domingo, julio 30, 2006

CUATRO ESTRELLAS, BRAVA ITALIA!


Revisando las entradas que fui colgando durante y después del mundial me he dado cuenta que apenas se ha reconocido en ellas la dimensión del triunfo de Italia, cuatro veces Campeón del Mundo, casi nada. Con el Scandalo-Moggi de fondo, el tradicional desprecio que se tiene aquí al juego de Italia, las mofas a Gattuso como el corazón de esa Nazionale, por encima de los Totti, Del Piero o Toni, y qué, curiosamente, ha ido derivando hacia una extraña Gattusomanía en España, o el episodio final Zidane-Materazzi, dan la impresión de no hacer justicia o, al menos, descafeinar el mérito de este equipo. Y esta opinión empieza por este blog (proazzurri, todo hay que decirlo), donde creo que me he mostrado muy cicatero con lo que este grupo ha hecho, nada más y nada menos que añadir una cuarta estrella al escudo de la azzurra.

El otro día vi en la Rai un video, que después pude encontrar en esa maravilla en forma de página web que es Youtube (¿cómo no?), el cual puede servir como homenaje de este blog a los campeones del Mundo, incluido el recuerdo a Pessotto.

Va por los tetracampioni: Grande Italia.


viernes, julio 28, 2006

MARADONA Y LOS HÉROES por Mario Vargas Llosa

Interesante artículo de Mario Vargas Llosa escrito durante el Mundial celebrado en España en 1982. Interesante por lo que atisbaba el autor en aquel jugador y por la prosa, siempre maravillosa, del escritor peruano (de sus opiniones discrepo algo más).


RESPLANDECIENTE.-Como el día del partido inaugural, frente a Bélgica tuvo un desempeño opaco, muchos se preguntaban de dónde, desde cuándo y por qué el mito Maradona. Después del partido de Argentina contra Hungría, que el pequeño astro iluminó de principio a fin con el fuego de artificio de su sabiduría, ya nadie lo pone en duda: Maradona es el Pelé de los años ochenta. ¿Un gran jugador?. Más que eso: una de esas deidades vivientes que los hombres crean para adorarse en ellas.

ENTRE LOS MONSTRUOS.-Por un período que será fatalmente breve -este es el más absoluto y el más fugaz de los reinados- al argentino le toca ahora ser, para millones y millones de personas en el mundo, lo que fueron, en sus también rápidos turnos imperiales, Pelé, Cruyff, Di Stéfano, Puskas y algunos otros: la personificación del fútbol, el héroe es quien este deporte se hace cifra y emblema. Los mil millones de pesetas que, se dice, ha pagado el Barcelona por incorporarlo a sus filas son una prueba rotunda de que Maradona ya accedió a ese trono y, a juzgar por lo que fue su actuación ante los húngaros, y el eco que ella ha tenido en el público, este Mundial demostrará que el "Barca" ha hecho una inversión rentable. Diez millones de dólares es mucho dinero por un simple mortal que patea la pelota, pero no es nada si lo que en verdad se compra es el mito.

ESA CARA NO SE OLVIDA.-Maradona es un mito porque juega maravillosamente, pero también por su nombre y su cara se graba en la memoria al instante y porque, por una de esas indescifrables razones que no tienen nada que ver con la razón, de entrada nos parece inteligente y nos cae simpático. ¿Tiene algo que ver esa impresión con su estatura? En el partido contra Hungría, viéndolo operar entre esos saltos y fornidos defensas magiares que se relevaban con patética ineficacia por contenerlo, uno tenía la alentadora impresión de que hay una justicia inminente, de que también en el fútbol es cierto eso de que más vale la maña que la fuerza, de que lo que cuenta, a la hora de patear la pelota, no son de ningún modo las patas, sino la fantasía y las ideas.

PEQUEÑO MUY FUERTE.-Sin embargo, a pesar de su estatura, Maradona no da la sensación de ser frágil, sino alguien fuerte y sólido, acaso por esas piernas robustas, de músculos salientes que resisten sin menoscabo los encontrones de los defensas adversarios, no importa cuán altos y fuertes sean. Esa cara de muchacho soñador, ingenuo, lleno de buenas intenciones, le sirve de maravilla para engatusar a los desmoralizados bípedos encargados de cuidarlo, porque lo cierto es que, a la hora descargar y jugar recio, también sabe hacerlo y con un ímpetu que se diría incompatible con su físico.

¿OTRO PELE?..No es nada fácil definir el juego de Maradona. Es de tanta complejidad que, en su caso, cada adjetivo necesita una apostilla, una matización. No es brillante e histórico, a la marca de del soberbio Pelé, pero su eficacia es tan rotunda cuando lanza desde ángulos inverosímiles, esos disparos potentísimos hacia el arco, mediante un pase escueto y preciso como un teorema, pone en movimiento una irresistible operación ofensiva, que sería injusto no llamarlo espectacular, un jugador que torna un partido en una exhibición de genio individual (o en un "recital", como dijo un crítico, con excelente puntería de su desempeño frente a Hungría).

LOS IDOLOS.-Los pueblos necesitan héroes contemporáneos, seres a quienes endiosar. No hay país que escape a esta regla. Culta o inculta, rica o pobre, capitalista o socialista, toda la sociedad siente esa urgencia irracional de entronizar ídolos de carne y hueso ante los cuales quemar incienso. Políticos, militares, estrellas de cine, deportistas, cocineros, play-boys", grandes santos o feroces bandidos, han sido elevados a los altares de la popularidad y convertidos por el culto colectivo en eso que los franceses llaman con buena imagen los monstruos sagrados. Pues bien, los futbolistas son las personas más inofensivas a quienes se puede conferir esta función idolátrica.

