martes, noviembre 29, 2005

Historias del Calcio. EL LAZIO SALVAJE DE COLLINA

Pierluigi Collina, recién retirado después de años como símbolo del mejor arbitraje, ha desvelado un secreto: es tifoso del Lazio. Lo cual no tiene nada de extraño porque todos los árbitros, como todos los jugadores, simpatizan con un equipo u otro. Collina explicó el otro día que, de pequeño, seguía al Bolonia, el equipo de su ciudad natal, y que su epifanía lacial se produjo contemplando a un defensa implacable llamado Wilson, un jugador por el que enloquecía el futuro árbitro.

Hay quien ha recordado el 14 de mayo de 2000 y ha montado un poco de bronca. Ese día, última jornada del campeonato, Collina arbitró el partido Perugia-Juventus. El Juventus tenía 71 puntos. El segundo clasificado, el Lazio, con 69, jugaba en su campo contra el Reggina. En Perugia caía un diluvio, el césped estaba imposible y se preveía la suspensión. Pero Collina, tras una larga espera y contra la opinión de los juventinos, hizo rodar la pelota. El encuentro fue una parodia sobre barro y venció el Perugia por 1-0. En Roma ganó el Lazio, que se llevó por sorpresa el scudetto.

Cosas que pasan. También es cierto que el Lazio no fue capaz de ganar en los diez primeros partidos que le arbitró Collina.

No; la confesión de Collina no obliga a revisar resultados. Sí arroja, sin embargo, nueva luz sobre el carácter de un hombre célebre por su ecuanimidad, por su vida ordenada -buen padre de familia e intachable asesor financiero- y por la simpatía de su imagen pública.

El jugador del que se enamoró el joven Collina, Joseph Pino Wilson, era un personaje peculiar. Y el Lazio al que entregó su corazón, el de principios de los años 70, fue la única banda armada que ha conseguido un scudetto, el de 1974, en la historia del calcio.

Lo de banda armada no es una metáfora. Casi todos los jugadores de aquel Lazio tenían licencia de armas y llevaban siempre encima la pistola. Eran chulos, duros, insensatos, feroces, autodestructivos. Cuando los Chinaglia, Wilson, Martini, Luciano y demás pasaban los controles para embarcar en el avión, iban sacando del bolsillo revólveres magnum y pistolones de gran calibre. Practicaban el paracaidismo, pregonaban sus ideas fascistas y se llevaban tan mal entre sí que todos los partidillos de entrenamiento acababan en drama. O no acababan. Dice la leyenda que la plantilla estaba dividida en dos facciones, la de Chinaglia y la de Martini -hoy, parlamentario de la neoposfascista Alianza Nacional-, y que ambas se enfrentaban en los entrenamientos. Como nadie aceptaba la derrota, y dado que en el vestuario había armamento pesado, los partidillos duraban hasta bien entrada la noche si antes no se había llegado a un empate honorable que satisfaciera a ambas partes.

Wilson, nacido en el Reino Unido e hijo de un oficial de la Marina británica establecido en Nápoles, compartía las ideas y las aficiones peligrosas de sus compañeros, pero tenía un poco más de cabeza dentro y fuera del campo. Dentro, compensaba su estatura moderada (1,73 metros) con una colocación y una rapidez de reflejos extraordinarias. Fuera, se licenció en Derecho y se hizo un futuro al margen del fútbol.

Otros se organizaron peor. Luciano Re Lecconi, el motor de aquel Lazio, murió en 1977, tres años después de ganar el scudetto. Le acribilló un joyero cuando el futbolista entró en su local con una pistola falsa en la mano, se supone que para gastar una broma. Luciano y aquel Lazio eran así.

Resulta curioso que aquel grupo salvaje, temido por todos los árbitros, siga siendo el arquetipo futbolístico de Pierluigi Collina.

Enric González es autor de Historias del Calcio

sábado, noviembre 26, 2005

TAMBIÉN EN SU NOMBRE...


"Come to me
Come lie beside me
Oh don´t deny me
Your love

Make sense of me
Walk through my doorway
Don´t hide in the hallway
Oh love... step over

I´ll follow you down
I´ll follow you down

In the name of whiskey
In the name of song
You didn´t look back
You didn´t belong

In the name of reason
In the name of hope
In the name of religion
In the name of dope

In the name of freedom
You drifted away
To see the sun shining
On someone else´s day

In the name of United and the BBC
In the name of Georgie Best and LSD

..."

In the name of the father, Bono (1993)

Para quien nunca lo haya visto jugar aquí puede ver un video homenaje y así hacerse sólo una idea de lo grande que fue.

viernes, noviembre 25, 2005

EL JUGADOR BEAT, IN MEMORIAM


Hoy ha muerto George Best, un mito del fútbol de todos los tiempos, un icono de este blog.

