La historia no siempre es color de rosa. En el cuento 19 de diciembre de 1971, de Roberto Fontanarrosa, el viejo Casale ha decidido no volver a ver a su equipo, el Rosario Central: ha sufrido tantas veces en nombre de su Club que se encuentra al borde del infarto. Cuando iba al estadio, su equipo ganaba. Ahora el equipo no ha vuelto a ganar y un día una banda de jóvenes (la leyenda de Casale era ampliamente conocida en el barrio) lo secuestra y lo lleva como amuleto vencedor a las tribunas. El gozo de ver al Rosario puede más que la taquicardia. Casale disfruta el partido hasta que su equipo gana y él cumple su doble cita con el destino: muere en estado de gracia por contribuir al triunfo.
Se sabe que el fútbol produce alegrías funestas. También se sabe que algunos escritores no soportan este juego de multitudes. “Es feo estéticamente. Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos. Mucho más lindas que el fútbol son las riñas de gallos. Ocurren ahí nomás, al lado de uno, son ideales para miopes”, dijo en su momento Jorge Luis Borges. Aunque Borges no fue el único. Guillermo Cabrera Infante llevaba más de 25 años viviendo en Inglaterra y siempre conservó un particular desprecio por este deporte. La escasa tradición cubana podría justificarlo, pero los años en Inglaterra (en el templo del fútbol) anulan esa explicación. Sin embargo el escritor cubano llegó a afirmar: “Ese juego nefasto incita a la violencia porque es violento en sí mismo: se juega con los pies, y pocos movimientos hay tan feroces como el que supone dar una patada”, se lee en el libro Salvajes y sentimentales, del escritor español –e hincha furibundo del Real Madrid– Javier Marías.
En opinión de Marías, no existe un deporte más angustioso que el fútbol. El autor de Mañana en la batalla piensa en mí (un título, si se lo piensa un poco, que se podría aplicar fácilmente al deporte en cuestión) recuerda que es de las pocas cosas que lo hacen reaccionar hoy en día de la misma manera que reaccionaba cuando tenía diez años y era un salvaje. En este sentido –y ya para tratar de contrarrestar la angustia de este hincha madrileño–, hay unas palabras bastante elocuentes del escritor mexicano Juan Villoro (hincha furibundo, por cierto, del Barcelona): “El tiempo es el gran estratega del fútbol. El partido dura 90 minutos, una jugada ocupa unos cuantos segundos y cinco o seis jugadas definen el marcador. En otras palabras, el problema estriba en qué hacer con los 89 minutos restantes”.
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