lunes, octubre 31, 2005

LA FURIA DE LOS MELANCÓLICOS

La furia de los melancólicos suele ser terrible, porque es una furia fría y metódica que nace de la voluntad. El Milan, el equipo más melancólico de Italia, arrolló al Juventus en San Siro, lo martirizó hasta matarlo y no tiró el cadáver al río porque lo impedía el reglamento. La superioridad milanista sobre el líder que se creía imbatible fue de las que se ven pocas veces en encuentros de gran nivel. Los diablos rojinegros hicieron mejor que la Vieja Dama de Turín todas las cosas que, supuestamente, la Vieja Dama hace mejor que nadie: presionar, agobiar, enervar: refinada disciplina inglesa. Ofrecieron además al público algún rasgo de su tradicional elegancia y una generosa ración de exquisiteces de Kaká. Parecían el Milan de otro tiempo.

El Milan, sin embargo, ya no es el Milan de hace unos años. Si el fútbol se jugara con la voz y no con el balón, el discurso rojinegro frente a la Juve habría sido el monólogo de Kurtz. Piensen en El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. O en la versión cinematográfica de Francis Ford Coppola, Apocalypse Now. Recuerden a Marlon Brando y su monólogo en la selva, ante el atónito Willar-Marlow: "El horror, el horror". Pónganse en el lugar del pobre Kurtz, un alma inteligente y compasiva, que lo ha visto y vivido todo en la selva y a quien los indígenas adoran como a una divinidad maligna.

El Milan es Kurtz. Sus jugadores lo han visto y vivido todo. Tipos como Maldini, Cafú, Costacurta, Stam, Seedorf y Vieri llevan demasiados años de fútbol pegados a la suela de las botas como para emocionarse a estas alturas; pero lo que distingue a los milanistas no es la experiencia, sino la calidad de la experiencia. Esta gente ganó una Copa de Europa en condiciones infames: empate a cero y penaltis, precisamente frente al Juventus. Esta gente perdió una Copa de Europa en condiciones no menos infames: el hundimiento de Estambul, ante el Liverpool, fue de los que dejan cicatriz. Esta gente lleva dentro la tristeza sosegada, la distancia, la incredulidad. La melancolía.

Su furia no surgió de las vísceras, sino del cerebro. Fue la reacción orgullosa de un equipo que (a diferencia del Juventus) puede soportar con tranquilidad una derrota en un encuentro de trámite, porque la vida es así, pero no en una noche de gala. Para eso ya tienen el recuerdo de Estambul. Los melancólicos de Milán siguen segundos, pero menos segundos que antes, a sólo dos puntos de los mastines de Capello. Habrá que ver ahora cómo supera el Juventus sus propias inseguridades.

El resto de la jornada deparó lo habitual: las estrecheces del Inter, el gol de Toni, las miserias del Parma. Y algo más: el retorno de un treintañero mileurista. Damiano Tommasi, 31 años, veronés, de oficio peón de brega en el centro del campo, llegó al Roma en 1996 y vivió el fracaso con Bianchi, la mediocridad con Mazzone, el furor con Zeman y el triunfo, el scudetto de 2001, con Capello. En la pretemporada de 2004, con el efímero Prandelli, se reventó una rodilla y los médicos pronosticaron que ya no volvería. Unos meses más tarde, además, expiraba su contrato. Tommasi hizo lo propio de un melancólico orgulloso: como ni siquiera él estaba convencido de poder recuperarse, se ofreció a renovar por el salario mínimo de la Liga Profesional, 1.500 euros mensuales. ¿Cómo podían negarse los propietarios del Roma?

Con ese sueldo fue al fisioterapeuta, al gimnasio, al entrenamiento. Y con ese sueldo reapareció ayer, después de 15 meses de cojera y salario mínimo, en la segunda parte de un encuentro que el Roma estaba empatando. Tommasi no hizo gran cosa, salvo un par de faltas feas y alguna carrera alocada, pero el Roma ganó. Y el mileurista, vencedor en una apuesta personal, se marchó muy feliz a casa.

sábado, octubre 29, 2005

ALBERTO ORMAETXEA. 'IN MEMORIAM' por Alfredo Relaño

El fútbol da también tipos así, discretos, sin ganas de llamar la atención, sin otro interés que hacer bien su oficio. Pasan por este juego dejando su buena huella y luego se van con la discreción con que llegaron. Les hacemos menos caso que a esos otros que saben llamar la atención, o que la llaman sin querer, porque tienen ese algo que les hace más a los ojos de los demás. Ahora que ha muerto Ormaetxea me asalta esa reflexión. Dos ligas con la Real, toda una proeza, y luego el olvido. Compárenlo con el jugo que Clemente supo sacar a las dos ligas que ganó con el Athletic. Cosas del fútbol, de la vida y de nosotros, los medios.

Dos ligas con la Real, decía, precedidas de otra que se escapó por los pelos por culpa de una derrota, la única de toda la Liga, en el campo del Sevilla, con dos goles de Bertoni. Jugaba bien aquella Real, que empezaba en Arconada y terminaba en López Ufarte, Le petit diable, le apodaron los franceses tras sus exhibiciones como juvenil en el Torneo de Mónaco. Buenos viejos tiempos en el estadio de Atocha, cuyo carácter entrañable no olvidará nadie que haya estado allí, con los txistus tocando el Txuri Urdin, con Alonso metiendo la pierna fuerte, Zamora conduciendo el juego, Satrústegui marcando los goles. Entusiasmo general.

Fue una buena camada de futbolistas y Ormaetxea la gestionó bien. No se daba importancia, era un tipo al estilo de Del Bosque, consciente de que el fútbol es de los futbolistas y de que el trabajo del entrenador se reduce a provocar y conservar las condiciones en las que cada uno de ellos pueda volcar lo mejor de su talento. En aquella Real había buenos jugadores, sí, pero además todos encontraron el sitio y el ambiente necesarios para expresar lo que llevaban dentro. Esa fue la obra de Ormaetxea. Luego no supo capitalizar su éxito, por su forma de ser. Pero el recuerdo de aquello es imborrable.

viernes, octubre 28, 2005

FÚTBOL, LA GUERRA O LA FIESTA (2/6) por Eduardo Galeano

El barón Pierre de Coubertin, fundador de las olimpíadas modernas, había advertido: "El deporte puede ser usado para la paz o para la guerra".

Al servicio de la guerra mundial que estaban incubando, Hitler y Mussolini manipularon el fútbol. En los estadios, los jugadores de Alemania y de Italia saludaban con la palma de la mano extendida a lo alto. "Vencer o morir", mandaba Mussolini, y por las dudas la escuadra italiana no tuvo más remedio que ganar las Copas del Mundo en 1934 y en 1938.

"Ganar un partido internacional es más importante, para la gente, que capturar una ciudad", decía Goebbels, pero la selección alemana, que lucía la cruz esvástica al pecho, no tuvo suerte. La guerra de conquista vino poco después; y el delirio de la pureza racial implicó también la purificación del fútbol: trescientos jugadores judíos fueron borrados del mapa. Muchos de ellos murieron en los campos alemanes de concentración.