Fue bonito mientras duró. George Best fue un grandísimo jugador, fugaz pero grande, muy grande. El mejor que se ha visto en las Islas Británicas. En la santísima trinidad que armaba con el escocés Law y el inglés Charlton, Best era, simplemente, the best (el mejor). Law era un goleador innato y Charlton era el aristócrata del medio campo. Pero Best lo tenía todo.

A los 17 años empezó jugando de extremo izquierdo en el Manchester. Hacía, mejor que nadie, todo lo que un extremo debe hacer, pero también marcaba más goles que nadie en su equipo y más que nadie en la liga inglesa. Y los marcaba con la cabeza, con disparos de larga distancia, con vaselinas, después de regatearse la mitad del equipo rival. Y al portero, como cuando marcó el segundo gol en la final de la Copa de Europa de 1968 (Manchester, 4; Benfica, 1).

Fue dos años antes, también contra el Benfica, en Lisboa, cuando Best se consagró como un dios del fútbol. Nunca había perdido en casa el equipo de Eusebio en competición europea. Esta vez perdió 5-1 y Best, con 19 años, marcó dos goles. Los aficionados del Benfica, rendidos ante su talento, le bautizaron el Beatle, por su melena, y cuando acabó el encuentro uno de ellos saltó al campo con un cuchillo, no para matarlo, sino para pedirle un rizo del pelo.

El problema fue que se creyó lo de Beatle. Best fue el prototipo de un fenómeno común hoy en día: el futbolista que se convierte en celebrity. Creaba noticias no sólo con lo que hacía en el campo sino, más y más al pasar el tiempo, con lo que hacía fuera de él. Perseguido por los fotográfos, se pasaba las noches en Tramps, la discoteca de la jet-set londinense, donde solía aparecer Mick Jagger. Y, como a Mick, sus aventuras sexuales lo convirtieron en leyenda. "Dicen que me he acostado con siete Miss Mundos", comentó Best una vez. "Mentira, sólo fueron cuatro. A las otras tres no les hice el favor".

Fue como consecuencia de una escapadita a Marbella en 1972 con la entonces Miss Mundo cuando se creó la ruptura final entre Best y Busby. Tal fue el impacto de la noticia de su retiro que el asunto Best se debatió en el Parlamento británico. Pero no había dios que pudiera haber detenido su descenso a la autodestrucción futbolística.

Muchos años después, en 1980, emprendió un tratamiento contra el alcoholismo, mientras jugaba en California para los San Jose Earthquakes. Cuatro años más tarde lo encarcelaron en Inglaterra por conducir bajo la influencia del alcohol.Pese a todo, Best no ha acabado siendo un personaje patético, como Maradona o Gascoigne. Seguramente porque siempre fue una persona inteligente, capaz de expresarse con agudeza e ironía, y con el don encantador de poder reírse de sí mismo.

Hasta siempre, The Best!

jueves, noviembre 24, 2005

FÚTBOL, LA GUERRA O LA FIESTA (6 y final) por Eduardo Galeano

Antes de cada partido, en cada Copa del Mundo, los jugadores escuchan y tararean sus himnos patrios. Por regla general, salvo algunas excepciones, los himnos los invitan a matar y a morir. Esos cánticos marciales profieren terribles amenazas, convocan a la guerra, insultan a los extranjeros y exhortan a hacerlos picadillo o con gloria sucumbir en heroicos baños de sangre.

Ya vamos para el campeonato mundial número dieciocho. A lo largo de los Mundiales se ha visto que no faltan los jugadores dispuestos a actuar como obedientes soldados, siempre dispuestos a castigar con feroces patadas a los enemigos de la patria, y sobre todo a los que cometen la imperdonable ofensa de jugar lindamente. Pero, la verdad sea dicha, la gran mayoría de los jugadores no ha hecho caso a las órdenes que sus himnos imparten, ni a los delirios épicos de ciertos periodistas que compiten con los himnos, ni a las instrucciones carniceras de algunos dirigentes y directores técnicos, ni a los clamores guerreros de unos cuantos energúmenos en las gradas.

Ojalá los jugadores, o al menos la mayoría de los jugadores, se sigan haciendo los sordos en el Mundial que viene. Y que no se confundan a la hora de elegir entre la guerra o la fiesta.

martes, noviembre 22, 2005

EL RETORNO DEL MALDITO

En Italia se lleva este año el delantero gigante. Luca Toni, el futbolista tocho que maduró tarde, mide 1,94 metros: ayer marcó otros dos goles -ya son 15 en el campeonato- y fue el principal responsable de que el Fiorentina venciera al Milan y alcanzara la segunda posición. Zlatan Ibrahimovic, la furia balcano-escandinava del Juventus, mide 1,92: el sábado fabricó un gol fabuloso desde la línea de medio campo que hundió al Roma y abrió camino a una goleada. Adriano Leite, única esperanza de un Inter que empieza peleando por el scudetto y acaba peleándose con su sombra, mide 1,89. Christian Vieri, que apura el final de su carrera en el Milan, mide 1,85. Alberto Gilardino, que en el Milan es ya más titular que Shevchenko, mide 1,84: como Toni, su pareja de baile en la selección, marcó dos goles en el Fiorentina-Milan aunque el segundo fuera anulado por razones vagas.

