domingo, diciembre 31, 2006

LOS ESPAÑOLES CONQUISTAN LA 'PREMIER' por John Carlin


Los periodistas deportivos ingleses han estado publicando sus listas de los mejores jugadores del año y los que más han sonado han sido Cristiano Ronaldo y Paul Scholes, del Manchester United, Didier Drogba, del Chelsea, y un español, Cesc Fábregas, del Arsenal.

Los españoles se han integrado con facilidad y han conquistado los corazones de la afición

Llamé a un par de periodistas y les pregunté si me ayudarían a hacer una evaluación anual no sólo del joven catalán sino también de los demás españoles que militan en equipos de la Premier League. La conclusión es que, con una desafortunada excepción, los españoles se han integrado con extraordinaria facilidad en el fútbol inglés, han conquistado los corazones de sus aficiones, y se han ganado la admiración de los analistas profesionales. En todos los casos, los equipos en los que juegan acaban el año en la mitad alta de la tabla.

- El más joven y el mejor. Paul Merson, antiguo integrante de la selección inglesa, ha dicho que Fábregas, un jugador de muchísimo temple para sus 19 años, será un día el mejor jugador del mundo. Puede que exagere pero lo que no se discute es que el centrocampista que los aficionados del Arsenal llaman "fab" (de "fabuloso") se ha convertido en el eje y el cerebro de un equipo que despliega el fútbol más fluido, inteligente y atractivo de Inglaterra. "Se está convirtiendo en el jugador más indispensable del Arsenal, más incluso que Thierry Henry", dijo un periodista que además es fanático del equipo londinense.

- El más respetado. Xabi Alonso, el controlador del centro del campo del Liverpool, posee -más que cualquier jugador inglés- la personalidad que más empatía despierta en Inglaterra. Además de ser un completísimo futbolista, logra el imposible reto de dejarse siempre la piel en el campo proyectando una glacial serenidad. Serio y modesto, lúcido en las entrevistas, los aficionados del mítico Anfield lo adoran.

- El más enigmático. Luis García, también del Liverpool, se ganó a la afición para siempre con sus goles decisivos, y algunos espectaculares, rumbo al inesperado triunfo en la Liga de Campeones de 2004-2005. No deja de sorprender con sus golazos, pero es uno de esos jugadores frustrantes (y por eso muchas veces suplente) que tiende a desaparecer durante un partido, o jugarlo a su aire.

- El genio más errático. Pepe Reina es el portero número uno del Liverpool, en parte porque mantiene viva una antigua tradición. No importa que hayan nacido en Zimbabue, Polonia, Inglaterra o España, los porteros del Liverpool de los últimos veinte años siempre han seguido un mismo modelo: hacen las paradas más espectaculares, y las pifias más bochornosas. Cuando jugaba en el Villarreal, Reina parecía el portero más sólido, más imperturbable del mundo, pero el maleficio de Anfield no lo supera nadie.

- El más querido. Nadie se lo hubiera creído hace tres años, pero la conquista española de la ciudad de los Beatles es casi total. El ídolo del otro equipo de Liverpool, el Everton, es el donostiarra Mikel Arteta. Reconocido como la figura de un club que está en la sombra del gran vecino, pero que cuenta con una media de 35.000 espectadores por partido en casa, el centrocampista español, de 24 años, fue elegido en mayo como el mejor jugador del Everton no sólo por los aficionados, sino por sus compañeros de equipo.

- El más frustrado. Albert Luque llegó al Newcastle United del Deportivo la Coruña en agosto de 2005 con la reputación de ser uno de los tres o cuatro delanteros más letales de España. Por eso el Newcastle pagó 14 millones de euros por él. Ha sido una de las peores inversiones del club peor administrado de Inglaterra. Luque tuvo mala suerte con una lesión seria nada más llegar, pero desde que se recuperó hace ocho meses apenas ha sido titular. Es el español que peor se ha adaptado a Inglaterra, o que Inglaterra menos ha sabido aprovechar.

- El más inglés. No por su personalidad, sino por su estilo de juego, es el otro donostiarra de la Premier, que ha vivido una especie de metamorfosis desde que llegó al Bolton Wanderers procedente del Real Madrid en 2002. Iván Campo, que jugaba de central en España, se mueve ahora como centrocampista. Pero lo más curioso es que se ha transformado en el prototipo de jugador del Bolton, que es lo mismo que decir un jugador cien por cien inglés. Más peleón que refinado, entregado a muerte a la causa, Iván Campo define y encarna a un equipo que está haciendo maravillas esta temporada: cuarto en la Liga y con serias posibilidades de clasificarse para la Liga de Campeones.

lunes, diciembre 25, 2006

VIVA EL BOXING DAY por Raul Fain Binda

Cómo si de ¡Qué Bello es Vivir! se tratara, vuelvo a recuperar este artículo navideño sobre la peculiaridad inglesa que tanta envidia provoca a los futboleros en estos días.



El ser inglés consiste, por encima de todo, en no ser como los demás.

Los ingleses conducen por la izquierda, sus escuelas públicas son en realidad privadas, el conductor de un ómnibus es el que vende los boletos (el que está al volante es el driver), en un ministerio el rango de secretario (de Estado) es más encumbrado que el de ministro... y el fútbol no descansa a fin de año.

Mientras los futbolistas de otras grandes ligas europeas se tienden al sol en playas exóticas o se atracan de pavo en sus casas de nuevo rico, los jugadores de la Premier League van del pub a la cancha y de la cancha al pub.

En un programa oficial plagado de jornadas, el fútbol inglés tiene en el Boxing Day su fecha con mayor carga histórica.

(...)

Día de los regalos


Boxing Day es el día siguiente a Navidad. En una época, particularmente durante el siglo XIX, fue una especie de Navidad alternativa para la inmensa masa de sirvientes que se deslomaba el 25 de diciembre trabajando para sus señores.

En la mañana del 26, bien tempranito, los sirvientes podían visitar a sus familias, cargados de paquetes de regalos (boxes o cajas) y las sobras del banquete.

También el 26 las iglesias abrían los boxes de limosnas destinadas a los pobres y los aprendices de todos los artesanos del reino visitaban a los clientes, con cajas para recoger las "ayuditas".

Las familias tradicionales, los nobles con dependientes económicos o clientela política, también salían ese día a repartir boxes con regalitos y sobras de comida, para mantener la ilusión de un clan o familia extendida de corte feudal.

Para hacerlo más breve, el Boxing Day era la Navidad de los pobres, cuando los ricos purgaban con actos de caridad la glotonería y derroche del día anterior.

Dado que el 26 no era feriado religioso, se podía ir al fútbol, que ha sido tradicionalmente el deporte de los pobres.

Raigambre popular

Volviendo ahora al Boxing Day, a la ávida demanda de fútbol en esta época del año, se nos ocurre que esto es una nueva prueba de la auténtica raigambre popular de este deporte.

Para las clases acomodadas, el Boxing Day señala desde la época victoriana el día de la caza del zorro... "señalaba" será la palabra en el futuro, porque la cacería de este Boxing Day puede haber sido ser la última, por lo menos en el plano legal.

Todas las otras actividades están de gira o reducidas en el nivel competitivo... excepto el fútbol.

Este país se está desprendiendo de sus tradiciones con una rapidez que escandaliza a los anglófilos extranjeros.

La prohibición de la caza del zorro es casi segura... Este asunto refleja un acomodamiento de las relaciones entre cierta gente de la ciudad y cierta gente del campo, entre políticos y propietarios.

El fútbol en este país es más democrático que eso, porque realmente representa a las comunidades regionales.

Por eso y otras cosas, ¡qué viva el Boxing Day!

viernes, diciembre 22, 2006

LOS MARTILLOS DEL NORTE por John Carlin


¿Qué se le regala para Reyes al hombre que lo tiene todo? ¿Un avión? ¿Un yate? ¿Un alcalde en la Costa del Sol? Más recomendable, quizá, es probar con algo que dure, un juguete que ilusione más allá del primer día. Y para eso nada mejor, nada, que el regalo que acaba de recibir el padre del hombre más rico de Islandia. Un equipo de fútbol. En este caso, el West Ham United, de la Premier League.

Una isla de 300.000 habitantes en el Atlántico Norte se suma esta semana a Rusia, Estados Unidos y Egipto, países cuyos ciudadanos también se han comprado clubes ingleses. Pero, aunque el Chelsea, el Manchester United, el Aston Villa y el Fulham ya están en manos de super ricos extranjeros, lo curioso es que no ocurra más a menudo, que grandes instituciones como el Liverpool y el Arsenal no hayan caído también. Si uno cuenta con el dinero para comprarse un equipo de Primera, ¿por qué no? Como dicen los ingleses cuando se les ofrece una cerveza, "silly not to" ("tonto no hacerlo").

Así lo ha entendido Bjorgolfur Gudmundsson, cuyo hijo Thor es el primer islandés billonario de la historia. A cambio de la cantidad irrisoria de 120 millones de euros -no sólo se compra un equipo, sino una enorme parcela en la metrópolis más rica de Europa-, el señor Gudmundsson ya es, desde el martes de esta semana, el presidente de honor vitalicio del West Ham.

¡Lo que hace el dinero! Tras aportar más fama y gloria al Real Madrid que nadie -y a la larga, olvídense de Beckham, al valor económico de la marca-, Alfredo di Stéfano sólo ostenta el título de presidente de honor. En cambio, el señor Gudmundsson, cuya contribución a la causa del West Ham hasta el martes pasado había sido nula, tiene asegurado el puesto hasta que se muera. Su amigo Eggert Magnusson, el nuevo presidente ejecutivo, también es rico comparado con el aficionado medio, pero, como no puso el dinero, no tiene las mismas garantías de permanencia.

Ahora, claro, el West Ham -también conocido como The Hammers, Los Martillos- no es el Real Madrid. Pero tiene su respetable dosis de carisma. No ha ganado nunca la Liga inglesa en sus 111 años de vida, es verdad. Y en Europa sólo ha triunfado una vez: en la Recopa, ganada en 1965. Pero el lugar especial que ocupa en el imaginario de la afición inglesa -sólo un peldaño por debajo de los Liverpool, Arsenal y Manchester- se debe precisamente a aquel equipo que ganó la Recopa. Porque ese West Ham aportó más jugadores que cualquier otro club a la selección inglesa más venerada de la historia, la que ganó la Copa del Mundo de 1966: la santa trinidad de Bobby Moore, el gran capitán; Geoff Hurst, que marcó un hat-trick en la final, contra Alemania, y Martin Peters, el cerebro del mediocampo.

Después, durante los años 70 y 80, el West Ham tuvo en sus filas a uno de los diez mejores jugadores que han producido las islas y al más elegante: Trevor Brooking, el Zidane inglés.

Todo esto nadie en Inglaterra asociado con el fútbol lo olvida.

