jueves, diciembre 25, 2008

CRÍOS NUESTROS por Javier Marías

Opinión desde el madridismo militante y (me imagino) distante de Javier Marías.

(...)

Algo muy grave pasa en el Madrid, y va más allá de las actuales circunstancias. El equipo ha ganado las últimas dos Ligas, lo cual debería tener a la afición contenta y confiada, e incluso en la idea de que se ha iniciado un ciclo bueno que podría traer más títulos. Nada de esto sucede, sin embargo, y no creo que haya en la historia muchos precedentes de equipos triunfantes deprimidos y atemorizados. A los viejos madridistas nunca nos ha bastado con ganar sin más, menos aún de manera injusta o inmerecida. Chamartín es un estadio en el que se silba a los jugadores propios con el resultado a favor, si lo hacen mal, y en el que se aplaude a los rivales cuando han demostrado ser mejores (hace poco a Del Piero, antes a Ronaldinho o al Ajax al completo, hay muchos casos). Es también un lugar en el que se tiene poca paciencia con los futbolistas verdaderamente "nuestros", es decir, de la cantera, y buena prueba de ello son los mil años que le ha costado a Guti, el de mayor calidad de la plantilla, ser aceptado y considerado imprescindible. Pero a la vez es un sitio en el que se necesitan esos jugadores "nuestros". El Madrid ha combinado siempre grandes astros extranjeros con excelentes productos de la casa, y cuando éstos han sido la base del equipo ha habido un suplemento de incondicionalidad por parte de los aficionados, a los que no se engaña fácilmente: un club no es admirable porque disponga de dinero para comprar a las estrellas foráneas de turno; lo es también porque tiene ojo, porque sabe ver las posibilidades de niños y adolescentes y los cuida, los prepara y los lanza. Ahora se rememora a la Quinta del Buitre, al cumplirse veinticinco años de su aparición. Durante el tiempo en que el esqueleto del Madrid fueron Chendo, Sanchis, Martín Vázquez, Míchel y Butragueño, los madridistas los adoraron y los apoyaron más que nunca. No sólo porque fueran magníficos futbolistas y renovaran y alegraran el panorama, sino porque eran "nuestros críos" y deseábamos que triunfaran personalmente, además de para el equipo. Eso en cuanto a los adultos. Los niños se reconocían en ellos y veían posible emularlos.

En el fútbol actual se olvida demasiado a menudo el elemento de sentimentalidad que es consustancial a este deporte. Si quien es del Madrid, del Barça, del Atleti o del Bilbao no deja de serlo nunca, es en gran medida porque lleva la vida entera sintiendo que quienes saltan al campo son no "los nuestros", pero sí "nuestros", por nacimiento, formación o adopción. Y no se adopta a cualquiera venido de fuera, no es tan sencillo. En tiempos recientes nunca se sintió como "nuestros" a Figo ni a Ronaldo ni a Robinho ni casi a Beckham, ni desde luego a Mijatovic (que no se entiende a santo de qué ha adquirido tanto poder en el actual esquema del club, y encima para mal ejercerlo). Algo más a Laudrup, a Zidane y antes a Valdano, a los que, por así decir, se reconoció en seguida como propios. Depende de muchos factores, de la manera de ser, del estilo futbolístico, hasta de caer en gracia. Pero todos estaban arropados por muchachos aún jóvenes que en verdad eran de casa: Raúl, Guti y Casillas, últimamente. Los tres siguen en activo, pero los dos primeros ya divisan su retirada. Y mientras el Barça mantiene ese hilo vital de la continuidad e incorpora a canteranos todas las temporadas, el Madrid ha dejado marchar desde a Urzaiz y Eto'o hace años hasta a Mata, Negredo, Granero, Parejo y De la Red ahora (recomprado este último a golpe de talonario), que destacan en sus respectivos Valencia, Almería, Getafe y Queen's Park Rangers, un Segunda División inglés en el que se foguea absurdamente el favorito de Di Stéfano -que no suele regalar elogios-, en vez de estar aquí en danza. En contra de la leyenda, los madridistas no nos conformamos con los extranjeros (menos aún si son tan horribles como Diarra o Drenthe): junto a Di Stéfano y Puskas tuvimos a Marquitos, Santisteban, Zárraga y Gento; y antes de Stielike, Breitner y Netzer tuvimos a Pirri, Serena, Grosso y el incomparable Velázquez. La mezcla ha sido esencial, como lo ha sido para cualquier club de verdadera altura. No creo que aquí nos sirviera el modelo Chelsea, Inter o Arsenal, en los que apenas hay jugadores locales. El Madrid ha sido otra cosa, y siempre hemos tenido sobre la hierba "críos nuestros". Si Mijatovic o Schuster no lo entienden, más vale que se vayan (postdata: el segundo ya se ha ido). Y si es el Presidente Calderón el obtuso, que abandone, con mayor motivo. Y ya que Del Bosque está ocupado, ojalá vuelva Valdano.

Javier Marías es escritor

lunes, diciembre 22, 2008

LA LISTA DE LOS INDESEABLES por Enric González

Entre los enemigos del fair play suelen destacar los violentos. Cualquier clasificación de futbolistas indeseables ha de incluir, por ejemplo, a los Montero, padre e hijo. El padre, Julio Montero Castillo, formó en el Granada, con Fernández y Aguirre Suárez, una de las defensas más brutales de todos los tiempos. El hijo, Paolo Montero Iglesias, pasó a la historia como el jugador con más expulsiones en la Serie A italiana pese a jugar en un equipo tan protegido como la Juventus. Habría que añadir a la lista gente como Vinnie Jones, Marco Materazzi, Andoni Goikoetxea, Nobby Stiles o Jorge Costa. Abundarían los candidatos: los killers del fútbol son fáciles de reconocer y recordar.

Sin embargo, si la lista tuviera que hacerla yo, no estaría encabezada por un honesto rompepiernas. El matón de la cancha es víctima de la escasez de recursos técnicos y, con frecuencia, de las órdenes del entrenador. Actúa a la vista de todos y acumula sanciones. Sus propios rivales, con el tiempo, sonríen al evocarlo. No, nada de killers. En mi lista, los dos puestos de honor quedarían reservados para dos futbolistas excelentes. El primero, Pavel Nedved, balón de oro en 2003. El segundo, el ex sevillista Christian Poulsen. Curiosamente, ambos pertenecen ahora a la Juventus.

No se trata de una simple manía personal, aunque también. En febrero de 2006, un par de aficionados interistas abrieron en Internet una página de nombre explícito, www.nonstimonedved.tk, para anotar las hazañas antideportivas del centrocampista checo. Semana a semana, la página fue agregando otras figuras reprobables. Debido al éxito, se ha convertido en un libro, de reciente publicación en Italia. Non stimo Nedved & tutti gli antisportivi constituye un útil sumario (con testimonios de otros futbolistas como Gattuso, Mexes, Pirlo, Zambrotta y Cannavaro) para acusar a Nedved y Poulsen, dos especialistas de la provocación, el juego sucio y el engaño al árbitro.

Poulsen no es un hombre popular en Italia. Su empecinamiento en tocar, literalmente, los genitales de Totti durante un Italia-Dinamarca (2004), logrando que el romano le escupiera y fuera sancionado, y sus pataditas y pellizcos a Kaká durante un Milan-Schalke (2005), rematadas con una tarjeta amarilla para el brasileño cuando éste se le encaró, permanecen en la memoria. Tampoco es un hombre popular en su país. Tras su indecente actuación en un Dinamarca-Suecia, culminada con un puñetazo a un contrario, el ministro de Justicia danés, Lene Espersen, pidió que Poulsen fuera apartado de la selección. Ocurre, sin embargo, que estos jugadores hábiles y sucios resultan demasiado útiles para su equipo. Poulsen sólo sufrió una reprimenda oficial de la federación.

Nedved pega menos, aunque pega lo suyo. Su máxima especialidad consiste en pegar y caer entre alaridos como si acabaran de amputarle en vivo una pierna. Quizá por su aspecto de niño bueno, quizá por su talento dramático, los árbitros pican siempre: en vez de pitarle la falta en contra, se la pitan a favor. Y, con un poco de suerte, amonestan a la víctima. Nedved consigue así decenas de tiros libres cerca del área que suele ejecutar él mismo. Consigue también exasperar al adversario. Y crear en torno a sí una total ausencia de deportividad. Citaré un ejemplo del 5 de octubre de 2003, durante un Juventus-Bolonia. Zambrotta tropezó y cayó en el área contraria y el árbitro, parcialmente tapado, pitó penalti. Zambrotta se levantó y fue hacia el árbitro para confesarle que no había existido falta. Nedved se lanzó sobre su compañero y, tras frenarle, le convenció de que callara. Puro fair play.

martes, diciembre 16, 2008

LOS CASOS EXTREMOS por Enric González


Hubo en España una editorial que se planteó eliminar a uno de los tres hermanos Karamazov para que la novela de Dostoievski fuera más breve y, por tanto (ése era el razonamiento), más rentable. ¿Parece una burrada? Lo es. Cualquier tesis económica, llevada a su último extremo, degenera en burrada. Y, sin embargo, estas cosas abundan. Basta invocar la economía, es decir, el máximo aprovechamiento de los recursos disponibles, para que las ideas más absurdas tengan éxito. No estamos hablando de la política laboral de las empresas, aunque lo parezca. Hablamos del fútbol y de su envilecimiento. Es decir, sí hablamos, en realidad, de la política laboral de las empresas.

Por razones misteriosas, los jefes de personal adoran a los empleados que ocupan espacio. No mueva el culo de la silla durante 12 horas y sus superiores le considerarán un héroe, un Stajanov redivivo. Da igual que no haga nada. Si ocupa su silla y cultiva sus ojeras, tiene un gran porvenir por delante. Le esperan miles y miles de reuniones, inútiles pero remuneradas.

