lunes, mayo 30, 2005

DOS FINALES FELICES

Andrea Galliani debe de añorar muy poco su antiguo oficio de antenista. Ha pasado mucho tiempo desde que Silvio Berlusconi le contrató para que instalara los repetidores de sus primeras televisiones locales; Galliani es hoy millonario, hombre de confianza del Cavaliere y vicepresidente ejecutivo del Milan. También es presidente de la Liga Profesional y, como tal, se vio ayer obligado a acudir al estadio de los Alpes para entregar al Juventus la copa de campeón 2004-2005. En ese momento sí habría preferido seguramente seguir siendo un anónimo antenista. La grada le gritó de todo y más. Los insultos rebotan sobre el pellejo de los paquidermos del fútbol, pero la burla duele, y en ese terreno la afición juventina se empleó a fondo.

Miles de banderas del Liverpool flameaban entre el público, que coreaba hasta la afonía "forza Liverpool" y, evocando el clamor del funeral de Juan Pablo II, exigía la canonización inmediata del portero del equipo británico con el grito "Dudek, santo subito". Una pancarta en la Curva Scirea sacaba jugo de aquellos tres goles consecutivos que hundieron al Milan en Estambul y reducía a los de Berlusconi a la humilde condición de macarrones: "Milan, tiempo de cocción, seis minutos". Y el pobre Galliani allí abajo, sombrío, más Nosferatu que nunca, dando al Juventus la copa por el triunfo liguero y tragando sapos.

Toda esa alegría por el éxito propio y la desgracia ajena sirvió para un buen fin. Ayer, justamente ayer, se cumplieron 20 años de la tragedia de Heysel, aquella final europea en la que 39 tifosi juventinos perdieron la vida a raíz de una carga de hooligans británicos. ¿Quién podía haber previsto una conmemoración turinesa con vítores al Liverpool? El buen comportamiento de las dos aficiones en los cuartos de final ya había sellado la paz. Y la humillación infligida por la gente del Mersey al Milan fue interpretada por los juventinos como un signo de fraternidad eterna. Los Diablos rojos y la Vieja Señora caminan hacia el futuro cogiditos de la mano y riéndose de Galliani.

Otras explosiones de jolgorio fueron menos sarcásticas que la de Turín. El grito de Florencia no salió de la garganta, sino de las vísceras. El Fiorentina llegó antepenúltimo a la jornada final, castigado por su propia incompetencia y por un tremendo error arbitral que el domingo anterior le privó de la victoria. Enfrente tenía al Brescia, penúltimo. Era un partido a vida o muerte, del que el Brescia salió con los pies por delante para acompañar a Segunda al Atalanta y al futuro vencedor del desempate entre Bolonia y Parma.

La afición florentina, descontenta con el equipo, optó por dedicar una pancarta gigantesca a Angelo di Livio, el fiel Soldadito, que, a sus 39 años, después de haber vestido el color violeta durante todo el ascenso desde los abismos de la Regional y de haber luchado más que nadie por no recaer en Segunda, meditaba la posibilidad de jubilarse de una vez. "Gracias, capitán; serás siempre uno de nosotros", decía la pancarta.

Cuando el Fiorentina marcó su tercer gol y la permanencia quedó asegurada, Di Livio fue sustituido y sacado a hombros del terreno de juego por sus compañeros mientras 45.000 personas puestas en pie le aclamaban. La mayoría de los finales son menos hermosos.

domingo, mayo 29, 2005

PENNY LANE por Julio César Iglesias

En el descanso, una hilera de fantasmas llegó al vestuario del Liverpool. Eran los chicos de Rafa Benítez: con los ojos hundidos, los tobillos al rojo y la musculatura de trapo buscaban desesperadamente un rincón para caerse muertos o, aún mejor, una razón para respirar.

¿Una razón, decíamos? Aquellos hombretones de color púrpura, heridos en el pellejo y en el amor propio, no tenían el cuerpo para reprimendas, consignas o proclamas cuarteleras: únicamente estaban dispuestos a escuchar las verdades del confesor. Los goles del Milan habían sido tres cañonazos de cloroformo: el primero les ablandó las piernas y el segundo les pinchó el fuelle. El tercero, tan medido, tan lento y tan sedoso, fue la gracia del verdugo. Con él mataban al moribundo.

Rafa numeró a sus once cadáveres, comprobó que sólo esperaban el permiso para desplomarse y se dijo que esta vez no podría resolver el problema con el frasco de sales. Sería preferible acudir a la primera página del libro de oraciones, ésa que sirve indistintamente para resucitar o para certificar la defunción.

