martes, febrero 26, 2008

LA GEOPOLÍTICA DEL FÚTBOL por Pascal Boniface


En el fútbol, la derrota nunca es definitiva, pero siempre es apasionada. Para los amantes de ese deporte, la FIFA (el organismo regulador del fútbol internacional) debería haber sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz hace mucho tiempo. Para otros, exasperados por el balompié y las emociones que despierta, el deporte ya no es un juego, sino un tipo de guerra que aviva los sentimientos nacionalistas más básicos.

¿Existe una relación entre el fútbol (y el deporte en general) y el espíritu de nacionalismo y militarismo? Durante la Edad Media, el deporte solía estar prohibido en Inglaterra, porque se practicaba a expensas del entrenamiento militar. Después de la derrota de Francia ante la Alemania de Bismarck en la guerra franco-prusiana, el barón Pierre de Coubertin (que volvió a lanzar los Juegos Olímpicos unas décadas más tarde) aconsejó una renovación del énfasis nacional en el deporte, que por entonces se entendía como una forma de preparación militar.
En un partido de fútbol, los rituales -las banderas ondeando, los himnos nacionales, los cantos colectivos- y el lenguaje que se emplea (el encuentro comienza con un "estallido de hostilidades", uno "bombardea" la portería, hace saltar por los aires la defensa y lanza un "misil") refuerzan la percepción de una guerra por otros medios. Y de hecho, han estallado guerras reales por el fútbol. En 1969, Honduras y El Salvador se enfrentaron tras un partido de clasificación para la Copa del Mundo.

Al parecer, los partidos de fútbol pueden revivir rivalidades nacionales y conjurar los fantasmas de guerras pasadas. Durante la final de la Copa de Asia, en 2004, que enfrentó a China y Japón, los seguidores chinos lucieron uniformes militares japoneses al estilo de los años treinta para expresar su hostilidad hacia el equipo nipón. Otros aficionados chinos blandían carteles con el número "300.000", una referencia a la cifra de chinos asesinados por el ejército japonés en 1937. Pero ¿de verdad podemos decir que el fútbol sea responsable de las malas relaciones diplomáticas actuales entre China y Japón? Por supuesto que no. La hostilidad en el terreno de juego apenas refleja las tensas relaciones existentes entre ambos países, que soportan el peso de una historia dolorosa. Al otro extremo del espectro, la dramática semifinal entre Francia y Alemania jugada en Sevilla en 1982 no tuvo efectos políticos, ni para las relaciones diplomáticas entre los dos países ni para las relaciones entre los dos pueblos. El antagonismo quedó confinado al estadio, y acabó cuando lo hizo el partido.

Lo que verdaderamente ofrece el fútbol es una zona residual de enfrentamiento que permite una expresión controlada de la animosidad y no afecta a los ámbitos más importantes de interacción entre los países. Francia y Alemania pronto tendrán un ejército común -ya utilizan la misma divisa-, pero la supervivencia de los equipos nacionales canaliza, dentro de un marco estrictamente limitado, la persistente rivalidad que existe entre los dos países.
El fútbol también puede ser una ocasión para los gestos positivos. En 2002, la organización conjunta de la Copa del Mundo por parte de Japón y Corea del Sur ayudó a acelerar la reconciliación bilateral. La actuación de los jugadores surcoreanos fue aplaudida incluso en Corea del Norte. De hecho, el deporte parece ser el mejor barómetro de las relaciones entre el dividido pueblo coreano.

Además, el fútbol, más que los discursos dilatados o las resoluciones internacionales, puede contribuir a inducir un avance hacia soluciones pacíficas para conflictos militares. Después de su clasificación para la Copa del Mundo Alemania 2006, el equipo nacional de Costa de Marfil, que incluía a jugadores del norte y el sur, se dirigió a todos sus compatriotas y pidió a las facciones enfrentadas que dejaran las armas y pusieran fin al conflicto que ha arrasado su país. Después de que el presidente de Haití Jean-Bertrand Aristide fuera derrocado hace unos años, el equipo de fútbol brasileño actuó como embajador para las fuerzas de paz de Naciones Unidas encabezadas por Brasil. Y cuando un conflicto toca a su fin, desde Kosovo hasta Kabul, el fútbol es el primer indicio de que una sociedad está volviendo a la normalidad.