EL CULTO.-Ellos son, claro está, infinitamente más inocuos que los políticos o los guerreros, en cuyas manos la idolatría de las masas se puede convertir en un instrumento temible, y el culto del futbolista no tiene las misma frívolas que enrarecen siempre la identificación de la arista de cine o de la musaraña de sociedad. El culto al as del balompié dura lo que su talento futbolístico, se desvanece con éste. Es efímero, pues las estrellas de fútbol se queman pronto en el juego verde de los estadios y los cultores de esta religión son implacables: en las tribunas nada está más cerca de la ovación que los silbidos.

UN ARTISTA.-Es también el menos enajenante de los cultos, porque admirar a un futbolista es admirar algo muy parecido a la poesía pira o una pintura abstracta. Es admirar la forma por la forma, sin ningún contenido racionalmente identificable. Las virtudes futbolísticas -la destreza, la agilidad, la velocidad, el virtuosismo, la potencia- difícilmente pueden ser asociadas, a conductas inhumanas. Por eso, si tiene que haber héroes, ¡que viva Maradona!.

Mario Vargas Llosa, escritor peruano.

martes, julio 25, 2006

ÚLTIMA HORA, COMIENZAN LAS REBAJAS

La Corte Federal italiana ha emitido el veredicto de la segunda sentencia deportiva sobre el Scandalo Calcio, y ésta si es la definitiva.

Lazio y Fiorentina se salvan del descenso, vuelven a formar parte de la Serie A aunque comenzarán el campeonato con menos 11 y menos 19 puntos, respectivamente.

El Milan sigue en la Serie A, tal y como estaba previsto, pero ahora partirá con menos 8 puntos (antes estaba penalizado con 15 puntos). La rebaja en la sanción correspondiente al campeonato 2005-2006 (antes 44 puntos, ahora 30) le permite ocupar el tercer puesto y con ello poder jugar la previa de la Liga de Campeones, por lo tanto el Milan seguirá en Europa.

El Juventus permanecerá en la Serie B, aunque ve reducida su penalización de 30 a 17 puntos.

No cabe duda de que todos ganan algo, eso sí unos más que otros. Esperemos acontecimientos.

lunes, julio 24, 2006

TODAS LAS DESGRACIAS por Enric González

Premonitorio artículo de Enric González cuando todavía se debían jugar los cuartos de final del pasado campeonato del mundo de Alemania 2006.


No bastaba con el escándalo de los campeonatos amañados ni con el más que probable descenso del Juventus (principal responsable, pero no único) a la Serie B. No bastaba con que el hijo del seleccionador, Marcello Lippi, fuera uno de los manipuladores del calcio. No bastaba con que el único futbolista realmente bueno, Francesco Totti, se rompiera una pierna a tres meses del Mundial. No bastaba con que el jugador más especial, Antonio Cassano, se convirtiera en un señor gordito con residencia en Madrid. No bastaba con que el portero de la selección, Gigi Buffon, fuera acusado de realizar apuestas ilegales.

Faltaba el auténtico mal trago. Faltaba lo de Pessotto.

Gianluca Pessotto fue, hasta mayo, uno de esos gregarios de lujo imprescindibles en cualquier equipo italiano. Un tipo con un montón de scudetti y una Copa de Europa en el palmarés del que, sin embargo, no se recordará ningún golazo, ninguna jugada sensacional, ningún momento extraordinario. Pessotto no iba a pasar a los anales del fútbol porque no tenía la calidad en los pies, sino en el corazón: era un tipo que leía a Dostoievski en las concentraciones, que tenía una buena palabra para todos, que mejoraba el vestuario con su presencia.

Pessotto llegó el martes, puntual como siempre, a la sede de la Juve, pero no llegó a entrar en su nuevo despacho de gerente de la plantilla. Subió hasta la buhardilla, salió a un alero del tejado y se arrojó a la calle con un rosario en la mano. Sigue entre la vida y la muerte. No se sabe por qué lo hizo. Esa mañana discutió con su mujer porque Pessottino, como se le conoce en el calcio, canceló un fin de semana familiar para dedicarse al trabajo. Su mujer dice que estaba deprimido, que no superaba el fin de su vida como jugador, que le abrumaban las nuevas responsabilidades. Tampoco debió ser fácil para él descubrir que había entregado sus mejores años a una sociedad deshonesta, y que todos los títulos ganados iban a quedar empañados para siempre.

La selección italiana está como de costumbre: en los cuartos ce final y, salvo heroicidad de la selección de Ucrania, con serias perspectivas de colarse en las semifinales. Juega bien atrás y poco delante, como de costumbre. También escucha las cosas habituales: el Der Spiegel alemán llamaba el otro día "parásitos" a los futbolistas italianos y otras cosas igualmente lindas a los italianos en general. En estas mismas páginas, y con toda justicia, se decía tras el infame Italia-Australia que los azzurri habían recuperado su vieja tradición cavernícola.

Todo va mal, como siempre. Y sigue la angustia por Pessotto.

Pero hay signos portentosos. Por primera vez en la historia, Materazzi sufrió el otro día una expulsión inmerecida. Y Totti, con todos los elementos a su favor para fallar gloriosamente un penalti de último segundo, marcó.

Esta gente tiene que acabar ganando.

Nota: Y acabaron ganando

domingo, julio 23, 2006

SELECCIONES COMO MUJERES por Vicente Verdú


Hasta hace muy poco, las selecciones nacionales se componían de jugadores nacionales, los clubes de jugadores locales y los locales de grupos de parientes y vecinos. El tiempo cruzado de la comunicación total y el guiso planetario de la cocina de fusión han conducido al invariable predominio de la mixtura. Lo dominante no es pues esto o aquello sino la copulación de los dos: el producto estrella no procede de la raza intacta sino de la infección.

