miércoles, marzo 29, 2006

CORTE DE MANGAS A LA ITALIANA por Raul Fain Binda


Los clubes, por tolerar a los violentos, dicen unos. La policía, que ampara a los ultras, creen otros. Las autoridades del fútbol italiano, que se lavan las manos, dicen por allá. Las del fútbol europeo, cuyas sanciones son patéticas, acotan por acá. En realidad, todos tienen razón. Y también se quedan cortos, porque todo el sistema hace agua.

En Italia piden a gritos la introducción del "sistema inglés", o una variente más estricta, como la holandesa.Este sistema requiere que la policía o los clubes, o ambos, conozcan a todos los espectadores, sepan donde están ubicados y tengan atribuciones para impedir su ingreso a los estadios, en caso de mala conducta.

Esto es imposible en Italia sin una profunda reforma de todo el sistema.

Estadios municipales
Ocurre que en Italia los clubes no son dueños de los estadios. Todos los clubes de Serie A y Serie B juegan en estadios municipales. El Inter y el Milan comparten el San Siro, pero no pueden mover un dedo para mejorar sus instalaciones y el campo de juego, cuyo mal estado crónico es una vergüenza.

Tampoco pueden responsabilizarse de la seguridad, ya que para eso necesitarían guardias profesionales, como en Inglaterra y Holanda, pero la policía no tolera esta competencia.
¿Instalar cámaras para individualizar y vigilar a los exaltados? Sí, es una buena idea, pero las leyes que protegen la privacidad de las personas impiden o por lo menos dificultan la presentación de las imágenes como evidencia en los tribunales.

Los clubes tienen las manos atadas aunque conozcan las malas intenciones de determinados individuos antes de ingresar al estadio. Si esas personas quieren comprar entradas, pueden hacerlo (en Inglaterra y Holanda se las negarían) y con ellas en su poder, ¿quién puede negarles el ingreso?

Impunidad en la tribuna
Ni la prevención ni la represión son eficaces en el marco del fútbol italiano. Cuando el inadaptado ha comprado la entrada a la que tiene "derecho", se incrusta con sus semejantes en las famosas "curvas" y allí es amo y señor. Puede arrojar lo que se le antoje (en una ocasión célebre hasta arrojó una motocicleta), sabiendo que la policía sólo intervendrá cuando la situación ya es incontenible.

Así, los municipios, los clubes y el gobierno se lavan las manos y dejan la responsabilidad a la policía, que por supuesto toma la línea del menor esfuerzo.

Blindaje político
Los grupos ultras son, en realidad, bandas de choque político, fascistas en algunos clubes, comunistas en otros, con todos los contactos y protectores que cabe imaginar.

De los policías italianos se puede decir muchas cosas, pero nunca que sean estúpidos.Lo primero que hacen los policías es negociar con los ultras los términos de la convivencia. En la práctica, la policía muchas veces termina protegiendo a los ultras, al mantener separados a los grupos rivales. Sus intervenciones, siempre brutales, sólo ocurren cuando la tribuna está en llamas.

Los perros de la violencia
Estos arrebatos de celo policial provocan a los ultras a nuevas reafirmaciones de su poder, como cuando cuatro jefes de la hinchada del Roma ingresaron a la cancha, en el derby ante el Lazio, y presentaron un ultimátum a Francesco Totti para que retirara al equipo. Si no lo haces largamos a los perros, le dijeron. Totti accedió, por supuesto. ¿Qué otra cosa podía hacer?

La identificación de los grupos ultras con ideologías políticas tiene en Italia una importancia más decisiva que en otros países con identidades similares. En las tribunas bravas del estadio Olímpico de Roma, o en el San Siro de Milán, el primer objetivo es político. Los colores del club vienen después.

Otro lavado
El primer ministro Silvio Berlusconi, también propietario del club AS Milan (y jefe de Adriano Galliani, número 2 del Milan y presidente de la Lega Calcio) ha prometido legislación para corregir todas estas deficiencias.

Excelente, aunque conviene tener en cuenta que los italianos todavía están esperando otras importantes reformas prometidas hace tiempo por Berlusconi. Lo único concreto, hasta ahora, ha sido la orden a los árbitros de todas las divisiones del fútbol italiano, de suspender de inmediato los partidos cuando los proyectiles comiencen a caer al campo.

Los gobernantes italianos deben tener las manos más limpias del mundo, después de tantos lavados.

martes, marzo 28, 2006

EL FANTASMA DE ADRIANO

Un espectro recorre los estadios italianos. Se llama Adriano Leite Ribeiro y no mete un gol ni a tiros. Convertido en el fantasma de sí mismo, acosado por una jauría rival, Adriano resopla, empuja, cae, se levanta, vuelve a intentarlo, y así pasa un partido, y luego otro, y otro. Lleva tres goles este año, tres goles facilones contra dos adversarios facilones, Cagliari y Sampdoria. El gol se le ha olvidado.