Años después, en América latina, las dictaduras militares también usaron el fútbol, al servicio de la guerra contra sus propios países y sus peligrosos pueblos. En el Mundial del '70, la dictadura brasileña hizo suya la victoria de la selección de Pelé: "Ya nadie para a este país", proclamaba la publicidad oficial. En el Mundial del '78, en un estadio que quedaba a pocos pasos del Auschwitz argentino, la dictadura argentina celebró "su" triunfo, del brazo del infaltable Henry Kissinger, mientras sus aviones arrojaban a los prisioneros vivos al fondo de la mar. Y en el '80, la dictadura uruguaya se apoderó de la victoria local en el llamado "Mundialito", un torneo entre campeones mundiales, aunque fue entonces cuando la multitud se atrevió a gritar, por primera vez, después de siete años de silencio obligatorio. Rugieron las tribunas: "Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar..."

Eduardo Galeano, escritor uruguayo

martes, octubre 25, 2005

EL EQUIPO DEL BARRIO

La cabeza de la clasificación de la Serie A suele ser tan previsible como una ensalada ilustrada: Juventus, Milan e Inter, rey, caballo y sota del calcio, como casi siempre. Justo detrás, Fiorentina: era de esperar, dado que los nuevos propietarios, los De la Valle, no querían revivir las angustias del curso pasado y contrataron a un ariete estupendo (Toni), a un buen técnico (Prandelli) y a unos cuantos gregarios finos. Lo insólito es lo que viene luego. En el pelotón de los aspirantes a arañar una competición europea está el Chievo, uno de los más curiosos fenómenos futbolísticos de este hemisferio.

Chievo no es una ciudad. Es un barrio periférico de Verona, una urbe mediana del noreste italiano. Para entendernos, hablamos de 2.500 habitantes en un área unas 20 veces más pequeña que Getafe y 100 veces menos divertida. La gente va a Verona por el lago Como, por los espectáculos de la Arena o para enternecerse con la tragedia de Romeo y Julieta. No se conocen corrientes turísticas hacia el estadio del Chievo, que, sin embargo, está casi al lado de la estación de ferrocarril. El Chievo es un prodigio surgido de cuatro calles y del entusiasmo de un sacerdote. Y, aunque su historia arranca de lejos, seguía siendo un club de aficionados cuando, en 1982, Italia ganó su última Copa del Mundo.

La primera imagen del Chievo es de 1929: unos cuantos entusiastas del barrio disputan el primer partido de fútbol en un campo que no es una pradera, sino un descampado lleno de arbustos, con el centro del terreno marcado por unos matorrales de singular altura. La segunda imagen, de 1931, corresponde al primer encuentro oficial. Uno de los jugadores del Chievo luce una redecilla en la cabeza con el fin de no estropearse el peinado.

Las demás secuencias son igualmente modestas. En 1948 las penurias económicas son tan grandes que tiene que cambiar los colores tradicionales, blanco y celeste, por el azul y el amarillo de unas camisetas que le salen gratis. En 1950 juega tan mal que en un encuentro con el Bardolino opta por retirarse del campo después de recibir el séptimo gol para no prolongar la humillación del puñado de seguidores.

Pero en 1958 el párroco, Silvio Venturi, logra que la diócesis preste fondos al club para crear un campo por fin llano y sin matojos, construido enteramente por gente del barrio. Se establece además una sede oficial en el bar La Pantalona. El cura Venturi marca un antes y un después. En 1966, el campo es destruido por el desbordamiento del río Adige, pero los vecinos lo arreglan en un par de meses. En 1975 se alcanza un éxito sin precedentes y el Chievo asciende a Primera Regional.

En 1990 el Chievo sube a Tercera División. En 1994, a Segunda. En 2000 llega al barrio un entrenador de la zona llamado Luigi del Neri y en el último partido de la temporada, contra la Salernitana, conquista una plaza en la Serie A, la cúspide del calcio.

Del Neri, ahora en el Palermo, ha hecho carrera desde entonces. El presente entrenador se llama Giuseppe Pillon, que en septiembre definió su proyecto con una sola frase: "Suframos lo menos posible". El equipo del barrio tiene a veteranos como Lorenzo d'Anna, de 33 años y diez en el equipo, y a muchachos como el nigeriano Obinna. Los dos marcaron ayer para vencer al Cagliari (2-1) y aupar al Chievo hasta la mejor posición de su historia. Fue un partido infumable, malísimo, sobre todo en la primera parte; si la plantilla hubiera sido la de 1950, quizá no habría saltado al césped tras el descanso para no seguir aburriendo a la hinchada. El caso es que el Chievo ganó y lleva cuatro jornadas invicto.

Lo normal es pensar que no durará. Pero lo mismo se pensó cinco años atrás, cuando un pobre equipo de barriada se coló en la élite. Y ahí sigue el Chievo.

sábado, octubre 22, 2005

MANDÍBULAS DE ROTTWEILER

El presidente de la Juventus, Franzo Grande Stevens, cree que el carácter del equipo tiene raíces históricas. El pequeño Piamonte, un reino belicoso e irreductible, se mantuvo independiente durante siglos y en el XIX encabezó la lucha contra los austriacos y la conquista del resto de Italia, unificada en 1870 bajo la corona de los Savoya de Turín. "Los piamonteses", dice, "dependían de su ejército, de ahí su disciplina, su sentido del ahorro, su sobriedad y su tenacidad, virtudes que permanecen y permean todas las instituciones locales, Juventus incluida". Esa tradición, más Fabio Capello, más la mejor plantilla en bastantes años, componen un rival temible.

La Vieja Señora del calcio blindada en la defensa, agobiante en el centro del campo, especuladora y avara se ha convertido en la reina del Campeonato, lidera con holgura la clasificación italiana y recuerda muchísimo a aquel Milan de 1994 que, entrenado por Capello, ganó el scudetto con sólo 15 goles en contra. Aquel Milan, después de racanear en todas las eliminatorias de la Copa de Europa, destrozó en la final (4-0) al Barcelona y acabó con la era del dream team de Johan Cruyff.

La clave de aquel Milan era un medio centro de contención, un antiguo central reciclado llamado Dessailly. La clave de esta Juventus es otro medio centro, Emerson, que hace mucho más que contener. Junto a Emerson, que Capello se llevó a Turín desde Roma pese a las ofertas del Madrid, Patrick Vieira, que vuelve al calcio después de hacerse un hombre y un líder en el Arsenal londinense, y sobre todo Ibrahimovic, el gigante serbo-sueco que desde su llegada ha fascinado a los italianos. Capello siempre consigue que le fichen lo que quiere y aceptó trabajar para el equipo de la familia Agnelli con la condición de que a sus órdenes estuvieran Emerson e Ibrahimovic. Ambos han funcionado a la perfección. No tuvo que exigir un portero porque ya lo tenía: Buffon, uno de los mejores del mundo, el hombre por el que La Vieja Señora hizo una locura -pagó por él 54 millones de euros- sin tener que arrepentirse jamás. Y disponía también del checo Nedved, el balón de oro en 2003, que, tras meses de baja forma, ha recuperado su habitual carga eléctrica.

