lunes, diciembre 13, 2004

Historias del Calcio. EL SUEÑO DE UN NIÑO DE LIVORNO

Dinero, celebridad y comodidad son las tres llamadas irresistibles de los tiempos que corren. Existe, sin embargo, un tipo que no cedió al reclamo y prefirió, en cambio, un sueño. Se llama Cristiano Lucarelli, tiene 29 años, juega como delantero centro y en su ciudad será recordado por muchas generaciones. Pagó mil millones de liras, digamos cien millones de las antiguas pesetas, por una oportunidad: la oportunidad de realizar sus sueños y pasar a la historia. Y no falló.

Entre quienes guardarán en la memoria las gestas de Lucarelli no figuran, seguramente, los aficionados del Valencia, que le soportaron durante una temporada mediocre en 1998-1999. Tampoco tendrá monumentos a la entrada de los estadios del Perugia, el Cosenza, el Padua, el Lecce y el Torino, todos los equipos por los que pasó en diez años de carrera profesional. Ni quedará en los anales de la selección italiana. Su carrera internacional terminó en 1997, cuando, con la Sub-21, marcó un gol a Moldavia y se quitó la camiseta azurra para mostrar a las cámaras de televisión, en riguroso directo, la que llevaba debajo: una con la efigie del Che Guevara. Por alguna razón, aquello molestó a la Federcalcio. No volvió a ser convocado, ni con los jóvenes ni con los mayores.

Lucarelli es de Livorno y comunista, lo que equivale, casi, a decir de alguien que es de Osaka y tiene los ojos rasgados. El Partido Comunista Italiano nació en Livorno, el puerto industrial de Toscana, en 1921. Y la ciudad siempre ha sido de izquierdas. Como Lucarelli, que se ha puesto en el móvil la melodía de Bandiera Rossa. Nació en un barrio marítimo de mala fama conocido como Shanghai, hijo de un estibador portuario militante del partido y del sindicato. El niño Cristiano estuvo rodeado desde el principio de banderas rojas, por el PCI, y granas, por el Livorno. De mayor quería ser el delantero del Livorno que marcara el gol del ascenso a Primera. Hoy recuerda que, pese a su pasión total por el Livorno, tenía una esquina del alma con los colores del Inter, "porque ellos tampoco ganaban nunca". Lo cual da una idea del personaje y del Livorno, una de las sociedades con menos historial del calcio. Ganó una Copa en 1987, y ya está. Por resumir: desde 1949 merodeaba entre Segunda, en las temporadas triunfales, y Regional, en las normales.

En primavera de 2003, Lucarelli estaba en el Torino y su representante, el abogado Carlo Pallavicino, le estaba buscando nuevo equipo. Las ofertas, todas de clubes de Primera, eran razonables: casi un millón de euros por año. Pero resultó que el Livorno subió a Segunda. Y Lucarelli le encargó a Pallavicino que le encontrara un puesto en su equipo del corazón, donde no había jugado nunca. El Livorno no podía pagar más que unos cientos de miles. Lucarelli aceptó, renunciando a sueldos que ascendían a más del doble, a la fama televisiva de otros clubes y a la comodidad de un puesto secundario. El propio Carlo Pallavicino ha publicado un libro sobre esa decisión y sobre lo que ocurrió después. "Quedaos con los mil millones", se titula.

Lo que ocurrió después fue que Cristiano Lucarelli volvió a su ciudad y vistió el grana de su equipo convertido en el jugador mejor pagado del Livorno y en símbolo del sueño secreto de decenas de miles de livorneses: poner el pie en Primera, 55 años después. Lucarelli, un hombre con más pasión que capacidad reflexiva, se echó la responsabilidad a la espalda como si nada y jugó como nunca en busca del sueño de su infancia.

El día en que marcó el gol número 25 de la temporada, el milagro estaba hecho. El Livorno ascendió.

Lucarelli anotó ayer otros dos tantos que valieron tres puntos. El presidente de la República, el impecable Carlo Azeglio Ciampi, livornés y livornista, debió celebrarlo por todo lo alto. El Livorno se acercó un poco más a la mitad de la tabla y al objetivo de la permanencia.

Cristiano Lucarelli es un tipo que ha cumplido sus sueños, que vive entre los suyos y que será recordado por muchísimo tiempo en su ciudad. Y sólo ha pagado mil millones de liras por todo eso.

Enric González es autor de Historias del Calcio

jueves, noviembre 18, 2004

LO DICE BENEDETTI

"Aquel gol que le hizo Maradona a los ingleses con la ayuda de la mano divina es por ahora la unica prueba fiable de la existencia de Dios"

Mario Benedetti, escritor uruguayo

lunes, noviembre 15, 2004

DERROTAS Y HUMILLACIONES

La ciudad alta de Bérgamo, una plácida maravilla del Renacimiento lombardo y veneciano, está protegida por una muralla intacta. Nunca nadie, en siete siglos, se molestó en asaltar o sitiar la ciudadela. La ciudad baja, en la llanura, no es menos tranquila.
En Bérgamo, a unos 40 kilómetros de Milán, se vive bien; quizá, con un punto de sopor. Los jóvenes bergamascos huyen cada fin de semana hacia las discotecas de la vecina Brescia en busca de un poco de animación. Todo lo cual no explica para nada la furia que caracteriza a los tifosi del Atalanta, el equipo de Bérgamo, y su odio ancestral al Brescia.
Toda esa rabia de la ciudad tranquila se debe tal vez a una sobredosis de derrotas. El Atalanta es un figurante del calcio que esta temporada, recién ascendido a Primera, no ha ganado aún ningún partido y cierra la cola de la clasificación.
Las derrotas y la furia engendran humillaciones. Como aquélla sufrida hace pocos años en San Siro. Los bergamascos, llamados motorini por los milaneses porque viajan a la gran ciudad en manadas de ciclomotores, quemaron el autocar del Inter en su estadio. El Inter es otro de los demonios del Atalanta. La razón, dicen, es que ambos equipos comparten colores, azul y negro, y lucen camisetas idénticas. Así de tontas son esas cosas. Los interistas, en la segunda vuelta, intentaron quemar el autobús bergamasco, pero la policía, avisada, lo impidió. Entonces tuvieron una idea. Se les ocurrió una barbaridad que dio la vuelta al mundo: introdujeron en la tribuna un ciclomotor y lo arrojaron sobre el césped. Fue casi un linchamienteo simbólico de los motorini, una burla grotesca.
Ayer se disputó el derby Atalanta-Brescia, uno de esos encuentros de alto riesgo en los que suele verse de todo menos fútbol. La estación de tren de Bérgamo y el estadio municipal fueron tomados por la policía y aun así no se pudo evitar la violencia. Dos horas antes de que se empezara a jugar ya había porrazos. Dos horas después del final seguían los disturbios. Entre tanto, el partido había concluido con un miserable empate a cero. Entre ambos equipos sumaron un tiro a puerta, flojo y a las manos del portero.
El entrenador del Atalanta, Andrea Mandorlini, dice pertenecer a la larga lista de discípulos del gran Zdenek Zeman y, como otros muchos técnicos modestos del calcio, proclama que la regeneración pasa por el juego de ataque. Es la moda de este año. Si Zeman hace maravillas en el Lecce alineando tres puntas, la solución a todos los males debe ser ésa. Zeman, sin embargo, sólo hay uno. Y sólo él dispone de un atacante como Bojinov. Sus presuntos discípulos diseñan unas tácticas ofensivas que no tienen nada que envidiar al viejo catenaccio. Y eso lo reconoce el propio técnico de Lecce: en Italia se está volviendo al cerrojo, con el ridículo añadido de las ínfulas de vistosidad.
Debe de tener razón Zeman cuando dice que la Liga de 20 equipos, máxima expresión del negocio futbolístico, sólo produce tedio y amargura. El tedio se ve en partidos como el que ayer enfrentó al Lecce con sus enemigos de la Juventus sobre un césped impracticable por la lluvia. En otro tiempo se habría aplazado. Ahora no se puede: el calendario está lleno. Hubo que jugar y ganó la Juve de Fabio Capello, aburrida y mortífera a partes iguales.
La amargura es la de quienes no ganan nunca, como el Atalanta. En Bérgamo, casi todo el mundo es del Milan. El pobre Atalanta acaba siendo poco más que una excusa para liar la bronca y salir en televisión. Una lástima.

