Algunas cosas valen aún la pena. El talento alegre de Kaká, por ejemplo. O la increíble longevidad deportiva de Roberto Baggio, que, con 37 años, sigue fabricando goles hermosos. O el espíritu de los jugadores del Lazio, que no se rinden pese a ignorar dónde estarán dentro de unos meses. O el recuerdo de aquel Roma que durante algún tiempo hizo un fútbol de embeleso. Hay que buscar motivos para amar el Calcio porque lo que pide el estómago es olvidarse del estadio, dejar la prensa deportiva en el quiosco y encender la televisión sólo en casos de emergencia.
El aficionado italiano vive tiempos de asco, estupor y melancolía. El asco lo causan los ultras, con sus chantajes, sus amenazas y sus negocietes sucios. Y algunos directivos, con su devoción por derrochar el dinero ajeno cuando se les acaba el propio. Los fiscales sospechan que el ex presidente del Lazio, Sergio Cragnotti, lanzó de forma fraudulenta una emisión de bonos de su empresa, Cirio, para pagar primas de futbolistas; si eso resulta cierto, miles de pequeños ahorradores perdieron su dinero para que un puñado de millonarios pudiera cambiar de ferrari. El aficionado, a veces, siente también un secreto asco de sí mismo: ¿por qué ha cerrado los ojos durante tantos años?, ¿por qué pide más y más fichajes estelares sin pensar en quién los pagará?
El estupor es producido por la constatación de que, en efecto, se ha llegado a esto: a una deuda astronómica, a un fraude sistemático, a una colección de banquillos que cuestan oro y valen plomo, a una ultraderecha que no necesita presentarse a las elecciones porque ya manda en los estadios.
Luego, se derrama la melancolía de las despedidas inminentes. ¿Huirá Totti a la galaxia de Florentino? ¿Quién se quedará con la poesía de Cassano, el despliegue de Emerson, la autoridad de Samuel? ¿Qué será del Roma y el Lazio? ¿Dónde acabará el Parma? ¿Ha llegado el punto y final del Nápoles? Muchos sueños se romperán las próximas semanas.
Hace falta depurar y sanear a fondo, aunque sea a costa de limitar la competición y retornar al diálogo interminable entre el Milan y la Juve con el Inter como espectador doliente. El Milan perdía ayer por 0-2 y empató en el séptimo minuto del descuento; quizá esas cosas signifiquen algo. Pero llegará el verano y renacerán las ilusiones más disparatadas. Porque hay enfermedades que no tienen remedio. Y porque algunas cosas valen aún la pena.
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