martes, febrero 28, 2006

TEORÍA DEL GOLPE

Habrá quien se acuerde de Fernández, Montero Castillo y Aguirre Suárez, que allá por los 70 fueron antecesores de los Latin Kings y otras bandas violentas hispanoamericanas. Aunque su condición de futbolistas les impedía portar armas en el campo, resultaban de lo más peligroso. Su equipo, el Granada, daba miedo. Amancio no debe de haberse olvidado de aquel Granada. Una tarde de 1974, en Los Cármenes, Fernández le mandó al hospital de una patada. El parte médico indicó que la puntera había entrado tan hondo en el muslo que la herida parecía una cornada de toro.

Quien se acuerde de aquellos dos uruguayos y de aquel paraguayo se acordará también de Goikoetxea, el centrocampista del Athletic que cumplió 23 partidos de sanción por romper a Maradona y aún tuvo tiempo de romper además a Schuster.

Estos días, en Italia, se teoriza en abundancia sobre golpes, patadas y codazos. Desde que el peroné de Totti dijo basta, el domingo pasado, no hay quien carezca de ideas propias sobre la peligrosidad de la entrada por detrás o el manotazo en los ojos. El maestro Gianni Mura explicaba ayer en La Repubblica que la última moda es el rodillazo en los riñones cuando se salta de cabeza: limpio, doloroso y difícilmente visible para el árbitro.

Una opinión valiosa y autorizada es la de Pietro Vierchowod, El Zar, un defensor espléndido que ganó un scudetto con el Roma (1983), otro scudetto y una Recopa con el Sampdoria (1991) y, a los 37 años, una Copa de Europa con el Juventus (1996). Jugó hasta los 40 y se dice que los tobillos machacados de Marco van Basten, prematuramente jubilado, llevaban la marca indeleble de los tacos de Vierchowod. Maradona le llamaba Hulk y procuraba evitarle. Vierchowod jugaba bien y pegaba fuerte. Él mismo lo reconoce: "En mi época se daban más patadas que ahora. Quien quería hacer daño hacía daño y, como máximo, se llevaba una amonestación".

Sin embargo, El Zar -el apodo salió del origen ucraniano y de lo mucho que mandaba en el área- considera que, pese al laxismo arbitral de años atrás, pese a las cornadas del trío suramericano del Granada y pese a todas las brutalidades que se veían en los campos, incluidas las suyas propias, antes el fútbol era menos peligroso. La teoría del golpe de Vierchowod propone incluso un culpable de todos los males contemporáneos: Arrigo Sacchi. ¿Por qué? Por la defensa zonal que Sacchi y el Milan pusieron de moda.

Antes, explica Vierchowod, se marcaba al hombre. El marcador intentaba no despegarse de su víctima en todo el partido y, cuando hacía falta pegar, le tenía a mano. Podía apuntar bien y controlar la fuerza de la patada o, mucho más a menudo, poner una simple zancadilla. Ahora no funciona así. Los defensas cubren una zona determinada, con bastante frecuencia cercana al centro del campo, y cuando se les escapa alguien "arrancan desde lejos para interceptarlo", explica El Zar, por lo que, "cuando alcanzan al adversario, le caen encima a gran velocidad". "Si estás lejos, careces de alternativas y, cuando pegas, las consecuencias son ruinosas", dice.

Podría ser que Vierchowod tuviera razón. Uno prefiere no pensar, en ese caso, qué habría ocurrido si Aguirre Suárez, Goiko o el propio Vierchowod hubieran tenido que ganarse la vida haciendo defensa zonal. Van Basten usaría muletas. Y Amancio habría acabado como Joselito.

Enric González es autor de Historias del Calcio

viernes, febrero 24, 2006

EL BOMBO por Manuel Vicent

Hay que preguntarse qué hace aquí todavía Manolo el del Bombo en medio de esta guerra tan moderna. Cuando la mayoría de los jóvenes españoles mide 1´80, está absolutamente vitaminada y tiene la mente metida en un ordenador, este gordo arago-valenciano con chapela de falso vasco, cuyo olor a rancio echa de espaldas, se ha erigido en estandarte de la raza sin otro mérito que dar mazazos a un pandero en las gradas de los estadios cuando juega la selección nacional. Hay que preguntarse también qué pintaba ese toro publicitario saliendo de los vestuarios como de un chiquero antes de iniciarse los partidos de España en la última Eurocopa. Sin duda alguien ha creído que ese morlaco negro es el símbolo de la furia española y que el equipo nacional va a absorber el genio de sus criadillas, pero ya se sabe que el destino del toro es ser burlado, escarnecido, sangrado y vencido en la plaza. Aun con toda su altivez el toro en España es un perdedor nato y a quien quiera correr su suerte en los negocios, en el deporte o en el amor que Dios lo ampare: ni la falsa euforia subvencionada de Manolo el del Bombo podrá librarle de la ignominia. Por fortuna este país comienza a tener una mentalidad atlética que se va alejando al mismo tiempo de la tauromaquia y de la caspa. Cada día son más los españoles que prefieren no ser tenidos como toreros ni como astados. Ninguno de nuestros jugadores pensará que va a ser corrido y apuntillado en el césped. Por otra parte el comportamiento de las masas en los estadios es un capítulo fundamental de la sociología. Los ingleses que fundaron el fútbol son también los creadores de la nueva estética de los hinchas. Éstos entonan cánticos guerreros en las gradas sin importarles la victoria o la derrota y aunque alrededor del estadio algunos violentos sacian su frustración arrasando la vida pacífica de los tenderos o sajando con navaja a las tribus enemigas, esas corales que ya todos imitan son la forma más ligera que adopta la guerra moderna. Los bombardeos constituyen una actividad muy pedestre comparados con aquellas partidas de ajedrez con que se dirimían antiguamente algunos pleitos entre condados. Ahora la agresividad del alfil equivale a los bocados que se dan los financieros. El resto es deporte: un modo de descargar el erotismo electrizado de las masas. En medio de esta estética Manolo el del Bombo y ese toro de huevos tan rancios no son sino residuos de la caspa nacional.