lunes, noviembre 08, 2004

LA HERENCIA DE TRUENO

Gigi Riva acaba de cumplir 60 años. Rombo di Tuono, Estruendo de Trueno, el mejor futbolista italiano del último medio siglo, que jugó siempre en el Cagliari porque no le apetecía dejar su pobrísima Cerdeña natal para ser empleado de un equipo del norte rico, sigue siendo un tipo de una pieza: áspero, sarcástico y decente. Fuma tanto como cuando jugaba, o sea, mucho, y mantiene los mismos valores. A este hombre, las defensas contrarias le rompieron los dos peronés y sólo se le oyó un lamento: que en el hospital le quitarían los cigarrillos. El fútbol, ha dicho esta semana, es sólo un juego, un entretenimiento sin más importancia. Pero si te pagan por jugar eres un profesional del asunto y te dejas el pellejo en el césped. Sin quejas y sin discusiones.
A Riva le gustaba que le trataran como a un adulto. Una noche, en vísperas de un partido importante, el entrenador entró en su habitación y encontró a la mitad de equipo jugando al póker bajo una humareda de espanto. El entrenador sólo dijo una frase antes de irse: "Abrid la ventana". Al día siguiente, Riva y los suyos jugaron como nunca y ganaron.
Valeri Bojinov, un chaval espontáneo y exuberante, se distingue en muchas cosas de Rombo di tuono. Tiene la sensatez de no fumar, por ejemplo. Y nunca se quedará en su pueblo, porque lo dejó ya a los 13 años. El Lecce se lo llevó de Bulgaria cuando era un niño y el Tribunal de Menores otorgó su tutela al responsable de los juveniles de la sociedad. Ha vivido desde entonces en una especie de internado futbolístico. Debutó en Primera a los 15, ha padecido la agonía del descenso y la euforia del ascenso y hoy, con 18 años y ya internacional en la selección búlgara del ex barcelonista Hristo Stoichkov, es junto al brasileño Adriano el máximo goleador de la Liga italiana.
Bojinov está ahora a las órdenes de Zdenek Zeman, el héroe romántico que denunció el dopaje en el calcio y pagó por decir la verdad. Zeman es de la escuela de Riva: un fumador enamorado del sur y del fútbol de ataque, un tipo serio y severo que no gasta dos palabras si le basta con una. El otro día, en el Olímpico, Bojinov marcó e hizo lo impensable: corrió hacia el banquillo y le estampó un beso a Zeman. Los demás jugadores dieron por supuesto que Bojinov sería despellejado. Pero a Zeman sólo se le escapó algo que pareció una sonrisa.
El jueves, durante el partidillo de entrenamiento, Zeman le pegó un grito a Bojinov y éste respondió mal. Zeman se hizo el sordo. Al día siguiente, el joven búlgaro se presentó en su oficina para pedir perdón y leyó en público una nota conmovedora en la que agradeció al entrenador todo lo que le estaba enseñando y en la que dio por supuesto que sería "merecidamente" relegado al banquillo.
Pero Zeman sacó ayer a Bojinov como titular ante el Palermo. Y el chaval se lo agradeció con dos goles.
Bojinov es un gran futbolista y será un fenómeno. Quizá llegue a ser también un hombre. Como Riva, Zeman y otros especímenes similares, cada vez más raros.

lunes, octubre 25, 2004

Historias del Calcio. DESGRACIA GRANA

El Torino no ha ganado ninguno de sus últimos cuatro partidos y lleva 273 minutos sin marcar. Después de cinco victorias consecutivas en el arranque del campeonato y cuando parecía tener casi al alcance de la mano el sueño del retorno a Primera, el viejo Toro atraviesa una fase triste. Pero esto no es nada. El club más desgraciado de todos los tiempos ha sufrido cosas muchísimo peores. La tifosería grana sabe encajar cualquier adversidad.

¿Qué otra sociedad futbolística tiene un santuario como el de Superga? Ahí está el monumento a los muertos de 1949, un maravilloso grupo de jugadores desaparecido en un instante. El avión que devolvía al gran Torino de un amistoso en Lisboa -en el que a punto estuvo de viajar Kubala, recién huido del Este y en tratos para fichar por la que era la mejor formación del planeta- se extravió en la niebla cuando iba a aterrizar y se estrelló contra el monte Superga. No hubo supervivientes. Y se abrió un hueco en el corazón de Turín que en parte ocupó la Juventus, el club de la Fiat.

Mi amigo Lorenzo me recordó que hubo otro momento negro en la historia grana. Este mes se cumplen 37 años. Fue un 15 de octubre cuando voló Gigi Meroni, la mariposa grana. Pocos futbolistas fueron tan amados y criticados como Meroni, un tipo peculiar, irremediablemente libre. Quizá en su debut alguien recordó que el piloto del avión de Superga se llamaba también Meroni. Un Meroni rompió el alma del Toro y otro Meroni se la devolvió: con aquel tipo flaco en el extremo -le daba igual la derecha que la izquierda- los grana parecían destinados a recuperar la primacía turinesa.

Gigi Meroni pertenecía a la categoría de los Garrincha y los Best. Era un genio loco que regateaba tres veces al mismo contrario si pensaba que ese engorro resultaba estéticamente apropiado para un juego que sólo entendía él; que sorteaba de forma humillante al contrario y luego se paraba a consolarle -el insigne Dino Zoff recuerda una de esas ocasiones-; que escandalizaba a la pacata Italia de la época dejándose barba, viviendo amancebado con una chica polaca y pintando cuadros de cierto mérito. Medio país le adoraba y el otro medio le detestaba. Muchos le culparon de la derrota contra Corea en el Mundial de Inglaterra 66 pese a que no jugó. La Gazzetta dello Sport desencadenó una furiosa campaña contra Meroni.

Y, sin embargo, quienes le vieron jugar no le olvidan.

El 15 de octubre de 1967, al concluir un partido, Gigi Meroni fue atropellado por un joven de 18 años, tifoso del Toro, que acababa de sacarse el carnet. Después de llorar a Meroni, cuyo féretro fue expuesto en el centro del estadio, la afición fue a animar al conductor, hundido en una depresión espantosa. Aquel muchacho que mató a una mariposa de 24 años se llamaba Attilio Romero y es hoy presidente del Torino. ¿Cómo podría parecerle grave una simple racha sin goles?

Enric González es autor de Historias del Calcio

lunes, octubre 04, 2004

PENAS CON GRANDEZA EN NAPOLI

En Turín nadie sabía gran cosa de aquel tipo renegrido y cabezón que habían fichado los Agnelli. El Juventus de 1957 acababa de cerrar una temporada muy mediocre, con un noveno puesto, y el público exigía a la Fiat que reforzara el equipo. La sociedad automovilística de los Agnelli trajo a una estrella, John Charles, el gigantesco ariete galés llegado desde el Leeds United. Y a ese otro, argentino, a cuya presentación acudieron unos pocos. Esos pocos hicieron bien. El Cabezón salió al césped arrastrando los pies y con las medias caídas, vio las gradas semivacías, escuchó cuatro aplausos mal contados y decidió presentarse: se colocó el balón sobre el pie izquierdo y dio tres vueltas enteras al campo, corriendo y saludando, sin que el cuero tocara el suelo. Los diarios de Nápoles relataron la hazaña al día siguiente. Y desde ese día los napolitanos soñaron con tener para sí a ese genio irreverente y burlón que, como Garrincha, se paraba a esperar al contrario para hacerle otro túnel o para reírsele en la cara.
Omar Enrique Sivori, El Cabezón, era un tipo difícil de soportar. Pero el Nápoles le esperó hasta 1965, cuando, ya con un Balón de Oro bajo el brazo y en declive, llegó por fin al sur. Hacía falta. Como hacía falta, 18 años después, Diego Armando Maradona, otro cabezón genial y teatrero, hecho a medida para la ciudad más histriónica de Italia, que es como decir del mundo. Nápoles ama el espectáculo, los gestos solemnes, la risa, la burla. Por eso amaba al grandilocuente naviero Acquille Lauro, alcalde de la ciudad y propietario del club en los 50, que pagó al Atalanta 105 millones de liras, una barbaridad, por el sueco Hasse Jeppson, quizá sólo para permitirse una broma y presentarle a los suyos como "O Banco e Napule", "el Banco de Nápoles".
El Nápoles, quebrado y adquirido en liquidación judicial por el magnate cinematográfico Aurelio de Laurentiis ("vamos a demostrar que el Norte no es mejor que el Sur", dijo), malvive hoy en la mitad de la tabla del grupo B de la Tercera División, con la amargura añadida de asistir a un renacimiento del fútbol sureño: Lecce, Palermo, Messina, Cagliari y Reggina, cinco clubes terroni en Primera, lo nunca visto en el calcio.
Los gestos, sin embargo, siguen siendo grandiosos. Al partido de presentación en el estadio San Paolo, 50.000 personas acudieron para decir que estaban ahí pese a todo. De Laurentiis les correspondió a la napolitana. ¿Que ninguna televisión quería emitir en directo los encuentros de un club de Tercera? Vale. El productor de cine compró de una tacada los derechos de todos los clubes de Segunda, que sí se emiten, y con el paquete en la mano se fue a negociar con Sky, la televisión del magnate de los medios Rupert Murdoch. Desde el próximo miércoles, el Nápoles volverá a las pantallas.
Más allá del gesto, la realidad es cruda. El Nápoles venció ayer, por fin, su primer encuentro de la temporada, un 1-2 agónico en el campo del Lanciano, abarrotado: más de 6.000 espectadores, un máximo histórico.

domingo, octubre 03, 2004

EL DEMONIO DEL MEDIODÍA por Javier Marías (Eurocopa 2000)