El ex presidente de la FIFA João Havelange a menudo soñaba con un partido de fútbol entre israelíes y palestinos: el entonces vicepresidente de Estados Unidos Al Gore consideraba ese encuentro un medio para ayudar a Washington a resolver el conflicto palestino-israelí. Quizá algún día llegue a celebrarse. Sin duda, el partido de fútbol entre Irán y Estados Unidos de 1998 ofreció un momento de fraternización entre ambos equipos. Otro encuentro entre esos dos países podría ser útil en estos momentos difíciles.

El fútbol es útil porque permite enfrentamientos simbólicamente limitados y sin grandes riesgos políticos. Su impacto en la opinión pública nacional e internacional es amplio, pero no profundo. Como dijo el sociólogo Norbert Elias: "Los espectadores de un partido de fútbol pueden disfrutar de la emoción mítica de las batallas que se libran en el estadio, y saben que ninguno de los jugadores sufrirá daño alguno".Como en la vida real, los aficionados pueden estar divididos entre sus esperanzas de victoria y el temor a una derrota. Pero en el fútbol, la eliminación de un adversario es siempre temporal. Siempre es posible un partido de vuelta. Como francés, espero con impaciencia el encuentro entre Francia y Alemania en la próxima Copa del Mundo. Pero quiero que Francia se vengue por su derrota en la última Copa del Mundo en Sevilla, y no por su derrota en Verdún.

Pascal Boniface es director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS) de París. Su libro más reciente es 'Football et Mondialisation'.

UNA PUNTUALIZACIÓN

Gracias al "sabueso" Nuevededos, debo apuntar que el anterior artículo, Catedrales del Siglo XXI, fue publicado por Fernando Castro Flórez en el suplemento cultural ABCD del diario ABC el 2 de septiembre de 2006. Dicho queda.

jueves, febrero 21, 2008

CATEDRALES DEL SIGLO XXI

Encontré este artículo por casualidad en una página mexicana de arquitectura, lamento no poder decir quien es el autor, por más que he rebuscado no he podido encontrar el nombre. Me recuerda, en cierta forma, a aquel de Santiago Segurola en El País que ya se colgó en este blog en las previas de la Copa del Mundo Alemania 2006. Gracias a este artículo he descubierto el libro de Gumbrecht ‘Elogio de la belleza atlética’, a ver que tal está.


Allianz Arena (Munich). Herzog y De Meuron

En las últimas páginas de su Elogio de la belleza atlética, Hans Ulrich Gumbrecht se pregunta: -¿Cómo puede ser que los estadios vacíos me atraigan tanto, si no son más que un dispositivo para permitir la experiencia de volverse parte de la multitud, un dispositivo que no es nada sin la presencia móvil de un evento atlético?-. Esos inmensos espacios, heterotópicos -valga la referencia foucaultiana-, sólo son utilizados de cuando en cuando, exhibiendo casi de forma obscena su falta de función. También yo he sentido esa atracción fantasmal del estadio, sea por la atmósfera melancólica del Centenario en Montevideo, o por la pena que me produce el acoso taladrador al que está sometido el Calderón. Cerca del asimétrico campo del Chelsea o en las gradas del Olímpico de Atenas me han dado unas ganas locas de jugar o correr, comportamientos extremistas a los que pude resistirme. No es inusual que los fines de semana lleguen hasta la ventana de mi casa el rumor inmenso, los jadeos, el crujir de dientes, las explosiones de felicidad o el silencio de la derrota futbolera; incluso veo pasar junto a ese campo de batalla que antaño fue el parque de la Arganzuela a una marea humana, resto de las antiguas pasiones peregrinas, dispuesta a acompañar a sus colores incluso al hoyo de segunda división. Conozco el magnetismo brutal de los estadios de fútbol, que son las catedrales contemporáneas, dado que allí se celebra una auténtica liturgia.

Insularidad autocentrada.