Manuel Vicent es escritor

martes, febrero 21, 2006

LOS COLORES SAGRADOS

David Mellor fue uno de los últimos retoños de la revolución thacherista. Dirigió varios ministerios a principios de los noventa y alcanzó una notable influencia en el Partido Conservador. Quizá llegó a soñar con instalarse en el 10 de Downing Street, aunque su físico irremediablemente viscoso causara dentera a gran parte de los británicos. La prensa descubrió que tenía una amante y eso suele ser fatal en Westminster, pero habría sobrevivido de alguna forma (como Paddy Ashdown, que tras un lío con la secretaria fue nombrado virrey en los Balcanes) si la amante en cuestión no hubiera revelado un secreto fatal: en sus momentos de pasión sexual, Mellor vestía la camiseta del Chelsea. Eso desbordó la tolerancia del electorado. La cosa resultaba demasiado ridícula incluso para los curtidos lectores del Sun o el News of the World.

No se sabrá nunca, probablemente, si el presidente de la República italiana, el anciano y respetado Carlo Azeglio Ciampi llevaba bajo el frac la camiseta del Livorno el día que asumió el cargo, o si alguna vez retozó vestido de ariete livornés. Da igual: si se supiera, su popularidad sería aún más alta. En Italia, la devoción a los colores futbolísticos está por encima de todo y llega a la alcoba, a la tumba y más allá.

No hay ideología que valga cuando se trata de calcio. Ahí está el ejemplo de Ignazio la Russa, uno de los dirigentes de la postfascista Alianza Nacional. La Russa fue uno de esos jóvenes fascistas que, allá por los setenta, merodeaba por la plaza Euclide, en el Parioli romano, con un pastor alemán y una porra en el bolsillo, y organizaba expediciones punitivas contra los rojos. Ahora está en la derecha de la derecha y mantiene las viejas fidelidades. Fue uno de los asistentes al entierro de Romano Mussolini, el último hijo del dictador. Su perilla mefistofélica y su vozarrón rasposo no podían faltar en la ceremonia. Pero La Russa es del Inter. El otro día le preguntaron si no le dolía que su equipo jugara en más de una ocasión sin alinear un solo italiano. "Con tal de que ganen, pueden ser todos extranjeros, negros y comunistas", respondió.

Ese espíritu se extiende a casi todos los dirigentes políticos. Walter Veltroni, alcalde de Roma y gran esperanza de los Demócratas de Izquierda (antiguo PCI), es del Juventus (hasta cierto punto, eso equivaldría a un Gallardón culé) y nadie se lo recrimina, porque lo primero es lo primero. El presidente de su partido, Massimo d'Alema, es del Roma, y ya pueden aparecer en el estadio olímpico pancartas a favor del Duce, de los hornos crematorios o del fin del mundo: su fe no titubea.

Lo mismo pasa con Berlusconi y el Milan. O con el líder de los postfascistas, Gianfranco Fini, que, pese a un remota afinidad con el Bolonia, el club de su ciudad natal, levanta la bandera del Lazio. Lo de Fini tiene poco mérito: el núcleo duro de la afición lazial es mussoliniano, el delantero Di Canio lleva tatuajes fascistas y saluda brazo en alto, y una de las jefas de las bandas de tifosi del Lazio, una mujer que guarda siempre una pistola en el bolso, resulta ser la señora Fini.

Queda la excepción democristiana, un magma centrista y clerical que se alinea a la izquierda de la derecha y a la derecha de la izquierda y guarda distancias con el calcio. Los Rutelli, Casini y Follini no son futboleros. Como Romano Prodi, que se dedicaba al ciclismo y ahora corre maratones. Prodi sigue encabezando los sondeos y quizá, tras las elecciones del 9 y el 10 de abril, se convierta en el nuevo presidente del gobierno. Es posible. Pero se hace extraño imaginarlo. ¿Un líder sin colores? ¿Uno que no ha vestido nunca la camiseta de sus amores en el momento del éxtasis? Habrá que ver si los italianos confían en un tipo tan raro.

Enric González es autor de Historias del Calcio

domingo, febrero 19, 2006

¿ADIÓS AL MUNDIAL?


Francesco Totti, uno de los personajes preferidos de este blog, ha caído lesionado. Una rotura de peroné sufrida en el partido contra el Empoli podría dejarlo fuera del Mundial de Alemania. Aseguran en Italia que en dos meses volvería a entrenar en los campos de Trigoria y en apenas tres estaría jugando. Sin embargo, los plazos para llegar a la cita alemana se presentan demasiado ajustados.

Desde aquí desearle al jugador, para mí, con más talento de Italia (y a su vez una de las cabezas peor amuebladas y no sólo por la facilidad con la que pierde los papeles) que se recupere, que llegue al Mundial y haga de su fútbol un motivo más para disfrutar del Campeonato del Mundo.

Francé Totti, c'e solo un capitano.

Nota: La imagen de la lesión es desagradable por eso he preferido no poner la foto, no obstante, si alguien tiene interés puede ver la secuencia aquí.

PARTISANOS por Julio César Iglesias

Bien plantados ante César, los chicos de Víctor Muñoz se habían organizado en dos líneas de contención para prevenir la estampida del Real Madrid. Deberían resistir el asedio de un abigarrado tropel en el que coincidirían la energía detonante de Ronaldo, la elegancia musical de Zidane, el ímpetu bronco de Baptista y, para completar la manada, la furia elástica de una fiera de adrenalina llamada Robinho; una síntesis de guepardo y antílope que reunía las cualidades del cazador y la presa. Si lograban contenerlos durante un cuarto de hora, tendrían la final en la mano.