Con Holanda como sola excepción, la primera fase de la Eurocopa ha dejado en escena a un elenco descaradamente meridional: Italia, Francia, Portugal, España, Rumania, Yugoslavia y -por Mahoma- Turquía. Menos mal que ya nadie se acuerda -ni siquiera yo mismo apenas- de que hace mil años existía una competición llamada, si no me equivoco, la Copa Latina, porque quizá tendríamos la levemente frustrante sensación de haber desembocado de repente en ella y andarnos sólo por el Mediodía.Algo malo y algo bueno indica este predominio. Tras la derrota de Alemania por 0-3 ante Portugal, le puse un fax de pésame a Paul Ingendaay, corresponsal cultural en España del Frankfurter Allgemeine Zeitung. Más que su eliminación a las primeras de cambio -gajes del oficio o azar-, lo que me parecía merecedor de condolencias era el bagaje goleador de la Máquina Acorazada: un solitario tanto a favor en tres partidos delataba a un equipo apático y falto de codicia, o -aún más raro y aún peor- falto de insistencia. Es el síntoma más llamativo de la extraña inversión de papeles que se está produciendo en los Países Calurosos Bajos. Porque, ¿acaso no va también contra la tradición que Portugal golee sin despeinarse, cuando lo normal era verlo como si hubiese pasado por una peluquería de Jerry Lewis y sin meter bola en la red? ¿O que Dinamarca se largue sin dejar un mísero gol y con su portero haciendo aspavientos para disimular? ¿No es anómalo que en seguida tengamos a todos los nórdicos fuera, a los británicos fuera, fuera a los centroeuropeos, y fuera eslavos con la sureña excepción? ¿No resulta insólito que España, tras comenzar pusilánime como siempre, se sobreponga con heroicidad a base de trompicados goles útiles, en vez de los habituales y elegantes goles superfluos e inútiles, como aquel sexto de Kiko ante Bulgaria en el último Mundial? ¿No es absurdo que Holanda, en lugar de convencer y perder, venza y aburra como si sus jugadores del Barça aún sufrieran del mal vangálico? (No quiero alarmar a los culés, pero tiene pinta de enfermedad irreversible y crónica).
Para los aficionados con sentido de la historia no es grato del todo tener por delante siete encuentros vitales sin Alemania ni Inglaterra en ellos, sin rusos ni checos ni húngaros ni polacos ni escoceses embriagados. El lado bueno del asunto es el momentáneo triunfo de los equipos disparatados, vehementes e improvisadores. Se lleva la palma Yugoslavia, a la que ya hay que agradecer que nos haya permitido contemplar trece goles en dos partidos demenciales, es decir, de los que invitan a regresar al estadio. Lo mismo puede aplicarse a Portugal, aunque su engañosa serenidad lo haga parecer más sensato y organizado. Rumania y Turquía llevan lo descabellado en sus botas. Si las selecciones caóticas y desobedientes acaban ganando, y dado el mimetismo reinante de las fórmulas victoriosas, es posible que la próxima temporada nos encontremos el continente lleno de enfrentamientos imprevisibles y desaforados. Ojalá.
A Ingendaay le dije, para consolarlo, que no se perdiera el Yugoslavia-España del día siguiente, porque sería "histérico, y por tanto divertido". Y en efecto, España se ha apuntado a la corriente: un poco tarde, pero con entusiasmo y espectacularidad. Una vez que el ultimísimo golpe de dados le fue propicio, se la siente ahora como unos de esos caballos que vienen desde atrás a galope tendido (me perdone la comparación Savater) y se imponen, casi desbocados, en la recta final. Pero para seguir en la dinámica enloquecida y vistosa, es preciso que Camacho mantenga bajo los palos a Cañizares o a Molina, de los que no recuerdo una sola parada en lo que va de Eurocopa, en vez de optar por Casillas, el único de los tres que no se limita a interceptar centros y recoger cesiones, sino que además evita goles. De ese modo nos aseguraremos por lo menos un par de tantos en contra por partido. También debe mantener a Salgado, que garantiza alguno en contra y alguno de billar sucio a favor.
Debe evitar a toda costa a los tibios Aranzábal y Fran, y quizá a Hierro, en exceso aseado y aplomado para la pertinente histeria colectiva. Conviene que no falten nunca Raúl, Alfonso, Mendieta y Sergi, porque pierden tantos balones como recuperan, obsequian tantos regates atolondrados como exquisitos, se pegan tantas carreras innecesarias como eficaces por huracanadas. Y, por supuesto, jamás debe faltar Guardiola. No porque comparta con los anteriores la hiperactividad y la aceleración insensata o sensata (él es sensato siempre), sino porque, como también a esos cuatro, le gusta jugar al fútbol. Se ve que lo pasa en grande, eso se nota. Esta sensación, por absurdo que en principio parezca, no la transmiten muchos jugadores hoy día. Casi ningún italiano, casi ningún francés (Zidane hastiado de la Juventus), sólo Figo en Portugal (es cosa distinta de ser buen futbolista: lo son Del Piero, Rui Costa, Mijatovic), sólo el viejo Hagi en Rumania; y ningún yugoslavo, ningún alemán, ningún nórdico, sólo Owen en Inglaterra, probablemente por su juventud.
Guardiola ya no es muy joven, pero se le ve disfrutar enormemente, y quienes disfrutan no desean que los partidos terminen nunca; por eso son capaces de recoger malamente un balón en el centro del campo y, con el agua al cuello, aún sacarle placer al último pase del día, es decir, medirlo, bombear adecuadamente, tocar ese postrero y agónico balón con gozo. Lo que vino después ya lo hemos visto setecientas veces y lo que te rondaré morena, sobre todo ahora que por fin tenemos para la historia un golito más, famoso, que sí fue gol nuestro, no como los de Cardeñosa y Míchel contra Brasil (el uno fallado, el otro no concedido), ni como los de Arconada, Zubizarreta y Molina a favor de Francia, Nigeria y Noruega respectivamente. Pero además: cuando acabó el tiempo con su 4-3 increíble y llegó el momento de los descontrolados gestos que tanto dicen sobre quienes los hacen, hubo dos que me llamaron en especial la atención. Mientras sus compañeros se revolcaban sobre la hierba, Iván Helguera, muy educado y sobrio -pasó algún tiempo en Italia-, estrechaba ceremoniosamente las manos del medroso árbitro y sus auxiliares. Guardiola, por su parte, era el que con mayor emoción se abrazaba a todos, en particular con Raúl y Hierro, eternos rivales. Además de ser un extraordinario futbolista que incluso en un mal día debe estar en el campo, además de disfrutar con su oficio, parece un tipo de lo más cariñoso. Ésos siempre caen bien y no hay que herirlos. Hay que cuidarlos.

miércoles, septiembre 22, 2004

VERGÜENZA EN NÁPOLES

Sobre la estupidez humana se ha escrito bastante. El tema, por desgracia, resulta inagotable. Un grupo de seguidores del Nápoles (no aficionados al fútbol, sino seguidores en el sentido de ir tras el equipo) devastó el sábado el estadio Partenio de Avelino, protagonizó varias batallas campales, una de ellas en pleno césped, y dejó en el asfalto un muchacho medio muerto que anoche seguía en estado crítico. El subjefe de la policía local fue agredido y sufrió un infarto. La pequeña ciudad de Avelino, en los Apeninos, padeció horas de terror. Las imágenes avergüenzan.
Pero no vayamos a creer que toda esa violencia fue gratuita: es que era un derbi regional. Ah, claro, Y además, explican los tifosi napolitanos, hubo un problema de entradas, más caras de lo que esperaban. Con toda lógica, los muchachos resolvieron el problema cargando contra la policía, entrando en tromba en el estadio y encaramándose a lo alto de la tribuna para arrojar bengalas y sillas. Lo que habría hecho cualquiera. Uno de ellos, un chico de 20 años, Sergio Escolano, de 20 años, quizá inocente, se desplomó desde un voladizo hasta la calle en una caída de una veintena de metros. Según algunos testimonios, la ambulancia tardó hasta media hora en recoger su cuerpo roto: era imposible acceder a él porque las peleas proseguían alrededor. Luego, unos cien imbéciles saltaron al campo e hicieron huir a la policía, que dejó tras sí una nube lacrimógena. El partido se suspendió sine die.
Nápoles y Avelino padecen una tasa de paro altísima, son ciudades inmersas en la tradición sureña de violencia, la gente del Nápoles soporta mal la vida en Segunda y el casi descenso a Tercera del pasado año... Todos estos argumentos inundan la prensa italiana. Sobre la estupidez humana, en efecto, se escribe bastante. Pero no pasa nada: el domingo próximo, los imbéciles que asolaron Avelino volverán al estadio. Quizá algún directivo les salude como fieles entre los fieles. En el azul celeste de la camiseta napolitana queda la mancha negra.
En cuanto al fútbol, una nota de normalidad: después de exhibición de Highbury (0-3 contra el Arsenal en Champions), el Inter, auténtica unidad de medida del calcio, empató tristemente a cero en el Giuseppe Meazza con la Sampdoria. La estoica hinchada del club azul y negro vivió sus 90 minutos de tedio y volvió a su habitual sufrimiento.
El Juventus es el poderío de la burguesía industrial. El Milan es la genialidad de una extraña combinación de aristocracia y proletariado. El Inter, el tercer grande, es la paciente clase media, aderezada con un punto de masoquismo. Es la sociedad que dejó escapar a Roberto Carlos y fue burlada por Ronaldo, es el equipo que cayó en semifinales de la pasada Champions sin perder ningún partido y quedó segundo de la Liga (tercero el anterior); es, en fin, el club que contrató como entrenador a Héctor Cúper, un especialista en derrotas heroicamente arrancadas de las fauces de la victoria.
El juego del Inter suele ser el mejor termómetro del calcio y, a juzgar por lo visto ayer, el fútbol italiano sigue asfixiado entre marcajes, presiones, astucias y faltas lejos del área. Todo el partido fue jugado como un larguísimo último minuto en campo contrario. No estaba el gran Chistian Vieri, pero da igual: fue una lástima.

