domingo, diciembre 19, 2010

GORDILLO, EL VENDAVAL DEL POLÍGONO por Julio César Iglesias

Despertando de una pesadilla de casi 20 años, Rafael Gordillo inscribe su nombre como el presidente número 41 de la historia del Real Betis Balompié. Un mandato judicial lo ha empujado a asumir una responsabilidad de la que probablemente no salga bien parado, pero como decía Saramago “somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos; sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir”. Yo creo en Rafael Gordillo y punto. Su memoria y su sentido de la responsabilidad para con el Betis le han “obligado” a dar este paso tan importante en el peor momento posible, herido de muerte, aunque de situaciones límites este club sabe ya algo, quizá demasiado, pero mientras haya un bético existirá el Betis.

Por aquello de la memoria, subo este antiquísimo artículo con el perfil que trazó en su día Julio César Iglesias y que hoy me apetece recordar por si alguien ha olvidado, o no ha conocido, una "leyenda que recorre el mundo entero". Suerte Gordo.



Hay varias leyendas sobre el ilustre equilibrista sevillano Rafael Gordillo, y según se dice en los mentideros del barrio de Santa Cruz todas son verídicas. La primera de ellas explicaría su desvencijada elasticidad; esa especie de caos vertebral con que maniobraba por la zona izquierda de la cancha: pide la pelota, relaja los hombros en un inconfundible gesto de gato montés, y comienza a trepar por el aire. A partir de entonces se operaba una sorprendente transformación en su cuerpo. Aflojaba la nuca, forzaba ángulos y coyunturas y comienza a desarmarse taba a taba como si estuviera poseído por el esqueleto colgante de un gabinete de anatomía.

La facilidad conque plegaba y desplegaba la figura hizo pensar que tenía huesos de contorsionista. Así como una antigua leyenda taurina decía que los toros de Miura echan en el espinazo una pieza suplementaria que les permitiría girar el cuello unos grados más hasta alcanzar la femoral del torero, otra explica que, por un antiguo problema de nutrición, Rafa se quedó a medio calcificar y, armado de cartílagos por todas partes, se convirtió en un tiburón de agua dulce con la complicidad del Guadalquivir. Los hechos y las formas avalan esta hipótesis: en plena carrera parecía que el fémur se le doblaba por la mitad y engarzaba misteriosamente con una triple tibia de goma y un tobillo flácido. Sería este complicado juego mecánico lo que le permitiría llegar hasta la línea de fondo, accionar su pierna extensible, y rebañar el balón en los banderines como si fuese una tapa de menudillo.

Lejos de los actuales deportistas macrobióticos, este chico del Polígono San Pablo ha viajado tranquilamente por la cerveza y el humo. En realidad era idéntico a Puskas, Kubala, Garrincha y a todos aquellos seres superdotados que jugaron por cuenta propia y que el fútbol nunca logró reemplazar. Mientras los demás alcanzaban la meta sólo porque se habían llenado el depósito durante la semana, él se limita a perseguir la extenuación como si fuera un horizonte: llegaba arriba totalmente agotado, pero en un último esfuerzo volvía la cabeza y empleaba el resto de su alma en pedir la pelota y disparar a gol. Su problema es que en ningún momento aprendió a decir basta. Por eso a él nunca le sustituyeron: simplemente era evacuado por el entrenador.

Deportista preindustrial que, gracias a su corazón de oro y a sus coronarías de acero, logró prosperar en el imperio de la proteína. Desde la altura de sus noventa kilos, lo dijo el mejor Ruud Gullit cuando le preguntaron quién querría haber sido: "Yo quiero ser Gordillo", confesó. Briegel, Van Basten, Maldini y otros atletas evidentes habrían dicho lo mismo. ¿No quedábamos en que las bandas eran un dominio de los atletas diseñados por ordenador? ¿Qué pintaba en el fútbol ese muchacho de hueso que corre como si hubiera escapado de un campo de concentración? Gullit conocía la respuesta: el Gordo era nuestra última oportunidad de demostrar que el fútbol no lo inventó Arquímedes, sino Píndaro.

Dicho lo cual, sólo queda reconocer que es un privilegio haberlo visto desguazarse por las canchas, como un pequeño dinosaurio empeñado en escapar a su última glaciación.

jueves, diciembre 02, 2010

LA REFERENCIA por David Trueba

Creo que es la primera vez que se sube aquí un artículo en honor al inmenso Xavi Hernández. Simplemente imperdonable


Cualquiera que gusta de mirar las estrellas conoce el secreto. Al principio todo es un desorden de luces expandidas por la bóveda celeste. Pero si eres capaz de encontrar una referencia, entonces das con una disposición hasta ese momento oculta. Finalmente ahí está, trazado ese dibujo imaginario reconoces la constelación, te familiarizas con ella e incluso en las noches solitarias, mirarla, ubicarla, reconocerla, es la mejor compañía. Pero nada sería posible si no logras establecer la referencia, la primera luz que tiene sentido, que ordena a todas las demás.

El fútbol y la astronomía tienen poco en común, salvo que en ambos casos, las estrellas parecen protagonistas exclusivos. Pero para establecer un dibujo lógico la referencia es imprescindible. Y ahí es donde Xavi Hernández resulta ser un futbolista prodigioso. Porque ordena la lógica de un sistema desde su colocación referencial. No me digan por qué, pero cuando miro al mejor Barcelona o a la mejor selección española de nuestra historia, cuando logro evadirme del rodar de la pelota, siempre busco a Xavi. Porque desde él comprendemos la constelación completa.

No creo que tenga sentido entregarle a otro futbolista este año el Balón de Oro. Los premios son caprichosos, pero tarde o temprano se dan de bruces contra el sentido común. Puede que suceda este curso, si no, quizá habrá que esperar a que Xavi se retire para darnos cuenta de lo que ha significado. Existen pocos ejemplos de alguien que haya ejercido un orden tan exacto en el juego, que haya potenciado en tal medida las cualidades de sus compañeros, que haga una lectura de los ritmos y cadencias de un partido. Cuando él no está sobre el campo, y en las últimas semanas los dolores del talón de Aquiles le han apartado del juego, hay algo espeso, indescifrable en la bajada de rendimiento de los equipos que lidera.

Xavi se ofrece como un faro. Igual que él, se permite rotar en redondo, ofreciéndose a los compañeros para la entrega, la pared, el desahogo de la presión. Tiene algo en su manera de utilizar la pierna derecha que recuerda a los jugadores de cesta-punta. Como ellos en el frontón, Xavi recoge la pelota, la guarda un instante, la retrae con la pierna y la lanza al lugar exacto. Convierte las opciones de ataque en una fiesta alegre, que al fin y al cabo es lo que significa en euskera jaialai.

Se sabe que Xavi es razonable, divertido, burlón, respetuoso y de una asombrosa discreción fuera del campo. No se le conoce desplante ni salida de tono. En el campo mantiene ese perfil bajo, que a tantas estrellas de escaparate puede irritar, pero que basa su eficacia en el trabajo bien hecho, no en las labores de propaganda ni peluquería llamativa. Xavi mezcla una novedosa categoría de clase obrera con estilo. De medio campo hacia arriba, la posición que ganó cuando sus equipos encontraron a jugadores que guardaran su espalda con equilibrio y buena colocación, sabe utilizar los cambios de orientación, las aperturas y el pase en profundidad como muy pocos jugadores son capaces.

Pocas veces un jugador representará tanto un estilo de juego. Cuando Xavi deje el fútbol, el error será tratar de buscarle un sustituto. Será más sencillo variar el esquema, compensarlo en otra dirección, porque él se ha erigido en la referencia absoluta desde la cual entender el dibujo. Preside, al primer vistazo, la constelación que organiza. Sostiene el invento sin aspavientos, apenas ligeramente el pelo negro en punta hacia arriba, evitando el contacto frontal con el rival, encontrando la salida ladeada, la combinación ligera, la rotación. A veces el fútbol parece tan sencillo jugado por él que puede que algún jurado experto no repare en su valor, pero los que miramos como simples aficionados, vaya si notamos la presencia. Pasa en el mundo del arte, se asoma un amante sin pretensiones y ve algo que los demás tenían oculto bajo teorías y palabrería. Tampoco ningún premio alcanzará a rozar la gloria que él ha dado a su equipo de toda la vida y a la selección española, barriendo como un radar todas las posibilidades ofensivas hasta encontrar la opción precisa. No lo duden, en la noche oscura del juego, busquen a Xavi, la referencia.

domingo, agosto 22, 2010

GUARDIOLA SEGÚN TRUEBA (DAVID, CLARO)


Aparecen en El País Semanal, a una semana de comenzar La Liga, una entrevista a Mourinho y un reportaje sobre Guardiola. Me quedo con este último, realizado por David Trueba, no sólo por el contenido, sino por la calidad formal del propio artículo. Posiblemente pueda pensarse en una visión edulcorada del personaje, Trueba es muy amigo de Guardiola. O tal vez no, pero sigue siendo interesante poder leer estas visiones del mundo del fútbol un tanto alejadas de lo convencional.

Creo que este blog no es sospechoso de subirse al carro de la reciente idolatría por Guardiola, ya que ha sido uno de los personajes fetiche mucho antes de su llegada triunfal al banquillo del FC Barcelona. A estas alturas, con dos años impresionantes, queda evidenciada una saturación del halago, ya saben, ese exceso puede llevar incluso al aborrecimiento, pero eso es lo que tienen las victorias y los caballos ganadores. No obstante, el fondo de todo sigue siendo el mismo, y por eso aquí seguirá despertando el mismo interés que cuando se pasó casi un año en la grada por extrañas lesiones, que dieron lugar a multitud de insinuaciones malintencionadas, posiblemente fomentadas por muchos de los que hoy se rompen la camisa por decir que siempre han sido, son y serán defensores del "Guardiolismo" (permítanme la licencia), con todo lo que eso conlleva.

Como espectador totalmente ajeno a cualquier tipo de filiación sentimental por el Barça, ni por el Madrid, tengo curiosidad por ver como se ataca a Guardiola si algún día su equipo deja de ganar. Más allá de los códigos normales que se manejan en las victorias y en las derrotas, tengo la impresión que, por muchos motivos, sus tiras de pellejo se rifarían, llegado el caso, en las cavernas mediáticas de todos los colores.

Después de haberme dispersado mucho retomo el post. Por la extensión del reportaje dejo el enlace por si a alguien pudiera interesarle:


Y a todo esto, creo que David Trueba es muy bueno.

martes, julio 13, 2010

EL REINO MÁGICO por Eduardo Galeano

El Mundial según Galeano y su catálogo de insólitos. Grande!



Pacho Maturana, colombiano, hombre de vasta experiencia en estas lides, dice que el futbol es un reino mágico donde todo puede ocurrir.

El Mundial reciente ha confirmado sus palabras: fue un Mundial insólito.

• Insólitos fueron los 10 estadios donde se jugó, hermosos, inmensos, que costaron un dineral. No se sabe cómo hará Sudáfrica para mantener en actividad esos gigantes de cemento, multimillonario derroche fácil de explicar pero difícil de justificar, en uno de los países más injustos del mundo.

