En Sicilia hay dos primaveras. Una, estacional, se repite cada año con un estallido de luz y aromas. La otra es anímica y de periodicidad irregular. Se habla de primavera siciliana cada vez que brota en la isla una llamarada de resistencia cívica contra la mafia, o cuando repunta fugazmente la economía, o cuando los equipos de fútbol locales obtienen algún éxito. Esa primavera del ánimo suele ser efímera.
Dos años atrás, en 2005, el calcio siciliano empezó a disfrutar de una primavera deliciosa. Palermo y Messina se encontraron en la Serie A y un soplo de aire cálido llenó los estadios. Las gradas de Palermo y Messina vibraban de entusiasmo. El aparente renacimiento se completó en 2006 con el ascenso del Catania. Tres equipos en la máxima categoría: sólo la región más rica de Italia, Lombardía, tenía con el Inter, el Milan y el Atalanta un peso igual al de Sicilia.
Una historia edificante simbolizó esa primavera. Fue la de Giuseppe Sculli, un prometedor muchacho siciliano que jugaba en el Verona y acababa de alcanzar la internacionalidad sub 21. Sculli era nieto de Giuseppe Morabito di Africa, uno de los principales jefes de la mafia calabresa, la N'drangheta. Tras 12 años en paradero desconocido, Morabito di Africa fue detenido en el estadio del Verona: la policía supuso, con acierto, que el mafioso no resistiría la tentación de ver jugar a su nieto y distribuyó agentes entre el público.
El joven Sculli fue fichado por Luciano Moggi para el Juventus, pero la detención del abuelo le hundió anímicamente. Lucianone, que, como se supo después, tenía mucha mano en muchas cosas, decidió que a Sculli le convenía un periodo de rehabilitación en el Messina. Allí jugaba Gaetano d'Agostino, hijo de un arrepentido de la Cosa Nostra y, como tal, condenado a muerte por la mafia. D'Agostino tenía la misma edad que Sculli y se había visto obligado a abandonar el Roma, en el que se entrenaba con escolta, por causas más graves que las de Sculli. Los aficionados acogieron con calor a los dos muchachos. D'Agostino, centrocampista, y Sculli, atacante, recuperaron un buen nivel. Este espacio recogió la historia de los dos refugiados en septiembre de 2005.
La buena temporada del hijo del arrepentido y del nieto del jefe mafioso llamó la atención de otros equipos. Un año después, sus destinos se separaron. D'Agostino se fue al Udinese. Ayer jugó y perdió frente al Cagliari. Sculli se fue al Génova, a punto de ascender a la Serie A, pero ayer no jugó. Lleva tiempo sin hacerlo.
Poco después de llegar a Génova, Giuseppe Sculli fue acusado de asociación para delinquir (típico delito mafioso) por un juez de Reggio Calabria. Luego, fue acusado de participar en una campaña de amenazas contra los habitantes de Bruzzano Zefirio, un pueblecito calabrés, encaminada a conseguir la reelección de la alcaldesa Rosa Marrapodi, presunto peón de la N'drangheta.
Sculli está pendiente de proceso. No juega porque también se descubrió que, cuando formaba parte del Crotone, había amañado un partido para que ganara el rival, precisamente el Messina. El pasado 28 de noviembre, la justicia deportiva le descalificó por ocho meses.
La primavera de Sculli, aquel chico que parecía la víctima inocente de los delitos de su abuelo, duró muy poco. También resultó breve la primavera del Messina, que ayer, vencido 0-1 por un Inter desganado, perdió toda esperanza de salvación. El Messina, como el Ascoli, penará en la Serie B la temporada próxima. El Catania, castigado por los terribles disturbios de febrero, en los que murió un policía, está a sólo tres puntos del descenso. Y el Palermo, que allá por diciembre parecía aspirar al scudetto, lucha por conseguir una plaza en la Copa de la UEFA.
Se acabó la primavera de Sicilia.
Enric González es autor de Historias del Calcio
1 comentario:
¿De dónde has sacado la foto, si no es mucho preguntar?
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