Mucho antes de que se inventaran el cattenaccio, el líbero, la defensa de tres que es de cinco y el doble pivote, en el calcio existía ya la más antigua de las disposiciones tácticas italianas: el 10+1. Diez que juegan al fútbol, y otro que también, pero no del todo. Quien ejerce de más uno suele ser bajito, feo y peleón, siente más amor por los colores que el hincha más fanático del gol sur y cumple hasta la última gota de sudor las órdenes del técnico; en su caso, el talento para entenderse con el balón no resulta imprescindible: las suyas son virtudes militares. El 10+1 mantiene su vigencia y para demostrarlo ahí están Gattuso, un titular del Milan por el que ningún club en sus cabales ofrecería dinero, o el viejo Pessotto juventino. Son tipos que no aportan fútbol, sino carácter.
El mejor más uno de los últimos 20 años se llama Angelo di Livio y los memoriosos tal vez recuerden que en la final de la Copa de Europa de 1998, Juventus-Real Madrid, fue sustituido a mitad de encuentro por Tacchinardi. Por entonces tenía ya 32 años y estaba a punto de cerrar una carrera de cinco años en las filas de la Vieja Señora. Su currículo dibujaba el perfil del perfecto gregario. Nació en Roma en 1966 y a los 15 años era el chaval más valorado en el equipo de su barrio, la Polisportiva Bufalotta; el Roma le contrató, pero ningún entrenador se atrevió a hacerle debutar y después de cuatro temporadas en blanco fue cedido al Reggiana, al Nocerina, al Perugia y al Padua. En 1993, ya con 27 años, Trappatoni le llevó al Juventus. Esa fue la gran época de Di Livio: lo ganó todo al lado de los Zidane y Del Piero y alcanzó la internacionalidad. Y el apodo de Soldadito.
Cuando el Juventus le despidió, en 1998, el Fiorentina le acogió con los brazos abiertos. Soldadito jugaba de más uno, pero sabía centrar y en el centro del campo, ese sitio donde todo queda lejos, cumplía estupendamente. El club de Florencia aún era el de Batistuta y ganaba títulos. En 2001, sin embargo, sobrevino la catástrofe. El Fiorentina fue liquidado por deudas y refundado, como Fiorentina Viola, en Tercera B. Todos los jugadores, por supuesto, recibieron la carta de libertad y se largaron. ¿Todos? No, se quedó uno. Soldadito aceptó un salario de regional y asumió un papel insólito para un más uno: el de jefe. Acompañó la resurrección del Fiorentina en las tres temporadas de ascensos agónicos que devolvieron el club a la Serie A, mantuvo la internacionalidad (Trappatoni le llevó al Mundial de 2002) y, con la misión cumplida y 38 años en las piernas, se le ofreció un puesto en el cuadro técnico florentino. Soldadito dijo que no, que prefería seguir trabajando como más uno.
El Fiorentina ha tenido un retorno desgraciado a la categoría máxima. Ayer acudió al Olímpico como antepenúltimo de la tabla, para jugarse media vida frente a un Lazio también en peligro de descenso. Era uno de esos partidos en los que hace mucha falta el más uno y ahí estaba el soldadito Di Livio, casi cuarentón, para cumplir órdenes. Con el marcador 1-1 ocurrió un desastre: un remate florentino a puerta vacía, un paradón con la mano del defensor laziale Zauri y un tremendo error del árbitro, que no vio nada. Ni penalti, ni expulsión. La cosa acabó en empate. Al Fiorentina le haría falta un milagro para salvarse en la última jornada.
El general McArthur decía que los viejos soldados no mueren, sino que se desvanecen en la lejanía. La frase vale para el soldadito Di Livio, cuya última batalla, la del domingo próximo, está casi perdida.
Enric González es autor de Historias del Calcio
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