Adriano no es un bluff. Quien le vió jugar cuando era Adriano, no su fantasma, sabe lo que vale. Sufre, sin embargo, de dos males graves: uno, la ansiedad por jugar; dos, la ciclotimia. Un delantero no tiene por qué entender el juego. Es probable que la mayoría de los medios aficionados sepan más que Hugo Sánchez, Muller o Romario. A un ariete le basta el instinto porque en su oficio no se piensa, se actúa: hay que adivinar por dónde llegará el balón y soltar el cuerpo e ir en busca del gol. Hacen falta un pie exquisito, una coordinación sobrehumana, una cabeza a prueba de porrazos y un punto de maldad; para pelotear están los otros.

Cuando Adriano no encuentra la portería, se empeña en ir para atrás. Eso dice mucho de su pundonor, pero no sirve de nada. Dar un pase en corto en el círculo central sin tener un plan en la cabeza es como pintar un palote sin saber que es una i. Y mientras está detrás no está delante, vagueando a la espera de un rebote, como hacen los arietes en sus días tontos. Tampoco le salen ya aquellas cabalgadas de 40 metros, porque cuando llega al área dispara contra el línier. Cuanto más falla, más se desespera y más penoso resulta verle bufar, como una ballena que gime y busca una vía de fuga mientras la despedazan los cachalotes.

Cuando le salen las cosas parece el jugador total, el concepto platónico del futbolista. Cuando le salen mal, hace lo necesario para que le salgan peor. Su ciclotimia no es nueva. El Inter lo compró al Flamengo en 2000, con 18 años, y se lo llevó a un Trofeo Bernabéu para exhibirle. Dado que hablamos del Inter, fue cedido al Fiorentina. Al año siguiente se interesó por él el Parma, que gastó en el sueldo de Adriano sus ahorros. Fue Sacchi, por entonces director deportivo del Parma, quien se empeñó. "Espero no equivocarme", dijo Sacchi, "porque es un fenómeno, pero hace cuatro meses que le sigo y hace cuatro meses que juega asquerosamente mal".

Adriano se recuperó, salvó al Parma y volvió al Inter. Con algún pequeño bache, había funcionado gloriosamente bien hasta ahora. Hizo a la afición regalos de los que no se olvidan, como cuando fue a Brasil para enterrar a su padre, volvió, fue casi directamente del avión al campo y arrasó. Demasiado hermoso para ser eterno.

Su entrenador, il bello Roberto Mancini, habla de "problema psicológico". Lo es. Si Adriano se sometiera a un psicoanálisis, el bloqueo quizá se resolviera en cuanto se nombrara a Zico. Zico fue el ídolo de Adriano y sigue siéndolo. Alguien debería decirle a Adriano que, aunque tire las faltas casi tan bien como Zico, no trabaja de capitán general, sino de infante de asalto, y que no debe obsesionarse con el fútbol. Debe convencerle de que basta esperar. De que lo suyo es tener paciencia, como los predadores o los vendedores de seguros.

Enric González es autor de Historias del Calcio

jueves, marzo 23, 2006

SEGÚN AUSTER


Hace tiempo publiqué esta cita en el blog y hoy me apetece vorlverla a subir. La frase me parece cojonuda, Auster superlativo.

"El fútbol es un milagro a través del cual Europa encontró una forma de odiarse sin destrozarse".

Paul Auster, escritor estadounidense

lunes, marzo 20, 2006

ZAPPING

Para muchos aficionados españoles, en general para quienes no tifan por el Barcelona o por el Villarreal, la Liga de Campeones se ha convertido en una cuestión estética, en un asunto más filosófico que pasional.

Hay quien se traga el sapo y, en nombre de la patria, apoya al equipo español que sigue vivo. Hay también quien no se traga nada y desea que el rival eterno sufra una eliminación de lo más dolorosa.

Patrias y rencillas al margen, la actitud contemplativa de quien está ya fuera puede inducir al zapping en las próximas eliminatorias.

Nuestro afán de servicio nos impele a ofrecer una pequeña guía sobre las situaciones en las que resulta aconsejable detenerse en un partido disputado por el Juventus de Fabio Capello, el Milan de Carlo Ancelotti o el Inter de Roberto Mancini.

- El Juventus pierde por 1-0. La Juve tiene algo de Mae West: cuando es buena, es muy buena; cuando es mala, es mejor. Y saca toda su maldad cuando le toman ventaja.

La Vieja Señora no está habituada a perder y con un gol en contra se eriza, araña, patalea y padece una agonía. Ningún equipo sufre de una forma tan carnal como el Juventus. Tiembla el mentón de Capello, Nedved cae muerto al borde del área por un soplido del defensa, Emerson y Vieira sudan y empujan como posesos...

