lunes, junio 30, 2008

EL VIEJO por Enric González

Yo, como aficionado, formé parte del pelotón de fusilamiento. Me como mis palabras, una por una, y me quito el sombrero. Ahora es leyenda.




Y yo, señor juez, ¿qué culpa tengo? El viejo era la víctima perfecta. No había más que verle deambulando por ahí con el chándal chillón, mal afeitado, con la piñata bailándole y esas gafas antiguas, que ni veía de lejos ni veía de cerca. Era la víctima perfecta. Si es que parecía pedirlo, señor juez, parecía pedir que le llovieran palos. Y no me negará usted que el tipo caía mal. Eso no lo digo yo, se acordará usted mismo: todo el mundo, o casi todo el mundo, se la tenía jurada.

Se hablaba mal del viejo, es verdad, y se echaba mano de cualquier excusa. Como lo del racismo. Decían que el viejo insultaba a los negros, y hasta le pusieron una multa. Qué le voy a contar: el caso era liarla, y complicarle la vida. No, claro, el viejo no era racista. Tampoco era ludópata, aunque en una época se dejara sus perrillas en el juego. Depresivo quizá sí, quién sabe. Qué más da.

A lo que íbamos: la víctima perfecta. Cada uno vive de lo que puede. Él vivía de llevarse palos, y yo, nosotros, de pegárselos. Y la gente encantada. Porque el viejo, encima, se defendía, se encaraba, intentaba explicarse, se negaba a irse. En este negocio nada funciona mejor que una víctima que se resiste. A la gente le encanta. La gente, señor juez, tiene muy mala leche. Y no lo digo para justificarme, que también: es que es la pura verdad.

Honestamente, yo no esperaba que las cosas fueran a acabar así. Cuanto más lo pienso, más extraño me parece. El asunto pintaba clarísimo: sólo era cuestión de darle palos hasta que se cansara y se largara sin conseguir nada. Mírelo fríamente, señor juez: ¿quién podía prever que el viejo consiguiera algo? Estaba condenado de antemano, lo que se dice un pringao. Así han sido siempre las cosas, ¿no?

Cómo nos equivocamos. Fue sólo eso, una equivocación sin maldad. Le pegábamos sin ensañamiento. Casi en defensa propia, mire lo que le digo. Porque alguien tenía que defender los intereses de todos, y el viejo parecía un peligro público. Que si Raúl, que si los bajitos, que si otra vez la maldición de cuartos, que si el espíritu perdedor, que si ya tiene sustituto, que si a ver cuándo se va... A ver, sea sincero: ¿pensaba usted que el viejo iba a resultar, a su edad y con su historial, la admiración de toda Europa?

Y, sin embargo, aquí estamos. En la final, con un equipo de lujo y con el viejo hecho un sabio. Porque ha resultado que sí, que él era un sabio y nosotros, los periodistas, unos capullos. Yo, al menos, estoy confesando, señor juez, a ver si me vale como atenuante. Otros que le ponían a parir parece que hayan estado siempre con el viejo, apoyándole a muerte. ¿Sabe usted? Me alegro de todo esto. Tiene como una justicia poética. Me alegro sobre todo por el viejo, que ha aguantado lo que ha aguantado. Si pudiera, se lo diría a la cara: señor Luis Aragonés, se ha portado usted como un hombre.

domingo, junio 22, 2008

22 DE JUNIO DE 2008 por Enric González


Yo estaba en Viena ese día. Miles de tifosi, la tricolor por todas partes, un ambientazo. No se me olvida la fecha: 22 de junio de 2008. Un gran partido. Un Italia-España era como un pequeño derbi, una rivalidad entre vecinos. Usted no se acordará, porque es muy joven, pero en aquella época les teníamos la moral comida. Los españoles nos ganaban los amistosos, pero nosotros siempre los machacábamos cuando contaba, en los partidos de verdad. Unos años antes Tassotti, que fue un gran terzino del Milan, había pegado un codazo a uno de los suyos en una eliminatoria decisiva, y, como perdieron también esa vez, nos la guardaban. Siempre les eliminaban en cuartos, ¿sabe? Estaban obsesionados.

