viernes, abril 27, 2007

Historias del Calcio. FIN DE SIGLO


Hay quien dice que, en términos históricos, el siglo XX concluyó el 9 de noviembre de 1989 con la caída del muro de Berlín y el fin de la utopía comunista. También se puede pensar que el siglo XXI comenzó el 11 de septiembre de 2001 con el primer ataque terrorista a gran escala. En esos mismos términos, quizá el siglo XX del calcio concluyó ayer, 22 de abril de 2007, con el 15º scudetto del Inter.

La historia contemporánea tenía una deuda pendiente con La Bienamada, la segunda institución futbolística más popular de Italia, por detrás del Juventus y por delante del Milan. No se podía cerrar el siglo de los horrores sin asistir a un irrepetible doble portento: el Inter campeón y la Juve, su gran rival, en Segunda. Nunca más veremos algo así. Es de suponer que el Inter se coserá, algún día, un nuevo scudetto sobre la camiseta. Pero (salvo nueva contratación de Luciano Moggi como director general) el Juventus no volverá a caer en el pozo.
Ha sido una temporada redentora. Hacía falta que la sociedad turinesa pagara por años de abusos. El descubrimiento de los amaños de Moggi fue casual (el teléfono interceptado de un mafioso) y podría no haber ocurrido, lo que subraya su calidad casi milagrosa. La afición juventina ha soportado un castigo severo; a cambio, no tendrá que soportar reproches la temporada próxima. El Juventus ha pagado y está limpio. La Vieja Señora podrá retomar con tranquilidad su vocación victoriosa. También se ha redimido el Inter: hacía falta que ganara de una vez para terminar con cientos de chistes viejos sobre su impotencia.
Dado que la vida nunca es perfecta, el Inter ha obtenido el scudetto igual que la última vez. Como en 1989, La Bienamada se ha salido de la tabla. Todo estaba ya cantado en febrero. El Inter no sabe dar drama a sus victorias.
Esto último es una reflexión típicamente interista. El aficionado negriazul siempre encuentra objeciones. Esta vez hay muchas: faltaba el Juventus en el campeonato, pasó lo que pasó en Valencia, se perdió el partido con el Roma, el título llegó en campo ajeno... Se trata, tal vez, de falta de costumbre. A ganar se aprende ganando. Y a perder, perdiendo.
En materia de derrotas, como se sabe, el interista es experto. En el pasado reciente cuenta con dos obras maestras del género. La del 26 de abril de 1998 se distingue por una crudeza estilizada: en el encuentro decisivo para el título, a falta de tres jornadas, se enfrentan el Juventus y el Inter, separados por un punto. En el momento decisivo, el defensa Iuliano derriba a Ronaldo dentro del área con una fogosidad casi sexual. El árbitro, Ceccarini, deja seguir el juego y en la misma jugada, segundos después, pita un penalti a favor del Juventus. Inolvidable.
Desde el punto de vista del desarrollo argumental, lo del 5 de mayo de 2002 fue todavía mejor. Jornada final del campeonato. Inter, 69 puntos; Juventus, 68; Roma, 67. El Inter debe ganar al Lazio en el Olímpico para asegurarse el scudetto y la afición laziale desea con todas sus fuerzas la victoria del adversario: no quiere que una carambola de último minuto favorezca al Roma. El Olímpico se entrega al Inter desde el primer momento y los jugadores del Lazio cooperan. Marcan Vieri y Di Biagio para el Inter, pero Poborsky, que no entiende de las cosas romanas, marca dos goles para el Lazio. El Inter percibe la inminencia de la tragedia y, siguiendo su instinto, se arroja de cabeza hacia ella. Simeone, ex interista, casi sin querer y sin celebrarlo, firma el 3-2. La cosa acaba en 4-2 con las dos aficiones amargadas. La del Inter, más, evidentemente. El scudetto de 2002 fue para el Juventus. El Roma quedó segundo.
El mal sabor de boca duró hasta ayer mismo.


Enric González es autor de Historias del Calcio

domingo, abril 22, 2007

¡AL SUELO, QUE VIENE MOURINHO! por Julio César Iglesias


Desde los mentideros del Bernabéu llega un rumor que huele a gomina: el Madrid quiere cambiar a Capello por Mourinho. Quizá se trate del clásico infundio primaveral, o más exactamente de un soplo para mover el banquillo, pero algunos de los mayores disparates que recordamos comenzaron así: un bulo para tantear a la afición, una cita en la ruta del bacalao, un par de comisiones bajo mano y ahí llega el tipo que se tragó la estaca.