El Juventus suele acabar remontando -por pura chiripa si hace falta, como ante el Werder Bremen-, pero, mientras pierde, ofrece un espectáculo de los que cortan el aliento.

Muy aconsejable para sadomasoquistas.

- El Milan gana por 2-0. El Milan dispone de un mecanismo interno muy sencillo: un compás, Pirlo; un muelle, Kaká, y dos percutores, a elegir entre Shevchenko, Gilardino e Inzaghi.

Pero el equipo es grandote, culón, de timón lento. Le cuesta frenar si adquiere ventaja, por lo que suele arrollar por goleada a los adversarios -los cuatro goles al Bayern Múnich-, pero también le cuesta virar cuando las cosas se tuercen -la remontada del Liverpool en la final de Estambul-.

Más que del entrenador, el problema procede de la defensa, muy veterana, muy acostumbrada a marcar el centro de gravedad y con tanto peso específico que atrae hacia sí al resto del equipo.

El Milan tiene talento para regalar y una cierta carencia de agilidad, física y mental. Con un 2-0 a favor, puede marcar tres más o puede acabar perdiendo.

Muy aconsejable para los amantes de los marcadores sensacionales.

- El Inter gana por 1-0.

El Inter sabe jugar al fútbol. Mancini no ha inventado nada, pero cuenta con un buen ventilador, Verón, que da oxígeno a las alas, Figo y Stankovic, y al poderoso, ciclotímico e imprevisible Adriano.

Lo que pasa es que el Inter es más auténtico cuando duda, cuando se fía porque va con ventaja, cuando descubre sus flancos. En esos momentos le vienen los suspiros y las melancolías y puede ocurrir de todo. Puede marcar otros dos goles con dos zarpazos lánguidos o puede complicarse muchísimo la vida.

En ese momento del 1-0, de luz incierta, resalta además el juego como medio centro del argentino Cambiasso, una madraza generosa que lo hace todo sin decir nada, que cubre todos los huecos y perdona todos los errores.

Para el Inter, Cambiasso es casi una señal del cielo: después de tanto tiempo vendiendo joyas y comprando churros o caballeros venidos a menos por la edad, el pivote de la selección albiceleste llegó casi regalado del Madrid y resultó una maravilla.

El partido en el que el Inter va un paso por delante en el marcador resulta, en definitiva, muy aconsejable para los aficionados al suspense.

Enric González es autor de Historias del Calcio

domingo, marzo 19, 2006

LA PULGA SALTÓ AL VACÍO por Julio César Iglesias



El mal que en su día se llevó a Lou Gehrig, El Orgullo de los Yanquis, ha terminado con la vida de Jimmy Johnstone, el orgullo de Glasgow. Por culpa de algún druida sin escrúpulos o por oscuras razones de la biología, el hombrecito de las piernas de acero se ha ido de este mundo con las arterias de chapa.

Muchos años antes, el pequeño Jinky, a quien los chicos llamaban La Pulga, había reconciliado con el fútbol a la última promoción de seguidores de Alfredo Di Stéfano. En el intento de ganar la sexta copa de Europa, el Madrid venía de eliminar brillantemente en semifinales a aquel Milan de Rivera, Trapattoni, Amarildo, Maldini y Altafini que hacía pensar en un ensueño renacentista; la última fantasía muscular de Lorenzo de Medici. Pero en la final llegó el Inter de Helenio Herrera, con su Mazzola ensortijado, su patente de Corso y su genial percusionista Luis Suárez, y acabó con la reunión y con la carrera de don Alfredo.

Poco después, agrandado en su camiseta, el Inter viajaba a Lisboa para jugar una nueva final. Enfrente estaría el Celtic, un animoso equipo escocés que sólo merecía el beneficio de la duda. Pronto se supo que los agoreros estaban equivocados: los anillos verdes de la camiseta del Celtic eran en realidad los anillos de la serpiente. Desde los primeros minutos, el defensa lateral Gemmill se apoderó de la banda y empezó a desplegar un fútbol tozudo y apremiante. Cuando los chicos de don Helenio quisieron darse cuenta estaban rodeados.

Entonces apareció por la derecha un jugador esmirriado que sin duda habría hecho fortuna pidiendo limosna en el atrio de cualquier parroquia. Tenía una inquietante cabeza de insecto; nariz ansiosa, barbilla de aguja y cuatro pelos movedizos como antenas. Sólo su uniforme salvaba tan desmedrada visión atlética, pero no resolvía totalmente el problema estético de su figura: pálido amarillento de los pies a la cabeza, con sus ojos minúsculos y sus bandas de hortaliza, parecía, más que una auténtica pulga amaestrada, la alegoría de un cebollino.

