jueves, septiembre 29, 2005

EL BEREBER Y LA GLOBALIZACIÓN (MUNDIAL 2002) por Manuel Vázquez Montalbán

La noticia de que Zidane está lesionado desestabiliza un Campeonato del Mundo de fútbol que repite en Corea y Japón el intento de globalización que representó el Mundial de Estados Unidos.

Religión civil de diseño, hegemónica en América Latina y en Europa, el fútbol puede extenderse por África y Asia y quedar merodeante en torno del núcleo del Imperio, poco más o menos como estaba el cristianismo con respecto a Roma en tiempos de Constantino.

Que de un bereber dependa la esperanza de juego de una competición desarrollada en Corea y Japón demuestra lo importante que fue, en su día, la vuelta al mundo de Magallanes y en la actualidad las declaraciones de Johan Cruyff recogidas en la red.

Ha sido Cruyff quien ha señalado a Owen, Aimar y Raúl como los tres solistas del Mundial, en unos tiempos en que escasean los dioses indiscutibles, renqueante Rivaldo y con rodillas de cupletista fina el gigantón Ronaldo.

A priori, el éxito del acontecimiento depende del deambular estratégico de Zidane, de la inspiración perversa de Raúl o Aimar y de las ráfagas de creatividad y velocidad de Owen, pero seguro que otras figuras conquistarán en Japón y Corea un lugar en el mercado de los próximos cuatro años.

De eso se trata. Como toda religión de diseño, el fútbol es cuestión de marketing: las reliquias abarcan un impresionante y variadísimo muestrario de meniscos vírgenes y mártires y el fetichismo implica a una selecta gama de empresas dedicadas al vestuario de los jugadores, como si fueran productoras de sábanas santas y apósitos reconsagrados, esas evanecescencias con las que las religiones han dado una dimensión textil complementaria de su mayor o menor talento sadomasoquista.

Juegue o no juegue Zidane en plenitud de condiciones, la globalización seguirá pendiente de la posición norteamericana, que, de momento, no ha incluido el Campeonato del Mundo de 2002 dentro de los objetivos de la libertad duradera.

Manuel Vázquez Montalbán, escritor

lunes, septiembre 26, 2005

LAS RAZONES DEL ÉXITO

En la guerra cultural planetaria, el fútbol es el producto europeo con más éxito. Estados Unidos no ha conseguido exportar ni el béisbol ni la versión del rugby que allí llaman football. El balón jugado con los pies, en cambio, rueda por los descampados suramericanos, por las calles africanas y por las esquinas de Asia. El invento británico no dejó de crecer durante el siglo XX y sigue expandiéndose en el XXI sin que las razones aparezcan del todo claras.

¿Es por la brillantez del juego? Esa respuesta se desploma a los pies de cualquiera que vea fútbol con cierta regularidad. El juego en sí sólo tiene el mérito del espacio abierto conjugado con la ocasional emoción en las áreas. ¿Es porque cada vez se juega mejor? Sigan con atención un partido normal de cualquier Liga normal, la japonesa, la colombiana o la polaca, y comprueben lo que da de sí. ¿Es por el brillo del césped? ¿Por el talento de los grandes futbolistas?

Un par de economistas, Stefan Szymanski y Andrew Zimbalist, han publicado un libro titulado National pastime (Pasatiempo nacional) en el que comparan la organización administrativa del béisbol y el fútbol y sugieren una posible respuesta.

El béisbol, como todos los deportes estadounidenses, se organiza sobre un sistema limitado de franquicias. Los clubes pueden cambiar de ciudad, pero son siempre los mismos. No hay ascensos ni descensos, se regula el mercado de fichajes de forma que favorezca a los débiles y se limitan tanto los sueldos de los jugadores como el presupuesto de los clubes. El resultado, en teoría, es una competición casi perfecta.

El fútbol, en cambio, se mueve en el caos. Cuando una junta directiva se fija el objetivo de ascender de categoría gasta todo lo que puede y lo que no puede en fichajes; si el equipo no logra ascender, no mejoran los ingresos y todo ese gasto, convertido en deuda, supone un paso hacia la quiebra. Aunque todo depende al final del juego y de los marcadores, las grandes instituciones disponen de un margen de ventaja: su importancia social las hace en la práctica inmunes al colapso económico. Pueden gastar y gastar y son cada día más fuertes frente a una clase media proletarizada ante el carísimo envite de los torneos continentales. El resultado, en teoría, es una competición desigual, previsible, imperfecta.