Justo antes de comenzar la pasada temporada, Capello completó su jugada con Cannavaro. El central napolitano le salía muy caro al Inter y Roberto Mancini, que le suponía casi acabado, aceptó las presiones de la directiva y lo puso en venta. La Juventus no se lo pensó dos veces. Se quedó con Cannavaro, que disfruta ahora de una espléndida segunda juventud: no es muy alto, ni muy rápido, ni muy técnico, pero sabe dónde debe estar y dónde están los demás. Es decir, juega al fútbol.

El resto son milagros de Capello, prodigios que no pueden deberse solamente al talento y al olfato y en los que por fuerza intervienen los lavados de cerebro y la flor de todos los buenos técnicos. Porque Camoranesi es lo que es, un jugador mediano, y, sin embargo, combinado con Zebina, otra importación romana del professore Fabio, impone una barbaridad en la banda derecha. El uruguayo Zalayeta, tan lento y tímido antes, es ahora un perfecto tercer delantero, en rotación constante con Del Piero. Y Zambrotta, un carrilero de toda la vida, parece convencido de ser el nuevo Maldini.

Lo más llamativo, con todo, es la rabia colectiva de esta Juventus con mandíbulas de perro rottweiler: muerde al adversario desde el primer minuto y no lo suelta hasta que vuelve a la ducha. Pelea, persigue, insiste, aburre y gana. En la Liga no ha perdido un solo partido. La Vieja Señora sigue de un humor terrible esta temporada.

viernes, octubre 21, 2005

FÚTBOL, LA GUERRA O LA FIESTA (1/6) por Eduardo Galeano

Hace poco murió el hombre más viejo de Inglaterra. La vida de Bertie Felstead había atravesado tres siglos: nació en el siglo diecinueve, vivió en el veinte, murió en el veintiuno.

Él era el único sobreviviente de un célebre partido de fútbol, que se jugó en la Navidad de 1915. Jugaron ese partido los soldados británicos y los soldados alemanes. Una pelota apareció, venida no se sabe de dónde, y se echó a rodar no se sabe cómo, entre las trincheras. Entonces el campo de batalla se convirtió en campo de juego, los enemigos arrojaron al aire sus armas y saltaron a disputar la pelota, todos contra todos y todos con todos.

Mucho no duró la magia. A los gritos, los oficiales recordaron a los soldados que estaban allí para matar y morir. Pasada la tregua futbolera, volvió la carnicería. Pero la pelota había abierto un fugaz espacio de encuentro entre esos hombres obligados a odiarse.

Eduardo Galeano, escritor uruguayo

lunes, octubre 17, 2005

EL CABALLERO Y LA DAMA

Hace dos años, cuando ya llevaba ocho en el Juventus, Alessandro del Piero renovó su contrato por cinco más. El futbolista tenía 28, vivía su mejor momento y obtuvo muy buenas condiciones económicas: 5,6 millones de euros por temporada más 2,3 por sus derechos de imagen. Ale estaba tan contento que pagó una página de publicidad en La Gazzetta dello Sport para anunciar personalmente la noticia de su unión vitalicia con la Vieja Señora del calcio. El titular del anuncio era gracioso: "Un caballero no abandona nunca a una dama".

El caballero Del Piero debió de pensar bastante en esa frase cuando, unos meses después, la dama en cuestión, convertida en una Rottenmeier con las facciones tremendas de Fabio Capello, empezó a darle leña. La llegada de Capello supuso para la Juve un retorno a los principios básicos de una sociedad metalúrgica -pertenece desde hace medio siglo a los Agnelli de la Fiat-, hosca y exigente. Del Piero era el futbolista mejor pagado, pero a Capello le pareció irregular. Y era cierto. Entre el caballero y el recién llegado Ibrahimovic la elección resultaba clara. Y Del Piero, desorientado y fallón, empezó a conocer de cerca el banquillo.

Capello fue un futbolista bastante malo desde el punto de vista técnico. No era de los que acarician el balón, sino de los que lo pisan, lo retuercen y, si es necesario, lo muerden. Pero tenía una voluntad de hierro y una mente despierta que le permitía captar las claves de cada partido. La voluntad y el conocimiento del fútbol, junto a un carácter de mil demonios y una ambición desmedida, le han permitido ser un entrenador de gran éxito.

Maneja la plantilla como un dictador y somete a cada futbolista a algo muy parecido a la tortura psicológica. Presiona, exige, amenaza, machaca y castiga hasta ser dueño de cuerpos y almas. Exprime a los jugadores hasta agotarles. A cambio, ofrece resultados. El día que Capello abandona un club se oye en el vestuario un gran suspiro de alivio.

Lo curioso es que, con el tiempo, sus víctimas suelen echarle en falta. Totti, Cassano y demás artistas del Roma brindaron cuando el tirano se largó por sorpresa a Turín. Un año después reconocían que nadie les había comprendido como Capello. Cassano no levantó cabeza desde que se fue y hoy, peleado con los propietarios del Roma y con casi todo el mundo, apartado del equipo y de la selección italiana, no sabe ya qué hacer para que le fiche el Juventus y reencontrarse con Capello. Puede ser un síndrome masoquista al estilo de Portero de noche. También puede ser que Capello entienda como nadie las flaquezas de los jugadores creativos.

Alessandro del Piero vivió desde el banquillo el título de Liga del curso pasado y esta temporada -ya siete victorias consecutivas- empezó igual. El Juventus funcionaba muy bien sin él. La exclusión, en su caso, resultaba especialmente dolorosa porque le alejaba de participar en el Mundial de 2006, el último de su carrera. El seleccionador, Marcello Lipi, que dirigió al equipo turinés en los días de mayor gloria de Del Piero, dijo la semana pasada que quien no jugara todas las semanas no podría ir a Alemania. Para Ale sólo parecía quedar una salida: buscarse un nuevo equipo en enero, tal vez en Inglaterra, y hacer valer ahí sus credenciales.

Había otra opción, casi imposible: reconquistar a la Vieja Señora. El sábado, Capello dio descanso a Trezeguet y sacó al campo a Del Piero. El Juventus jugó muy mal, pero Del Piero jugó muy bien e hizo algo extraordinario: robó el balón en el centro del campo, dribló a un par de contrarios, se metió en el área y marcó.

Capello sonrió en la banda e hizo otra muesca en su látigo: tras dos años de tortura, Del Piero era al fin suyo.

sábado, octubre 15, 2005

DESGRACIA GRANA

Una vez que he caído en la tentación de recuperar algunos artículos ya publicados en el blog por alguna circunstancia concreta, no quería hoy (15 de octubre) dejar pasar la oportunidad de colgar de nuevo "Desgracia Grana" en el día en que se cumplen 38 años del último vuelo de Gigi Meroni, la farfalla granata. Lo reconozco, es una debilidad personal, y uno de los principales motivos por los que comencé a recopilar los artículos de Enric González en este blog.


El Torino no ha ganado ninguno de sus últimos cuatro partidos y lleva 273 minutos sin marcar. Después de cinco victorias consecutivas en el arranque del campeonato y cuando parecía tener casi al alcance de la mano el sueño del retorno a Primera, el viejo Toro atraviesa una fase triste.

Pero esto no es nada. El club más desgraciado de todos los tiempos ha sufrido cosas muchísimo peores. La tifosería grana sabe encajar cualquier adversidad.