En general, el mundo, se presenta como una contundente sala de infecciosos. Contagios sin cesar en todas las direcciones y mediante cualquier especie viral. La salud, asociada a la higiene, la pureza o la blancura, ha sido reemplazada por una enfermedad inaugural consistente en permitir la cohabitación triunfante de lo más extraño. Es el caso de las mujeres y de los equipos de fútbol.

La mujer dispone de un organismo dispuesto para no rechazar la injerencia extraña sino todo lo contrario: convierte la sustancia masculina de un cualquiera en el amadísimo hijo propio.

Y casi lo mismo sucede ya con los equipos de fútbol, por machos que se pretendan. En la alineación se enumeran no sólo órganos del mismo tipo, color o creencia. La selección nacional es cada vez menos una selección nacional y sí una acumulación de nacionalizados oportunamente. En la actualidad, se cuenta con dos o tres jugadores de este tipo pero pronto serán tantos como para deshacer la idea de la nacionalidad nacional o para concederle el carácter que han adquirido desde hace poco los clubes como el Arsenal.

El equipo juega como un mecano futbolístico, sin más adscripciones simbólicas que las inventadas por la desconcertada afición. Así, en efecto, se comporta el capitalismo de ficción en todos los órdenes. Bebemos zumo de naranja conociendo que no hay apenas zumo de naranja o tomamos caviar sabiendo que no es caviar, pero hacemos, en ambos casos, como si lo fueran. De la misma manera seguimos enardecidos con un club de baloncesto que se llama como una empresa de sellos pero al que sentimos como si se tratara de nuestra propia estampa. ¿Hasta cuándo esta psicopatía de la afición?

Una profecía bendita de John Lennon anunciaba en Imagine un mundo en que desaparecerían las religiones y las fronteras. Un mundo exento y propicio para la máxima confusión, la interrelación de las diferencias y la orgía de la interpenetración. En ese universo la palabra clave sería la traducción: el modo de transfundir lo extraño en cosa propia y hacer de lo propio un elemento de juego para el bricolaje con los otros o, en suma, para la invención de realidades más henchidas que descosan por fin la camisa de fuerza de las pertenencias y el fanatismo del insufrible hecho diferencial.

Vicente Verdú, escritor

viernes, julio 21, 2006

Y BORGES DETESTABA EL FÚTBOL

"Es un invento post-colonial que sustituye las peleas a cuchillo"

Jorge Luis Borges, escritor argentino

miércoles, julio 19, 2006

CÓMO GANAR UN MUNDIAL SIN SALIR DE CASA por Gonzalo Suárez

Si el balón no fuera redondo, todos entenderíamos de fútbol. De hecho, un 31 de octubre de 1962, Salvador Dalí me dijo: "En el fútbol no puede ir nada bien hasta que no se utilice el balón hexagonal". Sin embargo, mientras el mundo sea más o menos redondo, por aquello que dicen de que está achatado por los polos, el balón seguirá siendo el problema. No sólo por redondo sino, y sobre todo, porque, además de redondo, cuando le dan patadas, rueda.

Ante tan impertinente cualidad, no hay tácticas ni teorías que se resistan. Por supuesto, los opinantes podrán adecuar sus opiniones a la repetición televisiva de la jugada o a los criterios de los cronistas del día siguiente. Pero, como en la vida, la historia llega, por lo menos, un telediario tarde y el acontecer siempre se anticipa a la noticia. Esa es, sin duda, la nada metafórica razón por la que el fútbol desata las pasiones y el cordón de nuestros zapatos haciéndonos tropezar a la hora de predecir.

El balón que rueda (o vuela) se topa a veces, en irrepetible sincronía, con un pie (o una cabeza) y sus inapelables consecuencias dan al traste con las más exultantes expectativas o, por el contrario, nos exaltan como si fueran el resultado de nuestra hipotética participación en el juego. No tan hipotética. De hecho, todos hemos marcado más de un gol en la vida desde las gradas de un estadio, desde el mostrador de un bar o desde el sillón del salón. También hemos fallado la patada, y el balón se nos ha ido a la luna. En eso, cualquiera puede emular al mejor profesional. La realidad es que todos hemos sido seleccionados para jugar este Mundial sin necesidad de salir de casa. Un Mundial tan real y virtual como esos que ya se diluyen en la pantalla de la memoria.

En lo que a mí concierne, todavía recuerdo aquel gol de Adelardo que, un 6 del 6 del 62, marqué de chilena en Chile a Brasil desde el sofá de mi piso en Barcelona y que un maldito árbitro me anuló por... ¡juego peligroso! Asimismo, recuerdo con rotunda precisión aquel otro gol de Michel que también marqué a Brasil, un 1 de junio de 1986 en México, desde fuera del área y desde un televisor de Madrid, y... ¡me lo volvieron a anular! Si esos dos lapsos arbitrales no lo hubieran evitado, podría haber contribuido con mis goles virtuales a que el historial de nuestra Selección no fuera tan precario. Ahora que se nos ofrece otra oportunidad, vuelvo del pasado para jugar este Mundial con todos y brindar, de paso, para que los funestos agoreros que últimamente proliferan nos dejen, al menos, jugar en paz.

Gonzalo Suárez es escritor, periodista y cineasta
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lunes, julio 17, 2006

GAÑANES DE ESPÍRITU por Javier Marías

Yo también sentí vergüenza cuando escuchaba a la afición española pitar y abuchear el himno del rival. En eso España ha sido única.


