sábado, marzo 24, 2007

LA MECA DEL FÚTBOL por John Carlin


El fútbol, valga la redundancia, es la gran religión del mundo, la que une a todas las razas, creencias, ideologías, naciones y nacionalismos. La excepción, el gran país pagano, es Estados Unidos. Pero ya llegarán.

Como toda buena religión, el fútbol tiene su Vaticano, su Meca. Se llama Anfield, el estadio del Liverpool. Si alguien lo dudaba antes del partido del martes contra el Barcelona, ya no dudará más. No era necesario estar ahí. Con verlo por televisión era suficiente para entender lo que se vivió allá esa noche. Fue una experiencia trascendental, en el sentido auténtico de la palabra. Uno oía a aquellas 44.000 almas coreando el himno del Liverpool, You'll never walk alone, y sentía una ola de solidaridad con la humanidad, una conexión con el universo, más allá de las banalidades materiales o los problemas familiares.

Y, si no es así, ¿cómo se explica que incluso los aficionados del Barça en Anfield cantaban la canción del enemigo con fervor? ¿O que yo mismo oyera a un señor en el pueblo catalanísimo de Sant Pere de Ribes tan emocionado que, minutos antes del comienzo del partido, se puso a cantar a toda voz, en un inglés admirablemente correcto, Walk on, walk oooon, with hope in your heart...? ¿O que, al final, la afición del Liverpool coreara "¡Barça! ¡Barça!" en homenaje a un gran rival, al que el defensa estelar del Liverpool, Jamie Carragher, tuvo la grandeza de describir después del encuentro como "el mejor" equipo de Europa?

Tan especial fue esa noche que ocurrió algo insólito. Se hizo justicia divina. El perdedor mereció ganar... ¡y ganó! El Liverpool perdió 0-1 un partido que debería haber ganado 4-2, pero fue el ganador de la noche porque fue el que pasó a los cuartos de final de la Champions. Y, encima, fue un partidazo de principio a fin. Se jugó a un ritmo trepidante (comprobándose una vez más que, como entendió el mítico entrenador Bill Shankly, el fútbol es más que una cuestión de vida o muerte) y cualquiera de los dos equipos podría haber ganado hasta el último segundo.

Los nuevos dueños del Liverpool, un par de multimillonarios norteamericanos bien mayores, presenciaron el partido desde el palco boquiabiertos. Tom Hicks y George Gillet son grandes amantes del deporte. Hicks tiene un equipo de béisbol y otro de hockey sobre hielo. Pero hasta la noche del martes no supieron lo que era el deporte de verdad, la grandeza del fútbol en su máxima expresión. "He visto muchos eventos deportivos en todo el mundo", dijo Hicks al final del encuentro, "pero nada que se aproximara a esto". "Nunca en mi vida", dijo Gillet, "he visto u oído nada como esto".

Un par de días después del partido comentaba un amigo vasco, aficionado (pobre hombre) de la Real Sociedad, que todos los que nos consideramos devotos del fútbol deberíamos hacer un peregrinaje a Anfield al menos una vez en nuestras vidas. Pero, aunque lo hagamos, nunca nos acercaremos a la enorme suerte que tiene Xabi Alonso, ex de la Real, de haberse convertido en uno de los mitos vivientes de la afición del Liverpool. Y a la de los otros españoles del Liverpool, Luis García, Pepe Reina y el más reciente fichaje español, Álvaro Arbeloa, un descarte del Real Madrid que ya es héroe en Anfield tras haber neutralizado a Leo Messi no en uno, sino en dos partidos seguidos. Después del breve encuentro que tuvo con la ópera del Bernabéu, Arbeloa debe de estar en el cielo.

Y en cuanto a Rafa Benitez, después de un comienzo de temporada no muy luminoso, ha vuelto a ser el dios español del Liverpool. O, al menos, el papa. Su éxito como entrenador allá lo deberíamos celebrar aquí en España como los polacos cuando Wojtyla fue elegido sumo pontífice romano. Como motivo de orgullo nacional.