¿Qué otra sociedad futbolística tiene un santuario como el de Superga? Ahí está el monumento a los muertos de 1949, un maravilloso grupo de jugadores desaparecido en un instante. El avión que devolvía al gran Torino de un amistoso en Lisboa -en el que a punto estuvo de viajar Kubala, recién huido del Este y en tratos para fichar por la que era la mejor formación del planeta- se extravió en la niebla cuando iba a aterrizar y se estrelló contra el monte Superga. No hubo supervivientes. Y se abrió un hueco en el corazón de Turín que en parte ocupó la Juventus, el club de la Fiat.

Mi amigo Lorenzo me recordó que hubo otro momento negro en la historia grana. Este mes se cumplen 37 años. Fue un 15 de octubre cuando voló Gigi Meroni, la mariposa grana. Pocos futbolistas fueron tan amados y criticados como Meroni, un tipo peculiar, irremediablemente libre. Quizá en su debut alguien recordó que el piloto del avión de Superga se llamaba también Meroni. Un Meroni rompió el alma del Toro y otro Meroni se la devolvió: con aquel tipo flaco en el extremo -le daba igual la derecha que la izquierda- los grana parecían destinados a recuperar la primacía turinesa.

Gigi Meroni pertenecía a la categoría de los Garrincha y los Best. Era un genio loco que regateaba tres veces al mismo contrario si pensaba que ese engorro resultaba estéticamente apropiado para un juego que sólo entendía él; que sorteaba de forma humillante al contrario y luego se paraba a consolarle -el insigne Dino Zoff recuerda una de esas ocasiones-; que escandalizaba a la pacata Italia de la época dejándose barba, viviendo amancebado con una chica polaca y pintando cuadros de cierto mérito. Medio país le adoraba y el otro medio le detestaba. Muchos le culparon de la derrota contra Corea en el Mundial de Inglaterra 66 pese a que no jugó. La Gazzetta dello Sport desencadenó una furiosa campaña contra Meroni.

Y, sin embargo, quienes le vieron jugar no le olvidan.

El 15 de octubre de 1967, al concluir un partido, Gigi Meroni fue atropellado por un joven de 18 años, tifoso del Toro, que acababa de sacarse el carnet. Después de llorar a Meroni, cuyo féretro fue expuesto en el centro del estadio, la afición fue a animar al conductor, hundido en una depresión espantosa. Aquel muchacho que mató a una mariposa de 24 años se llamaba Attilio Romero y es hoy presidente del Torino. ¿Cómo podría parecerle grave una simple racha sin goles?

CENICIENTA EN GETAFE por Julio César Iglesias

Las musas se han puesto el uniforme del Getafe y, de pronto, llueve café en el campo. Cuando todos sospechaban que el equipo caería en la modorra crepuscular que suele abatir a los equipos ascensores, los puntos han empezado a caer del cielo en una inesperada y asombrosa ceremonia de la abundancia. Quizá se trate de un fenómeno provisional: jugados minuto a minuto, con viento a favor o con viento en contra, sus partidos se atienen a la lógica inestable del fútbol de alta competición. Se juegan en el alambre, al borde del abismo, y siguen, sobre la pauta del vacío, una frágil secuencia de acontecimientos que finalmente conduce a la victoria.

A primera vista, el Getafe es una estructura compuesta en un desguace. Parece el resultado de ensamblar piezas y excedentes de distintas máquinas, y su combinación de valores da lugar a un artefacto asimétrico, lleno de pinchos, correas, toboganes, aristas, engranajes, serpentines, resortes y cazos soperos. Pero, aunque lo parezca, no es uno de los extravagantes artilugios de Waterworld ni la creación póstuma de aquel beatífico profesor Franz de Copenhague que ingeniaba los grandes inventos del TBO, sino el resultado de un raro proceso evolutivo en el que han intervenido mediadores tan distintos como el azar, la paciencia, Quique Sánchez Flores o el comandante Schuster de Ausburgo.

Con permiso de los demás actores, Bernd Schuster es, precisamente, la figura más chocante del entramado. Casi nadie se detiene a recordar que en su día fue el sucesor natural del otro profesor Franz: el kaiser Franz Beckenbauer. Desde la desaparición de aquel prusiano de seda que jugaba con bastón de mando, nadie había llenado mejor que él las pantallas ni los espacios y, aún más, nadie había mantenido con la pelota cierta relación de jerarquía que se inspiraba tanto en el dominio como en la arrogancia. Daba gusto verle, aplomado en mitad de la cancha, con su porte atlético y su melena nibelunga: controlaba mirando a otra parte, como quien abre la correspondencia; distribuía el juego en todas las distancias, y transmitía a los espectadores la inequívoca sensación de que fútbol era él.

Mientras los expertos le auguraban el más brillante futuro del momento, aquel tipo tan germánico dijo por sorpresa que nunca más volvería a la selección alemana. Con ese gesto abdicaba, renunciaba a los honores de jugador de época y se resignaba a la condición de ídolo local. Prefería ser el comandante Schuster a ser el emperador Bernardo.

Un día se cuadró en Getafe. Hoy, bajo su autoridad, gente bragada como Pernía, gente ingeniosa como Güiza y agentes letales como Riki, Pachón o Gica Craioveanu se organizan en una disciplinada compañía dispuesta a conquistar territorio o a cavar trincheras, según convenga a la causa.

Permitamos que disfruten sin reservas de su semana de gloria.

Que nadie perturbe su sueño de campeones.

FÚTBOL Y ESCRITORES (3/3): EN EL BANDO CONTRARIO por Luis Fernando Charry

La historia no siempre es color de rosa. En el cuento 19 de diciembre de 1971, de Roberto Fontanarrosa, el viejo Casale ha decidido no volver a ver a su equipo, el Rosario Central: ha sufrido tantas veces en nombre de su Club que se encuentra al borde del infarto. Cuando iba al estadio, su equipo ganaba. Ahora el equipo no ha vuelto a ganar y un día una banda de jóvenes (la leyenda de Casale era ampliamente conocida en el barrio) lo secuestra y lo lleva como amuleto vencedor a las tribunas. El gozo de ver al Rosario puede más que la taquicardia. Casale disfruta el partido hasta que su equipo gana y él cumple su doble cita con el destino: muere en estado de gracia por contribuir al triunfo.

Se sabe que el fútbol produce alegrías funestas. También se sabe que algunos escritores no soportan este juego de multitudes. “Es feo estéticamente. Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos. Mucho más lindas que el fútbol son las riñas de gallos. Ocurren ahí nomás, al lado de uno, son ideales para miopes”, dijo en su momento Jorge Luis Borges. Aunque Borges no fue el único. Guillermo Cabrera Infante llevaba más de 25 años viviendo en Inglaterra y siempre conservó un particular desprecio por este deporte. La escasa tradición cubana podría justificarlo, pero los años en Inglaterra (en el templo del fútbol) anulan esa explicación. Sin embargo el escritor cubano llegó a afirmar: “Ese juego nefasto incita a la violencia porque es violento en sí mismo: se juega con los pies, y pocos movimientos hay tan feroces como el que supone dar una patada”, se lee en el libro Salvajes y sentimentales, del escritor español –e hincha furibundo del Real Madrid– Javier Marías.