El tonelaje está de moda. Y hace soñar a los italianos. El dúo Toni-Gilardino, con Totti y Pirlo detrás, ha dado a la selección de Lippi una ferocidad considerable. Sólo falta que regrese Buffon (1,90) a la portería para completar un once de peso que la gente se sabe de memoria. En el dulce sopor de la sobremesa, los tifosi empiezan a sentir las emociones de una final mundialista contra Brasil.

Podría ser. Los sueños, sin embargo, requieren coherencia, como la literatura y la contabilidad. Y el esquema onírico falla si no encaja en los esquemas de 1982. ¿Dónde está hoy Paolo Rossi?

Rossi, máximo goleador en 1982 y encarnación del último gran éxito internacional del fútbol italiano, era un tipo relativamente canijo y dotado de un talento misterioso. Resultaba claro que sabia jugar. Lo que no estaba claro era el puesto que le correspondía en el campo. Empezó como extremo -en la tradición del bajito habilidoso del tipo Conti o Causio-, probó en la mediapunta y acabó en el área por falta de otras alternativas. En el área demostró ser un tipo peligroso. Tenía tanto peligro que se hundió a sí mismo: antes de la cita española fue descalificado por participar en el gigantesco fraude del Tottocalcio, la quiniela local. Rossi era uno de los futbolistas que amañaban partidos para que el resultado coincidera con su propia apuesta.


La federación le levantó el castigo para que pudiera jugar el Mundial. Hubo una gran polémica porque el hombre no podía estar en forma tras muchos meses en el dique seco. Luego, se puso a marcar goles y nadie se acordó ni de las apuestas, ni de las sanciones ni de la inactividad forzosa.

Para soñar de forma coherente con el Mundial del verano próximo, los italianos deben incluir en el relato a un maldito que llega a última hora, roba el puesto a un titular indiscutible y aporta las dosis de locura impredecible que permiten vencer, como entonces, a un Brasil superior. El maldito, esta vez, no puede ser otro que Antonio Cassano.

Cassano, feo, bajito y muy raro de carácter, criado en las calles más peligrosas de Bari y crecido en la exuberancia romana, es el gran ausente del actual campeonato. Los propietarios del Roma le ofrecieron renovar el contrato, que expira en junio. No aceptó las condiciones y desde entonces está proscrito. O no se le convoca o, para que duela más, se le convoca con los juveniles. Los romanistas han dejado de quererle. Todo el mundo supone que en enero, cuando se reabra el mercado, el Roma lo venderá al Juventus o al Inter para sacar algún beneficio del ídolo caído: la situación es demasiado triste para prolongarla hasta fin de temporada.

Cassano vuelve, Cassano viaja a Alemania, Cassano aporta a una selección de gran tonelaje unos vitales gramos de genio. La trama se desarrolla necesariamente así porque los sueños, a diferencia de la vida, han de tener algún sentido. En la vida real puede pasar cualquier cosa, como que gane Alemania. En los sueños juega Cassano y Alemania no gana nunca.

domingo, noviembre 20, 2005

SOBRE COMPATIBILIDADES. FÚTBOL Y LITERATURA SEGÚN JORGE VALDANO

“Leer un libro no sirve para jugar mejor al fútbol ni jugar un partido sirve para hacer mejor literatura. Dos juegos (fútbol y literatura) que tienen diferentes modos de expresión y que resultan compatibles a fuerza de ser distintos. Esa relación de amor-odio entre ambas disciplinas nace de la desconfianza que siempre ha tenido la mente con respecto al cuerpo. Los intelectuales se desmarcaron del fútbol por considerarlo una expresión popular menor, por deducir que era, como la religión, "el opio del pueblo", por desconfianza hacia la masa y, finalmente, por snobismo. Por su parte, el mundo del fútbol presumía de hombría en el peor sentido, esto es desde la exhibición de la brutalidad”.

sábado, noviembre 19, 2005

IRREMEDIABLEMENTE INGENUOS por Javier Marías

El autor rememora los clásicos duelos de pluma, ingenio y sentimiento con el que fuera su rival azulgrana, Manuel Vázquez Montalbán, aquellos que tanto hicieron disfrutar desde las páginas de El País cada vez que se producía un Madrid-Barça o un Barça-Real Madrid