Si hace una semana hablé aquí del español cabal o rufián, según la distinción de 1845 del viajero Richard Ford, lo ocurrido el 27 de junio pareció algo a propósito para darle la razón y confirmar que, en algunos aspectos, estamos como entonces o peor. Ese día se disputaba en Hannover el partido España-Francia, y aún había esperanzas en nuestra selección. Como casi todo el mundo, me dispuse a verlo, pero ya antes de empezar pensé: “Vaya imbéciles, ahora es seguro que vamos a perder”. Los imbéciles eran la mayoría de los compatriotas hinchas presentes en el estadio –decenas de miles–, a los que no se les ocurrió otra sandez que silbar y abuchear, de principio a fin, el himno francés, La Marsellesa, hasta ni siquiera permitir que se oyera. “Vaya cretinos”, insistí en pensar, “con esto habrán cabreado de mala manera a los futbolistas franceses, que intentan cantarlo con emoción pese al inadmisible y grosero estruendo, y, si podían sentirse algo intimidados por el buen juego anterior de los españoles, ahora harán lo imposible por derrotarnos. Y, si lo logran, bien merecido lo tendremos, por gañanes, por zafios, por salvajes y por villanos”. No hace falta recordar que nos ganaron en buena lid. Pero, más allá del partido en sí, el hecho, que quizá pueda parecer menor, yo lo encontré gravísimo y sintomático del envilecimiento al que se ha llegado en nuestro país. Los forofos congregados en la Plaza de Colón, además, silbaron y abuchearon igualmente, y no se limitaron a eso, sino que ante la aparición de los numerosos jugadores negros de los llamados bleus, lanzaron los ya consabidos chillidos simiescos y racistas de tantas otras ocasiones. Los individuos de Madrid eran sobre todo adolescentes y jóvenes, cuyos desmanes se tienden siempre a disculpar, pero muchos hinchas de Alemania eran más bien talludos y tripudos, como nos hemos hartado de ver durante semanas en la televisión. Quiero decir con esto que ese envilecimiento no es cuestión pasajera ni “cosa de la edad”, sino que está instalado en el conjunto de la población, también de la adulta, y eso ya no se arregla con el mero paso del tiempo. De qué clase de gañanes se nos ha poblado el país. España nunca destacó por sus modales, pero desde luego no siempre fue tan incivilizada. Hasta hace un par de decenios, todo el mundo sabía que hay cosas que no se pueden hacer bajo ningún concepto ni en ninguna circunstancia, y una de ellas era permanecer sentado mientras suena un himno nacional, mucho menos abuchearlo y silbarlo hasta acallarlo. En ningún otro partido de este Mundial de Alemania ha habido muestra semejante de garrulería y desconsideración; ninguna otra afición ha escarnecido el himno del rival, y en eso hemos sido vergonzosamente únicos, los villanos del planeta, los irrespetuosos, los vándalos, los felones. He leído que no era la primera vez: en un partido contra Serbia ocurrió lo mismo, y se hubieron de pedir disculpas para evitar un incidente diplomático. Por menos se desataron guerras en el pasado, y por La Marsellesa en concreto –himno revolucionario– ha muerto mucha gente que luchaba por su libertad. Supongo que las hinchadas estaban en Hannover alejadas entre sí, porque no habría sido nada raro que más de un francés se hubiera liado a tortas o a navajazos con nuestros desalmados compatriotas. A muchos españoles les puede parecer que lo de los himnos y las banderas es una chorrada (no a un vasco ni a un catalán), y para un par de generaciones la Marcha de Granaderos y la antes llamada “rojigualda” están todavía un poco teñidas, por desgracia, por el abuso franquista. Pero hace falta ser muy bruto y muy cateto para no darse cuenta de que para los ciudadanos de otros países sus símbolos tienen otro cariz. Los jugadores se llevan la mano al pecho cuando suena su música, los espectadores la cantan o la corean, todos de pie. Nos guste o no, nos parezca algo arcaico o patriotero, aún es así. También podríamos saltarnos a la torera la inviolabilidad de las embajadas, pero si así lo hiciéramos y fueran asaltadas por la turbas de cada nación, la diplomacia se habría acabado. ¿Quién educa a los españoles actuales, que ni siquiera es capaz de meterles en la hueca cabeza las más básicas normas de convivencia y civilidad? Sería hora de que los Gobiernos hicieran campañas para inculcarlas, en vez de la enésima contra el tabaco o las drogas. Por ignorar y despreciar estas reglas nos encontraremos un día con un buen disgusto, no con una mera protesta diplomática. Lo que sí sé es que, si los hinchas franceses la hubieran emprendido a mamporros, los nuestros se habrían quedado estupefactos, temblando y con el grito en el cielo. Y es que una de las falsas ideas o convicciones instaladas en nuestra mentalidad de hoy es que nada tiene consecuencias, y que alguien nos librará de ellas si las hay. Debería recordarse, debería volver a enseñarse que la paciencia se agota, y que entonces las consecuencias no sólo existen, sino que son desastrosas para el infractor y para el gañán de espíritu, o es quizá vocacional.

Javier Marías es escritor

sábado, julio 15, 2006

SENTENCIA (PRIMERA)


El Juventus desciende a la serie B (no a la C1 como había pedido el procurador federal Palazzi) y el año próximo partirá con 30 puntos de penalización al comienzo del campeonato. Esta diferencia podría ser insalvable para mantener la categoría el año próximo. Se le ha retirado el Scudetto alcanzado en la temporada 2004-2005, pero también debería ser revocado el segundo tricolor conquistado en la etapa de Capello, sobre el cual aún no se ha tomado una decisión. La decisión correrá a cargo de Guido Rossi, comisario extraordinario de FIGG.

Fiorentina y Lazio también descienden a la serie B pero con penalizaciones diferentes (el equipo viola partirá con 12 puntos menos y el club romano con siete).

El Milan permanecerá en la serie A pero partirá con una desventaja de 15 puntos. Para la temporada 2005-2006 al club rossonero se le han penalizado con 44 puntos, lo cual conlleva la pérdida de la segunda plaza y el puesto Champions. El Milan ocupa finalmente el puesto octavo en la tabla clasificatoria de la serie A. Aún no es seguro pero los milaneses quedarán fuera de toda competición europea.

