No hay en Italia, ahora mismo, estadios como los de Sicilia. Rugen, sufren y gozan más que los otros. El San Paolo de Nápoles tiene un carácter similar, pero con el equipo en Tercera pesa sobre la grada la sombra de un luto. Palermo y Messina, en cambio, viven los mejores momentos de su historia. El Palermo le dio el sábado un baño al lujoso Inter y el Messina remontó ayer un 0-2 y empató con el Fiorentina de Prandelli, un equipo elegante y prometedor.
El fútbol siciliano nunca lo ha tenido fácil. El grito feroz, "¡terroni!", con que se acoge en los estadios del norte a los equipos del sur, se complementa en su caso con inevitables invocaciones a la mafia y a la tradición sangrienta de la isla. Claro que hay mafia en Sicilia. Mucha y aparentemente eterna. Y a los mafiosos les gusta el fútbol. Claro que les gusta.
Que se lo pregunten a Giuseppe Morabito di Africa, uno de los grandes capos de la mafia calabresa. Morabito fue perseguido por los carabinieri durante 12 años, sin éxito. Se sabía que su refugio estaba en la zona de Aspromonte, pero no había forma de localizarlo. Hasta que un policía listo ató cabos. El nieto preferido del jefe mafioso, un chaval llamado Giuseppe Sculli, jugaba bien al fútbol y formaba parte incluso de la selección italiana sub-21. ¿Cómo podía Morabito, un apasionado del fútbol, resistir la tentación de asistir a los partidos del muchacho? De forma discreta, varios agentes se hicieron seguidores fieles de Sculli y de su equipo, el Verona. Y la cosa funcionó. Morabito fue identificado entre el público y detenido el 18 de febrero del año pasado. A su nieto, joven promesa del calcio, se le vino el mundo encima: un abuelo es un abuelo, aunque se dedique a la extorsión y el asesinato.
El Juventus acababa de fichar a Sculli y se encontró entre las manos con un jugador deprimido y casi inservible. ¿Qué se puede hacer con un futbolista en estas circunstancias? Enviarle a Messina, porque allí tienen ya experiencia en estas cosas. Sculli, un delantero finísimo, se ha incorporado esta temporada al equipo local. A sus espaldas tiene un centrocampista casi de su edad, Gaetano d'Agostino, con más complicaciones familiares que las del propio Giuseppe Sculli.
El centrocampista es hijo de Giuseppe d'Agostino, un arrepentido de la Cosa Nostra que colaboró con los fiscales anti-mafia y sobre el que pesa, por tanto, la condena a muerte de sus antiguos colegas. Las condenas mafiosas se extienden a la familia inmediata. Eso obligó al hijo futbolista a dejar Sicilia y a instalarse en la capital, donde a la policía le resultaba más fácil protegerle. El Roma le contrató, pero no es fácil jugar con soltura cuando debes entrenarte solo, con una escolta permanente y con miedo a que detrás de la próxima esquina te espere un sicario para arreglar cuentas. D'Agostino no hizo nada en Roma. A mitad de la pasada temporada le llamaron del Messina, y no dudó. Regresó a la isla, convencido de que el calor de los aficionados constituía la mejor protección, y en pocas semanas alcanzó la titularidad. Volvió a jugar estupendamente. Como Sculli ahora.
Nunca se sabe cómo acaban estas historias. Por ahora, todo va bien. El público del estadio San Filippo les mima y los dos refugiados, el nieto del mafioso y el hijo del arrepentido, gozan con el balón. Seguiremos informando.
2 comentarios:
el futbol como el encuentro del musculo y el cerebro.....de valdano....me parece genial tu pagiana , sigue asi tendras un leal lector.....angel
Como siempre, genial
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