Tardó menos de un minuto en urdir un plan: estaba claro que, muy pagado de su equipo de diseño, el Milan se había movido por el campo sin un solo síntoma de apremio ni de fatiga muscular. Había tarareado el juego con una autoridad rayana en la indiferencia, como un viejo profesor de conservatorio repasa la partitura del día. Al final de cada estrofa, chin-pon, recitaba un gol.

Rafa organizó el oportuno corrillo, hizo un gesto de proximidad y pidió atención.
-A ver, muchachos: a este ritmo pueden endosarnos dos o tres goles más. Tenemos que hacer algo-, dijo sin aspavientos.

En la jerga de los atletas y los insurrectos, hacer algo significa salirse del discurso tradicional. Habría que apretar las líneas, las nalgas y los dientes para sacar el partido del carril.

Gerrard, Xabi, Luis García, Riise y Traoré comprendieron inmediatamente el mensaje, así que intercambiaron el guiño de los conjurados. Poco a poco, los demás fueron sumándose a la conspiración. Cuando volvieron al campo llevaban una tarántula en el entrecejo. Tenían el colmillo envenenado y se habían puesto el uniforme de acero.

Siete minutos de vértigo les bastaron para tomar el marcador.

Más tarde, cumplida la prórroga, Dudek se emboscó entre los palos, se marcó una polonesa y planeó cuatro veces hasta el Bósforo.

Luego recogimos la Copa y brindamos con ella. A medianoche, todos teníamos casa en Anfield Road.

viernes, mayo 27, 2005

PREDESTINADOS A GANAR por Walter Oppenheimer

¿Estaba el Liverpool predestinado a ganar en la histórica noche del miércoles en Estambul? ¿Estaba su inesperado triunfo escrito en las estrellas? Eso es lo que piensan muchos de sus seguidores, y quizás también de los del Milan, tras repasar la increíble cascada de coincidencias entre el triunfo de este año y las Copas de Europa ganadas por el flamante campeón en 1978 y, sobre todo, en 1981. Algunas de ellas son meramente domésticas, casi para degustadores de revistas esotéricas, y otras pura y simplemente intrascendentes. Pero también las hay que no ocurren precisamente todos los años.

En 1978, igual que en 2005, murió un Papa, Juan Pablo I entonces y su sucesor ahora. Ese año, como en éste, Gales ganó el Grand Slam del torneo entonces llamado Cinco Naciones, hoy Seis. En ambos años, el ganador de la Liga inglesa derrotó antes al Liverpool en la final de la Copa de la Liga, que este año se denominaba Carling Cup: en 1978 el Nottingham Forest y en 2005 el Chelsea.

Pero las coincidencias entre 1981 y 2005 son aún más llamativas. En ambos años se casó el príncipe Carlos de Inglaterra: en 1981 con Diana Spencer y en 2005 con Camilla Parker Bowles. También se casaron en ambos años Ken y Deirdre, dos personajes de ficción de la serie más larga y más popular de la televisión británica, Coronation Street. En 1981 bajaron a segunda el Norwich City y el Crystal Palace, como ahora. Y en ambos años el Liverpool sólo ganó 17 partidos de Liga, quedó quinto en la clasificación y... ganó la Copa de Europa.

jueves, mayo 26, 2005

LIVERPOOL, YOU'LL NEVER WALK ALONE

When you walk through a storm
hold your head up high
And don't be afraid of the dark.
At the end of a storm is a golden sky
And the sweet silver song of a lark.
Walk on through the wind,
Walk on through the rain,
Tho' your dreams be tossed and blown.
Walk on, walk on with hope in your heart
And you'll never walk alone,
You'll never, ever walk alone.
Walk on, walk on with hope in your heart
And you'll never walk alone,
You'll never, ever walk alone.

lunes, mayo 23, 2005

Historias del Calcio. SOLDADOS

Mucho antes de que se inventaran el cattenaccio, el líbero, la defensa de tres que es de cinco y el doble pivote, en el calcio existía ya la más antigua de las disposiciones tácticas italianas: el 10+1. Diez que juegan al fútbol, y otro que también, pero no del todo. Quien ejerce de más uno suele ser bajito, feo y peleón, siente más amor por los colores que el hincha más fanático del gol sur y cumple hasta la última gota de sudor las órdenes del técnico; en su caso, el talento para entenderse con el balón no resulta imprescindible: las suyas son virtudes militares. El 10+1 mantiene su vigencia y para demostrarlo ahí están Gattuso, un titular del Milan por el que ningún club en sus cabales ofrecería dinero, o el viejo Pessotto juventino. Son tipos que no aportan fútbol, sino carácter.

