miércoles, agosto 30, 2006

CHICOS MALOS III. PAOLO ROSSI (perfiles por Iván Castelo)


Ganó poco menos que él solo el Mundial de España 82. Bueno. Y la carnitina. Seis goles seguidos llevaron a Italia al tricampeonato, culminado en el Bernabéu ante Alemania con Sandro Pertini saltando en el palco junto al rey. Pero antes de la cumbre, hubo muchas pendientes en la vida de este delantero centro, de este hombre gol con nombre propio en el 'calcio' y que ya destacó en el Mundial de Argentina 78. El domingo 23 de marzo de 1980, al acabar una jornada, fueron detenidos once jugadores de la Serie A italiana. Rossi, entonces en el Perugia, fue uno de ellos. Todo por un escándalo de apuestas clandestinas. Le cayó un año de sanción y volvió justo para España 82, con presiones de todo tipo para ello. Como consecuencia de su éxito, hubo indultos para otros implicados a los que les llegaron a caer cinco años de sanción no cumplidos. La 'dolce vita' italiana premia así a sus héroes, que soldado vivo vale para otra guerra. Su nombre aparece en la letra de Manu Chao para la canción 'Santa Maradona': "Berlusconi, Bez y Tapie comprendieron bien a Paolo Rossi". Al dejar el fútbol (fue estrella de la Juventus, el club de Italia en mayúsculas), trató de comprar el Ibiza para convertirlo en un grande. Quedó el proyecto en nada, no así su disfrute de la noche ibicenca.

sábado, agosto 26, 2006

CHICOS MALOS II. TONY ADAMS (perfiles por Iván Castelo)


"Me bebí un día el peso de mi cuerpo en cerveza". El central del Arsenal y de la Selección inglesa, ídolo en los noventa, queda elegido por aclamación en esta sección como un ejemplo más del 'hooliganismo' que caracteriza a uno de los prototipos del fútbol inglés, el jugador pendenciero. Estuvo en prisión por conducir borracho. Como él, decenas. Desde Jimmy Greaves en los 60. El 'hat-trick' vital que se llama: alcohólico, gamberro y apostador, una religión ésta última en las islas. Hasta perder mucha, pero que mucha pasta. Como Michael Owen o Jonathan Woodgate. Otros famosos del club del 'hat-trick' en la Premier fueron Charlie Nicholas, Bryan Robson, Lee Sharpe, Paul Merson, de los primeros en confesar públicamente sus problemas como terapia, Denis Wise, Mark Bosnich, Craig Bellamy, David Pleat, Lee Chapman, Keith Gillespie, Gary Speed, Lee Bowyer (pateó al estudiante de origen asiático Sarfraz Najeib de juerga), Robbie Fowler, Rio Ferdinand, Stan Collymore (adicto al sexo) o Teddy Sheringham (adorador de la llamada silla del dentista -te sientas, echas la cabeza para atrás y te rocían la boca de licor en plan tirador de sidra-)... Tipos, muchos de ellos que han dado con sus huesos en la trena, poco pero algún tiempo, que fueron precursores con sus golferías del actualmente de moda 'roasted', afición de los futbolistas británicos por protagonizar un 'gang-bang' (todos contra una) en habitaciones de hotel lujoso con mozas que sí, que sí, vale, que luego que no, que si denuncia por violación, que si no me acuerdo por el pedo que llevaba...

martes, agosto 22, 2006

CHICOS MALOS I. HARALD SCHUMACHER (perfiles por Iván Castelo)


Precursor del mal estilo de otro portero alemán irascible, Oliver Kahn, pero más violento. Pudo matar (no es broma) a Battiston, defensa francés, en una de las entradas más salvajes de la épica futbolística. En el Alemania-Francia de España 82 en el estadio Sánchez Pizjuán de Sevilla. Un balón dividido, lo atrapó con las manos y giró el culete para impactar contra el rostro del zaguero galo. Quedó KO y se temió por su vida. Al final, sólo esguince cervical. Pero un escalofrío recorrió el mundo. Portero del Colonia (siempre rechazó al poderoso, el Bayern Múnich), la montó parda con uno de los primeros libros autobiográficos sinceros de este invento, el 'furgol'. 'Anppfiff' (traducido aquí como 'Tarjeta Roja' cuando significa 'Empieza el partido') lo revelaba todo. Como prácticas de dopaje con efedrina. Y eran los 80, cuando la lacra se perseguía menos que ahora en el fútbol. O ni eso. Sus denuncias le valieron la expulsión del Colonia, una inhabiltitación para la 'Nationalmanschaaft' pese a ser el Jugador del Año. "Nos drogaron en el 84 con el Colonia. Los chicos corrían como diablos y, por supuesto, ganamos el partido". También escribió sin tapujos del sexo, como el vivido en la concentración alemana del 86, en México: "No somos eunucos. ¿Por qué no hacerlo con chicas que estén sanas? Es mejor organizarlo para que los más jóvenes no pillen cualquier cosa por ahí".

