty Panesar es un jugador que el entrenador inglés no seleccionó para los dos primeros partidos. Hubo un consenso casi absoluto en la prensa inglesa: el seleccionador se equivocó. The Guardian, quizá el diario más serio de Inglaterra, opinó que si Monty Panesar no entraba en la selección, esta vez Tony Blair se vería obligado a abordar la crisis en una sesión urgente del parlamento. Todos los periódicos, todos los grandes periodistas deportivos ingleses, se olvidaron de Mourinho, de Ferguson, de Wenger y de Wayne Rooney para concentrar su atención en la gran cuestión nacional.

Monty Panesar por fin jugó, y cumplió. Hizo en el primer día lo que la nación esperaba de él, y más. No vamos a intentar explicar aquí las reglas del críquet, pero digamos que el equivalente futbolístico de la hazaña de Monty Panesar sería que un canterano del Real Madrid marcara tres goles al Barça en el Camp Nou. Lo que hubiera dejado atónito al español (y al italiano, y al chino, y al marciano) es que Monty Panesar no podría tener un aspecto más diferente al del resto de los jugadores de la selección inglesa de críquet, hombres fornidos, de tez blanca o rosada. Panesar es un señor bajito, moreno y barbudo que, siendo un devoto sikh, juega siempre con un turbante negro. El público le ha puesto el apodo del militar inglés más ilustre de la Segunda Guerra Mundial, el Mariscal Monty Montgomerie, pero el nombre que le dieron sus padres, inmigrantes que llegaron de la India en 1979, fue Mudhsuden Singh. Sería intrigante saber qué pasa por la cabeza de los padres cada vez que van a un estadio a ver jugar a su hijo y se ven rodeados de fans luciendo, además de sus banderas inglesas, turbantes negros.

Ya es mucho que un francés (Wenger) y un español (Rafa Benitez) sean adorados por las aficiones de clubes ingleses tan ancestrales como el Arsenal y el Liverpool. ¡Pero que el héroe nacional de la tierra del Almirate Nelson, del Duque de Wellington y la Reina Victoria sea un joven sikh!

La mezcla de la globalización y el deporte ha dado a la humanidad cosas fantásticas.

miércoles, enero 24, 2007

EL IDIOTA DEL CÓRNER por Javier González

Reseña de la novela 'El idiota del córner' de Ian McCoy en la revista literaria Mercurio (enero 2007)

En la grada su asiento de socio estaba junto al vértice de tiza del córner. En los descansos de los partidos, mientras comía su sandwich de rosbeef, se embobaba mirando el flamear al viento del banderín, Por la bocadura de entrada al estadio (puerta 45), solía colarse un viento brioso como de alta mar que agitaba el pañito del banderín. Desde su asiento el tipo imaginaba que aquel banderín fluorescente era como una bandera de popa de un hermoso velero. Se lo decía a su mujer antes de los partidos, y ella le sonreía cariñosa mientras le preparaba el rosbeef y le despedía deseándole suerte para el partido: "Suerte, buen partido...y buena mar", le decía juguetona. Antes, los dos ya habían acordado lo mismo de siempre en los partidos televisados. Desde su asiento junto al córner, aprovechando que las cámaras enfocaban de cerca el saque de esquina, él se levantaría a saludarla por la tarde. Y así era siempre. Llegado el momento álgido del córner, detrás del concentrado pelotero solía verse a un tipo rosado y gordito que saludaba y daba besos a la cámara sin prestar atención al córner. Con los brazos parecía que cogía un volante grande como el de un gran trailer. Pero no era un volante deforme. Era el timón de un velero imaginario con bodegas de amor en su vientre. Desde casa, la mujer le lanzaba besos trenzados como nudos marineros.

Todo fue bien hasta que un lunes, de ida al trabajo, ella leyó en la prensa gratuita de la calle un artículo: "El idiota del córner". Era su marido. Mofa brutal: ¿Quién era aquel gordito cretino que saludaba y parecía conducir desde el córner?

De igual título -El idiota del córner- es la novela del escocés Ian McCoy, basada -asegura su autor- en la historia real de un hincha del Celtic. ¿El propio McCoy?


