Quienes sufren patologías psicológicas suelen ser incapaces de explicarlas. A veces, ni las perciben. Es muy probable que a Massimo Moratti, de 58 años, magnate petrolero y presidente del Inter de Milán, el único club capaz de ser grande sin ganar títulos -su último scudetto cayó hace un cuarto de siglo-, le parezca normal su afición a vender joyas. Hagamos un repaso: en menos de una década, Moratti ha vendido a Ronaldo, a Roberto Carlos, a Pirlo, a Mutu y a Seedorf. Entre tanto, ha conseguido acumular una deuda superior a los 200 millones de euros.
A Christian Bobo Vieri, de 30 años, italoaustraliano, de profesión futbolista errante y de afición beisbolista, también debe de parecerle normal lo suyo. Ha marcado goles para el Torino, el Pisa, el Rávena, el Venecia, el Atalanta, la Juve, el Atlético, el Lazio y el Inter y en ninguna parte se ha sentido completamente a gusto. Ahora está a punto de cambiar nuevamente de camiseta. Su relación con Moratti ha sido anormalmente larga: ya más de cuatro años. Nadie esperaba que dos personajes de inestabilidad tan celebrada fueran capaces de soportarse tanto tiempo. Vieri piensa en el Chelsea de Abramovich o quizá en el Milan, cuya camiseta falta en su colección. Moratti ya tiene atado a Adriano, el joven ariete brasileño del Parma.
Vieri y Moratti son ejemplos extremos de un mal que se agrava anualmente en el calcio, el de la compraventa compulsiva. Cuanto menos dinero tienen los clubes, más compran y venden. Algo así ocurría en el grupo Parmalat, que ha dejado al Parma en la ruina, y en el grupo Cirio, que hizo lo propio con un Lazio cuya supervivencia -415 millones de euros de deuda- roza el milagro. Parmalat y Cirio vendían un cartón de leche -o una sociedad financiera-, facturaban dos y contabilizaban tres. Por lo que se intuye en los balances del calcio, que siempre fueron oscuros y son hoy casi impenetrables gracias a las fantasías contables autorizadas por el decreto salvacalcio de Silvio Berlusconi, algo parecido hacen los clubes italianos. Compran y venden a plazos, con derechos futuros de recuperación, sistemas de multipropiedad y otras cláusulas por las que, mágicamente, al menos en apariencia, nadie paga y todos cobran.
La gente del Lazio no sabe si el imprescindible Stam seguirá en el equipo hasta fin de temporada; la hinchada del Parma ignora si contará aún con Adriano la semana próxima, y lo mismo sucede con Vieri y el Inter. Esto cansa a las aficiones. Y un día, cuando se acabe el juego del monopoly, terminará en desastre.
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