Esto mismo ocurre en el fútbol. Y ésa es la razón de que se extinga, poco a poco, la especie más hermosa, brillante y rara, el extremo, en vías de extinción desde hace años. Es normal, porque el extremo suele ser un tipo difícil (baje al césped y váyase al córner, le sorprenderá la extrañísima perspectiva), propenso a las lesiones, de escaso valor defensivo y, sobre todo, poco útil para ocupar terreno. Desde un punto de vista contable, el extremo siempre saldrá perdiendo ante el centrocampista trotón, ante el llamado carrilero o ante cualquiera que pueda ser clasificado como polivalente. Y hoy, con alguna excepción, parece que sean los contables y los jefes de personal quienes confeccionan las plantillas.
No hace falta haber visto jugar a casos maravillosamente desesperados como Garrincha o Best. Ni siquiera a Gento. Recuerden al mejor Figo o fíjense en lo que pueden hacer, pegados a la banda, tipos como Cristiano Ronaldo o Robben. Eso, si hablamos de lujo y terrenos amplios. El extremo alcanza el máximo nivel cuando se mueve en una relativa modestia, cuando juega en un campo pequeño y debe bailar sobre una estrecha línea de cal saltando sobre la guadaña del defensa. Recuerdo, por ejemplo, a López Ufarte en Atocha o a Chechu Rojo en San Mamés. O, puestos a forzar, a un galeote flaco llamado García Soriano en La Condomina.
Ciertos entrenadores se excusan alegando que apenas existen extremos en el mercado. Evidentemente, son difíciles de fabricar. Aquello de "se mueve lento, pero piensa rápido", tan manido en el centrocampismo, no vale para un extremo, que tiene que pensar y moverse con igual rapidez. Los extremos son especialmente difíciles de fabricar cuando los equipos infantiles renuncian a ellos en nombre de la productividad: si se puede llevar a la categoría profesional a dos trotones y un central cada año, ¿por qué empeñarse en sacar un extremo decente cada cinco?
Cruyff siempre colocaba a un jugador en cada extremo, aunque no lo fuera. Guardiola también lo hace. Por desgracia, les vale casi cualquiera en esa posición. Y el tal cualquiera, por más genio que sea, por mucho que se llame Messi, Iniesta o Henry, acaba yéndose al centro, incapaz de soportar la dureza y la melancolía del puesto. El medio centro está lejos de todo, pero tiene alrededor a sus compañeros. El extremo está aún más lejos de todo, incluyendo a sus compañeros, y sólo tiene tratos con un defensa empeñado en sacarle del campo a tarascadas.

sábado, diciembre 13, 2008

YESTERDAY por Carlos Boyero


La punzada de la nostalgia no hace daño sino que consuela cuando todo huele a ruina y a mezquindad en el equipo de tu vida, irrenunciable al no poder biológica ni racionalmente transformarte en un converso. Y esa melancolía ante la abrumadora certidumbre de que algún tiempo pasado fue mejor se llamaba la quinta del Buitre, homenajeada durante toda la semana por Canal +. Ir al Bernabéu en aquella época suponía un antidepresivo con efectos luminosos. Intentar adivinar los movimientos del imprevisible mago Butragueño en aquellos tensos segundos en los que paraba el balón y miraba a distancia de aliento a la acojonada defensa poseía el clímax del mejor Hitchcock. Y aquellos jugadores irrepetibles no alcanzaron su sueño, no ganaron la anhelada Copa de Europa, pero su recuerdo despertará emoción y agradecimiento cuando no quede ni rastro en tu memoria de algunos campeones tan pragmáticos como mediocres.

Desde que se retiró Zidane, nadie es capaz en este equipo de levantarte del asiento con gesto de éxtasis. El éxito en la miserable Liga que ganó Capello intentó justificar lo injustificable. Sólo los fanáticos pueden mantener la ilusión de que llegará pronto la hermosura y la alegría. Aunque hayan largado al ulceroso Schuster y el insoportablemente modélico Raúl culmine sus intrigantes y eternas maniobras en la oscuridad, el dialogante y civilizado Calderón utilice en la asamblea a los vociferantes nazis y el atildado y viscoso montenegrino culpe intolerablemente del desastre a los corruptos árbitros, las infinitas y mosqueantes lesiones o a los oscuros designios del Espíritu Santo.

Diógenes y su farol tendrían enormemente complicado encontrar a un hombre honrado entre los jefes de este impresionante negocio al que el eufemismo denomina deporte. Es muy raro encontrarte en ese gremio con alguien que no se dedique al honorable oficio de la construcción. Imagino que aplican idénticos y escrupulosos criterios económicos y morales al fútbol que los que practican en su humanista profesión. Qué envidia ver jugar al admirable Barcelona. Ocurra lo que ocurra esta trascendente y ritual noche.

martes, diciembre 09, 2008

DERROTADOS Y ODIADOS por EnricGonzález

Don Revie

Cuando uno padece múltiples fracasos, suele esperar al menos un poco de simpatía por parte de sus semejantes. Pero no siempre es el caso. Ahí está el Leeds United para demostrarlo: ningún otro equipo inglés se ha quedado tantas veces a las puertas de la gloria y ningún otro equipo inglés es tan odiado. Sondeo tras sondeo, el Leeds aparece en la cúspide de las antipatías.


Si hubiera que buscar culpables, el sospechoso número uno sería Don Revie. En marzo de 1961, con la sociedad casi en quiebra y el equipo al borde del descenso a Tercera, la directiva decidió que el delantero centro, Revie, se ocupara también de entrenar al equipo. La primera decisión del nuevo técnico fue curiosa: cambió la camiseta del Leeds del azul y amarillo tradicionales a un novedoso blanco con el único fin (declarado por el propio Revie) de parecerse en algo al Real Madrid. En el último partido de la temporada 1961-62, el Leeds evitó el descenso. En 1964 logró subir a Primera. Y en 1965 empezaron los éxitos oscuros: esa temporada, como debutante en la élite, el Leeds quedó segundo en la Liga y finalista en la Copa. Ambos títulos se le escaparon por un pelo.


Revie ganó dos campeonatos de Liga, en 1969 y 1974. Perdió, sin embargo, muchos más: su Leeds quedó cinco veces segundo, fue derrotado en tres finales de Copa y dejó escapar una final de la Recopa en 1973. Esa final europea, contra el Milan, fue especialmente dura porque el árbitro, griego, se comportó como un milanista más. No puede decirse, porque no hay pruebas, que fuera sobornado por los italianos. Sí puede decirse que, por razones técnicas, después de ese partido fue inhabilitado a perpetuidad.


Las desgracias del Leeds, como decíamos, no suscitaron ninguna benevolencia en el resto del fútbol inglés. Quizá porque el Leeds había adquirido fama de equipo brutal y barriobajero. Sus tres killers eran los dos centrales, el campeón del mundo (y ex minero) Jackie Charlton y el durísimo Norman Hunter, y el mediocentro, el espléndido y salvaje Billy Bremner. El entrenador Revie les exigía que mordieran: "Revie siempre nos decía que fuéramos durísimos en la primera entrada porque ningún árbitro te amonesta a la primera. Yo pegaba al contrario, le ayudaba a levantarse, pedía perdón al árbitro y muchas veces ya no volvía a ver al jugador en cuestión", explicó Hunter años después de retirarse.


A Bremner, cuya piel es definida como "azul y negra" (por los moratones) en el himno del Leeds, le cayó en 1975 una inhabilitación de por vida por los disturbios ocasionados en un bar de Copenhague durante una borrachera. Murió en 1997, a los 55 años, de un ataque al corazón. En la entrada de Ellan Road, "uno de los estadios más intimidantes de Europa" según Alex Ferguson, una estatua honra para siempre la memoria de Bremner. Los hooligans del Leeds, que la policía británica sigue catalogando entre los más peligrosos, suelen darse cita ante la estatua de Billy Bremner.


Aquel Leeds tremendo lanzó su canto del cisne en 1975 con una final de la Copa de Europa ante el Bayern de Múnich. El Leeds perdió, por supuesto.


Hubo aún otro Leeds que pasó a la historia. Fue el de 1991-92, entrenado por Howard Wilkinson y con jugadores como Gordon Strachan, Tony Dorigo, Lee Chapman y Eric Cantona. Ganaron la última Liga convencional, la última antes de que en el verano de 1992 se creara la lujosa Premier League con el dinero de la televisión de pago y la diferencia entre los clubes ricos y los clubes pobres se hiciera prácticamente insalvable. El Leeds batalla ahora en la League One, el equivalente a la Tercera División española.

jueves, diciembre 04, 2008

AMANCIO, EL DESCUBRIDOR DE 'LA QUINTA DEL BUITRE', ENTRE LA CRISIS DE LOS 30 Y EL ACNÉ JUVENIL por Julio César Iglesias

Parece ser que hoy 'La Quinta' cumple 25 años. Para celebrar la efeméride he buscado denodadamente el texto que "destapó" aquella historia, el famoso artículo de Julio César Iglesias titulado "Amancio y la quinta del Buitre", publicado un 14 de noviembre de 1983 en El País. Al final no lo he conseguido encontrar, pero sí este del 4 de diciembre de 1984, de título similar, curioso por el tiempo que narraba y que contenía aún ese aire profético sobre aquel fantástico grupo de jugadores. Eran tiempos de dudas para el entrenador encargado de "hacer" aquel equipo, la transición justo antes de la eclosión definitiva. Como decía Segurola refiriéndose a aquel artículo original, "(...) Si la profecía de Julio César Iglesias tenía sentido, aquel grupo de jugadores harían historia. La hicieron."





Hace casi seis meses que Amancio llegó del Castilla. Venía como siempre, tentando el suelo con la puntera antes de dar cada paso y bamboleándose un poco, a la usanza de los antiguos interiores izquierdos y de los vaqueros. Había ganado la Liga en Segunda, había descubierto a la Quinta del Buitre y seguía soñando con aquel pistolero llamado Fernández que le metió dos onzas de aluminio en el muslo. A primera vista, llegaba ligero de equipaje. Traía un librito con todas las páginas en blanco, sal vo una, en la que se leía "aquí mando yo". Le acompañaban dos colegas, Ramón Moreno Grosso, un hombre con vocación de acompañante, y Vorgic, el preparador físico, un yugoslavo que lleva en la mano izquierda un cronómetro y en la derecha un despertador.

Grosso seguía tan callado como de costumbre, tan resignado como siempre a gritar "¡viva!" cuando alguien grite "¡vivan lo novios!", tan resignado a resignarse. El yugoslavo tenía un discreto pasado como preparado físico de voleibol, lo que era una garantía de que, bien o mal preparados, los chicos aprenderían a cambiar las lámparas del saló en un solo salto. En principio eran un trío simpático y Amancio fue recibido por la afición como siempre se recibe a la gran esperanza blanca. "A por la séptima, Amaro", decían.

Seis meses después Juanito está amotinado, Lozano tiene morriña de Bruselas, Pineda se ha desvanecido, Ángel sigue ha ciendo Económicas, Stielike se ha hecho fuerte en el bunker, en la última línea defensiva; Butragueño, el Buitre, no juega; Santillana no salta, Salguero hace Derecho, los demás se preguntan "¿qué diablos pasa aquí?" y el Barcelona ha cogido cinco puntos de ventaja. Amancio piensa, Vorgic mira el reloj y marca un número de teléfono y Grosso, simplemente, mira. O alguien ha cometido un error muy grave o uno de los tres es un espía, ésa es la cuestión.

'Viejos' contra 'rockeros'

Veamos. Como todo entrenador del Real Madrid, él, Amancio, estaría sometido a tres vértigos: el de jugar, el de ganar y el de sobrevivir. Dadas las circunstancias, tenía tres fórmulas para armar al equipo: apostar por la vieja guardia, meter a la quinta o hacer un fifty-fifty, un combinado al 50%. Las tres fórmulas eran igualmente buenas. Sólo había una imposición: aplicar las fórmulas pronto.En el empeño de organizar un esquema de juego cabían de nuevo otras dos opciones. Una era mantener en el equipo el estilo de años anteriores y otra imponer el rock duro del Castilla.
El viejo estilo tenía la desventaja de ser aburrido y la ventaja de ser práctico. Curtidos en las duras temporadas anteriores, los veteranos jugaban al pie y solían garantizar 70 minutos de posesión de la pelota, docena y media de centros sobre puerta y un pressing casi continuo que, con alguna excepción, servía para demostrar al equipo contrario que aquí no se mueve nadie.
A este juego cabía ponerle una objeción estética: era monorrítmico, lento y rutinario; y había que reconocerle varios méritos: el balón era del Madrid, los jugadores se desenvolvían con una seriedad muy profesional y el equipo ganaba partidos, aunque los espectadores tuvieran la vaga sensación de que en la casa blanca ponían siempre la misma película.

En el viejo estilo todos los caminos conducían a Santillana. Centraba alguien, los hinchas alzaban los brazos al cielo, Santillana ascendía y uno murmuraba "Charly Santillana / ora pro nobis".
Los rockeros del Castilla tenían la obsesión de la velocidad, una inclinación a la geometría rápida y a los espacios libres. En la música de Martín Vázquez y compañía se valoraban la improvisación y la sorpresa, pero se des preciaba el riesgo.