Con Brooking, el West Ham ganó la Copa inglesa un par de veces, siempre jugando un fútbol atractivo, generoso y muchas veces suicida. Por eso nunca ha ganado la Liga. Por eso también los aficionados del West Ham caen bien. Se sabe que sufren, pero por una alegre causa.

Con los millones de Gudmundsson y su hijo puede que sufran menos. Si uno buscase el dueño ideal para un club de fútbol, Gudmundsson sería un candidato. Ex presidente del mejor club de Islandia, el KR, Gudmundsson es un amante del fútbol de verdad, un hombre que desde siempre ha ido a ver a su equipo desde la tribuna, codo a codo, nada de palcos, con los aficionados que pagan por la entrada. El presidente ejecutivo, Magnusson, es otro forofo, ex presidente de la asociación islandesa de fútbol que, además, con sus 59 años, sigue jugando al fútbol tres veces a la semana.

Y, encima, como buenos nórdicos, los dos millonarios son fans a muerte del fútbol inglés.

Si en estos tiempos globalizados, en los que las fronteras del fútbol se vuelven cada día más porosas, algún aficionado español está buscando equipo en Inglaterra, el West Ham pinta, de repente, como una excelente opción.

lunes, diciembre 18, 2006

Historias del Calcio. UN AÑO NEGRO PARA EL JUVENTUS


Resultará que sí, que es la temporada del Inter. Las señales se multiplican: un Inter brasileño gana la Intercontinental, el Estudiantes (dirigido por dos ilustres veteranos interistas, Simeone en el banquillo y Verón en el campo) gana el campeonato argentino. Y en el Inter que nos ocupa, el italiano, Marco Matterazzi marca goles de chilena: el de ayer podía anularse por juego peligroso porque un tipo de casi dos metros con los pies en alto es una amenaza, y más si los pies son de Matrix, pero valió. Son ya nueve victorias consecutivas, un liderato desahogado y la palabra scudetto pintada en la frente.

Como en el Apocalipsis bíblico, se abren uno a uno los siete sellos de las calamidades. Ya son seis. Debería bastar

La temporada será del Inter, parece claro. Pero el año es del Juventus. Ningún aficionado podrá olvidar las desgracias que se han abatido en 2007 sobre la institución turinesa.

Primer golpe, el descubrimiento de la manipulación arbitral. Segundo, el título retirado y concedido al Inter. Tercero, el descenso a la Serie B, con penalización incluida. Cuarto, la hemorragia de la plantilla: dicen adiós Vieira, Ibrahimovic, Cannavaro, Emerson, Thuram, Zambrotta. Hasta aquí, los golpes son deportivos. A partir del quinto, ya no: el quinto es la tragedia de Pessotto, recién transformado de jugador en delegado del equipo, que en plena depresión se lanzó desde la azotea de la sede social y durante días se debatió entre la vida y la muerte.

El sexto llegó el viernes, donde menos podía esperarse: en la categoría juvenil. El Berretti, uno de los equipos de la cantera blanquinegra, terminó de entrenarse a las 17.30 en el centro deportivo de Vinovo. Dos de los jugadores, Alessio Ferramosca, centrocampista zurdo, y Riccardo Neri, portero, ambos de 17 años, no fueron con los demás al vestuario. Se quedaron fuera para recoger los balones y nadie notó su ausencia hasta una hora después.

Ferramosca y Neri fueron hallados a las 20.30. Aparentemente, habían intentado repescar varios balones caídos en un pequeño estanque de las instalaciones, dedicado a la recogida de agua de lluvia. Ferramosca ya estaba ahogado. Neri había luchado durante horas y su corazón latía aún, pero sufría una hipotermia aguda (su cuerpo estaba a 22 grados, más allá del límite mortal) y los esfuerzos por reanimarle resultaron inútiles.

La Fiscalía de Turín abrió ayer una investigación bajo la hipótesis de homicidio involuntario. El estanque, de cuatro metros de profundidad, estaba revestido de materia plástica y tenía las paredes casi verticales: era imposible salir de él. No había señalización de peligro. Y ningún responsable del equipo se quedó con los dos muchachos: suele decirse que el trabajo de un entrenador de juveniles no concluye hasta que todos sus chicos vuelven al vestuario.

Maurizio Schincaglia, el desolado entrenador del Berretti, y los máximos dirigentes juventinos corren riesgo de procesamiento. La desgracia, en cualquier caso, ya había ocurrido. El equipo de los mayores suspendió su encuentro y la afición blanquinegra volvió a encogerse de dolor.

La temporada de la Juve avanza entre desgracias. Como en el Apocalipsis bíblico, se abren uno a uno los siete sellos de las calamidades. Ya son seis. Debería bastar.

Enric González es autor de Historias del Calcio

lunes, diciembre 11, 2006

Historias del Calcio. FENÓMENOS LOMBARDOS

Echemos un vistazo a la tabla y busquemos los tres clubes lombardos. El Inter, que durante años se distinguió por gastar mucho y ganar poco (cada gol venía a costar lo que el yate de Briatore con el depósito lleno), se destaca en cabeza de forma alarmante. De seguir así, allá por mayo tendrá que empezar a disputar contra sí mismo la temporada 2007-08. Sigamos. En el quinto puesto, el Atalanta de Bérgamo, tan modesto que se define a sí mismo como el rey de los clubes de provincias y cuya vitrina de trofeos, luminosa y despejada, guarda como un tesoro la Copa de Italia de 1963, único metal obtenido hasta ahora. El Atalanta juega como una furia. Bajando, bajando, aparece el Milan, con 13 puntos, a un partido de los puestos de descenso. El Milan inició la competición con ocho puntos negativos, es cierto, pero también lo es que sin la penalización andaría por detrás del Catania y hombro con hombro con el Atalanta. Corren tiempos oscuros para el milanismo.

Lo del Milan resulta hasta cierto punto explicable porque su enfermería, con diez lesionados, parece la del Valencia. Ayer, frente al Torino, Ancelotti sacó a jugar un montón de delanteros (Oliveira, Inzaghi, Borriello, Gilardino), pero no cambió nada: las puntas milanistas siguieron manteniendo con los postes una relación morbosa. El palo de Gilardino, de penalti, fue el número 15 de la temporada. Y aún hubo suerte porque el Torino se contagió de la querencia y, en una misma jugada, estrelló el balón contra el larguero y contra el poste. Dicen que la fijación con la madera es síntoma de fragilidad psicológica; puede ser, pero en este caso lo más frágil del asunto es Ancelotti. Silvio Berlusconi, el propietario de la sociedad, se declara dispuesto a "apretar los dientes". Por la cara con que lo dice, se deduce que quiere apretar los dientes sobre la yugular del entrenador.

El Inter parece sufrir una crisis de identidad: cree ser el Juventus. Gana siempre, juegue bien o juegue mal. Ayer, con un 0-3 sobre el Émpoli, logró su octava victoria consecutiva en la Liga, igualando las marcas históricas de 1940, 1965 y 1989. La Bienamada confirma así su personalidad ciclotímica. Cada cierto número de años rompe las costuras y arrasa. Luego pasa una o dos décadas recordando los viejos buenos tiempos.

El más llamativo de los fenómenos lombardos es, en cualquier caso, el de Bérgamo. El Atalanta es un equipo peculiar, empezando por el nombre. Atalanta era, en la mitología griega, la hija del rey de Arcadia. El padre la repudió y fue criada por osos. De joven, mató a dos centauros que intentaron violarla. Fue precursora del deporte profesional: Melanio la retó a una carrera y la venció dejando caer sobre la pista manzanas de oro que Atalanta se detenía a recoger. Atalanta y Melanio se casaron, pero hicieron algo que molestó a Afrodita y ésta los convirtió en leones con el fin de que no pudieran fornicar. Pues bien, hablamos de un club que decidió llamarse Atalanta. A partir de ahí, todo es posible.

El Atalanta juega un poco como el Sevilla: rápido, duro y a la cabeza. Tiene un entrenador formidable, Stefano Colantuono, discípulo y amigo del Spalletti romanista. Los dos entrenadores de moda en el calcio son tan buenos colegas que se intercambian información y comentarios después de cada jornada. Es algo bonito, sobre todo si se tiene en cuenta que aquí, hasta el curso pasado, mandaban los gruñidos de Capello. La vida del Atalanta se ha hecho tan, tan dulce, que Bombardini, con nombre de goleador nato, marcó ayer, a los 32 años, su primer tanto en la Serie A. Nunca es tarde.

Enric González es autor de Historias del Calcio

lunes, diciembre 04, 2006

Historias del Calcio. UN CIERTO TIPO DE BELLEZA


Ninguna victoria es tan bella como un buen fracaso. Eso es un axioma, una verdad tan evidente que no requiere demostración. Basta recordar la puerta que se cierra y condena a Ethan Edwards a seguir vagando (Centauros del desierto), a Anna cuando pasa frente a Holly Martins y no le mira (El tercer hombre), a Richard Blane cuando despide a Ilsa Lund y se queda en el aeropuerto con Renault (Casablanca). O algo más terrible: la multitud de sombras andantes con que se cierra Espoir, la película de André Malraux sobre la guerra civil española. La derrota, en ciertas circunstancias, convierte la dignidad humana en un cristal purísimo.

El Torino, ya lo hemos dicho otras veces, es el vencido más hermoso del calcio. Su historia resulta irreprochable. El momento fundacional del mito del Toro fue probablemente el partido Torino-Legnano de 1921, semifinal de una Liga que entonces se disputaba por un sistema mixto de eliminatorias y grupos. El Torino y el Legnano, empatados a puntos, disputaron un encuentro para decidir quién llegaba a la final, pero los 90 minutos acabaron en empate a uno. En la prórroga, de 60 minutos, no hubo goles. El árbitro ordenó entonces que se jugara otra media hora. A los ocho minutos de la segunda prórroga, agotados, ciegos, los jugadores de ambos equipos protagonizaron un célebre beau geste: dejaron el balón quieto en el césped, se dieron la mano y renunciaron a seguir en la competición.

Todo lo demás es bien conocido. El Torino tuvo en los años 40 el mejor equipo de Europa y quizá del mundo. Ese equipo, que ganó cinco títulos consecutivos de Liga, desapareció el 4 de mayo de 1949 en el accidente aéreo de Superga. El Torino tuvo en los años 60 a uno de los futbolistas más exquisitos, excéntricos y sentimentales de todos los tiempos: Gigi Meroni, la mariposa grana. Meroni murió el 15 de octubre de 1967, en la cima de su carrera, accidentalmente atropellado a la salida del estadio por un joven tifoso que le adoraba; el muchacho que conducía el coche, Attilio Romero, llegó a ser, muchos años después, presidente del Torino. ¿Pasan estas cosas en otros clubes?