En opinión de Marías, no existe un deporte más angustioso que el fútbol. El autor de Mañana en la batalla piensa en mí (un título, si se lo piensa un poco, que se podría aplicar fácilmente al deporte en cuestión) recuerda que es de las pocas cosas que lo hacen reaccionar hoy en día de la misma manera que reaccionaba cuando tenía diez años y era un salvaje. En este sentido –y ya para tratar de contrarrestar la angustia de este hincha madrileño–, hay unas palabras bastante elocuentes del escritor mexicano Juan Villoro (hincha furibundo, por cierto, del Barcelona): “El tiempo es el gran estratega del fútbol. El partido dura 90 minutos, una jugada ocupa unos cuantos segundos y cinco o seis jugadas definen el marcador. En otras palabras, el problema estriba en qué hacer con los 89 minutos restantes”.

viernes, octubre 14, 2005

FÚTBOL Y ESCRITORES (2/3): UN DELANTERO GORDO por Luis Fernando Charry

En la historia de los escritores y el fútbol, no todos se han inclinado por esa posición bajo los tres palos. La idea de Soriano era jugar adelante y romper las redes. Un día, sin embargo, la rodilla falló y las lecturas de Raymond Chandler y Cortázar se mezclaron con la máquina de escribir: el resultado, tres colecciones de relatos y siete novelas.

En los tres libros de artículos periodísticos de Soriano –libros donde la literatura y la historia argentina y el recuerdo de su padre se funden– hay un apartado dedicado al fútbol. A la hora de tocar del asunto, Soriano tenía tantos atributos como Maradona en esa tarde de inspiración frente a los ingleses: el fútbol y la literatura, a veces, se compenetran y pueden albergarse dentro del mismo corazón. Así, hay relatos de partidos iniciáticos donde Soriano corre detrás del balón, descripciones terroríficas del penal más largo del mundo –con el estadio vacío–, perfiles de jugadores imborrables, con pinta de asesinos y con ganas de pelear un poco. Además, algunas historias de árbitros –esa suerte de editores dentro de la cancha– vendidos e insultados. Resumiendo: una mirada certera del fútbol que tanto desveló a Soriano, hasta el punto de que su último libro –Memorias del Míster Peregrino Fernández y otros relatos de fútbol–, publicado póstumamente, pretendía regresar a sus orígenes.

El título del libro alude a una de las leyendas del fútbol argentino que se haría famoso en Europa como creador del fútbol espectáculo. En esta disciplina, Peregrino Fernández fue partidario de poner en el terreno de juego (sobre todo si el equipo contrario iba ganando con evidente superioridad) doce jugadores. Incluso en aquella época que estuvo dirigiendo el Standard de Melbourne, el Míster no tuvo ningún inconveniente a la hora de enviar trece jugadores al campo: “nadie se avivó y ganamos seis a dos”, le contaba a Soriano mientras éste lo entrevistaba en un geriátrico cerca de Neuilly, en Francia, donde Peregrino Fernández pasaría sus últimos años.

En esta novela inconclusa, en el capítulo 16 (que a la postre sería el capítulo final), se lee lo que sigue: “Hay tres clases de futbolistas. Los que ven los espacios libres, los mismos que cualquier payaso ve desde la tribuna y los ves y te ponés contento y te sentís satisfecho cuando la pelota cae donde debe. Después están los que de pronto te hacen ver un espacio libre sin más, un espacio que vos mismo y quizás los otros podrían haber visto de haber observado atentamente. Ésos te toman de sorpresa. Y luego hay aquellos que crean un nuevo espacio donde no debería haber habido ningún espacio. Esos son los profetas. Los poetas del juego”.

jueves, octubre 13, 2005

FÚTBOL Y ESCRITORES (1/3): GOLES Y LETRAS por Luis Fernando Charry

“Cuando Diego Maradona saltó frente al arquero Shilton y le pasó la pelota con una mano por encima de la cabeza, el concejal Louis Clifton tuvo su primer desmayo en las Malvinas. El segundo, más prolongado, ocurrió cuando Diego dribleó a media docena de ingleses y consiguió el segundo gol de Argentina. Afuera un viento helado barría las desiertas calles de Port Stanley y las tropas británicas estaban en el cuartel oyendo, azoradas, cómo el pequeño diablo del Nápoli les arruinaba el festejo del cuarto aniversario de la reconquista de lo que ellos llaman las Falkland”, escribió alguna vez el escritor argentino Osvaldo Soriano (Mar del Plata 1943-Buenos Aires 1997; e hincha furibundo de San Lorenzo de Almagro) en una nota titulada ‘Maradona sí, Galtieri no’.

Por supuesto, Soriano no ha sido el único escritor que ha tenido una debilidad por el fútbol. En realidad la historia viene de tiempo atrás; han sido muchos (muchos y muy famosos y muy buenos escritores) los que han perdido la cabeza por el balón, los que han dejado las patadas por las letras.

En 1930, por ejemplo, el escritor Albert Camus jugaba de portero en el Racing Universitaire de Argel. Diez años más tarde, Camus se trasladó definitivamente a París y ahí estuvo buscando un equipo que lo admitiera bajo los tres palos. En esa época (la tuberculosis ya había aparecido en la vida del futuro premio Nobel) tuvo que dedicarse a contemplar el espectáculo desde afuera, en calidad de aficionado, y entonces decidió hacerse hincha del Racing París por una razón en apariencia sentimental: la camiseta azul con rayas blancas de su nuevo equipo francés le recordaba su antiguo equipo en Argel.

En cambio Vladimir Nobokov, que también jugó como portero, nunca cayó en esa clase de sentimentalismos. Por un lado, el autor de Lolita odiaba el jazz, los toros, las máscaras folklóricas primitivas, la música ambiental, las piscinas, los camiones, los transistores, los insecticidas, los yates, el circo, los night clubs y el rugido de las motocicletas, por mencionar algunos ejemplos. Por el otro lado amaba el fútbol y algunos textos literarios. Nunca, sin embargo, dijo lo que dijo Camus: “cuanto de importante sé de la moral humana lo he aprendido en el fútbol”.

martes, octubre 11, 2005

SIN SONRISAS

Acabo de leer la noticia de la sobredosis por cocaína y heroína de Lapo Elkann, y que, como casi todo lo que le pueda suceder a esta especie de familia Kennedy del Piamonte, ha sobrecogido a Italia. Por ello me he acordado de un artículo de Enric González, colgado en este blog hace algún tiempo, que tenía a este joven delfín de la familia Agnelli como protagonista. En él se dan algunas claves para entender a la Vecchia Signora en toda su extensión. El artículo, como siempre, magistral.


Lapo Elkann dice que al Juventus le hace falta una sonrisa. Y "jugadores simpáticos que alivien un clima demasiado tenso". Él sabrá. Lapo Elkann es, además de joven, multimillonario y consejero de la Fiat, nieto de Gianni Agnelli, hermano del vicepresidente de la Juve y copropietario de la sociedad. A Lapo le apetece ser presidente de la empresa futbolística de la familia, lo que hace suponer que lo será pronto. Por eso resultan especialmente graves sus palabras, que atentan contra el espíritu mismo de la Vieja Señora del calcio. En el Juventus no se sonríe, se trabaja. Ahí está el lema fundacional: Delectando fatigamur. Por el sufrimiento al placer.