En cuanto recibió la pelota comprobamos que utilizaba su propia insignificancia como un segundo disfraz. Manejaba, uno por uno, todos los recursos del relámpago y, armado de su rapidez, su potencia y su brillo, era el diablo con espuelas.

Nunca olvidaremos su triple victoria de aquella noche: levantó la Copa de Europa, nos devolvió la fe y reclamó para todos los seres diminutos un lugar en el Olimpo.

En una empresa para elefantes, Jinky reivindicó el encanto de ser pulga.

jueves, marzo 16, 2006

EL EGO DEL VIRREY por Rodolfo Chisleanschi

Sobre el paso por el Atleti, con pena y sin gloria, de Carlos Bianchi, el entrenador que lo ganó todo en Argentina (Liga), en Suramérica (Libertadores) y en el mundo (Intercontinental).


Antes que con sus circunstancias, cada ser humano convive con su ego, que tiene tamaños variables en cada caso y cuyas ambiciones no siempre coinciden exactamente con los deseos más íntimos de su dueño. En septiembre de 2003, todavía como entrenador del Boca Juniors, Carlos Bianchi viajó a España para disputar un par de partidos amistosos contra el Barcelona y el Atlético de Madrid. Por entonces, concedió algunas entrevistas a medios españoles, en las que expresó con claridad que su proyecto vital, el día que abandonara el club de la Ribera porteña, no contemplaba trabajar en Europa, sino disfrutar de sus hijos y nietos en Buenos Aires. Más aún, se ocupó de remarcar su escaso aprecio por el fútbol que se juega a este lado del mundo e incluso puso en duda la eficiencia organizativa de los clubes españoles.

Su discurso sonó creíble porque parecía reflejar sus verdaderos sentimientos y, para quien lo hubiese escuchado, resultó sorprendente que, menos de dos años más tarde, aceptara la propuesta del Atlético para aventurarse lejos de su barrio y sus afectos.

¿Por qué lo hizo? El propio Bianchi se encargó una y otra vez de negar el factor económico como motivo. Y se antoja poco probable que una personalidad tan fuerte como la suya se dejara influir hasta tal punto por familiares, amigos o representantes.

¿No será acaso que, seguramente sin darse cuenta, permitió que fuese su ego el que tomara la decisión por él? Porque a ese ego apabullado durante años por los elogios en Argentina y Suramérica, sin duda le faltan, en el aspecto profesional, un par de condecoraciones para sentirse plenamente satisfecho. Una, dirigir a la selección albiceleste: sufrió una nueva postergación a finales de 2004, cuando desde la Asociación del Fútbol Argentino se le hizo saber que no era el hombre elegido para reemplazar a Marcelo Bielsa. Otra, tras su fracaso en el Roma en la temporada 1996-1997, es triunfar en un club europeo, y fue el Atlético el que le ofreció la revancha.

Pero, si el ego, incluso el más fuerte, tiene apetencias diametralmente opuestas a las de la persona que lo alimenta, suele plantearse una dura competencia interna que puede derivar en cortocircuitos de difícil resolución. Cómo explicar, si no, el errático e inesperado comportamiento de Bianchi durante sus meses en Madrid. Porque el ya ex entrenador del Atlético contradijo todos sus antecedentes. Si en Buenos Aires se mueve como pez en el agua, en Madrid se recluyó en su casa, sin que se le conociera ningún intento por integrarse en el entorno. Si en sus anteriores experiencias supo manejarse con maestría con los medios, aquí se mostró huraño, distante, intratable. Si una de sus bazas principales siempre fue la complicidad con sus dirigidos, en el Atlético se ganó el desprecio de buena parte de su plantilla. Si la claridad y firmeza en sus ideas le llevó a cosechar un sinfín de triunfos con otras camisetas, con la rojiblanca sumó una duda tras otra a la hora de dar forma al equipo. Si en Argentina nunca alardeó de sus éxitos, a este lado del Atlántico los usó como justificante para cada decisión tomada.

La impresión final es que este hombre gris que pasó por Madrid poco tiene que ver con el Virrey que gobernó un decenio de fútbol en Argentina. Tal vez, porque el verdadero Bianchi nunca dejó de jugar con sus nietos en su barrio de Buenos Aires. Aquí sólo conocimos a su ego.

lunes, marzo 13, 2006

LAS TRES HERMANAS

Aquí están otra vez las tres hermanas del calcio. Juventus, Milan y posiblemente Inter, si el martes supera su partido pendiente con el Ajax, pisan por enésima vez los cuartos de final de la Liga de Campeones. Las tres hermanas viven junto a los Alpes y llevan un vestido con franjas negras. Por lo demás, no hay en el mundo hermanas menos parecidas.