¿Saben qué sugieren Szymanski y Zimbalist? Que la gracia del fútbol está justamente ahí. El Juventus tiene que ganar al Parma y gana; el Milan tiene que ganar al Treviso y gana. Pero no siempre. La fluidez de la escala futbolística permite que un club de un barrio de Verona, el Chievo, pueda medirse hoy con las superpotencias. Cualquier otro club de barrio, en Ucrania o México, tiene el derecho a soñar en unos cuantos años mágicos, en una escalada desde las categorías regionales hasta la Primera División y en una fabulosa victoria internacional. ¿Por qué no? El truco es ése. El fútbol acoge todas las pasiones personales, sociales y nacionales porque en él nada es imposible. Llevado al extremo, resulta que el éxito del fútbol tiene más que ver con las normas federativas de ascensos y descensos que con la inspiración de Kaká.

Todo el mundo sabe que el Livorno no puede ganar la Liga. De momento, sin embargo, ese pequeño club de provincias ha decidido no vender a su héroe, Lucarelli, y está ahí, a rebufo del Juventus. Tras toda una vida en la oscuridad, disfruta de una época dorada. Quizá efímera, pero real. Olvídense de la belleza, del desmarque y del toque prodigioso. Lo que cuenta es otra cosa. El fútbol, como el halcón maltés, es del material con que se fabrican los sueños.

lunes, septiembre 19, 2005

TONI, EL QUE SE PARECE A MARCO

No le ayudaban ni el nombre ni la fortuna. Lo del nombre parece una tontería, pero pesa: Toni evoca un partido de barrio, un campo sin hierba y un banquillo. Y Luca Toni carecía de alternativas: o Luca, o Toni. Acerca de la fortuna, vale el testimonio de Marta, la novia de siempre: "Cuando le conocí era un gafe". Marta le conoció cinco años atrás, en el momento más bajo de la carrera del futbolista, si aquella sucesión de tumbos podía llamarse carrera.

Toni comenzó en 1994 en el Módena y en las temporadas siguientes se mantuvo en Tercera División, descendiendo peldaño a peldaño la escalera hacia la nada. Tras el Módena se fue al Empoli, al Fiorenzuola y al Lodigiani. Tenía 23 años y estaba en el Lodigiani, sin expectativas de mejora. A la edad en que los grandes futbolistas se han consagrado o están a punto, Toni decidió abandonar. Fue Marta quien le convenció de que siguiera en el fútbol un poco más de tiempo. Tampoco tenía nada mejor que hacer.

Siguió un poco de esperanza: pasó al Treviso, en Segunda, y marcó 15 goles. El gafe que fallaba goles hechos y resbalaba al lanzar los penaltis estaba convirtiéndose en un delantero centro apreciable, de esos que dan alegría a los equipos modestos y luego se pierden en el olvido. El Vicenza le contrató y alcanzó la Serie A, lo máximo a lo que podía aspirar. En 2001 saltó al Brescia, donde jugó dos años y compartió alineación con el gran Roberto Baggio. Eso era más que lo máximo, era la batallita que sus nietos tendrían que escuchar mil veces.
En 2003 regresó a Segunda, al Palermo. Tenía 26 años y su trayectoria iniciaba la curva descendente. Algo ocurrió en ese momento, porque el gafe se esfumó y Toni empezó a hacer cosas prodigiosas: como marcar 30 goles y meter al Palermo en la Serie A. En la temporada siguiente, más de lo mismo: 20 goles y el Palermo a la UEFA.

Cesare Prandelli es un buen entrenador que conoce la mala suerte. En 2004 tuvo que dejar el puesto de entrenador de la Roma en plena pretemporada para atender a su esposa, gravemente enferma. Tras un año en blanco, fue contratado unos meses atrás por los Della Valle, los nuevos propietarios del Fiorentina, y sólo puso una condición: que ficharan a Toni. Los riquísimos Della Valle pagaron 18 millones de euros al Palermo y se llevaron a Toni a Florencia.