sábado, junio 26, 2004

NUESTRO JUEGO por Manuel Alegre

1. Según el padre António Vieira, a quien Fernando Pesoa ha llamado "emperador de la lengua portuguesa", existe una "línea matemática" entre Portugal y España. O sea: una metáfora. Salazar, que desconfiaba de Franco, firmó con él el Pacto Ibérico. Entonces, una muralla separaba ambos pueblos. Mientras duraron las dictaduras, España era el país geográficamente más cercano y culturalmente más lejano. De vez en cuando jugaban las selecciones. Normalmente, España ganaba. Escuchábamos las transmisiones por la radio, con los locutores intentando engañarnos. De ese tiempo quedó una célebre frase: "Portugal ataca y España marca". Son traumas que no se olvidan.
En 1947, en Lisboa, Portugal ganó a España por 4-1. Salazar, que quería que todos los portugueses desconfiaran de España como él, celebró la victoria como un hecho histórico. Pero con las dictaduras estuvimos siempre perdiendo, aun cuando una de nuestras selecciones ganaba a la otra, Portugal una sola vez y España muchas más.
2. Portugal comenzó a ganar a España por 1-0 cuando hizo la revolución mientras España se quedó por la transición como, con gran fair play, reconoció Juan Luis Cebrián en su magnífico libro Francomoribundia. Al entrar en la CEE, España empató. Ahora gana por 2-1 porque ha tenido el coraje de retirar sus tropas de Irak.
3. El Pacto Ibérico nos ha separado. La democracia nos ha acercado. Y el fútbol, también. Con Figo jugando en España, pasamos a ser primero del Barcelona y después del Real Madrid. Y con Camacho en Lisboa ciertamente hubo madridistas apoyando al Benfica.
El problema viene ahora. Somos hermanos, estamos en la Unión Europea, pero en este juego la línea matemática del padre Vieira deja de ser una metáfora. No vamos a resucitar los fantamas del pasado. No es una guerra; es peor, es un partido de fútbol entre Portugal y España; una fiesta, pero una fiesta en la que uno va a tener que matar y el otro morir.
Apenas un juego. Nuestro juego. Pero ya he subvertido al gran Antonio Machado: "Anoche, cuando dormía, / soñé, bendita ilusión, / que mi Portugal vencía, / España de mi corazón".
4. Es cierto que España tiene a Raúl, Morientes, Valerón, Vicente, Casillas... Pero Portugal tiene a los hombres del Oporto, campeón de Europa. Tiene un arma secreta llamada Cristiano Ronaldo, si Scolari no lo deja en el banquillo. Y tiene a Figo, que anduvo solo con el Madrid a sus espaldas. Tal vez está un poco cansado. Pero no tanto como Raúl. Por eso espero que, al final, sea la selección portuguesa la que consuele fraternalmente a la selección de España. Al final, es apenas un juego. Nuestro juego. Sólo un juego de fútbol, aunque hoy, domingo, no hay nada tan importante en el mundo como este juego a vida o muerte entre Portugal y España.

FÚTBOL Y MAGIA por Manuel Alegre

1. W. B. Yeats, el gran poeta irlandés, decía que se puede preparar un discurso como quien hace un poema. Lo mismo puede ocurrir en el fútbol. No es sólo una cuestión de técnica, sino también de tensión interior, "instinto" ha dicho Nuno Gomes, "razones inexplicables", lo que Herberto Helder ha llamado "estado de poema" y que para un futbolista quizá sea el "estado de gol". Una especie de estado de gracia, una inspiración, un soplo que viene de dentro. Pero que sólo funciona cuando la técnica, como subrayaba Ezra Pound, se transforma en una segunda naturaleza. Es lo que permite al poeta, en momentos excepcionales, reencontrar la relación mágica con el mundo a través de la palabra. O a un futbolista, como hizo Nuno Gomes, irse a la derecha y rematar en vez de hacer una pared con Figo, que le había dado el pase y se desmarcaba hacia la izquierda llevando los defensas atrás. Es algo que se decide en una centésima de segundo. Viene de dentro, de la voz no se sabe de quién, que dice al futbolista "¡remata!" y al poeta, cada vez más ajeno, casi sin intervenir, y aconseja el ritmo, después la primera palabra, finalmente el poema. Me gustaba describir un gol como aquel poema que Nuno Gomes ha marcado. Tal vez hay otros más bonitos. Pero ninguno con aquella intensidad, capaz de hacer al país saltar y, al mismo tiempo, gritar: ¡Gol! Como si cada uno de nosotros hubiera sido el autor. Como si todos juntos estuviéramos rematando con el pie de Nuno Gomes. Momento incomparable, que sólo raramente acontece en el amor, en la poesía, en el fútbol y en muchas otras pocas circunstancias de la vida. Algo que, como fenómeno colectivo, tal vez sólo el fútbol sea capaz de provocar.
2. ¿El fútbol se juega con once? El fútbol se juega con todos. Todo el país ha jugado contra Inglaterra, a excepción de una media docena de la casta superior, que todos sabemos quiénes son. El fútbol se juega con todos. Y no sólo con el alma, sino con todo el cuerpo. No hay un trozo de mí que no me duela. Han sido 120 minutos más los penaltis. Cuando me he dado cuenta, estaba dando la mano a los vecinos de la izquierda, ahora amigos íntimos, y al vecino de la derecha, mi compañero de infancia, el juez Afonso de Melo, todos con las manos dadas. No ha sido sólo Ricardo el héroe de la noche, que ha apartado a Nuno Valente y decidió marcar. Hemos sido todos nosotros. Millones de pies en el pie derecho de Ricardo. El fútbol se juega con el alma, el fútbol se juega con el cuerpo, el fútbol se juega con todo. Y no sólo los que estaban en el estadio, sino los que estaban en casa, en los cafés, en la calle, delante de grandes pantallas. De fuera sólo estaban esa media docena a los que no les gusta compartir con el pueblo la fiesta y el sufrimiento.
Me han dicho que Durao Barroso, por superstición, tenía la misma corbata. Yo me he puesto la misma camisa de las victorias ante Rusia y España. Sólo el fútbol era capaz de hacerme jugar lado a lado con el primer ministro contra el equipo de su amigo y mi estimado enemigo Tony Blair. Sólo el fútbol puede juntar adversarios irreductibles. O hacer que se abracen como hermanos los que nunca se habían visto antes. Juegan todos, los que saben y los que no saben. A quien les gusta y a quien no les gusta. Es el único juego total. Y no es totalitario porque libera. Los goles de Postiga y Rui Costa (gran jugador) han sido más que goles: fueron una liberación. Una victoria electoral es festejada sólo por quien gana. Una victoria de la selección (a excepción de los mismos de siempre) es de todos. Contra "nuestros hermanos". Y no hay nada mejor que ganar a un hermano. Contra los viejos aliados. Y no hay nada mejor que ganar a un aliado que se empeña en cantar Rule Britania. Ahora fueron a cantar para casa. El fútbol también es subversivo. Se puede transformar súbitamente en un movimiento de liberación antiimperialista. Pero es más que eso. Al final del partido he visto lágrimas en los ojos de dos jóvenes ingleses que habían pasado todo el tiempo cantando. Les di la mano. Otros me han dado la enhorabuena. Estaban tristes. Pero más tarde los vi danzando con los portugueses. Fútbol es esas lágrimas, esa fiesta, esa complicidad. Además de devolvernos la perdida magia de la relación con lo sagrado. Gracias fútbol, gracias selección, gracias Ricardo, gracias Postiga, gracias Rui Costa, gracias Scolari, gracias a todos, gracias Figo, que sigues siendo mi ídolo y a veces eres tan incomprendido.

Manuel Alegre es Vicepresidente del Parlamento portugués, escritor y poeta

domingo, junio 20, 2004

LA EURO INCERTIDUMBRE por Manuel Rivas

Un bombero inglés, adiestrado en el control de los impulsos, ha atizado el incendio de los hordas en el Algarve; Berlusconi se erige en portavoz de Dios en Bruselas, los suecos encarnan la pasión sureña, Croacia es un lugar tan real como Francia y hoy se enfrentan la saudade de España y la furia de Portugal... ¿Qué está pasando?

Casi nadie vive en la certeza. Y lo más asombroso es que se reconoce esa docta ignorancia, ese estadio budista. El lenguaje deportivo, antaño tan contundente, tan similar en general al sermón y la arenga, plagado en la victoria del nefasto plural mayestático de primera persona, de ese enjaezado Nosotros que caracolea en las locuciones con razón o sin ella, ese lenguaje vetusto, esa construcción autoritaria, ese resto del fascismo cultural, ese lenguaje cautivo se libera, regatea la forma imperativa y parece ir desplazándose lenta pero mayoritariamente hacia el espacio mixto del sentir y el pensar, hacia lo existencial.

El espacio portugués está favoreciendo otra forma de hablar y escribir del fútbol. Quizás influye la voluntad de estilo en el hablar popular. Las palabras son parte esencial de la composición del aire. La impresión es que se ha creado una atmósfera que repele lo contundente y nos aproxima a la idea de que la verdad tiene siempre pequeñas dimensiones. Como el balón.

Ésta es la Eurocopa de la Incertidumbre. El gran stand by europeo. La duda como ley. La quiebra de lo tautológico. El crepúsculo de lo apodíptico, de las afirmaciones sin retorno. La debacle de lo incondicional. La puesta en ridículo de lo grandilocuente.