El mejor más uno de los últimos 20 años se llama Angelo di Livio y los memoriosos tal vez recuerden que en la final de la Copa de Europa de 1998, Juventus-Real Madrid, fue sustituido a mitad de encuentro por Tacchinardi. Por entonces tenía ya 32 años y estaba a punto de cerrar una carrera de cinco años en las filas de la Vieja Señora. Su currículo dibujaba el perfil del perfecto gregario. Nació en Roma en 1966 y a los 15 años era el chaval más valorado en el equipo de su barrio, la Polisportiva Bufalotta; el Roma le contrató, pero ningún entrenador se atrevió a hacerle debutar y después de cuatro temporadas en blanco fue cedido al Reggiana, al Nocerina, al Perugia y al Padua. En 1993, ya con 27 años, Trappatoni le llevó al Juventus. Esa fue la gran época de Di Livio: lo ganó todo al lado de los Zidane y Del Piero y alcanzó la internacionalidad. Y el apodo de Soldadito.

Cuando el Juventus le despidió, en 1998, el Fiorentina le acogió con los brazos abiertos. Soldadito jugaba de más uno, pero sabía centrar y en el centro del campo, ese sitio donde todo queda lejos, cumplía estupendamente. El club de Florencia aún era el de Batistuta y ganaba títulos. En 2001, sin embargo, sobrevino la catástrofe. El Fiorentina fue liquidado por deudas y refundado, como Fiorentina Viola, en Tercera B. Todos los jugadores, por supuesto, recibieron la carta de libertad y se largaron. ¿Todos? No, se quedó uno. Soldadito aceptó un salario de regional y asumió un papel insólito para un más uno: el de jefe. Acompañó la resurrección del Fiorentina en las tres temporadas de ascensos agónicos que devolvieron el club a la Serie A, mantuvo la internacionalidad (Trappatoni le llevó al Mundial de 2002) y, con la misión cumplida y 38 años en las piernas, se le ofreció un puesto en el cuadro técnico florentino. Soldadito dijo que no, que prefería seguir trabajando como más uno.

El Fiorentina ha tenido un retorno desgraciado a la categoría máxima. Ayer acudió al Olímpico como antepenúltimo de la tabla, para jugarse media vida frente a un Lazio también en peligro de descenso. Era uno de esos partidos en los que hace mucha falta el más uno y ahí estaba el soldadito Di Livio, casi cuarentón, para cumplir órdenes. Con el marcador 1-1 ocurrió un desastre: un remate florentino a puerta vacía, un paradón con la mano del defensor laziale Zauri y un tremendo error del árbitro, que no vio nada. Ni penalti, ni expulsión. La cosa acabó en empate. Al Fiorentina le haría falta un milagro para salvarse en la última jornada.

El general McArthur decía que los viejos soldados no mueren, sino que se desvanecen en la lejanía. La frase vale para el soldadito Di Livio, cuya última batalla, la del domingo próximo, está casi perdida.

Enric González es autor de Historias del Calcio

sábado, mayo 21, 2005

GLORIAS DEL INTER

Mienten quienes dicen que el calcio es aburrido. Porque en el calcio está el Inter, el club más fascinante del mundo. Esta temporada ha conseguido empatar 14 de sus 20 partidos y alinear por dos veces un equipo con diez extranjeros, hazañas estadísticas al alcance de pocos. Pero sus méritos van mucho más allá. No existe ninguna otra sociedad futbolística que haya gastado más de 650 millones de euros en una década para comprar unos 120 futbolistas y ganar sólo una Copa de la UEFA, ni se conoce asociación humana tan desafortunada como el Inter. Se podría poner en la directiva a cualquier gobierno argentino del siglo XX, al capitán del Titanic como entrenador y al Mahatma Gandhi como delantero centro, y los resultados no serían peores. El Inter constituye un misterio de la naturaleza.

El Internazionale de Milán, también conocido como La Bienamada (los rivales deberían llamarlo siempre así, por las alegrías que les proporciona), es una institución simpática. El propietario, Massimo Moratti, es un petrolero multimillonario, bondadoso y progresista que financia decenas de campañas sociales e invierte fortunas en fichajes y en técnicos de lujo. Los socios son fieles y entusiastas. Los colores de la camiseta, azul y negro, son elegantes. Posee dos Copas de Europa en sus vitrinas, no ha descendido nunca de categoría (sólo el Juventus puede decir lo mismo) y tiene un pasado glorioso. Con estos mimbres, el Inter construye cada año una decepción de dimensiones colosales.