En un buen día se ganaba por 6-0 y se daba un concierto inolvidable de fútbol. En un mal día la prisa se convertía en precipitación, los balones al espacio libre en pases a los defensas laterales del equipo contrario y los centros, al primer toque fallado, en un lateral que se te mete en la cocina.

En la canción de los niños, en aquella canción, la música era simple o barroca, según la fiebre según la inspiración y según cada cual; el estribillo era "deprisa, deprisa" y el sueño la séptima copa. Qué divertido, pero qué peligroso.

Dos promociones diferentes

Hace seis meses aparecieron, pues, ante los ojos de Amancio, dos promociones muy diferentes de jugadores. Una ya había cumplido los 30 años y otra estaba a punto de cumplir los 20. En el fútbol los 30 son también una edad ambigua en la que se es demasiado joven para presumir de viejo y demasiado viejo para presumir de joven. Una maldita edad fronteriza en la que el club empieza a contarte los garbanzos y a discutirte los contratos temporada por temporada.Frente a este agobio aplazado hasta junio estaban los niños del Castilla. Llegaban silbando, abrían la bolsa, sacaban los perfumes y te discutían el turno para entrar en la ducha. Qué divertido, pero qué peligroso.

Es probable que nunca en los últimos años el Real Madrid haya logrado reunir como entonces tanta calidad y con tanta variedad. Todo se reduciría al problema final de elegir y compaginar y, luego, al triple vértigo de jugar, ganar y sobrevivir. Nada menos.

Amancio comenzó a hacer pruebas en silencio. Se escudó en su hermetismo gallego y en todas las frases tópicas, pero inapelables, que figuran en el manual del entrenador español. Si alguien estaba quejoso o sorprendido por su exclusión del equipo, diría "sólo pueden jugar 11", "elijo a los que creo convenientes", "nadie tira piedras contra su propio tejado" o "la temporada es larga y todos tendrán su oportunidad antes o después".

Todos en el banquillo

Desde entonces casi todos sus jugadores han pasado por el banquillo y la seguridad de que todos pueden jugar es la seguridad de que cualquiera puede ser borrado de la lista. Quizá ahí estuviera el error: la perspectiva de entrar y salir continuamente del equipo no fue para ellos el valor del estímulo, sino el contravalor de la duda.En el fútbol profesional el principio de la igualdad de oportunidades tiene una desigual acogida. Muchos prefieren la injusticia al desorden: aceptan que exista una casta de 11 favoritos a condición de que sea posible, sólo posible, entrar un día en ella. Y, durante varios meses, la inseguridad ha tenido dos consecuencias: algunos se han limitado a desprenderse del balón a toda prisa por temor a perderlo, mientras otros han jugado para sí mismos.

Hace unas pocas semanas, por fin, Amancio pareció haber dado con un apunte de equipo, con un grupo estable de jugadores. En él hay dos tercios de veteranos y un tercio de jóvenes, hombres que están afrontando la crisis de los 30 y chicos que aún están curándose el acné juvenil.
Entre tanto, el Madrid ha perdido un poco su conciencia de campeón, la predisposición a ganar si ceden todos aquéllos que acaban ganando.Pero ese problema sólo puede resolverse con tiempo. Al fin y al cabo, un campeón no gana únicamente por su mayor calidad. Un campeón consigue ganar por la fuerza de la costumbre.

martes, diciembre 02, 2008

DOPAJE, CORRUPCIÓN Y OTRAS HISTORIAS DE PETRINI por Enric González


Todo acaba sabiéndose: esta semana hemos aprendido un poco más sobre el dopaje en el fútbol. El ex futbolista italiano Carlo Petrini apareció en un programa de televisión contando cómo les ponían las inyecciones en el vestuario y la prensa internacional recogió puntualmente sus declaraciones. Petrini, que fue un ariete trotaequipos (Génova, Milan, Roma, Verona, Bolonia y otros), habló del dopaje en su época profesional, los años setenta. Quizá dentro de 30 años, si vive aún, vuelvan a invitarle a una televisión para que comente lo que ocurre ahora mismo. No hay que perder la esperanza.

Carlo Petrini encarna a la perfección la figura del arrepentido. Sabe de qué habla porque lo vivió en primera persona. ¿El escándalo de las quinielas totocalcio? En 1980, Petrini recibió una de las condenas más duras por amañar partidos: tres años y seis meses de descalificación que pusieron fin a su carrera. ¿Las consecuencias del dopaje? Petrini está afiliado desde 2004 a la asociación de futbolistas presuntamente damnificados por los estimulantes y sufre glaucoma en un ojo. Es un hombre triste (la muerte de su hijo por cáncer, a los 19 años, fue un golpe durísimo) y un proscrito del calcio porque desde hace tiempo, además de revelar lo que sabe, se dedica a investigar los asuntos más cenagosos del fútbol italiano.

Su autobiografía En el fango del dios balón (2001) ya dejaba bastante claro ese tema del dopaje que ha repetido esta semana. Cualquiera que lea el libro comprobará además que los arreglos arbitrales y la compraventa de resultados, que estallaron poco tiempo después con el procesamiento de Luciano Moggi y el descenso por sanción del Juventus, se realizaban sin disimulo. En otros libros, como Sin camiseta y sin bandera, Scudetti dopati (de traducción innecesaria), Los cuernos del Diablo y Calcio nei coglioni (literalmente, "patada en los cojones"), Petrini reitera y amplía sus denuncias.

En Los cuernos del Diablo, dedicado al Milan de Berlusconi, aparecen algunas novedades sobre el dopaje contemporáneo en el fútbol. Eso que, como sabemos todos, no existe.

En 2004, la Federación Italiana de Fútbol impuso a los futbolistas los controles cruzados de sangre y orina, lo mismo que se impone a los ciclistas. Cada jornada, por sorteo, unos cuantos jugadores debían someterse al frasquito y al pinchazo. En realidad, no debían, sino que podían: la letra pequeña del nuevo reglamento establecía que los análisis eran "voluntarios". Pronto se comprobó que muy pocos futbolistas aceptaban voluntariamente la prueba y Adriano Galliani, vicepresidente ejecutivo del Milan y presidente de la Liga de Fútbol, se puso entonces duro. "Los análisis se harán obligatorios y quien los rechace será castigado", proclamó.

El 5 de marzo de 2005, el milanista Seedorf salió agraciado en el sorteo de los controles. Y se negó a pasarlos. El 20 de marzo salió en el bombo el nombre de otros dos milanistas, Gattuso y Pancaro, que también se negaron. El asunto saltó a la prensa y el Milan protestó por "la vulneración de la intimidad" de los futbolistas implicados. Poco después, la Fiscalía de Turín descubrió que, de todas formas, los análisis eran poco útiles porque la orina no se refrigeraba. Le tocó al mismísimo Silvio Berlusconi, presidente del Milan y de casi todo lo demás, dar por cerrado el asunto: "El dopaje es un invento de la izquierda". Ahí se acabó el tema.

Esto, por supuesto, ocurre en Italia. Sólo en Italia. Aquí sería imposible porque se realizan análisis cruzados por sorpresa todas las semanas. Supongo.

martes, noviembre 25, 2008

EL JUGUETE RABIOSO: SEMBLANZA DE ARGENTINA DE LA MANO DE DIOS por Pablo Nacach

Mucho tiempo sin hablar de D10S en este blog, tal vez demasiado.




"Algunas veces en la noche yo pensaba en la belleza con que los poetas estremecieron al mundo, y todo el corazón se me anegaba de pena como una boca con un grito".

Roberto Arlt, El juguete rabioso.


Sabemos por experiencia que el fútbol es espectáculo, herramienta social de cisma esquizofrénico donde todo lo vivido se convierte en representación, que diría Guy Debord; que es una industria que mueve millones de dólares, euros, pesos o yenes cuyo objetivo declarado es que tantas personas como monedas observen impávidos desde el sofá, y a ser posible en canal de pago, a veintidós nuevos ricos corriendo en calzoncillos detrás de un balón; que es religión catártica y purgativa menos incómoda que una confesión o una lavativa, dónde va a parar, gracias a la cual solucionamos enconos y violencias de todo tipo, en lugar de sacrificando seres en lo alto de la pirámide insultando detrás de la alambrada o desde el palco de autoridades -todos somos iguales a los ojos del Señor- a Álvarez Izquierdo o al delantero centro que falla un gol cantado... Pero lo que aún desconocíamos era que el fútbol es a su vez un juguete rabioso que por ejemplo a Maradona le ha caído del cielo como el nieto que le traerá la cigüeña de París de la mano de Gianina y el Kun, cuando su deseo de ser seleccionador nacional de Argentina se ha cumplido en forma de regalo bendito, de capricho celestial que se le otorga al niño que más berrinches organiza en el patio del colegio para que deje de llorar.

Y es que la macro operación de mercadotecnia que supone su nombramiento oficial demuestra que el fútbol, más que un juego, es hoy en día un juguete de "tómala vos, dámela a mí", de tira y afloja que, sin ir más lejos, le permite al héroe que el Diego fue reafirmarse en el cénit de su recuperación y dejar atrás definitivamente al mártir que también habita en él. No hay que olvidar, desde luego, que lo contrario del héroe no es el villano al que resulta preciso perdonar sus fechorías conscientes, sino precisamente el mártir que regresa agotado, derrotado, víctima de su propia ingenuidad al regazo amniótico de la madre, después de haberse visto obligado a claudicar en una lucha a muerte contra el padre en la que sólo triunfan los elegidos para vivir (en) la realidad.

Psicoanálisis y fanatismo freudianos aparte, pensemos que como una suerte de Absalón poderoso, terrible, bíblico, Maradona parece haber logrado detener el tiempo o, mejor aún, ha conseguido que el tiempo simule seguir su ruinoso curso circular para presentarnos ante las cámaras su inmensa alegría actual hirviendo de agua inventada, mientras desgarra a puñetazos ansiosos el papel que envuelve el presente añorado. Más juguete que juego, entonces, es la infancia y no el fútbol -aunque sean lo mismo- la que recobra protagonismo, la que palpita nuevamente en Argentina, estadio en el que se encuentra anquilosada una irrealidad inescrutable de la que el Diego formó y, por lo que acontece, sigue formando parte de manera visceral.

Porque seguramente no exista un ejemplo más indicado para explicar la historia argentina reciente -la de hoy, con el mate, los bizcochitos de grasa y casi el 40% de la población por debajo del umbral de la pobreza según, claro, datos poco oficiales; la de ayer, con el facón y la picana ocultos bajo el poncho y pronto el filo para matar salvajes unitarios y mujeres embarazadas; la de mañana, con el Monumental abarrotado venerando al unísono el regreso triunfal del padre pródigo al grito de "Maradooo, Maradooo"- que el soma que todavía encarna en cuerpo y alma el Diego de la gente, personaje teatral esculpido en porcelana y volcán, persona real tallada en madera de héroe y de mártir que en estos días ha cumplido 48 años de edad y más de treinta en el poder.

Huérfanos de Perón, cuando debutó en Primera con esa carita de hermosísimo cronopio que tenía y le tiró el ya famoso caño a Cabrera nada más tocar la pelota, que no se mancha, Maradona llegó para quedarse. Cebado constantemente por los poderes fácticos de turno y por Grondona (que ahí sigue dale que te pego desde la Dictadura), en su genio y figura el Diego consiguió abducir la dualidad extrema de un país que murió durante siglos de las rentas sintácticas y bélicas que le ofrecía el lema "o estás conmigo o contra mí". Así, tendiendo un espeso manto de neblina bajo el que se difuminaron las responsabilidades entre víctimas y verdugos, entre opresores y oprimidos, que diría Marx, la selva argentina se mantuvo satisfecha de impunidad.

