lunes, febrero 28, 2005

EL HOMBRE IMPASIBLE

Dino Zoff siempre parece a punto de recitar el monólogo de Kurtz en El corazón de las tinieblas: "El horror, el horror...". Es un hombre impasible, correctísimo, con un orgullo frío que se intuye sin verse y con un velo de tristeza sobre los ojos. Siempre fue así. Quizá por genes, quizá por educación, quizá porque nació en la atormentada Gorizia en un momento, el 28 de febrero de 1942, en que la comarca estaba a punto de dejar de ser italiana para convertirse en un reducto nazi-fascista acosado por los partisanos de Tito y escenario de matanzas atroces. El niño Zoff debió de contemplar cosas tremendas.
Fue un portero de una especie, la de los Iríbar y los Yashin, hoy prácticamente extinguida. Tipos altos y secos que situaban una barrera con un arqueo de cejas, que no movían las dos manos si les bastaba con una y que siempre aparecían como por casualidad en la trayectoria del balón. A Zoff no le fue nada mal como futbolista. Ganó unos cuantos títulos con el Juventus, ganó el Campeonato de Europa de selecciones en 1968 y en 1982, con 40 años, alzó en el estadio Bernabeu el trofeo de campeón del mundo.
Le quedó, sin embargo, una amargura. En el Mundial de México 70, uno de los momentos supremos en la historia del fútbol, le sustituyó Albertosi, que formaba parte del Cagliari de Gigi Riva y parecía más participativo que el hombre impasible. También tuvo que sufrir la bochornosa derrota frente a Haití en Alemania 74. En cualquier caso, cuando se retiró, había batido todas las marcas posibles -entre ellas, la de la imbatibilidad internacional: cero goles entre septiembre de 1972 y junio de 1974- y figuraba para siempre entre los más grandes.
Era normal que acabara siendo seleccionador. Lo anormal fue lo que ocurrió. Toda la historia acumulada por Zoff se le desplomó encima en la final del Europeo de 2000, Francia-Italia. Los italianos habían mantenido el empate a un gol hasta el minuto 90 frente a la Francia del mejor Zidane y en la prórroga llegó el gol de oro de Trezeguet. Mala suerte. Zoff no perdió la compostura en la desgracia, felicitó al rival y se comportó como siempre. Il Cavaliere Silvio Berlusconi, que carece de las virtudes de Zoff y aquel día tuvo necesidad de demostrarlo, hizo unas declaraciones furibundas contra aquel seleccionador "aficionado" que no había sabido "frenar" a Zidane y había constituido "una verguenza".
Esas cosas no se le dicen a Zoff. "Me han faltado al respeto como trabajador y no puedo consentirlo", dijo el hombre impasible a la mañana siguiente. Y se fue. Berlusconi, como es costumbre, negó haber dicho lo que había dicho, pero el asunto fue portada de todos los periódicos, incluyendo uno tan ajeno al fútbol como el Financial Times de Londres.
La mala suerte persigue a Zoff desde entonces. Hace seis jornadas se hizo cargo del Fiorentina y sufrió cinco derrotas consecutivas. El sábado, frente al Udinese, el equipo en el que debutó en 1961, el Fiorentina se adelantó por 2-0. Y entonces se rompió Bojinov, que es, junto a Rooney, el mejor delantero joven europeo, recién fichado al Lecce para dar al equipo la agresividad que le faltaba. Luego, como era de esperar, el Udinese empató y dejó al Fiorentina a dos puntos del descenso.
El club violeta, que en 2002 descendió por quiebra a la Tercera División y en mayo pasado regresó a la máxima categoría, se asoma de nuevo al borde del abismo. Y con el Fiorentina está Zoff, que justamente hoy cumple 62 años, con la impasibilidad de siempre y con esos ojos que parecen haber visto de cerca el horror.