Aprovechando y hablando del Celtic y de su fantástica hinchada, la noche en que el You´ll never walk alone, tan suyo como de Anfield, sonó en un Celtic -Barça en honor a las victimas del 11-M en Madrid. Retumbaron los cimientos de Celtic Park. !Qué momento!


lunes, enero 22, 2007

Historias del Calcio. EL MEJOR FUTBOLISTA DE ITALIA

Los futbolistas de élite, como los políticos, suelen mantener una relación ansiosa con el público y la historia. No lo saben al principio, cuando debutan como profesionales y aún no tienen lo que, a poco que vayan bien las cosas, les dará el tiempo: un montón de millones en el banco, un deportivo en el garaje y una modelo en casa. El futbolista joven supera poco a poco los miedos, juega y sueña momentos de gloria. El ansia llega más tarde, con la veteranía. Cuanto más celebrado es, mayor el ansia. Los aplausos se dan por descontados y nunca son suficientes. Hacen falta más focos, más vítores, más premios. El futbolista treintañero empieza a vislumbrar la retirada, una especie de muerte civil que le apartará de escena y le arrebatará parte de su identidad. En ese momento empiezan las tensiones con la historia, traducibles en una pregunta: "¿Qué se recordará de mí cuando haya muerto?".

Algunos, pocos, saben que la retirada no traerá el olvido. Francesco Totti será el rey de Roma mientras viva. Paolo Maldini será un modelo para futuras generaciones. Un caso extremo es el de Alessandro del Piero, que ya es el monumento de sí mismo. Hace cuatro años, cuando renovó con el Juventus hasta 2008, hizo una promesa en una página de publicidad de La Gazzetta dello Sport: "Un caballero no abandona nunca a una señora". Su compromiso con la Vecchia Signora de Turín estuvo a punto de romperse con el descenso administrativo a la Serie B y la inevitable tentación de cambiar de equipo, pero, para su suerte, no hubo ninguna oferta golosa. Del Piero siguió en la Juve y en la temporada del castigo ha alcanzado dos hitos excepcionales: 500 partidos y 200 goles con la Signora.

Se trata de un caso curioso. Cuando debutó, le quitó el puesto a Roberto Baggio, un futbolista de superior talento. La madurez le aportó una misteriosa musculatura -hay que decir misteriosa porque la justicia italiana no ha podido probar las sospechas de dopaje- y le privó de la magia juvenil. Hoy es un futbolista regular que cumple a la perfección con su trabajo. El sábado marcó un gol, fabricó otros dos y aupó al Juventus a la cabeza de la clasificación, con la Serie A al alcance de la mano.

Más allá, Del Piero seguirá explotando las cualidades que le han ayudado a sobresalir por encima de compañeros más hábiles: la inteligencia, la simpatía, las dotes de actor.

Alessandro del Piero se sabe destinado a dirigir la Juve, quizá a presidirla. A diferencia de Baggio, ocupado en su finca agrícola y en sus partidas de caza, tan desaparecido que la prensa especula sobre si ha engordado o no, Del Piero seguirá en escena.

Existe una categoría aún más especial, la de quienes no se preocupan ni por el público ni por la historia. Son tipos que aman el balón, no la gloria, y no llegan a superar el miedo del primer día. Les cuesta funcionar bajo presión y difícilmente alcanzan a jugar en equipos de renombre. Cristiano Doni es uno de ellos. Maduró tarde, creció en el Atalanta de Bérgamo, pasó una temporada deprimente en el Sampdoria, se comportó discretamente en el Mallorca y el pasado verano, con 33 años, regresó al Atalanta. Nadie esperaba de él más que lo justo: un poco de experiencia y un poco de orden en el centro del campo.

Doni ha sido elegido por La Gazzeta dello Sport, con toda justicia, como el mejor jugador del calcio en la primera vuelta liguera. Fue suplente en la Copa del Mundo de 2002, nunca ha disputado un encuentro de la Champions ni ha lucido un scudetto sobre el pecho. En teoría, debería estar condenado al olvido. "Cada partido era un examen. Sentía una opresión en el estómago. Jugaba estresado", dijo ayer a La Gazzetta hablando de su modesta carrera.

Ya al borde de la muerte futbolística, liberado de presiones, Doni se ha convertido en una maravilla. Por fin, hace lo que le gusta: jugar con un balón.

Enric González es autor de Historias del Calcio

domingo, enero 21, 2007

EL PEQUEÑO GIGANTE por José Pékerman


A veces los jugadores entran en los clubes a contramano. Eso es lo que sucedió con Saviola en el Barcelona. Entró en el club en un momento de inestabilidad, de cambios de directiva, entrenador y jugadores. En esas condiciones, cuesta asentarse en el equipo a cualquier jugador y más a alguien que viene de otra competición, muy joven, y con unas circunstancias personales difíciles por la enfermedad de su padre.