Con el Inter se podría escribir una enciclopedia del fracaso. Para atenernos a espacios más modestos, hagamos un breve hit parade de las barbaridades e infortunios más recientes.
1989. El Inter gana su título de Liga número 13, el último hasta la fecha, tras nueve años de sequía. Dos semanas más tarde, sus vecinos del Milan ganan la Copa de Europa y les arruinan la fiesta.

1996. Roberto Carlos, lateral izquierdo del Inter, 23 años, es traspasado al Real Madrid por carecer de futuro futbolístico. Para sustituirle, son adquiridos sucesivamente Centofanti, Pistone, Macellari, Gresko y Georgatos, a los que el lector hace muy bien en desconocer. Ante la falta de resultado de esos talentos, en 1999 el Inter adquiere el recambio definitivo: Gilberto, fenómeno del Alcantarilla de Murcia, un club de fútbol sala. El directivo Sandro Mazzola explica que Gilberto "es mucho más ofensivo que Roberto Carlos". Gilberto juega en total 21 minutos, luego es despedido.

1996. El presidente Massimo Moratti declara: "Sé que el Juventus va a comprar a Zinedine Zidane, un buen jugador que a nosotros no nos hace ninguna falta".

1999. Diego Simeone, uno de los jugadores interistas más queridos por la afición, es vendido al Lazio. Inmediatamente, el Lazio de Eriksson gana la Liga con Simeone como motor.

2001. El centrocampista Andrea Pirlo es traspasado al Milan, porque se considera que el turco Emre es mucho mejor. Pirlo se recicla en mediocentro, se convierte en el director de orquesta milanista y, la temporada siguiente, en campeón de Europa. Emre sigue siendo Emre.

2002. Tras cuatro temporadas y dos roturas de rodilla, Ronaldo abandona el Inter y se marcha al Real Madrid, que gana la Liga. Con el dinero de la venta, el Inter ficha a Morfeo.

2003. El Inter cede a Adriano al Parma y le vende la mitad del jugador. Al año siguiente recupera a Adriano, pagando el doble.

Por último, un chiste que cuentan los milanistas. Gatusso apuesta con Ancelotti y sus compañeros que él solo se basta para ganar a todo el Inter. La plantilla del Milan se va de vacaciones durante el derby y no puede ver el encuentro, por lo que llaman a Gatusso y le preguntan cómo ha ido. Gatusso, irritadísimo, responde que ha empatado a uno. "¿Y por qué estás enfadado?", le pregunta Maldini. "Un empate, uno contra once, es grandioso". "No", responde Gatusso, "si el resultado no es malo, lo que me molesta es que me hayan expulsado por protestar a mitad de la primera parte".

jueves, mayo 19, 2005

ETERNO MALDINI

El fútbol es rico en superlativos. Hay fenómenos, extraterrestres, profetas, kaisers, reyes... Y luego está Maldini (Milán, 26 de junio de 1968), al que de joven llamaban "el bello Paolo" y al que hoy le basta con el apellido porque no hay exageración ni adjetivo apropiados para un caso único: 20 años como titular en el potentísimo Milan y 20 años de juego excelso, discreción y caballerosidad. A sus 36 años, sigue siendo uno de los mejores defensas del mundo, si no el mejor.

Hijo de una vieja gloria milanista, Cesare Maldini, Paolo era un chaval larguirucho de 16 años y formaba parte de los juveniles cuando el entrenador del Milan, Nils Liedholm, le anunció que sería convocado para un desplazamiento a Udine. "Si jugaras, ¿en qué puesto te gustaría hacerlo?", le preguntó. "En el lateral derecho, mi sitio natural", respondió. Días después, el 20 de enero de 1985, Maldini comenzó en el banquillo. A mediados de la primera parte, se lesionó Battistini y Liedholm le hizo una seña: "Colócate en la derecha". Y debutó con un empate (1-1) en un Milan mediocre que sería eliminado por el Waregem, belga, de la Copa de la UEFA y terminaría el séptimo en su Liga.

Maldini no sabía que estaba a punto de llegar al Milan un nuevo presidente-propietario, Silvio Berlusconi, ni que el club estaba a punto de iniciar un ciclo sensacional, ni que él, diestro pero hábil con las dos piernas, iba a quedar asignado de por vida a su lado "antinatural", el izquierdo. Tampoco, que su carrera superaría cualquier sueño. En 1987 se hizo cargo de la dirección su antiguo entrenador como juvenil, Fabio Capello, quien hoy mantiene inalterable su opinión: "El mejor defensa". La de Maldini tampoco ha cambiado: "Capello fue mi maestro".