El escupitajo de Totti escenifica el fin de una época. En el imperio del lenguaje apodíptico, de la adhesión incondicional, su gesto sería disculpado e incluso jaleado. No faltaría un ¡Totti por la patria! y una viril defensa del pendenciero frente a los afeminados de lo políticamente correcto. Pero la tímida revolución del lenguaje se acelera en lo iconográfico y lo que muestra la cámara no es ya visto como delación, sino como un trabajo de ironía: desenmascarar al villano que usurpa el lugar del héroe.

Hay un lenguaje deportivo todavía preso en la jaula de hierro de un patriotismo cazurro, antiliberal. Todavía ocupa calles, geográficas y mentales, de manera intidimidatoria: el superhombre etílico agrupado en mesnadas, afirmando su identidad en el odio al otro. Todavía en alguna caverna se vocea un providencialismo de Dios, patria (o club) y gol. Pero hay más pereza que fe en la conservación de esos hábitos. Por supuesto, la mística de los colores, el fundamentalismo futbolístico, actúa como cobertura de intereses, propicia áreas de ceguera a la corrupción y desvía la atención de los problemas reales de la gente.

Todo eso está ahí, es más o menos sabido, y existe una visión cínica que pretende presentar ese paisaje como inevitable, innato, propio de la naturaleza del fútbol. Pero lo que define al fútbol no son sus taras. El fútbol necesita detractores insobornables que no soportan el opiáceo y cuando empieza el partido se levantan y dicen a la manera del gran Benito Ferreiro en muy histórica circunstancia: "¡Voy a mear!". El fútbol necesita esa crítica radical porque sus enemigos están dentro. Y porque el hemisferio del sentimiento no debe perder las conexiones con la razón.
El buen periodismo deportivo es mejor que el buen periodismo general. No sé si ha mejorado el fútbol, pero si que ha mejorado el lenguaje del fútbol. Las crónicas, los comentarios, las transmisiones, las tertulias se pueblan con preguntas, matices, toques de humor. El balón es la metáfora del planeta, pero también de un guisante que rueda por un mantel de hule. Se cuenta cada vez mejor lo imprevisible, la trama humana. Frente a la apodíptica autoritaria, el lenguaje del fútbol avanza, como el balón, en clave sentipensante. Poético, sin pasarse. El exceso retórico merece el regate de una bicicleta ultraísta al modo de Adriano del Valle: "Como soy un poeta tan modernista y nuevo / ahora me agacho y pongo un huevo".

Hoy hay un partido en el estadio Da Luz. Esta noche vuelve a nacer el fútbol. Habrá emoción, mucha, aunque será un partido laico. Habrá cánticos y consignas en las gradas, pero los momentos más intensos serán los silenciosos, cuando en la Luz sólo se escuche el fado del cuero, la lengua absuelta del balón. En esta Eurocopa de la Incertidumbre, España jugará con saudade y Portugal con furia. ¿O era al revés?

Manuel Rivas es escritor.

domingo, junio 13, 2004

LOS NOMBRES DE LOS FUTBOLISTAS por Unai Elorriaga

Los nombres de los futbolistas son un poco como tortugas con zapatillas de estar en casa. Con zapatillas de estar en casa a cuadros, claro, rojos y verdes.
Quiero decir que los nombres de los futbolistas son extraños pero familiares. Son extraños, como las tortugas, para qué negarlo, con un caparazón y cuatro patas que salen de no se sabe dónde y con una cabeza con ojos de viejo, nariz de viejo y boca de viejo. Pero poco a poco se hacen familiares, como las zapatillas de estar en casa, a cuadros, rojos y verdes.
La cuestión es que te sientas delante de la televisión, verdad, delante de la Eurocopa, y empiezan a desfilar por tus ojos nombres curiosos, nombres que ni te imaginabas, nombres que dan saltos como si fueran a rematar de cabeza y te dicen mírame, mira que nombre tan vistoso soy. Y cuando es la selección de Grecia, aparece, por ejemplo, Costas Katsouranis, fíjate qué nombre. Fíjate qué tortuga. Y empiezas a pensar en el nombre, y en las personas que han llevado ese nombre, hasta desembocar en Costas, y sabes, perfectamente, que un tío abuelo de Costas tuvo una barba blanca, larga, y que fue óptico en un pueblo del interior, pongamos que en Tríkala, y que después de sus horas de trabajo repartía carbón, ya se sabe, somos muchos de familia y comida no regalan. Los domingos hacía cestas para vender.
Y cuando es la selección de Holanda, aparece Wilfred Bouma, y sabes que también fue un Bouma, con otro nombre de pila seguramente, quien en 1923 viajó al punto más septentrional de Finlandia. Simplemente por capricho, para ser el primero en dejar allí una caja con un papel dentro. En el papel escribió: "Y ahora para casita otra vez." Lo más curioso es que cuando hizo un agujero en la nieve para meter su caja, encontró otra caja, con otro papel escrito.
Y cuando es la selección de Inglaterra, aparece Jamie Carragher, y empiezas a pensar en la familia Carragher, y algo te dice que, con semejante apellido, en alguna parte de Inglaterra (Londres seguramente) existe un Carragher que ha vestido de traje y corbata desde los seis años y que pertenece a un partido político y ocupa un cargo de responsabilidad en alguna parte y que todas las tardes o anocheceres o incluso noches se acerca al club donde es seguramente como en las películas con té con sillones con periódicos. Y estás seguro de que ese Carragher no deja de pensar qué desgracia, un pariente futbolista que es lo mismo que farandulero.
Y cuando es la selección de la República Checa, aparece Milan Baros, que es el nombre más auténtico de toda la Eurocopa, dónde va a parar. Y está claro que algún Baros fue panadero, en el siglo XIX por ejemplo. Y que hubo un día en el que hizo un pan de arcilla, y lo pintó como los demás panes. Y, qué casualidad, el pan de arcilla le tocó al ferretero que tenía dos hijas modistas y no pagaba el pan hacía siete días. El panadero Baros no tenía muy claro todavía qué era el fútbol.
Y cuando es la selección de Croacia, aparece, ni más ni menos, este nombre: Dado Prso. Y rápidamente nos viene a la memoria aquel Prso (Goran Prso, creo que se llamaba) que se dedicaba, alrededor de 1920, a descifrar inscripciones. Y llegó a su taller un tal Bouma, un holandés que había encontrado una caja en el punto más septentrional de Finlandia, con un papel dentro, con una inscripción que no entendía. Goran Prso le dijo que era fácil, que aquello era ruso y que significaba: "Va a ser difícil que Rusia gane la Eurocopa de Portugal, con ese calor".
Goran Prso murió en 1941. Dado Prso nació en 1974. Lo que no sé es si eran familia. Se parecen un poco, eso sí.

Unai Elorriaga es escritor y Premio Nacional de Literatura 2002

FÚTBOL Y UTOPÍA por Manuel Alegre

Que Sophia me perdone, pero el fútbol, como la poesía, no se explica, implica. Fútbol es pasión. Algo oscuro y mágico, mezcla de fiesta y sufrimiento, un "acre placer de las dolores", citando al viejo Garrett. Ha sido ese lado del fútbol el que llevó a Bill Shankly, mentor del gran Liverpool de los años setenta, a una célebre frase: "El fútbol no es un caso de vida o muerte, es mucho más que eso". O ha inspirado el poema de Carlos Drummond de Andrade: "¿Se juega el fútbol en el estadio? / El fútbol se juega en la playa,/ el fútbol se juega en la calle,/ el fútbol se juega en el alma". Es así y nadie lo ha dicho tan bien: el fútbol se juega en el alma. Lo saben los poetas a los que les gusta el fútbol y también los políticos, incluso a los que no les gusta, como parece que era el caso de Salazar y Franco, que, sin embargo, lo utilizaron.

Hace tiempo he visto un documental sobre la forma en que Hitler, Mussolini y Franco se han servido del fútbol. Pero también he visto el ejemplo del primer jugador austriaco, Mathias Sindelar, que, después de la anexión de su país, se negó a integrar la selección alemana y terminó siendo asesinado. Tiene hoy un monumento y es venerado como un símbolo de la resistencia austriaca.

Alfonso de Melo, en su notable Historia de la Selección Nacional de Fútbol, Cinco Escudos Azuis, recientemente publicada, cuenta un episodio poco conocido: el 30 de enero de 1938, antes de empezar un Portugal-España, algunos jugadores de la selección portuguesa se negaron a hacer el saludo fascista. Azevedo, del Sporting, no estiró los dedos; Quaresma, del Belenenses, se quedó firme, Simões y Amaro, también del Belenenses, levantaron los puños y fueron detenidos e interrogados por la policía política. Se estaba en plena guerra civil en España y éste fue un acto de gran coraje y simbolismo.

Las dictaduras han utilizado el fútbol. Todos lo sabemos. Pero tal vez sea tiempo de reflexionar sobre la irresistible promiscuidad que, en democracia, se verifica entre política y fútbol. La política se sirve del fútbol como nunca. Pero los dirigentes del fútbol también se sirven de la política. Lo que no es bueno ni para el fútbol ni para la política, mucho menos para la democracia. Con la connivencia de los media, principalmente de las televisiones, asistimos a una especie de futbolización de la vida, lo que degrada el fútbol y no mejora la vida. Tal vez sea una consecuencia de estos tiempos de vacío, de crisis de valores y convicciones, de la propia muerte de las utopías. Pero no diabolicemos el fútbol, el fútbol que continúa siendo fiesta, que se juega en el alma y que tanto nos implica. En el último Campeonato de Europa, hijos de inmigrantes de segunda y tercera generación, después de las brillantes victorias de Portugal, han descubierto sus raíces, se han envuelto en la bandera nacional y gritaron el orgullo de ser portugueses. Éste es el otro lado del fútbol, su fuerza, su contagio, su magia. Sin causas, las personas, sobre todo los jóvenes, concentran en el club o en la selección sus sueños y esperanzas. El club y la selección son una nueva forma de utopía. Tanto más intensa cuanto más grande es la duda sobre el futuro personal y la sensación de que el país tiene cada vez menos peso en los destinos del mundo. Lo que provoca dos sentimientos contradictorios; por un lado, un exacerbado patriotismo, y por otro, un nuevo cosmopolitismo, una especie de nueva Internacional, la Internacional del fútbol.

