lunes, octubre 04, 2004

PENAS CON GRANDEZA EN NAPOLI

En Turín nadie sabía gran cosa de aquel tipo renegrido y cabezón que habían fichado los Agnelli. El Juventus de 1957 acababa de cerrar una temporada muy mediocre, con un noveno puesto, y el público exigía a la Fiat que reforzara el equipo. La sociedad automovilística de los Agnelli trajo a una estrella, John Charles, el gigantesco ariete galés llegado desde el Leeds United. Y a ese otro, argentino, a cuya presentación acudieron unos pocos. Esos pocos hicieron bien. El Cabezón salió al césped arrastrando los pies y con las medias caídas, vio las gradas semivacías, escuchó cuatro aplausos mal contados y decidió presentarse: se colocó el balón sobre el pie izquierdo y dio tres vueltas enteras al campo, corriendo y saludando, sin que el cuero tocara el suelo. Los diarios de Nápoles relataron la hazaña al día siguiente. Y desde ese día los napolitanos soñaron con tener para sí a ese genio irreverente y burlón que, como Garrincha, se paraba a esperar al contrario para hacerle otro túnel o para reírsele en la cara.
Omar Enrique Sivori, El Cabezón, era un tipo difícil de soportar. Pero el Nápoles le esperó hasta 1965, cuando, ya con un Balón de Oro bajo el brazo y en declive, llegó por fin al sur. Hacía falta. Como hacía falta, 18 años después, Diego Armando Maradona, otro cabezón genial y teatrero, hecho a medida para la ciudad más histriónica de Italia, que es como decir del mundo. Nápoles ama el espectáculo, los gestos solemnes, la risa, la burla. Por eso amaba al grandilocuente naviero Acquille Lauro, alcalde de la ciudad y propietario del club en los 50, que pagó al Atalanta 105 millones de liras, una barbaridad, por el sueco Hasse Jeppson, quizá sólo para permitirse una broma y presentarle a los suyos como "O Banco e Napule", "el Banco de Nápoles".
El Nápoles, quebrado y adquirido en liquidación judicial por el magnate cinematográfico Aurelio de Laurentiis ("vamos a demostrar que el Norte no es mejor que el Sur", dijo), malvive hoy en la mitad de la tabla del grupo B de la Tercera División, con la amargura añadida de asistir a un renacimiento del fútbol sureño: Lecce, Palermo, Messina, Cagliari y Reggina, cinco clubes terroni en Primera, lo nunca visto en el calcio.
Los gestos, sin embargo, siguen siendo grandiosos. Al partido de presentación en el estadio San Paolo, 50.000 personas acudieron para decir que estaban ahí pese a todo. De Laurentiis les correspondió a la napolitana. ¿Que ninguna televisión quería emitir en directo los encuentros de un club de Tercera? Vale. El productor de cine compró de una tacada los derechos de todos los clubes de Segunda, que sí se emiten, y con el paquete en la mano se fue a negociar con Sky, la televisión del magnate de los medios Rupert Murdoch. Desde el próximo miércoles, el Nápoles volverá a las pantallas.
Más allá del gesto, la realidad es cruda. El Nápoles venció ayer, por fin, su primer encuentro de la temporada, un 1-2 agónico en el campo del Lanciano, abarrotado: más de 6.000 espectadores, un máximo histórico.

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