lunes, febrero 21, 2005

PREGUNTENLE A LUCIANO

La dietrología es, como se sabe, una ciencia estrictamente italiana que estudia las causas ocultas de los acontecimientos. En Italia nada es evidente y nada ocurre porque sí. A partir de cualquier nimiedad se puede reconstruir una trama conspirativa que se hace más y más oscura hasta desembocar en el misterio. Quizá porque se trata de una sociedad dominada por un puñado de familias, quizá porque el interés privado prima sobre el colectivo, quizá porque la estética prima sobre la ética o porque el italiano ama la fantasía y el secreto, éste es un país abundante en claves ocultas y casos nunca resueltos.
El calcio es, en este sentido, un reflejo de la vida nacional. La gente hablará hoy del partidazo de Totti frente al Livorno, del enésimo empate del Inter en el último minuto, del sorpasso del Milan a la Juventus y de la situación peligrosa del Fiorentina. Pero esos asuntos serán desmenuzados como epifenómenos, porque lo que ocurre sobre el césped tiene la misma entidad que las sombras en la cueva de Platón: es sólo un reflejo de la verdad. Y la verdad, en el calcio, es sólo una. La verdad se llama Luciano Moggi y es un señor calvo residente en Turín.
Luciano Moggi es una de las pocas personas que saben por qué ocurre lo que ocurre. Muchos aficionados del Ascoli se asombraron, el 24 de noviembre de 1979, por el parcialísimo arbitraje que habían sufrido en su encuentro liguero contra el Roma. Tenían que haber preguntado al asesor del presidente del Roma, un tal Luciano Moggi, que había cenado la víspera, en un reservado discreto, con el trío arbitral. Algunos rivales del Nápoles en la Copa de la UEFA de 1989 se extrañaban también de la benevolencia de los árbitros hacia el equipo blancoceleste sin pararse a pensar en quiénes serían las bellas señoritas que acompañaban a su hotel a los responsables de dirigir el partido. ¿Por qué no preguntaron al director deportivo del Nápoles? Era Luciano Moggi, un hombre muy conocido en la ciudad.
Entre 1991 y 1993, los árbitros parecieron mirar con especial cariño al Torino. Cuando la sociedad propietaria del club quebró, los jueces se interesaron por ciertos gastos no identificados y el contable, con el rigor propio del oficio, dio detalles: había que pagar las prostitutas y los regalos para los árbitros y de todo eso se encargaba el director general. Los jueces no tuvieron más remedio que preguntar, por una vez, al director general, Luciano Moggi, quien expresó gran extrañeza al descubrir todo aquello: él siempre había estado convencido de que las señoritas que contrataban eran "traductoras-acompañantes". Y qué menos podía hacer el Torino que traducir-acompañar a los árbitros, sobre todo los extranjeros. Luciano Moggi fue condenado a cuatro meses de arresto y una multa de tres millones de liras.
En el Lazio de 1980, condenado a la retrocesión porque varios de sus jugadores estaban implicados en un negocio de apuestas sobre los resultados de los partidos, también había un director deportivo llamado Luciano Moggi.
La Juventus fue condenada hace unos meses por dopar a sus jugadores, pero ha recurrido la sentencia. El actual director general del club es un antiguo empleado ferroviario, calvo, feo e inteligentísimo, que posee la habilidad suprema de ironizar sobre sí mismo riéndose al mismo tiempo de los demás. "Cuando negocio", dice, "prefiero el puñal; la pistola hace demasiado ruido". Se trata, obviamente, de Luciano Moggi.

sábado, febrero 12, 2005

EL FÚTBOL por Eduardo Galeano

La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí.
En este mundo del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable. A nadie da de ganar esa locura que hace que el hombre sea niño por un rato, jugando como juega el niño con el globo y como juega el gato con el ovillo de lana: bailarín que danza con una pelota leve como el globo que se va al aire y el ovillo que rueda, jugando sin saber que juega, sin motivo y sin reloj y sin juez.
El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohibe la osadía.
Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad.

Eduardo Galeano es escritor uruguayo

viernes, febrero 11, 2005

SEGÚN ALBERT CAMUS

"Lo mejor que sé sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol".

Albert Camus. Escritor francés