El hombre conocido en toda Inglaterra como Rafa ha sabido cumplir con una eficacia abrumadora el primer requisito de cualquier entrenador: hacer que el equipo sea mejor que la suma de sus partes. Además, como se comprobó contra el Barça, pocas personas en el mundo del fútbol están a la altura de su brillantez táctica. Ese partido lo ganaron el sudor de los jugadores y el cerebro de Benítez.

Se habla a veces de que podría volver a entrenar a un equipo español. Si volviera por la familia, por el sol, por las tapas..., se podría comprender. Pero por el fútbol, por el amor al deporte rey, que se quede en Anfield el resto de su vida, que siga alimentando la leyenda.

lunes, marzo 19, 2007

Historias del Calcio. LA ETERNIDAD INMUTABLE

Los antiguos egipcios distinguían dos tipos de tiempo infinito. Uno era el neheh, en el que los ciclos característicos del tiempo (días, mareas, equinoccios) se sucedían indefinidamente. Otro era el djet, un concepto paradójico porque definía el tiempo por su ausencia: el djet era la eternidad inmutable, sin ciclos, sin envejecimiento, sin regeneración. En el djet no era posible ningún cambio. Neheh y djet eran obviamente incompatibles. El faraón podía irse al djet una vez muerto en el neheh, pero no saltaba de uno a otro.

En Italia, la incompatibilidad entre neheh y djet no resulta tan clara. Funcionan los relojes, pasan los días y la gente envejece, por supuesto. El senador vitalicio Giulio Andreotti, conocido en el Parlamento como Belcebú, puede ser, como sospechan algunos, inmortal; ello no le impide envejecer y experimentar cambios. Existe constancia, por ejemplo, de que a mediados de los 80 Andreotti se hizo unas gafas nuevas, con la montura más fina. Los ciclos italianos del neheh parecen, sin embargo, impregnados del espíritu de inmutabilidad proprio del djet.

No hablamos de política, aunque la política forme parte del misterio. Ahora mismo, la ciudadanía del Bel paese se enfrenta a una perspectiva peculiar: si en un plazo más o menos breve hubiera que celebrar elecciones anticipadas, cosa posible, podrían verse obligados a elegir entre Romano Prodi y Silvio Berlusconi. Como siempre. Y a esperar un nuevo programa de Adriano Celentano. Como siempre.

Hablamos de fútbol. Quizá el lector recuerde que en el estadio de Catania un policía fue asesinado en una noche de terribles disturbios (2 de febrero de 2007) y que las autoridades prometieron un cambio drástico. Se acabaron las contemplaciones, dijeron. Basta tolerancia. Todo iba a ser distinto y nuevo. El Gobierno aprobó un paquete de medidas para salvar el calcio de una violencia autodestructiva y lo envió al Parlamento. El paquete de medidas está ahora en la Cámara de Diputados, un espacio sospechoso de contener djet. Y las nuevas normas durísimas, reblandecidas en adobo de enmienda garantista, se parecen cada vez más a las viejas normas complacientes. Volverán los contratos entre clubes y peñas de ultras, volverán los trenes del salvajismo y, poco a poco, volverá todo lo demás. ¿Que no? La Liga de Fútbol ha caído en manos de Antonio Matarrese, un antiguo diputado democristiano que dirigió la Liga entre 1982 y 1987 y la Federación entre 1987 y 1996. Todo un clásico. Un tipo con experiencia suficiente como para afirmar que las matanzas en los estadios forman parte del sistema y no hay que hacer tantos aspavientos. La Federación, que tras el escándalo de la manipulación de resultados (hace una eternidad: ocurrió en 2006) fue confiada a un eminente jurista, Guido Rossi, y luego a un renovador como Luca Pancalli, celebrará elecciones el mes que viene. El candidato con más posibilidades se llama Giancarlo Abete y era vicepresidente de la Federación allá por 2006, cuando se coció el escándalo.

Esta semana se ha publicado un dato curioso: los italianos van más al teatro que al estadio. Los tifosi constituyen la gran mayoría del país, y quien más, quien menos, tiene el corazón entregado a unos colores balompédicos. Pero la gente no es tonta. En 2006, los teatros acogieron 13,5 millones de espectadores de pago. Los estadios, 12,7 millones. Influye la violencia en las gradas, sin duda. Lo esencial, sin embargo, debe ser la variedad: los teatros cambian de función de vez en cuando.