Esto es lo más destacable con respecto a los clubes implicados en el superescándalo, pero altos dirigentes de la Federación, de los clubes, empresas con intereses cruzados, árbitros y asistentes, entre otros, también han sido castigados con inhabilitaciones y diversas penas. Al final todos aquellos hilos que fueron movidos desde hace años por el hasta ahora intocable, siniestro, simpático y feo Luciano Moggi, y que en definitiva movían el calcio, han sido cortados por la justicia. Importante lección para otros países en los que las autoridades no tuvieron el valor de mantener un descenso administrativo de dos clubes y fueron capaces de crear una Liga con 22 equipos, y ni si quiera eran el Real Madrid ni el Barcelona. Menos mal que no ha habido amnistía, el fútbol lo agradecerá siempre.

La sentencia, punto por punto


Nota: Por todo lo comentado, el Inter pasaría a encabezar la tabla clasificatoria del campeonato 2005-2006. Roma, Chievo y Palermo acompañarán a los interistas en los puestos Champions.


jueves, julio 13, 2006

LOS GENIOS NUNCA LLEVAN LA BANDERA por Benjamín Prado



En la literatura y en el fútbol la verdad nunca está ni en los adjetivos, sino en los nombres y en la subversión. Por eso, personalmente siempre he desconfiado de los equipos a los que se les suponen determinadas virtudes o defectos innatos, como si los que saltasen al césped de los estadios no fuesen once personas, sino una estadística, o un manual de historia, o una bandera. De hecho, ésa es la gran diferencia entre las dos semifinales del Mundial: la de ayer la jugaron dos selecciones cuyo nombre es un adjetivo tan incontestable que parece una dictadura de ocho letras, o de seis, porque decir fútbol "italiano" o "alemán" es dar por descontado que eso explica por sí solo una filosofía, un carácter y un estilo de juego; la semifinal de hoy es justo lo contrario, y si dices "fútbol francés" o "fútbol portugués", en realidad no estás diciendo nada.

Prefiero mil veces la segunda opción, porque es la que suele permitir que el reloj de los partidos lo lleven gente como Luis Figo o Zinedine Zidane, en lugar de esa fábrica de cemento rápido pintada de azul que se llama Gattuso y lleva el ocho en la espalda. Hay que ver, ni más ni menos que el ocho, que en el fútbol es el cuarto número que más importa, después del diez, el cinco y el seis.

En el fondo, la final del domingo va a ser eso, un combate entre un fútbol nacional y otro cosmopolita, uno que apelará a tradiciones congénitas y otro que querrá representar valores universales. Zidane nunca quiso parecerse a otro francés, sino a Francescoli, que era uruguayo, y si la genialidad fuera un país su pasaporte sería el mismo de Maradona, Cruyff o Di Stéfano.

El nacionalismo deportivo suele tener un problema, y es que a menudo vive con las ventanas cerradas y más atento a su pasado que a la realidad. Qué se lo digan, una vez más, a Brasil o a Inglaterra, cuyas únicas dos opciones son, campeonato tras campeonato, o imitarse a sí mismas o imitar a los demás, lo cual suele darles el mismo mal resultado, a los ingleses porque nunca ganan y a los brasileños porque no ganan siempre, que es lo que ellos consideran su destino natural, o ganan copiando, de medio campo hacia atrás, lo peor del fútbol europeo, lo que hace que sus derrotas no sólo se interpreten como un fracaso, sino también como una traición.

Francia o Portugal podrían estar en la gran final de Berlín y el que esuviera podría perderla, pero eso no hubiera sido tan importante. Lo que todos los que adoramos el fútbol vamos a recordar de este Mundial es la majestuosidad con que Luis Figo o, sobre todo, Zinedine Zidane exprimieron los destellos terminales de su talento. "La última gota es siempre una lágrima", dice el poeta hebreo Yehuda Amijai. Es verdad, pero no siempre: la última gota, también puede ser un diamante.

Benjamín Prado es escritor

martes, julio 11, 2006

LA BÍFIDA LENGUA DE MATERAZZI por Gonzalo Suárez

Llegó el Mundial y pasó. Unos corrían como ratones de colores sobre el tapete de juego mientras otros, ante pantallas reverberantes, acechábamos el advenimiento del gol. O, clónicos y vociferantes, congregados en plazas y gradas, zarandeábamos el aire con cánticos y banderas. Ahora no queda ni el eco. Ya somos todos fantasmas en el recuerdo. Y yo por partida doble. Por cuanto soy un fantasma con seudónimo. O sea, doblemente fantasmal. Pero, ¡por los cuernos del más crujiente cruasán!, este Mundial ha merecido la pena.

Algunos se lamentarán de su carácter defensivo. Y harán suyo el dicho de "la mejor defensa es un buen ataque". Olvidando que el aserto deja de ser cierto en cuanto el buen ataque se topa con una mejor defensa. Podríamos revertir la cuestión para afirmar que el ataque comienza en la defensa y que la defensa debe ejercerse incluso en el área contraria con la presión de los delanteros sobre los zagueros cuando éstos se hacen con el balón. "Ya no hay atacantes, sólo contraatacantes", se lamentaba hace años Platini. Su nostalgia estaba justificada porque sus tiempos, como las golondrinas del poeta, no volverán.

El fútbol total ha impuesto su ley. La rapidez y la fuerza física coordinadas con la inteligencia táctica, también. Hemos visto partidos vibrantes en que los contendientes se contraían y desplegaban como un solo organismo, sin tregua ni resuello, hasta la extenuación. Nunca los goles han resultado tan caros. Ni tan apreciadas las jugadas a balón parado. Añoraremos a los extremos de antaño en sus respectivas bandas o al delantero centro en el área. Pero ahora los espacios hay que crearlos para poder ganarlos por anticipación y es aconsejable saber controlar la pelota en plena carrera o devolverla al primer toque antes de que el contrincante cierre compuertas. Jugar rápido es pensar rápido. O de memoria. Y también ahí radica la belleza. Me arriesgaría a decir que, al igual que los atletas actuales saltan y corren más, la mayoría de las selecciones que hemos visto en el Mundial derrotarían a las míticas de antaño y, retroactivamente, incluso se ganarían a sí mismas.

