De una época en la que escribir sobre fútbol se consideraba una traición intelectual hemos pasado a un entusiasmo que multiplica los ejemplos de sana convivencia entre lectura y balón. Sin entrar en la oportunista producción de hagiografías de jugadores, el siglo XX ha generado una amplia bibliografía que puede servir para matar los tiempos muertos del Mundial. El novelista norteamericano Robert Coover, por ejemplo, escribió un texto en el que definía el fútbol como 'una suerte de fe sin teología, una causa sin ideología, una pasión sin límites' y como una 'representación del pecado y de la redención'. Difícilmente encontraremos mejor diagnóstico de una patología que suele degenerar en ataques de nostalgia, aunque algunos tengan suficiente talento para convertir su adicción en metáfora. Es el caso de Nick Hornby, autor de Fiebre en las gradas, uno de los mejores libros sobre fútbol jamás escrito, que transforma la autobiografía de un hincha del Arsenal en simbólica declaración de amor y terapia colectiva.
Pero los destrozos del balón también afectan a los clásicos: Eco, Montherlant, Nabokov, Sillitoe, Burgess, Camus... Son la coartada ideal para justificarnos sin pasar por bárbaros alienados. Incluso puede que, abusando de su suerte, el escritor decida acercarse al futbolista y escriba su biografía. Dan Franck hace compatible su trabajo de novelista con el de sombra de Zinedine Zidane, una elección que culminó en Zidane, le roman d'une victoire. El resultado de estas colaboraciones, sin embargo, no siempre es óptimo. El rey Pelé cayó en la tentación de firmar una novela titulada Asesinato en la Copa del Mundo (no traducida al castellano) que certifica que mientras que el fútbol es así, la literatura es asá. Uno de los motores que lleva a un escritor a interesarse por el fútbol tiene que ver con la admiración y esa forma de lealtad nacida en los descampados de la infancia. Bernard Morlino canalizó su vocación con Manchester Memories, retrato felizmente tendencioso de Éric Cantona. Roberto Fontanarrosa aplacó sus cabreos de hincha con, además de cuentos, humor en El fútbol es sagrado, antología de viñetas con textos como éste: 'Es tan pobre la situación actual del fútbol argentino, que el próximo cuadrangular amistoso lo vamos a hacer entre tres equipos'. Argentina es un país proclive a psicoanalizarse a través del fútbol. La prueba: Osvaldo Soriano, Jorge Valdano y, sobre todo, Eduardo Sacheri, autor de Esperándolo a Tito, libro imprescindible que incluye un homenaje a Maradona sin nombrarlo y otros prodigios de respeto a los mitos del barrio. El castellano latino-americano ha enriquecido el paisaje aportando osadía y toque. Juan Villoro golea a base de precisión y profundidad en su Los once de la tribu, Eduardo Galeano deslumbra por polivalente en El fútbol a sol y sombra, Osvaldo Soriano recupera balones en Memorias del Míster Peregrino Fernández y, aquí en España, algunos salen del armario para confesar su opción futbolística. Es el caso de Javier Marías (Salvajes y sentimentales), profundo y ameno pese a ser merengón; Manuel Vázquez Montalbán (El delantero centro fue asesinado al amanecer), profunda y amena pese a ser culé; Antonio Hernández (El Betis: la marcha verde), autor de una hilarante recreación de la enemistad entre béticos y sevillistas; J. M. Isasi Urdangarín (Variaciones Julen Guerrero), que practica la táctica del fuera de juego aplicado a los géneros; Juan Bonilla (cuentos y artículos), o incluso Camilo José Cela (Once cuentos de fútbol) antes de que fuera soez cadáver exquisito. Pero la pasión universal convoca otras voces. En Brasil, Edilberto Coutinho. En su exilio francés de origen yugoslavo, Vladimir Dimitrijevic, autor de un espléndido La vie est un ballon rond. En Inglaterra, John King y su Football factory, recorrido por las sucias entrañas de un grupo de hooligans y tantos y tantos otros que, pese a la diferencia de horarios y los defectos que, en su rentable decadencia, ha ido acumulando el fútbol, estarán siguiendo el Mundial. A disfrutar.
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