Luca Toni es, a los 28 años, un delantero sensacional. Hace unas semanas anotó una tripleta con la selección italiana. Marcó en el primer partido de Liga. Volvió a marcar en el segundo. Ayer el Fiorentina se enfrentaba a un enemigo difícil, el Udinese de Vincenzo Iaquinta. El duelo de arietes tuvo un vencedor claro: Toni marcó otros dos goles y fabricó un tercero. Al final, 4-1. Iaquinta anotó un penalti y un gol que se anuló sin motivos: es bueno, como Gilardino (que ha llegado al Milan en el peor momento porque el equipo de Berlusconi sigue lastrado por la catástrofe de Estambul).

Toni, sin embargo, es algo más. En sus remates hay una elasticidad imposible, una precisión fatídica. Resulta imposible no evocar a un tipo alto como él (1,88) que también marcaba goles y que, como Toni, disfrutó de pocos años gloriosos. Toni llegó tarde. El tipo al que recuerda cada vez que se descoyunta en el área se fue demasiado pronto, a los 28, lleno de cicatrices. Una lástima, porque no habrá otro Marco Van Basten. La consolación es que de la nada haya surgido Toni, el mejor sucedáneo conseguido hasta la fecha.

jueves, septiembre 15, 2005

EL REFUGIO DE MESSINA

No hay en Italia, ahora mismo, estadios como los de Sicilia. Rugen, sufren y gozan más que los otros. El San Paolo de Nápoles tiene un carácter similar, pero con el equipo en Tercera pesa sobre la grada la sombra de un luto. Palermo y Messina, en cambio, viven los mejores momentos de su historia. El Palermo le dio el sábado un baño al lujoso Inter y el Messina remontó ayer un 0-2 y empató con el Fiorentina de Prandelli, un equipo elegante y prometedor.

El fútbol siciliano nunca lo ha tenido fácil. El grito feroz, "¡terroni!", con que se acoge en los estadios del norte a los equipos del sur, se complementa en su caso con inevitables invocaciones a la mafia y a la tradición sangrienta de la isla. Claro que hay mafia en Sicilia. Mucha y aparentemente eterna. Y a los mafiosos les gusta el fútbol. Claro que les gusta.

Que se lo pregunten a Giuseppe Morabito di Africa, uno de los grandes capos de la mafia calabresa. Morabito fue perseguido por los carabinieri durante 12 años, sin éxito. Se sabía que su refugio estaba en la zona de Aspromonte, pero no había forma de localizarlo. Hasta que un policía listo ató cabos. El nieto preferido del jefe mafioso, un chaval llamado Giuseppe Sculli, jugaba bien al fútbol y formaba parte incluso de la selección italiana sub-21. ¿Cómo podía Morabito, un apasionado del fútbol, resistir la tentación de asistir a los partidos del muchacho? De forma discreta, varios agentes se hicieron seguidores fieles de Sculli y de su equipo, el Verona. Y la cosa funcionó. Morabito fue identificado entre el público y detenido el 18 de febrero del año pasado. A su nieto, joven promesa del calcio, se le vino el mundo encima: un abuelo es un abuelo, aunque se dedique a la extorsión y el asesinato.

El Juventus acababa de fichar a Sculli y se encontró entre las manos con un jugador deprimido y casi inservible. ¿Qué se puede hacer con un futbolista en estas circunstancias? Enviarle a Messina, porque allí tienen ya experiencia en estas cosas. Sculli, un delantero finísimo, se ha incorporado esta temporada al equipo local. A sus espaldas tiene un centrocampista casi de su edad, Gaetano d'Agostino, con más complicaciones familiares que las del propio Giuseppe Sculli.

El centrocampista es hijo de Giuseppe d'Agostino, un arrepentido de la Cosa Nostra que colaboró con los fiscales anti-mafia y sobre el que pesa, por tanto, la condena a muerte de sus antiguos colegas. Las condenas mafiosas se extienden a la familia inmediata. Eso obligó al hijo futbolista a dejar Sicilia y a instalarse en la capital, donde a la policía le resultaba más fácil protegerle. El Roma le contrató, pero no es fácil jugar con soltura cuando debes entrenarte solo, con una escolta permanente y con miedo a que detrás de la próxima esquina te espere un sicario para arreglar cuentas. D'Agostino no hizo nada en Roma. A mitad de la pasada temporada le llamaron del Messina, y no dudó. Regresó a la isla, convencido de que el calor de los aficionados constituía la mejor protección, y en pocas semanas alcanzó la titularidad. Volvió a jugar estupendamente. Como Sculli ahora.