• Insólita fue la pelota de Adidas, enjabonada, medio loca, que huía de las manos y desobedecía a los pies. La tal Jabulani fue impuesta, aunque a los jugadores no les gustaba ni un poquito. Desde su castillo de Zurich, los amos del futbol imponen, no proponen. Tienen costumbre.

• Insólito fue que por fin la todopoderosa burocracia de la FIFA reconociera, al menos, al cabo de tantos años, que habría que estudiar la manera de ayudar a los árbitros en las jugadas decisivas. No es mucho, pero algo es algo. Ya era hora. Hasta estos sordos de voluntaria sordera tuvieron que escuchar los clamores desatados por los errores de algunos árbitros, que en el último partido llegaron a ser horrores. ¿Por qué tenemos que ver en las pantallas de televisión lo que los árbitros no vieron y quizá no pudieron ver? Clamores de sentido común: casi todos los deportes, el basquetbol, el tenis, el beisbol y hasta la esgrima y las carreras de autos, utilizan normalmente la tecnología moderna para salir de dudas. El futbol, no. Los árbitros están autorizados a consultar una antigua invención llamada reloj para medir la duración de los partidos y el tiempo a descontar, pero de ahí está prohibido pasar. Y la justificación oficial resultaría cómica, si no fuera simplemente sospechosa: el error forma parte del juego, dicen, y nos dejan boquiabiertos descubriendo que errare humanum est.

• Insólito fue que el primer Mundial africano en toda la historia del futbol quedara sin países africanos, incluyendo al anfitrión, en las primeras etapas. Sólo Ghana sobrevivió, hasta que su selección fue derrotada por Uruguay en el partido más emocionante de todo el torneo.

• Insólito fue que la mayoría de las selecciones africanas mantuvieran viva su agilidad, pero perdieran desparpajo y fantasía. Mucho corrieron, pero poco bailaron. Hay quienes creen que los directores técnicos de las selecciones, casi todos europeos, contribuyeron a este enfriamiento. Si así fuera, flaco favor han hecho a un futbol que tanta alegría prometía. África sacrificó sus virtudes en nombre de la eficacia, y la eficacia brilló por su ausencia.

• Insólito fue que algunos jugadores africanos pudieran lucirse, ellos sí, pero en las selecciones europeas. Cuando Ghana jugó contra Alemania se enfrentaron dos hermanos negros, los hermanos Boateng: uno llevaba la camiseta de Ghana y el otro la de Alemania.

De los jugadores de la selección de Ghana, ninguno jugaba en el campeonato local de Ghana.

De los jugadores de la selección de Alemania, todos jugaban en el campeonato local de Alemania.

Como América Latina, África exporta mano de obra y pie de obra.

• Insólita fue la mejor atajada del torneo. No fue obra de un golero, sino de un goleador. El atacante uruguayo Luis Suárez detuvo con las dos manos, en la línea del gol, una pelota que hubiera dejado a su país fuera de la Copa. Y gracias a ese acto de patriótica locura, él fue expulsado, pero Uruguay no.

• Insólito fue el viaje de Uruguay, desde los abajos hasta los arribas. Nuestro país, que había entrado al Mundial en el último lugar, a duras penas, tras una difícil clasificación, jugó dignamente, sin rendirse nunca, y llegó a ser uno de los mejores. Algunos cardiólogos nos advirtieron, desde la prensa, que el exceso de felicidad puede ser peligroso para la salud. Numerosos uruguayos, que parecíamos condenados a morir de aburrimiento, celebramos ese riesgo, y las calles del país fueron una fiesta. Al fin y al cabo el derecho a festejar los méritos propios es siempre preferible al placer que algunos sienten por la desgracia ajena.


Terminamos ocupando el cuarto puesto, que no está tan mal para el único país que pudo evitar que este Mundial terminara siendo nada más que una Eurocopa. Y no fue casual que Diego Forlán fuera elegido mejor jugador del torneo.

• Insólito fue que el campeón y el subcampeón del Mundial anterior volvieron a casa sin abrir las maletas.

En el año 2006, Italia y Francia se habían encontrado en el partido final. Ahora se encontraron en la puerta de salida del aeropuerto. En Italia, se multiplicaron las voces críticas de un futbol jugado para impedir que el rival juegue. En Francia, el desastre provocó una crisis política y encendió las furias racistas, porque habían sido negros casi todos los jugadores que cantaron la Marsellesa en Sudáfrica.

Otros favoritos, como Inglaterra, tampoco duraron mucho. Brasil y Argentina sufrieron crueles baños de humildad. Medio siglo antes, la selección argentina había recibido una lluvia de monedas cuando regresó de un Mundial desastroso, pero esta vez fue bienvenida por una abrazadora multitud que cree en cosas más importantes que el éxito o el fracaso.

• Insólito fue que faltaran a la cita las superestrellas más anunciadas y más esperadas. Lionel Messi quiso estar, hizo lo que pudo, y algo se vio. Y dicen que Cristiano Ronaldo estuvo, pero nadie lo vio: quizás estaba demasiado ocupado en verse.

• Insólito fue que una nueva estrella, inesperada, surgiera de la profundidad de los mares y se elevara a lo más alto del firmamento futbolero. Es un pulpo que vive en un acuario de Alemania, desde donde formula sus profecías. Se llama Paul, pero bien podría llamarse Pulpodamus.
Antes de cada partido del Mundial, le daban a elegir entre los mejillones que llevaban las banderas de los dos rivales. Él comía los mejillones del vencedor, y no se equivocaba.

El oráculo octópodo influyó decisivamente sobre las apuestas, fue escuchado en el mundo entero con religiosa reverencia, fue odiado y amado, y hasta calumniado por algunos resentidos como yo, que llegamos a sospechar, sin pruebas, que el pulpo era un corrupto.

• Insólito fue que al fin del torneo se hiciera justicia, lo que no es frecuente en el futbol ni en la vida.

España conquistó, por primera vez, el campeonato mundial de futbol.

Casi un siglo esperando.

El pulpo lo había anunciado, y España desmintió mis sospechas: ganó en buena ley, fue el mejor equipo del torneo, por obra y gracia de su futbol solidario, uno para todos, todos para uno, y también por las asombrosas habilidades de ese pequeño mago llamado Andrés Iniesta.

Él prueba que a veces, en el reino mágico del futbol, la justicia existe.

* * *

Cuando el Mundial comenzó, en la puerta de mi casa colgué un cartel que decía: Cerrado por futbol.

Cuando lo descolgué, un mes después, yo ya había jugado 64 partidos, cerveza en mano, sin moverme de mi sillón preferido.

Esa proeza me dejó frito, los músculos dolidos, la garganta rota; pero ya estoy sintiendo nostalgia.

Ya empiezo a extrañar la insoportable letanía de las vuvuzelas, la emoción de los goles no aptos para cardiacos, la belleza de las mejores jugadas repetidas en cámara lenta. Y también la fiesta y el luto, porque a veces el futbol es una alegría que duele, y la música que celebra alguna victoria de ésas que hacen bailar a los muertos suena muy cerca del clamoroso silencio del estadio vacío, donde ha caído la noche y algún vencido sigue sentado, solo, incapaz de moverse, en medio de las inmensas gradas sin nadie.

Eduardo Galeano, escritor uruguayo

lunes, julio 12, 2010

CAMPEONES DEL MUNDO


Por aquellos que no pudieron vivirlo y sentirlo después de tantas decepciones acumuladas.

martes, julio 06, 2010

MARADONA Y NOSOTROS por Ricardo Foster

Una mirada desde Argentina. Publicado en Página 12
Pasó, para los argentinos, el Mundial, se acabó, por ahora, la ilusión de la redención maradoniana. Duró, el sueño, hasta el fatídico sábado gracias a algunas pinceladas dejadas al correr de los partidos y por la electricidad que recorrió la pasión futbolera de un país que ha sabido de triunfos colosales, de goles inolvidables y de frustraciones memorables que dejaron sus marcas bien adentro de la memoria y de la sensibilidad. Los sueños compartidos, siempre, se entrelazan con las huellas de lo vivido, son la manifestación de una extraña alquimia de ilusiones y de realidades. Su potencia tiene que ver con esos orígenes y con esos trazos dejados en la memoria colectiva por otras circunstancias. Por eso también su desvanecimiento produce un efecto devastador, nos deja con el alma en los pies y con la frustración a cuestas sabiendo que la revancha es un consuelo que queda demasiado lejos. Pero que, de eso también algo sabemos, suele regresar cuando menos la esperamos y nos devuelve la alegría perdida en medio de la derrota actual. Nuestro fútbol, como nuestra historia, está atravesado por esos momentos en los que la felicidad y el dolor han dejado marcas imborrables.

Una pasión que conmueve la vida cotidiana, que altera los ánimos y le da forma, muchas veces, al carácter nacional no puede ser la expresión de lo rutinario ni asumir la forma burocrática de quienes no sienten hasta el fondo de sus almas la significación de un deporte que es más que un juego, mucho más que un entretenimiento o que la retórica del fair play; que pone en evidencia lo visceral y lo emotivo, lo racional y lo imaginativo y que se entrelaza con recuerdos y biografías de cada uno de nosotros. Porque, pese a algunos periodistas que se ofrecen como sesudos analistas de la derrota, que siempre es ajena, a muchos de nosotros el 4 a 0 contra Alemania nos atraviesa el cuerpo y los sentimientos, nos hace retrotraernos a lo más recóndito de nuestra memoria futbolística y nos pone delante de una historia maravillosa allí, incluso, donde la frustración, la cachetada destemplada, el golpe de nocaut, la humillación de resultados calamitosos, se conjuga con gambetas inigualables, tacos para la historia y triunfos espléndidos de esos que muy pocos en el mundo pueden ofrecer como propios. Las derrotas también dejan sus marcas y asumen la forma del mito, están allí para recordarnos lo que solemos olvidar de nosotros mismos. Son parte de lo que somos y de lo que podremos ser si no las olvidamos ni dejamos de aprender de sus enseñanzas. Los ojos abiertos por el dolor suelen mirar más intensamente que los que nunca lo conocieron. Y también por eso las victorias, como las alegrías, se disfrutan mucho más. El técnico, único e irreemplazable, de nuestra Selección sabe algo de todo esto. Lo sabe porque lo vivió en carne propia. Y todo eso lleva el nombre de Maradona. El, como ninguno, representa las alturas más gloriosas de nuestro fútbol-poesía, ha sido el nombre de lo más entrañable que habita la saga de nuestro fútbol porque no sólo él fue el creador de un gol eterno, el pibe de los cebollitas que como un mago salido de un circo universal maravillaba con el jueguito interminable que le permitía hacer cualquier cosa con su máximo objeto de devoción que fue y es una pelota de fútbol. Maradona es Villa Fiorito, los picados del pobrerío, la palabra rea, esa que nos ha dejado sentencias únicas, aquel que la rompió en la vieja cancha de La Paternal, que se convirtió, para todo el pueblo napolitano, en un semidios, aquel que redimió a los pobres del sur italiano contra los siempre triunfadores habitantes del norte; fue el de las lágrimas de bronca en la final del ’90, el de los tobillos reventados dando su último esfuerzo, el amado por los humildes y el odiado por los dueños del negocio. También fue el de la caída, el de una vida privada saqueada por la brutalidad amarillista de los medios de comunicación, el de una adicción que le robaba su palabra y le ofrecía el rostro espantoso de la desolación. Fue eso y mucho más. El triunfo deparado a los olímpicos, a los elegidos de los dioses y el que pagó el precio terrible de ser quien fue y quien es. Maradona lleva a cuestas el peso de ser Maradona y, eso creo, lo hace con una dignidad que muy pocos tienen; lo hace con la integridad de los que han conocido el cielo y el infierno, las máximas alturas del éxito y de los elogios rutilantes y su contracara, la caída en abismo, la soledad, la venganza de los mediocres que nunca han dejado de maltratar a Maradona en sus momentos de inquietante debilidad o en circunstancias signadas por la derrota, la futbolera y, peor todavía, la de la vida. Maradona ha sido el del milagro que le permitió reconstruirse, ese mismo que desmintió a los agoreros que se solazaban con su derrumbe. En él, en su travesía extrema y extraordinaria por una cancha de fútbol y por el laberinto de la vida, metabolizó lo impensado de quien ha sabido revertir sus propias ausencias. Hay algo de todos nosotros en el zigzagueo maradoniano, algo de ese juego con los extremos que ha venido marcando la vida argentina desde siempre. Una gramática del exceso, un fervor por el que se paga un altísimo precio cuando llega la hora de la derrota, pero que nos ha permitido disfrutar con una intensidad única cuando llegaron los días del júbilo. Arrepentirse de esa trama profunda que nos constituye me resulta algo vacuo, insustancial e indeseable. Somos, qué duda cabe, la ilusión y la frustración, el empeño por hacernos cargo de lo mejor de una historia pigmentada por sueños a veces inalcanzables y la imperiosa necesidad de hacernos cargo de nuestras imposibilidades.