Es lo que ocurre ahora, cuando se inicia la Eurocopa. En cada selección se proyectan los sueños, la nostalgia y la esperanza de otro tiempo, otra vida, otra grandeza. Para mi generación, eso era la revolución. Para muchos, hoy, es la selección. Menos mal que la selección, por lo menos la selección, galvaniza y moviliza. Yo, portugués, me confieso: a pesar del aprovechamiento sin pudor del eslogan Força Portugal por la coalición de derechas, estoy de alma y corazón con la selección nacional, aquélla a quien Tavares da Silva llamó un día "el equipo de todos nosotros". Estaré con todos los que van a vestir la camiseta de Portugal. Por amor al fútbol. Porque el fútbol implica. Porque, se quiera o no, el fútbol es una forma de utopía. Y porque el poeta tiene razón: el fútbol se juega en el alma.


Manuel Alegre es vicepresidente del Parlamento portugués, escritor y poeta

sábado, mayo 22, 2004

ADIÓS GUARDIOLA; ADIOS JOAN GAMPER por M. Vázquez Montalbán

Arteta, Gerard, Iniesta, Iván de la Peña, Xavi y Riquelme, como cabeza de una larga lista de aspirantes a centrocampistas del Barça, presagiaban un mal final para la renovación de Josep Guardiola, renovación en el inmediato pasado necesaria porque significaba un respiro para Núñez recién despedido Cruyff, pero que ahora dependía de algo tan sutil como el imaginario de la catalanidad del club. Sin Guardiola, de momento, es como si una bebida catalana tan carismática como Aromas de Montserrat dejara de ser de Montserrat o perdiera los aromas, una catástrofe equivalente a la de hacer una tortilla de patatas sin huevos o una canción de Quintero, León y Quiroga sin Rafael de León. Convertido en una institución, Guardiola había asumido muy inteligentemente su papel de emblema de la catalanidad del equipo en tiempos de excesos de comunitarios y extranjerías, de la misma manera que Raúl ha sido la exclusiva coartada étnica del Real Madrid hasta la llegada de Casillas. El nuñismo estaba dividido ante un jugador demasiado potente para tenerle miedo a la directiva y al mismo tiempo necesario para compensar la holandización de la plantilla acometida por Van Gaal en uno de esos momentos en que todavía se le reducía más su escasa capacidad de imaginación.Guardiola pagó un elevado precio por esta relación de dependencia, porque salieron de paniaguados de la directiva campañas de desprestigio e incluso los rumores sobre su vida privada, sin otra apoyatura que haber actuado ocasionalmente como modelo de moda masculina o como recitador público de poemas de Martí Pol. Defendido a ultranza por el barcelonismo más profundo y por Santiago Segurola, el profeta guardiolesco de EL PAÍS, las calumnias de los paniaguados no consiguieron erosionarle, y ahí está Guardiola como la Puerta de Alcalá en la canción de Víctor Manuel y Ana Belén, además reciente padre de familia y en condiciones de iniciar una nueva vida deportiva lejos de la madriguera y un tanto aliviado de la obligación de asumir tanta representatividad. Sólo las montañas sagradas no se cansan de ser sagradas.
El futbolista no ha querido decir a qué club extranjero se va y ha agradecido el trato recibido por presidentes, directivos y entrenadores en un ejercicio de blanqueado de cerebros, el propio y los ajenos, que se corresponde con su papel de portavoz equilibrado e inteligente, que guarda para sus adentros y sus íntimos lo que realmente piensa de presidentes, directivos y entrenadores. Hace pocos días se especulaba sobre la necesidad de que Guardiola renovara el contrato para cumplir con su papel de futbolista de excepción y además de líder de un vestuario babélico frente a directivas de aluvión, pero podía percibirse en el jugador una cierta voluntad de salir de su propio papel y vivir sus últimos tres o cuatro años de futbolista embutido en otra personalidad: la del superclase extranjero que ha de reinventar su mirada de estratega.
Los barcelonistas no sólo han de empezar a decir adiós a Guardiola, sino también a la vieja promesa de que el Camp Nou había nacido para llamarse Joan Gamper, promesa aplazada bajo el franquismo porque Gamper era de origen suizo, protestante, enemigo de la dictadura de Primo de Rivera y suicida, luego nuevamente aplazada bajo el nuñismo, supongo que por los mismos motivos y porque los pelotas de Núñez aspiraban a que el estadio algún día llevara su nombre. Obligados a elegir los socios entre Camp Nou o Estadi del Club de Fútbol Barcelona, sería conveniente que llenaran las papeletas con el nombre de Gamper o de Sharon Stone, a ver qué pasa, porque elegir entre las dos propuestas de la actual directiva significa decidir entre una imprecisión cronológica (¿hasta cuándo será un Camp Nou; es decir, un Campo Nuevo?) y una obviedad equivalente a las obviedades boskovianas: el fútbol es el fútbol.

Manuel Vázquez Montalbán es escritor

lunes, abril 19, 2004

Un 'fantasista', nueve 'agonistas' y el portero

Las cosas existen antes que las palabras. Hubo un momento, supongo, en que el fútbol se jugaba sin que se hubiera inventado aún la terminología del oficio. Esa debió ser una época feliz. Porque las palabras pesan sobre las personas, y en el fútbol, a veces, son de plomo. Tomemos un vocablo terrible, como carrilero. ¿Con qué ánimo vive quien lo lleva sobre la espalda? Los niños, cuando dan patadas al balón contra un muro, sueñan con ser tal o cual, Zidane o Ronaldinho, o con ser un gran delantero centro; yo aún no he conocido ninguno que sueñe con ser carrilero. Esa palabra mancha, desprestigia una de las suertes más hermosas del juego, la carrera por el exterior, convirtiéndola en una especie de función industrial, de oficio rutinario y sin magia.
Otras palabras son dulcemente engañosas. Líbero, por ejemplo. Lo de hombre libre suena muy bien, pero sólo sirve para enmascarar la decisión de meter en la cueva a un defensa más, cuando todas las posiciones justificables y razonables están ya ocupadas.
La digresión viene a cuento de dos términos que lastran el calcio. Como casi toda la jerga creada por los italianos (menos lo de catenaccio, o cerrojo, que suena mal y resulta aún peor en la práctica), son dos términos eufónicos: Agonismo y fantasista. Escuchen una retransmisión italiana, o participen el lunes en una charla de café, y comprobarán que el calcio de hoy gira en torno a esas dos palabras, expresivas y venenosas.
Un inciso: yo no creo que el calcio esté en crisis. Está en la ruina económica, está agobiado por la presión de la prensa y de la gente, está presionado (como en todas partes) porque el gol cuesta cada vez más millones, pero el juego tiene el interés de siempre. En realidad, este año se ve mejor fútbol en Italia que el año pasado, aunque entonces la Juve y el Milan disputaran la final de la Champions (con toda la mezquindad de que fueron capaces) y este año hayan sido ya eliminados todos los equipos italianos. Estas cosas van como van, y está muy bien que no ganen siempre los mismos.
Lo del agonismo y el fantasista, sin embargo, revela que hay en el calcio un problema básico, de enfoque, de percepción. El agonismo define la lucha, la resistencia, la presión, pero tiñe de oscuro esas funciones vitales para el colectivo. ¿Cómo puede tener matices positivos algo llamado agonismo? Desde el momento mismo en que se utiliza, convierte en fatiga, dolor y tedio mortal lo que debería ser vibrante y vivo.
Aún peor, quizá, lo del fantasista, que normalmente carece de plural. Según las convenciones que rigen hoy en el calcio, cada equipo debe tener un fantasista, es decir, un trescuartista o un mediapunta al que, con gran crueldad semántica, se atribuye en exclusiva la capacidad de inventar; los demás, de forma implícita, quedan condenados al agonismo. Ancelotti, que no tiene mala plantilla en el Milan, genera titulares recelosos cuando alinea a la vez a dos fantasistas como Kaká y Rui Costa; en cambio, a todo el mundo le parece bien que juegue siempre Gattuso, estrella del agonismo.
(Hablando de fantasismos: el que suscribe realizó dos semanas atrás el prodigio de convertir, con una palabra errónea, al Bilbao en el Madrid; le puso al rojiblanco Atura una camiseta blanca y metió a Fernando Daucik en el banquillo de Chamartín. Se pide perdón).

jueves, abril 15, 2004

Historias del Calcio. LOS VENCIDOS

Ésta es una alineación poco memorable: Marco; Bolic, Esposito, Sogliano; Goretti, Luis Helguera [hermano del madridista Iván], Andersson, Rapaic; Bucchi y Pandev. Y, sin embargo, habrá quien la recuerde toda la vida. Se trata del Ancona que el sábado derrotó al Bolonia, 3-2, en su primera victoria de la temporada. El Ancona estaba ya matemáticamente descendido tras un curso atroz: cambio casi completo de la plantilla en Navidad, fracasos encadenados, deudas y bilis. Eran 28 jornadas sin ganar. Si hubiera perdido de nuevo, habría batido la histórica marca del Varese: 28 naufragios consecutivos en la temporada 1971-1972.