Por si el supuesto se confirma, es oportuno decir que esta criatura tan enfadada representa un caso de transformismo sin precedentes. Durante su etapa como traductor de Bobby Robson en Barcelona fue un chico encantador: sonreía por precaución, llevaba de la mano a los niños que buscaban un lugar en la foto y tonteaba con los periodistas como un novio; era el perfecto candidato a un puesto de venta de limonada. Luego volvió a su país, hizo campeón al Oporto, declaró que en tres años había conseguido tanto como el Barça en un siglo, se caló la gorra de plato, se bordó unos galones en la bocamanga y dos días después se había convertido en el chusquero más zafio del cuartel. ¿Sufrió un empacho de celebridad o llevaba dentro el personaje desde la infancia?

Estaba cantado que alguien como él sólo podría ser el paladín de algún nuevo rico. De pronto apareció Roman Arkadievich Abramovich, uno de esos rusos sin pasado que empiezan vendiendo petróleo y terminan comprando un equipo inglés, y le hizo una oferta que no pudo rechazar.

Ya en Londres tardó poco en orientarse: descubrió rápidamente el bolsillo en que guardaba la chequera su patrón, empezó a pedirle futbolistas de carga y montó un equipo italiano en mitad de la Premier League. Ahora dicen que el hombre del mazo ha echado cuentas y está mordiéndose la lengua: es cierto que el Chelsea ha ganado algún título, pero, a despecho de una inversión descomunal y de su estricto cumplimiento de las peticiones del entrenador, no consigue superar el juego del Liverpool y se bate en retirada ante el Manchester United. Desde el fondo de su conciencia, es decir, desde su cuenta corriente, este mecenas con aire de bibliotecario ha decidido que José Mourinho no ha sido una buena operación: entre periodistas y acreedores le ha valido dos docenas de enemigos y le ha salido tan caro como el divorcio. Por eso ha dicho que la caja fuerte queda precintada; que no piensa gastar ni un penique más en corredores de maratón.

Si Mourinho viene, lo probable es que el Bernabéu siga siendo el teatro más aburrido de la capital y que el espectáculo siga estando en la sala de prensa. Salvo que cambie mucho, este hombre con piel de almendruco ofrece una dudosa garantía: dará portadas, pero dará sueño.

Conclusión: fichar a Mourinho es comprar a Capello por segunda vez. En resumen, una capellada.


Nota: Con respecto al artículo, y sin quitarle un ápice al personaje que él mismo se ha creado, creo que es de recibo reconocer todo lo conseguido por Mourinho con el Oporto, donde lo ganó absolutamente todo, como con el Chelsea, porque no sólo un inmenso talonario da los títulos deseados como insinua el autor.

martes, abril 17, 2007

Historias del Calcio. GRUÑIDO



Había que ver las caras al día siguiente, cuando el estupor empezaba a disiparse y la magnitud del desastre se perfilaba con claridad. La avalancha de chistes (el patrocinio de Seven Up...) y el sarcasmo de los rivales dolían, pero lo que más oprimía el pecho era la conciencia del pecado indeleble. Pasarán los años y el 7-1 seguirá ahí, una mancha eterna en los anales. Luciano Spalletti quiso que la plantilla al completo diera la cara y cada uno farfulló el mantra que le correspondía: "Hay que preservar la unidad" (Totti), "Todo nos salió mal y a ellos todo bien" (Panucci), "con el 2-0 tuvimos demasiada prisa por marcar" (De Rossi), "nos faltan suplentes" (Spalletti). Qué se le va a hacer. La mecánica más fina del calcio reventó en Old Trafford: un muelle por aquí, una tuerca por allá. Un reloj destripado. Una lástima.

Gattuso convive con Maldini, Pirlo, Seedorf, Kaká y Ronaldo. Cuando habla, todos escuchan
Por alguna razón, el desastre del Roma en Manchester y el éxito del Milan en Múnich generaron una misma reflexión, quizá deprimente, en numerosos comentarios: el hombre que marca la diferencia, el futbolista italiano más relevante en el calcio de hoy, es uno de esos tipos tan listos que prefieren pasar por tontos, torpes y obcecados. Se trata, como es obvio, de Gennaro Gattuso.


Él sigue empeñado en preservar su mala fama. Tras un partido de Italia en el pasado Mundial, un periodista le comentó que había sido el jugador más destacado de la selección. Cualquier otro habría respuesto con una ñoñez de manual. Gattuso, no. "No empecemos insultando al fútbol", masculló. Pero la evidencia empieza a ser demasiado meridiana como para ocultarla tras un par de gruñidos. El mismo Carlo Ancelotti lo reconoce: "En una escala del 1 al 10, la importancia de Gattuso en el Milan es de 10. Gattuso es el alma del equipo".