Y ahí están Antonio Giraudo y Luciano Moggi, el administrador delegado y el director general del Juventus, dos tipos de aspecto tan siniestro que parecen elegidos en un casting. Giraudo no está para ñoñerías. "Sin ninguna sonrisa, el Juventus ha ganado en estos 10 años cinco títulos de Liga, ha disputado 16 finales y ha vencido en ocho, ha obtenido dos balones de oro y es, según L'Equipe, el primer equipo de Europa por resultados deportivos", masculló tras leer los comentarios de Lapo. Y añadió: "Nuestro estilo sin sonrisas es típico de los turineses: me viene a la mente Vittorio Ghidella (el gran patrón de Fiat Auto en los años 70 y 80), que sonreía poquísimo pero dominaba el 60% del mercado italiano y generaba beneficios inmensos".

Ese no fue el único sarcasmo de Giraudo a costa de la familia Agnelli. Como Lapo Elkann había sugerido la conveniencia de fichar a Antonio Cassano, "que tuvo una infancia difícil y es difícil de manejar, pero hace sobre el césped cosas extraordinarias y es muy simpático", el administrador delegado soltó todo el buen humor que llevaba dentro. "La Juventus es una de las sociedades más sólidas a nivel económico, sin que los Agnelli se hayan visto obligados a invertir durante una década. Las declaraciones de Lapo Elkann, miembro autorizado de la familia, nos ayudan de hecho a sonreír, porque al referirse a programas tan ambiciosos como el que incluiría la adquisición de Cassano nos permiten suponer que la familia pondrá dinero en el club, como han hecho todos estos años los Berlusconi, los Moratti o los Abramovich".

Si Giraudo trata así a uno de los propietarios, no cuesta demasiado suponer cómo tratará al resto del mundo. Disciplina piamontesa y mala leche a raudales. Delectando fatigamur. Ese es el auténtico espíritu juventino, el que se viste de blanco y negro porque no está para chorradas de colores.

Y, sin embargo, podía haber sido de otra forma. El Juventus comenzó jugando con camiseta rosa, gorrito blanco y corbata. Cuando las primeras camisetas se gastaron (y las coñas de los rivales empezaron a hacerse insufribles), los dirigentes juventinos eligieron como color definitivo el rojo, vibrante, agresivo y optimista. Y pidieron a un amiguete inglés, John Savage, delantero del Nottingham Forest, que hiciera llegar a Turín un paquete de zamarras de su club. Savage traspasó el encargo a un comerciante local, quien, presumiblemente, pensó que aquellos italianos no iban a viajar a Inglaterra para quejarse y les remitió un cargamento de camisetas que no vendía ni a tiros: las blanquinegras del Notts Country, el segundo equipo de la ciudad. Cuenta Renato Tavella, uno de los fundadores de la Juve, que aquel equipamiento suscitó "poco entusiasmo". En cualquier caso, el tendero de Nottingham acertó en su intuición. Lo pagado, pagado estaba. Y las franjas negras y blancas quedaron para siempre.

Luego, unas semanas antes de que Benito Mussolini tomara el poder, Edoardo Agnelli se hizo con la presidencia de la Juventus. Organizó el club como una dependencia de la Fábrica Italiana de Automóviles de Turín, hizo ver a los jugadores que la camiseta era un mono de trabajo y dio paso a la primera edad de oro juventina. Ahora, por más que diga Lapo, es tarde para cambiar. La Vieja Señora nunca ha estado de humor para sonrisas.

EL ADIOS DEL PRÍNCIPE, por Carlos Ares (en la despedida de Enzo Francescoli, febrero 1998)

Es una pena que para los aficionados españoles sea sólo un nombre y alguna imagen fugaz. El jugador uruguayo Enzo Francescoli, de 36 años, que anunció el pasado miércoles su retirada definitiva del fútbol profesional en el salón de honor del River, el club argentino donde se convirtió en uno de los ídolos indiscutidos de toda su historia, fue de aquellos que llevan las multitudes a los campos con la ilusión de que su sola presencia puede salvar la tarde.En toda su carrera disputó 617 partidos oficiales, desde que debutó a los 18 años en el Wanderers de Montevideo, convirtió 236 goles y conquistó 13 títulos. Jugó en el River, en el Matra Racing de París, el Olímpico de Marsella, el Cagliari y el Torino de Italia, y regresó al River en 1994. Fue también tres veces campeón de América con la selección de Uruguay y participó en dos Copas del Mundo.

Nadie, fuera del campo, te oyó jamás levantar la voz, criticar a un compañero o hablar mal de un entrenador. El Príncipe como le llaman, fue un caballero de fina estampa que hizo respetar los límites a la prensa deportiva, a los directivos y al público. Los aficionados del River deliran cuando gritan el tradicional "uruguayo, uruguayo" que será la música de fondo de su vida, pero todos los argentinos le quieren y le admiran como a, los ídolos propios. Cuando los fanáticos o la prensa querían utilizarlo como modelo para contraponer al inefable Maradona del Boca, fue el mismo Francescoli el primero en reconocer y admitir sinceramente que no cabía tal comparación: "Yo no puedo compararme con él, Diego fue un verdadero rey del fútbol y yo nunca me creí eso de ser el príncipe, como dice la prensa. Sí creo que fui un tipo tocado por la varita mágica. Uno como cualquier otro, al que el balón lo hizo importante".

En los momentos más duros de la vida de Maradona, fue Francescoli uno de los que puso la cara para defenderlo. La pasada temporada, antes de un clásico entre el River y el. Boca, Francescoli buscó especialmente a Maradona para dejar el testimonio de su afecto con un abrazo. Nadie del River, ni siquiera los barras bravas, podía criticar una decisión personal de Francescoli. Tras conquistar tres títulos consecutivos de Liga con el River y la Supercopa de América, anunció el final de su carrera. Desde ese momento intentaron convencerlo para que continuara al menos otra temporada. Pero los aficionados sabían que Francescoli cumpliría su palabra. "En el fútbol pasé los 18 años más felices de mi vida. Todo lo que yo soñaba era jugar algún día con Peñarol en el estadio Centenario. Ahora me llevo. mucho más de lo que podía imaginar".

Es una pena que los aficionados españoles no le conozcan demasiado, al menos para repartir la tristeza entre más.

viernes, octubre 07, 2005

ALGUNAS NOTAS

Buena parte de la literatura sobre fútbol oscila a menudo entre lo banal y lo sesudamente académico. Sin embargo, hay obras muy destacables, incluso para los no aficionados. El norteamericano Bill Bufford, ex director del prestigioso semanario británico Granta, es autor de uno de los mejores relatos periodísticos sobre el tema: Entre los vándalos (Ed. Anagrama, Barcelona, 1992), un retrato de los hooligans y de su modo de vida que es ya todo un clásico del periodismo y de las letras anglosajonas. Manuel Vázquez Montalbán, gran seguidor del Barça, un tema sobre el que escribió hasta su muerte en el diario El País (y en este blog han aparecido muchos de sus artículos), ambientó uno de los libros de la serie Carvalho en el mundo del balón: El delantero centro fue asesinado al amanecer (Ed. Planeta, Barcelona, 1998). El escritor uruguayo Eduardo Galeano lleva a cabo una recreación más poética del asunto en Fútbol a sol y a sombra (Ed. Siglo XXI de España, Madrid, 1998).