Desde el Coliseo romano hasta nuestros días, el estadio subraya su carácter de insularidad autocentrada. El Allianz Arena, de Herzog y De Meuron en Múnich, es el estadio emblemático de comienzos del siglo XXI. Con su forma de globo a medio hinchar, impulsa a la imaginación frenética hasta el dominio de las ufología. Tal vez se trata de un sistema de transporte simbólico intergaláctico [aunque, como sabemos, esta palabra se ha puesto en cuarentena por causa del vía crucis madridista] o de una burbuja hiper-tecnológica que nos acuna y redime de las miserias cotidianas. Si el estadio municipal de Braga de Soto Moura es un ejemplo de delicadeza, la Peineta de Ortiz y Cruz convierte al espectador en una hormiga que está a distancia de lo que importa. Eduardo Arroyo, uno de los arquitectos españoles más lúcidos, ha propuesto en el estadio de Lasesarre del Baracaldo C.F. una interpenetración del campo y las gradas que incide en la necesaria implicación de esa multitud que, en todos los sentidos, juega. Por su parte, Calatrava, tan dado a la megalomanía, ha introducido una suerte de goticismo higienizante en sus estadios, que, como sucedió en el escenario que diseñó para la final del último mundial de fútbol en Berlín, tienen algo de arabesco o firma autocomplaciente.

Ética y estética.

Muntadas ha sido uno de los artistas que más se ha interesado por la ética y estética del estadio. En su impresionante instalación Stadium [1989] disponía un área elíptica impenetrable, delimitada por columnas, en la que se proyectaba un vídeo de multitudes en estos espacios, mientras en las zonas exteriores funcionaban cuatro proyecciones de diapositivas que trataban los temas de la arquitectura, el mobiliario, los símbolos y las actividades de los mismos. Se trataba de una recreación y, a la par, una deconstrucción del código simbólico-arquitectónico del estadio como sitio en el que pueden realizarse competiciones deportivas pero también conciertos, actos políticos o ceremonias religiosas. Con todo, aunque el estadio sea un medio de masas, la performance que le corresponde es el del agonismo deportivo, dando la sensación de que todo lo demás que allí se realiza tiene que ver, más que nada, con la capacidad. Esos espacios descomunales tienen que estar necesariamente llenos; en caso contrario, se extenderá un reguero desasosegante [lo sabemos por los llamados partidos a puerta cerrada], y comenzarán a escucharse los gritos angustiosos de los entrenadores y los exabruptos de los jugadores, que encontrarán el eco del vacío. Si en el Coliseo romano entraban más de 50.000 personas, en el estadio de la primera de las Olimpiadas modernas, en Atenas, en 1896, podían instalarse 70.000 espectadores, y, en Maracaná, el santuario del fútbol brasileño, pueden sudar juntos casi 200.000.

También en éste. Conviene tener presente que nunca antes de las primeras décadas del siglo XX los juegos con balón habían tenido una popularidad comparable a la que tienen hoy. El fútbol es el espectáculo del siglo pasado, y seguirá siéndolo de éste. A pesar de que el llamado juego bonito es como el arte -según Hegel-, cosa del pasado, las multitudes seguirán haciendo cola en las taquillas y entrando por los neo-vomitorios al circo del fútbol contemporáneo. Algunos historiadores han sostenido que en los días calurosos se esparcían perfumes en el Coliseo; en el estadio futbolero el drama y el aroma es otro, aunque no hay menos ansiedad y placer en la mirada que sigue el lento vuelo del penalti a lo Panenka de Zidane que en la espada que acaba con el desventurado enemigo. Hoy, señala Gumbrecht, parece que hemos olvidado de que ser parte de una multitud puede producir sentimiento de una felicidad que todo lo abarca. Ser parte de la multitud puede ser entendido como clímax dionisiaco.

Los estadios son el lugar donde se cumple el deseo primitivo de estar juntos, sea por la razón que sea. Si los italianos convierten los campos de fútbol con sus banderas en espacios neomedievales, y un estadio como el del Real Madrid parece un búnker desproporcionado, los ingleses prefieren la modestia arquitectónica, acaso porque piensan que el edificio que mejor acoge ese deporte es el canto de los aficionados. No hay arquitectura comparable a lo que crece hasta el cielo cuando se escucha You’ll Never Walk Alone. Los que visten la misma camiseta en las gradas son el Estadio; sus voces al unísono prometen lo sublime: compañía para siempre, camaradería, una palabra infrecuente.