En Ancona no debían de ser pocos los que deseaban, con perversa fruición, el morrazo definitivo, que habría permitido desplazar al Varese y ocupar en solitario la cúspide del desastre futbolístico. No ocurrió. Ese equipo, el de Marcon, Bolic, etcétera, ganó a un rival sólido como el Bolonia. Una emoción fugaz, una de esas jornadas malditas en que un niño sufre la experiencia más inexplicable y sale del estadio transfigurado, con el alma tatuada para siempre con unos colores determinados. El rojo y el blanco del Ancona, esta vez.

Las cosas ocurren así. El gran Manchester United de hoy, la sociedad riquísima y hegemónica del norte de Inglaterra, nació una tarde de 1993 en que al fin, tras veintiséis años de sequía, los diablos rojos reconquistaron la Liga. Nadie que estuviera ese día en las gradas de Old Trafford podrá olvidarlo. Las frases de la liturgia, transcritas en negro sobre blanco, suenan banales. “Oh, ah, Cantona”, miles de veces. Y una canción, We are the Champions, esa pequeña tontería, gritada por miles de gargantas estranguladas por el llanto.

El Ancona, por supuesto, no es el Manchester. Carece de su pasado y, me temo, de su futuro. Pero no hablamos de eso. El caso es que la memoria sentimental se forja en el dolor, aunque cristalice en un segundo de gloria. Quienes sufrieron los años grises en que Riazor no soñaba siquiera con la Primera saben realmente lo que valió esa noche mágica en que el Depor destrozó al Milan (y, de paso, llenó de gozo a millones de italianos que sosportan mal la megamacrocosa de Berlusconi). Y el aguijonazo de aquel gol imposible de Schwarzenbeck, que retorna de vez en cuando como un mal crónico a los riñones del Atlético, tiñó quizá más los corazones de rojiblanco que el doblete de Antic, Pantic y Kiko.

Desconozco el laberinto espiritual de un seguidor del Madrid, del Milan, del Bayern o de la Juve. No sé cómo se funciona a esos niveles, no sé si sus semanas de pasión son como otras. Tiendo a suponer que no. Imagino que el triunfo sólo les proporciona el alivio del pronóstico cumplido y que el fracaso les genera menos dolor que estupefacción.

Que me perdonen. Creo que son más hermosas las victorias de los vencidos.

Enric González es autor de Historias del Calcio

sábado, abril 03, 2004

COSAS RARAS por Eduardo Galeano

En el año 2002, Clint Mathis, estrella del fútbol de los Estados Unidos, anunció que su selección iba a ganar el campeonato del mundo. Era lógico, era natural, como él explicó, “porque nosotros somos el país líder en todo”. El país líder en todo entró en octavo lugar. En el fútbol ocurren cosas raras.

En un mundo organizado para la cotidiana confirmación del poder de los poderosos, nada hay más raro que la coronación de los humillados y la humillación de los coronados; pero en el fútbol, a veces, esa rareza se da.

Sin ir más lejos, en el año 2004 un club palestino fue campeón de Israel, por primera vez en la historia, y por primera vez en la historia un club checheno fue campeón de Rusia. Y en la Olimpíada de Grecia, la selección de fútbol de Irak, en plena guerra, venció varios partidos y llegó a disputar las semifinales del torneo, de sorpresa en sorpresa, contra todo pronóstico y contra toda evidencia, y fue la número uno en el fervor popular.

El club árabe Bnei Sakhnin y el club checheno Terek Grozny, flamantes campeones de Israel y de Rusia, tienen algunas cosas en común con la selección nacional de Irak.

Se trata de equipos que de alguna manera representan a pueblos que no tienen el derecho de ser lo que quieren ser, que padecen la maldición de vivir sometidos a banderas ajenas, despojados de su soberanía, bombardeados, humillados, empujados a la desesperación.

Y por si todo eso fuera poco, los tres son equipos modestos, desconocidos o casi, sin ningún jugador famoso, y pobres. En realidad, ni siquiera tienen estadio. Nunca juegan en casa, nunca son locatarios. Son equipos errantes, condenados a jugar en tierras extrañas y ante tribunas vacías.

En la aldea de Sakhnin, en Galilea, nunca hubo un estadio ni cosa semejante, aunque el gobierno israelí lo ha prometido varias veces. El Terek jugaba en el estadio de Grozny, que está clausurado desde que los independentistas chechenos colocaron, allí, una bomba bajo la butaca del presidente impuesto por los rusos.

Y en Irak sólo hay campos de batalla. Ya no quedan campos de fútbol. Las tropas de ocupación, que a esta altura han olvidado ya los pretextos de su invasión criminal, han convertido los espacios deportivos en hospitales o en cementerios. Donde estaba el estadio de Bagdad, hay ahora una base militar que alberga tanques de los Estados Unidos. La selección iraquí entrenó en campos donde pastaban los rebaños de ovejas. Un símbolo poderoso, un asunto misterioso: no se sabe por qué, aunque no faltan teorías, pero el hecho es que en el mundo de nuestro tiempo, mucha gente encuentra en el fútbol el único espacio de identidad en el que se reconoce y el único en el que de veras cree.

Sea como fuere, por los motivos que sea, la dignidad colectiva tiene mucho que ver con el viaje de una pelota que anda por los caminos del aire. Y no me refiero sólo a la comunión que el hincha celebra con su club cada domingo desde las tribunas del estadio, sino también, y sobre todo, al juego jugado en los potreros, en los campitos, en las playas, en los pocos espacios públicos todavía no devorados por la urbanización enloquecida.

Enrique Pichon-Rivière, psiquiatra argentino, amoroso estudioso del dolor humano, había comprobado la eficacia del fútbol como terapia de laspatologías derivadas del desprecio y de la soledad. Este deporte compartido, que se disfruta en equipo, contiene una energía que mucho puede ayudar a que aprendan a quererse los despreciados y a que se salven de la soledad los que parecen condenados a incomunicación perpetua.

Es muy reveladora, en este sentido, la experiencia en Australia y en Nueva Zelanda. Allí, las lenguas nativas no conocían la palabra “suicidio”, por la sencilla razón de que el suicidio no existía en la población aborigen. Al cabo de algunos siglos de racismo y marginación, la violenta irrupción de la sociedad de consumo y sus implacables valores han logrado que los indígenas elijan ahorcarse. En estos últimos años, sus niños y jóvenes han registrado los índices de suicidios más altos del mundo.

Ante ese panorama aterrador, de tan profundas raíces, de raíces tan rotas, no hay fórmulas mágicas de curación. Pero por algo coinciden los testimonios de la linda gente que trabaja contra la muerte. Son sorprendentes los resultados de esta terapia capaz de devolver los perdidos sentimientos de pertenencia y fraternidad: el deporte, y sobre todo el fútbol, es uno de los pocos lugares que brindan refugio a quienes no encuentran lugar en el mundo, y mucho contribuye al restablecimiento de los lazos solidarios rotos por la cultura del desvínculo que hoy por hoy manda en Australia, en Nueva Zelanda y en el mundo. No es un milagro químico. Están dopados por el entusiasmo y la alegría. Mejor dicho: dopadas. Los once jugadores de cada equipo son mucho más que once. Mejor dicho: las once jugadoras. En ellos, juega un gentío. Mejor dicho: en ellas. Estos son rituales de afirmación de los humillados. Mejor dicho: las humilladas.

Poquito a poco, el fútbol de las mujeres ha ido ganando un espacio en los medios dedicados a la difusión de ese deporte de machos para machos, que no sabe qué hacer con esta imprevista invasión de tantas señoras y señoritas. A nivel profesional, el desarrollo del fútbol femenino encuentra, hoy por hoy, cierta resonancia. Pero no encuentra eco ninguno, o despierta ecos enemigos, en el juego que se practica por el puro placer de jugar. En Nigeria, la selección femenina es un orgullo nacional. Disputa los primeros lugares en el mundo. Pero en el norte musulmán los hombres se oponen, porque el fútbol invita a las doncellas a la depravación. Pero terminan por aceptarlo, porque el fútbol es un pecado que puede otorgar fama y salvar a la familia de la pobreza. Si no fuera por el oro que promete el fútbol profesional, los padres prohibirían esas ropas indecentes impuestas por un satánico deporte que deja a las mujeres estériles, por lesión de juego o castigo de Alá. En Zanzíbar y en Sudán, los hermanos varones, custodios del honor de la familia, castigan con palizas esta loca manía de sus hermanas que se creen hombres capaces de patear una pelota y que cometen el sacrilegio de descubrir el cuerpo.

El fútbol, cosa de machos, niega a las mujeres campos de entrenamiento y de juego. Los hombres se niegan a jugar contra las mujeres. Por respeto a la tradición religiosa, dicen. Puede ser. Además, ocurre que cada vez que juegan, pierden.