En 1988 ganó su primera Liga. En 1989, su primera Copa de Europa (4-0 al Steaua de Bucarest) y su primera Intercontinental (1-0 al Nacional de Medellín). Conoció entonces a un nuevo técnico, Arrigo Sacchi, que les hacía entrenarse con camisetas de cuatro o cinco colores distintos "para mejorar la concentración y afinar las posiciones tácticas". "Me enseñó a pensar en el equipo", dice.

Maldini creció a la sombra de Baresi, su "modelo", y se convirtió en el faro del Milan cuando éste se fue. Hoy no es sólo el capitán. Es quien, con un palmarés abrumador (siete Ligas, cuatro Copas de Europa, una de Italia, tres Supercopas europeas y dos Intercontinentales, así como Mejor Jugador Mundial de 1994) y con una autoridad natural que le convierte en intocable, se prepara más duramente que nadie y se limita a mandar con la mirada y con alguna sonrisa.
El recuerdo que guarda de sus grandes rivales le define. Para él, Maradona no sólo fue "el más grande", sino también "el más leal": "Era un modelo de comportamiento, respetaba a todos y encajaba las patadas sin una queja". Por razones similares menciona a Rummenigge, "un caballero". Y a Van Basten, "un genio con muy mala suerte".

Siempre ha jugado atrás y eso le ha privado de reconocimientos merecidos como el Balón de Oro. Pero no lamenta no haber sido delantero. "Quizá habría sido uno mediano, de mucha presión y poco gol", comenta. Y, pese a ser defensa y basar su filosofía en la regularidad, la seguridad, el trabajo y la adaptación al colectivo, sigue considerando que el talento y la genialidad son los máximos valores: "El mejor, hoy, es Cassano".

No quiere ser entrenador. Por el momento, piensa en prolongar un año más su contrato, que expira en 2006: "Me asusta llegar a los 40 en activo, pero también sé que el día que lo deje añoraré la rutina diaria y los entrenamientos más que las grandes jornadas de triunfo". No le disgustaría ejercer como directivo. Giorgio Armani mantiene abierta su oferta para contratarle como modelo, pero él, 1,86 metros, 83 kilos, ojos verdes, casado y padre de un niño, no piensa aceptar: "Sólo soy un futbolista".

El 25 de mayo Paolo Maldini disputará la final de la Liga de Campeones 2005 en Estambul ante el Liverpool.

martes, mayo 17, 2005

LA FARFALLA GRANATA

Hace algunos meses (octubre de 2004) se colgaba en este blog un artículo dedicado a la tragedia que acompaña ineludiblemente la historia del Toro (FC Torino). Aquel artículo de Enric González se titulaba Desgracia Grana (http://superga.blogspot.com/2004/10/desgracia-grana.html), y en él se recordaba la figura de Luigi "Gigi" Meroni, la farfalla granata.

Hoy se quiere volver a rendir homenaje a este calciatore librepensador, por ello remitimos a la página Golcalcio, la Storia del Calcio (http://golcalcio.it/, página en italiano) donde puede leerse una interesante semblanza sobre aquella mariposa grana que contribuyó a hacer aún más grande la trágica leyenda granata. Gigi voló para unirse a los Héroes de Superga, aquellos componentes del Gran Torino que desaparecieron en un avión entre la niebla piamontesa, apareciendo en su última alineación ante 500.000 personas, al son del Va pensiero de Verdi, para recibir su último adios.

Por todos ellos, Forza Toro!

lunes, mayo 16, 2005

LAS JAURÍAS DE CAPELLO

Fabio Capello, dicen, tiene fama de sacar de los futbolistas todo lo que pueden dar y un poco más. Les somete a un tratamiento basado en el viejo mecanismo del palo y de la zanahoria con una pequeña aportación personal: el palo se da por supuesto y la zanahoria es sólo una dulce posibilidad, una esperanza que permite resistir el castigo. Cuando Capello llega a un club y asume la función de macho alfa, no queda espacio para otros ejemplares dominantes: la plantilla se convierte en una jauría de cimarrones hecha para perseguir y morder a la orden del jefe.
Es cierto que Capello siempre saca de sus patrones lo que quiere. Cuando una noche del pasado verano huyó de Roma para hacerse con el Juventus, obtuvo de los Agnelli y de Luciano Moggi un mastín inteligente como Emerson, un dogo como Ibrahimovic y un boxer curtido como Cannavaro: los colmillos que hacían falta para que el grupo de Turín fuera realmente temible. Los refuerzos, sin embargo, no bastan para explicar los resultados de Capello porque ha sacado un gran rendimiento de gente tan discreta como Olivera y Zalayeta. El truco está en el poder. Capello piensa y manda. Los demás actúan.