sábado, febrero 16, 2008

VISCA FRANK por Julio César Iglesias

En la última temporada y media no dejo de escuchar palos para Rijkaard. Yo desde aquí me declaro partidario y admirador, sobre todo ahora que no son sus mejores momentos. Consiguió desde la más absoluta normalidad montar una maquinaria tan perfecta que era difícil imaginar un equipo que jugase mejor al fútbol que su Barça, y, aunque esos días hayan pasado, yo me sigo quedando con su imagen insuperable, de persona educada, respetuosa siempre, elegante, "cool", preparado, sin que la situación lo sobrepase nunca. Pues nada, por eso y porque me apetece, cuelgo de nuevo este artículo de hace ya varias temporadas pero que retrata a la perfección como veo yo a este tipo tan peculiar

Nota: Y no faltará quien, cuando se habla de su elegancia, recuerde aquel salibazo que le propinó a Ruddy Voeller en el Campeonato del Mundo Italia 90, y, claro, lo cortés no quita valiente


Justo antes del partido Madrid-Barcelona (10/04/05), quizá el mejor de la temporada minuto por minuto, Frank Rijkaard, con la cara embozada entre las manos, miraba fijamente la boca del túnel de vestuarios. De pronto el graderío empezó a zumbar como una central eléctrica y apareció en escena Vanderlei Luxemburgo enfundado en su inseparable gabardina oscura. Aunque aquél era un mal momento para la cortesía, Frank se le acercó en una estudiada secuencia de movimientos, le dio un abrazo y le hizo una de esas confidencias que sólo pueden entender los cómplices. Luego recuperó su aire sombrío y volvió a su concha de apuntador.
Aquel brasileño de facciones duras le había inspirado siempre un sentimiento reverencial. En las canteras del norte de Europa, con sus códigos inflexibles y sus horarios de factoría, los emisarios del exótico Brasil tenían la reputación de ejemplares únicos: eran la mutación que cabe esperar de tanta diversidad genética y tanta presión ambiental. Visto de cerca, Vanderlei personificaba mejor que nunca al pionero curtido en la abigarrada selva de las canchas del trópico. Allí estaba ahora, con sus pómulos de garimpeiro quemados por la taquicardia, hurgando en el fondo del bolsillo o en el teclado de un transmisor. Qué noche tan cargada y qué tipo tan particular.
Frank volvió al sillón azul de su puente de mando sin darse cuenta de que pertenecía a la misma estirpe. Años antes llegaba a la Selección holandesa y al Milan infiltrado entre Ruud Gullit y Marco Van Basten, dos de los futbolistas más grandes de la época. Perdido en tierra de nadie, a mitad de camino entre aquel antílope rubio que jugaba en una burbuja y su imponente amigo de pelo ensortijado, un extraño purasangre con bigote, debía interpretar un papel auxiliar. Carecía de la ingravidez del primero y de la exuberancia del segundo, así que, atrapado en un estilo seco, casi alemán, se convertiría en la versión mestiza del hermano pobre. Sin embargo aprendió a nadar contracorriente y alcanzó una sólida consideración profesional; la de uno de esos cartógrafos del fútbol que tienen cada metro y cada instante en la cabeza. Compañero leal en todos los supuestos y posiciones, terminó siendo, sencillamente, el más valioso subalterno del mundo: el color que le faltaba al cuadro.

Hoy, en el banquillo, se ha erigido en conservador de la escuela holandesa. Predica el toque, el aprovechamiento de espacios y el movilidad unánime que la crítica llamó fútbol total.

Es, como en su etapa de jugador, una figura compatible con todos los sonidos, aromas y matices del juego. La suma imposible de un general, un asistente y un amigo.

lunes, febrero 11, 2008

TRIBUTE

Hasta las bufandas retrocedieron 50 años. Ejemplar

viernes, febrero 08, 2008

LA TRAGEDIA QUE MARCÓ LA HISTORIA por Simon Mullock

El miércoles 6 de febrero se cumplieron 50 años del accidente de avión en Múnich que costó la vida a ocho jugadores del Manchester United y rompió aquel mítico equipo de los Busby Boys, los chicos de Matt Busby, el técnico que sobrevivió y construyó otro United que conquistó la Copa de Europa en 1968. El Manchester honra a sus héroes, y el próximo domingo los diablos rojos se vestirán como hace 50 años. Los números del 1 al 11, la camisa clásica roja, los pantalones blancos y las medias negras, con el cuello en forma de v . Les espera el rival de la ciudad, el Manchester City, en Old Trafford. Será la misma equipación que llevaban en Belgrado un día antes de la tragedia, la equipación que dará gloria eterna a los diablos mancunianos.

