sábado, junio 26, 2004

NUESTRO JUEGO por Manuel Alegre

1. Según el padre António Vieira, a quien Fernando Pesoa ha llamado "emperador de la lengua portuguesa", existe una "línea matemática" entre Portugal y España. O sea: una metáfora. Salazar, que desconfiaba de Franco, firmó con él el Pacto Ibérico. Entonces, una muralla separaba ambos pueblos. Mientras duraron las dictaduras, España era el país geográficamente más cercano y culturalmente más lejano. De vez en cuando jugaban las selecciones. Normalmente, España ganaba. Escuchábamos las transmisiones por la radio, con los locutores intentando engañarnos. De ese tiempo quedó una célebre frase: "Portugal ataca y España marca". Son traumas que no se olvidan.
En 1947, en Lisboa, Portugal ganó a España por 4-1. Salazar, que quería que todos los portugueses desconfiaran de España como él, celebró la victoria como un hecho histórico. Pero con las dictaduras estuvimos siempre perdiendo, aun cuando una de nuestras selecciones ganaba a la otra, Portugal una sola vez y España muchas más.
2. Portugal comenzó a ganar a España por 1-0 cuando hizo la revolución mientras España se quedó por la transición como, con gran fair play, reconoció Juan Luis Cebrián en su magnífico libro Francomoribundia. Al entrar en la CEE, España empató. Ahora gana por 2-1 porque ha tenido el coraje de retirar sus tropas de Irak.
3. El Pacto Ibérico nos ha separado. La democracia nos ha acercado. Y el fútbol, también. Con Figo jugando en España, pasamos a ser primero del Barcelona y después del Real Madrid. Y con Camacho en Lisboa ciertamente hubo madridistas apoyando al Benfica.
El problema viene ahora. Somos hermanos, estamos en la Unión Europea, pero en este juego la línea matemática del padre Vieira deja de ser una metáfora. No vamos a resucitar los fantamas del pasado. No es una guerra; es peor, es un partido de fútbol entre Portugal y España; una fiesta, pero una fiesta en la que uno va a tener que matar y el otro morir.
Apenas un juego. Nuestro juego. Pero ya he subvertido al gran Antonio Machado: "Anoche, cuando dormía, / soñé, bendita ilusión, / que mi Portugal vencía, / España de mi corazón".
4. Es cierto que España tiene a Raúl, Morientes, Valerón, Vicente, Casillas... Pero Portugal tiene a los hombres del Oporto, campeón de Europa. Tiene un arma secreta llamada Cristiano Ronaldo, si Scolari no lo deja en el banquillo. Y tiene a Figo, que anduvo solo con el Madrid a sus espaldas. Tal vez está un poco cansado. Pero no tanto como Raúl. Por eso espero que, al final, sea la selección portuguesa la que consuele fraternalmente a la selección de España. Al final, es apenas un juego. Nuestro juego. Sólo un juego de fútbol, aunque hoy, domingo, no hay nada tan importante en el mundo como este juego a vida o muerte entre Portugal y España.