domingo, agosto 20, 2006

LA CAMISETA por David Trueba

A pocos días de empezar la Liga aún quedan recuerdos del Mundial.

Se han roto muchos artículos. Los que estaban preparados para triturar a la selección nacional se han transformado en confetti para la euforia desmedida. Opá, ya hemos ganao el Mundiá. Pero echemos la vista atrás un segundo. En una calle de Madrid, hace meses, un inmigrante mató a otro para robarle la camiseta de la selección española. Se habló mucho del incidente. Pero no se habló de la razón del robo: la camiseta. Me temo que España está llena de polacos, ecuatorianos, peruanos y africanos que no entienden qué coño le pasa a los españoles con su selección.

Hay un problema de imagen. La catástrofe estética que significó Naranjito no se repara, más bien se acentúa, con el tremendo vídeoclip de A por ellos. Pero no culpemos al fútbol, por favor; culpemos al país. Aquí zafiedad, catetez y burricie es garantía de éxito.

Hay otro problema que es la carencia de un modelo de juego establecido. Sólo había una consigna: al jugador talentoso o artista dejarlo en el banquillo o sólo echar mano de él cuando ya todo está perdido.

Y luego está el problema del entrenador. El elegido se convierte en un muñeco de feria. Con Luis Aragonés llegó hace tiempo la hora del pim-pam-pum. Sofisticado no es, la verdad. Su biopic no lo rodamos con Cary Grant, no. Sin embargo, todos los jugadores que lo han tenido de entrenador hablan bien de él. Y, en general, en todas las broncas lleva buena parte de razón. Los seleccionadores nacionales acaban medio locos, trabajan con una inseguridad tremenda y ponen de titular precisamente al jugador que llamaron de reenganche para sustituir a un lesionado y cambian al portero al primer error que comete y traicionan su sistema el día que menos se necesitaba. Al final, uno echa de menos la dignidad en la derrota de un Bielsa. La cagó. Pero la cagó él solito.

Este país nuestro tiene unos problemas de identidad que no se los arregla ni el mejor psicoanalista. Y menos las tertulias radiofónicas. Pasa con el fútbol. Desde hace años queremos ser argentinos o brasileños. Y se entiende. Pero los simulacros no funcionan. Si hasta los comentaristas o son argentinos o se fingen argentinos.

La clave sería generar una personalidad propia. Agarrarse, por ejemplo, a una manera de entender el juego que va de Milla, pasando por Guardiola, Valerón, Xavi, Xabi Alonso, hasta llegar a Cesc y, por favor, Iniesta. Apostemos por ahí, mantengamos fidelidad a algo durante un poquito más que un cuarto de hora y a ver si dentro de diez años no hace falta escribir artículos preguntándose qué es la selección española.

David Trueba, guionista y director de cine.

miércoles, agosto 16, 2006

QUE NO CAIGA NUNCA

"La pelota que arrojé
cuando jugaba en el parque
aún no ha tocado el suelo"

Dylan Thomas, poeta británico.

Me gusta este verso, siempre lo identifiqué con el fútbol aunque no tenga nada que ver con él. Así empieza la película El lado oscuro del corazón de Eliseo Subiela.

lunes, agosto 14, 2006

UN CUENTO PARA RELEER por Javier Marías


Cuando ustedes lean esto, es probable que ya se hayan apagado los prolongados ecos del incidente entre Materazzi y Zidane, del que se han ocupado casi todos los columnistas, hasta los que desdeñan o detestan el fútbol. Pero puede que no del todo, y que en realidad nunca se apaguen, y que ese asunto, por tanto, pase a formar parte de la memoria y el imaginario colectivos, no sólo de los futboleros. Si eso fuera así, sería el mayor éxito de Zinedine Zidane, en contra de las apariencias y de los actuales lamentos.