La mayor, la Vecchia Signora, blanca y negra, se hace pasar a veces por la reina de Turín. No lo es. La Juve es más italiana que turinesa. Si trasladara su estadio a Palermo o a Roma, tendría quizá más espectadores que en el gélido de los Alpes. A diferencia de otras sociedades, crecidas en un ámbito geográfico determinado y ligadas a un cierto paisaje, el Juventus fue desde joven un equipo de empresa. La empresa, Fiat, era de Turín. Pero era también el estandarte industrial de toda Italia y recogía a personas de todas las procedencias, mayormente del Sur.

Pese a todos sus esfuerzos, nunca alcanzó una hegemonía indiscutible en los sentimientos de sus convecinos, que hoy siguen amando aún el sueño romántico del Torino. Los sucesivos magnates Agnelli educaron al equipo de la empresa familiar en la disciplina, el esfuerzo y el orden, todo ello de tradición piamontesa, y lo uncieron al yugo de Fiat. Luego alzaron la bandera blanquinegra e invitaron a todos los italianos a cobijarse bajo ella. Si alguien tuviera interés en descubrir no cómo son los italianos, sino cómo querrían ser, haría bien en escudriñar el alma ambiciosa, tenaz, seca y prepotente del Juventus.

La hermana mediana, roja y negra, nació en 1899, dos años después que la Signora, y salió medio extranjera. Como la fundó un inglés, Alfred Ormonde Edwards, fue bautizada con un nombre inglés, Milan, acento en la primera sílaba, y no con el nombre italiano de su ciudad, Milano. No está muy clara la razón, pero desde el principio -avasallador, con un primer scudetto en 1901 que rompió el dominio del Génova- prefirió la compañía de los obreros. En la ciudad más burguesa de Italia, el Milan, como sus colores, se convirtió en símbolo del proletariado. Hasta los años 50, cuando el dinero empezó a marcar diferencias entre un club y otro, no tuvo como presidente a un patrón, a un empresario o, por utilizar el término local, un potente.

El carácter de la hermana mediana definió, por exclusión, el de la hermana menor. El Internazionale, más conocido como Inter, azul y negro, nació en 1908 de una costilla burguesa del Milan. Un grupo de patrones y profesionales, hartos de no mandar en el club de su ciudad, lo abandonaron y fundaron otro. Si el Milan era alegre, optimista, pobretón y un poco hortera, el Inter se convirtió de forma inexorable en casi lo contrario: lo suyo fue el dinero, malgastado; el pesimismo, la derrota elegante y una especie de permanente angustia existencial que reflejaba, acaso, las dudas de una clase dominante o las dudas de todo un país: si el Inter es también conocido como La Bienamada será por algo.

El Milan, la hermana proletaria, ha pasado por la Segunda División, una tragedia que las otras dos nunca han vivido. También ha pasado por las manos de Silvio Berlusconi, lo que alguno podría considerar no menos trágico. Hay que reconocer, sin embargo, que el hombre más rico de Italia se ajusta como un guante a la tradición milanista y que su gestión como presidente del Milan -otra cosa es la presidencia del Gobierno- muestra pocos fallos. Berlusconi es optimista, chistoso y un pelín farsante, como la peña de currantes que constituyeron la primera masa social. Impuso desde el principio de su mandato una norma fundamental: si él ponía dinero, y lo ponía, el técnico y los jugadores debían poner de su parte un fútbol bello y agresivo. Esa ley interna ha funcionado durante más de un cuarto de siglo y ha dado, además de éxitos, continuidad a la tradición milanista.

El Milan, que pasó meses muy malos tras la desgracia del año pasado en la final de Estambul, vuelve a intentarlo. Por su pasado, por su estilo y por su indestructible ánimo proletario, sería hermoso que dispusiera de una nueva oportunidad.

Enric González es autor de Historias del Calcio

viernes, marzo 10, 2006

CREER EN DIOS


"Aquel gol que le hizo Maradona a los ingleses con la ayuda de la mano divina, es por ahora la única prueba fiable de la existencia de Dios".

Mario Benedetti, escritor uruguayo

miércoles, marzo 08, 2006

PROTEGER A UN GENIO por Santiago Segurola

Segurola relata el soberbio partido de Lionel Messi en Stamford Bridge ante el Chelsea de Jose Mourinho.
Nota: Una duda, si se llama Lionel ¿por qué lo llaman Leo y no Lio?