Y en lo que respecta a ectoplasmas, ya que fantasmas somos y de fantasmas hablamos, el aura de Zinedine Zidane resplandece, a pesar del triste reflejo de la tarjeta roja, con la misma intensidad que la de los selectos espíritus que le precedieron en el velador de la memoria: Di Stéfano, Pelé o Maradona. Cualquier tiempo pasado no fue mejor. Ni peor. Pero es pasado. Y el pasado... pasado está.

Este Mundial también pasó. Ahora nos queda Johannesburgo y una extraña sensación. La de que, a fin de cuentas, en la fantasmagórica danza final, todo se ha reducido a tres cabezazos y dos patadas. La primera patada fue la que Zidane propinó al balón en el magistral lanzamiento de su penalti a lo Panenka. Dio en el larguero y entró. La segunda patada fue la que Trezeguet propinó al balón en el fatídico lanzamiento de su penalti a lo Zidane. Dio en el larguero y no entró. El primer cabezazo fue el que Materazzi propinó al balón a lo Materazzi y Barthez, a lo Barthez, se tragó. El segundo cabezazo fue el que Zidane, a lo Zidane, propinó al balón y Buffon desvió a lo Buffon. El tercer cabezazo fue el que Zidane propinó a Materazzi a lo Materazzi en pleno plexo solar y que hizo que el tal Materazzi se desplomara, a lo dama de las camelias, doblado en dos. Esta concatenación de estilos, cabezazos y patadas culminaron un Campeonato del Mundo en el que Francia fue el mejor equipo con creces, pero Italia se llevó el gato al agua. Lástima de que el gato no le comiera la bífida lengua a Materazzi aunque el veneno lo matara.

Gonzalo Suárez, escritor y cineasta

viernes, julio 07, 2006

GUERRA DE METÁFORAS por Juan Cueto


A los norteamericanos no les gusta esa metáfora guerrera que los europeos utilizamos para contar el fútbol. Al menos es lo que dijo ayer Jon Steward en su Daily Show, de la cadena de cable Comedy Central. "No entendemos ni nos gusta que los partidos del Mundial se cuenten como crónicas bélicas entre naciones aliadas". Y concluyó: "En los EE UU puede llegar a funcionar el fútbol, o.k, pero no funcionan las metáforas de guerra por la sencilla razón de que nosotros no necesitamos metáforas para hacer la guerra".

Jon Steward es el Buenafuente norteamericano y también mataría por un buen gag, pero sus colegas nocturnos de show, Letterman y Leno, también se han pasado esta segunda semana del Mundial cachondeándose del fútbol en general y del curioso aparato metafórico que utilizamos para contar nuestras emociones deportivas. Y si queremos que los EE UU por fin formen parte de la globalización, que acepten el fútbol como su tercera o cuarta pasión nacional, habrá que cambiar de metáfora para integrarlos en el sistema.

Es cierto que las patrióticas metáforas de guerra son un desastre y no le hacen ningún favor al fútbol, como aquí ocurrió con aquellas pelmazas y facilonas metáforas políticas e ideológicas de exclusivo uso casero y que, gracias a Dios y a la nueva generación de redactores-jefe de Deportes, han sido superadas, al menos en las crónicas escritas. Pero los gag-man norteamericanos deberían apreciar nuestros esfuerzos, euro-esfuerzos, en la industria mediática por reconvertir la vieja metáfora futbolera que sólo echaba humos antiguos y beligerantes. Les presento la nueva metáfora dominante en este Mundial, esta vez literaria.

Los partidos de fútbol ya no se pelean sino que se leen. Ya no se cuentan como duelos fronterizos e ideológicos de western sino que se interpretan semióticamente como grandes o pequeños relatos. Han dejado de traficar con las enormes pasiones políticas internas y ahora sólo tratan de ser metáforas minimalistas y geométricas de lo que ocurre en el mítico y muy sobrevalorado centro del campo. Lo importante ahora es saber leer y descodificar el partido. Por ejemplo, antes de la catástrofe en Hannover, Luis justificaba a Cesc, Xavi, Alonso y su inmenso, juvenil e inútil centro del campo porque sus chicos sabían leer los partidos. Pero a los pocos instantes de la catástrofe, Luis, que no es precisamente un semiótico a la boloñesa, tipo Umberto Eco, se quejaba en el vestuario de nuestro muy adolescente y famoso centrocampismo por su analfabetismo: no habían sabido leer el partido.

La segunda metáfora del Mundial es la metáfora en psi menor. Está científicamente demostrado, al margen de las muy intransitivas tácticas centrocampistas del doce de Hortaleza, que nuestro once, ante todo, es un ser colectivo sometido a las leyes de la psicología, el psicodrama y el psicoanalisis freudiano. Pues bien, por culpa de nuestra juvenil ansiedad centrocampista tampoco hemos sabido estar a la nueva altura metafórica. No supimos leer el partido y nunca adivinamos por donde podían atacarnos los jubilados franceses.