Desde que murió Vázquez Montalbán, con quien solía compartir esta página los días de Madrid-Barça o Barça-Madrid, EL PAÍS no había vuelto a solicitarme unas líneas para celebrar el acontecimiento. Pensé que se me había decidido jubilar de la tarea por respeto a mi "pareja rival de hecho" de tantos años, y no me parecía mal esa medida. Ahora veo que probablemente ha sido un periodo de luto, eso que hoy tan poco se observa. Él no llegó a ver al Barcelona campeón de la última temporada, ni al descubrimiento madridista Eto'o vestido de azulgrana, ni disfrutó apenas de la inteligencia y el sosiego de Rijkaard, que han hecho de su equipo una maquinaria imperturbable, no sólo en el ganar sino asimismo en el perder, lo cual tiene incalculable mérito en un club más bien dado a la exasperación y a la histeria. Lo siento mucho por él, porque habría estado contento de ver lo que sus cambiantes pero eternos ídolos (los jugadores son simplemente eso, "nuestros jugadores", sin edad y en cualquier época) son capaces de hilvanar sobre la hierba.

En las dos temporadas transcurridas desde su muerte en Bangkok, yo me he puesto de luto por el Real Madrid, y no ha sido para menos. Ese tiempo llevamos sin ganar nada. Se echó de mala manera a Del Bosque, se fue Valdano, salió Hierro por la puerta trasera, vino un tal Queiroz del que nadie se acuerda, vino Camacho (un fichaje descabellado, abocado al fracaso), deambuló el honrado García Remón por el banquillo, apareció un brasileño con nombre de Gran Ducado que cree hablar español y al que sin embargo se entiende tan mal como a Saramago, y cuando nos explica el fútbol aún peor, yo creo; se trajo y se despidió a Owen sin que se sepa por qué, en ningún caso; se contrató a un extraño mecano que arrastra el pie, llamado Gravesen. El más imaginativo jugador del equipo, Guti, continúa sin ser titular fijo y estuvo a punto de ser arrojado al Atlético de Madrid, santo cielo. A Beckham se le tuvo dos años correteando sin ton ni son por el campo, en vez de dejarle centrar desde su banda, casi lo único que sabe hacer (pero de maravilla). Como suele ocurrir entre el Madrid y el Barça, la exasperación y la histeria se las ha trasladado el segundo al primero, y el primero le ha contagiado el aplomo al segundo.

Ambos clubes, mientras tanto, se han hecho más antipáticos. El Madrid se asemeja demasiado a una empresa a la que importan enormemente los beneficios y escasamente lo que ocurre en el césped y en las gradas. A los últimos canteranos de altura (Raúl, Guti, Casillas) se les nota decepcionados por la falta de herederos, y sin gente de la casa el Madrid emociona menos, porque la Liga Paulista puede divertir al público si no hay nada más apasionante que echarse a los ojos, pero ver a Ronaldo, Robinho, Roberto Carlos y Baptista contra Ronaldinho, Deco, Belletti y Silvinho, la verdad, no enciende. En cuanto al Barça, se ha convertido ya del todo en el equipo oficial de la Generalitat, y todo equipo de los gobernantes es, por así decirlo, un equipo sin alma, usurpado.

Así que sólo resta hacer abstracción de cuanto rodea hoy al fútbol y quedarse sólo con los jugadores, y, en lo que respecta a éstos, olvidarse de sus nombres y procedencias y fijarse sólo en que llevan puesto nuestro uniforme de siempre (bueno, eso el Barça sólo a medias, con ese absurdo pantalón rojo de este año, que no sé cómo su afición permite). Algo es algo, y ese algo es lo principal, misteriosamente. Porque estoy convencido de que cuando esta noche empiece el partido, los sentimientos será los mismos que cuando a un lado estaba Di Stéfano y al otro Kubala, a uno Netzer, o Butragueño y Míchel, y a otro Cruyff, o Marcial y Rexach; pese a todo. Tal como vinieron jugando ambos equipos, me daré con un canto en los dientes si el resultado es menos humillante que un 0-3 rotundo. Eso lo pienso ahora, en frío. Pero sé que en cuanto el balón eche a rodar, mis estúpidas esperanzas me harán clamar por un 3-0. Vázquez Montalbán lo sabía: el verde de la hierba, y sobre él el blanco y el azulgrana, borran todo escarmiento y nos llevan a ser siempre irremediablemente ingenuos.

Javier Marías, escritor

jueves, noviembre 17, 2005

FÚTBOL, LA GUERRA O LA FIESTA (5/6) por Eduardo Galeano

En Medellín, una de las ciudades más violentas del mundo, nació y se desarrolló el proyecto "Fútbol por la paz", que durante algún tiempo funcionó con milagroso éxito. Mientras duró, demostró que no era imposible cambiar balazos por pelotazos.