¿Sobre cuál de los dos maradonas se habrá montado, pues, esta excepcional operación de mercadotecnia? ¿A hombros del Diego niño, inocente, utilizado por el poder, exprimido como el limón con el que hacía jueguito en los entrenamientos? ¿O a horcajadas del Maradona adulto que necesariamente ya es y que por tanto sabe lo que hace y debe asumir las consecuencias de sus actos?

Si hay suerte, Lio seguirá jugando para el Deportivo Messi y tendrá que ir al banquillo, el Kun estará distraído pensando en qué nombre ponerle a su hijo y no será convocado y el Diego, Dios lo permita, Él lo quiera, no tendrá más remedio que volver a ponerse los cortos para demostrarnos una vez más que, a lo sumo, la muerte es un invento de la prensa.

Pablo Nacach, escritor y sociólogo argentino

lunes, noviembre 17, 2008

VIDAS PARALELAS por Enric González


En el fútbol, cada uno es cada cual. Pero algunas instituciones se parecen bastante entre sí. Real Madrid y River Plate, por ejemplo. Ambos clubes tienen casi la misma edad (un año más viejos los argentinos), el mismo color blanco (con una franja roja los argentinos) y la misma convicción de pertenecer a una cierta aristocracia futbolística. Para entendernos: cuando Real o River pierden de forma miserable, siempre hay alguien que escribe que sus jugadores han deshonrado una camiseta de historial glorioso. Eso, la obsesión hidalga por la honra y la deshonra, lo tienen muy compartido. Ambos se consideran, currículum en mano, las sociedades deportivas más importantes de sus respectivos países.

También les une Alfredo di Stéfano. El héroe supremo del madridismo surgió de la cantera millonaria. A los de River se les llama millonarios por las fortunas que, en los años 50, gastaban en el mercado futbolístico: sus alardes económicos no eran muy distintos de los del Madrid de la época. También se les llama gallinas desde que, en una visita a la cancha de Banfield, alguien arrojó al césped una gallina y Óscar Pinino Mas, estrella de River, le pegó una patada al pobre animal para devolverlo a la grada. ¿Ven? Otra coincidencia: en 1973, cuando la Liga española volvió a abrirse a los jugadores extranjeros, el Madrid fichó precisamente a Pinino Mas. Ahora tiene otros dos productos hechos en El Monumental de River, Saviola e Higuaín.

Resulta curioso que Real y River, vigentes campeones en sus respectivos países, coincidan ahora en la crisis. La de los millonarios es muchísimo más grave: ocupan el último lugar de la tabla, han sido apeados de la competición continental y su entrenador, Simeone, dio el portazo la semana pasada. Ambas crisis, sin embargo, van más allá de los resultados. Tanto River como Real han ido perdiendo desde hace algunos años el sentido del juego y no recurren a otra cosa que a su ADN, en el que manda eso que llaman carácter. El River de Simeone ganó el Torneo Clausura del primer semestre con un fútbol muy ofensivo, pero ha vuelto a las dudas y la rabia anteriores a ese paréntesis. El Real, con Capello y con Schuster, ganó las dos últimas Ligas "apelando a la épica", como dice la prensa castiza. O sea, jugando mal. Y, por lo visto hasta ahora, no se perfila como favorito ni en la Liga ni en Europa.

Hay algo, sin embargo, que distingue a Real y River. La diferencia está en los otros. Hace unos pocos años, la Federación Argentina decidió que no descenderían de categoría los últimos clasificados, sino los que registraran peor promedio en las anteriores tres temporadas. Eso se hizo para salvar a los millonarios, que estaban en el fondo del pozo, pero tal vez algún día sirva también para salvar a Boca Juniors. El caso es que hubo que montar un mecanismo para conseguir que el megaderby argentino, River-Boca, pudiera seguir disputándose en Primera por los siglos de los siglos. En España, eso no hace falta. Real Madrid y Barcelona están siempre arriba y se reparten los títulos: en dos décadas, desde 1988, sólo en cuatro ocasiones han dejado de mojar uno u otro.

Eso, el distinto nivel de la competencia, muy fuerte en Argentina, en España limitada casi exclusivamente al rival de siempre, distingue a River y Real. Yo creo que, en un sentido amplio, es mejor lo de River. Mejor para todos.

lunes, noviembre 10, 2008

LA COSECHA PRODIGIOSA DEL 73 por Enric González

Günter Netzer

El fútbol, como el vino, tiene algunas añadas supremas. Una de ellas fue 1973. Ese año pasó a la historia por el estallido de la primera crisis del petróleo, pero merece ser recordado porque en Europa y en Suramérica surgieron dos equipos fabulosos y curiosamente parecidos. Ambos carecían de anales gloriosos. Ambos irrumpieron por sorpresa. Ambos se volcaban hacia el ataque. Y ambos dependían de la imaginación de un tipo rubio que se escoraba hacia la izquierda.

Quizá nunca se vio en Argentina un fútbol como el que jugaba Huracán en 1973. Huracán, que acaba de cumplir 100 años, es una institución modesta. Tiene un apodo amable, El Globo, porque eligieron un globo como insignia: fue un homenaje a la hazaña del ingeniero Jorge Newbery, que en 1909 voló desde Buenos Aires hasta Bagé, en Brasil, a bordo del globo aeroestático Huracán. También tiene otro apodo menos airoso, dirigido a sus aficionados: Los Quemeros, porque junto a su estadio se incineraba la basura bonaerense.

Huracán no fue gran cosa hasta que reunió a aquel equipazo de 1973, campeón de Argentina. El Globo reunió las tres características del genio: inteligencia, imaginación, locura. La inteligencia la ponía Brindisi, un medio centro sensato y seguro, tan bueno robando balones como repartiéndolos. La imaginación era cosa del rubio Babington, El Inglés, un interior exquisito, uno de esos tipos elegantes incluso al caer de culo. Y la locura era toda de Houseman, un extremo tan chiflado, brillante e imprevisible como Garrincha. Houseman no era cojo como Garrincha, pero bebía bastante más. En el banquillo se sentaba Menotti, El Flaco, que obtuvo gracias al Huracán del 73 un enorme prestigio como técnico. Entrenar a aquella gente no debió de ser demasiado difícil.

Al mismo tiempo, en Alemania, una institución casi desconocida, recién llegada a la Bundesliga (pese a su larga historia, debutó en la máxima categoría en 1965) y afincada en una ciudad de tercer orden, arrollaba a los clubes clásicos. El Borussia Moenchengladbach duró más que Huracán, no fue un equipo de un año sino de casi una década, pero en 1973 alcanzó la excelencia. Tenía a Vogts detrás, a Bonhof y Wimmer en el centro, a un joven Stielike, a Heynckes y Simonsen delante. Y tenía al rubio Netzer, un creador sensacional que ya había deslumbrado en la Eurocopa de 1972. Beckenbauer hizo todo lo posible para que Netzer no siguiera triunfando en la selección alemana. Netzer era lo que habría sido Beckenbauer si no se hubiera escondido en la cueva del líbero; quizá eso incomodaba al Kaiser.

Huracán no volvió a ganar el campeonato argentino. Fue subcampeón en el 75 y en el 76. Luego llegó el declive y el descenso. El Borussia perdió paulatinamente a varias de sus figuras (Netzer, Bonhof, Simonsen), pero mantuvo el tipo hasta bien entrados los 80, cuando ocurrió algo parecido a una quiebra psicológica: su jugador más prometedor, Lothar Matthäus, se pasó al enemigo, el Bayern de Múnich. El Borussia no volvió a levantar cabeza. Y el Bayern comprobó que le bastaba desguazar sistemáticamente a sus rivales para mantener una cómoda hegemonía.

El Bayern nunca jugó como Huracán o Borussia. El buen fútbol puede comprarse con dinero. El fútbol maravilloso, como el que se vio en 1973, no.

lunes, noviembre 03, 2008

EL FERROCARRIL, EL CARNAVAL Y OTROS COLORES por Enric González

Bill Shankly

Ah, los colores. La gente suele tomarse muy en serio los colores. Como si el dios del fútbol hubiera bajado con un montón de camisetas el día de la fundación, para entregarlas solemnemente a los jugadores. En realidad, casi todos los colores del fútbol salen de la necesidad o la casualidad. Muy pocos equipos visten los colores elegidos el primer día.

Consideremos, por ejemplo, el rojo que caracteriza a dos de los clubes más gloriosos de Inglaterra, el Liverpool y el Manchester United. La realidad es que ni unos ni otros querían jugar de rojo. El Liverpool nació en 1892 de azul y blanco, como su rival ciudadano, el Everton. Dos años después, para distinguirse del Everton, cambió a la camiseta roja con pantalón blanco. En 1964, el entrenador Bill Shankly convenció a sus futbolistas de que vistieran completamente de rojo. "Parece que midáis dos metros", les dijo. Y le creyeron.

El Manchester United empezó llamándose Newton Heath Lancashire & Yorkshire Railway, como la empresa ferroviaria para la que trabajaban sus jugadores, y, por lógica, asumió los colores de la compañía, el verde y el amarillo. Luego, durante un par de temporadas, usaron el azul. En 1893, la compañía de ferrocarril puso en venta el campo en el que jugaba el equipo y los futbolistas, cabreados, decidieron romper los vínculos ferroviarios y usar un color que no tuviera nada que ver. El rojo les pareció bonito.

Lo del Juventus fue más pintoresco. En su acto fundacional eligieron vestir camiseta rosa, pajarita y pantalón negro. Como el rosa descoloraba enseguida y quedaba blanquecino, pidieron a un fabricante inglés unas camisetas rojas como las del Nottingham Forest. El fabricante, no se sabe por qué motivo, les envió las camisetas blanquinegras del Notts County. Cuando las recibieron, las aceptaron: como buenos turineses, pensaron que el tejido era bueno y que ya habían gastado bastante.

La mayoría de los equipos empezaron de blanco, porque bastaba la ropa interior. Así empezó el Real Madrid, en calzoncillos. E hizo valer su condición de decano del fútbol madrileño para no tener que añadir colores adicionales al equipamiento. El River Plate no era decano, y, como muchos otros, tenía que fijar con imperdibles una banda de color en diagonal sobre la camiseta blanca. Un año aprovechó la tela roja sobrante de una comparsa de carnaval, llamada Los habitantes del infierno, y ya no cambió.

Boca Juniors tuvo que cambiar a la fuerza: después de probar con los colores blanco, celeste y azul, se quedó con las franjas blanquiazules. Pero los de San Lorenzo vestían casi igual. Se jugaron los colores a un partido, y los de Boca perdieron. ¿Solución? Adoptar los colores de la bandera del barco que entrara en el puerto de Buenos Aires, a una determinada hora. El barco resultó sueco. Y los colores, por tanto, azul y amarillo.
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Nota: A propósito de colores y camisetas, hace algunos años Enric González publicó en El País una de sus fantásticas Historias del Calcio, en la que relata, entre otras cuestiones, el origen blanco y negro de la Vieja Señora del calcio. ‘Sin sonrisas’, nunca está de más revisarla.

lunes, octubre 20, 2008

EL HOMBRE QUE CREÓ UN MONSTRUO por Enric González


Luis 'Doble Ancho' Monti

Quizá hayan oído hablar del italiano Vittorio Pozzo, el único seleccionador con dos copas del mundo (1934 y 1938) y un oro olímpico (1936). Se le recuerda como un fascista "noble y trabajador" (palabras de Giorgio Bocca, cronista oficioso de la Resistencia), como el hombre que asumió la penosa tarea de reconocer los cadáveres de los jugadores del Torino tras el accidente de Superga, como una gloria nacional. Pero cuando la Juve quiso que su nuevo estadio, el actual, fuera llamado Vittorio Pozzo, alguien sensato lo impidió. Pozzo fue trabajador, pero no fue noble. Pozzo convirtió a un futbolista duro y corpulento en un criminal de los estadios. En nombre del régimen fascista, Pozzo creó un monstruo.