Algo de lo extremo, de eso que siempre acompañó a Diego, parece dar cuenta de nuestras vicisitudes, como si no nos convinieran el equilibrio ni el consenso. Todo o nada. El itinerario de Maradona se entrelaza con el del país, juega en espejo y nos muestra imágenes de nosotros mismos. Sus éxitos y sus derrotas no parecen ser muy distintas a las que nos acompañaron a lo largo de la historia. Supimos de momentos espléndidos, de mundos populares alcanzando cotas de equidad, que dejaron sus huellas en lo más profundo de la memoria colectiva (y el Maradona de los suburbios populares, el amasado en los potreros del pobrerío, el del lenguaje reo, el que siempre estuvo más cerca de Garrincha que de Pelé representa una parte no menor de esa memoria de un pasado mejor); supimos, también, de descensos al infierno, de horrores dictatoriales y de masivas destrucciones de nuestros sueños en distintas circunstancias de nuestra travesía como nación. Conocimos la esperanza y supimos del desencanto, tocamos los resortes más íntimos de la ilusión y nos descubrimos en medio de la pesadilla. Como país tuvimos, y tenemos, algo maradoniano, imposible, loco, entrañable, inesperado que no sabe de puertos intermedios, de maquinarias que siempre funcionan de la misma manera. Conocimos la improvisación genial y el desastre de la improvisación. Jugamos en equipo y nos embelesamos ante la aparición del genio que, él solo, resolvía partidos. Tal vez nuestro problema radique en no lograr que se crucen más y mejor ambos caminos. Tal vez ése fue el error de Maradona en este Mundial: imaginar que Messi era como él, que los mitos se repiten y que las epopeyas están a la vuelta de la esquina. A Messi, como a la historia argentina, le pesa la sombra del mito, el recuerdo de lo maravilloso perdido que, sin embargo, sigue insistiendo. Todos, sabiéndonos portadores de una vana ilusión, soñábamos el sábado en medio de lo que parecía un desastre, con la jugada maradoniana hecha por Messi, con esa gambeta increíble reproducida 24 años después. Claro, descubrimos que los acontecimientos inolvidables son únicos y no se repiten o, al menos, no cuando los esperamos.

Messi no es Maradona, no puede serlo. Su vida, el itinerario que lo llevó, siendo un chico, desde su Rosario natal hacia Barcelona no tiene nada que ver con los pasos seguidos por Diego. En Maradona hay todavía un resto de otro país, la saga mutilada de viejas historias populares, el camino desde la pobreza hacia la cumbre, la fidelidad a los orígenes que siempre se denuncia en sus momentos de arrebato, allí donde suele cincelar frases filosas y memorables como aquella que para siempre nos recordó “que la pelota no se mancha”. Messi, que es un buen chico, humilde pese a ser quien es, tiene más que ver con el futbol espectáculo, con Europa, con las canchas armónicas y prolijas, de esas que parecen mesas de billar y que nada tienen que ver con las nuestras (muchas veces impresentables y salpicadas por la violencia y lo delincuencial, pero también portadoras de la memoria del potrero). Y sin embargo Messi, de un modo notable, guarda en sus genes aquello mismo que hizo posible un Maradona. Quizás, como en una antigua tragedia griega, su hora sólo podrá llegar cuando la sombra del otro dios le deje ocupar su propio lugar bajo el sol. ¿Será dentro de cuatro años?

Ricardo Foster es Doctor en Filosofía, profesor de la UBA

miércoles, junio 30, 2010

PREFERENCIAS por Enric González

No tiene ningún sentido colgar aquí los artículos que Enric González está ofreciendo durante la Copa del Mundo porque para eso está su propio blog, pero leyendo la pieza que ha dejado hoy no quiero que se quede fuera de este sitio. Si yo tuviera talento para poner en orden mis ideas y saber expresarlas de esta manera hubiera escrito este artículo palabra por palabra y punto por punto. Coincido hasta con la "tontería" del anuncio de Quilmes.

Nota: Está feo hablar de uno mismo (que se lo pregunten a Eduardo Inda), pero permítanme el ataque de egocentrismo, cualquier futbolero lo entenderá bien, y es que este año tuve la oportunidad de participar en el comercial de Quilmes para el mundial 2010. Un simple extra que hacía bulto, obviamente, pero para mí se queda.

Rodaje del anuncio de Quilmes. Buenos Aires, abril 2010.

La pasión patriótica nunca me ha tirado mucho. Yo creo que con un poco de civismo, con no defraudar a Hacienda y con no hacer demasiado la puñeta a los demás uno cumple razonablemente como ciudadano. Me supera la cosa del patriotismo, lo de inflamarse a la vista de una bandera (cualquiera de ellas) o lo de atribuir cualidades antropológicas o morales a un concepto tan abstracto como el de “nación”.

Lo cual no significa que no me guste que gane España. Me gusta. Me alegra por mí y por la mayoría de mis conciudadanos. Y por mi mujer, muy forofa de este equipo. Reconozco, sin embargo, que las victorias de España me parecen ligeramente menos embriagantes que las de mi club. Y las derrotas (confiemos en que no lleguen), menos dolorosas.

Será, tal vez, porque al club lo elige uno mismo, mientras que con la selección hay lo que hay. O será que siento afecto, en mayor o menor medida, por más de una selección. Simpatizo con Italia, porque llevo años siguiendo con fruición (ya sé que suena a contrasentido) el fútbol italiano. Simpatizo con Inglaterra, porque la anglofilia no se me va a curar ya nunca. Simpatizo con Argentina por muchísimas razones, algunas tan nimias como los anuncios mundialistas de la cerveza Quilmes o por el ronco “vamos, vamos”. Antes simpatizaba con Alemania, pero me libré de esa rareza en el Mundial de 1982. Reconozco, sin embargo, que la Alemania de este año es simpática y atractiva.

De los partidos que quedan ahora, me gustaría que Holanda ganara a Brasil. Por simple deformación profesional: la gente de mi oficio vive de las sorpresas, porque son noticia. Y Brasil lleva tiempo ganando mucho y ofreciendo poco.

Con Uruguay-Ghana voy a llevarme un disgusto, pierda quien pierda.

Argentina debería eliminar a Alemania, porque de lo contrario existiría el riesgo de que Alemania, que aún puede crecer mucho, ganara dos Mundiales seguidos: este y el próximo.
Lo siento por Paraguay; soy del Espanyol y uno de mis héroes de infancia fue el paraguayo Cayetano Re, pequeño ariete de los “Delfines”, pero España es mejor y sufriría más que Paraguay con la decepción de la derrota.

Si las cosas salieran a mi gusto (cosa que jamás ha ocurrido), disfrutaría como un enano con la semifinal España-Argentina. Volvemos a lo del principio: es una suerte contemplar un partidazo sin miedo a sufrir uno de esos íntimos desgarros patrióticos que, según dicen, duelen muchísimo.

sábado, junio 12, 2010

LA PASIÓN YA TIENE SENTIDO por Carlos Boyero

Afirmaban en El secreto de sus ojos que una de las escasas pasiones irrenunciables y que perdura durante toda la existencia es la fidelidad a tu equipo de fútbol. Certidumbre inapelable para cualquier mediano conocedor de la naturaleza humana. Como todas las pasiones a veces puede hacer daño, sentir amargura, atravesar tiempos duros, pero no hay forma de que te abandone. Aunque te machaque, te sentirías perdido y vacío sin ella. No hace falta ser masoquista para comprobarlo.

Imagino que la memoria más poderosa y emotiva esta asociada al nacimiento de los hijos. También a la pérdida de la gente que quieres. Yo puedo haber olvidado fechas trascendentes, pero recuerdo nítidamente mis antiguos estados de ánimo, mis circunstancias, las personas y las sensaciones que formaban mi universo, el lugar donde me encontraba, al hacer memoria de los campeonatos mundiales de fútbol desde 1966. Es mi particular sabor de la magdalena al mojarla en una tisana para evocar el tiempo perdido.

El llanto del cañonero Eusebio al ser eliminado Portugal, Beckenbauer con el brazo en cabestrillo repartiendo juego con modales aristocráticos en el partido más emocionante y grandioso que he visto nunca, las jugadas inverosímiles de Pelé en México, los prodigiosos regates y el cambio de ritmo de Cruyff, la desolación de los creadores del fútbol más deslumbrante (Francia y Brasil en el Mundial de España) al ser injustamente derrotados por los panzers alemanes y el oportunismo italiano, la facultad de Maradona en su segundo Mundial para hacerte creer en lo increíble, son momentos que me sirven para reconstruir con el realismo de una fotografía lo que era entonces mi existencia.

Nunca he sentido desencanto con la selección española, ya que jamás estuve encantado con ella. No por sectaria militancia antinacionalista, sino porque la admiración y el amor eran imposibles. Detestaba eso tan abstracto de la furia. También el triunfalismo estúpido, la fatigosa verbena patriotera asegurando los imposibles milagros, el victimismo, el baboseo, el discurso paleto de los corifeos y la indignación de las plañideras ante esa conjura de los elementos que siempre se cebaba con España, la imagen grotesca de Manolo el del Bombo. Pero hace dos años la Bella desterró a la Bestia. Es precioso ver jugar a esta selección. Sería impagable para la estética y para la ética del fútbol que ganara el Mundial. Pero, aunque pierda, ya he encontrado otra pasión perdurable.

miércoles, junio 09, 2010

SIMULACROS E IMPOSTORES por Javier Marías

Por diversos motivos tengo la impresión que el artículo de Marías levantará algunas ampollas.