Nunca se sabe cómo acaban estas historias. Por ahora, todo va bien. El público del estadio San Filippo les mima y los dos refugiados, el nieto del mafioso y el hijo del arrepentido, gozan con el balón. Seguiremos informando.

sábado, septiembre 10, 2005

BRASILEÑOS: ESENCIA DE FÚTBOL por Julio César Iglesias

Dice la leyenda que un rayo incendió la hierba de Maracaná. Cuando se disipó el humo, un fuerte aroma de metal quemado o, más exactamente, un olor intenso a orquídea de fundición impregnó los pasadizos del estadio. Entonces apareció Mané Garrincha.

En el fútbol del exterior, todas las figuras solían formarse con una invariable lentitud académica en sus propias escuelas: todas partían de una determinada predisposición personal, todas mejoraban con el paso del tiempo y todas terminaban pareciéndose a alguien; seguramente a sus propios maestros. Más tarde, cumplido el largo periodo de aprendizaje, el alumno tiraba de repertorio y jugaba tan bien como cualquiera.

Sin embargo, las cosas son distintas en la factoría de Brasil: allí, el fútbol es una mera representación de la vida natural, de modo que en la cancha, como en la selva, todo el mundo regatea. Esta arraigada costumbre de gatos, pájaros y futbolistas no implica tanto una concesión al juego como una prueba de supervivencia. Aún más: en aquel apretado universo donde escapar es una obligación se incuba el catálogo de recortes, fintas y quiebros que practican los niños en los límites de la favela. Luego, Pelé, Tostao, Rivelino, Zico y los otros ídolos surgidos de la nada aceptan el singular destino de aprender de una sola manera: mirándose al espejo. Así terminan siendo iguales a sí mismos.

Quizá por eso lamentemos tanto la desaparición de cada figura brasileña. No logramos evitar la sensación de que cada ejemplar único se retira con su molde puesto, y sospechamos que cada despedida supone irremediablemente un principio de decadencia.

Por fortuna, los hechos siguen desmintiendo a los pesimistas. No importa el tamaño de quien se va: siempre llega tras él un sucesor, a su vez inconfundible e incomparable, cuya estatura desborda lo conocido. En la Liga española tenemos las pruebas, gente como Ronaldo, Ronaldinho, Roberto Carlos, Belletti o Assunçao, seres capaces de inventarse un minuto tan diferente a los demás como una gema es distinta de otra gema. Llegado el momento, Assunçao volverá a transmitir a la pelota un compendio de maldades, Belletti nos mostrará de nuevo el valor oblicuo de la diagonal, Ronaldo se sublevará en un violento resoplido y Ronaldinho copiará su propio relámpago natal.

Noticias procedentes de Santos, estado de Sao Paulo, indicaban que una centella de color cobalto había caído sobre la cancha de Vila Belmiro. De pronto, un fuerte olor a ozono se ha apoderado del graderío y una criatura volátil llamada Robinho empieza a elevarse sobre el círculo central.

Es la historia interminable: Dios ha vuelto a parar en Brasil.

jueves, septiembre 08, 2005

MARADONA Y LA FRAGILIDAD por Jorge Valdano

"Maradona no es una persona cualquiera, es un hombre pegado a una pelota de cuero", canta Andrés Calamaro y no está errado. El día que Diego dejó el fútbol le extirparon la pelota, la misma que lo llevó desde Villa Fiorito hasta el cielo. Desde entonces, su caída hacia un precipicio oscuro parece no tener final. Desde allá arriba hasta aquí abajo, en uno de los viajes más exagerados que haya hecho nunca el hombre. Ya sé que en la trampa de la droga entró mucho antes, pero quizá hubiera escapado más fácil si sus domingos tuvieran partidos, gritos de multitudes y una pelota atada a su pie izquierdo. Cierto Calamaro: nadie que haya vivido la apasionante aventura de ser Maradona puede volver a ser una persona cualquiera. Qué frágiles que son los dioses del fútbol, ¿verdad? Diego vive en el imaginario colectivo como un héroe que logró la hazaña de hacernos felices y ganadores; pero ése es un milagro peligroso, como lo son los recuerdos hermosos sin segunda oportunidad. Porque sin el balón Maradona es sólo un hombre que no encuentra manera de estar a la altura de su recuerdo perfecto. Ni ante sí mismo ni ante los demás. Salvo que la cocaína, balón en polvo, lo eleve, aunque sea por un rato, desde este precipicio de mierda hasta el Olimpo del que los dioses nunca debieran salir. Pero la cocaína es una mentira que cuando te devuelve a la tierra, en lugar de recuerdos deja vergüenza, culpa y huellas en la sangre para que la policía haga su trabajo y el periodismo lo convierta en un espectáculo.

