martes, enero 20, 2015

MILAGROS URUGUAYOS por Enric González

Sigo pensando en lo que hubiésemos disfrutado con una corresponsalía de Enric González en Buenos Aires regalando asuntos del Cono Sur. Chi lo sa?




El Atlético de Madrid es, ahora mismo, el mejor equipo uruguayo del mundo. No, no lo digo por Godín. Ni por el Cebolla Rodríguez, que se marcha. Ni por Giménez. Este no es un asunto de pasaportes porque los futbolistas uruguayos, como los bilbaínos, nacen donde les da la gana. Hay uruguayos argentinos, como el propio Diego Simeone, y uruguayos de todas partes. Que no se me ofenda nadie, porque no hablamos de patrias ni de banderas, sólo de fútbol. De ese fútbol colectivo que en cuanto supera un cierto nivel de madurez, coraje, autoconocimiento y sangre fría, se sitúa en el nivel de lo uruguayo.

A ver si me explico. Lo más normal sería comenzar por Abdón Porte, El Indio, mediocentro del Nacional, que el 5 de marzo de 1918, de madrugada, con 25 años, caminó solo hacia el centro de la cancha y se pegó un tiro. Iba a perder la titularidad y no pudo soportarlo. Dejó bajo un sombrero, junto a su cadáver, un par de cartas. En una de ellas iban unos versos dedicados al Nacional, cursis como suelen ser las cosas trágicas: «Nacional, aunque en polvo convertido, y en polvo siempre amante, no olvidaré un instante lo mucho que te he querido. Adiós para siempre». Fútbol uruguayo.

Abdón Porte había jugado con la selección ganadora en 1916 del campeonato suramericano, actual Copa América. En ese equipo jugaban dos futbolistas negros, Isabelino Gradín y Juan Delgado. En ninguna otra selección del planeta jugaban negros. En la uruguaya, sí. Fútbol uruguayo.

Si hubiera que encarnar en una persona eso que llamamos fútbol uruguayo, sería sin duda en Obdulio Varela, el Negro. Ya saben de quien hablo: del tipo que derrotó a la mejor selección en el estadio más grande y creó una palabra potentísima, Maracanazo. Varela fue quien recogió el balón de la red, tras el gol de Brasil en la final del Mundial de 1950, caminó lentísimo hacia el centro del campo y se puso a hablar con el árbitro en un lenguaje incomprensible para que acudiera alguien y tradujera. La alegría brasileña se transformó en impaciencia y rabia durante esos minutos. «Cuando empezamos a jugar de nuevo, ellos estaban ciegos, no veían ni su arco de furiosos que estaban; entonces todos nos dimos cuenta de que podíamos ganar el partido. ¿Cómo conseguimos eso? Es que el jugador tiene que ser como el artista: dominar el escenario». Esa explicación se la dio, muchos años después, al periodista y escritor argentino Osvaldo Soriano. Dominio del escenario. Fútbol uruguayo.

Hablamos de un país minúsculo, con poco más de tres millones de habitantes, y con dos títulos mundiales. O sea, fútbol uruguayo.

Veía al Atlético de Madrid en su partido de Copa con el Real Madrid, hace unos días, y veía a un equipo, el rojiblanco, capaz de dominar cualquier escenario y acallar cualquier estadio (el Bernabéu repleto y rugiente no es precisamente cualquier estadio), un equipo en el que se habría sentido a gusto Obdulio Varela y que habría enorgullecido a Abdón Porte. Veía a un equipo consciente de que al fútbol se juega con las piernas, con la cabeza y con el corazón, con un asombroso espíritu colectivo, con una rara capacidad para combinar lucha y reflexión sin perder el hilo en 90 minutos.

Hay quien piensa que el Maracanazo fue el mayor milagro futbolístico que se ha visto sobre el césped. Uruguay no podía ganar ese partido, no ante un gran Brasil, no después de oír decir a sus propios directivos que aspiraban a una derrota no demasiado abultada, no en un Maracaná abarrotado. Y lo ganó. Cosas del fútbol uruguayo. Que, según se ve, no ha perdido su capacidad taumatúrgica. Diego Simeone y su banda de uruguayos han conseguido que Fernando Torres vuelva a ser un buen delantero: puro milagro uruguayo.