El fútbol resultó ser el único lenguaje alternativo para las bandas armadas de los diversos barrios, acostumbradas a dialogar a tiros. Jugando al fútbol, los enemigos empezaron a conocerse entre sí, al principio de muy mala manera y en cada partido un poquito mejor. Y los muchachos empezaron a aprender que la guerra no es el único modo de vida posible.

Eduardo Galeano, escritor uruguayo

miércoles, noviembre 16, 2005

UN SALUDO A LA BASURA

Permiso para romper un poco la línea seguida, pero quiero hacerme eco de algunas entradas que he podido leer en otros blogs futboleros (Notas de Fútbol, Perarnau blog, etc) en los que encuentro unanimidad, asombro, vergüenza ajena y repulsión hacia la telebasura deportiva (para ser justos futbolística) que está comenzando a imperar. Y me sumo a ellos.

Digo esto desde la incredulidad que me proporciona haber visto, reconozco que a ratos ya que no podía soportar hacerlo de una tirada, el programa Maracaná 05 de Cuatro. Incredulidad porque dicen que está hecho por la misma gente que nos dio tantas alegrías durante 15 años con El Día Después o con cualquier programa deportivo salido de la factoría Canal +, incredulidad por algunos de los personajes que se han embarcado en este proyecto (Paco González, Michael Robinson y Julio Maldonado), incredulidad porque, aunque no lo pareciera, el fútbol (Estudio Estadio, Estadio 2, retransmisiones de TVE, El Día Después, El Tercer Tiempo, retrasmisiones de Canal +, etc) había sido uno de los pocos ámbitos donde la calidad encontraba un pequeño resquicio en la televisión. Hoy parece que la nueva estrategia, acorde con los que tiempos que corren, es acabar con todo lo anterior y apostar por la nadería más absoluta, eso sí, con grandes dosis de zafiedad incorporada (El Rondo, Maracaná 05).

Viendo este programa me preguntaba qué estaría pasando por la cabeza de mi admirado Carlos Boyero, contertulio (espero que) circunstancial de Maracaná 05, cuando se vio sumido en ese espetáculo banal. Anoche quería seguir escuchándolo hablar de su amado Zidane, pero fue imposible. Por otro lado, ¿será verdad que Santiago Segurola se quitó del cartel?

¿Tan complicado era aprovechar la inercia de calidad dejada después de 15 años de grandes programas en Canal +? Espero que sólo fuera un mal día.

Ahora que lo pienso mejor, me temo que no. Pero tampoco es tan importante.

lunes, noviembre 14, 2005

RAROS O MUY RAROS

Los grandes futbolistas se dividen en dos categorías: los raros y los muy raros. Los raros son los que viven en su propio mundo, con biorritmos absurdos y un discurso mental apenas comprensible. Gente como Garrincha, con un coeficiente intelectual tan bajo que apenas entendía las reglas del juego; como Romario, que vivía de noche y entre siesta y siesta marcaba goles mágicos; como Best o Maradona, que sólo interrumpían su metódico proceso de autodestrucción cuando saltaban al campo. Luego están los muy raros, los que poseen tal fortaleza mental que son capaces de vencer la duda, la fatiga, la rabia y el peso de su propio icono (la adulación masiva y la transformación en símbolo local o nacional son potencialmente fatales para un hombre joven) y mantienen fresca la voluntad de victoria durante toda su carrera. Di Stéfano, Pelé, Maldini, Beckenbauer, Charlton, Baresi o Shevchenko son ejemplos.

En el lado de acá, en el de la normalidad, se quedan los que, pese a unas exquisitas condiciones técnicas o un físico privilegiado, padecen, como casi todo el mundo, crisis de fe en sí mismos, o arrebatos de soberbia, o episodios abúlicos. O simple pereza. Por citar un caso: si Totti tuviera un cerebro a juego con sus piernas, sería el colmo. ¿Y si Ronaldo se entrenara como Maldini? Nunca se sabrá porque nunca se dará el caso.

Todo esto viene a cuento de Adriano. El delantero del Inter, de 24 años, acabó la temporada pasada en una forma espléndida, después de un verano donde había hecho una Copa de América sensacional con Brasil y en el otoño parecía por encima de cualquier rival. Era imparable. Tuvo incluso un detalle de los que definen a los grandes, a los muy raros: viajó a Brasil para enterrar a su padre y al regreso, casi directamente desde el aeropuerto, se unió a sus compañeros para jugar un partidazo en la Copa de Europa. Mente fuerte, dijo la gente. Un fenómeno.

Y entonces llegó una pequeña lesión, una nadería que le permitió descansar un par de jornadas. Se esperaba que volviera como un ciclón. Y, sin embargo, volvió irreconocible. El último gol en jugada de uno de los arietes más cotizados del planeta, un tipo por el que el Chelsea ofrecía 50 millones de euros, data del 4 de diciembre. En ese encuentro, contra el Messina, marcó tres. Después se apagó.