Qué frágil que es la vida, ¿verdad? Porque cualquiera de nosotros, un día, hubiera pactado con el diablo con tal de jugar como Maradona, y hoy Diego seguro que daría hasta parte de sus recuerdos por tener la fuerza de ser como cualquiera. Pero eso, ya lo dijo Calamaro, no se puede. A un héroe como Maradona no se le compadece, tampoco se le defiende acusando a su entorno de un problema que es sólo suyo. Maradona fue víctima de una celebridad universal que hubiera confundido a cualquiera. Y fue víctima de una frivolidad social que, en los años ochenta, puso de moda la cocaína haciéndonos creer que era un juguete fashion para gente exitosa. Y fue víctima de su propia frivolidad por creer que su celebridad lo convertía en un exitoso sobrehumano, capaz de vencer a cualquier enemigo, incluso la droga.

Diego pidió ayuda en cada entrevista que le hicieron, millones de personas que, como yo, le amamos, quisiéramos ayudarle. La paradoja es que no sabemos cómo se hace. No podemos decir que no somos conscientes, porque su drama se ha televisado para el mundo entero. Sólo que nunca supimos cómo ayudarle.

sábado, septiembre 03, 2005

LOS "CÓDIGOS" DE LA MAFIA por Carlos Ares

(Nota: Por si alguien se pierde gira en torno a la reciente confesión pública de hizo Diego Maradona sobre el somnífero que pusieron en el agua a los brasileños en Italia 90)


En Argentina, si alguien del fútbol cuenta lo que no debe es advertido de que faltó a los códigos. La primera reacción de Julio Grondona, elegido bajo la dictadura militar presidente de la Asociación del Fútbol Argentino, hace ya 27 años, y vicepresidente de la FIFA, a cargo de las finanzas -un modesto comerciante que en los últimos 20 años, sin que se le conozcan otros ingresos, acumuló una de las fortunas más importantes del país-, se ajustó a esos códigos. Denunció al denunciante: "Maradona no estaba en su sano juicio". Y añadió: "¿Qué bidón? Habrá que buscar el bidón, a ver qué dice. Hay que hacerle una inspección, a ver si estaba agujereado".

El que quiera oír que oiga y el que quiera ver que vea. Todo está la vista. Al menos, desde que Argentina venciera por 6-0 a Perú en 1978 y pasase a la final del Mundial de ese año, que organizó y ganó bajo la dictadura. Grondona se hizo cargo entonces del silencio cómplice y, duranta su mandato, el negocio del fútbol fue entregado a una empresa de televisión en exclusiva hasta 2014. La participación de empresarios, intermediarios, comisionistas, ladrones y parásitos llevaron a la quiebra a la mayoría de los clubes. El fútbol argentino se convirtió así en una fábrica de engordar pibes para venderlos.

Pero si es verdad, como se sabe, que esta pasión popular expresa a toda una sociedad, ¿por qué nadie más reacciona frente a hechos criminales que pervierten el sentido último de lo que aún debe reconocerse como un deporte? Ni el Gobierno, ni los funcionarios, ni siquiera los periódicos han sostenido posiciones editoriales reclamando una investigación sobre hechos que manchan a los inocentes y ponen en duda 100 años de historia. Sólo el presidente del Boca, Mauricio Macri, se atrevió: "Lo del bidón de Branco no debería llenarnos de orgullo. Esa clase de viveza criolla nos llevó siempre al fracaso. Y el deporte habla de nuestra sociedad". El masajista Galíndez se sintió aludido y parecía representar el sentimiento mayoritario de los aficionados cuando le contestó: "¿Qué puede hablar Macri? Cuidá tu club. Querés subir de gobernador, de intendente de la capital... Tenés riqueza, plata, pero no te metás conmigo, eh. Te quiero mano a mano, sin abogados, sin diputados, sin senadores. Te tirás contra los argentinos. Y tenés que dar gracias de que naciste con plata y en Argentina".