"Glory, glory, Man United"



Se calcula que hay 330 millones de hinchas del Manchester United. Es decir, que uno de cada 20 habitantes del mundo es un diablo rojo.En muchos aficionados, el origen de su pasión se remonta al 6 de febrero de 1958. Porque, aunque ése fue el día en que murió un gran equipo, de las cenizas de un avión estrellado surgió un fenómeno que trasciende el fútbol. El ascenso del Manchester United hasta su fama como club más popular del planeta se inició en el instante en que, en la pista del aeropuerto de Múnich-Riem, bloqueada por el hielo, ese avión Ambassador se convirtió en una tumba para 23 de los 44 pasajeros que llevaba a bordo. El dolor no se limitó a Manchester. Cuando se pregunta a muchos aficionados por qué animan al United si no tienen ningún vínculo con la ciudad, a menudo responden que sus abuelos, padres o tíos se hicieron del equipo a raíz de la tragedia de Múnich.

"Algunos se preguntaban si el Manchester United seguiría existiendo después de Múnich, pero el club se recuperó y la tragedia es la parte más importante de su historia", relata sir Bobby Charlton, que se subió al avión siendo un chaval de 20 años y escapó de los restos para convertirse en una leyenda; "sé que un montón de gente empezó a apoyar al United después del accidente. La pena que causó fue tremenda porque los jugadores que murieron eran realmente unos niños". Charlton fue uno de los nueve jugadores que sobrevivió al accidente. Sólo cinco de ellos viven todavía.

Se trata de Charlton, Bill Foulkes, Albert Scanlon y Kenny Morgans, además de Harry Gregg, que ha vendido su historia en exclusiva a un periódico inglés. Gregg, un irlandés sin pelos en la lengua que ayudó a rescatar a una pasajera y a su hija pequeña del avión siniestrado, está resentido con el Manchester por la forma en que el club trató a algunos de los supervivientes. Sólo Gregg, Charlton, Foulkes y Dennis Viollet volvieron a jugar con regularidad para el United tras la tragedia. Morgans, Scanlon y el portero suplente, Ray Wood, se fueron para fichar por equipos de menor categoría mientras que Johnny Berry y Jackie Blanchflower hubieron de retirarse por las heridas sufridas. Medio siglo después, las cicatrices psicológicas siguen abiertas. A medida que la fecha se aproxima, Foulkes ha desarrollado una fobia a volar. "Después del accidente, no tenía problemas para viajar en avión", cuenta un defensa central que en la época de Múnich era jugador del United a tiempo parcial y tenía que trabajar en una mina de carbón para ganarse un dinero extra, "pero hace unos diez meses, de repente, me aterrorizaba volar".

Blanchflower y Berry no volvieron a jugar a causa de las heridas. Al cabo de unos meses, les notificaron que debían abandonar sus casas, que eran propiedad del club, para que los jugadores que fueron fichados después de la tragedia tuvieran un sitio donde vivir. Algunos de los supervivientes pasaron apuros económicos, si bien hasta agosto de 1999 no se celebró un partido para recaudar dinero para las víctimas del accidente y sus familias. Eric Cantona, ex delantero del United, organizó un equipo de jugadores de talla mundial para enfrentarse al equipo inglés, pero los gastos de su participación ascendieron a 133.000 euros.

Esta semana el mundo del fútbol tiene la obligación de presentar sus respetos a los que perecieron hace 50 años. El miércoles por la tarde se celebrará un funeral en Old Trafford y, cuando Inglaterra juegue contra Suiza esa misma noche en Wembley, los futbolistas llevarán brazaletes negros en señal de respeto, dado que muchos de los jugadores que murieron eran internacionales.

Habrá un nuevo tributo el domingo en Old Trafford en el encuentro ante el Manchester City. Y hay cierto temor a que algunos hinchas del City no respeten la ocasión por la animadversión entre ambas aficiones. El City solicitó un minuto de ovación en vez de un minuto de silencio, pero la petición fue rechazada por el United, que, con razón, cree que no sería un homenaje digno.
Matt Busby, que recibió la extremaunción dos veces en el hospital de Múnich antes de recuperarse y construir el gran equipo de Best, Law y Charlton en memoria de sus Babes perdidos, fue jugador del City y ayudó al club a ganar la Copa de la Asociación Inglesa de Fútbol en 1934. Además, uno de los compañeros de equipo de Busby en esa época en el City fue Frank Swift, al que algunos califican como el mejor portero de la historia de Inglaterra, que se hizo periodista cuando se retiró y fue uno de los ocho reporteros que murieron en Múnich.

