sábado, mayo 22, 2004

ADIÓS GUARDIOLA; ADIOS JOAN GAMPER por M. Vázquez Montalbán

Arteta, Gerard, Iniesta, Iván de la Peña, Xavi y Riquelme, como cabeza de una larga lista de aspirantes a centrocampistas del Barça, presagiaban un mal final para la renovación de Josep Guardiola, renovación en el inmediato pasado necesaria porque significaba un respiro para Núñez recién despedido Cruyff, pero que ahora dependía de algo tan sutil como el imaginario de la catalanidad del club. Sin Guardiola, de momento, es como si una bebida catalana tan carismática como Aromas de Montserrat dejara de ser de Montserrat o perdiera los aromas, una catástrofe equivalente a la de hacer una tortilla de patatas sin huevos o una canción de Quintero, León y Quiroga sin Rafael de León. Convertido en una institución, Guardiola había asumido muy inteligentemente su papel de emblema de la catalanidad del equipo en tiempos de excesos de comunitarios y extranjerías, de la misma manera que Raúl ha sido la exclusiva coartada étnica del Real Madrid hasta la llegada de Casillas. El nuñismo estaba dividido ante un jugador demasiado potente para tenerle miedo a la directiva y al mismo tiempo necesario para compensar la holandización de la plantilla acometida por Van Gaal en uno de esos momentos en que todavía se le reducía más su escasa capacidad de imaginación.Guardiola pagó un elevado precio por esta relación de dependencia, porque salieron de paniaguados de la directiva campañas de desprestigio e incluso los rumores sobre su vida privada, sin otra apoyatura que haber actuado ocasionalmente como modelo de moda masculina o como recitador público de poemas de Martí Pol. Defendido a ultranza por el barcelonismo más profundo y por Santiago Segurola, el profeta guardiolesco de EL PAÍS, las calumnias de los paniaguados no consiguieron erosionarle, y ahí está Guardiola como la Puerta de Alcalá en la canción de Víctor Manuel y Ana Belén, además reciente padre de familia y en condiciones de iniciar una nueva vida deportiva lejos de la madriguera y un tanto aliviado de la obligación de asumir tanta representatividad. Sólo las montañas sagradas no se cansan de ser sagradas.
El futbolista no ha querido decir a qué club extranjero se va y ha agradecido el trato recibido por presidentes, directivos y entrenadores en un ejercicio de blanqueado de cerebros, el propio y los ajenos, que se corresponde con su papel de portavoz equilibrado e inteligente, que guarda para sus adentros y sus íntimos lo que realmente piensa de presidentes, directivos y entrenadores. Hace pocos días se especulaba sobre la necesidad de que Guardiola renovara el contrato para cumplir con su papel de futbolista de excepción y además de líder de un vestuario babélico frente a directivas de aluvión, pero podía percibirse en el jugador una cierta voluntad de salir de su propio papel y vivir sus últimos tres o cuatro años de futbolista embutido en otra personalidad: la del superclase extranjero que ha de reinventar su mirada de estratega.
Los barcelonistas no sólo han de empezar a decir adiós a Guardiola, sino también a la vieja promesa de que el Camp Nou había nacido para llamarse Joan Gamper, promesa aplazada bajo el franquismo porque Gamper era de origen suizo, protestante, enemigo de la dictadura de Primo de Rivera y suicida, luego nuevamente aplazada bajo el nuñismo, supongo que por los mismos motivos y porque los pelotas de Núñez aspiraban a que el estadio algún día llevara su nombre. Obligados a elegir los socios entre Camp Nou o Estadi del Club de Fútbol Barcelona, sería conveniente que llenaran las papeletas con el nombre de Gamper o de Sharon Stone, a ver qué pasa, porque elegir entre las dos propuestas de la actual directiva significa decidir entre una imprecisión cronológica (¿hasta cuándo será un Camp Nou; es decir, un Campo Nuevo?) y una obviedad equivalente a las obviedades boskovianas: el fútbol es el fútbol.

Manuel Vázquez Montalbán es escritor