Cada vez está más cerca el Campeonato del Mundo así que habrá que seguir recuperando historias para ir calentando motores. Hoy un artículo del director de cine Gonzalo Suárez sobre la Selección Española que participó en el Mundial de Estados Unidos en 1994.
La selección española no cree en Billy Wilder, ni siquiera en Dios. La carencia de humor le confiere seriedad. El don de la adustez es su mayor virtud. Y, tras toda virtud, acecha la mediocridad. Sus alardes de fe son voluntaristas, su juego también. Lejos del estado de gracia de Nigeria, por ejemplo. O de la exultancia de Maradona, cuyas proclamas divinas han conseguido que Dios esté más preocupado y ocupado de Argentina en el Mundial que de los tutsis y hutus en Ruanda. Los argentinos, Maradona mediante, están en las manos de Dios. Los españoles en las de Javier Clemente. La diferencia es obvia. Dios juega con los palos y las manos, Clemente con estrategias y cálculos. Dios se divierte, Clemente no. Su susceptibilidad a flor de piel contagia al equipo un talante masoquista y sufriente. Ha confeccionado una selección condicionada por su carácter, que se afirma más llevando la contraria que por el peso de su propia personalidad. Esto nos aboca a comportamientos siempre agónicos, en función del rival. Vamos a sudar tinta en este Mundial, y no precisamente por el calor, para el que Javier Clemente nos preparó en... ¡Cantabria!, sino por la rigidez colegial que nos hará pasar exámenes sin alegría, pendientes siempre de lo que hagan los demás.
Los jugadores en manos de Clemente me recuerdan a esos actores que se saben el papel para poderlo recitar, pero no tan bien como para poderlo olvidar e interpretar. Tienen la lección prendida con alfileres y los alfileres clavados en nuestra esperanza, impidiéndola volar.
Este equipo es lo que es y ha sido concebido para no soñar. Para cumplir con los designios nada inexcrutables de un entrenador cuya máxima ambición es no arriesgarse al ridículo de un regreso prematuro. Serio, demasiado serio.
Conocedor y temeroso de los rivales, encubre su miedo simulando una seguridad en sus propios criterios que está lejos de sentir. Tozudo y concienzudo, sardónico, frecuentemente irritado e irritante, su astucia está fuera de duda y su profesionalidad también. Es, al parecer, el más adecuado para la tarea que le ha sido asignada probar fortuna sin tentarla. Asumir e imponer los límites de antemano. No ir nunca más allá de lo que estrictamente se le puede exigir. Confía en que las circunstancias acaben dándole la razón, y reconviertan en pragmática una propuesta carente de imaginación.
No caigamos, sin embargo, en la veleidad de suponer que podría ser de otra manera.
Como dijo Jean Renoir, "lo mejor es enemigo de lo bueno". Demos por bueno lo que tenemos, por si acaso es lo que de verdad nos corresponde, y dejemos de lado los sempiternos ejercicios de crispación.
Mi amigo Fernando Trueba ganó el Oscar porque creía en Billy Wilder, Maradona no ganará este Mundial ni con la mano de Dios, confiemos en Bolivia sin deshacer las maletas y busquemos los resquicios por donde todavía se cuelan retazos de ilusión.
En este, Mundial hay fútbol. Equipos más fuertes, jugadores más técnicos, selecciones más homogéneas y mejor preparadas. Todo puede pasar. Ni el catastrofismo del partido con Corea, ni el triunfalismo del empate con Alemania deben llevarnos a engaño.
La pelota está en el tejado y, caiga del lado que caiga, no tenemos que permitir que nada ni nadie, ni Dios ni Clemente, nos arrebate el buen humor.
El fútbol es sólo un juego para pasarlo bien, ¡qué Dios sea clemente con nuestra esforzada selección!
Gonzalo Suárez, director de cine, periodista y escritor.
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