Publicado en El Mundo (19/01/2015)

miércoles, enero 07, 2015

LA ETERNA CONSPIRACIÓN por Enric González

Propósito a incumplir en 2015, que no falte una 'Zona Cesarini' en este blog. Bastantes se han quedado ya en el tintero de El Mundo y alguna habrá que recuperar. Digo yo.



Cuando dirigía al Real Madrid, José Mourinho solía elogiar el fútbol inglés y lo comparaba con el fútbol español. En Inglaterra, decía, los árbitros eran más competentes y ecuánimes, la prensa especializada era más razonable y no existían las campañas que a él le tocaba sufrir como responsable técnico del Madrid. Pero eso ha cambiado. El fútbol inglés, según Mourinho, está degradándose rápidamente. Antes funcionaba bien. Desde hace una semana es un desastre, porque el Chelsea de Mourinho empató un partido y perdió otro y el Manchester City de Pellegrini le ha alcanzado en el liderato. Al Special One le toca sufrir de nuevo una horrenda conspiración.
El 28 de diciembre, el Chelsea empató a uno con el Southampton.Cesc sufrió un penalti que el árbitro no señaló. Tras el partido, Mourinho afirmó que la prensa, los comentaristas de televisión y los directivos de otros clubes habían lanzado una campaña de presión sobre los árbitros, para que perjudicaran al Chelsea. Las cosas empeoraron el primer día de 2015, cuando el Chelsea se desplazó a White Hart Lane para jugar contra el Tottenham. El técnico local,Mauricio Pochettino, ex del Espanyol, que había perdido sus siete enfrentamientos previos con Mourinho, le doró la píldora antes de que rodara el balón: dijo que el entrenador del Chelsea era un hombre admirable, posiblemente el mejor entrenador del mundo, y consideraba un honor medirse con él. A Mourinho le dio igual. En cuanto empezó el partido montó su propio espectáculo.
Primero fue una posible mano de un defensa del Tottenham dentro del área. El árbitro no pitó penalti y el portugués entonó una larguísima letanía de insultos y maldiciones. Luego consideró queFazio, del Tottenham, merecía una segunda tarjeta por una entrada sobre Hazard, la estrella de los blues, y se lo hizo saber al árbitro y a todo el estadio. No le importó mucho que, acabado el partido, Hazard reconociera que eso no había sido siquiera falta. Mourinho, derrotado por un clamoroso 5-3, proclamó que el árbitro no corría lo suficiente y sugirió que había perjudicado conscientemente al Chelsea. Luego, tras insistir en que existía una campaña contra su equipo, aventuró que el fútbol inglés acabaría perdiendo a Hazard porque los árbitros no le protegían.
La cosa no es nueva. En 2007, antes de trasladarse a Madrid, Mourinho causó bastante asombro durante un encuentro con el Manchester United de Ferguson. El árbitro de aquel partido, Graham Poll, ya retirado, relató su experiencia. Mourinho empezó por gritarle continuamente desde la banda. "Me acerqué a José", escribió Poll, "porque pensé que simplemente estaba reaccionando a la presión ambiental y quería pedirle que fuera más considerado. Pero antes de que pudiera decirle nada, avanzó su cabeza hacia la mía y me dirigió una retahíla de insultos que incluyó un desafortunado comentario personal sobre mí y Sir Alex Ferguson". En concreto, Mourinho dijo que el árbitro Poll practicaba sexo oral con el técnico del Manchester United. Poll no denunció a Mourinho porque se retiraba semanas después y prefería evitar líos.
El diario The Sunday Times indicaba el domingo que los técnicos poderosos estaban abusando de los árbitros y señalaba a Mourinho, para el que pedía una sanción. Veremos. Tal vez Mourinho lamente ahora que el fútbol inglés no sea como el español, donde los arbitrajes son ecuánimes, la prensa se porta de forma razonable, no existen conspiraciones contra un equipo determinado, etcétera. Esas cosas, realmente, parece que sólo ocurren allí donde está él.

Publicado en El Mundo (05/01/2015)