Unidos por la necesidad, repasaron mentalmente la secuencia de tareas: al principio, cerrar filas; después, contener, acosar y perseguir al contrario en todas las rutas del juego. Dicho y hecho: a los diez segundos habían interceptado el primer pase, y a los treinta, el primer tiro.

De pronto, a los cuarenta, Cicinho, el gato con botas, vino por el ángulo. Con su zancada deslizante se presentó en el tercer cuarto de cancha. Luego cargó los pulmones y fue al encuentro de la pelota con la mirada fija. En una milimétrica sucesión de movimientos, tensó las fibras, acortó los pasos, enfocó la escuadra y logró integrar en la acción de correr la acción de tirar.

Su gol abrió la eliminatoria, inflamó el Bernabéu y provocó un curioso efecto secundario: por si se trataba de un desafío, Roberto Carlos despertó de su sueño invernal. También los espectadores intercambiaron un gesto de sorpresa; en aquel minuto de ensueño y de pesadilla, Cicinho había reivindicado el linaje más ilustre de defensas laterales.

Hace unos treinta años, los laterales, esos partisanos de ocasión, fueron, más que un recurso natural, un arma secreta. Bajo la influencia de Helenio Herrera, los grandes equipos aligeraban la delantera para reforzar la defensa y, puestos a empezar por alguna parte, eliminaron a los extremos. Con ello aceptaban un dudoso intercambio que consistía en cortarse las alas para afilarse las uñas. Encontraron una sola fórmula de compromiso para compensar el desajuste: reeducarían a los defensas laterales. Desde su demarcación natural deberían transformarse en profesionales de la sorpresa; atacarían irregularmente, sin previo aviso, y sus despliegues serían la viva representación de una carrera de relevos. Así empezó la nueva estirpe.

Con su aparición, Cicinho nos ha devuelto el perfil azulado de Facchetti, la llegada serena de Gerets y la cabeza voladora de Conejo Tarantini. Aún más, su disparo tuvo la prestancia artillera de los zambombazos de Eder y su cuerpo dejó en el aire la huella borrosa de un flechazo.

Para él, la línea de banda es una línea de goma. Por ella se desdobla y se estira como nadie. ¡Ci...ci...nho...oh...oool!

miércoles, febrero 15, 2006

Y EL RECUERDO LARGO por Javier Marías

Nota: En julio de 2005 conocimos, gracias al muy recomendable Futblog Mundial 2006 de Daniel Martínez, la existencia de otro Mundial, más que alternativo, complementario, el Mundial Cultural. El Comité Organizador de Alemania 2006 lo estaba gestando junto a distintas organizaciones culturales germanas con la intención de desarrollar actividades todo el año hasta la finalización del Mundial. Informaba Daniel entonces de la puesta en marcha de una “campaña que comenzaba con 5.000 avisos gigantescos en estaciones de trenes, sitios históricos y zonas peatonales con poemas sobre fútbol que se podrían leer en todo el país durante el verano. Estos poemas eran textos creados especialmente para esta iniciativa por distintos escritores como Ulrike Draesner, Péter Esterházy y los premios Nóbel Günter Grass (...) y Elfriede Jelinek. Los 8 motivos diferentes se encuentran, en alemán, en la pagina de arte y pueden enviarse como postales electrónicas”. Exposiciones, debates, encuentros entre intelectuales amantes del fútbol compondrían el programa de esta iniciativa.

En enero de 2006 se ha producido en este foro el encuentro entre algunos escritores que no ocultan su amor al fútbol. Uno de ellos, Javier Marías, ofrece esta reflexión que convertida en gran artículo para su columna de EPS no me resisto a colgar.


A mediados de enero nos reunimos en Berlín, invitados por el Comité Cultural del próximo Mundial de Alemania, unos cuantos escritores europeos aficionados al fútbol, y durante tres jornadas, a veces acompañados por ex-jugadores, árbitros, federativos y hasta la estrella local del fútbol femenino, Nia Künzer, hablamos de manera algo artificial del deporte que más nos gusta. La manera natural es otra, y no se diferencia en nada de la de cualquier otro aficionado, de la profesión que sea. (...)

Entre los escritores estaban el húngaro Esterházy, los suecos Mankell y Enquist, el inglés Tim Parks, el italiano Riccarelli, y estaba previsto el polaco Kapuscinski, ausente al final por convalecencia. En algún momento se reconoció la muy escasa literatura que hay sobre los futbolistas, lo mismo que el escaso cine, a diferencia de lo que sucede con los boxeadores, por ejemplo. Yo supongo que es debido al carácter tan colectivo del juego, y también a algo indudable: las películas o libros más o menos biográficos de deportistas, actores, cantantes, compositores y artistas en general suelen ser plomíferos, y responden a un patrón casi invariable: un inicio divertido que relata los primeros pasos del biografiado y su lucha por el éxito, una parte central de conflictos y envanecimientos, y una final a menudo deprimente, con el héroe convertido en piltrafa por culpa del desamor, el alcohol, las drogas o la decadencia profesional, y la consiguiente pérdida del favor del público. Recuerdo soporíferas películas sobre Schumann y Schubert, y Cole Porter (pese a ser Cary Grant quien lo encarnaba), y la cantante Gertrude Lawrence, e Isadora Duncan, y Picasso, y más recientemente sobre Cassius Clay y Ray Charles. Dudo que vaya a ver la que se estrena ahora sobre Johnny Cash, pese a ser un ídolo mío de juventud y madurez.