Pasada la primera y elemental impresión, hay que mirar el episodio desde el punto de vista más duradero, que es el de la ficción. Cuanto se recuerda en la vida adquiere con el tiempo, precisamente por ser recordado, un carácter narrativo, y acaba viéndose, según el caso, como una película, una novela o un relato. La despedida de Zidane da más para lo último, quizá. Tal como había ido la historia, el final parecía destinado a ser muy feliz o, en su defecto, bastante feliz. Para quienes gustan de los cuentos “bonitos”, esto habría sido lo ideal: Zidane, uno de los jugadores más exquisitos, campeón del Mundo con Francia en 1998 y de Europa en el 2000, de la Champions League con el Real Madrid en el 2002, ya con treinta y cuatro años, cansado del mal juego reciente de su equipo y de entrenadores bobos que no supieron sacarle provecho; un hombre que suele caer bien, solidario y nada demagógico fuera del campo, elegante, discreto, con una notable timidez pese a llevar un decenio o más siendo un astro, decide jugar sus postreros partidos con la camiseta de su país y retirarse para siempre. Vistas sus decepcionantes actuaciones de los últimos dos años, y lo gastados que andan la mayoría de sus veteranos compañeros, nadie espera apenas nada, ni de Francia ni de él. Al principio del Mundial de Alemania, se confirman los escepticismos: ni él ni su equipo brillan, son incapaces de ganar a selecciones inferiores como Suiza y Corea del Sur, les cuesta lo indecible derrotar a Togo. El siguiente rival es la bulliciosa y rejuvenecida España, y nuestros periodistas e hinchas, con sus proverbiales chulería y bravuconería, anuncian la jubilación de Zidane: quedará eliminado, dará sus últimos pasos de baile con un balón. Los españoles, como suelen, muerden el polvo, y el “viejo” les mete un gran gol. Luego caen los brasileños, grandes favoritos según los spots de publicidad, y les siguen los no menos soporíferos portugueses. Francia está en la Final. Contra todo pronóstico inicial, el cuento se encamina hacia el género infantil, o hacia una película de Disney.

Imaginemos que Zidane no cabeceó a Materazzi y que aun así su selección perdió. Ahí tenemos el final bastante feliz. El magnífico héroe crepuscular ha estado a punto de lograr la proeza, y en todo caso se ha marchado disputando la Final de la Copa del Mundo, algo al alcance de muy pocos. Supongamos que Francia sí gana. Que lo hace mediante gol o pase de Zidane, o bien que, llegados a los penalties, él se encarga de marcar uno decisivo o no tanto –lo mismo da– de manera magistral, como ya hizo al inicio del partido. Como capitán de Francia, el ídolo fatigado recibe y alza el trofeo y desaparece sobriamente en su momento de apogeo, en la máxima gloria a la que puede aspirar un futbolista. Este cuento es precioso y le gusta a casi todo el mundo, incluyéndome a mí. Pero no da mucho de sí, no se puede releer, porque es de una pieza y algo empalagoso. De hecho tiene todos los ingredientes de los cuentos de hadas, o aún peor, de las historias edificantes, ejemplares, de “superación”. Si lo miramos con ojos literarios o cinematográficos, a lo que más se parece es a una película americana idiota o juvenil, si es que ambas cosas no quieren decir lo mismo hoy en América.

Tal como se ha desarrollado, en cambio, la despedida de Zidane resulta inquietante, turbia, adquiere densidad y dramatismo de buena ley. Como si fuera un jugador bisoño, el admirable Zinedine, que habrá oído de todo a lo largo de su carrera en el césped, cae en la provocación de un archiconocido archivillano italiano y le da un cabezazo en presencia del mundo entero. Echa a perder su final felicísimo cuando lo acariciaba con la punta de los dedos: estaba en su mano asirlo y crear la mejor leyenda. ¿La mejor? No lo creo. De no haber sido expulsado y haber vencido Francia, todo habría sido tan perfecto que no habría admitido lo que hace de veras que los hechos perduren: el enigma, el misterio, la ambigüedad, la posibilidad de fantasear interminablemente con lo que habría podido ser y se desperdició. Es decir, lo que llevamos haciendo muchos desde hace semanas, y lo que nos quedará para siempre como el hermoso final que se malogró. Esta otra película no es de Disney, sino quizá El buscavidas de Rossen, o Atraco perfecto de Kubrik, o La jungla del asfalto de Huston, o alguna compleja maravilla de Fritz Lang, cuyos personajes lo prevén todo para alcanzar sus metas y abandonan o fracasan en el último instante. Sí, en cierto sentido es una pena lo que ocurrió, pero en otro hay que agradecerle al gran Zidane que en su última hora nos haya dejado un relato hondo, extraño, quebrado, rugoso, y no una historieta tan previsible y tersa que no se pueda releer.