En Bolivia, al otro lado del mar, no hay problema. Las mujeres juegan al fútbol, en los pueblos del altiplano, sin desnudar sus numerosas polleras. Se meten encima una camiseta de colores y ahí nomás se ponen a hacer goles. Cada partido es una fiesta. El fútbol es un espacio de libertad abierto a las mujeres llenas de hijos, abrumadas por el trabajo esclavo en la tierra y los telares, sometidas a las frecuentes palizas de sus maridos borrachos. Juegan descalzas. Cada equipo triunfante recibe de premio una oveja. El equipo derrotado, también. Estas mujeres silenciosas ríen a lascarcajadas todo a lo largo del partido y después siguen muriéndose de la risa todo a lo largo del banquete. Festejan juntas, vencedoras y vencidas. Ningún hombre se atreve a meter la nariz.

Eduardo Galeano es escritor uruguayo

viernes, abril 02, 2004

LAS CUENTAS DEL "MONOPOLY"

Quienes sufren patologías psicológicas suelen ser incapaces de explicarlas. A veces, ni las perciben. Es muy probable que a Massimo Moratti, de 58 años, magnate petrolero y presidente del Inter de Milán, el único club capaz de ser grande sin ganar títulos -su último scudetto cayó hace un cuarto de siglo-, le parezca normal su afición a vender joyas. Hagamos un repaso: en menos de una década, Moratti ha vendido a Ronaldo, a Roberto Carlos, a Pirlo, a Mutu y a Seedorf. Entre tanto, ha conseguido acumular una deuda superior a los 200 millones de euros.
A Christian Bobo Vieri, de 30 años, italoaustraliano, de profesión futbolista errante y de afición beisbolista, también debe de parecerle normal lo suyo. Ha marcado goles para el Torino, el Pisa, el Rávena, el Venecia, el Atalanta, la Juve, el Atlético, el Lazio y el Inter y en ninguna parte se ha sentido completamente a gusto. Ahora está a punto de cambiar nuevamente de camiseta. Su relación con Moratti ha sido anormalmente larga: ya más de cuatro años. Nadie esperaba que dos personajes de inestabilidad tan celebrada fueran capaces de soportarse tanto tiempo. Vieri piensa en el Chelsea de Abramovich o quizá en el Milan, cuya camiseta falta en su colección. Moratti ya tiene atado a Adriano, el joven ariete brasileño del Parma.
Vieri y Moratti son ejemplos extremos de un mal que se agrava anualmente en el calcio, el de la compraventa compulsiva. Cuanto menos dinero tienen los clubes, más compran y venden. Algo así ocurría en el grupo Parmalat, que ha dejado al Parma en la ruina, y en el grupo Cirio, que hizo lo propio con un Lazio cuya supervivencia -415 millones de euros de deuda- roza el milagro. Parmalat y Cirio vendían un cartón de leche -o una sociedad financiera-, facturaban dos y contabilizaban tres. Por lo que se intuye en los balances del calcio, que siempre fueron oscuros y son hoy casi impenetrables gracias a las fantasías contables autorizadas por el decreto salvacalcio de Silvio Berlusconi, algo parecido hacen los clubes italianos. Compran y venden a plazos, con derechos futuros de recuperación, sistemas de multipropiedad y otras cláusulas por las que, mágicamente, al menos en apariencia, nadie paga y todos cobran.
La gente del Lazio no sabe si el imprescindible Stam seguirá en el equipo hasta fin de temporada; la hinchada del Parma ignora si contará aún con Adriano la semana próxima, y lo mismo sucede con Vieri y el Inter. Esto cansa a las aficiones. Y un día, cuando se acabe el juego del monopoly, terminará en desastre.

martes, marzo 16, 2004

Historias del Calcio. EL RECUERDO DE DANTE


Dante Chirichini se dio a conocer el 20 de noviembre de 1960 en el viejo estadio Olímpico, recién concluido un encuentro entre el Roma y el Padua. Chirichini, un hombre muy bajito, panzudo y de piernas frágiles, saltó al terreno, ya vacío, con una gran bandera romana y dio la vuelta al mismo saludando y disfrutando de la atención. En aquella época, un tifoso era exactamente eso, un tipo pirado por su equipo, con ganas de juerga y sin ánimo de bronca.
Desde aquel día, Chirichini, barrendero de profesión, se convirtió en la mascota de la grada romanista. Era objeto de mil burlas y, a la vez, de un especial respeto. Con los años, su presencia se hizo imprescindible. Llegaba exactamente un cuarto de hora antes del partido a bordo de un Vespino desvencijado y, de inmediato, corría la voz en la curva sur: "Dante ya está aquí". Hasta aquel momento nadie gritaba ni alzaba las pancartas. Había que esperar a que Chirichini, endomingado a su manera con camiseta grana, bufanda y sombrero en mano, llegara a su puesto y alzara el brazo en un gesto papal que hacía enmudecer el estadio.
El escritor Angelo Bocconetti recuerda un ejemplo de la liturgia. Chirichini se alzaba en toda su breve estatura y gritaba: "Hoy es un día bellísimo...", la grada lanzaba un alarido; "ésta es la señal...", otro aullido colectivo, "...de que el Roma...", instante de clamor, "...¡vencerá!" Y surgían las pancartas y los cánticos.
En los desplazamientos, a los que acudía invitado por unos o por otros, Dante añadía al discurso un florido elogio a la belleza, la hospitalidad y el alto nivel cultural de la ciudad que recibía a su equipo. Se apasionaba tanto con el fútbol que se desmayaba en los momentos cruciales.
Luego, llegaron décadas de violencia, de convulsión y muertes en los estadios. El barrendero Chirichini siguió acudiendo a la grada en el nuevo estadio Olímpico, pero perdió gradualmente su autoridad simbólica. En los últimos años pocos hacían caso de aquel anciano bajito que gritaba y se desmayaba.
Hasta que enfermó y se le perdió la pista. Nadie se enteró de su muerte, el año pasado. Su funeral fue íntimo: la familia y unos pocos amigos.
Existe, sin embargo, la memoria colectiva. Un día, en un partido europeo contra el Boavista, alguien desplegó una pancarta que decía: "Atentos, chavales: Dante os observa". Los mayores tuvieron que explicar a los jóvenes quién era ese Dante y el recuerdo revivió.
Unas jornadas después, un grupo de seguidores localizó el último Vespino desvencijado de Chirichini y antes de un Roma-Reggina lo introdujo en el campo. El capitán de Roma, Francesco Totti, se acercó a él, dejó una rosa sobre el sillín y lanzó un beso al cielo.
El Reggina y el Roma empataron ayer sin goles en un partido triste. Dante, y otros como él, faltaban más que nunca.


Enric González es autor de Historias del Calcio

lunes, febrero 02, 2004

Historias del Calcio. ESPAGUETIS PARA EL MILAN


Las tres grandes sociedades futbolísticas italianas, el Juventus, el Milan y el Inter, son del norte y se hicieron definitivamente fuertes a finales de los 50 y principios de los 60 gracias a la llegada masiva de inmigrantes sureños. Quien más se benefició de ese movimiento demográfico fue el Milan, el club proletario de la ciudad, en contraposición al Inter, nacido de una escisión y preferido desde siempre por la burguesía.

El trabajo del pobre terrone del sur convirtió la Lombardía en una de las regiones más industrializadas y ricas de Europa; su afán de integración y su entusiasmo auparon los colores rojinegros y los sostuvieron en los años negros, entre 1980 y 1983, cuando el Milan bajó a la Segunda División castigado por corrupción, subió y volvió a bajar por méritos propios. Luego, llegó Silvio Berlusconi, que, por entonces, se limitaba a ser el más rico del lugar, y pasó lo que pasó: el Milan empezó a coleccionar scudettos (Ligas) y orejudas (Copas de Europa).

A Berlusconi, cuya actividad política pasma y deprime al orbe, nunca se le podrá negar el talento como presidente futbolístico. Gasta fortunas en fichajes, cierto, y maquilla los balances como nadie, cierto también. Pero lo mismo hace Massimo Moratti en el Inter, y no se come una rosca.
El Milan, actual campeón de Europa, se escapa ya en la Liga, tras el bache otoñal. Shevchenko vuelve a ser el de siempre, el joven brasileño Kaká (22 años recién cumplidos) parece dispuesto a convertirse en el jugador de la década (suena fuerte, pero es así) y los platazos de espaguetis que Carlo Ancelotti obliga a ingerir al equipo a medianoche, tras los partidos tardíos, se han convertido en una suerte de poción mágica.

Los cebras (los de la Juve) mantienen el habitual oficio, pero su defensa es, cosa rara, muy floja; los culebras (el Inter) han comprado a Stankovic al Lazio para compensar con urgencia el fiasco de Kily González, pero están muy atrás y, además, tienen como siempre la escopeta a punto para dispararse en el pie en caso necesario; el Roma, cuyo juego deslumbró en la primera vuelta, ha entrado en crisis y empieza a ver que Emerson, la viga maestra, se irá a final de temporada. Las cosas pintan bien, una vez más, para el Milan.

Qué distinto es todo para quienes no emigraron y se quedaron en Nápoles. Hubo un momento de gloria, aquél de Maradona, y nada más. Los napolitanos siguen venerando a Maradona y añorando la efímera supremacía que les proporcionó mientras asisten al desplome de su equipo.
El Nápoles volvió a perder ayer, frente al Como, y sus tifosi violentos volvieron a protagonizar una batalla campal que dejó dos heridos. El club de la gran ciudad del sur cuelga de la cola de Segunda y siente en los talones el frío de la Tercera, la calamidad definitiva. Pobres napolitanos. Sus primos del Milan tuvieron, y tienen, mucha más suerte.

Enric González es autor de Historias del Calcio