Y sin embargo los futbolistas, o los deportistas en su conjunto, tienen por fuerza un destino algo trágico. Se retiran como tarde a los treinta y tantos años, una edad juvenil hoy en día, y a la que los escritores suelen ser aún “promesas”. Ha habido entre éstos numerosos casos de enorme fama más tarde desaparecida sin rastro, como entre los demás tipos de artistas. Nadie les asegura el talento a lo largo de la vida entera, y menos aún la fidelidad de los lectores o espectadores, que se cansan pronto. Pero al menos tienen la posibilidad de conservar ambas cosas hasta la vejez extrema. Un futbolista, por el contrario, sabe que no será nunca más de lo que ya fue. Y aún más inquietante: de la mayoría no volvemos a saber nada, una vez abandonan los terrenos de juego. Los que se convierten en entrenadores y siguen en el candelero son una minoría. Aún más escasos los que pasan a ser dirigentes, como Beckenbauer o Hoenness o Butragueño, al que produce cierta melancolía ver en un papel que no le cuadra, como da pena ver a Pelé de figurón en galas o a Maradona en plan locutor televisivo o activista político irreflexivo. Aún más lástima da saber que Puskas ya no reconoce a casi nadie, en su natal Hungría. Pero al menos de ellos algo se sabe, se va sabiendo. Sobre la inmensa mayoría, un gran silencio, roto sólo de tarde en tarde por una noticia trágica, como el suicidio de su compatriota Kocsis, hace ya muchos años, que triunfó en el Barça y acerca de cuya trayectoria “civil” he sentido siempre curiosidad, qué lo llevó a eso. Todos ocuparon portadas, fueron admirados y vitoreados, muchos aficionados vivimos semanalmente pendientes de sus hazañas y bendijimos sus nombres cuando marcaron algún gol decisivo. Hagan lo que hagan luego, los futbolistas están condenados, en plena juventud, a haber sido lo máximo en el pasado, y a un probable futuro olvido, lo cual es como decir que llevan en sus venas la melancolía. Todavía hay muchos escritores que los desprecian, porque les parece vulgar y detestan el fútbol. No se dan cuenta de que, como los héroes antiguos, todos los jugadores son gente novelesca, a su pesar: gente con apoteosis breve, y el recuerdo largo.

Javier Marías, escritor.

lunes, febrero 13, 2006

EL RETORNO DE CARLETTO

Cuando Carletto Mazzone empezó a entrenar al Ascoli, en 1968, Pelé estaba en su mejor momento. Hace 779 partidos de eso, una eternidad. Mazzone tiene 68 años y, al final de la temporada pasada, después de perder su equipo de entonces, el Bolonia, la promoción de permanencia, le prometió a su mujer que nunca más. Y se retiró para siempre. Hasta ayer. Mazzone asumió el martes la dirección técnica del Livorno, su equipo número 17, y ayer se sentó en el banquillo. Sólo un tipo como él podía desembarcar en Livorno en pleno funeral y organizar una fiesta con el difunto aún caliente.

Cuesta comprender lo que ha ocurrido esta semana en Livorno. El comportamiento del presidente, Aldo Spinelli, no se explica ni con chistes fáciles sobre su apellido, que significa porros. El Livorno está haciendo una campaña estupenda, ocupa una posición de Copa de la UEFA y ha jugado algún partido de los que se recuerdan. No ganaba desde principios de año, pero en esas semanas había perdido un solo encuentro. Roberto Donadoni, el antiguo artista del Milan, se ha construido un prestigio sólido gracias a su trabajo en la muy obrera e izquierdista ciudad portuaria de Toscana.

¿Qué hizo mal Donadoni? Quizá el problema consiste en que vota a Berlusconi. El caso es que a Spinelli, el lunes pasado, se le subió el apellido a la cabeza. El Livorno había empatado en casa con el Messina por un error arbitral y se le ocurrió que toda la culpa era de Donadoni. Empezó a hablar en público sobre su inminente despido. Cuando Donadoni le telefoneó, se excusó con una afonía. En realidad, estaba entrando en directo en el programa más futbolero de la televisión italiana, el Juicio de Biscardi, para seguir poniendo al técnico a caer de un burro. Donadoni, genio y figura, dimitió y se marchó de Livorno como un señor.

En la plantilla sentó mal el asunto. Lucarelli, la gran estrella, el máximo goleador, el que rechazó mil millones de liras para jugar en el equipo de su ciudad natal, el hombre que alza la bandera del Che Guevara y tiene la grada a sus pies, comentó que, visto lo visto, él también se iría en cuanto terminara el campeonato.

Una vez metida la pata hasta el fondo, ¿qué podía hacer Spinelli? Pues llamar a Mazzone. Al viejo Carletto no hay afición que se le resista. En 2001, con el Brescia, tuvo un derby apuradísimo con los vecinos del Atalanta de Bergamo. Los locales perdían 1-3, pero el Brescia marcó. Y marcó otra vez. Con el 2-3, exaltadísimo, prometió que, si los suyos empataban, iba a ir personalmente a la tribuna ocupada por los ultras del Atalanta, bastante conocidos por su violencia y sus nostalgias fascistas. En el último minuto de la prórroga, el Atalanta empató. Mazzone corrió hacia la curva rival y gritó como un poseso: "¡Vuestros muertos, racistas, fascistas, cornudos!". Al llegar la policía, se dejó llevar mansamente. "¡Qué a gusto voy a cumplir esta sanción!", suspiró.

Con estos precedentes, Mazzone tiene que caer bien a los livorneses. Ha entrado, sin duda, con buen pie: el Livorno ganó ayer al Fiorentina, la revelación del campeonato, con dos goles de Lucarelli. La afición, gruñona al principio, acabó entregada. A ver qué ocurre en adelante. Habrá menos sensatez que con Donadoni. Disparates sí habrá muchos. Todos los que hagan falta.