En 1992, el Toro llegó a la final de la UEFA. El partido de ida, Ajax-Torino, terminó 2-2. En la vuelta, en Turín, el Torino perdió 0-1 después de lanzar el balón cinco veces al palo.

Los colores originales de la camiseta del Torino fueron el negro y el naranja, pero el naranja desteñía en amarillo y componía los colores de los Habsburgo austríacos, enemigos de los Saboya piamonteses, por lo que pareció apropiado cambiarlos. En 1906, en la cervecería Voigt de Turín, se refundó la sociedad con el ingreso de un grupo de juventinos disconformes con la profesionalización de la Juve, y se optó por una camiseta grana, en homenaje al pañuelo de color sangre que distinguía la Brigada Saboya del ejército piamontés.

Ayer, en el partido con que celebraba el centenario, el Torino venció 1-0 al Empoli. Al Empoli le anularon un gol legal. El gol del Toro, espectacular, llegó casi en el último minuto. Tratándose del Toro, fue extraño. Como si Richard Blaine, por una vez, embarcara con Ilsa en el avión de Lisboa y mandara a paseo Casablanca.

Enric González es autor de Historias del Calcio

sábado, diciembre 02, 2006

AGOTASTE MI PASIÓN, CARGANTE FÚTBOL por Carlos Boyero

Artículo de hace unos años de Boyero en El Mundo, más o menos la vida sigue igual.

Es fácil que la melancolía otoñal se enganche al pasado, lo maquille, lo deforme, lo edulcore, se autoengañe con esplendores en la hierba que casi siempre fueron fugaces. Me ocurre con el interrogante de aquella canción de Formula V que una serie de televisión volvió a poner de moda: «Cuéntame cómo te ha ido, si has conocido la felicidad». La respuesta a algo tan categórico, cuando ya no puede existir ningún rito iniciático, siempre es tan dudosa como compleja. A veces sonrío, intentando evitar que ese gesto consolador se transforme en un rictus amargo. Otras, me ayuda a clarificarme el caos cercano a la desolación que expresaba Manolo Tena en otra canción memorable: «Todos me preguntan: '¿qué te pasa?' y yo no sé qué contestar».

Continúan torturándome los ecos retros y melómanos con aquella vieja queja tan extendida entre las sufridas y sumisas hembras españolas de la era franquista: «No sé por qué los domingos por el fútbol me abandonas». Ninguna incertidumbre hamletiana en la explicación del macho. Porque la inexcusable cita de la tarde del domingo otorgaba en horario invariable tensión, placer e ilusión. Veintidós personas alrededor de una pelota adquirían dimensión épica y lúdica, hacían luminoso el color habitualmente grisáceo de la realidad, conseguían que el personal identificara sus sueños con las deseadas hazañas de los gladiadores incruentos, desaparecían los odiosos tiempos muertos, se suplían variados tipos de carencias. El fútbol era el opio del pueblo, pero los dueños del gran tinglado aún no habían decidido explotar su mercantilismo hasta matar de sobredosis a la clientela. Esta sabía que conseguiría su droga exclusivamente en la tarde del domingo y el resto de la semana se concentraría en hablar de las delicias del último pasote y anhelar el siguiente. La avaricia de los traficantes acabó con esa drogadicción pausada. En mi caso han conseguido que me desenganche, que pase del fútbol excepto cuando la mercancía tiene toda la pinta de ser excelsa.

No soporto encender la tele cualquier día, a cualquier hora, en cualquier cadena y encontrarme con fútbol. Es uan sensación mareante, abusiva, con capacidad para provocar el asco.

En nombre del antiguo y duradero amor todavía es posible fijar ligeramente tu atención en la belleza de un gol o de una jugada, pero el material adicional que acompaña a esto es insufrible.

Me refiero al cochambroso, obvio y patético nivel expresivo de los comentaristas de los partidos, a los impresentables presentadores de los programas de fútbol, a los estomagantes tópicos, la inanidad, los lugares comunes y la estupidez que forman las señas de identidad de las entrevistas, al ridículo sentido del humor y la grotesca agudeza mental que pretenden imprimir los conductores de un circo que parece ideado para unos receptores entre ágrafos y analfabetos.

Hay excepciones, pero son mínimas. Si quiero ser respetado y que no me traten como a un disminuido mental sólo encuentro el perdurable oasis de El día antes y El día después. A cambio me obligan a sufrir vergüenza ajena con los extenuantes Estudio estadio, Fútbol es fútbol y los bloques deportivos de los informativos intentando estirar lo inestirable. Ya no abandono a nadie por el fútbol. El desamor hacia él no me consume sino que me libera.

Nota: De acuerdo, pero a pesar de todo el fútbol y sus historias paralelas siguen siendo maravillosos. El amor al fútbol siempre me pareció tan extraño. Así que hoy cosas raras:




lunes, noviembre 27, 2006

Historias del Calcio. TEORÍA DEL ERROR AJENO

El fútbol no se practica igual en todas partes. Ni siquiera en Europa. El tráfico de futbolistas y la globalización de las competiciones no han conseguido homogeneizar del todo el deporte más universal. Si uno mira con atención un partido inglés, ve a unos cuantos tipos jugando: sigue habiendo algo de lúdico en torno a ese balón que se mueve rápido de un lado a otro. Si el partido es español, se percibe un punto de coquetería, quizá porque el público paga más a gusto por el espectáculo que por el marcador. En un partido italiano resulta fácil intuir que la gente sobre el césped no juega, sino que trabaja por ganar.

Fabio Capello, que sabe unas cuantas cosas sobre el calcio, cuenta que con los futbolistas italianos tiene la impresión de que no les apetece salir al campo. Parece como si prefirieran estar en cualquier otra parte. Sufren la pesadumbre del trabajador al inicio de la jornada, porque saben que no asumirán la iniciativa. Saben que no les conviene imaginar o crear, sino otra cosa.

El calcio es un gusto adquirido, como el tabaco o la cerveza negra. No suele gustar la primera vez. A muchos paladares selectos no llega a gustarles nunca. Desde un cierto punto de vista, podría haber algo de repelente en un fútbol cuyo resultado ideal es el 1-0. Olvidémonos de que el Roma ha marcado 10 goles en dos partidos: en Italia está muy interiorizada la teoría de que no hay gol sin fallo defensivo y, por tanto, el teórico partido perfecto debe concluir con empate a cero. Lo suyo, pues, es un marcador corto y sufrido.

Adentrémonos en un jardín altamente resbaladizo, casi colindante con el paraje onírico de las identidades nacionales: ¿por qué el calcio es como es?

Las generalizaciones y los tópicos funcionan poco. Empezando por lo del catenaccio o cerrojo, inventado en 1932 por un austríaco, Karl Rappan, entrenador del Servette suizo. Rappan presentó al mundo su invento en el Mundial de Francia 1938, como técnico de una selección suiza que venció a Alemania. El catenaccio, por entonces aún llamado verrou, en francés, consistía en atrasar hacia la defensa los dos centrocampistas de la disposición clásica 3-2-5, haciendo de uno un marcador y del otro, aún más retrasado, un hombre libre. Se considera que su edad de oro fueron los 60, aunque la interpretación más depurada, ya en el ocaso del invento, la ofreció Alemania en 1974.

El catenaccio tiene hoy nombre italiano por el entrenador Nereo Rocco, que en los 40 y 50 lo utilizó con éxito en varios equipos modestos hasta llegar al Milan. Se atribuye a Helenio Herrera y al gran Inter de los 60 la presunta simbiosis entre calcio y catenaccio, pero eso es inexacto. Herrera, en efecto, no sentía el menor escrúpulo por amontonar gente en defensa y colocar delante de ella a Luis Suárez, para que sirviera balones largos a un par de atacantes. Lo hacía, sin embargo, sólo a veces. Al principio de su reinado, para economizar las fuerzas de un equipo que jugando al ataque podía ganar a casi cualquiera. Al final, para maquillar los defectos de una formación envejecida. Se trataba de un recurso ocasional, basado en criterios puramente utilitarios.

La clave del calcio no tiene que ver con el catenaccio. Aventuremos una teoría, tan descabellada como cualquier otra. Los italianos fueron dominados por potencias extranjeras durante unos 1.300 años, hasta la segunda mitad del XIX. Se acostumbraron a que el Estado fuera extranjero y aún no se creen que sea suyo, lo que podría explicar algunos fenómenos relacionados con la evasión fiscal. También aprendieron a hacer lo mejor que se podía hacer en tal caso: aprovechar en beneficio propio los fallos del sistema dominante.

El italiano tiene un sentido innato para detectar la rendija o el punto frágil en cualquier sistema que se le ponga enfrente. Espera su ocasión y la aprovecha. La esencia del calcio es, probablemente, ese talento.

Enric González es autor de Historias del Calcio

sábado, noviembre 25, 2006

UN AÑO DESPUÉS. BEST, IN MEMORIAM

Hoy hace un año de la muerte de George Best, entonces desde este blog se le quiso rendir un homenaje. Hoy quiero recordarlo de nuevo.





Hoy ha muerto George Best, un mito del fútbol de todos los tiempos, un icono de este blog.


Fue bonito mientras duró. George Best fue un grandísimo jugador, fugaz pero grande, muy grande. El mejor que se ha visto en las Islas Británicas. En la santísima trinidad que armaba con el escocés Law y el inglés Charlton, Best era, simplemente, the best (el mejor). Law era un goleador innato y Charlton era el aristócrata del medio campo. Pero Best lo tenía todo.

A los 17 años empezó jugando de extremo izquierdo en el Manchester. Hacía, mejor que nadie, todo lo que un extremo debe hacer, pero también marcaba más goles que nadie en su equipo y más que nadie en la liga inglesa. Y los marcaba con la cabeza, con disparos de larga distancia, con vaselinas, después de regatearse la mitad del equipo rival. Y al portero, como cuando marcó el segundo gol en la final de la Copa de Europa de 1968 (Manchester, 4; Benfica, 1).

Fue dos años antes, también contra el Benfica, en Lisboa, cuando Best se consagró como un dios del fútbol. Nunca había perdido en casa el equipo de Eusebio en competición europea. Esta vez perdió 5-1 y Best, con 19 años, marcó dos goles. Los aficionados del Benfica, rendidos ante su talento, le bautizaron el Beatle, por su melena, y cuando acabó el encuentro uno de ellos saltó al campo con un cuchillo, no para matarlo, sino para pedirle un rizo del pelo.

El problema fue que se creyó lo de Beatle. Best fue el prototipo de un fenómeno común hoy en día: el futbolista que se convierte en celebrity. Creaba noticias no sólo con lo que hacía en el campo sino, más y más al pasar el tiempo, con lo que hacía fuera de él. Perseguido por los fotográfos, se pasaba las noches en Tramps, la discoteca de la jet-set londinense, donde solía aparecer Mick Jagger. Y, como a Mick, sus aventuras sexuales lo convirtieron en leyenda. "Dicen que me he acostado con siete Miss Mundos", comentó Best una vez. "Mentira, sólo fueron cuatro. A las otras tres no les hice el favor".