Javier Marías es escritor

sábado, agosto 12, 2006

¿QUIÉN NO LO HA SOÑADO? por Patxo Unzueta

Tu equipo ha perdido un partido decisivo, y la cosa no tiene vuelta de hoja. ¿O sí? En la duermevela que busca consuelo para lo irremediable aparece una imagen borrosa: el diario del lunes informa de que el Comité de Competición ha dado los tres puntos a tu equipo por alineación indebida de un jugador en el rival. A la mañana siguiente todavía hay un instante de duda antes de que la voz del locutor leyendo los resultados imponga la dura realidad. Siempre es así.

O casi siempre: el Juventus de Turín ganó la Liga de su país con 3 puntos de ventaja sobre el Milan, y 15 sobre el Inter, tercer clasificado. Pero la investigación de la trama de manipulación de árbitros y escándalos adyacentes que ha sacudido el fútbol italiano ha provocado la pérdida del título y el descenso a la serie B de la Juventus y que se le resten 30 puntos al Milan, lo que convierte en campeón al Inter. Ni el más fantasioso seguidor de este equipo pudo imaginar una carambola semejante. Nunca había ocurrido algo así, pero ya no podrá decirse que es imposible que ocurra.

Estamos en la era de la incertidumbre, dicen los filósofos, y ya nada o casi nada es definitivo. El caso más extraordinario es el de Óscar Pereiro, que será proclamado ganador del Tour 2006 tras la confirmación ayer del positivo por testosterona de Floyd Landis. Décimo en las dos ediciones anteriores, Pereiro soñaba con entrar esta vez en el podio, pero los 24 minutos que perdió en la segunda etapa pirenaica parecieron dejarle fuera de cualquier opción. Sin embargo, dos días después cogió una escapada consentida que le sacó media hora al pelotón y le vistió de amarillo.

A esa sorpresa siguieron otras, una cada 24 horas y cada una desmintiendo lo que la víspera parecía definitivo. La más increíble fue la resurrección de Landis tras habérsele dado por definitivamente hundido en la etapa que terminaba en La Toussuire. El americano jugó sus bazas y llegó a París como vencedor, con menos de un minuto de ventaja sobre Pereiro. Todo el mundo dijo que el corredor gallego había perdido una ocasión irrepetible. Pero faltaba el epílogo, que comenzó a escribirse con el anuncio del posible doping de Landis que ayer confirmó el laboratorio de Châtenay-Malabry. Punto final; a no ser que...

La flecha del tiempo camina siempre en la misma dirección, pero a veces parece revelarse contra lo irrevocable y volver atrás, lo que produce gran desconcierto. El 6 de febrero de 2005, el Athletic de Bilbao jugaba en Riazor. Desde el minuto 50 ganaba por 0-1, y Etxeberría marcó un segundo tanto que parecía definitivo. Pero fue anulado sin que se supiera por qué. Más tarde, a falta de tres minutos para el final, el colegiado paró el juego por indicación de algún jugador del Depor, que le incitaba a consultar con un linier. Tras hacerlo, el arbitro señaló un penalti en el área del Athlétic, motivado, según su explicación, por una falta producida dos minutos antes. Marcó Tristán y el partido terminó en empate. Todo ello resultó tan extraño como algunos relatos de Edgar Allan Poe.