Enric González es autor de Historias del Calcio

sábado, marzo 17, 2007

SOBRE 'THE KOP', EL MITO HECHO GRADA

Extracto del interesante artículo "The Kop impulsa al Liverpool" publicado por Luis Martín en El País hace algunas semanas.


Anfield es algo más que un estadio de fútbol y la grada sur mucho más que un fondo desde el que ver jugar al Liverpool. Oficialmente, The Spion Kop o, simplemente, The Kop para la historia de la ciudad en particular y del fútbol en general, el gol donde no entró una mujer en casi cien años, representa los valores de un equipo singular y diferente como ninguno. The Kop representa una manera de entender el fútbol tanto para quienes crecieron allí como aficionados como para los futbolistas que conocieron los años de gloria de un lugar con capacidad para 20.000 espectadores de pie y en el que llegaron a entrar 37.000. Tras la remodelación de 1996, el aforo se redujo a 12.390, lo que significa que por cada asiento de ahora antes había tres hinchas. Aun así, ni ha perdido carisma ni capacidad para intimidar a los rivales y emocionar a los jugadores locales. (...)

The Kop sigue siendo especial pese a lo acontecido en 1987, cuando unos obreros que trabajaban reforzando las columnas descubrieron un agujero de unos seis metros bajo los cimientos que resultó ser una cloaca victoriana construida en 1860 que causó un derrumbamiento en el suelo, obligó a jugar los tres primeros partidos de la temporada lejos y, además, sentenció a muerte a la vieja grada, demolida ocho años mas tarde. Fue Ernest Edwards, editor del Liverpool Echo, el periódico local, quien bautizó la grada en 1906, cuando se interesó por las obras de su edificación y quedó tan impresionado por la perspectiva del lugar que le recordó la ladera de un monte, la colina Spion, de Suráfrica, escenario en enero de 1900 de una sangrienta batalla entre las tropas del batallón de fusileros de Lancashire y los Boers. El batallón fue aniquilado; 3.000 valientes de Liverpool nunca volvieron a Merseyside. Colina, en el idioma afrikaaner, es Kop y en su honor, en el honor de los miles de hijos de Liverpool que tiñieron de sangre roja y scouser aquella colina, Edwards llamó a esa grada The Spion Kop. (...)

"Sobre nosotros, el cielo", se lee en una pancarta de The Kop en alusión a los 30 años que se pasaron los tipos más rudos de Liverpool soportando la lluvia hasta que se cubrió la grada. En ningún otro sitio se rezan tantos Padrenuestro porque ninguna grada tiene tantos muertos que honrar. "La fuerza de la grada es tan brutal que a veces pensé que aspiraban el balón", afirmó el mítico Phil Neal, jugador de los 80. (...)

lunes, marzo 12, 2007

Historias del Calcio. AMANTINO


Lo de Mestalla, con su empate y su tangana, entraba dentro de lo predecible. El Valencia y el Inter jugaron con los dientes apretados y la yugular hinchada, a la argentina, y en esos casos puede escaparse el mordisco. La bronca final habría sido penosa, pero venial, de no enloquecer aquel muchacho del banquillo. Llegarán los castigos y se robustecerá, probablemente, la mutua antipatía. En cualquier caso, cuenta lo que cuenta. Y el avance del Valencia a cuartos no constituye una gran sorpresa. Tampoco el avance del renqueante Milan, cuya necesidad de prórroga ante el Celtic, como su derrota de ayer ante el Inter, da una idea bastante exacta de la realidad rojinegra.

Si un marciano hubiera bajado a la Tierra el martes, se hubiera abonado a todos los canales de pago y hubiera estudiado todos los encuentros europeos, habría llegado a la conclusión de que el Roma es el gran tapado de esta Liga de Campeones.