FÚTBOL Y MAGIA por Manuel Alegre

1. W. B. Yeats, el gran poeta irlandés, decía que se puede preparar un discurso como quien hace un poema. Lo mismo puede ocurrir en el fútbol. No es sólo una cuestión de técnica, sino también de tensión interior, "instinto" ha dicho Nuno Gomes, "razones inexplicables", lo que Herberto Helder ha llamado "estado de poema" y que para un futbolista quizá sea el "estado de gol". Una especie de estado de gracia, una inspiración, un soplo que viene de dentro. Pero que sólo funciona cuando la técnica, como subrayaba Ezra Pound, se transforma en una segunda naturaleza. Es lo que permite al poeta, en momentos excepcionales, reencontrar la relación mágica con el mundo a través de la palabra. O a un futbolista, como hizo Nuno Gomes, irse a la derecha y rematar en vez de hacer una pared con Figo, que le había dado el pase y se desmarcaba hacia la izquierda llevando los defensas atrás. Es algo que se decide en una centésima de segundo. Viene de dentro, de la voz no se sabe de quién, que dice al futbolista "¡remata!" y al poeta, cada vez más ajeno, casi sin intervenir, y aconseja el ritmo, después la primera palabra, finalmente el poema. Me gustaba describir un gol como aquel poema que Nuno Gomes ha marcado. Tal vez hay otros más bonitos. Pero ninguno con aquella intensidad, capaz de hacer al país saltar y, al mismo tiempo, gritar: ¡Gol! Como si cada uno de nosotros hubiera sido el autor. Como si todos juntos estuviéramos rematando con el pie de Nuno Gomes. Momento incomparable, que sólo raramente acontece en el amor, en la poesía, en el fútbol y en muchas otras pocas circunstancias de la vida. Algo que, como fenómeno colectivo, tal vez sólo el fútbol sea capaz de provocar.
2. ¿El fútbol se juega con once? El fútbol se juega con todos. Todo el país ha jugado contra Inglaterra, a excepción de una media docena de la casta superior, que todos sabemos quiénes son. El fútbol se juega con todos. Y no sólo con el alma, sino con todo el cuerpo. No hay un trozo de mí que no me duela. Han sido 120 minutos más los penaltis. Cuando me he dado cuenta, estaba dando la mano a los vecinos de la izquierda, ahora amigos íntimos, y al vecino de la derecha, mi compañero de infancia, el juez Afonso de Melo, todos con las manos dadas. No ha sido sólo Ricardo el héroe de la noche, que ha apartado a Nuno Valente y decidió marcar. Hemos sido todos nosotros. Millones de pies en el pie derecho de Ricardo. El fútbol se juega con el alma, el fútbol se juega con el cuerpo, el fútbol se juega con todo. Y no sólo los que estaban en el estadio, sino los que estaban en casa, en los cafés, en la calle, delante de grandes pantallas. De fuera sólo estaban esa media docena a los que no les gusta compartir con el pueblo la fiesta y el sufrimiento.
Me han dicho que Durao Barroso, por superstición, tenía la misma corbata. Yo me he puesto la misma camisa de las victorias ante Rusia y España. Sólo el fútbol era capaz de hacerme jugar lado a lado con el primer ministro contra el equipo de su amigo y mi estimado enemigo Tony Blair. Sólo el fútbol puede juntar adversarios irreductibles. O hacer que se abracen como hermanos los que nunca se habían visto antes. Juegan todos, los que saben y los que no saben. A quien les gusta y a quien no les gusta. Es el único juego total. Y no es totalitario porque libera. Los goles de Postiga y Rui Costa (gran jugador) han sido más que goles: fueron una liberación. Una victoria electoral es festejada sólo por quien gana. Una victoria de la selección (a excepción de los mismos de siempre) es de todos. Contra "nuestros hermanos". Y no hay nada mejor que ganar a un hermano. Contra los viejos aliados. Y no hay nada mejor que ganar a un aliado que se empeña en cantar Rule Britania. Ahora fueron a cantar para casa. El fútbol también es subversivo. Se puede transformar súbitamente en un movimiento de liberación antiimperialista. Pero es más que eso. Al final del partido he visto lágrimas en los ojos de dos jóvenes ingleses que habían pasado todo el tiempo cantando. Les di la mano. Otros me han dado la enhorabuena. Estaban tristes. Pero más tarde los vi danzando con los portugueses. Fútbol es esas lágrimas, esa fiesta, esa complicidad. Además de devolvernos la perdida magia de la relación con lo sagrado. Gracias fútbol, gracias selección, gracias Ricardo, gracias Postiga, gracias Rui Costa, gracias Scolari, gracias a todos, gracias Figo, que sigues siendo mi ídolo y a veces eres tan incomprendido.

Manuel Alegre es Vicepresidente del Parlamento portugués, escritor y poeta

domingo, junio 20, 2004

LA EURO INCERTIDUMBRE por Manuel Rivas

Un bombero inglés, adiestrado en el control de los impulsos, ha atizado el incendio de los hordas en el Algarve; Berlusconi se erige en portavoz de Dios en Bruselas, los suecos encarnan la pasión sureña, Croacia es un lugar tan real como Francia y hoy se enfrentan la saudade de España y la furia de Portugal... ¿Qué está pasando?