Fue como consecuencia de una escapadita a Marbella en 1972 con la entonces Miss Mundo cuando se creó la ruptura final entre Best y Busby. Tal fue el impacto de la noticia de su retiro que el asunto Best se debatió en el Parlamento británico. Pero no había dios que pudiera haber detenido su descenso a la autodestrucción futbolística.

Muchos años después, en 1980, emprendió un tratamiento contra el alcoholismo, mientras jugaba en California para los San Jose Earthquakes. Cuatro años más tarde lo encarcelaron en Inglaterra por conducir bajo la influencia del alcohol.Pese a todo, Best no ha acabado siendo un personaje patético, como Maradona o Gascoigne. Seguramente porque siempre fue una persona inteligente, capaz de expresarse con agudeza e ironía, y con el don encantador de poder reírse de sí mismo.

Hasta siempre, The Best!


jueves, noviembre 23, 2006

EL GRAN CAÑÓN por Vicente Verdú

Más Puskas, era necesario



Los jugadores elegantes suelen tener una muerte sin demasiada peripecia. Nacen, se perfeccionan, se bruñen, llegan a lo exquisito y mueren como estrellas. Su luminosidad vertical se apaga de abajo arriba y su muerte asciende desde la base a la cima como un fósforo. Sólo los jugadores conformados como grandes bloques, ejemplares con más potencia que estilo, más piedra que zumo, caen levantando polvareda.

Puskas no ha muerto, sin embargo, de una vez. Ni explotando en un choque de carretera ni siendo la bomba fatal de un suicidio. Contrajo el Alzheimer hace años y en su manoteo sobre paredes y muebles fue dejando las huellas anticipadas de su recuerdo. Exactamente, mientras se evaporaba en su propia memoria la memoria deportiva se hilaba. No muere, por tanto, en medio de una consternación.

La consternación tenía lugar este tiempo inmediato al contemplarlo. La colosal potencia de su fútbol lo había vaciado de casi toda munición. Y, en los últimos tiempos, apenas contaba con la escasa provisión para ser lúcido encarrilándose hacia el fin. Desconcertando seguramente a los más próximos de sus parientes como desconcertaba en el estadio a rivales y a compañeros.

Sus disparos fulgurantes le valieron el sobrenombre de cañoncito pum. Ni cañonazo ni siquiera pelotazo. Lo más espectacular pudo ser su potencia pero, a diferencia de un Roberto Carlos, por ejemplo, no tiraba a destrozar cuanto hallara a su paso sino a dejar el obstáculo indemne. El balón se colaba como enfilado en el tubo del cañón hasta hacer sentir que el espacio, aparentemente tupido, se hallaba perforado por una suerte de cilindro al que Puskas acoplaba la dirección del esférico.

Todo ello realizado sin la menor señal de esfuerzo o de exagerada aplicación. Soltaba la pierna y durante varias temporadas nadie consiguió soltarla igual. El tiempo ha mostrado, para demérito del modelo, que otros jugadores imitan a determinados maestros pero Puskas no pudo imitarse.

Goleaba a la manera de un artesano tradicional, un operario con oficio profundo porque aun siendo un milagro la factura de sus goles, cualquiera podía advertir que procedían de un aprendizaje autóctono y tradicional. Ningún maestro fue superior a él pero su maestría poseía la densidad de lo bien aprendido y madurado.

Su muerte alude a un deterioro cerebral pero qué otro destino podía esperarse de un conspicuo profesional que se gastaba en la descarga de cada disparo. De hecho la lenta y continua pérdida de su vigor mental se vio temporalmente correspondida por un injusto olvido oficial. Fue, en fin, tan fácil quererlo que su nombre ha permanecido tan intacto como si ahora mismo pudiera saltar al campo y recibir el gran clamor. Porque Puskas hace tiempo que pasó de ser un nombre de jugador para hacerse la denominación de un mito. Y hasta de un concepto.

Una pieza sin réplica en la historia del fútbol y una figura que, sin sustitución alguna, será el testimonio directo del fin de una época. El final incluso de una era tan eximia en la historia madridista que cualquiera de lo ocurrido posteriormente ha de mirar hacia arriba para recibir una cabal información sobre entrega, competencia y honor.

lunes, noviembre 20, 2006

Historias del Calcio. LIBERACIÓN

La peor violencia no es la que rompe huesos y derrama sangre. La peor es la que quiebra la voluntad de la víctima, que, envilecida, acaba dando las gracias al agresor. El llamado síndrome de Estocolmo, por el que el secuestrado se identifica con el secuestrador, forma parte de ese tipo de violencia, muy abundante tanto en la variedad individual como en la colectiva: se da en las familias, en las empresas, en la política. Y en el deporte. Fue, durante años, el caso del Siena.

El Siena, en Primera desde 2003, vive sin la tiranía de Moggi el mejor año de su historia

El actual Siena nació en 1904 con un nombre interesante, Sociedad de Estudio y Diversión, y una camiseta aún más interesante, a cuadros blancos y negros, como la bandera local. El Siena fue, por tanto, la formación blanquinegra original: el Juventus nació de color rosa. Lo de Estudio y Diversión duró poco y fue sustituido por una denominación aún más curiosa, la de Sociedad Deportiva Robur. Como Robur, en 1908, los sieneses empezaron a participar en competiciones futbolísticas más o menos serias.

Siguió casi un siglo sin grandes gestas. En 2000, tras 55 años en las categorías regionales, el Siena (con ese nombre desde 1934) volvió a la Serie B. Y en 2003, el éxtasis: la Serie A, la máxima categoría.

El Siena, sin embargo, disfrutó poco. En las tres temporadas siguientes se salvó por los pelos del descenso y fue incapaz de formar una plantilla competitiva. Las razones eran obvias: el Siena era un filial, una cantera, un campo de entrenamiento dirigido por fuerzas extrañas. Los más piadosos calificaban al Siena de filial del Juventus, pero no era cierto: era filial de una sola persona, llamada Luciano Moggi. A través de su sociedad de futbolistas, la GEA, Moggi controlaba el Siena y lo utilizaba para sus intereses: tomaba del Siena los jugadores que le interesaban, aparcaba allí a los pupilos que no podía colocar en otra parte...

Un caso particular fue el de Stefano Argilli, un defensa que llegó al Siena en 1996 y se convirtió en el protagonista del ascenso desde la Serie C a la A. En 2005, Argilli, el jugador más amado por la afición, fue traspasado al Módena por razones que nadie supo explicarse. Las explicó el propio Argilli: "Porque en el Siena manda Moggi". Y a Lucianone le convenía, para cuadrar las cuentas de GEA, que Argilli fuera al Módena.

El director general del Siena, Giorgio Perinetti, lo explicaba hace poco a la Gazzetta dello Sport: "Llevábamos grabada sobre la piel la etiqueta de moggidependientes, y no era agradable convivir con las risitas ajenas y con frasecitas referidas a que con nuestros contactos nunca volveríamos a bajar", dijo. Perinetti se declara aún amigo de Moggi y asegura que la dependencia favorecía a los sieneses, poniéndoles en condiciones de "pescar a manos llenas en el parque de futbolistas del Juventus".

¿Pescar? ¿A manos llenas? Lo único que pescó el Siena fueron disgustos, miseria y salvaciones de último minuto. La prueba de que Moggi era un yugo se dio en cuanto se derrumbó, este verano, el sistema de Lucianone. El Siena buscó jugadores por donde pudo y reunió a Frick, a Conco, a Gastaldello, a Bogdani, a Beretta. Inició la temporada con un punto de penalización, por no pagar impuestos, pero tiene ya 16. Sin la penalización, estaría a dos puntos de la Liga de Campeones. Aunque ayer perdió en Udine, el Siena, libre de la tiranía de Moggi, vive el mejor año de su historia.

Emilio Giannelli, un dibujante que publica cada día una viñeta-editorial en la portada del Corriere della Sera, el principal diario del país, es tifoso del Siena y hace un resumen de la situación con un tremendismo muy toscano: "Vivir como súbditos es contrario a la historia de Siena y de los sieneses; fuimos los últimos en ceder ante Carlos V, y eso por culpa de la traición de los florentinos. Finalmente, hemos reconquistado nuestra libertad también en el fútbol y no somos ya prisioneros de Moggi".

Enric González es autor de Historias del Calcio

sábado, noviembre 18, 2006

PANCHO GRANDE por Julio César Iglesias

Ayer moría en Budapest Ferenc Puskas, un mito


Pancho ha cambiado el limbo del Alzheimer por el limbo de los justos. Ha gritado algunas de sus frases favoritas, "¡Pégale, Alfredo!", "¡Pásala, Bozsik!", "¡Tómala, Paco!", y ha abandonado la cancha comentado entre dientes algún partido intemporal con Di Stéfano, Josef Bozsik y Paco Gento, tres de sus socios más queridos.

Sin perjuicio de sus Pichichi, sus Ligas y sus Copas de Europa, fue uno de esos personajes de posguerra dotados de la ciencia que sólo se consigue en los arrabales. Dueño de un tacto excepcional, habría hecho carrera en cualquier oficio compatible con el ritmo, la bohemia y la fantasía; podría haberse convertido en un violinista de época, pero prefirió el fútbol.

En realidad su elección no importaba gran cosa, porque ingresaría en el Honved de Budapest y en la Selección Húngara, dos de los equipos que más veces han sido comparados a una orquesta. Con su calzón planchado, su casco de gomina y sus pantorrillas de tirador hizo del juego un ejercicio de estilo, y de los estadios una propiedad intelectual. Por algún capricho del cálculo de probabilidades no ganó el Mundial de Suiza, pero con su asombrosa visión del gol estableció una nueva escala de valores, alegró la vida de una Europa renqueante que se movía entre sus propios escombros y dejó para el recuerdo algunas memorables secuencias en blanco y negro. Todavía se recuerda aquella maniobra suya junto al pico derecho del área chica de Wembley. Aunque jugaba contra Inglaterra en el corazón del Imperio Británico, su pulso seguía marcando, como siempre, las doce en punto. Pisó la pelota con delicadeza, esperó la llegada de Billy Wright, el capitán de los pross, y en el último instante la ocultó como un trilero. Mientras su oponente pasaba de largo, miró el palo más próximo, plegó la zurda, retrasó la cadera y, como los billaristas de lujo, ejecutó un massé. Los supporters oyeron un taponazo de botella, Wright siguió su recorrido, y aquella bola subió misteriosamente por la diagonal y entró por el canto. Fue uno de sus tres goles de la noche y uno de los tres goles del siglo.