Busby murió en 1994 -unos meses después de ver al Manchester United ganar el título inglés por primera vez en 26 años- , pero el 26 de mayo de 1999, cuando ese gran hombre habría celebrado su 90º cumpleaños, el United conquistó la Liga de Campeones tras derrotar al Bayern Múnich en Barcelona con dos goles mágicos en el minuto 90.

Simon Mullock es redactor del Sunday Mirror

domingo, febrero 03, 2008

'SAUDADE' DE GARRINCHA por Cayetano Ros

Hace días se publicó este artículo en El País y como el personaje es sagrado para este sitio hoy lo cuelgo, porque sí.


Nadie quiso o pudo ayudar al futbolista más querido de Brasil, que murió solo, pobre y alcoholizado a los 49 años. Ayer se cumplió un cuarto de siglo de su fallecimiento y su tumba, en el cementerio de Raiz da Serra, a 50 kilómetros de Río, sigue tan abandonada como entonces. El túmulo recibe pocas visitas. La última, el 2 de noviembre. Alguien dejó flores, lloró y se fue. Su hermana Rosa, de 82 años, la que le puso el apodo de Garrincha (un pájaro feo y veloz de la selva del Mato Grosso), se niega a que trasladen los restos a un mausoleo que mandó construir el alcalde de Pau Grande, localidad de 8.000 habitantes que le ha dedicado escuelas, un estadio y varios bares. Su nieto Rafael se prepara para una prueba en el Botafogo, el club del abuelo.

"Le gustaba la cerveza y el aguardiente, pero odiaba ser elogiado", dice su primer técnico
Al sugerirle que se moderase, replicaba: "Yo no vivo la vida, la vida me vive a mí"
"Hay un sentimiento nacional de culpa. Él nunca abandonó sus raíces populares. Fue explotado por el fútbol y se convirtió en el símbolo de la mayoría de los brasileños, que también son explotados", explicó el antropólogo José Sergio. "Dentro de 400 años, cuando se hable de fútbol, se hablará de Garrincha", sentenció João Saldanha, el seleccionador que llevó a Brasil al Mundial de México 70. "Le gustaba la cerveza y el aguardiente, pero odiaba ser elogiado", remachó esta semana su primer entrenador en el Esporte Clube de Pau Grande, Seu Toti, de 85 años.
Su pierna izquierda era seis centímetros más corta que la derecha y estaba flexionada hacia la derecha. Además, Manuel Francisco dos Santos, Mané, fue adicto al tabaco desde los 10 años. Garrincha, sin embargo, nunca fue un débil mental como lo caricaturizaron, sino un hombre a la deriva azotado por la depresión y la bebida. A menudo le sugirieron que se moderara, a lo que contestó: "Yo no vivo la vida, la vida me vive a mí".

Mané se casó tres veces y tuvo 14 hijos reconocidos. Ocho hijas de su primer matrimonio con Nair; uno de Elsa Soares (Garrinchinha, fallecido en accidente de tráfico); dos con Iraci; otro con Vanderleia; otro en Suecia (Ulf Linberg, fruto de un romance en la Copa del Mundo de 1958), y Rosangela, reconocida por una prueba de ADN. Aunque su alma gemela fue Elsa Soares, una leyenda de la samba que había cantado con Louis Armstrong. Su relación, que duró 15 años, coincidió con sus demandas de más salario al Botafogo, lo que fue aprovechado por los radicales para hostigar a la pareja, que se trasladó a Italia.

Garrincha pasó la infancia cazando, pescando, haciendo el amor y jugando al fútbol. Tenía, dice el escritor Eduardo Galeano, un talento intuitivo para todo. A los 14 años trabajaba en una fábrica textil. Y pensaba que el fútbol no hay que tomarlo seriamente. Cuando Brasil se sumió en el drama del Maracanazo (la derrota ante Uruguay en la final del Mundial de 1950), prefirió irse de pesca antes de oír el partido por la radio. Fue a probar displicentemente en los clubes de Río. El Vasco lo rechazó por no traerse las botas. Del Fluminense se marchó antes de terminar la sesión para pillar el último tren. Y, ya con 19 años, probó en el Botafogo y se quedó: 609 partidos y 252 goles.