Quienes entienden poco de fútbol aseguran que se puede disfrutar un encuentro sólo por el buen juego, sin tomar partido por ningún contendiente. Nada me parece más improbable. Cuando se enfrentan dos equipos que en verdad me son indiferentes; cuando me trae sin cuidado cuál gane y además no logro que las circunstancias ni los elementos extradeportivos me lleven a preferir la victoria de ninguno, acabo por aburrirme, así nos brinden grandes goles y combinaciones. Por fortuna eso no me ocurre apenas: casi siempre hay algo, aunque sea sólo un detalle, que me hace inclinarme por uno de los contrincantes. Está a punto de comenzar el Mundial de Sudáfrica, y en esos torneos puede uno vérselas y deseárselas para decidir si quiere que venzan Chile u Honduras, Costa de Marfil o Corea del Norte, Paraguay o Nueva Zelanda. Tiene que recurrir a cosas nimias: he estado una vez en Chile, Corea del Norte es una dictadura brutal, uno de mis maestros era neozelandés de nacimiento, da lo mismo. Una vez que uno resuelve apoyar a alguien, la diversión es mayor, está asegurada.

Más arduo es el asunto cuando lo que uno quisiera es que perdieran los dos rivales, cuando ambos le caen como un tiro. Es lo que me sucedió hace dos semanas durante la Final de la Copa de Europa (me niego a llamarla esa pavada de Champions League), entre el Bayern Múnich y el Inter de Milán. Como madridista veterano, a los dos les tenía antipatía: con el Bayern hay una larga lista de agravios, en forma de derrotas, alguna humillación incluida, y de broncas e incidentes, si bien uno de los más sonados fue culpa de aquel jugador del Madrid que más parecía del Atlético y que a menudo nos avergonzaba a los merengues fetén, Juanito Gómez. En cuanto al Inter, para los de antigua memoria es imposible olvidar el disgusto que nos dio en la niñez, cuando hundió por 3-1 al Madrid en la Final europea de 1964, con la agravante de que aquel partido determinó la salida de Di Stéfano, el mejor futbolista de la historia y nuestro ídolo de entonces. Los dos entrenadores me parecen odiosos, Van Gaal y Mourinho, sólo uno más podría hacerles sombra en el terreno de lo desagradable, Ferguson, del Manchester United. Son bordes y engreídos y poco elegantes, y el juego de sus equipos suele ser feo y soporífero, algo que en modo alguno compensa su ocasional eficacia. Como cuando escribo esto se cernía la amenaza de que Mourinho fuese fichado por el Madrid –ay, me temo que ya se haya consumado–, intenté pensar qué era mejor para la evitación de esa catástrofe, que a muchos madridistas nos obligaría a replantearnos la fidelidad al color blanco. Tampoco esa consideración me ayudó: si el Inter perdía, quizá el Madrid juzgase que Mourinho no era infalible y echase marcha atrás en su decisión de contratarlo; pero si el Inter ganaba, era posible que el club milanés hiciera lo indecible por retenerlo, y que el propio entrenador sintiera la tentación de defender, la temporada próxima, el título conquistado en esta, para demostrar que no había sido azaroso.
Estaba tan aburrido durante el primer cuarto de hora, con tanta neutralidad negativa, que me dediqué a contar cuántos jugadores alemanes había en el Bayern, cuántos italianos en el Inter y cuántos extranjeros en cada uno. Y fue así como encontré a mi “favorito”. El Bayern alineaba a cinco alemanes y a seis extranjeros; el Inter, a once de estos últimos y a ni un solo italiano. Un equipo de Milán, entre cuyas viejas glorias había magníficos futbolistas como Facchetti, Mazzola y Burgnich. ¿Qué sentido tenía? De aquellos once extranjeros, además, ocho ni siquiera eran europeos … y se estaba ventilando la Copa de Europa: cuatro argentinos, tres brasileños y un camerunés en sus filas. Y aún es más, en su plantilla, por lo que yo sé, solamente hay tres italianos: el portero Toldo, el negro Balotelli, al que muchos de sus compatriotas racistas niegan la nacionalidad, y el veteranísimo y sucísimo defensa Materazzi, el mismo que insultó gravemente a Zidane en la Final del Mundial de 2006 y que recibió de éste un merecido cabezazo. A partir de aquel instante ya no tuve duda, pese a Van Gaal y a las muchas afrentas sufridas por el Madrid a sus manos o a sus pies: iría con el Bayern, sin vuelta de hoja. Quién me iba a decir que acabaría apoyando a una de nuestras “bestias negras”.

Hay un tipo de público joven, a buen seguro, al que le resulta indiferente la procedencia de los jugadores que representan a su equipo y a su ciudad, en consecuencia. Pero los clubs de fútbol son eso, de las ciudades, y en origen se trataba de dilucidar los de cuál eran mejores. Este deporte es un espectáculo y mueve mucho dinero, y los grandes y los pequeños equipos fichan a quienes contribuyen a la obtención de victorias, así ha sido siempre. Pero con una base imprescindible, si no de la ciudad cuyo nombre llevan, al menos sí del país al que pertenecen. Seré anticuado, pero no conseguiría verle la gracia a que el Real Madrid ganase títulos con una alineación de sudamericanos, como la de este simulacro de Inter desnaturalizado, en la que no figuraran un Casillas, un Guti, un Raúl, un Albiol, un Arbeloa, un Granero o un Ramos. Si aterriza Mourinho en nuestro equipo, nadie nos asegura que no vayamos a ver un domingo tras otro, vestidos de blanco, a once mozos impostores del sertón y de la pampa.

Javier Marías es escritor

jueves, junio 03, 2010

CABELLO Y AUTORIDAD por Enric González

En "Dibuje maestro" vuelve la historia de Gigi Meroni, uno de los motivos principales para que un día empezara a recopilar aquellas Historias de Calcio.
Nota: a petición de "anónimo" se respetan los enlaces.
Ya se ha hablado otras veces de Gigi Meroni, “la mariposa grana”, y de su vida trágica. Niño pobre y huérfano, adolescente con gran talento artístico (el propio Guttuso, no confundir con Gattuso, elogió sus pinturas juveniles), sensacional futbolista precoz, fue a principios de los 60 la gran esperanza del “calcio” italiano. Y el ídolo del Torino, donde todavía queda algún viejo seguidor que llama “gigi” a las mariposas.

También se ha contado la muerte de Meroni. El 15 de octubre de 1967, el Torino ganó en casa a la Sampdoria. A la salida del estadio, “la mariposa grana” fue atropellada y destrozada por el coche de un joven aficionado del Torino que acababa de sacarse el carné de conducir. El cadáver fue velado en la sede del club. El aficionado que mató a Meroni se llamaba Attilio Romero y muchos años después consiguió ser presidente del Torino y conducirlo, en 2005, a la quiebra.
Gigi Meroni no alcanzó la fama internacional por ser pecador, extravagante y, en último extremo, melenudo. Podía haber sido una de las revelaciones del Mundial de 1966. Y, en cambio, fue el maldito entre los malditos. Fue quien más cara pagó la increíble derrota y eliminación de Italia frente a Corea del Norte. Sin jugar ni un minuto de partido.

En la primavera de 1966, Meroni jugaba todavía en la “selección B”, una mezcla de jóvenes y segundones. Tras una exhibición fabulosa contra “Bélgica B”, el 13 de marzo, el seleccionador Edmondo Fabbri no tuvo más remedio que incluirle en las convocatorias de preparación para el Mundial de Inglaterra. Meroni hizo partidazos contra Bulgaria y Argentina, mientras en la Liga Italiana Juventus y Nápoles intentaban comprarlo por cifras nunca barajadas en el “calcio”: fue el primer jugador por el que se ofrecieron mil millones de liras.

Pero “la mariposa grana” no gustaba a la gran mayoría católica y democristiana de la Italia de la época. Vivía en pecado con una mujer casada (no existía el divorcio), leía poesía contracultural, prescindía de la religión, desafiaba las convenciones (existe una famosa foto en la que pasea a una gallina por la calle como si fuera un perro), fumaba porros, vestía prendas multicolores y llevaba el cabello largo.

Tampoco resultaba cómodo para los técnicos. Nadie se ponía de acuerdo en si era extremo derecho, hombre de área o mediapunta “fantasista”. Era un regateador endiablado (al gran Fachetti le hizo un “sombrero” histórico) y un centrador de alta precisión, pero también un creador de fútbol. Y carecía de instinto asesino. Se negaba a lanzar penaltis porque le parecía abusar del pobre portero.

Fabbri, el seleccionador nacional, era un hombre de declaraciones avasalladoras con una íntima inseguridad. Insultaba a cualquiera que le sugiriera una alineación o una táctica, y luego, a solas, no conseguía decidirse. Fabbri anunció que se llevaría a Meroni al Mundial, con una única condición: que Meroni llevara el cabello corto, como los demás. Meroni no se cortó la melena. Fabbri, sin embargo, no se atrevió a excluirle de la convocatoria definitiva.

El seleccionador cedió, pero no perdonó. En el primer partido, contra Chile, que Italia ganó de mala manera, Meroni se quedó en el banquillo. En el segundo, contra la URSS, un equipo rocoso cuyos jugadores lanzaban al pequeño Meroni por los aires con un simple soplido, sí le alineó, e Italia perdió 1-0.

Ante el encuentro decisivo ante Corea del Norte, una selección de tipos pequeños que corrían como balas y mostraban el nivel propio de lo que eran, aficionados que trabajaban como soldados o impresores, los comentaristas y los propios jugadores estaban convencidos de que Meroni haría estragos. Fabbri, sin embargo, volvió a dejarle en el banquillo. Alineó, en cambio, a un centrocampista como Bulgarelli, que tenía la rodilla hecha polvo y se pasó el partido cojeando porque aún no eran posibles las sustituciones. Ese día, precisamente ese día, Fabbri decidió imponer el principio de autoridad y hacerle pagar a Meroni su desafío capilar.

Cuando regresaron a Italia, eliminados, los jugadores fueron recibidos a tomatazos. Fabbri no, porque se quedó en el avión hasta que la multitud se dispersó. El técnico ya no levantó cabeza. Fue sustituido por el dúo Herrera-Valcareggi, cuya primera decisión consistió en olvidarse temporalmente de “la mariposa grana”. Meroni, por su extravagancia y su aparente rebeldía (todos sus compañeros le consideraban un tipo estupendo), fue convertido por la ultraconservadora opinión pública futbolística de la Italia de 1966 en símbolo del desastre.

Ya no hubo tiempo para más. Meroni murió al año siguiente. El mundo sólo había tenido una ocasión de ver al único futbolista comparable a George Best, en Inglaterra-66, y la había perdido. Por una cuestión de cabello y de autoridad.

sábado, mayo 29, 2010

LO QUE HACÍA BOCHINI por Enric González

Enric González estrena sección en El País para el Campeonato del Mundo, "Dibuje maestro" se llama. La seguiremos muy de cerca.