Casi nadie vive en la certeza. Y lo más asombroso es que se reconoce esa docta ignorancia, ese estadio budista. El lenguaje deportivo, antaño tan contundente, tan similar en general al sermón y la arenga, plagado en la victoria del nefasto plural mayestático de primera persona, de ese enjaezado Nosotros que caracolea en las locuciones con razón o sin ella, ese lenguaje vetusto, esa construcción autoritaria, ese resto del fascismo cultural, ese lenguaje cautivo se libera, regatea la forma imperativa y parece ir desplazándose lenta pero mayoritariamente hacia el espacio mixto del sentir y el pensar, hacia lo existencial.

El espacio portugués está favoreciendo otra forma de hablar y escribir del fútbol. Quizás influye la voluntad de estilo en el hablar popular. Las palabras son parte esencial de la composición del aire. La impresión es que se ha creado una atmósfera que repele lo contundente y nos aproxima a la idea de que la verdad tiene siempre pequeñas dimensiones. Como el balón.

Ésta es la Eurocopa de la Incertidumbre. El gran stand by europeo. La duda como ley. La quiebra de lo tautológico. El crepúsculo de lo apodíptico, de las afirmaciones sin retorno. La debacle de lo incondicional. La puesta en ridículo de lo grandilocuente.

El escupitajo de Totti escenifica el fin de una época. En el imperio del lenguaje apodíptico, de la adhesión incondicional, su gesto sería disculpado e incluso jaleado. No faltaría un ¡Totti por la patria! y una viril defensa del pendenciero frente a los afeminados de lo políticamente correcto. Pero la tímida revolución del lenguaje se acelera en lo iconográfico y lo que muestra la cámara no es ya visto como delación, sino como un trabajo de ironía: desenmascarar al villano que usurpa el lugar del héroe.

Hay un lenguaje deportivo todavía preso en la jaula de hierro de un patriotismo cazurro, antiliberal. Todavía ocupa calles, geográficas y mentales, de manera intidimidatoria: el superhombre etílico agrupado en mesnadas, afirmando su identidad en el odio al otro. Todavía en alguna caverna se vocea un providencialismo de Dios, patria (o club) y gol. Pero hay más pereza que fe en la conservación de esos hábitos. Por supuesto, la mística de los colores, el fundamentalismo futbolístico, actúa como cobertura de intereses, propicia áreas de ceguera a la corrupción y desvía la atención de los problemas reales de la gente.

Todo eso está ahí, es más o menos sabido, y existe una visión cínica que pretende presentar ese paisaje como inevitable, innato, propio de la naturaleza del fútbol. Pero lo que define al fútbol no son sus taras. El fútbol necesita detractores insobornables que no soportan el opiáceo y cuando empieza el partido se levantan y dicen a la manera del gran Benito Ferreiro en muy histórica circunstancia: "¡Voy a mear!". El fútbol necesita esa crítica radical porque sus enemigos están dentro. Y porque el hemisferio del sentimiento no debe perder las conexiones con la razón.
El buen periodismo deportivo es mejor que el buen periodismo general. No sé si ha mejorado el fútbol, pero si que ha mejorado el lenguaje del fútbol. Las crónicas, los comentarios, las transmisiones, las tertulias se pueblan con preguntas, matices, toques de humor. El balón es la metáfora del planeta, pero también de un guisante que rueda por un mantel de hule. Se cuenta cada vez mejor lo imprevisible, la trama humana. Frente a la apodíptica autoritaria, el lenguaje del fútbol avanza, como el balón, en clave sentipensante. Poético, sin pasarse. El exceso retórico merece el regate de una bicicleta ultraísta al modo de Adriano del Valle: "Como soy un poeta tan modernista y nuevo / ahora me agacho y pongo un huevo".

Hoy hay un partido en el estadio Da Luz. Esta noche vuelve a nacer el fútbol. Habrá emoción, mucha, aunque será un partido laico. Habrá cánticos y consignas en las gradas, pero los momentos más intensos serán los silenciosos, cuando en la Luz sólo se escuche el fado del cuero, la lengua absuelta del balón. En esta Eurocopa de la Incertidumbre, España jugará con saudade y Portugal con furia. ¿O era al revés?