El fútbol está contenido en el cuerpo de un pequeño jugador, un chico de 18 años que podría pasar desapercibido en cualquier calle. Es la magia de este juego maravilloso, abierto a la excelencia de un Nijinski de 1,90, como Van Basten, o la magia de un imberbe, de aspecto adolescente, apenas 1,68 de estatura, pero un gigante en toda regla. Se llama Leo Messi y hay todo el derecho a pensar que estamos ante un jugador excepcional, la aparición más fulgurante de los últimos años, figura indiscutible a una edad que sólo se permite a los privilegiados. A esa edad, sólo genios del calibre de Pelé o Maradona dominaban los partidos de la manera en que Messi lo hizo en Londres. No merece la pena entrar en comparaciones. De eso se encargará el futuro, con toda la carga de incertidumbres que eso significa en el fútbol. El presente ya está escrito. De Stamford Brige emergió una gran estrella.

La actuación de Messi hay que medirla en todos los órdenes. Es en partidos acomo el de ayer donde se observa al jugador en las condiciones más extremas de dificultad. Todo lo que se podía exigir a Messi, o a cualquiera de los astros que se asomaron al encuentro, se condensó en Stamford Bridge: dos excelentes equipos, la más exigente de las eliminatorias, la atención mundial, un campo infame que multiplicó las complicaciones a los jugadores, la tensión siempre, la violencia en muchas ocasiones. Un partido para futbolistas trascendentes no sólo por la técnica, el oportunismo o el carácter competitivo. Un partido, en definitiva, para proclamarse rey del fútbol. A eso se dedicó Messi durante todo la noche.

Las condiciones del encuentro le podían animar a la deserción. Del Horno le golpeó de tal manera durante la primera media hora que a nadie hubiera extrañado el repliegue de Messi. Podría haber buscado refugio en su juventud, o en la jerarquía del Barça, donde todavía no tiene los galones de Ronaldinho o Eto'o. Podría haber cuidado sus piernas, machacadas por las patadas de los defensas del Chelsea. Un gran jugador cualquiera tenía las excusas necesarias para dejar cuatro detalles y pasar con buena nota. Pero lo que hizo Messi fue inolvidable. En una demostración pocas veces vista de habilidad, inteligencia y coraje, destrozó al Chelsea ante el estupor de la hinchada inglesa, que reaccionó como suele suceder cuando un futbolista produce pánico. Por debajo de los abucheos que le dedicaron en cada jugada, se manifestó el pavor de los aficionados ingleses ante la arrolladora demostración de Messi.

No es posible dominar un partido de este calibre con 18 años. El fútbol tiene muy pocos precedentes, y los que se recuerdan están referidos a genios. Pelé, en la final del Mundial de 1958; Maradona, en el Mundial juvenil de 1979 y en las noches gloriosas de Boca; quizá Cruyff en la célebre eliminatoria de desempate frente al Benfica -año 1969- o George Best en Lisboa, también ante el equipo portugués, tres años antes. Y en los dos últimos casos se trataba de jugadores de 20 años, con una acreditada experiencia en la competición internacional. La hazaña de Messi es la un muchacho que debutó como titular en la Liga en noviembre. No fue una aparición cualquiera. Irrumpió en el Bernabéu y fue decisivo en la sonada victoria del Barça frente al Madrid.

La diferencia con aquel encuentro es que, en Londres, Messi estuvo a una distancia sideral de los demás. Fue el mejor y el más valeroso en el partido más difícil posible. En cada jugada mezcló la habilidad para superar a los defensas con un coraje casi insensato, con otra particularidad: nunca se quejó de la intolerable violencia que padeció. Ese carácter inalterable es otra característica singular de Messi, una cualidad impagable por lo que supone de deportividad y respeto al juego. Ahora le toca al fútbol respetarle a él. Un jugador como Messi es el tesoro más valioso que puede encontrarse. No puede quedar sometido al imperio de la violencia. El fútbol se encuentra ante una obligación imperativa: proteger a Messi, proteger a un genio.

lunes, marzo 06, 2006

LA REVOLUCIÓN DE EPAMINONDAS

Los espartanos disponían de la mejor infantería de la antigua Grecia. Sus soldados eran valientes, austeros y disciplinados y dejaron en la memoria el sacrificio de las Termópilas. Tenían un defecto, sin embargo: cargaban con un tradicionalismo casi congénito que les impedía innovar sus tácticas. Lo hacían todo como siempre. Sus propios orígenes míticos establecían un orden eterno: decían haber sido un pueblo levantisco y caótico hasta que el rey Licurgo les dio unas leyes inmutables. Según Plutarco, Licurgo adivinó el punto débil de Esparta y "prohibió que se realizaran frecuentes campañas militares contra un mismo enemigo para evitar que éste aprendiera el arte del combate".

Tebas fue enemiga de Esparta. En 371 ya había aprendido todo lo necesario de los espartanos y, bajo el mando de un genio llamado Epaminondas, realizó sus propias invenciones: creó una unidad de élite compuesta por 150 parejas homosexuales, la colocó a la izquierda de la formación de falanges -el flanco derecho era hasta entonces el más fuerte- y se habituó a atacar con columnas de 50 filas de profundidad. En la batalla de Leuctra, Tebas acabó con Esparta.