Comenzamos invocando a Bochini y creo que con esto queda todo bastante claro: lo que nos interesa y lo que no.

¿Lo que no? El negocio que se ve y el negocio que se mantiene oculto; el chovinismo; la publicidad, la propaganda, las patrañas, los miles de millones, las presuntas conspiraciones; esos patanes crédulos en que nos convertimos, desgañitándonos ante una pantalla, en el estadio o tragándonos una prensa que azuza nuestros peores instintos. Eso, francamente, no nos interesa nada. Más bien nos da un poco de vergüenza.

Nos basta con el juego, que es sólo un juego. Por eso lo de Bochini.

Ricardo Bochini, ya saben, nunca brilló en un Mundial. Fuera de Argentina se le conoce poco. Los europeos tendemos a recordarlo, si nos acordamos de él, como el ídolo de Maradona.
Dicen que en 1986, en aquel Mundial del gol supremo a Inglaterra, Maradona quiso que Bochini compartiera un poco de su gloria. Impuso a Bilardo que le incluyera en la selección que viajó a México y en semifinales, cuando Bélgica ya estaba exangüe y el aire olía a final y a éxito, le reclamó en la cancha.

Si no recuerdo mal, fue Burruchaga quien se fue al vestuario. Maradona esperó en la línea de banda al genio calvo y desgarbado, amagó una reverencia y pronunció la frase para la Historia: "Dibuje, Maestro". O tal vez no. Hay quien dice que lo que dijo fue otra cosa: "Adelante, Maestro, le estábamos esperando". Cualquiera de las dos frases nos vale.

Ricardo Bochini, llamado "Bocha", nacido en Zárate en 1954 y emblema de Independiente, con el que hizo toda su carrera (caligrafió un poco de fútbol el 25 de febrero de 2007 con Barracas Bolívar, quinta división, a los 53 años, pero eso no cuenta, fue una exhibición de inmortalidad), era uno de esos tipos que redimen este montaje monstruoso y turbio que llamamos fútbol. Bochini poseía el cerebro de un geómetra y la ilusión de un niño. Jugaba con el balón y hacía que jugaran los demás. A lo que hacía se le pueden añadir metáforas, ditirambos, lo que les apetezca, pero no era más que juego.

También se le atribuye una de las sentencias clásicas sobre Cruyff: "Corre mucho, pero juega bien". Si quieren la filosofía que subyacía en sus relaciones con el balón, ahí la tienen.

Aquí hablaremos, durante el Mundial de Suráfrica (y, como se ve, con alguna antelación al mismo), de los futbolistas, el fútbol y los instantes que permitan evocar aquello que representó el viejo maestro Bochini. Es decir, del juego más hermoso. Solamente de eso.

jueves, mayo 06, 2010

AVISO A NAVEGANTES

Aunque ya lo sabrán de sobras yo lo comento, a partir de hoy pueden deleitarse con las 123 páginas de Historias de Roma de Enric González, publicado en RBA. Era de recibo, ya saben que en algunos temas aquí no se es nada objetivo, ni se quiere.

Nota: sólo 123 páginas saben a muy poco

miércoles, abril 28, 2010

LA INCREIBLE LIGA DE Mr. O'CONNELL por Victorio Duque de Seras

Hace tres años se colgó en este blog un reportaje publicado en El País por Victorio Duque. Hoy se cumplen 75 años de la consecución del primer, y único, título de Liga por el Betis Balompié (aquel Betis republicano no era Real). Al igual que hace tres años, los tiempos que corren siguen siendo fatídicos para este (mi) Club, o peores, si cabe, y no hablo de lo deportivo, sino del dueño de la mayoría de las acciones y presunto saqueador que tenemos que sufrir por desgracia. Por eso, y porque me apetece mucho, quiero recuperarlo y dejar una pequeña constancia de su historia ya centenaria. Manquepierda.





27 de abril de 1935. Al día siguiente se juega el último partido de Liga. El Betis Balompié necesita la victoria en Santander para proclamarse campeón. El entrenador bético, Patrick O'Connell, y su jugador Larrinoa, que habían pertenecido al equipo cántabro, se acercan al hotel donde está concentrado el Racing para saludar y "sondear" el ambiente.

-Vosotros ya no os jugáis nada. Mañana no os mataréis para ganarnos, ¿no?, pregunta O'Connell.


-Lo siento, míster. El Madrid nos está presionando para que os ganemos. Nuestro presidente, José María de Cossío, que es madridista, nos da mil pesetas por cabeza si os ganamos.


No había otra opción: había que ganar en el terreno de juego. Patrick O'Connell (Dublín, 1887-Londres, 1959) recordó seguramente entonces aquel partido entre el Manchester United y el Liverpool que pasó a la historia del fútbol inglés como el más corrupto de su historia: el conocido como The fixed match (el partido amañado). Corría el año 1915 y Patrick O'Connell era el capitán del Manchester. Un grupo de jugadores de ambos equipos quedó en un pub de Manchester, y acordaron cruzar una apuesta de 8 a 1 a que el resultado final del encuentro iba a ser de 2-0 a favor del United. El partido, disputado el Viernes Santo de 1915, quedó 2-0. El capitán O'Connell tuvo la ocasión de engordar el marcador de penalti. Pero lo lanzó cerca del banderín de córner...

Alguien debió de irse de la lengua y ocho jugadores fueron suspendidos a perpetuidad. Dos de ellos murieron en la Primera Guerra Mundial, y cinco fueron perdonados al reconocer el fraude. Sólo uno, Enoch Knocher West, cumplió el castigo al mantener su inocencia toda la vida. Hoy, su nombre está en el cuadro de honor de los jugadores del Manchester United junto a los de Beckham, Cantona, Best o Bobby Charlton. O'Connell, curiosamente, salió libre sin cargos.

O'Connell, el medio centro defensivo del Manchester, se había hecho famoso al ganar la Triple Corona (torneo entre selecciones británicas) unos años antes con Irlanda por primera vez en su historia. Lo consiguió en lo que se llamó El Partido de los 9 Hombres y Medio. Aquel encuentro lo disputaron Irlanda y Escocia. A poco de empezar, Irlanda perdió a un hombre por lesión. Al no haber cambios siguieron con diez. Momentos más tarde rompen un brazo a O'Connell. El irlandés decide seguir el partido y ganar el torneo.

La vida de O'Connell tuvo siempre un destino: el fútbol. Un destino que le hizo dejar a su numerosa familia a principio de los años veinte en Inglaterra, y entrenar en España al Racing de Santander, al que logró clasificar brillantemente para la disputa del primer Campeonato de Liga en 1928. Tras pasar por el Oviedo recaló en el Betis en 1932 y en el Barcelona en 1935.

El 18 de Julio de 1936, el entrenador del Fútbol Club Barcelona pasa las vacaciones en Irlanda. Dos meses más tarde no duda en dirigirse a Barcelona a continuar su labor. Si había sobrevivido a una Guerra Mundial jugando al fútbol, podía sobrevivir a una absurda guerra civil entrenando. El republicano declarado O'Connell es protagonista de la famosa gira del Barça por México durante la contienda fratricida. Ese protagonismo le cuesta la salida del país, adonde regresa en 1940, no se sabe cómo, para entrenar al Betis y al Sevilla, instalándose definitivamente en la capital hispalense. Concretamente, en la calle Progreso número 29.

En todos esos años, la familia O'Connell, que vivía en Manchester, recibía de vez en cuando un giro postal con dinero de España. Su hijos idolatraban las fotos de un padre al que no conocían, y al que consideraban un héroe. Un 12 de junio de 1949, en Dublín, España se enfrenta a Irlanda. Un joven aficionado irlandés preguntó a la delegación española, tras el partido, si conocían a un tal O'Connell que había entrenado en España.

-Soy su hijo Daniel, y hace un tiempo que no sabemos nada de él.

Guillermo Eizaguirre, el seleccionador, es sevillano. Le dice que O'Connell vive en Sevilla. Aquel aficionado irlandés reúne el dinero suficiente y un año más tarde viaja en busca del padre desconocido, al que no veía desde hacía treinta años. Ese viaje está contado por el propio Daniel en un relato titulado Viaje a Sevilla en Tercera Clase.

Al llegar, lo que Daniel soñaba como un cálido recibimiento se torna en trato frío y distante. O'Connell le cita en el Parque de María Luisa. Lo primero que hace su padre no es preguntarle por la familia, sino por la marcha del Manchester United. Daniel es presentado en sociedad en Sevilla como el sobrino de O'Connell. Los indicios se convierten en certezas en la cabeza del joven. Empieza a entender que su padre tiene otra familia en Sevilla. Las preguntas del recién llegado se suceden vertiginosamente:

-Papá, ¿cómo es España?

-España es como un partido de fútbol en el que los dos equipos intentan corromper al árbitro.

-Papá, ¿cómo es Sevilla?

-Sevilla es un lugar donde la gente vive como si se fuera a morir esta noche.

-Papá, ¿es cierto que ganaste la Liga con el Betis?

-Sí. Un 28 de Abril de 1935, en Santander. Ganamos 0-5. Era la Feria de Abril, la fiesta de aquí.

-Papá...

Daniel nunca se atrevió a hacerle a su padre la pregunta definitiva. El mito se había humanizado cruelmente en aquel viaje a Sevilla. La madre de Daniel nunca lo supo o nunca lo quiso saber, y amó al ausente capitán del Manchester United hasta el fin de sus días. Hoy vuelve a ser 28 de abril. Feria de Abril. En Sevilla se inaugura un monumento al equipo del Betis que llevó la Liga a la Feria en 1935. Gracias, Mr. O'Connell.

martes, abril 06, 2010

ANTOFAGIA por David Trueba

Sí, ya sé, mucho Messi por aquí, pero ¿qué quieren que les diga? Por cierto, estupendo el artículo de Trueba.

Me encantan los tópicos deportivos. Son simples, a veces bobos, lo sé, pero a mí me gustan. El último, tras las portentosas actuaciones de Messi con el Barcelona, lo he escuchado repetido cientos de veces en estas últimas semanas: "Con él se nos acaban los adjetivos". Chistes se inventan a cientos cada día porque no falla la jornada en que alguien hace el ridículo o queda en evidencia, pero para inventar adjetivos tiene que llegar la excelencia.

Pero Messi es tan bueno que adjetivos no faltan. Por ejemplo, nadie ha dicho todavía que Messi es antófago o isótropo. Antófago es aquel que se alimenta de flores. Da la sensación de que Messi encuentra su energía en la floritura. Siempre intenta hacerlo bello, no se conforma con hacerlo práctico. Esto es lo que separa al artista del bracero. Cuando Messi se hace con la pelota suele entender la dificultad como el camino más sencillo porque es la senda oculta, la que nadie puede predecir. Lo que le hace imposible de marcar es que resulta insólito. No hay un defensa enfrente que pueda imaginar lo que él imagina. Enfrentarse a él es como encontrarse a oscuras en una casa desconocida.

