Antes de cada partido, en cada Copa del Mundo, los jugadores escuchan y tararean sus himnos patrios. Por regla general, salvo algunas excepciones, los himnos los invitan a matar y a morir. Esos cánticos marciales profieren terribles amenazas, convocan a la guerra, insultan a los extranjeros y exhortan a hacerlos picadillo o con gloria sucumbir en heroicos baños de sangre.
Ya vamos para el campeonato mundial número dieciocho. A lo largo de los Mundiales se ha visto que no faltan los jugadores dispuestos a actuar como obedientes soldados, siempre dispuestos a castigar con feroces patadas a los enemigos de la patria, y sobre todo a los que cometen la imperdonable ofensa de jugar lindamente. Pero, la verdad sea dicha, la gran mayoría de los jugadores no ha hecho caso a las órdenes que sus himnos imparten, ni a los delirios épicos de ciertos periodistas que compiten con los himnos, ni a las instrucciones carniceras de algunos dirigentes y directores técnicos, ni a los clamores guerreros de unos cuantos energúmenos en las gradas.
Ojalá los jugadores, o al menos la mayoría de los jugadores, se sigan haciendo los sordos en el Mundial que viene. Y que no se confundan a la hora de elegir entre la guerra o la fiesta.
1 comentario:
Muy buena la serie
Publicar un comentario