No es fácil sobreponerse a determinados obstáculos que se presentan en la carrera de un futbolista. Existen muchos ejemplos de jugadores con grandes condiciones que se han apagado incomprensiblemente.

A mí me alegra sobremanera el buen momento de Saviola porque es un jugador muy completo y una persona extraordinaria. Es un jugador de los que siempre valoran los entrenadores, no sólo por su rendimiento en el equipo a base de goles y juego; también debe tenerse en cuenta su aportación al grupo en su comportamiento. Javier es un chico tremendamente positivo, nunca está de mal humor, no se queja, es muy querido por sus compañeros, es humilde y tiene una gran capacidad para integrarse. Sabe responder a las expectativas y cómo comportarse en cada momento.

En el Mundial sub 20 de Argentina, él tuvo que asumir un papel de líder. Ya era una figura reconocida en River y en aquella selección le correspondió liderar un grupo que tenía la obligación de ganar el campeonato jugando bien, porque se jugaba en casa. No le pesó la responsabilidad y cumplió con creces en medio del dolor personal por la grave enfermedad de su padre. Nunca se quejó y su actitud fue un ejemplo para todos. Por eso no me sorprende que no se haya desmoronado cuando se dudaba de él en Barcelona y se le cedió al Mónaco y al Sevilla. Saviola es un luchador nato, además de un gran futbolista.

A veces los entrenadores quieren jugadores grandes y fuertes porque piensan que de esta forma se le hace más daño a las defensas. El Conejo demuestra que el fútbol admite que puedan practicarlo todas las tipologías humanas siempre que cumplan el principal requisito: saber jugar. Y Saviola juega muy bien al fútbol. Es rápido y muy preciso, tiene mucha técnica, sentido de anticipación y viveza. Por eso siempre está bien perfilado para el gol. Por eso puede hacer goles de rebote, de cabeza, en velocidad, con poco ángulo, con espacios libres, sin ellos. Siempre hará goles y jugadores como él no abundan. Uno no debe llevarse a engaño por su baja estatura. Si le dan confianza meterá más de 20 goles esta temporada y las próximas. Sin olvidar un detalle importante: el juego del Barcelona le favorece notablemente por la muy buena técnica de sus compañeros. Y a los compañeros técnicos (Ronaldinho, Eto'o, Deco, Iniesta, Xavi, Messi, etc.), les conviene un delantero que sepa leer el juego, que pueda buscar un balón en velocidad, jugar en el área y, a su vez, descargar una pared, realizar un desmarque interesante o dar un pase de gol.

Sucede muchas veces que resulta difícil valorar lo de casa, y se busca en otros escaparates relucientes lo que se tiene en abundancia en el salón. Estoy convencido que un secretario técnico tan inteligente como Beguiristain, y un entrenador tan capaz como Rijkaard no dejarán escapar a ese pequeño gigante.

José Pékerman fue seleccionador de Argentina en el Mundial de Alemania 2006.

martes, enero 16, 2007

Historias del Calcio. LOS HEREDEROS DE MULCASTER


Todo era más fácil con la esferomaquia griega o el harpastum de las legiones romanas. Pasaron más de mil años y seguía siendo fácil, fuera con los partidos carnavalescos del medioevo inglés (cientos contra cientos durante toda una jornada), con el soule francés o con el aristocrático y violento calcio florentino (27 contra 27). El asunto consistía en organizar una batalla campal en torno a un balón. Las cosas suelen ser sencillas hasta que alguien teoriza. En el caso del fútbol, el nacimiento de la teoría data de 1581. El culpable fue un extraordinario pedagogo, Richard Mulcaster, que criticó la práctica habitual, consistente, según sus propias palabras, en "amontonar a una multitud de villanos entre espinillas magulladas y piernas rotas", y sugirió algunas modificaciones: "un número inferior de jugadores, organizados en base a zonas y posiciones", con "un maestro de entrenamiento" y alguien que pudiese "valorar el juego, un juez superpartes con autoridad".