La Vieja Señora turinesa, tan achacosa en la última temporada, parece ahora una culturista búlgara: no es guapa ni distinguida, se mueve con la gracia de un tractor, tal vez no sea ni señora, pero no hay quien se pase un pelo con ella. Ayer, tras el empate del Milan en Lecce y la victoria fácil del Juventus ante el Parma, la banda de Capello goza de una ventaja de cinco puntos a falta de dos partidos. El campeonato italiano está listo. En la imponente vitrina blanquinegra, con 27 Ligas, dos Copas de Europa, tres Copas de la UEFA, una Recopa y dos Intercontinentales, ya han hecho lugar para el scudetto tricolor número 28.

De Capello dicen también que, cuando se va, deja atrás una jauría exhausta, resabiada y rabiosa. Debe de ser verdad. No hay más que echar un vistazo al Roma, que ganó el título en 2001 y en la temporada pasada disputó el triunfo al Milan hasta el final con gestas como el vapuleo al Juventus (4-1 en una exhibición suprema de Totti) y momentos de una brillantez furiosa, enloquecida. El Roma, ahora, está a tres puntos del descenso. Ayer disputó el derby frente al Lazio y sólo fabricó una ocasión, a los 28 segundos de juego. Debió de ser un error porque los dos rivales romanos se limitaron a pasear, tomar el sol y renquear como podencos viejos. El público silbó lo que tenía todas las trazas de un tongo, un empate a cero que acercaba al Lazio a la tranquilidad y demoraba la catástrofe que desde hace semanas amenaza al Roma. La grada intentó espolearles por la vía de la humillación, llamándoles buffoni, payasos (de lo peor que se puede decir en Italia, el país en el que mostrar una bella figura es tan esencial como respirar), pero la jauría que Capello exprimió durante años no daba para más.

El Roma, tan nervioso y consumido, tiene por delante dos adversarios muy peligrosos. Son el Atalanta y el Brescia, que, como el Roma, van por ahí con el pellejo roído por las garrapatas y necesitan un milagro para no descender. El Atalanta, que en diciembre era dado por muerto, ha resistido sin desplomarse y aún es capaz de morder. Ayer empató a domicilio con el Fiorentina, otro saco de pulgas. Jugárselo todo en la útima jornada con el Brescia, que ayer venció en casa del Bolonia, será como robarle el hueso a un rottweiler: a veces se consigue, pero es más normal dejarse el brazo en el intento.

Son días de angustia en Roma y de miel en Turín. Los romanistas ya conocen el sabor de la resaca después de los paroxismos capellianos. Habrá que ver el Juventus que dejará el gran dictador del calcio cuando, ganado lo ganado, se marche en busca de carne joven.