Ocurrió lo de siempre: que ellos llegaron muy bien al partido, y nosotros muy mal. España había pasado tranquilamente la primera fase, tenía a un tipo, un tal Villa, que marcaba goles a mansalva, y no le faltaban titulares. En España decían lo de siempre: esta vez es la buena, esta vez ganamos. Nosotros, pobrecitos azzurri, hicimos una primera fase penosa, para variar. Sólo marcamos tres goles, uno de penalti, los otros dos a balón parado y con rebote. Se lesionó Cannavaro, Materazzi estaba mal, perdimos a Pirlo y Gattuso por sanción... Le sonarán, ¿no? Da igual.

Estuve diciéndolo todo el día: a los españoles no podía ya irles mejor. Parecían en estado de gracia. Sobre todo el tal Villa. Y en esos casos no sólo quieres vencer, quieres también convencer. Te recreas en los remates, la tocas de tacón, te sientes elegante. A nosotros, en cambio, no podía irnos peor. Toni, un tío tan bueno, no daba una. Fallaba lo difícil, lo regular y lo fácil. Me entiende, ¿no? Quiero decir que, por puro cálculo de probabilidades, Villa no podía seguir metiendo goles en cada partido. Y Toni, por esa misma razón, tenía que acabar marcando alguna vez.

Luego estaba lo del chaval, De Rossi. No se imagina lo que debió ser para él, un tío nacido para mandar, crecer en la Roma de Totti. Porque Totti era Dios para los romanos. Pobrecito De Rossi, qué juventud. Vivir a la sombra de Totti era crudo, pero en la selección lo tuvo aún peor. En la nazionale tenía que soportar la autoridad de los mandones del norte, como Buffon. Y como Pirlo. No sabe lo que era Pirlo, el jefe del mediocampo: había que hacerlo todo como él quería, y había que adivinar cómo lo quería, porque no decía una palabra. Flaco, seco y mudo: un carácter.

Pues bien, resultó que ese día, 22 de junio de 2008, Totti ya no vestía de azul. Y Pirlo estaba sancionado. De Rossi se encontró de repente con toda la responsabilidad, y con dos de los suyos, dos chavales romanistas, como lugartenientes: Aquilani y Perrotta, se llamaban. Qué momento. Qué partidazo. Oiga, joven, ¿de verdad no sabe qué pasó?

martes, junio 10, 2008

TRES PALOS por Ray Loriga


Algunos barcos tienen tres palos, y las porterías también, ahí se terminan las similitudes entre las novelas de Joseph Conrad y el fútbol. A los que disfrutamos de ambas disciplinas nos gustaría que se parecieran más y a menudo forzamos metáforas que cruzan de un lado a otro de nuestras dos grandes pasiones, pero no dejan de ser eso, metáforas forzadas. Tal vez sea mejor asumir que son dos amores distintos y tratar de que no se encuentren nunca, como quien tiene una esposa en la ciudad y una amante en provincias, o un marido en provincias y un amante en la ciudad, o viceversa y todas las viceversas posibles, incluidas las variaciones homosexuales y vascas y todas las líneas del PP, la dura, la blanda y la otra. En fin, que lo que nos gusta de este juego es precisamente su condición de preocupación excepcional, ajena por completo a nuestras vidas y en cambio parte fundamental de las más infantiles penas y alegrías. Recuerdo que en Submundo, la fabulosa novela de DeLillo, se contaba América mientras volaba una pelota de béisbol, puede que ésta sea la única manera de transformar el deporte en artefacto literario, asumir su importancia en nuestras vidas como hecho real, sin recurrir a imágenes enrevesadas y obligadas a nadar mal de una orilla a otra. Mientras la pelota está en el aire nuestras vidas suceden. Que pase entre los tres palos, o salga bateada fuera del estadio, en nada alterará el curso de lo nuestro, y en nada cambiará lo que escribimos o leemos. Antes los escritores apenas hablaban de fútbol porque estaba muy mal visto, ahora se comprende mejor que un escritor es un hombre, o una mujer, como otro cualquiera. Que también cuida de su jardín o de sus hijos, o los descuida, o se olvida del mundo y se sienta una tarde a ver un Osasuna-Betis. Nada hace pensar que la distancia entre deporte y literatura se haya acortado, ni falta que hace, a mí personalmente me basta con que no me hablen de Rilke mientras disfruto de un derbi y con que no me hablen de fichajes mientras disfruto de Rilke. También los niños son un encanto siempre que no se cuelen a deshora en el dormitorio de sus padres.

