El fútbol, valga la redundancia, es la gran religión del mundo, la que une a todas las razas, creencias, ideologías, naciones y nacionalismos. La excepción, el gran país pagano, es Estados Unidos. Pero ya llegarán.
Como toda buena religión, el fútbol tiene su Vaticano, su Meca. Se llama Anfield, el estadio del Liverpool. Si alguien lo dudaba antes del partido del martes contra el Barcelona, ya no dudará más. No era necesario estar ahí. Con verlo por televisión era suficiente para entender lo que se vivió allá esa noche. Fue una experiencia trascendental, en el sentido auténtico de la palabra. Uno oía a aquellas 44.000 almas coreando el himno del Liverpool, You'll never walk alone, y sentía una ola de solidaridad con la humanidad, una conexión con el universo, más allá de las banalidades materiales o los problemas familiares.
Y, si no es así, ¿cómo se explica que incluso los aficionados del Barça en Anfield cantaban la canción del enemigo con fervor? ¿O que yo mismo oyera a un señor en el pueblo catalanísimo de Sant Pere de Ribes tan emocionado que, minutos antes del comienzo del partido, se puso a cantar a toda voz, en un inglés admirablemente correcto, Walk on, walk oooon, with hope in your heart...? ¿O que, al final, la afición del Liverpool coreara "¡Barça! ¡Barça!" en homenaje a un gran rival, al que el defensa estelar del Liverpool, Jamie Carragher, tuvo la grandeza de describir después del encuentro como "el mejor" equipo de Europa?
Tan especial fue esa noche que ocurrió algo insólito. Se hizo justicia divina. El perdedor mereció ganar... ¡y ganó! El Liverpool perdió 0-1 un partido que debería haber ganado 4-2, pero fue el ganador de la noche porque fue el que pasó a los cuartos de final de la Champions. Y, encima, fue un partidazo de principio a fin. Se jugó a un ritmo trepidante (comprobándose una vez más que, como entendió el mítico entrenador Bill Shankly, el fútbol es más que una cuestión de vida o muerte) y cualquiera de los dos equipos podría haber ganado hasta el último segundo.
Los nuevos dueños del Liverpool, un par de multimillonarios norteamericanos bien mayores, presenciaron el partido desde el palco boquiabiertos. Tom Hicks y George Gillet son grandes amantes del deporte. Hicks tiene un equipo de béisbol y otro de hockey sobre hielo. Pero hasta la noche del martes no supieron lo que era el deporte de verdad, la grandeza del fútbol en su máxima expresión. "He visto muchos eventos deportivos en todo el mundo", dijo Hicks al final del encuentro, "pero nada que se aproximara a esto". "Nunca en mi vida", dijo Gillet, "he visto u oído nada como esto".
Un par de días después del partido comentaba un amigo vasco, aficionado (pobre hombre) de la Real Sociedad, que todos los que nos consideramos devotos del fútbol deberíamos hacer un peregrinaje a Anfield al menos una vez en nuestras vidas. Pero, aunque lo hagamos, nunca nos acercaremos a la enorme suerte que tiene Xabi Alonso, ex de la Real, de haberse convertido en uno de los mitos vivientes de la afición del Liverpool. Y a la de los otros españoles del Liverpool, Luis García, Pepe Reina y el más reciente fichaje español, Álvaro Arbeloa, un descarte del Real Madrid que ya es héroe en Anfield tras haber neutralizado a Leo Messi no en uno, sino en dos partidos seguidos. Después del breve encuentro que tuvo con la ópera del Bernabéu, Arbeloa debe de estar en el cielo.
Y en cuanto a Rafa Benitez, después de un comienzo de temporada no muy luminoso, ha vuelto a ser el dios español del Liverpool. O, al menos, el papa. Su éxito como entrenador allá lo deberíamos celebrar aquí en España como los polacos cuando Wojtyla fue elegido sumo pontífice romano. Como motivo de orgullo nacional.