Intentan combinarlo todo y luego hacen la danza de la lluvia. A veces, llueve. A veces, no

Pasaron tres siglos antes de que la Football Association estableciera, tras unos cuantos tanteos a ciegas (como la prohibición inicial de pasar el balón hacia adelante), las primeras normas reconocibles. Luego llegaron Didí (el brasileño que enseñó al mundo a chutar), la profesionalización, el balón impermeable ligero y la globalización hipercapitalista. Pero Mulcaster había intuido lo esencial: aquel juego rudimentario podía estilizarse y evolucionar hasta convertirse en una actividad científica. La lectura de How to score (Cómo marcar), un libro del físico británico Ken Bray que combina ciencia, historia y fruición, ayuda a entender hasta qué punto el resultado de un partido de fútbol depende de factores oscuros, casi mágicos.

Cuando empieza la temporada hay ya muchas cosas seguras. Los centrocampistas de todos los equipos van a correr más o menos lo mismo, unos 10 kilómetros por partido; los porteros van a ser los jugadores que más tiempo controlarán el balón; habrá un gol cada diez remates o nueve si los delanteros son habilísimos... Lo esencial está predeterminado.

Luego, unos ganan y otros pierden y nunca se sabe realmente por qué. Quien sepa por qué va mal el Madrid, por qué renquea el Chelsea o por qué el Inter parece invencible que levante la mano. La clave, por supuesto, radica en el equipo: cuanto más colectivo el juego, mejor. Vale. El misterio, pues, se esconde en la construcción de un equipo.

Los entrenadores son como los economistas: la ciencia que acumulan sirve básicamente para explicar por qué no se cumplen sus pronósticos. Cuando sí se cumplen, cuando los proyectos cuajan y se encuentran en las manos con una formidable máquina de fútbol, algunos reaccionan con arrogancia, como Fabio Capello o José Mourinho. No es extraño: les ha salido bien una fórmula mágica y se sienten los reyes del mambo.

Otros, más lúcidos, adoptan una sonrisa melancólica. Es el caso de Roberto Mancini. Fue un futbolista rebelde y exquisito y es el tipo más elegante del calcio, posee un yate espléndido y, con sólo 42 años, dirige un Inter implacable. El equipo tradicionalmente más caótico y propenso a las neurosis se ha metamorfoseado, de un año a otro, en una fábrica de victorias de ritmo japonés. Sin embargo, Mancini habla menos que otras temporadas. Parece inmerso en un nirvana triste, como el Frank Rijkaard de los buenos tiempos.

¿Qué puede decir? Sabe lo que ha hecho y que las cosas van bien. También sabe que, habiendo hecho lo mismo, las cosas podrían ir mal. Los herederos de Mulcaster, llegado el siglo XXI, disponen de presupuestos gigantescos, bancos de datos, asesoramiento clínico y jugadores con extraordinarios recursos técnicos. Intentan combinarlo todo y luego hacen la danza de la lluvia. A veces, llueve. A veces, no.

Enric González es autor de Historias del Calcio

domingo, enero 07, 2007

LAS OCHO UVAS por Julio César Iglesias


Puntual como el catarro, Fabio Capello ha vuelto a cantar su villancico por Navidad. Lo había hecho por vez primera en los años de presidencia de Lorenzo Sanz. Después de varios meses de fútbol-zambomba, su equipo mandaba en la clasificación, pero los espectadores locales no terminaban de identificar aquella murga con el espectáculo del domingo. Acostumbrados a disfrutar de la habilidad de los mejores futbolistas, no entendían a un entrenador cuyo equipo se deshacía de la pelota como de un trasto viejo.

A fin de año, un periodista preguntó al sospechoso cómo era posible que, con su alarde presupuestario, el Madrid pudiera jugar tan mal.

"Con lo que tengo, no se me puede pedir más", contestó muy ofendido.

Después de romper la hucha, Sanz le había cerrado ocho nuevos fichajes: el portero Illgner, campeón mundial con Alemania; Panucci y Secretario, laterales derechos del Milan y el Oporto; Roberto Carlos, lateral izquierdo del Inter; Seedorf, primer centrocampista del Sampdoria; Zé Roberto, el zurdo más acreditado de Brasil; Suker, máximo goleador de la Liga, y Mijatovic, el mejor jugador del campeonato. Por si necesitaba jugadores de relleno, disponía de Raúl, Hierro, Sanchís y Redondo, entre otras figuras internacionales.