Desde entonces, Adriano lo intenta todo y no consigue nada. Es lento y previsible. El técnico interista, Roberto Mancini, se rindió a la evidencia y le dejó en el banquillo en un partido tan importante desde el punto de vista emocional como el derby contra el Milan.

Físicamente, está bien, lo que reduce el problema al ámbito mental. Dentro de ese ámbito, caben dos explicaciones: o no tiene confianza en sí mismo o padece el síndrome quiero-largarme-de-aquí, también conocido en San Siro como ronalditis. Ambas hipótesis le dejan fuera de la auténtica élite, la de los raros y muy raros que se portan como campeones incluso en las peores circunstancias. Hay, sin embargo, matices. La falta de confianza puede curarse del todo. La ronalditis es tratable con grandes dosis de dinero, adulación y caprichos, pero suele resultar crónica, con síntomas muy desagradables a la vista y graves efectos en el entorno del enfermo.

Habrá que esperar y estar muy atentos para comprobar si lo de Adriano tiene o no tiene arreglo.

viernes, noviembre 11, 2005

LA ELÁSTICA, UN REGATE

Ronaldo ha explicado decenas de veces aquel regate angular con el que le anudó las neuronas a Delfí Geli en la Supercopa 96-97. Puestos a sacarle un parecido, bien podríamos decir que fue la radiografía de un relámpago. Un destello azul hacia la izquierda, enganchado a un resplandor blanquecino por la derecha. Ronaldo ha indicado que en Brasil llaman La Elástica a esa cinta quebrada, quizá porque sería un gesto sólo posible en quienes tienen el pie de hule. Después, aclaró que es una pieza catalogada en la arqueología del fútbol de su país, y que él la descubrió, como se descubre una joya familiar al fondo de un viejo baúl, en la videoteca de Rivelino, aquel 10 agitanado que usaba las guías de su enorme bigote de bucanero como telémetro. Con ellas lograba medir distancias y hacer puntería.

Conviene indicar que en España este pase magnético no era una experiencia nueva. Ya habíamos visto ese mismo recurso de prestidigitador en la chistera de Fernando Redondo, si bien esta versión tenía el dibujo invertido como corresponde a un actor zurdo; o sea, a uno de esos tipos misteriosos que ven el mundo al revés y juegan al otro lado del espejo. Redondo arrastraba el balón hacia la derecha, le cambiaba el perfil al defensor contrario, hacía una torsión corporal, escapaba por el otro costado, y atajaba hacia el palo por el callejón del 10.

Muchos años atrás, había hecho carrera con ese recurso su verdadero descubridor: el gran Mané Garrincha. Como todo pionero, aquel chueco de color café marcaba mucho más las aristas del invento. En vez de arrastrar la pelota en un solo viaje a un lado y a otro, él daba dos toquecitos, tip para dentro, tap para fuera; luego rompía hacia el banderín de córner derecho, y desde allí facturaba un centro sobre puerta que era tres cuartos de gol. En los días felices de la selección de Brasil, un tal Pelé se encargaba de firmar la diablura en la boca de gol.

Sabemos finalmente que cierta noche, en el Camp Nou, Romario de Sousa Faría encaró a Alkorta, y consiguió sintetizar aquella cinta en una sola curva excéntrica.

No hay otros antecedentes oficiales de esa pieza mágica. Quien quiera investigar más allá de lo visible tiene un solo camino. Debe perderse en los más lejanos arrabales de Brasil, buscar a los niños contrahechos, y poner atención a todos los ardides que utilizan para compensar sus penas.

Porque es indudable que un atleta perfecto jamás buscaría la salvacíón fuera de su propia musculatura.

miércoles, noviembre 09, 2005

FÚTBOL, LA GUERRA O LA FIESTA (4/6) por Eduardo Galeano

Los estadios de fútbol son los únicos escenarios donde se abrazan los etíopes y los eritreos. Durante los torneos interafricanos, los jugadores de esas selecciones consiguen olvidar por un rato la larga guerra que periódicamente rebrota entre sus países.

Y después del genocidio que ensangrentó a Ruanda, el fútbol es el único instrumento de conciliación que no ha fracasado. Los hutus y los tutsis se mezclan en las hinchadas de los clubes y juegan juntos en los diversos equipos y en la selección nacional. El fútbol abre un espacio para la resurrección del respeto mutuo que reinaba entre ellos, antes de que los poderes coloniales, el alemán primero y el belga después, los dividiera para reinar.