Luego, en 1956, alcanzó el grado de coronel como premio a su trayectoria, se fue de gira con el Honved, valoró la represión soviética en la Revolución de Octubre y finalmente se exilió en Madrid. Fue entonces cuando empezó su segunda época. Conectó inmediatamente con Alfredo Di Stéfano, encontró en Paco Gento el expreso que buscaba, practicó una nueva forma de artillería que le valió el sobrenombre de Cañoncito Pum, alternó la cerveza con el caldo de gallina, fundó una fábrica de salchichas, echó barriga y levantó dos monumentos; uno al fútbol y otro al colesterol.

Desde entonces sus compañeros empezaron a llamarlo Pancho.

Hace algún tiempo supimos que había empezado a ensimismarse.

Y ahora, como los más grandes, sólo se ha ido un poco. Aunque su historia termina, su leyenda continúa.

lunes, noviembre 13, 2006

Historias del Calcio. FRANCÉ


El fútbol, como la vida, está lleno de tiempo-basura. Como la vida, el fútbol se descompone al final en un puñado de momentos brillantes. El resto es un vago malestar: fenómenos metabólicos, estadísticas, humo. Y, sin embargo, ni el fútbol ni la vida son mal negocio. Hay momentos que duran para siempre.

El sábado, poco después de las diez de la noche, uno de esos momentos iluminó el calcio.

El Milan y el Roma empataban a uno en un encuentro importante para ambos. El Milan, un viejo acorazado con la cubierta llena de cañones y un montón de vías de agua en la sentina, necesitaba demostrar que aún podía ganar una gran batalla. Ya había perdido en casa con el Inter y el Palermo, los dos jefes de la clasificación, y no podía permitirse otra derrota. El Roma, que no quería alejarse de los líderes, sentía menos urgencia porque pensaba en la historia: llevaba 20 años sin triunfar en casa del Diablo y le faltaba una victoria, que podía ser esa, para alcanzar las mil en la Serie A. El Milan se jugaba la vida. El Roma se jugaba la gloria.

El Milan había salido con rabia tras el descanso y los romanistas se refugiaban atrás, contra las cuerdas, confiando en sacar un golpe que noqueara al rival. Pero todos los golpes los daba el Milan. Hacia el minuto 15 del segundo tiempo, cualquier apostador sabía dónde poner su dinero. El míster del Roma, Spalletti, comprobó que era suicida exponerse a la potencia de fuego del acorazado milanista y retiró a Perrotta, la pieza central del tridente, para introducir a un chaval de 20 años llamado Aquilani. Delante, como falso ariete, siguió Francesco Totti, Francé (léase Franché), 30 años, cerebro rápido y trote lento, un genio con el peroné lleno de clavos y arandelas.

Francé ya había marcado el gol de su equipo. Con Aquilani, que salió dispuesto a hacer el partido de su vida, La Mágica se echó encima del Milan.

Faltaban siete minutos para el final cuando ocurrió lo que ocurrió. Seedorf perdió la pelota no muy lejos de su área. El balón se aproximó a Aquilani, quien, rodeado de dos contrarios, probó una cosa absurda: un centro de rabona dirigido a su espalda, hacia el extremo izquierdo, donde debía estar Mancini. La rabona salió perfecta, Mancini apareció por la banda y tocó hacia el área. A Totti, ariete inverosímil, le bastó poner la cabeza. Apenas cinco segundos para fabricar un gol maravilloso. Y una victoria histórica.

Un momento mágico es una puerta abierta al sueño. En cuanto terminó el partido, Totti y los suyos empezaron a pensar en el scudetto. ¿Por qué no? El portero, Domi, está en forma. Los dos centrales, Mexes y Chivu, son hoy los mejores del campeonato. La pareja de medios centro, De Rossi y Pizarro, no desmerece frente a cualquier cosa que puedan alinear el Inter, el Milan o el sorprendente Palermo. Los extremos brasileños, Taddei y Mancini, no pertenecen a la categoría del centrocampista reciclado: son de verdad. Y luego está Totti.

Lo normal es que este scudetto acabe cosido en la camiseta del Inter porque, con el ogro Juventus encerrado, por poco tiempo, en la Serie B y con el Milan achacoso, La Bienamada más potente del último decenio carece de excusas.

Pero la magia, ese material invisible que se pega a la memoria, está del lado de la banda de veinteañeros que dirige Totti. Como los adolescentes enamorados, hacen cosas imposibles.

Lo cual, en romano, se dice en dos palabras: Ahó, Francé. El resto se expresa con los ojos y las manos.

Enric González es autor de Historias del Calcio

jueves, noviembre 09, 2006

LA DESESPERACIÓN DE LOS INGLESES por John Carlin

No sólo la selección española da pena, así que mal de muchos...


Si a alguien se le ha pasado por la cabeza la idea de que la selección española está pasando por un mal rato, que hable con los ingleses. Los pobres, que viven los colores patrios con tanta locura, sí saben lo que es sufrir.

Inglaterra y España, como ya es conocido, están unidos hace tiempo por la singular calamidad de que poseen dos de las tres ligas de fútbol más poderosas del mundo pero, a la hora de la verdad, sus respectivas selecciones siempre decepcionan.

Pero hoy, esta misma semana, se ha abierto una nueva brecha. España, victoriosa contra Argentina, vuelve a soñar, mientras que para Inglaterra, tras la vergonzosa derrota contra Croacia en la Eurocopa, es el fin del mundo. La mañana después del partido el diario the Sun demostró por qué es el diario de mayor venta en el mundo occidental al dar con un titular que reflejó el abatimiento con el que despertaron los ingleses tras aquella pesadilla. "¡Ni idea", clamó the Sun, "ni esperanza!".

Ver jugar a España contra Argentina una hora después del Inglaterra-Croacia fue disfrutar con los Harlem Globetrotters, con el Brasil de Pelé, la Holanda de Cruyff. No es ninguna exageración. No hay palabras para describir lo deplorable que fue la actuación de Inglaterra en Zagreb. El cronista del Sun se acercó un poco al comentar: "Somos el país que dio el fútbol al mundo. Hoy no sabemos ni jugarlo".

Pero lo peor no es eso. Lo peor no es que la selección inglesa fuera incapaz de hilvanar más de dos pases seguidos contra Croacia; que hicieran su pimer disparo a puerta en el minuto 90; que el mejor jugador inglés fuera el portero (y esto a pesar de que su pifia en el segundo gol pasará a la historia); que el resultado final de 2 a 0 no reflejara ni de cerca el abrumador dominio de Croacia, un país cuya poblacíon (4,8 millones) es la decima parte de la inglesa. Lo peor tampoco es que en la anterior eliminatoria de la Eurocopa, cero a cero en Manchester contra Macedonia (población dos millones), el equipo rival jugara con más fluidez y creara más ocasiones de gol.

Lo peor es que la federación de fútbol inglés ya hizo lo que le exigía todo el mundo después del fracaso del Mundial. Despidió al entrenador y puso a uno nuevo. Que a su vez despidió al capitán.

Por eso no hay ahora "ni idea, ni esperanza". Los españoles todavía pueden seguir alimentando la idea de que, con un buen sustituto para Luis Aragonés, la selección haga algo notable un día de estos. Puede incluso ser que la debacle inglesa unida al triunfo contra Argentina obligue a una reflexión más pausada antes de nombrar un nuevo seleccionador.

Inglaterra, mientras, está de luto. El único consuelo es que volvió a empezar la liga. Lo que dará tiempo para olvidar. Hasta que vuelva la pesadilla. Hasta que, de aquí a cinco meses, vuelva el horror de la Eurocopa y la selección tenga que medirse contra Israel, en Israel. Visto desde aquí, desde lo acontecido esta semana, no hay dios -ni uno solo de los que habitan esas tierras- que les ayude.

martes, noviembre 07, 2006

Historias del Calcio. EL ÁNGEL EN EL INFIERNO


Hay equipos que, por razones variopintas, se visten con una bandera remota: el Boca va de sueco, el Barcelona va de suizo y el Lazio va de griego. Otros llevan los colores de su ciudad, como el Roma. O los de un club más antiguo, como el Juventus, que recibió camisetas del Notts County. Casi todos los colores del fútbol nacieron de la casualidad. Pero no los del Milan. El Milan eligió las rayas negras y rojas porque buscaba una combinación cromática infernal, capaz de infundir temor en los rivales. Es decir, el Milan tenía un plan. Desde el principio.

Al Milan se le llama, como es normal, El Diablo. Eso es lo que buscaba. Hablamos de una sociedad con un punto narcisista, reflejado incluso en el atuendo de los técnicos: Ancelotti y su ayudante, Tassotti, se sientan en el banquillo con traje oscuro y camisa y corbata burdeos. Se trata, se supone, de una elegancia diabólica que entona, se supone, con los ojos fríos de Maldini, los labios apretados de Pirlo y los rugidos de Gattuso.

Pero el Diablo renquea con una defensa anciana, un centro del campo al que le pesa todavía el Mundial y una delantera huérfana de Shevchenko. Ayer perdió de mala manera con el Atalanta, que no sólo es vecino (Bérgamo está a dos pasos), sino que luce los colores del Inter. Ancelotti se defendió culpando al árbitro, la excusa mefistofélica por excelencia. La verdad, sin embargo, aparece cruda y el primero en verla es el propio Berlusconi, que, sin perder de vista a Ronaldinho, ha enviado una expedición a Brasil para buscar un futbolista barato, desconocido y maravilloso.

¿Por qué no? El truco de la expedición ya funcionó una vez. Un tipo del Milan se fue a São Paulo y se trajo a un tal Ricardo, llamado Cacá como muchos Ricardos brasileños, pero con el rasgo de coquetería de firmar Kaká. El chaval costó seis millones de dólares. Nadie sabe cuánto costaría ahora. Tiene el primer paso de Platini, ese paso falsamente exagerado que deja atrás al contrario; tiene la velocidad de un extremo, la parsimonia de un mediocentro, el pie de un ángel y el disparo de un demonio.

Kaká es el tesoro del Diablo y su única esperanza en una temporada que comenzó mal, con una sanción de ocho puntos negativos, y prosigue mal. Sólo Kaká mantiene vivos los sueños milanistas. El scudetto queda muy lejos, pero en Europa, a veces, basta el talento de un genio para saltar una eliminatoria, y otra, y otra.

Kaká forma parte de una estirpe bastante rara, la del genio sin tormentos interiores. Muchos grandes del balón, como Garrincha, Best o Maradona, sufrieron por sus demonios personales. Quienes no pagaron ese peaje tenían, al menos, algún defectillo que ayudaba a los demás a soportar su talento: Cruyff era vago, fumador y mandón, Di Stefano era seco de carácter, Beckenbauer era arrogante. Entre los de hoy, Ronaldo es glotón y Ronaldinho no es Adonis. Pelé carecía de defectos y encima tocaba la guitarra, pero era inculto.