Además, existen estudios y ensayos excelentes sobre este deporte. En España, el periodista y ensayista Vicente Verdú realiza en El fútbol, mitos, ritos y símbolos (Ed. Alianza. Madrid, 1981) una investigación exhaustiva sobre la influencia del mundo del balón en la sociedad española. Dentro de la producción del prolífico Julián García Candau, uno de los mayores expertos en nuestro país, destacan: Épica y lírica del fútbol (Ed. Alianza, Madrid, 1996) y Madrid Barça: Historia de un desamor (Ed. El País Aguilar, Madrid, 1996). En otras coordenadas, Offside: Soccer and American Exceptionalism (Princeton University Press, Princeton, 2001), de Andrei S. Markovits y Steven L. Hellerman, explora por qué EE UU ha permanecido al margen de lo que se ha convertido en el fenómeno más globalizado de nuestra era. Alex Bellos se sirve del fútbol como vehículo antropológico para entender las razas, las clases y la corrupción en Brasil en Futebol: The Brazilian Way of Life (Bloomsbury, Nueva York, 2002). Y Bill Murray narra la historia de la enemistad entre los clubes Celtic y los Rangers en The Old Firm: Sectarianism, Sport, and Society in Scotland (Humanities Press, Atlantic Highlands, 1984).

Periodistas de primera fila analizan en todo el mundo las vertientes económicas y políticas del fútbol. Un ejemplo magistral es el del polaco Ryszard Kapuscinski con su libro La guerra del fútbol y otros relatos (Ed. Anagrama, Barcelona, 1994), que muestra las imbricaciones entre el fútbol y la política, ya que el relato que da título a la obra describe el conflicto que estalló entre Honduras y El Salvador tras un partido. Gabriele Marcotti escribe la columna Inside World Soccer para Sports Illustrated y colabora en varias publicaciones europeas. Para obtener información sobre las perspectivas en el fútbol y la globalización puede consultarse ‘Gloooooooooo-balism!’, de Franklin Foer (Slate, 12 de febrero de 2001). Para entrar en la filosofía del balón, además de los diarios deportivos, que analizan a diario la cuestión y en los cuales no encuentro casi nada interesante, destacan las secciones de deporte de los diarios de información general con columnistas de renombre y excepcional talento, como Enric González.

miércoles, octubre 05, 2005

LUTHER BLISSET, EL DELANTERO USURPADO por Juan Antonio Bermúdez

En la temporada 1983-84, un patoso delantero jamaicano fichado por el Milán al Watford inglés contribuyó decisivamente con sus errores a la pésima campaña que terminó con la escuadra rossonera en la Serie B del calcio.

Los tifosi milaneses purgaron en él su frustración. Especialmente irritados, los neofascistas nunca pudieron admitir que aquel negro desgarbado que había llegado con honores de estrella cobrase más que sus colegas blancos y se retirase millonario tras sufrir (o fingir, eso nunca se aclaró) una lesión, dejando al equipo en la peor crisis de su historia reciente.

Muchos años después, fusilado por el sol de su Jamaica natal, Luther Blisset apuraba en ron las últimas liras de su contrato millardario, sin saber que estaba prestándole su nombre a uno de los fenómenos contraculturales más significativos e impactantes del cambio de milenio.

Y es que sobre 1993 unos cuantos estudiantes de Bolonia “la roja”, la capital histórica de la izquierda italiana, tomaron el nombre del mediocre pelotero jamaicano para firmar panfletos y reivindicar actos de guerrilla mediática, en lo que era el arranque del fenómeno Luther Blisset.
El contexto de este segundo nacimiento de Blisset está muy bien definido: una izquierda intelectual vinculada a los centros sociales ocupados y a las redes culturales alternativas, embrión local de ciertas corrientes integradas luego bajo la inexacta etiqueta “antiglobalizadora”; una izquierda bien formada y a la vez curtida en el activismo de la lucha estudiantil.

La primera batalla de renombre ganada por este originario foco de acción de Luther Blisset en su guerrilla mediática se libró en el programa de televisión Chi l’ha visto, versión italiana y más morbosa de Quién sabe donde, en el que una llamada a nombre de Luther Blisset denunció la presunta desaparición del presunto ex-artista punky Harry Kipper, cerca de Udine, mientras viajaba en una bicicleta de montaña con la intención de trazar la palabra “ARTE”.

Entre los objetivos principales de este colectivo que comenzó a identificarse con el heterónimo múltiple Luther Blisset, hay que destacar así, sobre todo al principio, la puesta en cuestión de la infalible verdad difundida por los medios, el sabotaje desde dentro, con las mismas armas (la tergiversación, la manipulación, la no contrastación de fuentes) que tan a menudo les sirven a los propios mass media para construir la realidad a su antojo y conveniencia.

Pero el fenómeno fue enseguida más allá de esos furtivos fraudes mediáticos. Inmerso en el despegue de Internet, Luther Blisset encontró en la Red su medio ambiente ideal para crecer y multiplicarse. Además de las páginas virtuales o reales en las que se comentaba el asunto desde el escándalo o la fascinación o las dos cosas, Internet fue el cauce perfecto para miles de nuevas travesuras y nuevos textos rubricados por Blisset, perfilándose así definitivamente la naturaleza múltiple de la identidad del personaje.

Y mientras esto ocurría en la ingobernable república de Internet, los hipotéticos padres de la criatura, los cuatro veinteañeros boloñeses que fueron los primeros en utilizar el seudónimo Luther Blisset, convencieron a la todopoderosa casa Mondadori para publicar Q, una novela histórica escrita entre los cuatro. Q plantea un viaje por toda la Europa del siglo XVI, en pleno conflicto entre la modernidad del humanismo renacentista y el oscurantismo religioso heredado del medioevo que se resiste a desaparecer. Mezcla personajes y situaciones documentadas con leyendas de capa y espada, en un deslumbrante ejercicio de erudición y de fantasía, para trazar una parábola sobre el sentido de las grandes revoluciones sociales.

Sólo en Italia, el libro ha vendido casi 100.000 ejemplares, pero el número de lectores que han tenido acceso a Q es muy superior, ya que, desde la misma novela se daba permiso y se alentaba a fotocopiarlo (además de que ha estado disponible en varios lugares de Internet).

Con la edición en Mondadori, el proyecto Luther Blisset cumplía una de sus principales ambiciones: dar el salto desde la marginalidad a la cultura pop, llegar al corazón de la industria cultural. Pero lo más sorprendente fue la promoción de la novela, consistente en un “essere presenti, ma non apparire” (“hacerse presentes pero no aparecer”). Le interesa a Blisset una transparencia frente a los lectores pero una opacidad frente a los medios de comunicación. No se trata del aislamiento o la renuncia que han cultivado escritores como Onetti o Sallinger, sino de una peculiar forma de prestarse al juego de las actividades promocionales poniendo unos límites, para no degenerar en el tedioso culto al autor-personaje público. Luther Blisset, los cuatro Luther Blisset autores de Q, han concedido entrevistas y han hecho presentaciones públicas de sus libros, pero no han permitido que se difunda su imagen ni en fotografías ni en televisión, ni han filtrado detalles de su vida privada.