Así estaban las cosas cuando el lunes por la mañana los seguidores bilbaínos pudieron leer en el ABC que "ayer fue el Athlétic el que, sin desmelenarse, se llevó tres puntos de La Coruña merced a una excelente defensa, un juego práctico y un golazo de Orbaiz". Sin duda, la crónica había sido enviada antes de que finalizara el partido; pero por un instante, la ensoñación de que era posible abolir lo irremediable pareció verosímil.

martes, agosto 08, 2006

FÚTBOL ES FÚTBOL, LA MADRE DE TODAS LAS DEFINICIONES por Carlos Toro

A raiz del artículo anterior donde se cita la célebre frase “fútbol es fútbol”, atribuida en el texto a Johan Cruyff aunque la autoría corresponda al que fuera entrenador yugoslavo del Real Madrid Vujadin Boskov, he recuperado un extracto de un capítulo del libro de Carlos Toro “Anécdotas de fútbol”, en el cual se realiza todo un recorrido detallado, extenso, con muchas y buenas citas de personajes diversos, y, sobre todo, con mucha ironía de las distintas definiciones que sobre este deporte se han dado desde los campos más distantes (para mí, el capítulo en sí no tiene desperdicio).
En el extracto recogido se analiza esta frase mítica de “fútbol es fútbol”, considerándola el summun, la “madre de todas las definiciones”.

(...) Entonces apareció Vujadin Boskov y dejó para la posteridad de nuestro planeta y del de Marte (al que se refería Alastair Reid1) aquello de «fútbol es fútbol». Definitivo. Total. De un esquematismo y perfección inigualables. La tautología elevada a arte. A partir de ese momento, todas las definiciones anteriores y posteriores, todas las que fueron y las que podrían haber sido, quedaron englobadas y retratadas en ésta. No se la tome por una perogrullada ni por el fruto escueto de la limitación lingüística de un extranjero cuyo idioma materno carece de artículos. «Fútbol es fútbol» expresa con la precisión cimera de la conceptualidad desnuda la esencia misma del juego. Es una definición filosófica y no técnica. O sea, ideológicamente totalizadora pero sin pretensiones intelectualoides; sin retórica, sin presunción, sin pedantería, sin exhibicionismos impropios. Y de entre todas las definiciones filosóficas, la más profunda porque, desprovista de pretenciosidad, sugiere tanto como expresa. Dentro de su llaneza al alcance de todos, hay en ella una buena dosis de saludable escepticismo, en la seguridad de que cualquier definición, por magistral que sea, se muestra incapaz de recoger el significado entero, íntegro del juego. Casi podemos ver al bueno de Vujadin encogiéndose de hombros mientras tallaba en el viento y para la historia su inmortal frase. Un admirable y equilibrado ejemplo de trascendencia y, al mismo tiempo, desmitificación.

«Fútbol es fútbol» no trata, en el fondo, de explicar nada, sino de dar forma verbal a una suerte de fatalismo según el cual el fútbol está sujeto a demasiados rasgos imprevisibles e incontrolables como para encerrarlo en una definición o reproducirlo según un esquema. En «fútbol es fútbol» hay tanta resignación como misterio. La definición perfecta por su vaguedad y su exactitud simultáneas. La cumbre de la concisión en la apoteosis de la pluralidad. Si Einstein redujo su Teoría de la Relatividad a la sucinta y descomunal fórmula E=mc2, Boskov ha comprimido el fútbol, todo el fútbol en su frase científico-poética. En F=F. Sólo business are business, en sus evidentes semejanzas, podría compararse a la ciclópea sentencia boskoviana (Valdano, siempre él, también tiene una fórmula, T+T=T: talento más técnica es igual a triunfo. Pero igual la segunda T podía ser testosterona. O trabajo).

Jugadores y entrenadores han dicho de toda la vida «el fútbol es así». Pero esas cuatro palabras carecen completamente de altura, profundidad y extensión. No tienen recorrido ni vuelo. Una simpleza, un tópico para indicar que el fútbol es impredecible y a menudo injusto. Boskov expresa de pasada, casi despectivamente, esa idea universalmente aceptada y asumida. De hecho, se encuentra sobreentendida, incluida en el conjunto de caracteres y matices que «fútbol es fútbol» recoge, integra, procesa y, finalmente, explica. Prueben a colocar los artículos: «El fútbol es el fútbol.» ¿A que no es igual? Los artículos vulgarizan hasta la idiocia la frase, reduciéndola a una redundancia estúpidamente innecesaria. Cualquier mentecato sin recursos recurriría a ella para salir del paso. Los artículos servirían, en todo caso, para apuntalar definiciones de grandes y un poco fatalistas conceptos que sólo en la reiteración encuentran el cauce necesario para transmitir la idea de su importancia: «La vida es la vida», «La política es la política», «La mujer es la mujer», «El amor es el amor», «La pela es la pela». Pero únicamente el fútbol adquiere estatura en la inmediata supresión y la permanente ausencia de esos renacuajos monosilábicos decididamente superfluos.