Kaká es guapo, alto, veloz, resistente a las lesiones. Es simpático y disciplinado. No fuma, no bebe, no trasnocha y reza con frecuencia. Por si todo eso fuera poco, lee ensayos. Y juega como los ángeles.

Tanta perfección tiene algo de diabólico.

Enric González es autor de Historias del Calcio

miércoles, noviembre 01, 2006

CUANDO FUERON REYES DE LONDRES por Santiago Segurola

Al hilo del partido de Liga de Campeones entre Barça y Chelsea, recupero un estupendo artículo de Segurola en El País que ya se colgó en este blog hace algo más de un año y que recordaba al Chelsea de los años sesenta, pura cultura pop. Cuando se publicó este texto el equipo londinense aún no había conseguido su segunda Premier consecutiva (y tercera de su historia). Segurola, cómo siempre, admirable.







Dos título de Liga en 100 años de historia no parece gran cosa para un club que ahora está de moda en Europa. El Chelsea lo conquistó con ocasión de su cincuentenario, en 1955, y en su centenario, 2005, tras haber vivido sus mejores momentos en los años sesenta. Casi por ubicación física, al Chelsea le correspondió un papel importante en el agitado Londres de aquellos días. Aunque su estadio no tenía ningún glamour -Stamford Bridge servía para el fútbol y para las carreras de galgos en su vieja pista de ceniza-, se alzaba en Fulham Road, en medio de uno de los barrios preferidos de la movida pop, al lado de King's Road, hervidero de nuevas tendencias. Allí tenía su cuartel Mary Quant, la creadora de la minifalda, y por allí pululaban o vivían buena parte de los músicos que hacían época: los Beatles y los Stones se dejaban caer por allí; Marianne Faithful y el fotógrafo David Bailey, también; las estrellas del cine británicas y norteamericanas frecuentaban el barrio. Y en el barrio estaba un equipo de fútbol que pretendía estar a la altura de los tiempos.

Aquel Chelsea se adelantó 25 años a lo que Ruud Gullit definió como fútbol sexy. Gullit intentó practicarlo con el equipo londinense en los años noventa. Con cierto éxito y con dinero para fichar a jugadores como Zola o Verón, precursores de la invasión de estrellas extranjeras. Pero en los años sesenta no había ningún extranjero. Era un equipo de ataque con varios de los jugadores más coloristas del fútbol británico. Uno de ellos era Alan Hudson, un centrocampista que llevaba el ingenio hasta la frontera de lo extravagante. Habitual de clubes, amigo de estrellas del pop, proclive a los excesos, su talante no cuadraba con el estilo marcial que Alf Ramsey pretendía en la selección inglesa, así que no dejó huella en el equipo nacional. Junto a Hudson brillaba el escocés Charlie Cooke, extremo en ocasiones, centrocampista en otras, genial siempre. Y en la delantera todos los focos apuntaban a Peter Osgood, un héroe para la hinchada. Era alto y fornido, de pelo ensortijado y moreno, con un aire a Tom Jones que hacía valer entre las habituales de los bares y clubes de King's Road. Sin tener la clase pura de Hudson y Cooke, ninguno representaba mejor los valores del Chelsea que Osgood. Dentro del campo y fuera. Su fama mereció el interés de Raquel Welch, que se dio un garbeo por el barrio en una visita a Londres en 1972, un año después de que el Chelsea derrotara al Madrid en la final de la Recopa. El Cuerpo quería conocer a Osgood y no se privó de visitar el vestuario en los momentos previos a un partido. Algunos jugadores de aquella generación todavía lo consideran el mejor momento de sus carreras.

El Chelsea no ganó ninguna Liga en esa época, pero se ganó fama de equipo juerguista y divertido frente al circunspecto Arsenal, tradicionalmente defensivo y alejado de las cosas mundanas. Mientras frecuentaban a los ídolos del pop, sacaban tiempo para jugar bien y satisfacer a una hinchada que pronto vio el desplome del equipo. Casi fue un derrumbe cultural. Con la caída de King's Road como centro neurálgico de la movida londinense se asistió a los peores años del Chelsea. Descendió a la Segunda División y tardó casi 15 años en establecerse con alguna firmeza en la Primera. Lo hizo cuando el fútbol se convirtió en un negocio y perdió buena parte de su imagen de pasatiempo para la clase obrera. En los años noventa se puso de moda el fútbol y la moda también alcanzó a los políticos, muchos de los cuales salieron del armario y confesaron sus preferencias. Algunas resultaban poco creíbles. El primer ministro, John Major, a quien no se le conocía especial pasión por el fútbol, se declaró hincha del Chelsea, como algunos otros políticos conservadores. Eran los años de Gullit, y luego de Zola y Verón. Buenos años futbolísticos que estuvieron a punto de enviar a la bancarrota al Chelsea, presidido entonces por Ken Bates. El destino del club parecía desesperado, pero algo le favorecía: Londres siempre es un mercado apetecible, y más para los nuevos barones de las grandes empresas rusas del petróleo, gas y derivados, gente como Roman Abramovich, que se encontró con el juguete perfecto, en la ciudad perfecta, en el barrio perfecto. En Chelsea.

Nota al partido de ayer: Impresentable Mourinho, una vez más

lunes, octubre 30, 2006

Historias del Calcio. ELOGIO DE LA LOCURA


Los manuales de Derecho Procesal deberían incorporar con urgencia los mecanismos de la justicia deportiva italiana. A estas alturas del siglo XXI parece desabrido, incluso un poco grosero, emitir una sentencia y darla por válida, dejando al pobre reo, que al fin y al cabo es quien más sabe del caso, con la palabra en la boca y el corazón encogido. ¿Es eso civilización? No, eso es autoritarismo retrógrado.

Lo moderno es lo que ha ocurrido esta semana en el calcio: jueces y reos (Juventus, Milan, Lazio, Florentina y, en sumario aparte, Reggina) se han sentado a discutir las sentencias ya pronunciadas y han llegado a un acuerdo para rebajarlas. Es hermoso, ¿no? Los tribunales deberían funcionar así en todas partes. "¿Cómo? ¿Cadena perpetua por 20 atracos con violencia y tres homicidios? Seamos hombres de mundo, señor juez, no nos dejemos llevar por un arrebato". El juez acaba comprendiendo y dejando la cosa en seis meses de arresto domiciliario, porque el reo es en el fondo simpático y, además, bastante disgusto se ha llevado con todo el lío del proceso. Que le sirva de lección y que no vuelva a portarse mal.

El sistema se llama "arbitraje" y ha permitido al Juventus recuperar de golpe ocho de los 17 puntos de penalización con que, de forma adicional al descenso, la sociedad había sido penalizada. El Lazio también ha sabido negociar con los "árbitros" judiciales: de menos 11 a menos tres. Al Fiorentina le ha salido peor: de menos 19 a menos 15. Y el Milan no ha ganado nada y se queda en menos 8.

Pese a toda su elegancia social, el "arbitraje" puede confundir un poco al aficionado. Especialmente si no maneja con soltura los conceptos de "responsabilidad objetiva" y "responsabilidad subjetiva", que hoy, en el calcio, han sustituido al fuera de juego posicional como cumbre teórica de la discusión de bar. Para quienes se pierden con esas sutilezas, la única esperanza es el fútbol. Que a veces es capaz de redimir cualquier miseria.

Al Milan y al Inter habrá que agradecerles durante mucho tiempo lo que hicieron el sábado en San Siro. Al Inter un poco menos, porque hizo lo que se esperaba de él: pegar y encajar, como un púgil demasiado joven y demasiado fuerte, ansioso por ganar y alzar el título. Lo del Milan tuvo especial mérito, porque con un 1-4 en contra y con la alineación cargada de años (Seedorf, Maldini, Cafú, todos cercanos a los 35) arremetió contra el Inter y estuvo a punto de comérselo. Un derby que concluye 3-4 permite olvidar un montón de asquerosidades, tanto objetivas como subjetivas.

Los goles y el juego no lo fueron todo. Lo más importante, esta vez, fue la locura. Tras marcar su gol, Stankovic se lanzó sobre el entrenador, Mancini, y le zarandeó como a un muñeco gritando "¿Lo ves?, ¿lo ves?". El primoroso flequillo de Mancini quedó seriamente dañado. Más tarde, durante los últimos minutos, con el Milan enloquecido al ataque, Vieira se lastimó el tobillo, pero Maldini prefirió sustituir a Ibrahimovic. Vieira siguió sobre el césped, cojo y furioso, hasta el silbido final. Entonces se lanzó sobre Mihailovic, el "segundo" de Mancini, le dijo de todo y le pegó unos cuantos empujones, por no pegárselos directamente a Mancini.

Lo máximo en materia de locura pasional no correspondió, sin embargo, a Stankovic o a Vieira, sino, como de costumbre, a Materazzi. El futbolista más detestado del mundo marcó un gol de cabeza, el 1-4, y se levantó la camiseta para mostrar la inscripción que llevaba debajo: "Felicidades, Davide". Su hijo Davide, forofo del Milan (es lo que pasa con padres así), cumplía años. A Materazzi le expulsaron por ese gesto y su ausencia dio alas al Milan.

Los franceses dirán lo que quieran. Entre la responsabilidad objetiva, la responsabilidad subjetiva y Materazzi, uno se queda con Materazzi y con la locura, toda la vida.

Enric González es autor de Historias del Calcio

domingo, octubre 29, 2006

EL APAGÓN DE RONALDINHO por Julio César Iglesias


Nadie sabe muy bien cuándo empezó la depresión de Ronaldinho. Algunos piensan que fue un minuto después de ganar su primera Liga de Campeones. Con ese título redondeaba un año y un historial; por fin dejaba de ser el consabido malabarista brasileño y se acreditaba como jugador de batalla. A despecho de sus críticos más duros, había demostrado de una vez por todas que era capaz de conciliar la utilidad con la fantasía. Su estilo consistía en una habilidad excepcional para convertir una travesura en la solución a cualquier problema.

O quizá hizo crisis en el Mundial de Alemania, cuando comprobó que la gloria era un valor con fecha de caducidad. Levantabas la copa y un mes más tarde el éxito estaba amortizado: no valían gran cosa ni tu gol del año, ni tus pases ciegos, ni tus libres a la escuadra ni tus otras filigranas de Barcelona. Definitivamente, la memoria de los espectadores era tan endeble como la lógica del juego. Por un comprensible impulso de desconfianza, el último balón de oro fue desmantelándose poco a poco ante las cámaras; perdió toque, perdió regate, perdió puntería y se encontró de repente en una nueva situación. Oficialmente, seguía siendo el mejor futbolista del mundo, pero ahora parecía un indio de madera.