La gracia del Roma radica en un alma impredecible. Y esa gracia excéntrica se ajusta como una camiseta al cuerpo de Alessandro Faiolhe Amantino, conocido como Amantino Mancini. ¿Alguien se acuerda de Luis Silvio Danuello? ¿No? No, claro. El tal Danuello era un jugador aficionado en Brasil, adquirido casi a ciegas en 1980 por el Pistoiese, recién ascendido a la máxima categoría. Cuando llegó a Italia, le preguntaron si era delantero: "Sei una punta?". Danuello dijo que sí, que era "ponta", lo que en portugués significa centrocampista. Le colocaron de ariete, duró seis partidos y el Pistoiese bajó de nuevo a la B.

Pues bien, lo de Mancini es como lo de Danuello, pero al revés. Amantino Mancini llegó a Italia en 2002, adquirido por el Roma al Atlético Mineiro y cedido al Venezia. El Roma lo había fichado como recambio de Cafú porque en Brasil jugaba como lateral derecho, y el técnico veneciano, Gianfranco Bellotto, le mantuvo en esa posición. Fue un desastre.

La temporada siguiente, 2003-2004, Fabio Capello lo rescató para el Roma. Aún no había debutado y ya estaba en todos los chistes: los pronosticadores profesionales le señalaban como el fiasco del año. Capello le hizo jugar un poco más adelantado, como centrocampista externo, y el público empezó a dudar de que Amantino fuera tan malo como había parecido en Venecia. Entonces llegó el derbi con el Lazio y el gol mágico de Aamanti: córner y remate de tacón, al ángulo, en un salto indescriptiblemente bello. Los romanos, que, por razones de vecindad vaticana, tienen a Dios muy a mano (uno de sus gritos contra la afición adversaria es "Che Dio vi furmini", "Que Dios os fulmine" con acento local), bautizaron la jugada como "il tacco di Dio". Mancini empezó a tocar la gloria.

Luego hubo lesiones y complicaciones. Lo peor fue lo segundo: cuando se juega en el Roma, pelearse con Francesco Totti constituye una gran complicación. Mancini se peleó con el tótem. Por entonces, su traspaso al Juventus se daba por seguro. En éstas que llegó Luciano Spalletti al banquillo romano y prohibió la venta del hombre del tacón de oro. Spalletti forzó la reconciliación con Totti y adelantó un poco más la posición de Mancini. El brasileño que llegó a Italia como lateral derecho se transformó en extremo izquierdo.

Quien vio el gol de Amantino Mancini frente al Lyón (control de un balonazo larguísimo, cinco bicicletas en el área, adiós para siempre al defensa y zurdazo a la escuadra) tiene motivos para besar la calva de Spalletti y para amar el fútbol.

El Roma es capaz de jugar muy bien, como demostró el martes. Si juega siempre así, llega paseando a la final de Atenas. Pero el Roma, como Totti, como Mancini, sufre de vez en cuando ciclotimias agudas. Eso suele ser fatal en Liga de Campeones. La eliminatoria con el Manchester dará la medida romana. Si las cosas van mal, quedará al menos el gol de Mancini. Y se podrá hacer con él lo que recomendaba Trappatoni, con su involuntario surrealismo: "olvidarlo como un recuerdo bellísimo".

Enric González es autor de Historias del Calcio.

sábado, marzo 10, 2007

CALÍGULA por José Rodríguez de la Borbolla

Un último artículo para terminar esta semana de vergüenza.


Calígula fue uno de los personajes más monstruosos de la historia de la humanidad. Inició su mandato gozando del cariño de la plebe, aunque parece que llegó con trampa al ejercicio del poder (algunos dicen que fue él mismo el que mató a su tito Tiberio). Se dedicó, por una parte, a excitar el cariño del público por todos los medios que granjean la popularidad, mientras que, por otro lado, no mostraba respeto por nada ni por nadie. «Que me odien con tal que me teman», dice Suetonio que era una de sus frases favoritas.