El hombre conocido en toda Inglaterra como Rafa ha sabido cumplir con una eficacia abrumadora el primer requisito de cualquier entrenador: hacer que el equipo sea mejor que la suma de sus partes. Además, como se comprobó contra el Barça, pocas personas en el mundo del fútbol están a la altura de su brillantez táctica. Ese partido lo ganaron el sudor de los jugadores y el cerebro de Benítez.
Se habla a veces de que podría volver a entrenar a un equipo español. Si volviera por la familia, por el sol, por las tapas..., se podría comprender. Pero por el fútbol, por el amor al deporte rey, que se quede en Anfield el resto de su vida, que siga alimentando la leyenda.
8 comentarios:
Fué un gran partido, inolvidable. La afición del Liverpool no tiene comparación, es impresionante.
Que decir del estadio mas mitico del mundo. La pena es que seguramente se nos vaya en unos añitos, pero en Anfield siempre se respirará futbol por los cuatro costados.
Eso de que la meca del fútbol el Anfield es una soberana gilipollez. EN Europa el Bernabéu le pega cien vueltas. Desde finales de mundiales hasta copas de Europa. La gente, eso sí, no se emborracha, ni ha provocado nunca matanzas. Pero aquí, sobre todo aquí, si no eres un papanatas no te comes un colín.
¡Que gran post!
Yo soy de la Real y aún mantengo la fe.
No digo más.
Bueno sí, lo del Liverpool fue la leche. Apetece ser de ese equipo.
Es verdad, en el Bernabeu se vive el mismo ambiente que en Anfield...
El Bernabéu tiene más Historia y más leyenda que Anfield. Y antes sí animaban igual. Antes del piperismo, me refiero. Lo que pasa es que el Liverpool ha sabido muy bien conservar y magnificar su historia, el misticismo de su grada y de su afición. Como madridista siento envidia de cómo ruge ese estadio, desde luego. Es una gozada.
Pero hay que recordar que el Bernabéu no fue siempre ese estadio frío y apático que es ahora (en Liga), y sobre todo, que esa afición, irreductible, de Anfield, provocó 39 muertos en Heysel y causó la expulsión de su equipo de las competiciones europeas varios años.
autenticidad, lo mágico y lo realmente español y futbolero que tienen aficiones como la de Atlético, Cádiz o Betis, por ejemplo? Cada una de ellas tiene un encanto distinto, sobre todo la del Cái, muy de moda. Y no, ninguno de estos tres clubes es equiparable al de Anfield, que tiene la suerte de ser convecino de los Beatles. Lástima...
PD: por cierto, si hablamos de muertes, en Turquía se encienden más bengalas que en las fallas y no es tan mítico. Aúpa Liverpool, por bonito el club y bonito estadio, pero no lo endiosemos demasiado. ¿Por qué el Pizjuán o el Ruiz de Lopera no tienen una fama ni que sea a la mitad de su altura, a pesar de que los derbis sevillanos son el único partido de la liga española considerado de alto riesgo?
Lamento no ser tan genialista y seguidor de los mitos como muchas de las opiniones de esta web, pero creo que en futbol y sobre todo de un tiempo a esta parte, nos estamos dejando de mirar un poco el ombligo para buscar "grandes glorias" allende nuestras fronteras. Ocurre con futbolistas: grandísimos nueves consagrados o jóvenes promesas que cuestan muchos más euros de los que valen, y que son sustituibles por jugadores nuestros, de la casa, que por dos duros lo hacen igual de bien, pero sin acabar en "inho" u "ovic". Ocurre también con casos como el de Anfield. Hay quien dirá que piso terreno pantanoso, que lo clásico y grande es lo que es y no es justo que un aficionado cualquiera se las dé de entendido por desmitificarlo, pero... señores, ¿nos hemos parado a valorar la importancia, la autenticidad, lo mágico y lo realmente español y futbolero que tienen aficiones como... (sigue en el comentario anterior)
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