Su formación personal no le ayudaría gran cosa. Como otros ídolos de barrio, él se había distinguido de sus colegas por una sola habilidad natural: el dominio de la pelota. Antes de cumplir su etapa de meritorio, quedó atrapado en la maraña del fútbol profesional; en un laberinto de fichajes, viajes y corretajes. La aventura le transformaría en un multimillonario; como Ronaldo, su verdadera inspiración, sería la envidia de los garotos de todo el mundo, pero carecería del resabio que permite conservar la riqueza a un nuevo rico. En esas condiciones, su plan de vida estaba cantado: delegaría en su hermano, se colgaría del cuello una cadena de mastín, haría alguna escapada a la discoteca de moda y más que un potentado sería una caja de caudales. Hacia finales de junio oyó en su interior un crujido sospechoso: tenía el bolsillo lleno y la cabeza vacía.

Alguien debió explicarle entonces que pertenecía a la exclusiva casta de deportistas que se mueven en el límite de lo posible. Usa un catálogo de sutilezas prendidas con alfileres, trucos infinitesimales en los que la suerte de la jugada es siempre una cuestión de centímetros cuadrados. En su mundo, cualquier mínima caída de tensión basta para descomponer el plan.

Ahora está ante un pequeño dilema, y ha de solventarlo él. Si siente que ha perdido su tacto de prestidigitador, sólo debe esperar a que el balón se lo devuelva; si siente que ha perdido el gusto por el juego, necesita una nueva excusa profesional.

Tiene que marcarse urgentemente una nueva meta.

martes, octubre 24, 2006

Historias del Calcio. EL EMPERADOR TRISTE


Óscar Alberto Dertycia no siempre fue calvo. Lució una hermosa melena hasta 1990. Aquel año, en un invierno, perdió todo el cabello. Dertycia, joven delantero del Argentinos Juniors, había sido fichado por el Fiorentina para componer con Baggio una fenomenal pareja de ataque. Pero no hubo manera: por más balones que recibía, Dertycia no marcaba. Lo fallaba todo. Se lesionó gravemente, se deprimió y empezaron a caérsele mechones de pelo. Todos los médicos coincidieron en el diagnóstico: alopecia nerviosa. Dertycia se marchó de Florencia y de Italia a final de temporada, calvo y triste.

Adriano, por el momento, es calvo porque se afeita el cráneo. Su cuero cabelludo resiste. Lo demás goza de poca salud: las piernas, los pies, la cabeza. Adriano no marca un gol para el Inter desde el 29 de marzo (fue un gol que no sirvió de nada porque el Villarreal superó la eliminatoria) y, lo que es más grave, no parece en condiciones de marcar. Hace sólo un año se le llamaba El Emperador y se le comparaba con los más grandes delanteros de la historia. Ahora es un alma en pena, un tarugo, un jugador que no juega.

En el Inter atribuyen el desplome de Adriano a la fatiga psicofísica acumulada en las últimas dos temporadas. Lo cual resulta plausible, aunque pueda extrañar en un joven de 24 años: Dertycia también tenía 24 años cuando sufrió su año negro en Florencia. En Adriano, sin embargo, la impotencia goleadora reverdece ciertas sospechas que asomaron ya en los buenos tiempos. Algunos viejos catadores de fútbol, como el napolitano Giorgio Galeone, hoy técnico del Udinese, le negaron desde el principio la condición de fenómeno: fuerte, sí; espectacular, también; pero Adriano, decían los Galeone, carecía de esa inteligencia especial e indefinible que permite a los realmente grandes adivinar los movimientos de los demás jugadores sobre el campo.

Esa limitación constituía, hasta cierto punto, el atractivo de Adriano. Tenía que correr más que el contrario porque no utilizaba la astucia; tenía que disparar más fuerte que nadie porque le costaba colocar el balón; sus exhibiciones físicas eran tan portentosas que deslumbraban. Cuando las fuerzas empezaron a fallarle y se sucedieron las pequeñas lesiones, Adriano se convirtió en un futbolista vulgar, de los que se marcan solos porque embisten contra el bulto.

Acabó la temporada jugando mal, jugó poco y mal en el Mundial de Alemania y regresó mal tras las vacaciones. Roberto Mancini, el técnico interista, le ofreció la posibilidad de reincorporarse más tarde para que disfrutara de un descanso adicional. Pero Adriano no quiso: estaba ansioso por recuperarse a sí mismo y demostrar lo antes posible que el bache estaba superado.

Se entrenó con voluntad y sin provecho perceptible. En los partidillos con los compañeros le salía a veces lo que antes le salía siempre. En los partidos de verdad, en cambio, continuaba negado. Se convirtió en un habitual del banquillo y no cejó: siguió entrenándose fuerte. Hasta el lunes pasado. Dejó caer los brazos y anunció que se sentía incapaz de hacer nada.

El Inter le ha concedido unas vacaciones sin fecha de retorno. Adriano volará hoy o mañana hacia Río de Janeiro para estar en Brasil diez días, quizá más. Mancini ha renunciado a contar con Adriano para el derby con el Milan de esta semana porque en las actuales condiciones no hace ninguna falta. Algún día, se supone, volverá el Adriano de antes. O eso o el Adriano de hoy se irá para siempre.

Enric González es autor de Historias del Calcio

domingo, octubre 22, 2006

EL HOMBRE MÁS ODIADO DE INGLATERRA por John Carlin

"Por tres puntos, le pegaría un tiro a mi abuela". Brian Clough, legendario entrenador del Nottingham Forest.



Hubo más decepción en Inglaterra que en España tras la derrota del Barça contra el Chelsea esta semana. Diría incluso que la victoria del equipo londinense se celebró con más ganas en España.

¿Cómo puede llegar uno a afirmar semejante barbaridad? Es una sencilla cuestión de matemáticas. Presten atención.

En España, el 30% de la población es del Barça. En Inglaterra puede que (seamos generosos) un 2% sea del Chelsea. Eso, por un lado. Por otro, del 98% que no van con el Chelsea, la totalidad celebra todas sus derrotas. Si eres inglés y no estás con el Chelsea, estás contra él.

O sea que (y aquí acaba la clase de matemáticas), tomando en consideración que Inglaterra tiene 50 millones de habitantes y España 40 millones, podemos afirmar que 49 millones de ingleses lloraron la derrota del Barça el miércoles mientras que en España sólo lo hicieron 12 millones (bueno, habría que excluir a los bebés y a los raros a los que no les gusta el fútbol, pero creo que el punto está claro, ¿no?).

El odio (no, la palabra no es demasiado fuerte) que despierta el Chelsea entre los aficionados ingleses se debe a tres factores. Primero, al hecho de que desde hace un par de años no hay nadie que los toque en la Liga inglesa. Segundo, al dueño del club, el multitrillonario ruso Roman Abramovich, cuya frivolidad en gastarse obscenas cantidades en fichajes y sueldos ofende. Tercero, y ante todo, al entrenador, José Mourinho.

Que un señor tan antipático, tan contrario a los valores ingleses más fundamentales, tenga tanto éxito y gane tanto dinero resulta insufrible. ¿Cuáles son estos valores? Pues, básicamente, el fair play. Suena a tópico, pero muchas veces los tópicos reflejan la verdad. No es que el inglés siempre sea fiel a sus principios, sino que atribuye una enorme importancia al concepto de ser justo, equitativo y decente con el otro.

El segundo importante valor en Inglaterra es la modestia. Se detesta al fanfarrón.

Durante los dos años y pico que lleva en Inglaterra, Mourinho ha actuado de manera flagrante, casi despreciativa, contra estos valores. La imagen pública del portugués es la de un hombre engreído, enamorado de sí mismo, cuyas declaraciones responden únicamente a sus propios intereses, sin el más mínimo afán de tender la mano a los demás.

El caso más reciente ocurrió la semana pasada tras un choque entre un delantero del humilde Reading (pronunciado reding) y su portero, Cech, que acabó con este último en el hospital con una fractura en el cráneo. Las intempestivas declaraciones de Mourinho tras el partido fueron interpretadas por el público inglés como una acusación de intento de asesinato por parte del delantero del Reading. Lo cual, teniendo en cuenta que fue claramente un accidente, causó una indignación nacional enorme.

Lo que pone más sal en la herida del pueblo que inventó el fútbol es que Mourinho es innegablemente un entrenador brillante, capaz de motivar a jugadores que ganan fortunas gigantes a pelear como hicieron contra el Barça el miércoles: no sólo como si sus vidas dependieran del resultado, sino también las de sus madres, esposas e hijos.

Por todo esto, y más, cada vez que ha jugado el Barça contra el Chelsea de Mourinho recibo correos electrónicos y llamadas de amigos del Arsenal, del Liverpool, del Manchester (incluso de algunos a los que no les gusta en especial el fútbol) expresando el ferviente deseo no sólo de que el Bar-ça gane al Chelsea, sino de que lo humille. Así que para la vuelta, el 1 de noviembre en el Camp Nou, que Ronaldinho y compañía lo sepan: representan mucho más que un club, mucho más que a Cataluña o a España. Deben vencer no sólo por Sant Jordi, sino también por su tocayo Saint George, el santo patrón de Inglaterra.



PD: A León, muchas gracias

jueves, octubre 19, 2006

EL FÚTBOL por Eduardo Galeano


La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí.

En este mundo del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable. A nadie da de ganar esa locura que hace que el hombre sea niño por un rato, jugando como juega el niño con el globo y como juega el gato con el ovillo de lana: bailarín que danza con una pelota leve como el globo que se va al aire y el ovillo que rueda, jugando sin saber que juega, sin motivo y sin reloj y sin juez.

El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohibe la osadía.

Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad.

Eduardo Galeano, escritor uruguayo

lunes, octubre 16, 2006

Historias del Calcio. LA MALDICIÓN DEL 'GRUPO SALVAJE'

Enric González vuelve a escribir un sensacional artículo sobre aquel mítico Lazio de los años 70, un grupo "inolvidable".



Giorgio Long John Chinaglia fue el corazón de aquel equipo de "locos, salvajes y sentimentales, simpatizantes fascistas, pistoleros y paracaidistas, jugadores de azar y bailarines de club nocturno; era un equipo dividido en clanes, con dos vestuarios; quien entraba en la habitación errónea corría el riesgo de encontrarse con la amenaza de una botella rota bajo el cuello". La frase es de Guy Chiappaventi, periodista, tifoso laziale y autor de Pistolas y balones, un libro sobre aquel grupo salvaje que dio al Lazio, en 1974, un inolvidable título de Liga.

Chinaglia, un ariete de fuerza descomunal, era jefe de un clan. El jefe de la otra facción era el lateral izquierdo, Gigi Martini, hoy diputado posfascista. "En aquel equipo", recuerda Felice Pulici, el portero, "llevábamos pistola más o menos todos". En las concentraciones disparaban contra las farolas, las lámparas del hotel o los tifosi del Roma. El interior Luciano Re Cecconi murió durante un atraco fingido: un joyero vio el arma, no cayó en la broma y disparó. Long John Chinaglia usaba una Mágnum del calibre 44, capaz de atravesar paredes.