lunes, mayo 09, 2005

LA PACIENCIA DE ANCELOTTI

Carlo Ancelotti ganó la Liga de Campeones hace dos años, la Liga italiana el año pasado y ahora ha metido al Milan de nuevo en la final europea. El scudetto, después de la derrota de ayer, está muy difícil, aunque no imposible. Podría pensarse que Ancelotti es un entrenador de éxito, pero eso sería fiarse de unas apariencias engañosas. Como saben bien los televidentes italianos y los lectores (caso de haberlos) de esta columna, Ancelotti hace poco más que vigilar la puntualidad en los entrenamientos y charlar con el cuarto árbitro durante los partidos. De todo lo demás se ocupa Silvio Berlusconi, inventor del balón, del fútbol, del fuera de juego posicional, del pase de tacón y del banderín de córner flexible. A Berlusconi, que en sus ratos libres preside el Gobierno y controla el monopolio de la televisión, aún le queda tiempo para arrearle a Ancelotti una colleja diaria.
El jueves, después de la derrota del Milan frente al PSV Eindhoven y del pase a la final por pelos, Berlusconi se vio obligado a contar las cosas como fueron. "Ancelotti ha tenido mucha suerte", dijo Il Cavaliere. Y Ancelotti, que es un respondón, no pudo callarse: "Lo considero un elogio, la fortuna sonríe a los audaces".
Berlusconi, que tras la final de Liga de Campeones de hace dos temporadas se proclamó autor de la alineación y de los cambios que dieron la victoria al Milan (en los penaltis: estaba todo previsto) dejó entrever el viernes la táctica que preparaba para la final de Estambul contra el Liverpool: "Tal como estamos, me llevaré un rosario para rezar". "Pues yo llevaré el anillo del Padre Pío", peloteó enseguida Ancelotti.
El sábado, en vísperas del crucial encuentro con el Juventus, Berlusconi puso a Ancelotti en su sitio: "El querido Ancelotti tiene la deformación profesional de la defensa, pero con una sola punta no funcionamos bien en el campo; le he mandado decir que si no cambia de actitud, le despido". Ayer, después de la derrota, Il Cavaliere aclaró que todas sus puyas a Ancelotti eran solamente "muestras de buen humor, bromas inocentes", y que no pensaba cambiar de entrenador. Para qué, se pregunta uno, si ya está Berlusconi para encargarse de todo.
Berlusconi se ocupa de la política con el mismo animus iocandi futbolístico. Cuando le preguntan si se plantea la posibilidad de retirarse, contesta que es imposible: "No veo a ningún Van Basten en el banquillo para sustituirme", dice. ¿Pierde las elecciones regionales por 13-2? Ningún problema. "Basta retocar la alineación y jugar al ataque". Los ministros, menos habituados que Ancelotti a comprender las consignas del jefe, a veces atacan un pelín demasiado. Giulio Tremonti, nuevo vicepresidente ofensivo, apenas saltó al campo propuso privatizar todas las playas del sur (no es tonto, es del norte) y dedicar lo recaudado a fomentar el turismo barato y masivo que ya no quieren ni en la Anatolia interior. La cosa terminó en tarjeta amarilla.
Il Cavaliere suele decir que fue un aclamado delantero centro en su juventud. No existen testimonios de ello, pero debía ser una gloria verle erguirse, con sus imponentes 160 centímetros, para rematar los córners. Quizá Ancelotti debería mostrar un rasgo de genio y, animus iocandi, alinear a Berlusconi en Estambul. Esa es la única decisión que, dada su natural modestia, no puede tomar el propio Berlusconi.

domingo, mayo 08, 2005

DIEGUITO por Mario Benedetti

Hoy tu tiempo es real, nadie lo inventa.
Y aunque otros olviden tus festejos,
las noches sin amor quedaron lejos
y lejos el pesar que desalienta.
Tu edad de otras edades se alimenta,
no importa lo que digan los espejos,
tus ojos todavía no están viejos
y miran sin mirar más de la cuenta.
Tu esperanza ya sabe su tamaño
y es por eso que no habrá quién la destruya.
Ya no te sentirás sólo ni extraño.
Vida tuya tendrás, y muerte tuya.
Ha pasado otro año
y otro año le has ganado a tus sombras
¡Aleluya!

Mario Benedetti es escritor uruguayo

sábado, mayo 07, 2005

SEGÚN EDUARDO GALEANO

El mundo intelectual siempre ha adoptado una actitud despectiva y arrogante con el fútbol y todo lo que este deporte desata como pasión colectiva. Este juego ha sido condenado por intelectuales de derecha e izquierda. En la derecha, porque, dicen, es la prueba de que el pueblo piensa con los pies; y en la izquierda, porque creen que el fútbol tiene la culpa de que la gente no piense. Por suerte, en estos últimos años la actitud ha cambiado. Muchos intelectuales han salido del armario, como dicen de los homosexuales. Tenían vergüenza de su pasión y ahora ya la muestran y hablan de ella.

Siempre, claro está, que se juegue bien. Me refiero a esos partidos en los que se juega por jugar y no por ganar. El balompié es un deporte que sirve para limpiar el alma y cuidar el cuerpo.

Eduardo Galeano es escritor uruguayo

viernes, mayo 06, 2005

ENTERRAD MI CORAZÓN EN RIAZOR por Manuel Rivas (después del partido Deportivo - PSG disputado el 7 de marzo de 2001)

Estaba de viaje. El taxista, cosa extraña, llevaba la radio apagada. Fue quizá ese silencio, y el braceo galaico del limpiaparabrisas bajo la lluvia, el que me hizo conectar la memoria con el departamento de Asuntos Pendientes. Le pregunto entonces al silencioso conductor si sabía cómo había quedado el Deportivo. '¿Es usted gallego?' Sí, de Coruña. '¿Y no ha visto este partido?'. Había enfatizado el este; como si fuera la primera vez en su vida que usaba tal herramienta al hablar. Tenía que haber ocurrido algo muy extraño en Riazor. No, musité intimidado. No lo he visto. Por eso le pregunto. Y el conductor frenó el coche como un gaucho su caballo y me clavó la mirada como quien mira no a un hombre solo sino a sólo medio hombre: 'Pues no tiene usted perdón de Dios'.