El ejemplo de Esparta ha sido siempre tenido en cuenta por los estrategas. Fabio Capello, leído e informado, sabe que la mayor flaqueza de su Juventus, una máquina de guerra que juega de memoria y ataca sin respiro, es la previsibilidad. Tiene grandes dificultades cuando el contrario lo imita y añade un poco de imaginación.

Cuando Capello abandonó el Roma para mudarse a Turín, hace casi dos años, dejó un equipo espartano. Estaba lleno de genios, pero se había habituado a moverse de manera determinada. Ni el efímero Prandelli, ni Voeller, ni Del Neri ni Conti hallaron el truco para reordenar una herencia envenenada: el Roma era una peña de tipos locos que podían cometer cualquier disparate, pero no imaginar un juego sin tres puntas y medio centro, el que, con Capello, les había dado su único scudetto contemporáneo. Hasta cierto punto, la suya fue una crisis espartana.

Hasta que llegó Luciano Spalletti para ejercer de Epaminondas. La primera mitad del curso presentó las mismas dificultades, agravadas por la ruptura con Cassano, que añoraba la tradición capellista. Cuando se fue, sólo quedó un delantero decente en la plantilla, Montella. Pero Montella se rompió. La crisis era tan grave que cualquier experimento, por peligroso que fuera, estaba justificado. En su revolución, Spalletti no echó mano de parejas homosexuales, sino de centrocampistas. ¿Había dejado Capello la herencia de las tres puntas? Pues se acabaron: portero, cuatro defensas y seis medios. En la pizarra, la posición teórica de ariete le tocó al gran Totti. En la realidad, el Roma adoptó el mecanismo de un motor de seis cilindros, con los pistones subiendo y bajando continuamente y sin dar al contrario puntos de referencia.

El fantasma de Capello quedó olvidado, el juego volvió a embelesar y el Roma encadenó once victorias ligueras consecutivas, batiendo las marcas del calcio. La última, la mejor: a domicilio, en el derby contra el Lazio, pese a la ausencia de Totti. La Gazzetta dello Sport decía ayer que el prodigioso magma centrocampístico de Spalletti disponía de un precedente en el mítico Honved, húngaro, de los 50. Nada más y nada menos.

Este texto fue cerrado antes de que se disputara el Roma-Inter de anoche. Fuera cual fuese el resultado, Spalletti-Epaminondas se había convertido ya en el entrenador del año y en la única alternativa auténtica a Capello-Licurgo.

Enric González es autor de Historias del Calcio

Nota: El partido Roma-Inter concluyó con empate a un gol.

sábado, marzo 04, 2006

CASSANO, UN FICHAJE DE PESO por Diego Torres


Diego Torres publica este reportaje en El País a vueltas con el fichaje, y el estado físico, de Cassano.

"Cinco millones de euros". Cuando a Rosella Sensi le comunicaron la primera oferta que Florentino Pérez hizo por Cassano, el único delantero que le quedaba en condiciones, se sintió engañada: "¡Por menos de diez se queda cortando el césped del jardín de mi padre!".

La Dottoressa, menuda pero enérgica, de 33 años, vivía sus días más difíciles como administradora del Roma. Una semana antes, tras la derrota ante el Palermo, se dispuso a hacer historia: bajó al vestuario y se convirtió en la primera mujer-revulsivo en la historia del calcio. Irrumpió a gritos en la nube de vapor de duchas y futbolistas desnudos: "¡Si fuera un hombre, tendría los cojones hasta el suelo de vosotros!". Su cara estaba hinchada y tensa como una ciruela. Los jugadores sintieron algo parecido al pavor. Luciano Spalletti, el técnico, asintió compungido. Rosella se volvió hacia él: "¡Esto también va para usted! ¡Quiero que los concentre a todos hasta que ganen un partido!".

El Roma enfilaba el descenso y Rosella, en Navidad, debió firmar el traspaso de Cassano por cinco millones. El club de su padre, Franco, se quedó sin el ídolo y sin el dinero que necesitaba. Pero ella pasó un detalle por alto: hacía semanas que nadie había visto a Cassano en el club. Se marchó sin despedirse. Y estaba gordo.