Aquel grupo indeseable, pero triunfal, estableció la ecuación que identifica al Lazio con el fascismo. Decenas de miles de seguidores laziales de todas las coloraciones políticas querrían romper la ecuación a martillazos, pero es inútil porque existe en ella una verdad matemática: la ultraderecha domina la grada. Di Canio, el delantero con la efigie de Mussolini tatuada sobre la piel, abandonó el equipo tras la pasada temporada. Ya nadie en el césped saluda brazo en alto. La sombra fascista, sin embargo, emerge de nuevo.

Esta semana han sido detenidos Fabrizio Piscitelli, alias Diabolik, Fabrizio Toffolo, Yuri Alviti y Paolo Arcivieri, fundadores y jefes de Los Irreductibles, definidos por el fiscal como "el grupo más fascista, racista, homófobo y antisemita" de entre todos los grupos fascistas que, del lado del Lazio y del lado del Roma, pueblan la grada del estadio Olímpico. Los cuatro son acusados de ejercer como mamporreros del mítico Long John Chinaglia, residente en Estados Unidos, sobre el que pesa una orden de arresto.

Según el fiscal, Chinaglia quería adueñarse de la sociedad e inventó una oferta de compra de un supuesto grupo inversor húngaro.

Mientras decía representar a los fantasmagóricos húngaros con papeles falsificados en Nápoles y agitaba la falsa oferta para especular en bolsa con las acciones del Lazio, Los Irreductibles amenazaban al actual presidente, Claudio Lotito, y al entrenador, Delio Rossi, con el fin de que uno vendiera a cualquier precio y el otro abandonara. Más concretamente, amenazaban a las esposas de ambos con llamadas telefónicas de contenido irreproducible. Los cuatro ultras, con un largo expediente judicial, ya se veían como directivos de la mano de Long John.

Chinaglia fue una vez presidente del Lazio, en 1983. Sólo consiguió el descenso a Segunda. Luego se dedicó a comprar y vender otras sociedades futbolísticas italianas y a organizar eventos deportivos desde Nueva York. Pero entre Chinaglia y el Lazio existe una atracción fatal, un vínculo indestructible y ruinoso para ambas partes. Chinaglia quiso volver. La grada se pasó meses vitoreando su oferta de compra y vituperando al presidente Lotito. Ahora Chinaglia es un fugitivo.

Buena parte de la grada, hija del mito del grupo salvaje de 1974, sigue estando, pese a todo, con Long John Chinaglia y con Los Irreductibles. Los cuatro ultras detenidos tienen entre 40 y 46 años de edad: eran niños cuando se ganó aquel scudetto de los balones y las pistolas. La maldita ecuación debió de quedárseles grabada en el alma.

Enric González es autor de Historias del Calcio

domingo, octubre 15, 2006

EL CLUB ANTES QUE LA PATRIA por John Carlin


Con la posible excepción de Argentina, no hay pueblo cuyo estado de ánimo dependa más de los resultados de su selección que el inglés. Pero eso no impide que estos partidos internacionales que interrumpen el principio de la temporada causen casi tanta irritación en Inglaterra como en España, donde la selección despierta pasiones más tibias.

Durante la larga travesía del desierto que, para el aficionado de verdad, supone siempre el verano, el comienzo de la Liga se vislumbra como un lejano oásis tropical. Pero llega septiembre, comienza octubre y la Liga no acaba de arrancar. Empiezas a beber y te quitan el vaso de la mano. O, como dirían los ingleses, que les gusta salpicar la conversación con frases en latín, sufres el síndrome del coitus interruptus. Tu equipo da señales de que podría hacer una gran temporada, le quita un punto al Chelsea, el nuevo delantero pinta bien y entonces... dos semanas de limbo en las que a uno no le queda otra que exprimirle algunas gotas de interés al Inglaterra-Macedonia, buscar algún consuelo en el partido contra Andorra.

No. A la hora de la verdad, el fan inglés es como el español. Club before country. El club antes que la patria.

La prueba más contundente la dieron los aficionados del Tottenham en plena guerra de las Malvinas. Recuerdo haber ido a un partido de los Spurs en su estadio, White Hart Lane, en mayo de 1982. La fuerza aérea argentina ya estaba hundiendo barcos de guerra británicos en el Atlántico Sur, pero cada vez que uno de los dos argentinos del Tottenham, Osvaldo Ardiles o Ricardo Villa, tocaba el balón la afición les ovacionaba.

Ardiles y Villa eran pioneros. Hoy lo raro es ver a un jugador inglés vistiendo la camiseta de un Tottenham, un Liverpool o incluso un Charlton Athletic. Y en el Arsenal, ya nunca.

Desde que un desconocido francés llamado Arsène Wenger llegó al Arsenal hace exactamente diez años y una semana, lo que se ha visto en el gran club del norte de Londres es una erosión inexorable del componente inglés. A tal grado que cuando el Arsenal se enfrentó al Real Madrid en la Champions la temporada pasada, en el Bernabéu, había más ingleses en el equipo español (2) que en el londinense (0).

¿Pero existe hoy un fan del Arsenal que se ofenda ante esta situación; que quisiera poner, por ejemplo, al seleccionador inglés, Steve McClaren, en lugar de Wenger? Ni uno.

Inexplicablemente, un altísimo porcentaje de mis amigos son del Arsenal. Sé que no ha habido gente de fútbol más feliz que ellos en el mundo a lo largo de la última década. Wenger ha colmado al Arsenal de títulos, logrando que sus franceses, holandeses, españoles, suecos, cameruneses, brasileños, checos, suizos y alemanes combinen la feroz competividad del fúbol inglés con el arte del mejor fútbol latino. Wenger declaró en una entrevista con L'Équipe esta semana que "todos los grandes equipos han jugado con la preocupación de gustar" y que el leit-motiv de su club es "ganar con estilo".

Con razón el Real Madrid, como Wenger mismo confirmó en la misma entrevista, ha intentado contratarlo repetidas veces. Es el mejor entrenador del mundo. El día que se vaya, el norte de Londres estará de luto. Porque para el fan del Arsenal no hay ser en la tierra que inspire más devoción que el francés.

viernes, octubre 13, 2006

ESPÍRITU ROJO por Arrigo Sacchi

España tiene, desde siempre, una gran tradición en fútbol, grandes jugadores y un gran amor por este deporte. Los clubes han escrito una página importante en la historia futbolística europea y mundial, ganando todas las competiciones. El año pasado el Barça ganó la Champions de un modo espectacular y el Sevilla la Copa de la UEFA. Sólo la selección no tiene éxitos, casi siempre fracasa, ¿por qué? Hay que hacer un análisis profundo para comprender las causas de este fenómeno negativo. Nos conviene siempre pensar que el culpable es el entrenador o la mala suerte. La roja ha cambiado en su historia a muchos entrenadores, pero al final nadie ha tenido éxito. Esta vez tiene al entrenador más famoso, experto y, quizás, más ganador de España: Luis Aragonés. España participó en el Mundial de Alemania con un equipo joven, con experiencia y con muchos jugadores interesantes y de óptimo nivel. Comenzó jugando bien, con alegría, entusiasmo y capacidad colectiva; jugó un fútbol total muy bonito. En la primera fase fue, quizás, el equipo más divertido y mostró talento, buen juego y a un entrenador experto y capaz. La mayoría de los críticos pensaron que al fin España podría ser gran protagonista del Mundial. Pero en los octavos se enfrentó a un equipo experto y rico en talentos, como Francia, y los rojos, todos a la vez, desaparecieron. Parece imposible, los jugadores cuando juegan con la selección nunca ganan a pesar de la presencia de grandes futbolistas como Raúl, Puyol, Xabi Alonso y Xavi, y de jóvenes interesantes como Sergio Ramos, Torres, Iniesta y Cesc. Creo que el nivel del equipo está entre los mejores del mundo. Jugadores que en sus clubes hacen maravillas como Cesc, un fenómeno en el Arsenal, cuando vuelven a jugar con la selección parecen un jugador normal, como Xavi o Xabi Alonso, entre otros. Un día, hablando de este tema con algunos jugadores españoles del Real Madrid, ellos contestaban que faltaba una motivación fuerte como tienen los italianos, alemanes o argentinos; pero en otros deportes de equipo la selección española gana y no falta la motivación. Otra veces algunos me hablaban de los problemas político-territoriales que no permiten construir un equipo unánime en espíritu, pero hemos visto que la selección de baloncesto ha ganado y los problemas ético-políticos han desaparecido. Otra hipótesis podría ser que esos jugadores ganan y cobran mucho con el club y por lo tanto cuando juegan con la selección no tienen hambre de ganar. Pero hay jugadores italianos que ganan mucho con los clubes y con la selección luchan y son casi siempre competitivos al máximo nivel. Yo creo que en un análisis total hay que pensar que, quizás, la selección sí tiene pequeños problemas de motivación y político-territoriales y que algunas veces también hay momentos negativos con jugadores de nivel bajo. Lo mismo ocurre cuando tiene talentos, y también es verdad que la cosa no sale bien ya sean los entrenadores unas veces buenos y otras no.

Otros críticos piensan que, a nivel técnico-táctico, el equipo español intenta jugar un fútbol a todo campo, atacando con muchos jugadores, intentando ganar el partido con un dominio total, jugando con generosidad, pero sin tener la fuerza física ni mental, la personalidad y las capacidades cognitivas necesarias para tener ese objetivo. Otros críticos piensan que el equipo juega un fútbol sin tener el equilibrio táctico y la personalidad que en los clubes españoles dan los jugadores extranjeros, que falta en general madurez y equilibrio psicológico y táctico. Otros piensan que existe una falta de fuerza física en competiciones cortas como el Mundial y la Eurocopa, donde se juega cada tres o cuatro días y es muy importante recuperarse rápidamente. Parece, por lo tanto, que existen problemas distintos y varios. Seguro que no se arreglarán echando al entrenador, del que se puede esperar que resuelva problemas que han existido desde siempre. Ahora España tiene un grupo de jugadores importantes, jóvenes, muy interesantes, que pueden progresar aún más en el futuro. Pero sin mejorar el espíritu del equipo, la motivación, las calidades cognitivas, la personalidad, el equilibrio táctico y la modestia, será difícil tener un futuro mejor. Buen trabajo, y esperamos que todos puedan enseñar algo más para dar la satisfacción a la afición de toda España como merecería la tradición futbolística de este gran país. Ayer España se enfrentó en un partido amistoso contra Argentina, el encuentro era importante no sólo porque jugaba contra un grande del fútbol, sino porque se decía que una derrota podría ser fatal para Aragonés. Suerte, la roja ganó con mérito, Xavi e Iniesta fueron espectaculares y Aragonés espero que pueda continuar trabajando como merece.

Arrigo Sacchi, ex técnico de la selección nacional de Italia