Enric González es autor de Historias del Calcio

sábado, febrero 11, 2006

EL GOL Y LA MEMORIA (2 y final) por Andrés Neuman


Mundiales. Como Italia 90, mi último mundial argentino, en el que la selección llegó, nuevamente, a jugar la final contra Alemania. Aquel mundial había sido la crónica de una decadencia anunciada: el equipo nacional era casi el mismo, pero cuatro años más desencantado; y su tótem, Maradona, no era el mismo sino uno más gordo, lesionado y mascando quizá su inminente tragedia. Aquélla fue una triste manera de despedirme del país y del gran fútbol. Poco después mi familia abandonó Argentina y, para el mundial siguiente, el equipo que veía por la televisión, al calor del verano, vestía de rojo e invocaba una vaporosa furia como principal argumento ganador.

Jorge Valdano, que es quien mejor comprende (como lo supo Grecia) que el deporte es un síntoma de muchas otras cosas, publicó hace unos años el primer tomo de ese acto de redención que fueron los Cuentos de fútbol. El año anterior, en 1994, había tenido lugar el siguiente mundial en Estados Unidos. Aquél fue el segundo adiós de Maradona, que, como todos los mitos, nunca se retiraba del todo. Y lo más curioso es que, acaso sin saberlo, en el mismo año de la consagración de Maradona, Valdano había escrito un artículo en la Revista de Occidente que, en cierto modo, definía la fatalidad de su compañero de selección. Al margen del asombro que causó que un futbolista conviviese con la élite intelectual en las páginas de una publicación académica, aquel artículo sobre el miedo escénico comenzaba afirmando que “el jugador es un actor obligado a representar una obra desconocida frente a un adversario que se empeña en impedírselo”. Eso fue, precisamente, lo que le sucedió al 10 argentino: personaje adorado, actor de sí mismo sobre el césped, él estaba obligado a desempeñar cada partido su papel de genio. Y, como alguna vez le he oído decir a Valdano, ser Maradona no debía de ser fácil para Maradona. Ahora bien, ¿quién le impidió serlo hasta el final, quién se empeñó en que Diego dejase de ser él? Propongo tres posibles respuestas, todas ciertas a mi juicio: los defensas rivales; la FIFA y sus extraños reglamentos, que toleran o castigan según a quién, según qué y según cuándo; y Maradona mismo. Su personaje escénico.

Ante el próximo Mundial. Muy distinto, hoy día, resulta ya el personaje de los mejores futbolistas nacionales. Los ídolos españoles se comportan como deben dentro y fuera del campo. Por eso nunca caerán como otros ídolos pero, tal vez por eso, tampoco volarán nunca tan alto. (...) Esperemos poder mirar los partidos con otros ojos, y perseguir los viajes imprevistos del balón, y acaso ver por fin una final sin bostezar, pendientes de las estrellas sobre el césped. Y sólo así, tal vez, podamos al fin sentirnos como los poco viriles pero sin duda felices amantes de aquel poema de Rilke -David y Saúl- y exclamar frente a la pelota: somos casi como un astro que gira.

Andrés Neuman, escritor argentino

viernes, febrero 10, 2006

EL GOL Y LA MEMORIA (1/2) por Andrés Neuman


Extracto del artículo publicado en la revista literaria Mercurio, Junio 2002

(...)
Los mundiales. Quimeras babilónicas que se repiten, como mucho, tres veces por década. Con tanta espera, es más fácil soñar. Y me atrevería a afirmar que, en Argentina, los mundiales son otra cosa. Un acontecimiento que tiene menos que ver con el fútbol que con otras cosas como el pisoteado orgullo nacional, las ansias de venganza histórica o la distracción política. En España no es tan corriente encontrar a un aficionado cuyo sueño consista en golear a Inglaterra en revancha por el desastre de la Armada Invencible, o que aguarde impaciente el partido en el que darle un baño al imperio alemán, pongamos por caso. Si a eso añadimos que, por el momento, para los españoles las finales mundialistas no son más que esos partidos internacionales que se siguen sin demasiado ardor por la televisión, se comprende la diferencia de dimensión entre las selecciones de un país y otro. En Argentina, desgraciadamente, las proezas en el césped han servido en más de una ocasión para cubrir el ruido de las torturas en los sótanos.

Ése fue mi primer mundial, aunque ya no me acuerde: Argentina 78. Nuestra selección era fantástica como nunca y, probablemente, no mereció ganar. Pero Videla necesitaba un gol urgente para su genocidio, aunque fuese en fuera de juego y contra cualquier reglamento. El pueblo argentino se echó entonces a la calle, a celebrar que pronto no habría nada que celebrar, excepto funerales sin cadáveres. Por eso fue, quizá, tan simbólico el título conquistado ocho años después, en México 86. La sensación de la gente era, más o menos, que después de las Malvinas (Mundial 82) y del horror habían llegado la paz, la democracia y Maradona. Sus goles contra Inglaterra habían tenido lugar, incluso, en el orden exacto: primero se había burlado de la prepotente estatura de Shilton, el portero inglés, estirando el antebrazo en la cima del salto; y después, por si quedaban dudas, le había demostrado al ejército defensivo inglés de qué color era la bandera del talento. Qué útiles, en el campo y fuera de él, que son los enemigos: como escribió Eduardo Galeano sobre los árbitros en El fútbol a sol y sombra, cuanto más se odian, más se necesitan. Por eso Maradona, además de un imposible cuento fantástico en diez segundos, con aquel gol zigzagueante acababa de escribir, sin saberlo, el nuevo Martín Fierro. Todo un poema épico que, además de ser relatado hasta la saciedad en las calles, venía a terminar de dibujar el espejismo de la reconstrucción.