DeLillo dio con la manera de enredar la pelota con la letra escrita, pero una vez encontrada la fórmula no parece sensato tratar de repetirla. Recordemos la vieja máxima; el primero que comparó a una mujer con una rosa era un genio, el segundo era un imbécil. El periodista deportivo de Richard Ford no era precisamente un libro de deportes y el nadador de Cheever se rompía el alma sin amenazar ningún récord del mundo. Los futbolistas a veces llevan libros a las concentraciones pero me temo que casi nunca los leen, también nosotros llevamos pelotas a la playa y no las sacamos del coche. Casi es mejor así. La pelota no es parte real de lo que ganamos o perdemos, pero vuela por encima de nosotros, hagamos lo que hagamos, y nos basta con levantar de vez en cuando la cabeza para verla. La pelota no nos recuerda a nosotros mismos, nos recuerda otras cosas. Los juegos de los niños no son los juegos de los hombres, y el fútbol permanece anclado en nuestra infancia. Nos lleva una y otra vez a un tiempo pasado, ni mejor ni peor, que gracias a este hermoso juego aún no hemos perdido del todo. Fútbol y literatura suenan tan bien juntos como caballo y piano, de ahí que no haya que mezclarlos demasiado, de ahí también que no haya que renunciar a ninguno de estos placeres para disfrutar del otro.

Ray Loriga es escritor

lunes, junio 02, 2008

LA DIGNIDAD DEL HOMBRE DE PAPEL


Mathias Sindelar 2

Hace poco me encontré con un personaje del que no sabía básicamente nada. Mathias Sindelar su nombre, el mejor jugador austriaco de todos los tiempos, con una historia que, por lo visto, merecía la pena. Supe de él releyendo un artículo de Manuel Alegre y no antes, donde simplemente se le citaba de forma tangencial. Me interesó, y profundizando en él y en todo lo que supuso, no podía resistirme a agregarlo definitivamente a la galería de iconos de este blog. Y sí, claro que su historia merecía la pena.

23 de enero de 1939, ese día el fútbol perdió para siempre a un héroe, a un hombre cuya dignidad superó con creces sus extraordinarias cualidades deportivas. Aquella perruna noche vienesa, Mathias Sindelar fue encontrado muerto en la cama de su apartamento junto a su mujer, Camila Castagnola, una judía de origen italiano. Sindelar, judío también, se había negado a jugar con la Alemania nazi, de cuyos dirigentes se mofó durante un partido, tras la anexión austriaca de 1938, una ofensa para el III Reich que le persiguió de por vida. Su muerte aún despierta grandes recelos entre los historiadores. La información oficial mantuvo que la muerte se produjo por inhalación del monóxido de carbono de una estufa, pese a que algunos investigadores revelaron que ésta no tenía desperfectos y que en el apartamento no olía a gas. Unos sostienen que fueron delatados por un ex compañero de Sindelar en la selección austriaca. Otros apuntan a un suicidio por el régimen de terror.

Sindelar, hijo de emigrantes checos, nació en febrero de 1903 en Moravia, frontera con Bohemia, en la República Checa. Dio sus primeros balonazos en las calles del vienés distrito obrero de Favoriten, uno de los más deprimidos de la capital austriaca. Su padre, albañil, falleció en 1917 en la Primera Guerra Mundial y aquel espigado y desgarbado chiquillo que jamás se separaba de la pelota se crió junto a su madre y sus tres hermanas. Su habilidad con el balón le hizo muy popular en la barriada, donde se le apodó Papierene [algo parecido a hombre de papel]. La causa: su extraordinaria habilidad para filtrarse entre los defensas enemigos. El eco de su habilidad hizo que a los 15 años le fichara el Hertha Viena. Cinco años más tarde se enroló en uno de los grandes clubes de la ciudad, el Austria Viena, una institución ligada a la comunidad judía, a la que hizo campeona de Copa en sus tres primeras temporadas. Según los cronistas de la época, prefería un regate que un gol. En 1926 debutó con la selección austriaca y marcó el segundo tanto de la victoria ante Checoslovaquia (2-1). Ahí comenzó su leyenda futbolística. Su desgarro, deportivo y personal, estaba por llegar.