Boskov ha carecido de críticos porque su inconmensurable frase, fruto de la genialidad absoluta, cerraba cualquier intento de corrección, ampliación o mejora. (...)

1. Alastair Reid: «Si un marciano preguntase qué es el fútbol, un vídeo del partido Brasil-Francia del Mundial de México lo convencería de que se trata de una elevada expresión artística.»

sábado, agosto 05, 2006

QUE GANE EL PEOR por Javier Cercas

Cuando se publique este artículo apenas faltarán unos días para que termine el Mundial y, después de tres semanas de invasión futbolera, algunos de ustedes –pocos– estarán ya hasta la coronilla de fútbol y otros –la mayoría– juzgarán que este año el Mundial se ha hecho corto. Lo cierto es que el Mundial es una completa locura planetaria y que, se mire por donde se mire, esto del fútbol no se entiende. Por supuesto, todos fingimos a todas horas que lo entendemos a la perfección, pero la verdad es que no se entiende. Se entendería si, como dice Gonzalo Suárez, el balón no fuera redondo, o simplemente si, como le dijo Salvador Dalí a Gonzalo Suárez, el balón fuera hexagonal. Pero el balón es redondo y rueda y, en consecuencia, es rigurosamente impredecible. Esta impredictibilidad –no la habilidad, no el esfuerzo, no el mérito– rige el fútbol. Esta impredictibilidad significa que el fútbol carece de leyes; es decir, significa que es absurdo; es decir, significa que no se puede entender.

Por supuesto, hay cosas del fútbol que sí se entienden, pero no atañen a su esencia, sino a sus aledaños. Todos los estudiosos argumentan que el fútbol es una prolongación de la guerra por medios pacíficos, o, si se prefiere, que es el mejor sustituto conocido de la guerra. Los hechos favorecen esta idea, porque desde siempre el fútbol estuvo asociado a la guerra: dice la leyenda –y es la primera referencia al fútbol de que hay noticia– que hacia el año 1000 los británicos celebraron su victoria sobre el invasor danés cortándole la cabeza a su jefe y usándola como pelota; dice la historia que en 1314 el rey Eduardo II prohibió en Inglaterra el fútbol, y que más tarde lo hicieron Eduardo III, Ricardo II y Enrique IV, todos ellos persuadidos con razón de que el fútbol se practicaba a expensas del entrenamiento militar y de que, por tanto, a más guerra, menos fútbol, y a más fútbol, menos guerra. Pero el fútbol sólo adquiere su fisonomía actual a mediados del siglo XIX, y sólo en la segunda mitad del XX se convierte en el deporte más popular de la historia de la humanidad. Pascal Boniface afirma que lo que el fútbol propone es “una zona residual de enfrentamiento que permite la expresión controlada de la animosidad y no afecta a los ámbitos más importantes de interacción entre los países”, lo cual explicaría que en el último medio siglo de historia, a diferencia de lo ocurrido en el resto del milenio, al menos las grandes potencias europeas hayan prescindido de su afición a aumentar la población de viudas y huérfanos por el procedimiento de sustituir las batallas de sangre por batallas por un balón entre mocetones en calzoncillos. De ahí que los más consecuentes sostengan que la FIFA debería haber sido galardonada hace mucho tiempo con el Premio Nobel de la Paz.