Me recuerdo, tras el mundial de México, hojeando la prensa en busca de reportajes sobre la selección. Y recuerdo también aquellas fotos de aquel anciano que, con el tiempo, se me iría también divinizando. Aquel anciano cuyo rostro, entonces, no reconocí del todo. Las noticias alternaban fútbol y literatura. El mes de agosto de 1986 iba entibiándose. Maradona acababa de levantar la copa, y Borges acababa de agachar la cabeza. Por aquel entonces, leía yo novelas de aventuras, de misterio o de terror. Dentro del colegio -donde no había alumnas- buscaba una amiga en la pelota. Fuera de él, pasaba muchas horas en los potreros emulando al dios Diego o, más modestamente, al Chino Tapia. Son muchos los domingos que recuerdo parecidos a aquel cuento de Roberto Fontanarrosa, ése en el que decenas de personajes sólo atienden a una cosa, el balón, para finalmente contemplar cómo su día se pincha en una rama o se pierde detrás de algún coche.

Continúa

Andrés Neuman, escritor argentino

miércoles, febrero 08, 2006

ÁFRICA ES LA REVOLUCIÓN por Raúl Fain Binda

Los europeos prestan más atención a la Copa de África de Naciones que a la Copa América. Esto se debe, entre otras cosas, al interés de millones de inmigrantes de origen africano y sus descendientes, cuyo reclamo se hace sentir en los ratings de la televisión y el tiraje de los diarios. (La Copa América llega de contramano a los medios, porque los partidos se juegan cuando los europeos duermen). Pero las emisoras, los diarios y los sitios de internet también tienen otro público que atender, un interés mayoritario, y no dedicarían tanto espacio a la Copa de África si no tuvieran otra razón de peso. Esa razón es uno de los anzuelos periodísticos más antiguos: el fermento revolucionario.

La revolución

Los europeos dan mucha importancia al fútbol africano porque su realidad actual es revolucionaria. Las revoluciones siempre despiertan más interés que los regímenes establecidos. O decadentes, si ustedes quieren.

Desde El Cairo hasta Ciudad del Cabo, el fútbol africano está sacudido por formidables convulsiones, reflejadas hace poco en la clasificación para el mundial de países supuestamente atrasados futbolísticamente: Togo, Angola y Costa de Marfil, donde además se libra una guerra civil paralizante.

La eliminación del torneo mayor de Nigeria, Camerún, Senegal, Marruecos y Egipto, vista al principio como un signo de debilidad de esos países, es en realidad la consecuencia del avance de la segunda fila del fútbol africano.

El débil al poder

Los procesos revolucionarios se caracterizan por este tipo de saltos bruscos, que desafían el orden establecido. Esto abre oportunidades para los individuos y organizaciones que en circunstancias normales sabrían perfectamente cuál es "su lugar".

En fútbol, el orden establecido es (¿o era?) el predominio de cuatro o cinco naciones europeas y sudamericanas, en una especie de "mercado cerrado". En este mercado, y cuando las normas en las ligas europeas lo permitieron, tres países sudamericanos, Brasil, Argentina y Uruguay, fueron los proveedores tradicionales de "mano de obra especializada".

Ahora es diferente. El caso Bosman abrió las compuertas y ahora el mercado africano ofrece mano de obra capaz a un costo muy bajo.

Africanos europeos

Las crónicas desde Egipto sobre esta Copa de África mencionan al camerunés Samuel Eto'o, el marfileño Didier Drogba, el egipcio Mido y los nigerianos Kanu y Jay-Jay Okocha, en un contexto que parece señalarlos como las máximas estrellas del fútbol africano.

Esto pasa por alto a buena parte del seleccionado francés de fútbol, mayoritariamente africano: Vieira es senegalés; Zidane es hijo de inmigrantes argelinos.

Y no olvidemos al legendario Eusebio (64 años el próximo miércoles), que es de Mozambique.

Falacia desmentida

El caso de Zidane desmintió una de las grandes falacias del fútbol: que África era capaz de producir grandes jugadores negros pero ninguno árabe. Se suponía que la cultura árabe reprimía la expresión individual, que el caos de las sociedades negras era más fértil para el fútbol.

El verdadero estímulo no es el caos, sino la pasión, exacerbada por la necesidad. La mejor cuna del fútbol es humilde, es pobre.

Fertilidad de la miseria

Hay algo en el fútbol que se nutre de la miseria, o mejor dicho, del deseo de escapar de ella. Este es el gran secreto de la fabulosa creatividad del fútbol brasileño, en un gigantesco país donde se dan todos los ingredientes necesarios: tradición, pasión, buen gusto, organización, recursos, ambición y también el motor misterioso de la miseria.

Sin el estímulo de la miseria, la estructura del fútbol brasileño no sería capaz de engendrar a jugadores como Ronaldinho.

Daría a Kaká, como no, pero nunca a Ronaldinho. ¿Ven la diferencia?

El fútbol africano está en pañales en comparación con el latinoamericano, pero le sobra vitalidad y el espolón de la miseria pica más fuerte.

Vigencia de la mafia

Los mafiosos fueron los primeros en advertirlo, como siempre.

En estos días han circulado numerosas denuncias e informes periodísticos sobre casos de abuso de adolescentes africanos, atraídos con la promesa de jugar en los grandes clubes europeos. Los gestores o intermediarios les prometen el futuro, que deben pagar por adelantado. Las familias reúnen como pueden el dinero para el pasaje y la "gestión" del agente.