Vamos con la historia del monstruo.

Luis Fernando Monti, llamado Luisito Monti y apodado Doble ancho, nació en Buenos Aires el 15 de mayo de 1901. Jugaba en el San Lorenzo cuando acudió al primer Mundial de la historia, el de Uruguay, en el que la selección anfitriona ganó la final contra Argentina. Los argentinos cuentan que ya por entonces lo amenazaron Mussolini y la mafia, con el fin de que se fuera a Italia a jugar como oriundo. El hecho es que en 1931, con 30 años, fondón y casi obeso, emprendió viaje hacia Italia, el país de sus padres. Y cayó en manos de Pozzo, la máxima autoridad del calcio.

Pozzo le hizo adelgazar y le colocó en la Juve. Monti había sido un extraordinario mediocentro en Argentina. En Italia, sin embargo, el mediocentro jugaba incrustado entre los dos defensas, como un central contemporáneo. Monti era muy grande y muy fuerte, pero sabía pasar un balón a 30 metros. Pozzo le enseñó un nuevo tipo de juego, más relacionado con el crimen que con el deporte. Y Monti, disciplinado, aprendió. Su primera víctima fue Schiavio, el mejor delantero italiano en aquellos años. En 1932, Juventus y Bolonia se jugaban el scudetto a un partido. A los pocos minutos de silbarse el inicio, el boloñés Schiavio cayó al suelo. Monti corrió hacia él y saltó sobre su rodilla. El delantero tardó meses en recuperarse.

Los planes de Pozzo para Monti se centraban en el Mundial de 1934, que había de disputarse en la Italia fascista. Mussolini exigía la victoria a cualquier precio, y para pagar ese precio altísimo estaba Monti. Le acompañaban otros dos oriundos argentinos, Orsi y Guaita, pero el trabajo penoso era el de Monti. Alcanzada la semifinal, tras dejar en la cuneta a España con ayuda del árbitro, Italia se enfrentaba a Austria, la mejor selección del momento. Austria tenía a un delantero sensacional, Sindelar, el Mozart del balón. E Italia tenía a Monti, que masacró al pobre Sindelar.

Ese mismo año, Italia, ya campeona del mundo, fue a jugar un amistoso en Inglaterra: lo que hoy se conoce como la batalla de Highbury. Los futbolistas ingleses tenían órdenes de acabar con Monti antes de que Monti acabara con alguno de ellos, y le rompieron un pie a los pocos minutos. Al año siguiente, cuando Italia tuvo que jugar un amistoso en Austria, Pozzo prefirió dejar en casa a Monti para evitar que los austriacos se vengaran.

Monti, ya retirado, trabajó como entrenador en Italia y acabó arruinado. Antes de volverse a Argentina, donde murió en 1983, se confesó con su amigo Antonio Gualco, amigo a su vez del periodista Gianni Brera. Por Brera conocemos la confesión. "Pozzo hizo de mí un verdugo", dijo Monti. Doble ancho aceptó la tarea criminal, la de romper al mejor jugador del equipo contrario, porque creyó que Italia reconocería su sacrificio patriótico. Qué error. Monti no perdonó a Pozzo, ni se perdonó a sí mismo.



lunes, octubre 06, 2008

HISTORIA EJEMPLAR DEL CENTRAL JOSÉ MINGORANCE por Enric González


Tranquilo, Coupet. Le habría ocurrido lo mismo a cualquier otro portero. Estaba usted en el lugar equivocado: la portería del Atleti en una noche negra del Atleti. Y aún le digo más: en circunstancias tan adversas como las suyas, lo mismo a Casillas le metían siete y a Buffon ocho. Aunque ellos no juegan en el Atleti y eso les ayuda seguramente.

Puede que se sienta usted carne de banquillo o carne de traspaso. Para ser sinceros, ahora mismo no pinta muy bien su futuro. Ya sabe que en estos casos suele inmolarse a alguien por aquello del sacrificio y la catarsis. Pues sí, qué voy a decirle.

Quizá le sirva, o quizá no, una historia edificante. No va de un portero, sino de un defensa. Para el caso es lo mismo. Es otra historia de seis goles y de una desgracia.

Ocurrió hace muchos, muchos años. El 13 de junio de 1963, para ser exactos. El escenario, el estadio Santiago Bernabéu. Usted no había nacido y no puede imaginarse lo que era aquello. Para empezar, aún vivía Santiago Bernabéu. Y en el palco presidencial estaba Franco, un general al que Dios había contratado personalmente como dictador de España; no me lo invento, lo ponía en las monedas. Pues bien, dictadores en el palco, gradas abarrotadas y dos selecciones, la de España y la de Escocia, sobre el césped. Era un partido amistoso, pero importantísimo. El general Franco exigía que el equipo español hiciera un buen papel. Escocia tenía un equipazo porque tenía a Dennis Law. Mire, mire en las enciclopedias: el tipo era la bomba. España tenía un equipo apañado, aunque el seleccionador, Villalonga, no había decidido todavía la defensa titular. Esa noche, precisamente, debutaba un central finísimo que destacaba en el Córdoba y parecía destinado a dirigir la zaga española. Se llamaba José Mingorance y tenía 25 años.

No voy a aburrirle con la crónica del partido. Lo único importante es que Escocia pasó por encima de España y ganó por 2-6 delante de las narices de Franco y de Bernabéu. Alguien tenía que pagar y pagó Mingorance. Nunca volvió a la selección, el pobre Mingorance.

Al año siguiente, España ganó la Eurocopa. Fue un éxito, pero, para mí, tuvo más mérito lo que hizo ese mismo año el Córdoba con su central Mingorance. El Córdoba consiguió algo que nunca más conseguirá un equipo profesional español: sólo recibió dos goles en casa. Piense en eso: sólo dos goles. Uno fue en propia puerta y el otro lo marcó Di Stéfano. Para que se haga una idea del nivel de Mingorance.

Al año siguiente, Mingorance se fue al Espanyol. El Espanyol tenía entonces un gran equipo con aquella delantera a la que llamaban los delfines. Mingorance siguió jugando, se retiró y con el tiempo fue olvidándose de aquella noche negra de 1963 y de la condena que le cayó al central debutante.

Mingorance no se olvidó. ¿Sabe usted lo que hacía cuando le hablaban de esa noche? Se reía.

lunes, septiembre 29, 2008

UNA DIVERGENCIA FILOSÓFICA por Enric González


Aristóteles no se dedicó, por fortuna, a la crónica futbolística: habría fracasado miserablemente. Aristóteles pensaba que la realidad es obvia, porque la tenemos ante nuestros ojos y podemos verificarla de forma empírica. Según Platón, por el contrario, lo que vemos es sólo apariencia, una deformación de las ideas abstractas que constituyen la auténtica realidad.
No hay mucho que discutir: Platón tenía razón. Pongan frente a frente a un culé y un periquito y háganles hablar del partido del sábado. ¿Realidad? ¿Qué realidad?

La continua colisión de pseudorealidades ha generado, desde siempre, interesantísimos debates intelectuales. En la ingente producción metafísica del fútbol español existe un episodio clásico, aunque poco conocido, que vale la pena rescatar.

El 19 de enero de 1964, CE Tortosa y CE Sabadell, líder de la categoría, disputan un partido de la Tercera División. Ganan los tortosinos, locales, por 3-1.

El 21 de enero, en el periódico Sabadell, el periodista José Cabeza ofrece su visión de los hechos. Tras referirse al público de Tortosa, "que conserva el criterio del aficionado del Paleolítico", califica al "colegiado de turno" de "gran vencedor", por su "impecable manera de darle la vuelta al marcador mediante el sencillo expediente de señalar dos absurdos penaltis contra el equipo arlequinado", después de que éste se adelantara en el marcador. Un nuevo repaso por la vía shakespeariana a "los públicos de la ribera del Ebro, un asunto que, como diría el príncipe de Dinamarca, huele a podrido", una nueva referencia al "fanatismo troglodita" en las gradas y al "coaccionado colegiado", y un suspiro: "Al menos esta temporada no hay que volver".

El mismo 21 de enero, en La Voz del Bajo Ebro, una crónica firmada por Arxhivero habla del mismo partido, pero desde otra galaxia mental, próxima al mecanicismo y por tanto antiplatónica: "El triunfo del Tortosa sobre el líder se basó en un concepto exacto, fue un triunfo forjado en la técnica y la concepción estratégica". El Tortosa "acabó por arrollar al líder" y fue "el indiscutible merecedor de la victoria con dos penaltis claros a su favor". El árbitro, correcto, salvo por un lunar: el gol del Sabadell fue ilegal, por "haber levantado el linier la bandera, señalando fuera de juego del arlequinado".

Las autoridades franquistas consideraron potencialmente peligrosas las divergencias filosóficas entre Cabeza y Arxhivero. El 24 de enero, el Ayuntamiento de Tortosa encarga a sus servicios jurídicos que estudien si el platonismo sabadellense constituye "materia delictiva". El director de Sabadell, José Palau, que no desea judicializar una simple polémica intelectual, intenta conciliar posiciones ante el Ministerio de Información y Turismo, pero aprovecha para resaltar ciertas hipótesis adicionales sobre el público tortosino, "el cual, no contento con agredir incluso a las señoras, se ensañaron [audaz desdoblamiento sintáctico] reventando neumáticos de los coches de los visitantes".
El 28 de enero, La Voz del Bajo Ebro critica las tesis "confusionistas" de la escuela platónica sabadellense y, como cierre del debate, formula una interesante apelación al relativismo, que trasciende a Platón y nos lleva al menos hasta Spengler, si no al mismísimo Wittgenstein: "¿Que hubo pasión en el ambiente? De acuerdo. ¿Acaso no es ello natural?".
Nota del autor: Este artículo se ha confeccionado con los materiales de la época, recopilados por el periodista Pere Font

lunes, septiembre 22, 2008

EL HOMBRE QUE PREFERÍA LA LLUVÍA por Enric González

Yo sólo conocía su nombre por el estadio del Kaiserslautern, donde una vez me hizo feliz mi equipo, allá por el año 1995. Es lo que tenemos los modestos, que somos felices con muy poco.




Franz Beckenbauer sólo aparca su arrogancia cuando menciona a Fritz Walter. Esas son palabras mayores: Fritz Walter.

Beckenbauer, por entonces capitán de la selección alemana, invocó al mito el 3 de julio de 1974, minutos antes de que comenzara la semifinal contra Polonia. Puede parecer curioso, pero los alemanes temían más a los rapidísimos polacos que a los holandeses de Cruyff. Diluviaba sobre Frankfurt y parecía obvio hablar de Walter: decir “hace tiempo de Fritz Walter”, en alemán, significa que llueve. Pero había mucho más. Se cumplían casi exactamente 20 años de la final de Berna, y Fritz Walter, el campeón más grande, iba a ver el partido. Beckenbauer reunió a sus compañeros y les habló de Fritz Walter.