Calígula dilapidó el tesoro público, apropiándose de todo en su propio beneficio; quiso que se ignorara toda la historia anterior a él mismo, pues «su envidiosa malignidad, su crueldad y su orgullo se extendían a todo el género humano y a todos los siglos», según expresa Suetonio; persiguió, vejó y ordenó eliminar a los romanos más nobles; nunca cuidó de su pudor ni del ajeno, pues carecía de principios y despreciaba los valores asentados en la sociedad; y, para conseguir riquezas, recurrió a todos los medios posibles, como la rapiña y el fraude. A tal nivel llegaba su desprecio por todo, su insaciabilidad y su prepotencia, que quiso hacer que su caballo favorito, Incitatus, accediera al consulado, la máxima magistratura de Roma.

A pesar de que era un loco, un criminal y un pervertido, había gentes que se lo permitían y se lo reían todo. Hasta que llegó un día en que algunos miembros de la guardia pretoriana, su entorno más próximo, decidieron que, para salvar a Roma y a los romanos, había que quitárselo de en medio. A partir de ahí, la cosa de los emperadores romanos fue mejorando poco a poco, hasta que llegamos a Trajano y Adriano, con quienes se llegó al Siglo de Oro del Imperio.

El otro día, cuando vi el busto de Lopera presidiendo el palco del Real Betis Balompié, me acordé de Calígula. Uno quería divinizar a su caballo y otro endiosa a su busto. En ambos casos, se expresa desprecio por todo y a todos. En ambos casos, con indignidad de los circunstantes. Desde entonces siento una infinita vergüenza propia. Los que puedan, tienen que hacer algo. El Betis está en peligro, a pesar de ganar en La Coruña. Con Calígula y a pesar de Calígula, los legionarios romanos seguían haciendo su trabajo, sobre todo si les pagaban.

¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde?

José Rodríguez de la Borbolla, ex presidente de la Junta de Andalucía

miércoles, marzo 07, 2007

UNA SEMANA DESPUÉS

Como bético expreso mi asco ante hechos como los ocurridos el pasado 28 de febrero en Heliópolis. Ante eso y ante el esperpento reiterado y los sainetes de baja estofa provocados por personajes disparatados, encabezados por ese ególatra, que amenaza con marcharse para nunca irse del Betis. Hablemos de Ruiz de Lopera, ese hombre.


Absolutamente nada justifica lo vivido en ese partido, y nadie más que los descerebrados que lanzan objetos (todos) deberían pagar las culpas, ya que no sólo se puede actuar cuando el bestia tiene puntería. Pero en esta tesitura parece necesario castigar cerrando el estadio, aunque paguemos todos, injustamente sí, pero no son posibles las excusas, aunque existan agravios comparativos, para que no se actúe de esa forma. No se puede justificar más. Ya está bien de dar cobijo a cualquier inmundicia humana capaz de apedrear la ambulancia en la que iba a ser trasladado el entrenador del Sevilla, e incluso desear su muerte, a base de gritos, en esos momentos de tensión, o en cualquier otro momento, por si es necesario aclararlo. Vergüenza, porque ante eso, entiendo, no puede sentirse otra cosa.


Y mucha vergüenza siento porque hace años, muchos años, debería haber desaparecido un personaje como Ruiz de Lopera, hoy manijero en la sombra, el sitio donde mejor se mueve. Donmanuel, cómo gusta que le llamen, individuo de catadura moral altamente reprochable que lo dirige todo, absolutamente todo, con un nivel intelectual rastrero, y no porque no maneje el castellano con precisión o porque tuviera poco de qué hablar con Kierkegaard, sino porque su discurso incoherente e irracional ofende al intelecto del que lo escucha. Tan lleno de maldad como de falta de sutileza, tan grosero que sólo puede provocar vergüenza ajena y, lo más triste, vergüenza propia para los béticos, porque desde el principio ha logrado mezclarlo todo, él es el Betis, el Betis es él. Y es que, lastimosamente, todo es suyo.

Persona perversa en esencia, que ha llevado un estilo de dictador cortijero y populista, que ha anclado y lastrado al club al más puro "estilo Lopera", y que nadie lo confunda con "estilo Betis" como ha intentado venenosamente hacer Del Nido, otro personaje más de la opereta. Donmanuel ha impuesto una especie de teocracia empresarial, con decisiones tomadas después de consultar a El Gran Poder, como él mismo confiesa, creador de un modelo arcaico en lo deportivo y lo social, fabulador de verdades imposibles y sin clase alguna, porque la clase no se compra ni con billetes ni, tampoco, con pagarés a 90 días.