Más misterioso que el anterior es otro hecho en el que acaso no se repara tanto. Si un helicóptero abandonara esta mañana a Ronaldinho en medio del desierto de Gobi, en menos de cinco minutos estaría rodeado por un enjambre de forofos; en cambio, Ronaldinho puede pasear por la Quinta Avenida sin que nadie se fije siquiera en él (a menos, claro está, que se cruce con algún ciudadano no norteamericano, en cuyo caso se le habría acabado al instante el anonimato). El hecho es que el país que gobierna el mundo ignora el deporte que gobierna el mundo. No es que no lo entienda: es que ni siquiera desea entenderlo. A ellos les gusta el fútbol americano, el baloncesto, el béisbol. Pero ninguno de esos deportes es comparable al fútbol. Tratando de explicarles el alcance del fenómeno a sus compatriotas, Paul Auster señaló que si sumaban su interés por el fútbol americano, el baloncesto y el béisbol, y luego lo multiplicaban por diez o veinte, entonces empezarían a hacerse una idea del tamaño descomunal de la afición de los europeos por el fútbol. Pero es inútil: a los norteamericanos no les entra en la cabeza. No es que sean más incultos ni más zoquetes que nosotros, pero no les entra. Algunos dirán que ésa es la causa del inflexible ánimo belicoso de sus sucesivos Gobiernos, y que la ONU debería proponerse la implantación del fútbol en USA como paso previo a la implantación de la paz mundial; puede ser. Sea como sea, en el fondo la explicación de esa incapacidad quizá no sea tan enigmática. Como en cualquier otro deporte, en el fútbol americano, el baloncesto y el béisbol gana siempre el mejor; en el fútbol no siempre es así: de hecho, no lo es casi nunca. Esto para la mentalidad norteamericana –educada en una estricta meritocracia de pionero protestante para la cual el triunfo es siempre fruto del esfuerzo personal– resulta deprimente; sospecho que para la nuestra resulta secretamente exaltante, porque convierte el fútbol en una metáfora exacta de la vida. “Fútbol es fútbol”, declaró Johan Cruyff. La definición –hasta el momento, la mejor que se ha dado nunca de este deporte– tolera tantas interpretaciones como el Ego sum qui sum de Yahvé a Moisés en el Éxodo. La mía es la que adelantaba al principio: lo único que hay que entender para entender el fútbol es que en el fútbol no hay nada que entender. Así que el fútbol no sólo es impredecible; también es ininteligible. Ese fondo ciego, vertiginoso y desesperado es la esencia del fútbol; también –casi sobra decirlo– lo es de la vida.

Javier Cercas es escritor

miércoles, agosto 02, 2006

AZCONA-GUARDIOLA, UNA CONVERSACIÓN

En este mes de agosto en el que los períodicos suelen ser perezosos, delgaditos y con cosas diferentes, aunque cargados con las malas noticias de siempre, el diario El País ofrece una sección donde dos personajes variopintos conversan sobre cualquier tema. Hoy le ha tocado el turno a Pep Guardiola, el mejor mediocentro español que he visto y, además, un futbolista diferente fuera de los terrenos de juego, y a Rafael Azcona, el más genial de los guionistas que ha dado (y posiblemente dará) el cine español. Si alguien comparte mi devoción por estos dos personajes le recomiendo que no se pierda su charla de verano.

martes, agosto 01, 2006

EL EQUIPO DE JAVIER MARÍAS

El novelista Javier Marías ha hecho una alineación futbolística con los escritores del siglo XX, según sus cualidades literarias.

Portería. Dos que jugaron en su vida en esa posición: Vladímir Nabokov y Albert Camus.

Defensas. Lateral derecho Henry James por ser de largo recorrido. En el centro Dashiel Hammet que parecía un tipo duro. Y defensa izquierdo Malcolm Lowry que al ser bebedor sería uno de esos defensas duros que no dejan pasar a nadie.

Lateral izquierdo. Valle-Inclán, un autor muy vivo con malas pulgas a ratos.

Centro del campo. Tres de largo recorrido: Como trabajador Thomas Mann; como 10 y cerebro del equipo y mente clara y organizadora del juego Marcel Proust; y W. Faulkner que tiene mucho aliento.

Delantera. Jugaríamos con extremos: extremo derecho como siete Joseph Conrad, capaz en pocos metros de crear gran desconcierto y admiración; delantero centro Thomas Bernhard porque era muy agresivo; y con el 11, extremo izquierdo, uno de esos jugadores finos y creativos como Lampedusa.

Banquillo. En la portería Camus o Nabokov que se alternarían la titularidad con igual solvencia. Para momentos de crisis no estaría mal Conan Doyle que tendría gran capacidad de juego para el medio campo. Defensa, Raymond Chandler. Y delantera un poeta: W. Yeats.