Eduardo Galeano, escritor uruguayo

martes, noviembre 08, 2005

LA "CUCHARA" DE TOTTI

"Mo je faccio er cucchiaio", dijo Totti. Y a Maldini le sonó tan raro como a cualquier lector español. Luego, cuando el tótem milanista tradujo mentalmente del romanesco al italiano, la cosa le sonó aún más marciana. En aquellas circunstancias, lo último que podía uno esperarse era un cucchiaio del romano más castizo desde Alberto Sordi. Maldini se quedó lívido.

Era el 29 de junio de 2000 y la semifinal Italia-Holanda del Europeo acababa de terminar en empate. Se jugaba en Holanda y los italianos, encerrados en el círculo central, hablaban de quién tiraba los penaltis. Di Biagio fue el primero en reconocer que la cosa imponía. "Francesco, yo tengo miedo", dijo. Y Francesco Totti, en su romanesco cerrado: "A quién se lo dices. ¿Has visto lo grande que es aquél?", resopló, señalando al portero Van der Saar. Di Biagio: "Pues sí que me animas". Entonces llegó la frase inmortal: "Nun te preoccupá, mo je faccio er cucchiaio". O sea, "no te preocupes, yo le hago la cuchara".

El gran jefe Maldini tenía la oreja puesta y al cabo de unos segundos, cuando comprendió, se dirigió con gran alarma hacia Totti. "¿Pero estás loco? Estamos en una semifinal del Europeo". Pero Totti ya tenía la idea clavada en el entrecejo: "Sí, sí, le hago la cuchara".

"Er cucchiaio", "la cuchara", es la marca de fábrica del mejor futbolista italiano. Un toque suave, por debajo del balón, que eleva la trayectoria unos metros y luego la deposita en el suelo, dentro de la portería. Una de esas jugadas caprichosas que pueden hacerse cuando se gana por mucho y queda muy poco partido. Una burla amable al contrario y un guiño al público. Una broma, algo que no se hace en el momento más crucial del año. Lo que pasa es que Totti es Totti. El capitán del Roma tendría poco de qué hablar con Einstein, pero la inconsciencia le da a su juego el toque de locura y genio de los grandes idiotas del fútbol: Totti forma parte de la dinastía de Garrincha, Best, Gascoigne, Cassano. Con la ventaja de no ser cojo, ni alcohólico, ni paranoico.

Cuando le tocó lanzar a Francé Totti, caminó hacia el punto de lanzamiento, miró a aquel portero holandés tan grande, se aproximó al cuero y lo acarició en el vientre. El balón partió en cámara lenta, como un globo de feria, hacia el centro del marco. Van der Saar, en cámara rápida, se había lanzado ya hacia un costado. Y el penalti entró como un suspiro, dulce, desmayado, con la miel de un beso y el ritmo preciso de un buen chiste.

Totti publicará el año próximo un manual de fútbol que se titulará, cómo no, "Mo je faccio er cucchiaio". Será su tercera obra, tras las memorables Los chistes sobre Totti contados por mí mismo y Los nuevos chistes sobre Totti contados por mí mismo. No los escribe él, pobrecito, pero en este caso no importa, porque los beneficios (una millonada) se destinan a beneficencia. Totti es, seguramente, el futbolista que más dinero ha aportado a obras de caridad, el que ha visitado más asilos y hospitales y el que más ha hecho por su ciudad.

viernes, noviembre 04, 2005

CUANDO FUERON REYES DE LONDRES por Santiago Segurola

Dos título de Liga en 100 años de historia no parece gran cosa para un club que ahora está de moda en Europa. El Chelsea lo conquistó con ocasión de su cincuentenario, en 1955, y en su centenario, 2005, tras haber vivido sus mejores momentos en los años sesenta. Casi por ubicación física, al Chelsea le correspondió un papel importante en el agitado Londres de aquellos días. Aunque su estadio no tenía ningún glamour -Stamford Bridge servía para el fútbol y para las carreras de galgos en su vieja pista de ceniza-, se alzaba en Fulham Road, en medio de uno de los barrios preferidos de la movida pop, al lado de King's Road, hervidero de nuevas tendencias. Allí tenía su cuartel Mary Quant, la creadora de la minifalda, y por allí pululaban o vivían buena parte de los músicos que hacían época: los Beatles y los Stones se dejaban caer por allí; Marianne Faithful y el fotógrafo David Bailey, también; las estrellas del cine británicas y norteamericanas frecuentaban el barrio. Y en el barrio estaba un equipo de fútbol que pretendía estar a la altura de los tiempos.

