lunes, abril 14, 2014

EL FÚTBOL NIKE por Martín Caparrós

Uno de El País Semanal que estaba medio escondido. De vuelta a las andadas, robando de aquí y de allá. Bien hallados


Los vi en lugares tan distintos, pero todos hacían más o menos lo mismo. En un descampado en Bogotá, una cancha coqueta en Barcelona, un patio de escuela en Uagadugú, la vera del lago Lemán en Ginebra: chicos y una pelota, y en lugar de correrla y patearla, como hacíamos cuando yo era así de chico, intentaban malabarismos y piruetas.
Una de las cosas que más me intrigan en el fútbol es cómo se fue construyendo la idea de belleza que todos aceptamos. No es fácil, en general, saber por qué creemos que tal cosa es bella y que tal otra no –y lo creemos desde hace tanto tiempo que es casi imposible saber cómo y por qué empezamos. En el fútbol, en cambio, todo es tan reciente que quizá se podría.
Y a veces pienso que valdría la pena reconstruir cómo fue, por ejemplo, que hace cien años se empezó a suponer que pasar la pelota entre las piernas de un contrario era más “bello” que pasarla por un costado, o que pegarle con la parte de atrás del pie era más que pegarle con el lado de afuera que era más que pegarle con el lado de adentro que era más que pegarle con la punta. Son ejemplos, para decir que podríamos haber imaginado cosas muy distintas. De hecho el regate/gambeta/finta/dribbling, la quintaesencia de la belleza futbolera, al principio no existía.
Los argentinos, faltaba más, claman que lo inventaron. “Aquel fútbol inglés muy técnico pero monótono no habría logrado ejercer la influencia requerida por el espíritu de nuestras multitudes –escribió el maestro Borocotó, todavía en los años cuarenta y en El Gráfico porteño–; tuvimos que adornarlo con el dribbling que encandila las pupilas, que es patrimonio de estas tierras”.
El dribbling que encandila las pupilas, sin embargo, tenía una meta: llegar a la meta. El Fútbol Nike no siempre la tiene. El Fútbol Nike es esa forma de entender el juego donde la meta es, más que nada, filmar propagandas carísimas llenas de trucos superhollywood para vender alguna cosa. Lo empezó Nike, pero ya no hay sponsor global que no se haga su publicidad de millones de dólares con recontrafiguras desplegando taquitos, bicicletas y chilenas. Lo curioso es que, desde los anuncios, el Fútbol Nike desbordó a los partidos: cada vez más, el público –y sobre todo el público principal, el de la tele– espera el paso de baile del figurín de turno, malabarismo de la foca, pelota sobre la nariz; cada vez se interesa menos por cómo 11 muchachos se ayudan para hacerse uno.
El Fútbol Nike no está pensado para armar equipos sino ídolos vendedores. Para quienes no saben ver fútbol, la chilena a la segunda bandeja es más fácil de mirar, de entender que un diez con la pelota en los pies y un siete que arrastra a la esquina derecha a sus dos marcadores para que pase el cuatro y reciba, en la puerta del área, el pase filtrado mientras el nueve llega, desde atrás, desmarcado, por la izquierda, listo para empujarla adentro.

Es complicado, no cabe en la pantalla. En cambio el firulete es perfecto para el anuncio de la cola o el resumen del partido: es televisivo, que es lo que es el fútbol contemporáneo. Y allí se cierra el círculo: antes del reino de la tele, un chico aprendía a jugar mirando a sus compañeros del colegio, a los pataduras de su cuadra; si alguna vez veía una rabona era un milagro. Ahora lo primero que hacen es imitar los vídeos de Neymar; aprenden la bicicleta antes que a dar un pase; aprenden que lo que importa es saber bicicletear, no saber pasarla. Y así el Fútbol Nike se reproduce a sí mismo y un juego de equipo, de colaboración, de sudor compartido, se va transformando en pura destreza individual: un número de circo.