Algunos de esos jóvenes terminan jugando en clubes de Bélgica o Francia, pero la mayoría se desloma en trabajos serviles en las cocinas de los ricos.

lunes, febrero 06, 2006

EL ADIÓS DE LOS MOSQUETEROS

Antonio Giraudo ha tenido asuntillos de droga, como Mick Jagger. Luciano Moggi se las ha visto con la justicia, como Keith Richards. Y Roberto Bettega es un señor tan tieso como Charlie Watts. Son los viejos rockeros de la Triada, los Rolling Stones del calcio. "Giraudo, Moggi y Bettega son como los tres mosqueteros", dice Fabio Capello, y yo soy el cuarto, D'Artagnan". Es otro punto de vista. Los tres máximos dirigentes del Juventus son más antipáticos que los mosqueteros, pero tienen tantos enemigos como ellos. Porque después de 12 años llevando los asuntos de la Vieja Señora turinesa, a estos Rolling sólo les soportan en su casa, y no del todo: John y Lapo Elkann, dos de los herederos del imperio Agnelli y, por tanto, copropietarios de la sociedad, detestan la imagen arrogante y sarcástica que la Triada ha conferido a la sociedad.

Lo que pasa es que son buenos en lo suyo. Antonio Giraudo, 54 años, consejero delegado, ha manejado las cuentas de forma irreprochable. Sin pedir un euro a los Agnelli ha construido sucesivas plantillas vencedoras y rentables; cuando se ha visto en apuros, ha sabido hacerle un tocomocho al pardillo de turno. En el calcio, tal papel suele corresponder a los dirigentes del Inter. Un ejemplo: en 2004, Giraudo (y Moggi) convencieron al Inter para llevarse a Turín a Cannavaro, uno de los dos mejores centrales italianos, a cambio de Carini, el mejor portero uruguayo de su urbanización. Giraudo pasó apuros cuando fue procesado por dopar a los jugadores, pero en segunda instancia el caso se cerró sin condenas.

Luciano Moggi, 68 años, director deportivo, carece de rivales en su especialidad. Dirigió la política de contrataciones en el Nápoles, el Lazio, el Roma y el Torino antes de recalar en el Juventus, y su olfato para reconocer talentos (su hijo, casualmente, ejerce como intermediario) sólo es comparable a su cariño hacia los árbitros: les invita a cenar, les proporciona traductoras-acompañantes cuando son extranjeros (en 1993 fue condenado a cuatro meses de arresto; resultó que las traductoras-acompañantes prestaban a los colegiados unos servicios linguísticos de naturaleza no verbal) y nunca olvida un cumpleaños arbitral.

Roberto Bettega, 54 años, ex jugador y vicepresidente, ha ganado carácter con los años. Como futbolista fue un goleador suave y elegante. Ahora, como directivo, prefiere dar leña: el otro día, después del encuentro de Copa en el Olímpico, no quiso abandonar el palco sin pegarle un coscorrón a un pobre diplomático argentino que, por lo visto, celebraba con demasiado entusiasmo la victoria romanista en la eliminatoria.

Parece, y esa es la noticia, que los Dalton juventinos se separan. Giraudo quiere hacerse rico, al menos tanto como lo es ya Moggi, y tiene preparados unos cuantos negocios inmobiliarios para después de junio. Más adelante cuenta con encargarse de la remodelación de los estadios italianos si el Campeonato de Europa de 2012 es adjudicado, como se espera, a Italia. Bettega se quedará. Y Moggi, parece, se trasladará a Milán para hacerse cargo del Inter o, más probablemente, del Milan. Ya ha comido con Silvio Berlusconi para hablar del sueldo. El cuarto mosquetero, Capello, asegura que no dejará el Juventus mientras sigan los otros tres. Para entendernos, se larga también en junio. No quiere especular sobre el futuro, pero se le ponen tiernos los ojitos de tiranosaurio cuando le hablan de Madrid.

Enric González es autor de Historias del Calcio

sábado, febrero 04, 2006

FÚTBOL AFRICANO: MATERIA POÉTICA por Miguel Bayón


Las viajeras no tanto (a no ser que tengan una probada capacidad para ponerse en jarras y evitar abordajes y otros efectos colaterales), pero los viajeros por África deberían siempre ver por allí algún partido de fútbol. No quiero destripar tramas ni desenlaces, pero puedo dar unas pistas de por qué es importante esa asistencia. Ante todo, unas consideraciones teñidas de globalización. La Copa de África, recientemente celebrada en Senegal, fue protagonizada
por vez primera enteramente por jugadores que actúan en Europa. Y desde hace años no pocas selecciones africanas tienen técnico europeo. Es decir, el fútbol africano de elite evoluciona, en teoría, hacia parámetros similares al que vemos por aquí.

Eso, en teoría. Pero en África no valen, ni para viajar ni para nada, las teorías o las previsiones. El fútbol de los africanos, incluso el de sus selecciones "europeizadas", no tiene que ver con
el nuestro. Seguro que los técnicos han conseguido introducir en esos jugadores de elite una preocupación por el sistema (sea lo que sea eso, Dios bendito) y hasta por la importancia de la defensa. Pero a la hora de la verdad los jugadores africanos ejercen su derecho a la amnesia. No en vano es un continente cuyas almas sobreviven porque logran no atiborrarse de memoria: si se acordaran de todo lo que les ha pasado, era para morirse, así que hacen muy bien en
sobrellevarlo con ligereza y echándole plena atención al carpe diem. No cuento el colorido de las gradas, el buen humor y la picaresca que en general reinan alrededor de un partido africano; aunque a veces haya trifulcas a la europea, o un régimen como el hutu ruandés de 1994 pueda organizar un genocidio a base de reclutar y fascistizar a los ultras futbolísticos y prometerles víctimas propiciatorias para su hambre de violencia.

El viajero debe hacer la experiencia, repito. Y estar muy abierto a lo que no comprende. Me he encontrado sorprendido de comentarios de lectores (sobre todo de lectoras) de mi novela "Mulanga" ante una escena en la que los jugadores de un equipo mean en corro en el círculo central para marcar el territorio.