Aquel Chelsea se adelantó 25 años a lo que Ruud Gullit definió como fútbol sexy. Gullit intentó practicarlo con el equipo londinense en los años noventa. Con cierto éxito y con dinero para fichar a jugadores como Zola o Verón, precursores de la invasión de estrellas extranjeras. Pero en los años sesenta no había ningún extranjero. Era un equipo de ataque con varios de los jugadores más coloristas del fútbol británico. Uno de ellos era Alan Hudson, un centrocampista que llevaba el ingenio hasta la frontera de lo extravagante. Habitual de clubes, amigo de estrellas del pop, proclive a los excesos, su talante no cuadraba con el estilo marcial que Alf Ramsey pretendía en la selección inglesa, así que no dejó huella en el equipo nacional. Junto a Hudson brillaba el escocés Charlie Cooke, extremo en ocasiones, centrocampista en otras, genial siempre. Y en la delantera todos los focos apuntaban a Peter Osgood, un héroe para la hinchada. Era alto y fornido, de pelo ensortijado y moreno, con un aire a Tom Jones que hacía valer entre las habituales de los bares y clubes de King's Road. Sin tener la clase pura de Hudson y Cooke, ninguno representaba mejor los valores del Chelsea que Osgood. Dentro del campo y fuera. Su fama mereció el interés de Raquel Welch, que se dio un garbeo por el barrio en una visita a Londres en 1972, un año después de que el Chelsea derrotara al Madrid en la final de la Recopa. El Cuerpo quería conocer a Osgood y no se privó de visitar el vestuario en los momentos previos a un partido. Algunos jugadores de aquella generación todavía lo consideran el mejor momento de sus carreras.

El Chelsea no ganó ninguna Liga en esa época, pero se ganó fama de equipo juerguista y divertido frente al circunspecto Arsenal, tradicionalmente defensivo y alejado de las cosas mundanas. Mientras frecuentaban a los ídolos del pop, sacaban tiempo para jugar bien y satisfacer a una hinchada que pronto vio el desplome del equipo. Casi fue un derrumbe cultural. Con la caída de King's Road como centro neurálgico de la movida londinense se asistió a los peores años del Chelsea. Descendió a la Segunda División y tardó casi 15 años en establecerse con alguna firmeza en la Primera. Lo hizo cuando el fútbol se convirtió en un negocio y perdió buena parte de su imagen de pasatiempo para la clase obrera. En los años noventa se puso de moda el fútbol y la moda también alcanzó a los políticos, muchos de los cuales salieron del armario y confesaron sus preferencias. Algunas resultaban poco creíbles. El primer ministro, John Major, a quien no se le conocía especial pasión por el fútbol, se declaró hincha del Chelsea, como algunos otros políticos conservadores. Eran los años de Gullit, y luego de Zola y Verón. Buenos años futbolísticos que estuvieron a punto de enviar a la bancarrota al Chelsea, presidido entonces por Ken Bates. El destino del club parecía desesperado, pero algo le favorecía: Londres siempre es un mercado apetecible, y más para los nuevos barones de las grandes empresas rusas del petróleo, gas y derivados, gente como Roman Abramovich, que se encontró con el juguete perfecto, en la ciudad perfecta, en el barrio perfecto. En Chelsea.

miércoles, noviembre 02, 2005

FÚTBOL, LA GUERRA O LA FIESTA (3/6) por Eduardo Galeano

Hay partidos que terminan en batallas campales, hay fanáticos que encuentran en el fútbol un buen pretexto para el ejercicio del crimen y en las gradas desahogan los rencores acumulados desde la infancia o desde la última semana. Como suele ocurrir, es la Civilización la que da los peores ejemplos de barbarie. Entre los casos de más triste memoria, se podría citar, por ejemplo, la matanza de 39 hinchas italianos del club Juventus a manos de los hooligans ingleses del Liverpool, hace poco menos de veinte años.

Pero, ¿eso da para decir que el fútbol incuba huevos de serpiente? En 1969, se llamó "guerra del fútbol" a la matanza entre hondureños y salvadoreños, porque la primera chispa de ese incendio se había encendido en los estadios. Pero la guerra venía, en realidad, de mucho antes. Y su nombre mentiroso logró ocultar una historia larga: la guerra fue la trágica desembocadura de más de un siglo de rencores entre dos pueblos vecinos, entrenados para odiarse mutuamente, pobres contra pobres, por sucesivas dictaduras militares fabricadas en la Escuela de las Américas.

El espejo no tiene la culpa de la cara, ni el termómetro tiene la culpa de la fiebre. Casi nunca proviene del fútbol, aunque casi siempre lo parece, la violencia que a veces hace eclosión en los campos de juego. Es revelador lo que está ocurriendo en la Argentina. La locura de las barras bravas no tiene nada de nuevo; pero se han multiplicado los líos, los balazos y los garrotazos, desde que se desencadenó esta última crisis que ha precipitado al país a una caída en picada y ha dejado a los argentinos pataleando en el aire.

Eduardo Galeano, escritor uruguayo

PERMÍTANME UNA LICENCIA...

UEFA Champions League, martes 1 de noviembre 2005

Real Betis Balompie 1 - Chelsea Football Club 0
Por eso es mi Currobetis.