miércoles, septiembre 22, 2004

VERGÜENZA EN NÁPOLES

Sobre la estupidez humana se ha escrito bastante. El tema, por desgracia, resulta inagotable. Un grupo de seguidores del Nápoles (no aficionados al fútbol, sino seguidores en el sentido de ir tras el equipo) devastó el sábado el estadio Partenio de Avelino, protagonizó varias batallas campales, una de ellas en pleno césped, y dejó en el asfalto un muchacho medio muerto que anoche seguía en estado crítico. El subjefe de la policía local fue agredido y sufrió un infarto. La pequeña ciudad de Avelino, en los Apeninos, padeció horas de terror. Las imágenes avergüenzan.
Pero no vayamos a creer que toda esa violencia fue gratuita: es que era un derbi regional. Ah, claro, Y además, explican los tifosi napolitanos, hubo un problema de entradas, más caras de lo que esperaban. Con toda lógica, los muchachos resolvieron el problema cargando contra la policía, entrando en tromba en el estadio y encaramándose a lo alto de la tribuna para arrojar bengalas y sillas. Lo que habría hecho cualquiera. Uno de ellos, un chico de 20 años, Sergio Escolano, de 20 años, quizá inocente, se desplomó desde un voladizo hasta la calle en una caída de una veintena de metros. Según algunos testimonios, la ambulancia tardó hasta media hora en recoger su cuerpo roto: era imposible acceder a él porque las peleas proseguían alrededor. Luego, unos cien imbéciles saltaron al campo e hicieron huir a la policía, que dejó tras sí una nube lacrimógena. El partido se suspendió sine die.
Nápoles y Avelino padecen una tasa de paro altísima, son ciudades inmersas en la tradición sureña de violencia, la gente del Nápoles soporta mal la vida en Segunda y el casi descenso a Tercera del pasado año... Todos estos argumentos inundan la prensa italiana. Sobre la estupidez humana, en efecto, se escribe bastante. Pero no pasa nada: el domingo próximo, los imbéciles que asolaron Avelino volverán al estadio. Quizá algún directivo les salude como fieles entre los fieles. En el azul celeste de la camiseta napolitana queda la mancha negra.
En cuanto al fútbol, una nota de normalidad: después de exhibición de Highbury (0-3 contra el Arsenal en Champions), el Inter, auténtica unidad de medida del calcio, empató tristemente a cero en el Giuseppe Meazza con la Sampdoria. La estoica hinchada del club azul y negro vivió sus 90 minutos de tedio y volvió a su habitual sufrimiento.
El Juventus es el poderío de la burguesía industrial. El Milan es la genialidad de una extraña combinación de aristocracia y proletariado. El Inter, el tercer grande, es la paciente clase media, aderezada con un punto de masoquismo. Es la sociedad que dejó escapar a Roberto Carlos y fue burlada por Ronaldo, es el equipo que cayó en semifinales de la pasada Champions sin perder ningún partido y quedó segundo de la Liga (tercero el anterior); es, en fin, el club que contrató como entrenador a Héctor Cúper, un especialista en derrotas heroicamente arrancadas de las fauces de la victoria.
El juego del Inter suele ser el mejor termómetro del calcio y, a juzgar por lo visto ayer, el fútbol italiano sigue asfixiado entre marcajes, presiones, astucias y faltas lejos del área. Todo el partido fue jugado como un larguísimo último minuto en campo contrario. No estaba el gran Chistian Vieri, pero da igual: fue una lástima.