lunes, octubre 20, 2008

EL HOMBRE QUE CREÓ UN MONSTRUO por Enric González


Luis 'Doble Ancho' Monti

Quizá hayan oído hablar del italiano Vittorio Pozzo, el único seleccionador con dos copas del mundo (1934 y 1938) y un oro olímpico (1936). Se le recuerda como un fascista "noble y trabajador" (palabras de Giorgio Bocca, cronista oficioso de la Resistencia), como el hombre que asumió la penosa tarea de reconocer los cadáveres de los jugadores del Torino tras el accidente de Superga, como una gloria nacional. Pero cuando la Juve quiso que su nuevo estadio, el actual, fuera llamado Vittorio Pozzo, alguien sensato lo impidió. Pozzo fue trabajador, pero no fue noble. Pozzo convirtió a un futbolista duro y corpulento en un criminal de los estadios. En nombre del régimen fascista, Pozzo creó un monstruo.

Vamos con la historia del monstruo.

Luis Fernando Monti, llamado Luisito Monti y apodado Doble ancho, nació en Buenos Aires el 15 de mayo de 1901. Jugaba en el San Lorenzo cuando acudió al primer Mundial de la historia, el de Uruguay, en el que la selección anfitriona ganó la final contra Argentina. Los argentinos cuentan que ya por entonces lo amenazaron Mussolini y la mafia, con el fin de que se fuera a Italia a jugar como oriundo. El hecho es que en 1931, con 30 años, fondón y casi obeso, emprendió viaje hacia Italia, el país de sus padres. Y cayó en manos de Pozzo, la máxima autoridad del calcio.

Pozzo le hizo adelgazar y le colocó en la Juve. Monti había sido un extraordinario mediocentro en Argentina. En Italia, sin embargo, el mediocentro jugaba incrustado entre los dos defensas, como un central contemporáneo. Monti era muy grande y muy fuerte, pero sabía pasar un balón a 30 metros. Pozzo le enseñó un nuevo tipo de juego, más relacionado con el crimen que con el deporte. Y Monti, disciplinado, aprendió. Su primera víctima fue Schiavio, el mejor delantero italiano en aquellos años. En 1932, Juventus y Bolonia se jugaban el scudetto a un partido. A los pocos minutos de silbarse el inicio, el boloñés Schiavio cayó al suelo. Monti corrió hacia él y saltó sobre su rodilla. El delantero tardó meses en recuperarse.

Los planes de Pozzo para Monti se centraban en el Mundial de 1934, que había de disputarse en la Italia fascista. Mussolini exigía la victoria a cualquier precio, y para pagar ese precio altísimo estaba Monti. Le acompañaban otros dos oriundos argentinos, Orsi y Guaita, pero el trabajo penoso era el de Monti. Alcanzada la semifinal, tras dejar en la cuneta a España con ayuda del árbitro, Italia se enfrentaba a Austria, la mejor selección del momento. Austria tenía a un delantero sensacional, Sindelar, el Mozart del balón. E Italia tenía a Monti, que masacró al pobre Sindelar.

Ese mismo año, Italia, ya campeona del mundo, fue a jugar un amistoso en Inglaterra: lo que hoy se conoce como la batalla de Highbury. Los futbolistas ingleses tenían órdenes de acabar con Monti antes de que Monti acabara con alguno de ellos, y le rompieron un pie a los pocos minutos. Al año siguiente, cuando Italia tuvo que jugar un amistoso en Austria, Pozzo prefirió dejar en casa a Monti para evitar que los austriacos se vengaran.

Monti, ya retirado, trabajó como entrenador en Italia y acabó arruinado. Antes de volverse a Argentina, donde murió en 1983, se confesó con su amigo Antonio Gualco, amigo a su vez del periodista Gianni Brera. Por Brera conocemos la confesión. "Pozzo hizo de mí un verdugo", dijo Monti. Doble ancho aceptó la tarea criminal, la de romper al mejor jugador del equipo contrario, porque creyó que Italia reconocería su sacrificio patriótico. Qué error. Monti no perdonó a Pozzo, ni se perdonó a sí mismo.



lunes, octubre 06, 2008

HISTORIA EJEMPLAR DEL CENTRAL JOSÉ MINGORANCE por Enric González


Tranquilo, Coupet. Le habría ocurrido lo mismo a cualquier otro portero. Estaba usted en el lugar equivocado: la portería del Atleti en una noche negra del Atleti. Y aún le digo más: en circunstancias tan adversas como las suyas, lo mismo a Casillas le metían siete y a Buffon ocho. Aunque ellos no juegan en el Atleti y eso les ayuda seguramente.

Puede que se sienta usted carne de banquillo o carne de traspaso. Para ser sinceros, ahora mismo no pinta muy bien su futuro. Ya sabe que en estos casos suele inmolarse a alguien por aquello del sacrificio y la catarsis. Pues sí, qué voy a decirle.

Quizá le sirva, o quizá no, una historia edificante. No va de un portero, sino de un defensa. Para el caso es lo mismo. Es otra historia de seis goles y de una desgracia.

Ocurrió hace muchos, muchos años. El 13 de junio de 1963, para ser exactos. El escenario, el estadio Santiago Bernabéu. Usted no había nacido y no puede imaginarse lo que era aquello. Para empezar, aún vivía Santiago Bernabéu. Y en el palco presidencial estaba Franco, un general al que Dios había contratado personalmente como dictador de España; no me lo invento, lo ponía en las monedas. Pues bien, dictadores en el palco, gradas abarrotadas y dos selecciones, la de España y la de Escocia, sobre el césped. Era un partido amistoso, pero importantísimo. El general Franco exigía que el equipo español hiciera un buen papel. Escocia tenía un equipazo porque tenía a Dennis Law. Mire, mire en las enciclopedias: el tipo era la bomba. España tenía un equipo apañado, aunque el seleccionador, Villalonga, no había decidido todavía la defensa titular. Esa noche, precisamente, debutaba un central finísimo que destacaba en el Córdoba y parecía destinado a dirigir la zaga española. Se llamaba José Mingorance y tenía 25 años.

No voy a aburrirle con la crónica del partido. Lo único importante es que Escocia pasó por encima de España y ganó por 2-6 delante de las narices de Franco y de Bernabéu. Alguien tenía que pagar y pagó Mingorance. Nunca volvió a la selección, el pobre Mingorance.

Al año siguiente, España ganó la Eurocopa. Fue un éxito, pero, para mí, tuvo más mérito lo que hizo ese mismo año el Córdoba con su central Mingorance. El Córdoba consiguió algo que nunca más conseguirá un equipo profesional español: sólo recibió dos goles en casa. Piense en eso: sólo dos goles. Uno fue en propia puerta y el otro lo marcó Di Stéfano. Para que se haga una idea del nivel de Mingorance.

Al año siguiente, Mingorance se fue al Espanyol. El Espanyol tenía entonces un gran equipo con aquella delantera a la que llamaban los delfines. Mingorance siguió jugando, se retiró y con el tiempo fue olvidándose de aquella noche negra de 1963 y de la condena que le cayó al central debutante.

Mingorance no se olvidó. ¿Sabe usted lo que hacía cuando le hablaban de esa noche? Se reía.