Isótropo es aquel que tiene iguales propiedades en todas direcciones. Los locutores no suelen usar este adjetivo por si acaso se trabucan. Pero un día le pregunté a un jugador que se acababa de enfrentar a Messi en un partido y fue muy gráfico: "Mira, hay un momento en que te llega a confundir sobre cuál es la dirección en la que atacas y cuál en la que defiendes". Y es que a veces avanza retrocediendo o se abre cerrándose o se perfila de cara. El caso es que cuando redescubres tu portería tiene el balón adentro.

Ha calcado jugadas del repertorio clásico de los mitos con tal exactitud que algunos han dicho que jugaba con ouija. Esta especie de Houidini sin trampa ha mandado a muchos defensas a la revisión de la vista. Pero más bien deberían volver a clase de geometría porque la virtud de Messi está en pasar por donde no había espacio. Este es un asunto fundamental en el fútbol porque el juego consiste en crear un lugar donde desarrollar el juego fuera de las coordenadas del enemigo. Los grandes pasadores, hoy tan preciados, tienen esa virtud. Alargan el campo hasta hacerlo infinito. Messi lo hace con la pelota en los pies, entre patadas y empujones, ayudado por su escasa estatura y su resistencia.

Messi, además, no tiene cara de anuncio cosmético, por lo que la cámara no busca el primer plano como con otros futbolistas. Cuando la pelota le llega, el realizador abre el plano para mirarlo de cuerpo entero. Como hacían los buenos directores de musicales cuando bailaba Fred Astaire: lo enseñaban sin cortes ni detalles, se limitaban a perseguir su cadencia perfecta. Lo malo para los futbolistas rivales es que lo tienen encima y sólo lo disfrutan al llegar a casa y verlo por la tele.

Ningún futbolista es una isla. Y Messi se apoya en sus compañeros. Es un solista para concierto de orquesta. Explota las posibilidades de un juego colectivo, a veces para coronarlo individualmente. Pero no es alguien enredado en su propio partido como muchos regateadores míticos que se parecen a los actores que hacen tal despliegue de facultades de manera autónoma a la historia y al resto del reparto que se les llama envenenadores de pozos porque, tras beber ellos, el agua ya no es potable. Messi permite que la jugada aún crezca tras pasar por él. Precisamente, el gran enigma sobre el futuro de Messi pende de la selección argentina en el próximo Mundial. La irritante incapacidad de ese equipo para tocar una partitura coherente convierte a un superdotado concertino en un ser triste y cabizbajo que arrastra además la sospecha injusta de todo un país.

Al que trajo a Messi a La Masía con 12 años habría que agradecérselo tanto como al que trajo el Guernica a Madrid. Ese aprendizaje en la soledad y el desarraigo formó un jugador que a veces funde a negro, se ofusca y pierde la sonrisa y en sus malos momentos aparenta estar hasta el carajo de fútbol. Rasgo, de ser cierto, que revelaría una inteligencia cristalina. El fútbol es una cosa de la que se puede estar harto cuando se juega tan bien. Por eso este Barcelona es el equipo adecuado para él. Porque se motiva con el juego mismo, no sólo con el resultado. Por eso este año Mes-si se fue llorando tras ser eliminado en Sevilla, con sus seis copas aún resplandecientes, y pide jugar los partidos hasta el final ya sea arrastrando dolores o frente a rivales sin gloria que ofrecer. Es ahí donde se declara futbolista y no estrella. Donde se reconoce en nuestro planeta y no en galaxias lejanas. Es ahí donde la vuelta con el Arsenal es un partido más que hay que ganar, sin ponerle marco de oro.

De entre todas las anécdotas sobre Messi me gusta mucho una que no le tiene como protagonista principal. En un partido de Copa contra el Benidorm, el Barça se cobró un penalti. El portero, al ver que Messi iba a lanzarlo, se acercó a su defensa central y le preguntó si tenía idea de por qué lado solía tirarlos el argentino. El defensa ladeó la cabeza y le dijo al portero: "Chico, la verdad es que los suele tirar adentro". No se puede contar mejor la impotencia que produce al que lo tiene enfrente. Parecida a la de los periodistas deportivos cuando le quieren inventar un adjetivo.

domingo, abril 04, 2010

MESSI Y MARADONA EN EL DIVÁN por John Carlin


"A ver si es verdad que va a ser mejor que yo". Un no del todo feliz Diego Maradona, a un compañero, tras un gol de Messi contra Francia en febrero de 2009.


Opinando sobre la brillantez sin adjetivos de Leo Messi el otro día, un bloguero inglés ofreció la siguiente reflexión: que la única fuerza en el universo capaz de parar al argentino era su compatriota, y seleccionador, Diego Maradona.

Sobre el campo nadie está a la altura porque el secreto consiste no en pararlo con los pies, sino con la cabeza. Hay que penetrar el cerebro de Messi e influir en su estado de ánimo con el propósito de diluir su altísima dosis del elixir de la vida, la confianza. El objetivo es inhibirle, hacerle dudar de sí mismo en aquellos momentos decisivos que en un partido marcan la diferencia entre el éxito y el fracaso, entre el regate certero y la pérdida del balón, entre el gol y el acierto del portero. Estamos hablando de microsegundos en los que, con la mente despejada, Leo es Leo y lo imposible se vuelve realidad. Con la mente contaminada, en cambio, incluso lo posible se le complica.

Y éste es precisamente el impacto que Maradona tiene sobre Messi. Maravillosamente perverso, se podría decir, ya que el éxito del dios argentino como seleccionador en el Mundial de Suráfrica dependerá de la capacidad de Messi de jugar a su más alto nivel. Un Messi liberado y feliz es capaz de llevar a Argentina a la conquista de la Copa del Mundo, como hizo Maradona el jugador en 1986. Pero, como los argentinos no dejan de lamentarse, cuando Messi cambia la camiseta blaugrana del Barcelona por la albiceleste de su selección se convierte en un ser triste, flojo, enjaulado.

El problema no es el color de la camiseta; la kriptonita del supermán es Maradona. ¿Será consciente Maradona del impacto destructivo que está teniendo sobre Messi, y sobre sí mismo como seleccionador? Con toda seguridad, no. Maradona es muchas cosas pero nadie jamás le ha acusado de ser un Sócrates de la reflexión. Entonces, no nos queda más remedio que recurrir al resorte favorito de la clase media argentina, el psicoanálisis.

El mensaje que el inconsciente le transmite a Diego va a algo así: soy Dios en mi tierra porque gané el Mundial de 1986 y me convertí para mis compatriotas -y para buena parte de la humanidad- en el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos. Mi condición de Dios depende de que mantenga ese estatus, de que no me quiten del pedestal, o de que no aparezca otro -un hijo mío, o sea de Dios- digno de compartir el panteón conmigo, o incluso de destronarme. Si dejo de ser considerado como el mejor, como el argentino más admirado de la historia, dejo de ser yo. Porque yo no soy yo, sino una noción fabricada en la mente de los argentinos que yo también me he creído. Con lo cual, si dejo de ser el único y verdadero Dios, pierdo mi identidad. Ya no sabré quién soy. Porque no hay nada más.

El destino de Argentina en el Mundial dependerá de si Maradona es capaz de imponer la razón a las poderosas fuerzas que emanan de su inconsciente, tarea que es muy difícil, aún para gente normal. La razón, en este caso, consiste en hacer lo humano y lo divino para que Messi se sienta tan bien jugando para su selección como cuando juega para el Barcelona; en dejar de hacer lo que Maradona ha estado haciendo, que es minar su confianza transmitiéndole mensajes ambiguos, declarando un día que es un chupón, otro que todo depende de él. Que se fije en Pep Guardiola, el entrenador del Barça, que mima a Messi en privado, seguro, y en público no deja a) de elogiarle; b) de recordar que el peso de los resultados recae en todo el equipo, no sólo en él.

La pregunta, entonces, es, ¿cuántas ganas tiene Maradona realmente de ganar un Mundial como seleccionador? El desafío consiste en anteponer los intereses de la patria al ego que la patria tanto ha hinchado. Muy difícil, repetimos. Pero con el Diego, que ha frenado (se supone) su pasión por la cocaína e incluso ha vuelto del lecho de la muerte, nunca se sabe. Maradona tiene que obrar otro milagro: se tiene que vencer a sí mismo para que Messi sea invencible, en todos los colores.

lunes, marzo 22, 2010

TRES PALOS por Ray Loriga

Una forma de verlo, y de contarlo.


Algunos barcos tienen tres palos, y las porterías también, ahí se terminan las similitudes entre las novelas de Joseph Conrad y el fútbol. A los que disfrutamos de ambas disciplinas nos gustaría que se parecieran más y a menudo forzamos metáforas que cruzan de un lado a otro de nuestras dos grandes pasiones, pero no dejan de ser eso, metáforas forzadas. Tal vez sea mejor asumir que son dos amores distintos y tratar de que no se encuentren nunca, como quien tiene una esposa en la ciudad y una amante en provincias, o un marido en provincias y un amante en la ciudad, o viceversa y todas las viceversas posibles, incluidas las variaciones homosexuales y vascas y todas las líneas del PP, la dura, la blanda y la otra. En fin, que lo que nos gusta de este juego es precisamente su condición de preocupación excepcional, ajena por completo a nuestras vidas y en cambio parte fundamental de las más infantiles penas y alegrías. Recuerdo que en Submundo, la fabulosa novela de DeLillo, se contaba América mientras volaba una pelota de béisbol, puede que ésta sea la única manera de transformar el deporte en artefacto literario, asumir su importancia en nuestras vidas como hecho real, sin recurrir a imágenes enrevesadas y obligadas a nadar mal de una orilla a otra. Mientras la pelota está en el aire nuestras vidas suceden. Que pase entre los tres palos, o salga bateada fuera del estadio, en nada alterará el curso de lo nuestro, y en nada cambiará lo que escribimos o leemos. Antes los escritores apenas hablaban de fútbol porque estaba muy mal visto, ahora se comprende mejor que un escritor es un hombre, o una mujer, como otro cualquiera. Que también cuida de su jardín o de sus hijos, o los descuida, o se olvida del mundo y se sienta una tarde a ver un Osasuna-Betis. Nada hace pensar que la distancia entre deporte y literatura se haya acortado, ni falta que hace, a mí personalmente me basta con que no me hablen de Rilke mientras disfruto de un derbi y con que no me hablen de fichajes mientras disfruto de Rilke. También los niños son un encanto siempre que no se cuelen a deshora en el dormitorio de sus padres.

DeLillo dio con la manera de enredar la pelota con la letra escrita, pero una vez encontrada la fórmula no parece sensato tratar de repetirla. Recordemos la vieja máxima; el primero que comparó a una mujer con una rosa era un genio, el segundo era un imbécil. El periodista deportivo de Richard Ford no era precisamente un libro de deportes y el nadador de Cheever se rompía el alma sin amenazar ningún récord del mundo. Los futbolistas a veces llevan libros a las concentraciones pero me temo que casi nunca los leen, también nosotros llevamos pelotas a la playa y no las sacamos del coche. Casi es mejor así. La pelota no es parte real de lo que ganamos o perdemos, pero vuela por encima de nosotros, hagamos lo que hagamos, y nos basta con levantar de vez en cuando la cabeza para verla. La pelota no nos recuerda a nosotros mismos, nos recuerda otras cosas. Los juegos de los niños no son los juegos de los hombres, y el fútbol permanece anclado en nuestra infancia. Nos lleva una y otra vez a un tiempo pasado, ni mejor ni peor, que gracias a este hermoso juego aún no hemos perdido del todo. Fútbol y literatura suenan tan bien juntos como caballo y piano, de ahí que no haya que mezclarlos demasiado, de ahí también que no haya que renunciar a ninguno de estos placeres para disfrutar del otro.