"Maestro, ¿hoy es la final?", le preguntó al seleccionador, Aymore Moreira, antes de la del Mundial de Chile 62. "Ah, con razón hay tanta gente", respondió Garrincha antes de vencer a Checoslovaquia (3-1). Tal era su desapego de la solemnidad del fútbol que, tras el partido, se rezagó y recibió la embestida de un reportero: "Por favor, dos palabras para este micrófono". El hombre al que aplaudía el mundo se detuvo y replicó: "¿Dos palabras? Adiós, micrófono".
Participó en tres Copas del Mundo: Suecia 58, Chile 62 e Inglaterra 66. Ganó las dos primeras. En Suecia compartió una delantera sublime con Didí, Vavá, Pelé y Zagallo. Disputó 60 partidos con Brasil, de los que ganó 52, empató siete y perdió uno: contra Hungría (3-1) en Inglaterra 66. Marcó 17 goles. Se situaba en el extremo derecho y repetía la misma jugada. Amagaba para un lado y otro, salía disparado y se frenaba en seco, simplemente para salir disparado hacia otro lugar. Enseñó a reír a los aficionados.

No disputó los dos primeros partidos del Mundial de Suecia 58. Ni tampoco Pelé. Brasil había llegado todavía bajo el síndrome del Maracanazo. La confederación brasileña llevó médicos, preparadores físicos y psicólogos. Y todos coincidían: "Garrincha no está preparado". Sólo la intervención de sus compañeros ante el seleccionador, Vicente Feola, permitió que debutaran ante la Unión Soviética. Era la época del Sputnik y del acercamiento científico de los soviéticos en la guerra fría. Feola los temía. Pero entre Garrincha y Pelé los pulverizaron. Su compadre Nilton Santos lo recuerda así: "Los soviéticos nos marcaban al hombre, pero, de repente, comenzaron a amontonar gente en el lado izquierdo de su defensa". Fue el inicio de una era gloriosa para Brasil, que batió a Suecia en la final (5-2). Cuatro años después, la canarinha llevó casi el mismo equipo a Chile 62. Pelé se lesionó en el segundo partido y Garrincha tuvo un ascendente sólo comparable al de Maradona en México 86.

Pelé y Garrincha fueron dos personalidades opuestas. No hubo un futbolista más amateur en su espíritu que Garrincha. Ni nadie más profesional que Pelé. Garrincha fue incorregible y se peleó con el establishment. Pelé llegó a ser el establishment.

Aficionado a las brincadeiras (bromas), apostador infatigable, bebedor hasta la muerte, Elsa trató sin éxito de controlarlo. "Fue perspicaz, pero jamás tuvo liderazgo", lo define Gerson Soares, productor de cine e hijo de Elsa, "pero tenía tanta confianza en sí mismo que no sabía ni los nombres de los adversarios". "Era un hombre tan despierto", agrega su hijastro, "que, en una excursión con el Botafogo a Europa, en 1955, tomaba cubatas en las barbas del severo entrenador, Zezé Moreyra. ¿Cómo? Añadiendo ron en la garrafa de Coca Cola que tomaba una tras otra en el lujoso transatlántico Conte Grande".

Soares cuenta hilarantes anécdotas sobre él. A Casado, un camarero del Botafogo al que no se le había caído una bandeja en 25 años, Garrincha se empeñó en que sufriera una primera vez. Apostó con sus compañeros a que lo lograría. Lo agarró por detrás gritándole que quería hacer el amor con él. Pero Casado resistió: no se le cayó la bandeja.

Mané jugó desde 1953 hasta 1972. Hasta los 29 años fue indestructible ante el alcohol, la cortisona y las patadas. Pero se operó de los dos meniscos y todo acabó. Dos agentes bancarios fueron a su casa en Pau Grande y encontraron dinero pudriéndose en los armarios. El Botafogo también se aprovechó de él pagándole menos de lo que merecía. "Garrincha murió de su propia muerte: pobre, borracho y solo", sentenció Galeano.