martes, julio 04, 2006

NO DESPERTÉIS A LA SERPIENTE DORMIDA SOBRE LA HIERBA por Gonzalo Suárez


Acababa de engullir el consabido cruasán y me disponía a apurar el penúltimo sorbo de café antes de darle alguna patada más a la Luna, cuando abrí al buen tuntún la carpeta de polvorientos recortes de prensa y me topé con una noticia de la muy moscovita agencia Tass, fechada el 26 del 1 del 63, que decía así: un tal doctor Anatoly Nefedyev, autor de mapas lunares en el Observatorio Astronómico de la Universidad de Kazán, asegura que la Luna no es esférica sino alargada en dirección a la Tierra. De ello deduje que la Luna no era apropiada para jugar al fútbol, sino al rugby, y comprendí, al fin, por qué los delanteros de este Mundial, bajo su influjo, se obstinaban con tan obtuso empecinamiento en chutar por encima del larguero. Sus punterazos se me antojaban indignos de profesionales. Recordé, al respecto, la elegancia de los tiros rasos de Larby Ben Barek, en el mítico Atlético de Madrid de los 50, y algún ocasional disparo a puerta, sin amagar y en plena carrera, de Luis Suárez en sus tiempos del Inter de los 60. A ellos no parecía afectarles la Luna, oblonga o redonda, a la hora de usar la inteligencia y el empeine en lugar de la fuerza y la puntera. Por cierto, voy a contar una anécdota de Ben Barek aunque no venga demasiado a cuento. El Atlético había ganado el título de Liga, empatando con el Sevilla en Sevilla, y Ben Barek había marcado el gol decisivo. Cuando el equipo emprendía el regreso a Madrid, al atravesar un descampado, los aficionados locales apedrearon el autocar. Ben Barek vio cómo un energúmeno le lanzaba un ladrillo. Se agachó a tiempo. El ladrillo, tras hacer añicos el cristal de la ventanilla, le abrió la ceja, y casi la cabeza, al compañero que ocupaba el asiento contiguo (un medio paticorto y correoso, a tenor de mi memoria, llamado Estruch). Ben Barek hizo que el autocar se detuviera y, arrostrando a la colérica cohorte, con la sola ayuda de Alá, corrió tras el culpable hasta darle caza y captura y entregarlo a una pareja de la Guardia Civil que contemplaba el desaguisado sin atreverse a intervenir. Mientras se lo llevaban, el energúmeno amenazó a voz en grito: "¡No vuelvas por Sevilla, negro de mierda, porque te mataremos!" La expresión "negro de mierda" resulta tristemente actual. Pero, por aquel entonces, solía decirse que en España no había racismo. Lo que apenas había era gente de color. Ahora se nos dice que las manifestaciones racistas durante los partidos son cosas de una minoría. Ante la vergonzosa pasividad, cuando no vergonzante aquiescencia, diría yo, de una mayoría que no suele precisamente replicar y acallar a los que denigran con sus actitudes al club que los admite y a los socios que los toleran. Éste es uno de los aspectos, y hay otros, por los que, en ocasiones, el fútbol repugna. En contrapartida, este Mundial multicolor y multiétnico representa, hasta el momento, una de las razones, y hay otras, por las que el fútbol nos apasiona.

Gonzalo Suárez, escritor y cineasta

lunes, julio 03, 2006

LOS NOMBRES DE LOS FUTBOLISTAS por Unai Elorriaga

A colación de la entrada anterior me he acordado de un artículo que se publicó durante la Euro 2004 en Portugal y que me gustó mucho (y por consiguiente colgué en este blog), y es que el tema de los nombres de los futbolistas siempre me atrajo, memorizarlos, pronunciarlos, su sonoridad, etc. Por eso lo recupero hoy, simplemente porque me gusta.

Los nombres de los futbolistas son un poco como tortugas con zapatillas de estar en casa. Con zapatillas de estar en casa a cuadros, claro, rojos y verdes. Quiero decir que los nombres de los futbolistas son extraños pero familiares. Son extraños, como las tortugas, para qué negarlo, con un caparazón y cuatro patas que salen de no se sabe dónde y con una cabeza con ojos de viejo, nariz de viejo y boca de viejo. Pero poco a poco se hacen familiares, como las zapatillas de estar en casa, a cuadros, rojos y verdes.

La cuestión es que te sientas delante de la televisión, verdad, delante de la Eurocopa, y empiezan a desfilar por tus ojos nombres curiosos, nombres que ni te imaginabas, nombres que dan saltos como si fueran a rematar de cabeza y te dicen mírame, mira que nombre tan vistoso soy. Y cuando es la selección de Grecia, aparece, por ejemplo, Costas Katsouranis, fíjate qué nombre. Fíjate qué tortuga. Y empiezas a pensar en el nombre, y en las personas que han llevado ese nombre, hasta desembocar en Costas, y sabes, perfectamente, que un tío abuelo de Costas tuvo una barba blanca, larga, y que fue óptico en un pueblo del interior, pongamos que en Tríkala, y que después de sus horas de trabajo repartía carbón, ya se sabe, somos muchos de familia y comida no regalan. Los domingos hacía cestas para vender.

Y cuando es la selección de Holanda, aparece Wilfred Bouma, y sabes que también fue un Bouma, con otro nombre de pila seguramente, quien en 1923 viajó al punto más septentrional de Finlandia. Simplemente por capricho, para ser el primero en dejar allí una caja con un papel dentro. En el papel escribió: "Y ahora para casita otra vez." Lo más curioso es que cuando hizo un agujero en la nieve para meter su caja, encontró otra caja, con otro papel escrito.

Y cuando es la selección de Inglaterra, aparece Jamie Carragher, y empiezas a pensar en la familia Carragher, y algo te dice que, con semejante apellido, en alguna parte de Inglaterra (Londres seguramente) existe un Carragher que ha vestido de traje y corbata desde los seis años y que pertenece a un partido político y ocupa un cargo de responsabilidad en alguna parte y que todas las tardes o anocheceres o incluso noches se acerca al club donde es seguramente como en las películas con té con sillones con periódicos. Y estás seguro de que ese Carragher no deja de pensar qué desgracia, un pariente futbolista que es lo mismo que farandulero.