Pero aquel día de diciembre se puso la máscara de cemento, le tomó el número al reportero y dijo de nuevo: "Con lo que me han dado, no podemos hacer más". Luego, ya fuera porque recibió algún aviso por la línea de órdenes o porque el Bernabéu empezaba a sublevarse, aceptó que Redondo se hiciera cargo de las operaciones y aquel equipo, que más tarde ganaría la Liga de Campeones con Heynckes, levantó el vuelo en un minuto.

Diez años después, puntual como el cuco del reloj, ha respondido igual que entonces a una pregunta de Pablo Polo.

"No podemos jugar como el Barcelona. Hay que hacer el vino con la uva que se tiene", ha dicho en una sutil evocación de la vendimia.

También le han servido ahora ocho ejemplares de pura cepa. A saber, Cannavaro y Emerson, sus compinches en la Juve; Diarra, el hombre escoba con el que siempre soñó; Van Nistelrooy, goleador del Manchester United; Reyes, agitador del Arsenal; Marcelo, el lateral izquierdo del futuro; Higuaín, un delantero de última generación, y Gago, quizá el mediocentro más brillante del mercado. A ellos se suman Ronaldo, Robinho, Ramos, Beckham, Cicinho, Guti o Raúl, casi una selección Resto del Mundo.

Habrá que reconocer sus méritos de bodeguero: jugar tan mal con futbolistas tan buenos exige mucho entrenamiento. Hace falta mucha solera para convertir tanta uva en el vino que vende Asunción.

A la espera de que Gago tome el mando, no es blanco ni tinto ni tiene color.

jueves, enero 04, 2007

SE VENDEN PIERNAS por Eduardo Galeano


Como todos los uruguayos, de niño quise ser futbolista. Por mi absoluta falta de talento, no tuve más remedio que hacerme escritor. Y ojalá pudiera yo, en algún imposible día de gloria, escribir con el coraje de Obdulio, la gracia de Garrincha, la belleza de Pelé y la penetración de Maradona.

En mi país, el fútbol es la única religión sin ateos, y me consta que también la profesan en secreto, a escondidas, cuando nadie los ve, los raros uruguayos que públicamente desprecian el fútbol o lo acusan de todo. La furia de los fiscales enmascara un amor inconfesable. El fútbol tiene la culpa, toda la culpa, y si el fútbol no existiera, seguramente los pobres harían la revolución social y todos los analfabetos serían doctores; pero, en el fondo de su alma, todo uruguayo que se respete termina sucumbiendo, tarde o temprano, a la irresistible tentación del opio de los pueblos.

Y la verdad sea dicha: este hermoso espectáculo, esta fiesta de los ojos, es también un cochino negocio. No hay droga que mueva fortunas tan inmensas en los cuatro puntos cardinales del mundo. Un buen jugador es una muy valiosa mercancía que se cotiza y se compra y se vende y se presta, según la ley del mercado y la voluntad de los mercaderes.

La ley del mercado, ley del éxito. Hay cada vez menos espacio para la improvisación. Importa el resultado cada vez más, y cada vez menos el arte, y el resulta o es enemigo e riesgo y la aventura. Se juega para ganar o para no perder, y no para gozar la alegría de dar alegría. Año tras año, el fútbol se va enfriando, y el agua en las venas garantiza la eficacia. La pasión de jugar por jugar, la libertad de divertirse y divertir, la diablura inútil y genial, se van convirtiendo en temas de evocación nostalgiosa.

El fútbol suramericano, el que más comete todavía estos pecados de lesa eficiencia. Ley del mercado, ley del más fuerte. En la organización desigual del mundo, el fútbol suramericano es una industria de exportación: produce para otros. Nuestra región cumple funciones de sirvienta del mercado internacional. En el fútbol, como en todo lo demás, nuestros países han perdido el derecho de desarrollarse hacia adentro. No hay más que ver a los seleccionados de Argentina, Brasil y Uruguay en este Mundial de 1990. Los jugadores se conocen en el avión. Solamente un tercio juega en el propio país; los dos tercios restantes han emigrado y pertenecen casi todos a los equipos europeos. El Sur no sólo vende brazos, sino también piernas, piernas de oro, a los grandes centros extranjeros de la sociedad de consumo.

En tiempos de tanta duda, uno sigue creyendo que la Tierra es redonda por lo mucho que se parece al balón que gira mágicamente sobre el césped de los estadios. Pero también el fútbol demuestra que esta Tierra no es muy redonda que digamos.

Eduardo Galeano es escritor uruguayo