Allianz Arena (Munich). Herzog y De Meuron
En las últimas páginas de su Elogio de la belleza atlética, Hans Ulrich Gumbrecht se pregunta: -¿Cómo puede ser que los estadios vacíos me atraigan tanto, si no son más que un dispositivo para permitir la experiencia de volverse parte de la multitud, un dispositivo que no es nada sin la presencia móvil de un evento atlético?-. Esos inmensos espacios, heterotópicos -valga la referencia foucaultiana-, sólo son utilizados de cuando en cuando, exhibiendo casi de forma obscena su falta de función. También yo he sentido esa atracción fantasmal del estadio, sea por la atmósfera melancólica del Centenario en Montevideo, o por la pena que me produce el acoso taladrador al que está sometido el Calderón. Cerca del asimétrico campo del Chelsea o en las gradas del Olímpico de Atenas me han dado unas ganas locas de jugar o correr, comportamientos extremistas a los que pude resistirme. No es inusual que los fines de semana lleguen hasta la ventana de mi casa el rumor inmenso, los jadeos, el crujir de dientes, las explosiones de felicidad o el silencio de la derrota futbolera; incluso veo pasar junto a ese campo de batalla que antaño fue el parque de la Arganzuela a una marea humana, resto de las antiguas pasiones peregrinas, dispuesta a acompañar a sus colores incluso al hoyo de segunda división. Conozco el magnetismo brutal de los estadios de fútbol, que son las catedrales contemporáneas, dado que allí se celebra una auténtica liturgia.
Insularidad autocentrada.
Desde el Coliseo romano hasta nuestros días, el estadio subraya su carácter de insularidad autocentrada. El Allianz Arena, de Herzog y De Meuron en Múnich, es el estadio emblemático de comienzos del siglo XXI. Con su forma de globo a medio hinchar, impulsa a la imaginación frenética hasta el dominio de las ufología. Tal vez se trata de un sistema de transporte simbólico intergaláctico [aunque, como sabemos, esta palabra se ha puesto en cuarentena por causa del vía crucis madridista] o de una burbuja hiper-tecnológica que nos acuna y redime de las miserias cotidianas. Si el estadio municipal de Braga de Soto Moura es un ejemplo de delicadeza, la Peineta de Ortiz y Cruz convierte al espectador en una hormiga que está a distancia de lo que importa. Eduardo Arroyo, uno de los arquitectos españoles más lúcidos, ha propuesto en el estadio de Lasesarre del Baracaldo C.F. una interpenetración del campo y las gradas que incide en la necesaria implicación de esa multitud que, en todos los sentidos, juega. Por su parte, Calatrava, tan dado a la megalomanía, ha introducido una suerte de goticismo higienizante en sus estadios, que, como sucedió en el escenario que diseñó para la final del último mundial de fútbol en Berlín, tienen algo de arabesco o firma autocomplaciente.
Ética y estética.
Muntadas ha sido uno de los artistas que más se ha interesado por la ética y estética del estadio. En su impresionante instalación Stadium [1989] disponía un área elíptica impenetrable, delimitada por columnas, en la que se proyectaba un vídeo de multitudes en estos espacios, mientras en las zonas exteriores funcionaban cuatro proyecciones de diapositivas que trataban los temas de la arquitectura, el mobiliario, los símbolos y las actividades de los mismos. Se trataba de una recreación y, a la par, una deconstrucción del código simbólico-arquitectónico del estadio como sitio en el que pueden realizarse competiciones deportivas pero también conciertos, actos políticos o ceremonias religiosas. Con todo, aunque el estadio sea un medio de masas, la performance que le corresponde es el del agonismo deportivo, dando la sensación de que todo lo demás que allí se realiza tiene que ver, más que nada, con la capacidad. Esos espacios descomunales tienen que estar necesariamente llenos; en caso contrario, se extenderá un reguero desasosegante [lo sabemos por los llamados partidos a puerta cerrada], y comenzarán a escucharse los gritos angustiosos de los entrenadores y los exabruptos de los jugadores, que encontrarán el eco del vacío. Si en el Coliseo romano entraban más de 50.000 personas, en el estadio de la primera de las Olimpiadas modernas, en Atenas, en 1896, podían instalarse 70.000 espectadores, y, en Maracaná, el santuario del fútbol brasileño, pueden sudar juntos casi 200.000.
También en éste. Conviene tener presente que nunca antes de las primeras décadas del siglo XX los juegos con balón habían tenido una popularidad comparable a la que tienen hoy. El fútbol es el espectáculo del siglo pasado, y seguirá siéndolo de éste. A pesar de que el llamado juego bonito es como el arte -según Hegel-, cosa del pasado, las multitudes seguirán haciendo cola en las taquillas y entrando por los neo-vomitorios al circo del fútbol contemporáneo. Algunos historiadores han sostenido que en los días calurosos se esparcían perfumes en el Coliseo; en el estadio futbolero el drama y el aroma es otro, aunque no hay menos ansiedad y placer en la mirada que sigue el lento vuelo del penalti a lo Panenka de Zidane que en la espada que acaba con el desventurado enemigo. Hoy, señala Gumbrecht, parece que hemos olvidado de que ser parte de una multitud puede producir sentimiento de una felicidad que todo lo abarca. Ser parte de la multitud puede ser entendido como clímax dionisiaco.
Los estadios son el lugar donde se cumple el deseo primitivo de estar juntos, sea por la razón que sea. Si los italianos convierten los campos de fútbol con sus banderas en espacios neomedievales, y un estadio como el del Real Madrid parece un búnker desproporcionado, los ingleses prefieren la modestia arquitectónica, acaso porque piensan que el edificio que mejor acoge ese deporte es el canto de los aficionados. No hay arquitectura comparable a lo que crece hasta el cielo cuando se escucha You’ll Never Walk Alone. Los que visten la misma camiseta en las gradas son el Estadio; sus voces al unísono prometen lo sublime: compañía para siempre, camaradería, una palabra infrecuente.
6 comentarios:
El nuevo Camp Nou, valga la redundancia, de Norman Foster me parece una auténtica pasada. No puedo estar más de acuerdo con el título del artículo.
me alegro haber encontrado este oásis de fútbol puro...
No sabes como disfruto leyendo a estos monstruos...
Gracias por rescatar textos como éste. Son una verdadera medicina en los tiempos que corren... Un beso.
he sido mejor sabueso que usted, mi amigo...
di con el autor:
se llama Fernando Castro Flórez y el articulo se publicó originalmente en el suplemento cultural ABCD del diario ABC el 2 de septiembre de 2006 (número 761)...
un saludo, siempre es refrescante visitar este rincón
Es el mejor blog especializado que jamás he visitado, aunque su contenido no esté escrito para el mismo. No he podido acabar con todos los artículos, pero agradezco la existencia de este sitio. ¡Nunca lo dejen!
¡Saludos desde México!
El blog me gusta mucho pero no es tan bueno que ya no habla mucho del calcio.
(Disculpa mi espagnol)
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