Fue un futbolista excepcional, una fiera en cualquier zona del campo. Un Di Stefano, según quienes le vieron. Fue el hombre que dio a Alemania la Copa del Mundo de 1954, con aquella increíble final de Berna contra la gran Hungría. Llovía en Berna, y eso, evidentemente, ayudó.
Pero la grandeza de Fritz Walter superó una simple final, o una simple carrera deportiva. Fue la grandeza de una vida extraordinaria.

Debutó con el Kaiserslautern, el equipo de su ciudad, a los 17 años. A los 19, en 1940, vistió la camiseta internacional en un encuentro amistoso contra Rumanía. Ya había estallado la guerra y la Alemania nazi organizaba partidos con sus aliados. Luego se acabó el fútbol. Fritz Walter fue reclutado, asignado a las fuerzas paracaidistas y lanzado sobre la frontera entre Hungría y Eslovaquia. Le hicieron prisionero y le internaron en un campo de concentración, donde contrajo la malaria. Esa es la razón, bien conocida, de que no pudiera soportar el calor del sol (le subía la fiebre) y prefiriera la lluvia.

Durante el cautiverio, jugó algún partidillo de fútbol con los guardianes húngaros. Cuando llegaron los rusos, para llevarse a los alemanes a un gulag soviético, los guardianes afirmaron que Walter era austríaco. Y le salvaron la vida. Volvió a su país, volvió al fútbol, dio dos ligas (1951 y 1953) al Kaiserslautern y capitaneó la selección de 1954. Venció a los húngaros, pero no les olvidó.

Dos años después, en 1956, los tanques soviéticos tomaron Hungría mientras la selección andaba de gira. Los jugadores se negaron a volver, e iniciaron un triste peregrinaje por Europa occidental: Puskas, Czibor, Kocsis, Hidegkuti y compañía se convirtieron en los Globetrotters del fútbol de posguerra. ¿Saben quién les organizaba amistosos y les prestaba dinero? Fritz Walter, que con casi 40 años seguía siendo el capitán del Kaiserslautern y de Alemania.

Después de la retirada, sin apenas ahorros, declinó las ofertas para convertirse en técnico o directivo. Eligió trabajar en la rehabilitación de presos. Poco antes de morir, en 2002, afirmó que su vida había sido “absolutamente feliz”.


Piensen, por favor, en Fritz Walter cuando llueva sobre el césped. O cuando un futbolista multimillonario se queje por cualquier cosa.

lunes, septiembre 15, 2008

EL MITO DEL CAMPESINO CANIJO por Enric González

Parece que se confirma una buena noticia, Enric González tendrá todos los lunes en la sección de Deportes de El País una columna llamada 'Cenizas de fútbol'. Hoy la segunda.



¿Quieren saber la verdad? Muy pocos equipos italianos han practicado el catenaccio: Milan e Inter, a finales de los cincuenta y principios de los sesenta. El carácter defensivo y oportunista que solemos atribuir al calcio es sólo un mito. El problema de los mitos (nacionales, deportivos, o de cualquier fenómeno social que requiera un sentimiento de eternidad) es que cuesta mucho cambiarlos.

El catenaccio mítico fue inventado por una sola persona. Se llamaba Gianni Brera, vivió entre 1919 y 1992 y fue el mejor periodista deportivo italiano del siglo XX. Era un tipo brillante, atrabiliario, amante de la polémica y decidido a hacerse escuchar. Examinemos ahora las circunstancias en que Brera inventó (alguien tenía que hacerlo) las leyendas fundacionales del calcio.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, Italia se había convertido en una potencia futbolística, tras vencer en los años treinta (con alguna ayudita de Mussolini) dos Mundiales consecutivos. Poquísimas personas vieron jugar a aquella selección encabezada por Meazza, porque no existía la televisión, así que cada uno se hizo su propia idea.

Terminada la contienda, Italia se había hundido en la miseria. El país, vencedor y vencido a la vez (comenzó en un bando y acabó en el otro), estaba físicamente destruido. Pero quedaba el calcio, e Italia tenía todavía el mejor equipo de Europa, el Gran Torino. Entonces, en 1949, ocurrió la tragedia de Superga: el avión que transportaba al Torino se estrelló contra una montaña cercana a Turín. Nadie ni nada sobrevivió. Tocaba comenzar desde cero.

¿Qué hizo Brera? Desarrollar en sus crónicas la teoría de que el calcio debía adaptarse, como antes de la guerra, a las características nacionales. Tales características no existían, pero Brera echó mano de sus prejuicios de campesino lombardo: los italianos eran, proclamó, un pueblo de canijos mal alimentados, incapaces de competir de igual a igual con los chicarrones del norte. Era necesario, por tanto, aprovechar sus virtudes (astucia, realismo, capacidad de adaptación) y crear un sistema de juego más o menos parecido al yudo: que ataquen ellos, y nosotros encontraremos su punto débil. La aparición del catenaccio, inventado en Suiza por un austríaco, coincidió con la campaña de Brera. La teoría racial del campesino canijo y astuto se ensambló enseguida con el sistema del cerrojo.

Las tesis de Brera permitieron que Italia fuera tirando durante largos años de sequía. El periodista se convirtió en la referencia imprescindible del público, adquirió un prestigio descomunal y se dedicó a sentar cátedra desde sus crónicas en La Gazzetta dello Sport. La inmensa mayoría de los italianos se convencieron de que, en efecto, había que apostar por el posibilismo y el oportunismo, y acabaron convenciéndose de que los éxitos internacionales de antes de la guerra habían llegado por esas vías.

Los mitos, sin embargo, son voraces. Y el mismo Brera acabó reducido a la condición de rehén de su peculiar corpus teórico. Cada semana tenía la obligación de ensañarse con los técnicos audaces y con los jugadores creativos. Su víctima preferida era Gianni Rivera, el futbolista más exquisito de los sesenta. Brera le llamaba de todo, porque no se ajustaba al arquetipo del campesino canijo, astuto y propenso a las mezquindades. Para redondear su propio personaje, Brera sólo se trataba con defensas y con técnicos cerrojistas.

Tras la muerte de Brera, ocurrida en un accidente automovilístico, algunos de sus amigos decidieron revelar ciertos hechos ocultos. Y se supo que Brera admiraba profundamente a Gianni Rivera, y que no se perdía ninguno de sus partidos con el Milan. No había podido admitirlo en vida sin abdicar de toda su obra.

Pep Guardiola nació en 1971. Era un bebé cuando Manuel Vázquez Montalbán, en el vacío teórico de la pretransición política, utilizó su inmenso talento para establecer los dos mitos fundacionales de la Cataluña contemporánea: que la izquierda era compatible con el nacionalismo, y que el FC Barcelona representaba, por razones éticas y estéticas, un atributo esencial para una nación sin Estado. Era la época de Cruyff, y Vázquez Montalbán idealizó las características del holandés eximio para reciclarlas como "tradición estética" barcelonista.

Los mitos se interiorizan y se deforman. Hoy, hasta Eto'o parece convencido de que el Barça encarna un tipo inigualable de elegancia, y que los goles en el Camp Nou valen doble si se marcan de tacón y mirando al tendido. Guardiola, un hombre leído, es sin duda consciente de lo mucho que pesan los mitos.

domingo, septiembre 07, 2008

FUTBOLISTA por Manuel Vicent


La imagen del futbolista, que antes sólo aparecía en los cromos y que ahora se ve todos los días en la televisión, queda grabada en la memoria del niño durante muchos años. Para un niño de siete años el futbolista es un hombre muy mayor. En los cromos antiguos, envuelto en un olor a linotipia, el futbolista aparecía con botas muy rudas, los calzones toscos, las rodillas gordas, la camiseta apretada, el cuello con cordoncillos, el escudo del equipo sobre la tetilla izquierda, el rostro muy grave y los brazos cruzados. Alguno llevaba un pañuelo atado en la cabeza. Ninguno sonreía. El niño se hacía adolescente y aquella imagen del futbolista permanecía inmutable. El adolescente se convertía en adulto y en su cerebro llevaba todavía el cromo que había contemplado cuando tenía siete años. El futbolista le seguía pareciendo un hombre muy mayor, aunque él ya era un señor casado y fumaba puros. Cuando la televisión comenzó a retransmitir los partidos, la imagen del futbolista pasó de los cromos a la pantalla. Por primera vez se veía a los jugadores correr detrás del balón, saltar, rematar y abrazarse después del gol. Al espectador, que un día fue niño, aún le parecía que eran unos hombres muy adustos en pantalón corto y el rostro sudado, hasta que un día tuvo una extraña visión que lo dejó perplejo. La revelación se produjo cuando vio a los jugadores vestidos de calle, fuera del cromo, fuera de la pantalla, fuera del campo. De pronto se dio cuenta de que eran realmente unos críos y él tenía ya 40 años. Esa percepción es la primera señal de que la juventud ha terminado, que la madurez ya es inapelable y que uno se está haciendo viejo. Ahora mismo unos niños verán a Casillas o a Torres tan mayores como los de mi generación veíamos a Zarra o a Puchades, como los niños de los años cincuenta del siglo pasado veían a Kubala, a Di Stéfano y luego otros a Pirri, Kempes, Cruyff, Maradona, Zidane y ahora a Cristiano Ronaldo. La imagen de los jugadores de su equipo será un paradigma del tiempo detenido y los niños de hoy crecerán sobre los rostros de esos héroes hasta que descubran que en el césped de los estadios el esplendor de la juventud permanece siempre renovado mientras ellos han envejecido en las gradas.

jueves, agosto 28, 2008

EL SENTIDO TRÁGICO DEL FÚTBOL por Enric González

Debilidad por el mediocentro, ya lo dije alguna vez. Este artículo viene a poner muchas palabras a esa admiración. ¡Qué grande Enric! (gracias a rober por el aviso)

¿Quieren pruebas? Ahí tienen al Indio Abdón Porte con su fecha, el 5 de marzo de 1918. Se acuerdan del Indio Abdón, ¿no? Claro, todo el mundo se acuerda del Indio. Acabó el partido y el Indio, mediocentro de Nacional, gloria del fútbol uruguayo, festejó con los compañeros. Bebió y rió con ellos, y debió darles buenos consejos, porque el partido, para un buen mediocentro, no termina nunca. Luego, pasada la medianoche, se volvió al estadio del Parque Central. El club pensaba traspasarle por viejo: tenía ya 27 años, 27 años de los de 1918, y no le veían tan fuerte como antes. Pero el Indio iba a quedarse. Esa noche, la noche del 4 al 5 (los números del mediocentro), caminó hasta el centro exacto del campo (el territorio del mediocentro), sacó un papelito con el último poema (“Nacional, aunque en polvo convertido y en polvo siempre amante…”), empuñó un revólver y se reventó el corazón.

Nada, una casualidad, un mediocentro depresivo, dirán algunos. ¿Casualidad? Pues hablemos de Ago. ¿Lo recuerdan, al pobre Ago? Espigado, elegante, nunca un paso en falso: el mejor mediocentro que tuvo la Roma. Y en esa Roma estaba Falcao, cuidado. Agostino di Bartolomei, Ago, fue el capitán de la Roma en la temporada 82-83, la temporada del scudetto glorioso, el primero en más de 40 años y el segundo en la historia romanista. La temporada siguiente, la Roma irrumpió en la Copa de Europa con un fútbol espléndido. Y con malas artes, para qué negarlo: el árbitro de la semifinal fue sobornado, pero eso no fue culpa de Ago. El caso es que la final se jugaba en Roma, en casa, contra el Liverpool. Era el 30 de mayo de 1984. “El partido de mi vida”, anunció Ago. Empate en los 90, empate en la prórroga y, en los penaltis, victoria inglesa. Fue la noche más negra de la Roma.