El día que se fue Cassano inició el Roma la serie de victorias más prolongada del fútbol italiano. Desde entonces ha ganado once partidos de Liga y, ante el Juventus, dos de Copa. Del descenso pasó a pelear por la Champions. Los jugadores, que habían vivido de espaldas a la crisis, se ligaron con efecto mágico. Gente como Mancini, que nunca asistió a una cena de trabajo, comenzaron a invitar a todo el equipo. La primera victoria, contra el Chievo, liberó a la plantilla del confinamiento impuesto por la Dottoressa al tiempo que inspiró nostalgia de la vida en común. Los jugadores comenzaron a quedarse en Trigoria tras los entrenamientos para compartir la comida, charlar y tirarse bolas de pan. Totti y el argentino Cufré se convirtieron en los pilares morales del equipo.

Dos meses después de llegar a Madrid, Cassano no exhibe la misma progresión que sus ex colegas. Los médicos del Madrid están preocupados porque no responde a la dieta. Se manifiesta igual de refractario a las imposiciones cuartelarias que a las recomendaciones paternales. Desconfía de toda autoridad y su tripa encoge y se infla como un elástico. Fiel a su trayectoria, en fin. El verano pasado, Spalletti le confesó a un amigo su preocupación: "Antonio es incapaz de ponerse límites al comer".

Cuando el Roma inició la pretemporada, Cassano se incorporó tan fuera de forma que sorprendió a todos. El más sorprendido fue un central del Bolzano, de Tercera Regional, que, en un amistoso, comprobó que el genio de Bari era incapaz de eludir su marcaje. Spalletti tomó nota. Antes de ser traspasado, jugó sólo cinco partidos. Dejó de entrenarse en noviembre. Durante un mes y medio vivió recluido en su casa con su novia, Rosaria, y su madre, Giovanna.

(...)

En un equipo como el Madrid, sobrado de medias puntas y segundas puntas, la presencia de Cassano es inútil. La explicación oficial de su contratación la da el director de fútbol, Benito Floro: "Fue por la incertidumbre que se creó con la lesión de Raúl en un momento en el que no se sabía si pasaría o no por el quirófano".

Con Raúl recuperado, Cassano parece un actor de reparto. El club se planteó su fichaje como un negocio. La directiva vio en él una inversión sin riesgos: no había manera de devaluarlo por debajo de los cinco millones. Ahora le buscan mercado en Italia a cambio del doble. Los agentes aseguran que allí lo siguen considerando un fenómeno.

El único problema de Cassano es deportivo: hoy está fuera del Mundial. Y, si sigue sin jugar, no valdrá más en agosto de lo que costó en diciembre.

viernes, marzo 03, 2006

EL LOCUTOR por Eduardo Galeano

A raiz de una de las frases del post anterior he encontrado este pequeño relato de Galeano.

-Sólo tres personas han dejado mudo el estadio de Maracaná: el Papa, Frank Sinatra y yo.

Lo dijo Alcides Ghiggia, sacando pecho, y no mintió.

Poco faltaba para el fin del partido. Ghiggia se escabulló por la punta derecha y clavó el gol que hizo campeón del mundo al Uruguay. Después del pitazo final, mientras caía el sol y caía todo lo demás, el público siguió sentado en las tribunas. Un pueblo tallado en piedra, gigantesco monumento a la derrota: doscientos mil brasileños, la mayor multitud jamás reunida en un estadio de fútbol, no podían moverse, ni hablar, ni creer. Muchos se quedaron hasta la medianoche, inmóviles, mudos, atónitos. Nuestro Hiroshima, tituló un diario de Río de Janeiro, al día siguiente, exagerando un poquito.

Isaías Ambrosio estaba allí. Él había sido uno de los albañiles que habían construido aquel estadio, el más grande del mundo, y había recibido una entrada de regalo. Pasó el tiempo. Isaías seguía sentándose en el mismo lugar que había ocupado, en las gradas de Maracaná. Y cada tarde trasmitía, aferrado a un micrófono, el gol de la tragedia nacional. De lunes a viernes lo trasmitía, una vez y otra y otra. Isaías repetía la jugada de Ghiggia, paso a paso, para la audiencia de una radio imaginaria, o para él, o para nadie. Llevaba medio siglo en eso, desde aquella tarde: con voz impostada, gritaba el gol, o más bien lo lloraba, y volvía a gritarlo, a llorarlo, ante el inmenso estadio vacío, como en la tarde anterior y en la tarde siguiente y en todas las tardes.

Eduardo Galeano, escritor uruguayo

miércoles, marzo 01, 2006

Y EL PAISITO CALLÓ MARACANÁ



"Fue la primera vez en mi vida que escuché algo que no fuera ruido. Sentí el silencio".

Juan Alberto Schiaffino, jugador uruguayo autor del primer gol de la Selección de Uruguay en la final del Mundial Brasil 1950.


“Sólo tres personas han dejado mudo el estadio de Maracaná: el Papa, Frank Sinatra y yo”.

Alcide Ghiggia, jugador uruguayo que marcó el gol del triunfo de Uruguay en la final del Mundial Brasil 1950, el Maracanazo.