Cosas así se ven con alguna normalidad en África. De vez en cuando cae un rayo que afecta misteriosamente sólo a una mitad del campo y por tanto a un solo equipo. O, ejemplo de la superprofesional Copa de Africa, el ex guardameta y ahora técnico de Camerún, Nkono
(que jugó de portero en España), fue golpeado por sus rivales senegaleses que sospechaban que había hecho magia contra ellos; la Confederación Africana le acabó levantando la sanción por "comportamiento escandaloso y provocativo", es decir por hacer magia. Todo el mundo en África sabe que la actitud mingitoria, el rayo y lo que hiciese o no Nkono están a la orden del día y tienen que ver con que las cosas funcionan con hechizos, desde el sida al poder.

El viajero deberá tener eso en cuenta, y que le sirva para entender y disfrutar. Si un viajero se asoma al fútbol africano (sea en un estadio o en un descampado, sea viendo a jugadores más o menos uniformados o a chavales descalzos) echará de menos el orden y los tiquismiquis
que caracterizan el fútbol de cualquier nivel en Europa. Pero de inmediato verá que el público aplaude los detalles, es decir la belleza: se parecen a los aficionados degustadores de lo que hacía
Curro Romero. Y ese gusto por la belleza del público africano (de estadio o de baldío) va emparejado con la gozosa vivencia de la fe: todos y cada uno de los espectadores, y probablemente de los protagonistas del partido, están convencidos de que, nada más arrancar
la jugada, va a culminar en un gol que va a abatir de pura belleza el universo mundo, que no lo podrá "aguantá".

Ya, ya sé. Me diréis que a los diez minutos público y jugadores tendrían que haber aprendido al ver el fracaso de tantas maravillas soñadas. Pero África se sustenta en que las cosas allá no son así, el aprendizaje no es así, la memoria y los reflejos paulovianos son de otra manera. La fe puede con todo. Una fe que es una esperanza. Y una esperanza que es una poesía. Porque ésa es la esencia del fútbol africano: su carácter poético.

Sociológicamente, puede parecerse a lo que antes (¿sólo antes, de verdad?) eran los toros en España: un chaval soñaba con triunfar en la Monumental o en la Maestranza, y ese sueño era también lo que los cursis llaman ahora "promoción social". Pero igual que el maletilla no buscaba sólo el bienestar material, sino también la gloria y la belleza, los africanos insisten en demostrarnos, mientras rueda un balón, que la fantasía, el juego, nos hacen no sólo sobrevivir, sino sobre todo vivir.

jueves, febrero 02, 2006

AÑO DOS

Hoy hace dos años que colgué en este blog el primer artículo de las Historias del Calcio que Enric González publica todos los lunes en las páginas de El País. Aquel primer artículo se llamaba “Espaguetis para el Milan” y en él se contaba la situación que se vivía en ese momento en la Liga italiana y las perspectivas de futuro inmediato que se le abrían a los grandes equipos del calcio. El autor le daba su toque a una historia que terminaba uniendo a los terroni que se quedaron en el sur (SCC Napoli) y a los que emigraron al norte rico para ganarse la vida y triunfar (AC Milan), los unos al borde del abismo de la Tercera y los otros tocando el cielo como campeones de Europa.

Desde entonces muchas cosas han cambiado en el calcio. El Milan ya no es aquel equipo majestuoso, rey de Europa, que se permitía mirar por encima del hombro a cualquiera de sus rivales con ese aire aristocrático que le daba el fútbol que practicaba. En mayo de 2005 sufrió una de las derrotas más dolorosas que se recuerdan, la Final de la Copa de Europa, que ganó antes del descanso y perdió en los penaltis. El Juventus, después de aquella temporada de juego más o menos vistoso (con todas las reservas que esto tiene cuando se habla del equipo turinés) fracasaba por una defensa que hacía aguas. Contrató a Fabio Capello y, obviamente, todo cambió. Desde entonces el rottweiler bianconero destroza a sus victimas con dentelladas letales, su presa una vez mordida no se escapa jamás. En el campeonato doméstico no hay quien le tosa. El Inter sigue siendo él mismo, una pazzia. Divertido como ninguno, aspirante a todo, ganador de casi nada. Seguramente ofrecerá los momentos más esperpénticos del campeonato, seguirá siendo la sal de un circo poco dado a las alegrías. Y además tiene a Adriano. El Roma se despedía en aquellos momentos del olimpo. En este tiempo transcurrido ha coqueteado seriamente con el descenso, ha vivido turbulencias internas y ha sufrido las consecuencias fatales que suele dejar la marcha de Capello en un equipo. Sus huestes acabaron extenuadas, exprimidas por il capo. Hoy, envuelto en un halo de frenesí atacante y comandado por el capitano Totti, quiere volver a saborear días de vino y rosas (suerte Roma). El Lazio, aún convaleciente del escándalo Cirio, busca de nuevo su lugar entre polémicas fascistoides. El Fiorentina ha vuelto. Al Torino no le dejaron.

Fuera del calcio estos dos años han dado para mucho. El terror en Madrid, cambio de gobierno en España, la reelección de Bush, la muerte de Juan Pablo II, Londres atacada, el adiós a las armas del IRA, un tsunami se lleva más de 200.000 personas en su camino, la legalización de los matrimonios gays en España, miles de muertos en Irak, el inicio de un ciclo blaugrana, un nuevo oscar para el cine español, desastre de la Selección en la Eurocopa, Nueva Orleans se hunde, el retorno de las dos Españas, la muerte de Arafat y la victoria de Hamás en las urnas, el Estatut, Fernando Alonso campeón del mundo de Fórmula 1, el Liverpool vuelve a ser campeón de Europa, ... y tantas otras.

Y seguirán pasando, y como hay tiempo para casi todo, en este sitio se seguirá hablando de historias que tienen que ver con aquello que, como decía Valdano, es la cosa más importante entre las cosas menos importantes.