La temporada siguiente llegó Eriksson al banquillo, y Ago fue traspasado al Milan. Riñó con sus antiguos compañeros y su juego se hizo más y más melancólico hasta que, en 1990, colgó las botas. Ago se lo tomó con más calma que el Indio y esperó 10 años. Exactamente 10. El 30 de mayo de 1994, décimo aniversario del desastre, Agostino di Bartolomei dejó un papel sobre el escritorio (“Me siento encerrado en un hoyo”), salió al balcón de su casa, empuñó un revólver y se reventó el corazón.


¿Les basta? Ni el portero, ni el ariete, ni el extremo: esos son neuróticos, maniáticos de lo suyo. Quien sufre de verdad, quien conoce el sentido trágico del fútbol, es el mediocentro. Y no hablo del que juega de mediocentro. Gente como Capello o Rijkaard, o tantos otros, sólo jugaban de eso. Estaban ahí, para entendernos. No, no, me refiero al que es mediocentro y no sirve para nada más, porque tiene un partido en la cabeza y necesita que encaje con la realidad; me refiero al que sufre el ansia del gran partido perfecto.



Ese inventor de partidos, ya lo han visto, es muy especial, raro y delicado. Como Guardiola y Schuster, sin ir más lejos: en los dos banquillos augustos se sientan dos de la estirpe. Por supuesto, no esperen que asome un revólver. Esperen ansiedad, eso sí. Será una temporada agónica, bajo el signo del mediocentro. Confío en haberles convencido.

domingo, agosto 17, 2008

ESPLENDOR DE LUIS por Santiago Segurola

Un tanto a destiempo, pero siempre es buen momento recuperar artículos tan acertados como los que suele proporcionar Segurola.



Tras vivir tiempos difíciles en los últimos cuatro años, Aragonés reservó sus cualidades más distinguidas para la Eurocopa. A su preciso, sereno y eficaz trabajo se debe en gran parte el éxito de la selección.

Es difícil completar un gran campeonato sin una acertada conducción. Luis Aragonés, que ha atravesado tiempos difíciles durante los últimos cuatro años, ha reservado sus mejores cualidades para el último mes de su trayecto como seleccionador. Como casi todo lo que importa en este país, su figura ha sido objeto de un debate intenso, con un considerable desgaste para el técnico. A su preciso, sereno y eficaz trabajo se debe gran parte del éxito de la selección.

No sólo por la conquista del título, sino por el legado que dejará este maravilloso equipo. Hay victorias que no dejan nada para el futuro, equipos ganadores de los que apenas se acuerda nadie. Éste no es el caso. La selección española ha alcanzado la clase de cota que la sitúa a la altura de los equipos más atractivos de los últimos 40 años. En gran medida se debe a Luis Aragonés.

Se debe, y así hay que reconocerlo, porque el entrenador eligió aquella parte del fútbol español que le hace diferente a los demás. No era una elección sencilla. Estos jugadores han sido cuestionados en los últimos años por una presunta debilidad física y competitiva, por un estilo que muchos sectores consideraban banal y por unos resultados que no les ayudaban, tanto en la selección como en sus clubes.

La temporada ha resultado particularmente difícil para los jugadores del Barça y del Valencia, a los que Luis no les perdió la fe. Todo esto en un escenario de presunto desprestigio de la Liga española. No parecía el momento más adecuado para confiar el destino de la selección a unos futbolistas que venían de una Liga desastrosa. Sin embargo, Luis se inclinó definitivamente por una generación, por un tipo de jugador y por una identidad.

Luis tuvo convicción y personalidad en su elección. Resulta fácil decirlo ahora, pero no lo era en las duras semanas de invierno y primavera. Había que creer mucho en futbolistas sometidos a todo tipo de críticas en sus equipos. Fueron días difíciles también para el seleccionador. España venía de dos difíciles clasificaciones para el Mundial 2006 y para la Eurocopa. Entre los aficionados prevalecía una sensación de hastío y alejamiento.

Luis no ayudó mucho con algunos comportamientos extemporáneos. Su espantada tras el partido frente a Letonia generó perplejidad. Parecía un hombre dominado por la tensión. Tampoco fue feliz su reacción en el partido amistoso con Francia, en Málaga. Se alteró tanto por la adhesión de los aficionados con Raúl que dedicó la víspera del encuentro, y las horas posteriores, a agitar el fantasma de la dimisión. Al fondo, se apreciaba una parte que Luis no siempre ha logrado controlar: su propio personaje. En ese periodo Luis decidió estar a la altura de su guiñol.

No es algo novedoso. Es un mal que se extiende entre políticos, artistas, deportistas y famosos en general. En el caso de Luis le alejaba del centro de gravedad de su trabajo. Le alejaba de la realidad. Equivocaba el tiro.

Aquel partido con Francia, convertido en un inexplicable homenaje a Albelda, marcó el punto crítico de la trayectoria del seleccionador. Pudo ser el punto sin retorno de Luis Aragonés. Sin embargo, significó todo lo contrario.

Desde febrero, a Luis le salió el entrenador que lleva dentro y se alejó de cualquier tentación tremendista. Nunca en estos cuatro años ha parecido más atento, discreto, intuitivo y preciso en sus decisiones. Nunca ha dado una imagen tan moderada de sí mismo. Nunca ha dado tanta impresión real de autoridad. Se distanció de su personaje, eligió con convicción a unos jugadores cuestionados por gran parte de la Prensa y de los aficionados y se lanzó a la aventura de la Eurocopa en medio del escepticismo general. La historia no estaba de parte de España.

La conducción de Luis ha sido irreprochable durante el torneo. No se ha visto ninguna lacra en el equipo y sus alrededores. Cohesión en el grupo, jugadores que han aparcado las vanidades a favor de una idea colectiva, orden y madurez en el campo, máxima convicción en el peculiar modelo de fútbol, decisiones correctas del técnico antes, durante y después de los partidos.

El resultado fue un mes mágico de fútbol y sensatez. Todos los temores se derrumbaron ante la evidencia de la extraordinaria calidad del equipo, una de las selecciones más brillantes que ha visto el fútbol europeo en las últimas cuatro décadas, y ante delicado trabajo del seleccionador, trabajo de altísima precisión por la magnitud del desafío.

No hubiera sido posible un éxito de este calibre sin una conducción perfecta, en este caso la de un entrenador que sufrió el momento más desagradable de su carrera como futbolista frente a un equipo alemán, el Bayern de Múnich.

Han pasado 34 años de aquello y Luis ha tenido la oportunidad de cerrar aquella herida personal. Frente a Alemania, en la final de la Eurocopa, dirigiendo a un exquisito equipo, Luis alcanzó la cima como entrenador. Un éxito que nadie jamás podrá discutirle.

lunes, agosto 04, 2008

EL CULTO AL FÚTBOL por Vicente Verdú


Durante la larga época en que el libro imperó como supremo patrón de la cultura, el fútbol fue absolutamente inculto. Ni siquiera las contadas aportaciones que novelistas o ensayistas hicimos para incorporarlo al acervo cultural sirvieron para gran cosa. Igual que con el fútbol, con el diseño gráfico, con la moda o con los automóviles, vino a ocurrir tres cuartos de lo mismo: en tanto sus asuntos no se registraban como tratados nutriendo las venerables bibliotecas era inconcebible que aspiraran a considerarse cultos.

Todo ello se ha venido abajo cuando el libro ha entrado en decadencia. Frente a la indiscutida supremacía de la cultura escrita ha emergido la poderosa cultura audiovisual y el actual patrón de valor lo constituye el espectáculo. No en exclusiva, necesariamente, pero de manera importante, creciente y sobresaliente. De ese modo, incluso el teatro de toda la vida ha pasado de promover el texto a la performance, de la escritura al movimiento y de la meditación al impacto.

En contraste con la cultura propia del libro, que requería aplicación e intensidad en la atención, la cultura audiovisual reclama extroversión y extensividad sensorial ante el panorama. Leer evoca una acción con profundidad para descodificar apropiadamente los garabatos, pero las pantallas o los panoramas se corresponden con una recepción en superficie. La cultura del libro es del orden del silencio mientras que la audiovisual pertenece a la naturaleza del estruendo. O bien, el clamor de la muchedumbre en la grada constituye el revés de la callada lectura en el gabinete solitario.

La cultura del libro, en fin, es de máxima concentración y la audiovisual de expansión máxima. Igualmente, el escenario amplio abierto sustituye a la encuadernación estricta y la intemperie del campo al confinamiento. De este modo diverso, a una cultura suave sucede otra agitada. A una insignia del saber culto, expresado por antonomasia durante siglos en el sigilo del libro, se superpone el ruidoso saber de la cultura pop democratizada y extendida en la sociedad del espectáculo.

Para casi todo aquel sujeto conspicuamente adiestrado en la etapa precedente el fútbol significa, a menudo, lo inculto. Pero el fútbol será, en este sentido, inculto sólo en la medida en que no se parezca en nada a la significación del saber libresco ni se avenga con sus santuarios. Será inculto -y anticultural- para aquellos feligreses del reino cultural anterior pero para la nueva época, saturada de saber audiovisual y ejercitada en la cultura de superficies, el fútbol representará no sólo un fenómeno propio de la cultura imperante sino, como hacen saber los millones de aficionados en todo el mundo, una muestra suprema de la nueva experiencia culturizada. El culto al fútbol.

miércoles, julio 16, 2008

CORAZÓN TAN TRICOLOR por Enrique Vila-Matas

Sobre el medio centro, mi posición favorita. Grande Vila-Matas




Fue un momento /
un momento /
en el centro del mundo


Idea Vilariño


En la década de los noventa entablé cierta amistad con futbolistas que leían. Con Pardeza y Pep Guardiola, muy especialmente. Ellos querían que les hablara de literatura, y yo en cambio que me contaran secretos del fútbol. A los dos les martiricé en diferentes noches preguntándoles si existían futbolistas de éxito que en el mismo terreno de juego hubieran sido conscientes, un día, de que acababan de hacer la mejor y última gran jugada de su vida. Se trataba obviamente de una pregunta que, en términos literarios, pocos escritores aceptarían responder. Yo, al menos, no he conocido a nadie que esté dispuesto a reconocer que su mejor libro ya lo ha escrito. Pardeza y Guardiola capearon el temporal con tacto y terminaron siempre eludiendo la respuesta a mi pregunta nocturna y obsesiva.

La respuesta la hallé casualmente, años después, en la historia trágica de Abdón Porte, medio centro del Nacional de Montevideo. Rostro afilado, cabellera lacia, muy alto, tenacidad combativa. Corría el mes de marzo del año de 1918 y en Uruguay se jugaba en aquellos momentos el mejor fútbol del mundo. Abdón Porte tenía 27 años y era el ídolo de los hinchas del Nacional, aunque éstos no sabían que Abdón sabía perfectamente que había hecho ya la última gran jugada de su vida. Había entrado en un ligero declive del que era consciente, y se veía suplente de otro medio centro en la siguiente temporada. Toda la hinchada tricolor (blanco, azul y rojo son los colores del Nacional) amaba a Abdón Porte, y aquel día de marzo el equipo derrotó por 3 a 1 en su estadio del Parque Central al Charley. Tras el partido, Abdón fue a festejar la victoria con sus compañeros. A la una de la madrugada se despidió de todos y dijo que tomaría el tren en la Estación Central. Pero algo sucedió cuando se quedó solo y cambió de idea, regresó al estadio. En medio de la noche, fue hasta el círculo central del campo, donde tenía la costumbre de reinar. Ya no le sustituiría nadie. Allí, en el centro mismo del estadio, se mató de un disparo en el corazón.