Manuel Rivas es escritor.

domingo, junio 13, 2004

LOS NOMBRES DE LOS FUTBOLISTAS por Unai Elorriaga

Los nombres de los futbolistas son un poco como tortugas con zapatillas de estar en casa. Con zapatillas de estar en casa a cuadros, claro, rojos y verdes.
Quiero decir que los nombres de los futbolistas son extraños pero familiares. Son extraños, como las tortugas, para qué negarlo, con un caparazón y cuatro patas que salen de no se sabe dónde y con una cabeza con ojos de viejo, nariz de viejo y boca de viejo. Pero poco a poco se hacen familiares, como las zapatillas de estar en casa, a cuadros, rojos y verdes.
La cuestión es que te sientas delante de la televisión, verdad, delante de la Eurocopa, y empiezan a desfilar por tus ojos nombres curiosos, nombres que ni te imaginabas, nombres que dan saltos como si fueran a rematar de cabeza y te dicen mírame, mira que nombre tan vistoso soy. Y cuando es la selección de Grecia, aparece, por ejemplo, Costas Katsouranis, fíjate qué nombre. Fíjate qué tortuga. Y empiezas a pensar en el nombre, y en las personas que han llevado ese nombre, hasta desembocar en Costas, y sabes, perfectamente, que un tío abuelo de Costas tuvo una barba blanca, larga, y que fue óptico en un pueblo del interior, pongamos que en Tríkala, y que después de sus horas de trabajo repartía carbón, ya se sabe, somos muchos de familia y comida no regalan. Los domingos hacía cestas para vender.
Y cuando es la selección de Holanda, aparece Wilfred Bouma, y sabes que también fue un Bouma, con otro nombre de pila seguramente, quien en 1923 viajó al punto más septentrional de Finlandia. Simplemente por capricho, para ser el primero en dejar allí una caja con un papel dentro. En el papel escribió: "Y ahora para casita otra vez." Lo más curioso es que cuando hizo un agujero en la nieve para meter su caja, encontró otra caja, con otro papel escrito.
Y cuando es la selección de Inglaterra, aparece Jamie Carragher, y empiezas a pensar en la familia Carragher, y algo te dice que, con semejante apellido, en alguna parte de Inglaterra (Londres seguramente) existe un Carragher que ha vestido de traje y corbata desde los seis años y que pertenece a un partido político y ocupa un cargo de responsabilidad en alguna parte y que todas las tardes o anocheceres o incluso noches se acerca al club donde es seguramente como en las películas con té con sillones con periódicos. Y estás seguro de que ese Carragher no deja de pensar qué desgracia, un pariente futbolista que es lo mismo que farandulero.
Y cuando es la selección de la República Checa, aparece Milan Baros, que es el nombre más auténtico de toda la Eurocopa, dónde va a parar. Y está claro que algún Baros fue panadero, en el siglo XIX por ejemplo. Y que hubo un día en el que hizo un pan de arcilla, y lo pintó como los demás panes. Y, qué casualidad, el pan de arcilla le tocó al ferretero que tenía dos hijas modistas y no pagaba el pan hacía siete días. El panadero Baros no tenía muy claro todavía qué era el fútbol.
Y cuando es la selección de Croacia, aparece, ni más ni menos, este nombre: Dado Prso. Y rápidamente nos viene a la memoria aquel Prso (Goran Prso, creo que se llamaba) que se dedicaba, alrededor de 1920, a descifrar inscripciones. Y llegó a su taller un tal Bouma, un holandés que había encontrado una caja en el punto más septentrional de Finlandia, con un papel dentro, con una inscripción que no entendía. Goran Prso le dijo que era fácil, que aquello era ruso y que significaba: "Va a ser difícil que Rusia gane la Eurocopa de Portugal, con ese calor".
Goran Prso murió en 1941. Dado Prso nació en 1974. Lo que no sé es si eran familia. Se parecen un poco, eso sí.