Ahora se explica mejor por qué entrenadores como Marcelo Bielsa o Carlos Bianchi renuncian al máximo orgullo, el de conducir a la selección. Dicen: "No". Al menos, mientras esté bajo el control de Grondona.

viernes, septiembre 02, 2005

EL DESMAYO ITALIANO

El 26 de septiembre del año pasado, en Udine, a 13 minutos del final del partido que enfrentaba al equipo local con el Brescia, Daniele Mannini marcó su primer gol en la Primera División. Si hubiera hecho caso a los comentarios de la prensa, Mannini, de 21 años, se habría retirado del fútbol al día siguiente. Aquél fue un gol maldito. "Una bajeza" para unos; "una desgracia" para otros. Mannini, el debutante del Brescia, marcó desde fuera del área cuando el portero rival, De Sanctis, estaba en el suelo quejándose de un golpe. Vergüenza eterna para Mannini. Su equipo, el Brescia, ganó 1-2, pero Mannini se fue al vestuario con lágrimas en los ojos.

Repetición de la jugada, a cámara lenta. Minuto 32 de la segunda parte. Un balón cuelga sobre el área del Udinese. De Sanctis sale y choca con un contrario, pero el balón es despejado. El guardameta, en pie, sigue la trayectoria del balón hasta que éste cae cerca de Mannini, en el pasillo del 8. Justo en ese momento, cuando comprueba que no se genera un contraataque sino que continúa el acoso sobre su área, De Sanctis se desploma. Mannini tira y, a puerta vacía, marca. ¿Verguenza eterna para Mannini?

Morgan de Sanctis había sido la enésima víctima de una enfermedad endémica entre los futbolistas italianos: el desmayo repentino. No parece que se trate de un mal contagioso, porque no se ha propagado a otros países. En Italia, en cambio, hace estragos. El desmayo debe ser doloroso, a juzgar por los gestos del afectado, pero dura muy poco tiempo: el justo para que un rival, alertado por los gritos de los compañeros de la víctima, demuestre su fair play lanzando fuera el balón. Entra el masajista, el caído se alza trabajosamente, cojea hasta la banda, bebe un trago de agua y salta de nuevo al césped en plena forma.

El desmayo italiano es muy característico porque sólo ataca en situaciones tácticamente convenientes. Jamás se ha desvanecido nadie que estuviera a punto de marcar. En cambio, cuando el contrario roba un balón y monta un contragolpe, el desmayo está asegurado.
O quizá ya no. Porque el doctor Capello ha descubierto una cura. Fabio Capello, el gran dictador del calcio, el hombre que lo ha ganado todo, que ha escrito todos los manuales de gramática parda y conoce todos los trucos del libro, pegó el sábado un golpe de mandíbula al aire e hizo un anuncio urbi et orbi: "A partir de mañana", dijo, "los jugadores de la Juventus no lanzarán el balón fuera de banda cuando un adversario esté caído. Se ha pasado de la falta táctica a la falta de desvanecimiento. Sólo pararemos si alguien se hace daño en la cabeza. Lo demás es asunto del árbitro, que puede parar el juego cuando lo juzgue conveniente".

Las palabras de Capello fueron acogidas con aplausos por los demás técnicos del calcio (menos Roberto Mancini, el Adonis del Inter, tan chulo como Capello y por tanto obligado a llevarle siempre la contraria). Es decir, los propios creadores del misterioso virus decidieron producir una vacuna. Ya inventarán otra cosa. El desmayo italiano tiene tanto futuro como el paludismo en Puerta de Hierro. Se acabó, afortunadamente.

Seguirá habiendo quien caiga al suelo, con un problema de verdad. Y seguirá existiendo el fair play de verdad. Como el que exhibió Paolo di Canio hace cuatro años, cuando vestía la camiseta del West Ham inglés. Estaba a punto de marcar y vio al portero del Everton sobre el césped, fuera de combate. Se detuvo, cogió el balón con las manos y llamó al árbitro. Todo un señor. Aquello fue juego limpio. Ojalá tenga oportunidad de hacer algo así el pobre Mannini, para olvidarse de aquel maldito gol de debutante y de aquel maldito desmayo italiano de De Sanctis.