Los amigos le llaman Rino. Los tifosi, Ringhio (gruñido). Los puristas del fútbol le retirarían, si pudieran, la licencia federativa. Muchos le consideran un descendiente no evolucionado de los Stiles, los Vogts, los Stielike: perros de presa, sicarios al servicio del técnico. El respeto que se le depara en el vestuario de Milanello indica, sin embargo, que Ringhio es algo más que eso. Gattuso convive con un tótem viviente como Maldini, un delineante mudo como Pirlo, un ególatra hiperactivo como Seedorf y un par de talentos como Kaká y Ronaldo y, cuando él habla, los demás escuchan. Cuando grita, los demás reaccionan. Cuando bromea, los demás ríen.


Su presencia basta para relajar tensiones. Como Goliath para el Capitán Trueno, Biscúter para Carvalho, Sancho Panza para el Quijote o Haddock para Tintín, representa la comedia, la humanidad, el alma. Nació en Marina de Schiavonea, Calabria profunda, y cuando le fichó el Glasgow Rangers cenaba cada noche en un restaurante italiano; se casó, como corresponde, con la hija del dueño y, a su regreso a Italia, se construyó una mansión de indiano en Marina de Schiavonea.


Un futbolista con barba es ridículo o especial. Sólo se recuerdan los especiales: el último Best, el gran Hulshoff del Ajax, el belga Gerets, el doctor Sócrates. Con su barba, su autoironía, sus pies cuadrados y sus ojos de Martínez Soria, Ringhio parecía condenado al chiste. Se ha convertido, en cambio, en una prueba viviente de que en el fútbol, como en cualquier otro oficio, es posible aprender y mejorar, incluso cuando el talento natural es limitado. Gennaro Gattuso, campeón del mundo, de Europa y de Italia, se retirará algún día con un palmarés asombroso.


Un secreto: no tiene los pies cuadrados. Un dato estadístico: no es un jugador violento. Una evidencia: a él nunca le meterán siete.


Enric González es autor de Historias del Calcio

miércoles, abril 11, 2007

Historias del Calcio. EL CÓDIGO DEL PRESTIDIGITADOR


El fútbol es un lenguaje. Y en el calcio nadie domina ese lenguaje mejor que el Roma. Es una cuestión de estilo: la precisión con que la nube de centrocampistas desarrolla el diálogo; la riqueza del monólogo interior que se lee en Totti, participe o no en el juego; la fluidez sintáctica en situaciones espesas. También es cuestión de inventiva: un equipo sin ariete es un equipo sin desarrollo lineal, obligado a renunciar a la sencillez argumental y a moverse en espirales. El técnico, Luciano Spalletti, no se asemeja en nada a Julio Cortázar. Su fútbol, sin embargo, luce las hechuras de Rayuela.

Para Spalletti, el balón es como La Maga de Rayuela: un elemento imprescindible, porque lo inspira todo, pero no siempre visible. El movimiento de la nube de centrocampistas (Pizarro, De Rossi, Perrotta, Totti) se basa en el código del prestidigitador. Los dedos nunca son más rápidos que la vista, y los futbolistas no son más rápidos que el balón. Pero es hermoso creerlo. El truco consiste en desviar la atención: cuando la pelota está aún atrás, entre los pies de Pizarro, el espectador ya mira hacia delante, hacia esos tipos que se cruzan en diagonal, tratando de adivinar la carambola. La defensa rival, como el espectador, se distrae por un segundo. Por eso el balón parece llegar de ninguna parte al lugar menos previsto. A veces no pasa nada. Pero todo pasa muy rápido. Eso es el Roma.

El Inter es una conciencia atormentada, una redención imposible. Tiene de su parte la razón y actúa con la mejor voluntad. Desarrolla un juego de factura clásica, amplio, de gran respiración. No pierde nunca. El scudetto ya es suyo. Como en Crimen y castigo, sin embargo, el principal protagonista del calcio es perseguido por una sombra. Como Raskolnikov, el Inter creyó hacer justicia acabando con un personaje mezquino y corruptor (la vieja usurera sería en este caso el Juventus de Luciano Moggi). Ahora se descubre obsesionado por la Juve, a la que en cierta forma ha suplantado. Aún no sabemos cómo, pero sabemos que la novela interista desemboca en un purgatorio siberiano.

El Milan es un texto larguísimo, inacabado, crepuscular, en el que los vestigios de un pasado glorioso conviven con un proyecto indefinido. En su novela se desconoce el argumento, se reflexiona sobre la modernidad y se añora un tiempo mejor mientras se busca el futuro. Hasta los héroes jóvenes, como Kaká, padecen la erosión de la nostalgia. Las joyas de Milanello relucen con la tristeza dorada de un baile austrohúngaro. El técnico Carlo Ancelotti posee algo similar al mejor novelón infumable de todos los tiempos: El hombre sin atributos, de Robert Musil.