Y cuando es la selección de la República Checa, aparece Milan Baros, que es el nombre más auténtico de toda la Eurocopa, dónde va a parar. Y está claro que algún Baros fue panadero, en el siglo XIX por ejemplo. Y que hubo un día en el que hizo un pan de arcilla, y lo pintó como los demás panes. Y, qué casualidad, el pan de arcilla le tocó al ferretero que tenía dos hijas modistas y no pagaba el pan hacía siete días. El panadero Baros no tenía muy claro todavía qué era el fútbol.

Y cuando es la selección de Croacia, aparece, ni más ni menos, este nombre: Dado Prso. Y rápidamente nos viene a la memoria aquel Prso (Goran Prso, creo que se llamaba) que se dedicaba, alrededor de 1920, a descifrar inscripciones. Y llegó a su taller un tal Bouma, un holandés que había encontrado una caja en el punto más septentrional de Finlandia, con un papel dentro, con una inscripción que no entendía. Goran Prso le dijo que era fácil, que aquello era ruso y que significaba: "Va a ser difícil que Rusia gane la Eurocopa de Portugal, con ese calor". Goran Prso murió en 1941. Dado Prso nació en 1974. Lo que no sé es si eran familia. Se parecen un poco, eso sí.

Unai Elorriaga es escritor y Premio Nacional de Literatura 2002

sábado, julio 01, 2006

EL ESTILO Y LOS NOMBRES por Javier Marías


Para traer a este sitio a Javier Marías no hacen falta demasiadas excusas, es uno de mis muchos fetiches. No obstante, esta semana he encontrado una inmejorable: su entrada en la Real Academia Española para ocupar el asiento R. Desde aquí la enhorabuena, y para celebrarlo un artículo que encontré hace algún tiempo en el libro Donde todo ha sucedido. Al salir del cine (Galaxia Gutemberg. Círculo de Lectores, 2005) en el que se recogen muchos de los artículos publicados durante su carrera que de una forma u otra tienen algo que ver con el cine. Y cómo no, hay un capítulo dedicado al fútbol. Éste es el primero. Los otros ya vendrán, y de nuevo sin excusas.

El fútbol es en tantas cosas semejante al cine que quizá por eso su mundo se ha llevado rara vez a la pantalla: parecería una redundancia. Siendo un deporte de equipo, es el más gneroso con sus jugadores, pues permite que se los recuerde individualmente, a pesar de los uniformes, con la misma nitidez con que uno es capaz de representarse los rostros, las figuras, los andares y nombres de los actores de cine, principales o secundarios. Cualquier buen aficionado cinematográfico ve a John Carradine o a Dan Duryea, a Jack Elam o a Strother Martín con tanta claridad como a Gary Cooper o a Henry Fonda, y cualquier aficionado al fútbol, aunque conserve en lugar preferente de su retina unos cuantos goles magistrales con la estampa de sus genios, también sabe visualizar al instante, al mero conjuro del nombre, las facciones, la carrera y la planta de cualquier oscuro defensa o sacrificado medio al que haya visto pisar un campo unas cuántas veces. El nombre trae la imagen como un fogonazo, o la imagen el nombre, algunos de estos tan azarosamente admirables que cualquier novelista habría pagado por inventarlos para sus persoajes: Grifa, Gensana, Marcaida, Kopa, Lesmes, Xirau, Molowny, Bettega, Glaría, Vierchowod, Rial o Strachan. Hay jugadores literariamente obligados a resumirse en un apellido de cuatro o más sílabas para estar a la altura de su leyenda, como si lo hubieran elegido a la manera de las antiguas estrellas de cine, luchando contra el olvido: no hay más resonancia en Olivia de Havilland o en Ivonne de Carlo o en Montgomery Clift que en Beckenbauer, Maradona, Butragueño, Batistuta, Achúcarro, Antognoni, Zubizarreta o Di Stéfano. A aquel maravilloso argentino, Babington, le falta una sílaba, pero la compensa lo esdrújulo de su nombre.

Pero no es sólo eso, sino también una cuestión de estilo: los hombres de los equipos cambian cada poco años, como cambian los actores cuando se hacen viejos. Y sin embargo parece que en cada club hubiera una mano invisible de un director que hiciera siempre reconocible a cada formación distinta, como resultan inconfundibles las películas de Ford o Lubitsch o Hitchcock. Y así como éstos utilizaban interpretes diferentes pero que les eran afines (nunca John Wayne, por ejemplo, en obra de Billy Wilder), habrá jugadores que parecerán nacidos para un equipo o que nunca tendrían cabida en otro. Así, el Atlético de Madrid, cuyo estilo presagió y recuerda al de Sergio Leone (mucho tiroteo, pero al final todo se hunde estrepitosamente), está especializado en el jugador-macarra: Futre había de ser suyo, y podían haber contratado a Keegan; no es raro que el fallecido Juanito procediera de sus filas, y Gárate, un noble, fue la excepción a la la regla. El Barcelona, influido por las angustias vitales de Antonioni y Bergman hasta haber optado últimamente por la euforia mortal de Rambo, tuvo elencos dubitativos y en permanente crisis, como el suicida Kocsis, Marcial, Rexach y Martí Filosía. En cuanto al Real Madrid, recuerda a Hitchcock, cuya películas se ven con el alma en un hilo pero suelen terminar bien: al Madrid, en Europa, le ha gustado a menudo tres goles en contra, para remontarlos; y en la Liga atraía mucho ese rumor de inquietud que antaño provocaba el Athletic de Bilbao cuando se adelantaba en el marcador. Y no se olvide que, también como Hitchcock, ha tenido preferencia siempre por las heroínas rubias; Di Stéfano, Kopa, Netzer, Velásquez, Pardeza, Prosinecki y sobre todo Butragueño siguen siendo lo más parecido que se ha visto nunca en un campo de fútbol a Grace Kelly amenazada, pero con tijeras.

Javier Marías, escritor y académico.