Aquella Selección austriaca era llamada el Wunderteam, [el equipo maravilla], internacionalmente no tenía rival, y la figura de Sindelar resultó impactante en aquel "planeta fútbol".

Se acercaba el Mundial de Italia de 1934 y el favoritismo austriaco era unánime. Sindelar, un goleador mayúsculo, y sus compañeros recibieron el primer azote político de sus desgarradoras carreras. Mussolini manipuló el torneo y en la semifinal ante Italia, Austria, impotente tras ver cómo le anulaban varios goles, perdió 1-0. Cuatro años después del expolio de Mussolini, la Alemania nazi ocupó Austria. Hitler, al igual que el fascista italiano, estaba al corriente del poder hipnótico del fútbol entre el pueblo, un reducto propagandístico perfecto. De hecho, el Führer ya había retorcido para su causa los Juegos de Berlín de 1936. Con el Mundial de Francia del 38 a la vista, Alemania seleccionó a todo el Wunderteam, que al no ser ya un país -sino la provincia alemana de Ostmark-, no podía competir internacionalmente. Antes, para celebrar su conquista, Alemania, con algunos de sus nacionalizados austriacos, organizó un amistoso contra Ostmark. Sindelar se negó a jugar con los nazis y alegó que a los 35 años su cuerpo estaba muy castigado. Su dignidad le impedía enfundarse una camiseta con la esvástica y luego levantar el brazo durante el himno. Días después se retrató: Sindelar, que primero se burló de los nazis al fallar varios goles intencionadamente, marcó finalmente uno de vaselina. Ostmark venció 2-0 para humillación de su invasor y, tras su gol, Sindelar bailó ante el palco de los jerarcas nazis. Comprobado su rendimiento, el seleccionador alemán intentó otra vez su fichaje. Mathias se negó, no quería identificarse con los invasores.

La negativa resultó fatal para el jugador y su compañera judía, que se quedaron sin su principal sustento, condenados por el régimen al ostracismo y más tarde perseguidos. Algunos compañeros de Sindelar, como el ex capitán de la selección austriaca, Nausch, tuvieron más suerte, ya que cuando fue obligado a divorciarse de su esposa judía, logró huir con ella a Suiza. Sindelar, que llegó a regentar un café en Viena, no lo consiguió y estuvo ocho meses refugiado junto a Camila. Los nazis ofrecieron una recompensa por su captura, al tiempo que se multiplicaba la cacería judía. Las noticias sobre la depuración nazi, los campos de exterminio y las cámaras de gas se sucedían. El cerco sobre Sindelar se estrechaba, hasta que la policía informó de su muerte. Un día después falleció Camila en un hospital, después de permanecer en coma. Lo que no pudieron impedir los nazis fue el extraordinario tributo popular que recibió Sindelar, convertido, a partir de ese momento, en un símbolo de la resistencia. Se prohibió cualquier manifestación de duelo, y aún así más de 15.000 personas asistieron al funeral en medio de grandes medidas de seguridad. Se amontonaron miles de telegramas de pésame y los servicios de correos se atascaron. La calle en la que vivía, Laaerberg, pasó a llamarse Sindelarstrasse.

Junio 2008. Alemania se enfrentará a Austria en Viena, esa noche volverá el recuerdo de alguien que se atrevió a desairar a un monstruo, aunque ello le cortara de raíz una carrera extraordinaria. De él se escribió: "Jugaba como nadie, ponía gracia y fantasía, jugaba desenfadado, fácil y alegre. Siempre jugaba y nunca luchaba". El día que lo hizo le costó la vida, el precio de la dignidad.