Ray Loriga es escritor

domingo, marzo 07, 2010

EL DESAFÍO DEL CENTURIÓN por John Carlin

Como todas las semanas, Carlin vuelve a estar espléndido en "El corner inglés".






"Era una inflexible máxima de la disciplina romana que un buen soldado debía temer más a sus oficiales que al enemigo".
Edward Gibbon, en Historia de la decadencia y caída del imperio romano.


En el caso de que Inglaterra ganase el Mundial, cosa que el patriotismo inglés ha convertido en una enorme posibilidad, no habría remedio: tendríamos que rendirnos ante la evidencia de que Fabio Capello es el entrenador más grande de nuestros tiempos.

El reto al que se enfrenta el seleccionador inglés -ganador de prácticamente todo con Real Madrid, Milan y Juventus- es satisfacer el desesperado deseo de gloria de un país cuyo conjunto de jugadores no está remotamente a la altura -ni a nivel de juego, ni a nivel moral o intelectual- del de la selección española, clara favorita para levantar la Copa del Mundo en Suráfrica en julio. Si la copa se la arrebatara Inglaterra, la mayor parte del mérito habría que dársela al centurión italiano, que automáticamente se convertiría en la primera persona de su país en ser condecorado por la reina Isabel con el título de Sir. Habría logrado la misión imposible de imponer orden sobre un conjunto caótico; de exprimir todo el rendimiento imaginable, y más, de una bola de chiflados.

John Terry fue destituido como capitán por Capello tras salir a la luz su affair con la antigua novia y madre del hijo de Wayne Bridge. Ashley Cole, que se acaba de romper la pierna y es duda para Suráfrica, ha estado compitiendo con Terry por las portadas de los tabloides ingleses con la noticia de que se había acostado con más mujeres en un mes, y les había enviado más mensajes de texto con fotos porno incluidas, que Tiger Woods en toda su vida. Lo cual no hubiera sido tan interesante si no fuera por el hecho de que está casado con la mujer que ha reemplazado a Victoria Beckham como la mujer más fascinante de las islas, la cantante pop Cheryl Cole. Wayne Bridge es el sustituto natural de Cole como lateral izquierdo, pero Bridge ha anunciado, para inri de Capello, que no jugará para Inglaterra mientras juegue Terry, al que se negó a dar la mano en un partido de Liga el fin de semana pasado. Carlos Tévez, el compañero de equipo argentino de Bridge en el Manchester City, les dio un regalo prematuro de navidad a los tabloides esta semana al anunciar que en su país hubieran matado a Terry por semejante traición....

Las telenovelas mexicanas se quedan cortas, Gran Hermano es pura niñería al lado del permanente reality show que nos brinda el fútbol inglés. ¿Quién será el siguiente jugador en estallar? ¿Quién será el nuevo malo de la película? ¿Rio Ferdinand, el flamante capitán de Inglaterra, en cuya trayectoria abundan las noches de borracheras y orgías? ¿Wayne Rooney, la gran esperanza blanca del fútbol inglés, que goza de amplias oportunidades de ahondar en su curriculum golfo dada la fascinación que ejercen las lejanas playas de Barbados sobre su célebre esposa Colleen?

¿Quién sabe? Pero algo saldrá. Con estos chicos, la farsa esta garantizada. Y encima, juegan mal. Contra Egipto el miércoles en Wembley acabaron ganando 3 a 1, pero tardaron hasta el minuto 75 en adelantarse en el marcador. Durante largos ratos de la primera parte los Faraones, que no se han clasificado para Suráfrica, les bailaron.

Hay jugadores buenos, claro. Rooney, el actual pichichi europeo, amenaza seriamente el duopolio Cristiano Ronaldo-Leo Messi, al punto de que no es descartable que acabe llevándose este año el Balón de Oro. Frank Lampard es un centrocampista todo terreno que marca muchos goles para el Chelsea. Steven Gerrard, del Liverpool, es un potentísimo jugador, pese a que esta temporada no ha dado muchas señales de vida. John Terry y Rio Ferdinand son un par de rocas en el centro de la defensa. O lo han sido: ha habido preocupantes señales de que a Terry le ha afectado psicológicamente su desgaste tabloidero; y Ferdinand, cuya solidez mental siempre está en cuestión, sufre lesión tras lesión.

Además, no hay portero; y no hay acompañante en el ataque para Rooney; y si Rooney se lesiona, adiós y buenas noches. Lo más grave es que, aún con todos a punto, es un equipo de tontos. Los españoles no sólo son mejores, sino que son personas infinitamente más cuerdas e inteligentes. Capello, que daría un riñón por tener en sus filas a los suplentes del once titular español, tiene por delante el reto de su vida.

martes, febrero 23, 2010

CAPITÁN SIN BRAZALETE por Diego Torres

Porque siento fascinación por esa figura extraña del mediocentro, y porque soy "xabista" desde que lo vi aparecer en aquella Real casi colista de Toshack, no he podido resistirme a colgar este artículo.




Hay capitanes porque llevan el brazalete, capitanes porque tienen poder político dentro del club, capitanes porque negocian las primas con el presidente y capitanes porque son escuchados por sus compañeros en el vestuario. Fernando Redondo pertenecía a la última categoría. Xabi Alonso va camino de seguir sus pasos. El domingo pasado, cuando el árbitro pitó el penalti sobre Cristiano Ronaldo en los últimos minutos del Madrid-Villarreal, las cámaras de Cuatro registraron un episodio inolvidable.


-Déjame tirarlo a mí, le dijo Xabi a Cristiano, que se encaminaba hacia el punto de penalti con la pelota.

-No, lo quiero tirar yo.

-Déjamelo.

-Es que quiero ser pichichi.

-Y yo todavía no he hecho mi primer gol con el Madrid. Así que déjame.


Así fue como Xabi se hizo con el balón y marcó su primer gol con la camiseta blanca. No resultó sencillo. Con la intención de rendir un homenaje multitudinario a Raúl, que acababa de entrar al campo, el fondo norte del Bernabéu, justo sobre la portería, gritaba: "¡Ra-úl, Ra-úl, Ra-úl!". La gente pedía que lo tirara el primer capitán. El jugador más poderoso del club hasta hace poco. Xabi hizo oídos sordos y se concentró en el balón y en Diego López. Disparó, marcó, pero el árbitro mandó repetir. El público seguía: "¡Ra-úl, Ra-úl, Ra-úl!". Xabi acomodó el balón de nuevo y se dispuso lanzar el penalti contra todo. Contra el Villarreal, contra el público, contra el raulismo y contra la voracidad de Cristiano, símbolo del gran proyecto de Florentino Pérez.

Consciente o no de ello, el gesto del tolosarra fue un arrebato de autoafirmación colosal. Un mensaje a todos los niveles del madridismo recordando que el equipo tiene una nueva jerarquía. Y hay que pasar por el aro. Que mandara el balón como un misil, a media altura, pegado al palo izquierdo de Diego López por segunda vez, selló su intervención con un éxito rotundo. Arbeloa y Raúl corrieron a felicitarle. Cristiano maldijo para sus adentros.

Xabi ha dado 1.505 pases en esta Liga. Su actividad no admite comparación en el Madrid y en España sólo es superado por Xavi Hernández, que encuentra más apoyos gracias al estilo del Barça. Los dirigentes del Madrid se muestran convencidos de que Xabi es el timón. En un equipo pensado para que brillen las individualidades, el mediocentro es un elemento tan raro como imprescindible. El técnico, Manuel Pellegrini, tiene dudas respecto a casi todo en la línea media menos respecto al tipo de la barba roja. "Tiene un sentido colectivo a prueba de cualquier vanidad", explica un dirigente; "hay jugadores, como Cristiano, que ayudan al equipo a partir de su talento individual. Xabi pone su genio al servicio del plan colectivo y es un líder en la medida en que líder es aquél que, además de cumplir con su propia responsabilidad, tiene una mirada más amplia".

Hay tres clases de futbolistas: los cazadores, los recolectores y los administradores. Xabi pertenece a la última categoría, que también es la más intelectual. Hace falta tener cierta obsesión por la casuística, cierto afán clasificatorio, un don para poner a cada especie en su respectivo cajón, para desempeñar con acierto las funciones del mediocentro. Xabi posee esas extrañas virtudes. Lo mismo en la verdulería, donde es capaz de clasificar una colección de pimientos de Ezpeleta, del Piquillo, de Anglet, de guindillas de Tolosa o de cuernos de cabra, que en el campo, donde organiza el juego en corto, en largo, al pie, al espacio, plano, con comba, atrás, adelante, rápido, con freno, por fuera o por dentro. No hay pimiento que sea incapaz de etiquetar ni situación táctica a la que no pueda aplicar el pase adecuado.

A pesar de su importancia, la labor de Xabi en este Madrid ha pasado más o menos inadvertida hasta ahora. El domingo se abalanzó sobre Cristiano y mantuvo con él una pequeña conversación ante el mundo. Ahora el mundo sabe que el tipo de la barba roja ha dado un paso al frente.

viernes, febrero 12, 2010

TIEMPOS MISERABLES por Santiago Segurola

Trasteando por la fantástica página La libreta de Van Gaal, y saltando por algunos de sus enlaces, he llegado hasta un grupo que reivindica una prensa deportiva inteligente (les robo la imagen). Por supuesto me sumo a esa petición (casi plegaria) y aprovecho para subir un artículo que esta semana ha escrito mi admirado Santiago Segurola, al cual, si tuviera la oportunidad le preguntaría que como él, tan íntegro, puede seguir siendo adjunto a la dirección de ese tal Eduardo Inda. Imagino que Segurola sabe que, siendo "su" adjunto, esos tiempos miserables están corriendo muy cerca de él.