Quizá este episodio, que nunca debería haber ocurrido, abra los ojos de aquellos que aún le agradecen y veneran por haber "salvado" al Betis en 1992, algo que el personaje recuerda un día sí y otro también por si alguien no se ha dado por enterado. Para Lopera la historia centenaria del Betis sólo tiene 15 años. Antes de él, la nada. Después de él, tierra quemada (¿?).


Posiblemente tras el 28F pocas cosas valgan para olvidar la ignominia del busto y de todo lo sucedido antes y después, pero es necesario conseguir que este hombre de misa diaria se retire para siempre. Tal vez ése sea el paso prioritario y, posiblemente, único para recuperar a tiempo algo de lo sentimental que aún nos pueda quedar del Betis.


(Tenía que soltarlo)


martes, marzo 06, 2007

EL BUSTO por Julio César Iglesias


Horas antes del partido Betis-Sevilla, un porteador se deslizó en el palco de autoridades con un bulto sospechoso. Pasó junto al retén de vigilantes, encajó una peana verde entre las dos primeras filas y dejó sobre ella lo que podría ser el envoltorio de la efigie de un procónsul con yelmo de gala. A la hora convenida descubrió el contenido del paquete: naturalmente, era el busto de Lopera rematado por ese precario tupé que le asoma por la frente como un boquerón.

Una cuarta por delante acomodaron luego a José María del Nido, presidente del equipo visitante, en lo que pretendía ser una represalia moral. Según dicen, Del Nido se negó a recibir el Trofeo del Centenario bajo la escultura que Lopera exhibe en honor de sí mismo junto a los demás trofeos del club, y ahora, toma castaña, se la ponían en el cogote para que le echara el aliento o, aún peor, para que al primer desplante le clavara la barbilla en esa cabeza suya alicatada hasta el techo.

A primera vista estábamos ante un nuevo acto del sainete en que los directivos locales habían vuelto a enredarse. Acreditaba sin duda el genuino estilo de don Manuel Ruiz de Lopera, el benemérito mecenas que, precedido de un largo historial de ditero y prestamista, se había enseñoreado del Betis. Lo poseía desde la bocana del túnel hasta los focos del estadio, al punto de inspirar la creación de cierta peña con un título definitivo, la peña Lo que diga don Manué.

Más allá de consideraciones oportunistas sobre la aparición de un nuevo señoritismo, Lopera llegó a representar en sus primeros años una parte de la mitología sevillana; parecía uno de esos héroes imperfectos que más tarde se transforman en material castizo o, por qué no, en una nueva figura de la hagiografía pagana. Al calor del Viva er Beti manque pierda, alguien se atrevió a compararlo con aquel Curro doliente y pensativo que sufrió varios años de depresión artística: si la profecía era cierta, a él, como al Faraón de Camas, también le bastaría con hacer el paseíllo despaciosamente para merecer la gloria. Algún día, en fin, quizá dirían de él, como dijeron de Curro, Quien no quiere a don Manué no quiere a su madre.

Pero, fuera de romances y romanceros, hay que decir toda la verdad. Hoy, Ruiz de Lopera forma parte del grupo de directivos que calientan el ambiente porque la egolatría es ciega o sencillamente porque les da la gana. Ignoran a propósito un peligro que conocemos bien: aunque las causas de la violencia urbana no quepan en medio folio, sabemos que alrededor de los equipos suelen esconderse, disfrazados de seguidores, treinta o cuarenta cafres dispuestos a disparar con cualquier excusa.

Por eso, estos convidados de bronce, nuevos mandones de opereta, merecen más que nunca nuestro reproche. Como el busto de la fábula, tienen cabeza, pero no tienen seso.