El Lazio ya es tercero. Nadie se explica el portento de una narración espléndida trenzada con mimbres toscos. Comenzó con puntos de penalización, es un club técnicamente en la ruina, la grada pita al presidente y no hay forma de disipar la imagen de institución filofascista. A falta de otra explicación convincente, debe ser cosa de talento. Como Las hijas de Rebeca: Dylan Thomas, un genio borracho, escribió para el cine la historia de unos rebeldes galeses disfrazados de mujer; la historia no se filmó (hasta mucho más tarde, y mal) y el artefacto quedó en el aire, colgado de su propia magia. El Lazio y sus bucaneros son Las hijas de Rebeca: una extraña delicia.

Enric González es autor de Historias del Calcio

lunes, abril 02, 2007

Historias del Calcio. UN ASUNTO DE FAMILIA


Los países de tradición católica no suelen ser puritanos. El mecanismo de la confesión y la penitencia genera conciencias elásticas. Por eso el Vaticano vive pendiente de España e Italia: teme que el escepticismo religioso nos lleve a la amoralidad y la indecencia, sin estaciones intermedias. Y hace algo parecido a una oferta. Vale con que no vayan a misa, viene a decir, pero protejan la familia tradicional. En esta defensa, la Iglesia católica utiliza argumentos relacionados con la moral, la historia, la pedagogía, la psicología, la sociología y el derecho. Quizá resulten convincentes en el caso español. En Italia, sin embargo, podrían bastar tres palabras: economía, Agnelli, Juventus.

En Italia, el país más mediterráneo del Mediterráneo, el Estado no inspira devoción. Ni siquiera temor. Viene a ser una cosa útil para colocarse o colocar a los parientes. La justicia es lenta y errática, la política es indescriptible, el pueblo de al lado cae muy lejos y cae antipático, los ideales sólo son buenos mientras duran y todo es negociable. La auténtica fe se deposita en la familia, la nuclear y la clánica. Italia es un país de empresas familiares y de asuntos familiares. La cosa, a su modo, funciona. Y emana una extraña naturalidad. ¿Por qué la gente simpatiza con los Corleone de El padrino? No por los crímenes, ni por su código de honor, sino porque son una familia de aroma italiano.

¿Qué habría sido de Italia si el primer Agnelli o el primer Barilla no se hubieran casado? Muchas dinastías industriales fracasan, pero las que sobreviven se hacen casi indestructibles gracias a la fuerza de la sangre y a los lazos del clan. Esto de la sangre suena a burrada, pero es la única explicación posible ante ciertos fenómenos. Ahí está el caso de John y Lapo Elkann, dos muchachos neoyorquinos, crecidos en Brasil y educados entre Francia e Inglaterra. Su madre es una Agnelli y su abuelo fue Gianni Agnelli, el imponente Avvocato; ellos sufren aún cierta dificultad para expresarse en italiano.

John tenía 22 años cuando ingresó en el consejo de Fiat. Tenía 28 en 2004, cuando, a la muerte del tío-abuelo Umberto, fue nombrado vicepresidente y cabeza de familia. Apoyado en Luca Cordero di Montezemolo, el fiel consigliere que asumió temporalmente la presidencia para dar un poco de aire al muchacho, John se concentró en las empresas familiares. Fiat, que todos daban por muerta, resucitó. El diario La Stampa se renovó con éxito. Ferrari siguió siendo Ferrari.

Quedaba la Juve, un asunto de familia desde que Edoardo Agnelli asumió, en 1923, su presidencia. Era un asunto sentimental de los viejos Agnelli, no daba dinero y causaba muchas preocupaciones. El año pasado dio el disgusto definitivo con la corrupción y el descenso de categoría. John y Lapo no simpatizaban con el régimen de Antonio Giraudo, consejero delegado, y Luciano Moggi, director general. Lapo, por dislexia, lapsus freudiano o simple mala leche, les llamaba Caín y Babel. Tras el escándalo, lo normal habría sido mantener el Juventus hasta su vuelta a la Serie A y venderlo a buen precio para reforzar otras actividades. Al fin y al cabo, John y Lapo, a diferencia de su abuelo o de Berlusconi, no son muy futboleros.

Esta semana, con la Vieja Señora en camino del ascenso, los Elkann-Agnelli han efectuado una fortísima ampliación de capital en el Juventus: 105 millones de euros, 70 de los cuales son de la familia, que pondrá también una de sus marcas, New Holland, en las camisetas, lo que les costará otros 33 millones. Y se declaran dispuestos a seguir pagando hasta que el club vuelva a la élite mundial.

¿Por qué? Porque el Juventus es un asunto de familia. Y con la familia no se juega. No hay otra explicación plausible.

Enric González es autor de Historias del Calcio