Esta es la Liga de Messi y Cristiano Ronaldo, de Xavi y Kaká, de Iniesta y Xabi Alonso, de Higuaín y Luis Fabiano, de Ibrahimovic y Benzema, de Casillas y Víctor Valdés, de Villa y Llorente, de Navas y Silva, del mejor Barça de la historia, del mejor Madrid de los últimos años, de brillantes jóvenes como Canales y Muniaín, de una selección maravillosa, de todo aquello que debería hacer felices a los aficionados y a los periodistas. Por desgracia, esta magnífica realidad queda sepultada por una visión belicosa y grosera. Sólo importa el ruido mediático y los desagradables personajes que genera. En nombre de aburridas y nunca demostradas teorías conspirativas nos dicen que abandonemos nuestro juguete, que no disfrutemos de este privilegiado momento, que desconfiemos de todo, que nos olvidemos del fútbol por falsario, que evitemos la diversión y elijamos una trinchera en las truculentas guerras que se desatan cada día en la prensa. Teníamos noticia de la degradación en otros ámbitos: basta echar un vistazo al miserable espectáculo de lo que un día se conoció como prensa del corazón y que ahora sólo es el reino de la bajeza. Definitivamente, este perverso modelo se ha impuesto en casi todas las instancias del periodismo. Se conceden premios prestigiosos a los difusores de la basura, se busca el agravio y el daño, se animan mediocres y violentas polémicas, se alimentan los instintos más bajos y los personajes más ridículos, se desacredita todo y nada se salva. Tampoco el fútbol. Una pena.

domingo, febrero 07, 2010

EL DUELO por Manuel Vicent

Recupero un artículo que apareció hace ya algunas semanas en El País.
Todavía quedan muchas cosas que merecen la pena ser leídas ante el lamentable auge de ese pseudoperiodismo deportivo hecho por "profesionales" metidos a hooligans, que enarbolan banderas por encima de cualquier criterio con fundamento, inteligencia, sentido común y, sobre todo, buen gusto, y capaces de provocar, al menos en mí, una inmensa sensación de vergüenza ajena. En fin, seguirán explotando ese circo y ayudando al embrutecimiento colectivo a partir de ese sucedáneo de información deportiva. Ellos sabrán.

El duelo entre el Barça y el Real Madrid va a ocupar este año 2010 el vacío que deja la mediocridad turbia de la política, nos puede salvar del sofocante agobio de las tertulias canallas de la televisión convertidas en un gallinero agresivo, donde siempre gana el idiota que más grita. A partir de ahora este combate a dos se convertirá en el único ejemplo de fortaleza, de rigor, de estética y de moral pública al alcance de cualquier espectador. Un pase de Iniesta, un remate de Cristiano Ronaldo, siete fintas seguidas de Messi, una parada de Casillas poseen un grado de excelencia imposible de hallar en la Universidad, en la Iglesia, en el Parlamento y en el periodismo. Los seguidores del Barça y del Real Madrid ceden parte de su yo a un colectivo en el que diluyen todos sus sueños. Para el Barça en el principio era el Verbo; para el Real Madrid en el principio era la Acción. El Barça juega persiguiendo un ideal de perfección; el Real Madrid, en cambio, sólo trata de aplastar al equipo contrario; uno se mira a si mismo en la propia sombra del césped; el otro sólo pone los ojos en el adversario. En el Barça el fin primordial consiste en gustarse y que el gol sea un producto de una elaboración virtuosa; en el Real Madrid el gol viene al final de una lucha heroica, pero no importa si el balón entra con un remate espectacular o con un rebote en la canilla. Del verbo y de la acción derivan el idealismo y el pragmatismo: dos formas de estar en el mundo, de enfrentarse al futuro, de soportar los golpes de la fortuna, de combatir al enemigo, de celebrar la victoria o de asumir la derrota. Más allá de la perfección sólo está la muerte, lo mismo en arte que en deporte, puesto que solo permite repetir la fórmula hasta el infinito. No es posible mejorar el fútbol que realizó el Barça en el partido contra el Manchester. A partir de ese momento estelar el equipo no ha hecho otra cosa que imitarse a si mismo. Al Barça solo le puede salvar del manierismo la emoción de la agonía, el gol en el último minuto; en cambio el Real Madrid puede llegar a la cima si convierte la agresividad y la incertidumbre en una maquinaria de alta precisión. Verbo o acción también son dos formas de matar. El Barça con veneno lento, el Real Madrid a puñal.

lunes, enero 25, 2010

ESA OTRA COSA por David Trueba

Creo que entiendo (y padezco) más o menos lo que siente uno del Aleti.

Ser de un equipo como el Atlético de Madrid te mantiene entretenido. No falta nunca la ocasión en que tienes que explicar tamaña rareza. Supongo que la mayoría de los psicoanalistas le preguntan a sus pacientes cuál es su equipo favorito antes de comenzar el tratamiento y si contestan que el Aleti se deben de frotar las manos. Menudo filón. Hasta la atinada campaña promocional que ideó la Sra. Rushmore dejó para la posteridad una pregunta sin respuesta: Papá, ¿por qué somos del Aleti? Yo me hice del Aleti una tarde en que jugaba un partido europeo contra el Borussia de Mönchengladbach. En realidad en cuanto oí ese nombre me quise hacer del Borussia, porque me recordaba a uno de mis ídolos, el barón Munchausen, pero mi compañero de cole, José María, lo tuvo muy claro: somos del Aleti. Sólo algunos años después descubrí que mi padre también era del Aleti, pero lo llevaba oculto. Seguí siendo del Aleti porque tenía un equipo de balonmano fenomenal y en mi primera adolescencia yo apuntaba maneras de Urdangarín, aunque me retiré antes de la competición por clarividencia y no he logrado casarme por falta de centímetros. Pero la afición por el Atlético de Madrid me ha acompañado aunque los nuevos dueños se cargaran el balonmano, la cantera y pronto el estadio. Es como un desgarro personal particular, como la úlcera de duodeno o incluso la miopía, que se opera pero vuelve a salir.

Pero últimamente el Atlético no emociona. No hay noticias de buen juego y el único aliciente es experimentar una montaña rusa emocional donde ninguna alegría dura más allá de dos partidos ni ninguna crisis termina con un partidazo ocasional. Vemos pasar a buenos jugadores por el equipo que acaban o desquiciados o en el Liverpool. Ambición existe, pero quizá puesta en el sitio equivocado. Nosotros no tenemos que aspirar a ganar la Liga cada año, sino a animarla, a divertirla, a sacudirla, a ponerla patas arriba y, como siempre, si un año todos los hados se alían, las brujas se descuidan, las meigas se emborrachan y hay eclipse de Real y Barça, pues vamos y ganamos, pero sin aspiración de continuidad. Para un aficionado del Aleti es hasta feo ganar, se trata de otra cosa. ¿Dónde está esa otra cosa?

Un amigo futbolista que jugó hace pocas semanas en el Calderón me llamó a darme el pésame. Me dijo: la propia afición del equipo es el peor enemigo de sus centrales, los silba, los aterroriza cuando el balón se aproxima. Pero la afición se sabe lo mejor del equipo y no hay quien la frene ni siquiera cuando toca irrumpir en el campo o en los vestuarios. Abel llegó al equipo el año pasado y ganó el primer partido. Dijo: "Los jugadores han captado mi mensaje". Quique llegó este año y perdió estrepitosamente con el Recre. Dijo: "Necesito jugadores que no me decepcionen". Pero ningún diagnóstico dura la semana completa. Para evitar esquizofrenia lo mejor sería asumir el lugar en el que se está. Los equipos llamados a ser secundarios en su ciudad tienen que tener un particular sentido de competitividad, de épica y de juego. La simpatía es un don que se pierde y que han perdido en los últimos años equipos como el Aleti y el Betis. Nadie les pide ganar, arrasar, como nadie le pide llevarse a la chica o salvar a la humanidad al actor de reparto en una película. Se le pide personalidad, encanto, viveza, para en tres secuencias dejar claro quién son, cómo actúan, para qué están en la película. El Atlético de Madrid necesita recuperar un determinado estilo, ser fiel a una manera de jugar, reconocible en un rasgo, en una pincelada. Dejar de fingir que podría ser George Clooney si es Pepe Isbert. Ser como un colegio malo, sin prestigio, donde quizá los niños no saldrán ministros, pero si un día consiguen recitar a Rubén Darío, te hacen saltar las lágrimas. Necesita tocar el violín y sacar la emoción, como ese tipo que toca en un pasillo del metro pero a veces seduce más que el solista del Teatro Real.

viernes, enero 15, 2010

GUARDIOLA, YO TE ACUSO por José Sámano

Por la devoción que siempre se le ha tenido aquí y por pura convicción no he podido resistirme a subir este artículo.



Hay equipos cuya eternidad está por encima de una derrota. Aquella Holanda de 1974 y 1978, el Brasil de 1982, el Madrid de la Quinta de Eindhoven y, por supuesto, el Barça de Pep Guardiola. Sí, el de Guardiola, porque nadie es más culpable que él de la patente de este equipo, obra cumbre del barcelonismo, ya un incunable del fútbol mundial. Guardiola es culpable de mucho más. Para empezar, de la noble ambición de unos jugadores que no distinguen torneos porque se toman cada cita como un placer. Y es culpable, faltaría más, de haber minimizado su papel en los éxitos -"con unos jugadores tan buenos..."- y haberlo amplificado, con cilicio incluido, en el único traspié -"he fallado a los jugadores"-.


Guardiola es culpable, por supuesto, de que el equipo caiga con la pelota al pie, en la trinchera del adversario, frente a un portero épico, sin la más mínima renuncia a un estilo tan celestial que hasta sus contrarios lo admiran. Guardiola, estaría bueno, es culpable de haber alineado a algunos suplentes en un partido de ida ante el Sevilla en el que no subestimó a su estupendo rival, sino que sobreestimó a su grupo. Todo colectivo precisa de un gesto cómplice de su jefe. Guardiola fue coherente con lo que hizo en la pasada edición, cuando levantó el trofeo en Valencia, consecuencia, entre otras cosas, de su mimo al administrar una plantilla corta que el técnico necesitaba tener en vilo ante el maratón del curso. Y así fue. Bojan y Pinto fueron claves ante el Athletic en la última final; Sylvinho tuvo que dar un paso al frente por las circunstancias en Roma, en donde se midió a un tal CR; o Busquets, más suplente de Yaya Touré que este año, se vio de titular en las dos finales al improvisar el africano como central postizo.


Ante la torticera mirada de algunos, Guardiola es culpable de haber fichado a Chigrinski -tampoco es inocente con Ibrahimovic, pero eso no cuenta-, sobre el que azotan al técnico, en la diana de ésos que no perdonan a los triunfadores. Pues es tan culpable del ucranio como de Busquets, Pedro, Piqué y los premios universales a Messi. Aún quedan retorcidos que priorizan en el legado de Johan Cruyff los fichajes de Escaich y Korneiev, no los de Koeman, Laudrup, Stoichkov y Romario. O su desliz con Lucendo, locura embrionaria del alumbramiento de Amor, Guardiola, Ferrer, Sergi...

Guardiola es culpable, cómo no, de amar el fútbol, de sentir el Barça, de jamás olvidarse de hacer un guiño al último polizón del vestuario, aunque se llame Chigrinski. Como si alguien no pudiera equivocarse alguna vez, en caso de que el central resulte un fiasco. Eso está por ver, pero Guardiola ya es culpable. Como lo es de haber ventilado la caseta, donde hay más puntualidad, se vive de día y se duerme de noche. Ya nadie se deslengua, como sucedió en Villafranca del Penedés con el amparo presidencial, tras un demagógico ataque de cuernos. Guardiola es culpable de que por su falta de feeling con alguno de aquellos pretorianos laportistas el Barça pierda como perdió en Sevilla. No hay duda, de eso sí que es culpable este entrenador educado, sensible, con tacto, gusto exquisito y muchas inquietudes al margen de su obsesión por el fútbol. También es culpable de haber contribuido en este deporte a su alfabetización, mal que pese en la caverna, donde el verbo académico está mal visto. Este es el guardiolato, gran favor del Barça. Bendito culpable. Si todos fallaran así...