En realidad no tienen pies ni cabeza.

lunes, marzo 05, 2007

Historias del Calcio. EL BESO DE LA DESGRACIA AJENA

Estadio Filadelfia. Torino


Sería el colmo, pero cada domingo parece más posible: el Torino se arriesga a descender y cruzarse con el Juventus por el camino. Todo el esfuerzo realizado por el Toro para volver a la Serie A tenía un objetivo supremo, el de jugar de nuevo un derby turinés y ganarlo. Aunque sólo fuera una vez. Este año no puede ser porque la Vieja Señora purga sus corrupciones en la Serie B. En septiembre próximo, el Juventus estará, sin ninguna duda, de vuelta en la Serie A. Quien puede no estar es el Torino. Y el sueño del derby se habrá esfumado, al menos, por un año más.

La desgracia, es bien sabido, viste una camiseta grana. Desde la catástrofe de Superga (1949), cuando el mejor Torino de todos los tiempos desapareció en un accidente aéreo, una sombra persigue a los vecinos del Juventus. El caso de Gigi Meroni, la mariposa grana, el jugador emblemático que murió atropellado por un joven seguidor del Toro (para rizar el rizo, el muchacho que conducía llegó a ser presidente del club), es sólo la más tremenda en una lista de fatalidades.

Otro Gigi del Torino, jugador de banda como Meroni y como Meroni propenso a la vida loca, también recibió el beso de la desgracia grana. La trayectoria de Gigi Lentini es una parábola perfecta, en el sentido evangélico.

Lentini tenía 20 años cuando deslumbró a los aficionados del Toro. Ofrecía la magia del fantasista y la emoción del extremo. Parecía destinado a tocar el cielo. A nadie le extrañó que el Milan y el Juventus se pelearan por contratarle en una subasta que elevó su precio hasta los 65.000 millones de liras, unos 33,5 millones de euros. Era 1992 y Lentini, con sólo 23 años, se convirtió en el futbolista más caro de todos los tiempos. Se lo llevó el Milan de Silvio Berlusconi, que pagó una parte en dinero negro. El pastel se descubrió, pero no pasó nada: el sumario fue sobreseído años después. Sí pasó algo entre la gente grana, que se enfureció por el traspaso de su estrella. La sede del club sufrió un asalto por parte de un grupo de salvajes. La mayoría de los aficionados no asaltó nada y se limitó a irse a su casa con el corazón roto.

Lentini se instaló en pleno centro de Milán, en el barrio de la moda y las modelos, y se compró un Porsche Turbo. Al año siguiente, 1993, el Porsche de Gigi Lentini derrapó en una curva de una autopista piamontesa, dio varias vueltas de campana y se incendió. El futbolista fue rescatado en estado de coma y con el esqueleto quebrado por todas partes. Tardó meses en recuperarse, sufrió una pérdida parcial de memoria y Fabio Capello, entonces entrenador del Milan, prefirió no volver a contar con él. Capello se fue al Madrid, pero llegó Tabárez, quien tampoco contó con Lentini.

El que fue el jugador más caro de todos los tiempos se marchó al Atalanta (1996-1997) y regresó luego al Torino, donde jugó cuatro temporadas. Se reencontró con un Toro hundido en la miseria. Las falsificaciones contables que habían permitido camuflar parte de los ingresos de la venta del propio Lentini, la venta del histórico estadio Filadelfia y todo tipo de trapacerías financieras concluyeron en quiebra y refundación. El Torino era un equipo ascensor que pasaba más tiempo en la planta baja que en el ático de la Serie A. En 2001, con 31 años, Lentini pasó al modesto Cosenza.

En 2004 le llegó el momento de la retirada. Pero hizo algo insólito. Como si quisiera justificar por cantidad, ya que no había podido hacerlo por calidad, su gigantesco traspaso de 1992, Gigi Lentini fichó por el Canelli, un equipo de aficionados. Su ayuda y la de su amigo Fuser, otro semiretirado, llevó al Canelli a la Serie D, ya dentro de la categoría profesional. Lentini cobra 2.500 euros mensuales y mantiene una estrecha relación con la desgracia grana: recientemente, el ciclomotor que conducía se estrelló contra un coche sin otro daño para él que unos rasguños. Sigue jugando al fútbol.

Enric González es autor de Historias del Calcio