A la mañana siguiente, el cancerbero del equipo, que fue el primero en entrar en el estadio, encontró el cuerpo del medio centro. Junto al revólver, un sombrero de paja, con dos cartas. En una se despedía de los seres amados. Y en la otra -para que luego digan que literatura y fútbol están reñidos- unos versos copiados a mano: "Nacional aunque en polvo convertido / y en polvo siempre amante / no olvidaré un instante / lo mucho que he querido / Adiós para siempre".

Corazón tan tricolor. Todavía hoy, en todos los partidos jugados en el Parque Central, se puede ver en la tribuna una bandera con la leyenda Por la sangre de Abdón. "Pavada de alegoría -escribió alguien-. Allí donde estaba, siendo patrón del medio, quería que el tiempo se hiciera eterno". Pavada o no, dos semanas después de aquel suicidio, Horacio Quiroga, cuentista magistral y una de las vidas más trágicas de la literatura, se basó en la historia de Abdón para escribir Juan Polti, half-back, un relato que publicó en la revista Atlántida en mayo de 1918. "Cuando un muchacho llega, por A o B, y sin previo entrenamiento, a gustar de ese fuerte alcohol de varones que es la gloria, pierde la cabeza irremediablemente". De ese alcohol de varones y del mítico suicidio hablaría también, años más tarde, el relato Muerte en la cancha, de Eduardo Galeano.

El 13 de julio de 1930, sin relación alguna entre el suicidio del medio centro y la competición universal que se inauguraba, se jugó en el estadio del Parque Central el primer partido de toda la historia de los mundiales de fútbol. Se enfrentaron Estados Unidos y Bélgica. Así que puede decirse que el primer balón del primer mundial comenzó a rodar desde el lugar exacto donde Abdón cayera muerto, desde aquel círculo central en el que el medio centro decidió jugar su último partido, eternizarse en el centro del mundo, de su mundo.
Enrique Vila-Matas es escritor

jueves, julio 10, 2008

¡HONRA A LOS LEONES DE MESOPOTAMIA! por Luis Prados


Con dos piedras se hace una portería y cualquier cosa que ruede sirve de balón. Pero jugar al fútbol en un descampado donde puede haber minas, estallar coches bomba y cruzarse las balas perdidas no es tan fácil. Sin embargo, los chavales iraquíes, los niños perdidos de Bagdad, siguen yendo al descampado y jugando a la pelota porque a veces el fútbol puede ser tan vital como el oxígeno.

El mes que viene se cumplirá un año de uno de los partidos de fútbol más memorables de lo que va de siglo. La selección nacional de Irak, los 11 héroes bautizados para la leyenda como los Leones de Mesopotamia, derrotaban en la final de Yakarta a Arabia Saudí 1-0 y conquistaban por primera vez la Copa de Asia. Suníes, chiíes, turcomanos y kurdos se echaron a las calles de Erbil, Mosul, Bagdad y Basora desafiando las balas, granadas y obuses para celebrar unidos la victoria, la primera y única alegría común en varios de años de guerra.

En tan sólo 90 minutos los jugadores iraquíes, que llevaban brazaletes negros en recuerdo de las decenas de víctimas causadas por dos coches bomba en la capital un par de días antes, habían vuelto a poner de pie a una nación que se siente humillada desde que aplaudió la entrada en el país del Ejército de ocupación de Estados Unidos hace cinco años. Once futbolistas habían logrado más en esa hora y media que los imanes, los mulás, los señores de la guerra y el mismo Gobierno en mucho tiempo. Además, habían derrotado a los favoritos y eternos rivales, los saudíes, a los que muchos iraquíes acusan de exportar fanáticos wahabíes y terroristas suicidas.

El éxito venía madurando desde hacía meses. La FIFA contrató para entrenar al Irak en guerra a un trotamundos del fútbol, el brasileño convertido al Islam Jorvan Vieira, que seleccionó a un grupo de jugadores repartidos por varios equipos de Arabia y el Golfo Pérsico y se los llevó a entrenar a Jordania. La tarea no fue nada fácil. El titular de una entrevista publicada por el Marca lo dejaba claro. “Firmé y mataron a mi fisioterapeuta”. Vieira contaba que al principio “los jugadores no se dirigían la palabra por la división sectaria que arrastraban” y que “en los entrenamientos se pegaban entre ellos”. Pero una vez más el balón hizo el milagro.

En ese periodo que algunos iraquíes llaman ahora “la siesta”, a comienzos de verano de 2003, antes de que la insurgencia tomase la iniciativa con sus atentados suicidas y cuando los americanos aún cantaban victoria, el Ejército de Estados Unidos organizó un partido de fútbol en Bagdad entre un equipo iraquí y otro de los militares con ánimo de confraternización. Como dijo el oficial al mando en un estadio sin público y ante unos centenares de soldados norteamericanos y un puñado de jeques de estómago agradecido: “Vuelve el fútbol, vuelve la normalidad”. Los jugadores iraquíes aplastaron al grupo de hispanos que había reunido el Ejército americano con un 11-0. Fue la primera victoria en una guerra que aún espera el pitido final.

lunes, junio 30, 2008

EL VIEJO por Enric González

Yo, como aficionado, formé parte del pelotón de fusilamiento. Me como mis palabras, una por una, y me quito el sombrero. Ahora es leyenda.




Y yo, señor juez, ¿qué culpa tengo? El viejo era la víctima perfecta. No había más que verle deambulando por ahí con el chándal chillón, mal afeitado, con la piñata bailándole y esas gafas antiguas, que ni veía de lejos ni veía de cerca. Era la víctima perfecta. Si es que parecía pedirlo, señor juez, parecía pedir que le llovieran palos. Y no me negará usted que el tipo caía mal. Eso no lo digo yo, se acordará usted mismo: todo el mundo, o casi todo el mundo, se la tenía jurada.

Se hablaba mal del viejo, es verdad, y se echaba mano de cualquier excusa. Como lo del racismo. Decían que el viejo insultaba a los negros, y hasta le pusieron una multa. Qué le voy a contar: el caso era liarla, y complicarle la vida. No, claro, el viejo no era racista. Tampoco era ludópata, aunque en una época se dejara sus perrillas en el juego. Depresivo quizá sí, quién sabe. Qué más da.

A lo que íbamos: la víctima perfecta. Cada uno vive de lo que puede. Él vivía de llevarse palos, y yo, nosotros, de pegárselos. Y la gente encantada. Porque el viejo, encima, se defendía, se encaraba, intentaba explicarse, se negaba a irse. En este negocio nada funciona mejor que una víctima que se resiste. A la gente le encanta. La gente, señor juez, tiene muy mala leche. Y no lo digo para justificarme, que también: es que es la pura verdad.

Honestamente, yo no esperaba que las cosas fueran a acabar así. Cuanto más lo pienso, más extraño me parece. El asunto pintaba clarísimo: sólo era cuestión de darle palos hasta que se cansara y se largara sin conseguir nada. Mírelo fríamente, señor juez: ¿quién podía prever que el viejo consiguiera algo? Estaba condenado de antemano, lo que se dice un pringao. Así han sido siempre las cosas, ¿no?

Cómo nos equivocamos. Fue sólo eso, una equivocación sin maldad. Le pegábamos sin ensañamiento. Casi en defensa propia, mire lo que le digo. Porque alguien tenía que defender los intereses de todos, y el viejo parecía un peligro público. Que si Raúl, que si los bajitos, que si otra vez la maldición de cuartos, que si el espíritu perdedor, que si ya tiene sustituto, que si a ver cuándo se va... A ver, sea sincero: ¿pensaba usted que el viejo iba a resultar, a su edad y con su historial, la admiración de toda Europa?

Y, sin embargo, aquí estamos. En la final, con un equipo de lujo y con el viejo hecho un sabio. Porque ha resultado que sí, que él era un sabio y nosotros, los periodistas, unos capullos. Yo, al menos, estoy confesando, señor juez, a ver si me vale como atenuante. Otros que le ponían a parir parece que hayan estado siempre con el viejo, apoyándole a muerte. ¿Sabe usted? Me alegro de todo esto. Tiene como una justicia poética. Me alegro sobre todo por el viejo, que ha aguantado lo que ha aguantado. Si pudiera, se lo diría a la cara: señor Luis Aragonés, se ha portado usted como un hombre.

domingo, junio 22, 2008

22 DE JUNIO DE 2008 por Enric González


Yo estaba en Viena ese día. Miles de tifosi, la tricolor por todas partes, un ambientazo. No se me olvida la fecha: 22 de junio de 2008. Un gran partido. Un Italia-España era como un pequeño derbi, una rivalidad entre vecinos. Usted no se acordará, porque es muy joven, pero en aquella época les teníamos la moral comida. Los españoles nos ganaban los amistosos, pero nosotros siempre los machacábamos cuando contaba, en los partidos de verdad. Unos años antes Tassotti, que fue un gran terzino del Milan, había pegado un codazo a uno de los suyos en una eliminatoria decisiva, y, como perdieron también esa vez, nos la guardaban. Siempre les eliminaban en cuartos, ¿sabe? Estaban obsesionados.

Ocurrió lo de siempre: que ellos llegaron muy bien al partido, y nosotros muy mal. España había pasado tranquilamente la primera fase, tenía a un tipo, un tal Villa, que marcaba goles a mansalva, y no le faltaban titulares. En España decían lo de siempre: esta vez es la buena, esta vez ganamos. Nosotros, pobrecitos azzurri, hicimos una primera fase penosa, para variar. Sólo marcamos tres goles, uno de penalti, los otros dos a balón parado y con rebote. Se lesionó Cannavaro, Materazzi estaba mal, perdimos a Pirlo y Gattuso por sanción... Le sonarán, ¿no? Da igual.

Estuve diciéndolo todo el día: a los españoles no podía ya irles mejor. Parecían en estado de gracia. Sobre todo el tal Villa. Y en esos casos no sólo quieres vencer, quieres también convencer. Te recreas en los remates, la tocas de tacón, te sientes elegante. A nosotros, en cambio, no podía irnos peor. Toni, un tío tan bueno, no daba una. Fallaba lo difícil, lo regular y lo fácil. Me entiende, ¿no? Quiero decir que, por puro cálculo de probabilidades, Villa no podía seguir metiendo goles en cada partido. Y Toni, por esa misma razón, tenía que acabar marcando alguna vez.

Luego estaba lo del chaval, De Rossi. No se imagina lo que debió ser para él, un tío nacido para mandar, crecer en la Roma de Totti. Porque Totti era Dios para los romanos. Pobrecito De Rossi, qué juventud. Vivir a la sombra de Totti era crudo, pero en la selección lo tuvo aún peor. En la nazionale tenía que soportar la autoridad de los mandones del norte, como Buffon. Y como Pirlo. No sabe lo que era Pirlo, el jefe del mediocampo: había que hacerlo todo como él quería, y había que adivinar cómo lo quería, porque no decía una palabra. Flaco, seco y mudo: un carácter.

Pues bien, resultó que ese día, 22 de junio de 2008, Totti ya no vestía de azul. Y Pirlo estaba sancionado. De Rossi se encontró de repente con toda la responsabilidad, y con dos de los suyos, dos chavales romanistas, como lugartenientes: Aquilani y Perrotta, se llamaban. Qué momento. Qué partidazo. Oiga, joven, ¿de verdad no sabe qué pasó?