Y además le pusieron un plazo de vida a “su” Luther Blisset, el quinquenio que fue de 1994 a 1999, para no convertirlo en un autor-personaje más de los que criticaban. Desde entonces andan embarcados en un nuevo proyecto, el laboratorio de diseño literario Wu-ming.
Otros Luther Blisset siguen vivos, sin embargo, en todo el mundo, firmando y manifestándose aquí y allá, fiel a su identidad múltiple y única que contribuye a poner en crisis la tiranía del artista como clarividente genio individual.

¿Y a aquél Luther Blisset jamaicano que hundió al Milán en segunda, chi l’ha visto?

lunes, octubre 03, 2005

Historias del Calcio. LOS DEFENSAS DE CAMPO DEI FIORI


La plaza de Campo dei Fiori contiene el alma de Roma. Campo, donde la Inquisición hizo arder en la pira al monje-filósofo Giordano Bruno, es una de las pocas plazas romanas sin ninguna iglesia y sin ningún obelisco. La tradición del lugar es laica y un poco golfa: por la mañana aloja un mercado de verduras al aire libre, por la tarde propicia el paseo, por la noche se llena de bares y de ruido.

Cuando cierran los bares, ya de madrugada, no es extraño que alguien arroje al aire un balón. En cuanto asoma el cuero (o la bolsa llena de papeles, da igual) los antidisturbios se ponen el casco con un gesto desganado y se colocan en sus puestos: la rutina es bien conocida. Antes de que comience la carga policial y de que se rompan las primeras litronas (la coreografía está muy ensayada, no falla nunca) se permite que el balón ruede por la plaza y que se celebre el breve partidillo ritual que enfrenta a dos equipos arbitrarios (cada uno chuta hacia donde quiere) y sobradísimos de gente. Puede haber 100 o 200 personas involucradas en el juego-mogollón, carente de reglas y objetivos porque no hay porterías, y siempre se acaba igual: la policía despeja la zona, hace alguna detención simbólica y los vecinos, con un poco de suerte, consiguen dormir por fin.

Lo fascinante de esa ceremonia etílica y deportiva consiste en que siempre hay alguno que se queda atrás, a defender, con toda la atención puesta en cortar cualquier posible contraataque. Portería no hay, marcador tampoco, la juerga dura pocos minutos y el principal objetivo, se supone, consiste en abrirse paso entre la multitud y tocar el balón al menos una vez. Pero la defensa está ahí.

Parece como si el fútbol, en Italia, resultara inconcebible sin marcajes, presión y una defensa muy alerta. Incluso en la juerga de Campo. El calcio se paladea de forma distinta al fútbol de otros lugares: la tensión y el esfuerzo son más apreciados que la filigrana y la idea central, por encima del gol, es mantener la propia puerta a cero. Hagan la prueba y miren un partido italiano y luego uno inglés o español: en el segundo encuentro se tiene la impresión de que faltan jugadores, porque hay un montón de espacios libres por ahí: el centro del campo está lleno de aire y de tiempo para pensar. En Italia, el agobio invade hasta el último palmo de hierba.

Marcello, un amigo romanista, sostiene que las razones del defensivismo futbolístico italiano tienen raíces históricas. Durante unos 15 siglos, casi hasta el XX, la Península Itálica ha sido un no parar de invasiones y ocupaciones (desde los godos hasta los austro-húngaros, pasando por normandos, árabes, españoles, franceses y alemanes varios) y eso, según él, ha grabado en la memoria colectiva la necesidad de atrincherarse, resistir y buscar el golillo al contragolpe.

Es posible. El calcio, en cualquier caso, es un fútbol aparte. Esta temporada no hay ningún entrenador extranjero en la Serie A, una circunstancia única en las grandes Ligas europeas. Tampoco existen en otros países defensores como Maldini, que ayer, a sus 37 años, jugó un partidazo y marcó dos goles. Es extraño, pero con el tiempo, y sin saber por qué, uno acaba entregando el corazón al fútbol italiano. Y entendiendo a esos juerguistas de Campo que se alejan del gran barullo y se quedan atrás, con la mirada fija en el balón, cubriendo su zona, por si acaso.


Enric González es autor de Historias del Calcio

sábado, octubre 01, 2005

GATOS DE PAJA por Julio César Iglesias

Por influjo de algún espíritu burlón o por un absurdo golpe de fatalidad, hace pocas semanas, en la marmita del Camp Nou, Víctor Valdés y Santiago Cañizares evocaron la ficción de Dos hombres y un destino.

Valdés fue testigo de un extraño caso de transmutación. El Valencia venía de empatar con un penalti provocado y ejecutado por David Villa, uno de los duendes más rápidos, activos y maliciosos del campeonato. Con el equipo encogido por la depresión, Víctor recibió un pase atrás en el aliviadero del área, así que se preparó para recoger y alejar la pelota. Había ensayado ese recurso cientos de veces en las largas sesiones de barro y saliva que dan a los jugadores la pátina del especialista, pero Villa, la hormiga que se vuelve elefante, vio una señal y se le echó encima.
Cuando quiso despertar, Víctor había consumado el suicidio imposible: en la jugada boba del mes se había apuñalado por la espalda.

Poco después, su colega Cañizares, el portero fosforescente, salió del cuadro para bloquear un centro fofo de Ronaldinho. Esta vez se trataba de una situación estrictamente rutinaria; puesto que la jugada carecía de tensión, tendría que descolgar uno de esos balones de celofán que caen llovidos del cielo. Santi inició la pirueta de ballet que los arqueros se permiten en las jugadas de trámite: se marcó tres pasos en disposición rampante, ondeó suavemente los brazos, se suspendió en el aire y, de pronto, válgame Dios, sus huesos eran de trapo.

Le dio una colleja a la pelota, se la entregó a Deco y cuando quiso darse cuenta era el autor de la jugada pánfila del día.

En ese instante, ambos eran carne de picar. Difícilmente podrían eludir el doble filo de la profesión: el filo de las críticas y el filo de las miradas. Convencidos de que compartirían la misma suerte, se hicieron los encontradizos, buscaron un lugar junto al túnel, desmayaron la figura y se dieron el abrazo del proscrito.

Días después, con el corazón entrenado y las tripas revueltas, ocupaban su garita y nos ponían a pensar. De nuevo nos dijimos que el portero, por imperativos de sobriedad, sólo puede marcar su territorio con los gestos del merodeador profesional; un zarpazo, un bufido, un insulto clandestino, una carga a destiempo o quizá la flexión imperceptible que anticipa la estirada.

En nuestra parcialidad de espectadores, sabemos que, si los otros jugadores se equivocan, sus errores se disuelven muy pronto en la memoria del partido. Los errores del portero, en cambio, se miden siempre en la escala de los cataclismos. Por eso contuvimos la respiración cuando reaparecieron.

Clavaron en el suelo sus uñas de metal, pidieron cuatro en la barrera y volaron de nuevo hacia el balón. Estaba claro: escaldados o no, dos de nuestros mejores gatos habían sobrevivido y volvían a cazar.