Unai Elorriaga es escritor y Premio Nacional de Literatura 2002

FÚTBOL Y UTOPÍA por Manuel Alegre

Que Sophia me perdone, pero el fútbol, como la poesía, no se explica, implica. Fútbol es pasión. Algo oscuro y mágico, mezcla de fiesta y sufrimiento, un "acre placer de las dolores", citando al viejo Garrett. Ha sido ese lado del fútbol el que llevó a Bill Shankly, mentor del gran Liverpool de los años setenta, a una célebre frase: "El fútbol no es un caso de vida o muerte, es mucho más que eso". O ha inspirado el poema de Carlos Drummond de Andrade: "¿Se juega el fútbol en el estadio? / El fútbol se juega en la playa,/ el fútbol se juega en la calle,/ el fútbol se juega en el alma". Es así y nadie lo ha dicho tan bien: el fútbol se juega en el alma. Lo saben los poetas a los que les gusta el fútbol y también los políticos, incluso a los que no les gusta, como parece que era el caso de Salazar y Franco, que, sin embargo, lo utilizaron.

Hace tiempo he visto un documental sobre la forma en que Hitler, Mussolini y Franco se han servido del fútbol. Pero también he visto el ejemplo del primer jugador austriaco, Mathias Sindelar, que, después de la anexión de su país, se negó a integrar la selección alemana y terminó siendo asesinado. Tiene hoy un monumento y es venerado como un símbolo de la resistencia austriaca.

Alfonso de Melo, en su notable Historia de la Selección Nacional de Fútbol, Cinco Escudos Azuis, recientemente publicada, cuenta un episodio poco conocido: el 30 de enero de 1938, antes de empezar un Portugal-España, algunos jugadores de la selección portuguesa se negaron a hacer el saludo fascista. Azevedo, del Sporting, no estiró los dedos; Quaresma, del Belenenses, se quedó firme, Simões y Amaro, también del Belenenses, levantaron los puños y fueron detenidos e interrogados por la policía política. Se estaba en plena guerra civil en España y éste fue un acto de gran coraje y simbolismo.

Las dictaduras han utilizado el fútbol. Todos lo sabemos. Pero tal vez sea tiempo de reflexionar sobre la irresistible promiscuidad que, en democracia, se verifica entre política y fútbol. La política se sirve del fútbol como nunca. Pero los dirigentes del fútbol también se sirven de la política. Lo que no es bueno ni para el fútbol ni para la política, mucho menos para la democracia. Con la connivencia de los media, principalmente de las televisiones, asistimos a una especie de futbolización de la vida, lo que degrada el fútbol y no mejora la vida. Tal vez sea una consecuencia de estos tiempos de vacío, de crisis de valores y convicciones, de la propia muerte de las utopías. Pero no diabolicemos el fútbol, el fútbol que continúa siendo fiesta, que se juega en el alma y que tanto nos implica. En el último Campeonato de Europa, hijos de inmigrantes de segunda y tercera generación, después de las brillantes victorias de Portugal, han descubierto sus raíces, se han envuelto en la bandera nacional y gritaron el orgullo de ser portugueses. Éste es el otro lado del fútbol, su fuerza, su contagio, su magia. Sin causas, las personas, sobre todo los jóvenes, concentran en el club o en la selección sus sueños y esperanzas. El club y la selección son una nueva forma de utopía. Tanto más intensa cuanto más grande es la duda sobre el futuro personal y la sensación de que el país tiene cada vez menos peso en los destinos del mundo. Lo que provoca dos sentimientos contradictorios; por un lado, un exacerbado patriotismo, y por otro, un nuevo cosmopolitismo, una especie de nueva Internacional, la Internacional del fútbol.

Es lo que ocurre ahora, cuando se inicia la Eurocopa. En cada selección se proyectan los sueños, la nostalgia y la esperanza de otro tiempo, otra vida, otra grandeza. Para mi generación, eso era la revolución. Para muchos, hoy, es la selección. Menos mal que la selección, por lo menos la selección, galvaniza y moviliza. Yo, portugués, me confieso: a pesar del aprovechamiento sin pudor del eslogan Força Portugal por la coalición de derechas, estoy de alma y corazón con la selección nacional, aquélla a quien Tavares da Silva llamó un día "el equipo de todos nosotros". Estaré con todos los que van a vestir la camiseta de Portugal. Por amor al fútbol. Porque el fútbol implica. Porque, se quiera o no, el fútbol es una forma de utopía. Y porque el poeta tiene razón: el fútbol se juega en el alma.


Manuel Alegre es vicepresidente del Parlamento portugués, escritor y poeta