El Deportivo-Paris Saint Germain fue una película. No lo digo como recurso retórico. En la noche del miércoles, después de ver la repetición del partido por La 2, en la habitación del hotel, caí en la cuenta que lo que había visto en realidad era una de John Ford. Lo ocurrido en Riazor era, al tiempo, un rodaje y una proyección. La pantalla del televisor nos permite ahora desmenuzar la perfecta estructura fílmica del encuentro. Su carácter de odisea en un escenario límite del Oeste. Una primera parte de tempestad, de adversidades impías, de penalidades sin cuento. A punto de sucumbir, la aparición de un factor que desafía el infortunio y da paso, con acción trepidante, al desmontaje de la fatalidad y a un final feliz e inesperado.

El elemento providencial en este filme fue la cabeza de Pandiani. En un pub del barrio londinense de Kilburn hay en la pared una leyenda que reza: 'Tenía una mente privilegiada para el fútbol, pero las ideas no le llegaban a los pies'. Pandiani demostró que, también en el fútbol, el lugar más cercano a las ideas es la cabeza. Y no había tiempo que perder esperando que llegasen al dedo gordo.

Los primeros planos mostraban la veracidad del cuerpo a cuerpo, sangre y barro en las rodillas, eso que distinguirá siempre al fútbol de otros deportes de inmaculada concepción. El filósofo Sartre, que era de París y tomaba café en Saint Germain, dijo en una ocasión: 'El fútbol tiene un problema y es que el equipo contrario existe'. Con el Deportivo sucede justo al revés. Juega bien gracias al problema, a la existencia del contrario. El Deportivo se complica la vida cuando cree que juega contra el Destino, ese ente invisible, pero hace maravillas cuando descubre al adversario. En los partidos contra el Destino, el Deportivo se obsesiona tanto con la portería que sólo ve los palos y todos los balones van al larguero. Empieza a meter goles cuando divisa a un tipo en la portería. Al adelantarse con tres goles, los parisinos ya no podían disimular. Existían. Iban a vencer. Y el Deportivo se puso entonces a las órdenes de John Ford. Cada jugador parecía decir: 'Enterrad mi corazón en Riazor'.

Al igual que hay una psicología del paisaje, hay una psicología de los campos de fútbol. Estadios o recintos modestos, algo va quedando de tanto sentimiento, por más que a veces nos parezca absurdo. Riazor es un estadio marino. Un sedimento de memorias mecidas por el mar, con sus naufragios, luchas por la supervivencia y felices arribadas. Lo de la noche del miércoles fue una heroica travesía a contraviento. Después de esto, Riazor debería aparecer en la cartografía náutica como la isla donde se reinventó el fútbol una noche de tempestad del año 2001.

Manuel Rivas es escritor

lunes, mayo 02, 2005

LA TARDE EXTRAORDINARIA DE ALBERTO Y CRISTIANO

El padre de Alberto Gilardino pensó que el niño estaba predestinado. Nació el 5 de julio de 1982 y a la misma hora en que Paolo Rossi marcaba el tercero de sus goles y daba a Italia una inolvidable victoria sobre Brasil. El tiempo vino a dar la razón al señor Gilardino, pero poco a poco, porque Alberto no fue un fenómeno como futbolista adolescente. Se hizo profesional a los 17 años y en su primera temporada, con el Piacenza, anotó tres tantos; tuvo un paso discreto por el Helias Verona, con cinco goles en dos campañas, y su llegada al Parma, en 2002, proporcionó una modesta renta de cuatro en 24 partidos. El curso pasado reventó las costuras: 23 goles. Es, con Cassano, lo más prometedor del calcio y el Milan parece tener ya apalabrada su incorporación dentro de unos meses. Ayer, con 17 tantos en su cuenta y con el Parma en situación muy apurada, saltó al césped para disputar un encuentro decisivo contra el Livorno. E hizo algo extraordinario.

El padre de Cristiano Lucarelli, sindicalista portuario, no esperaba nada especial del niño. Sólo, que no diera la lata por las noches -el matrimonio y los dos hijos dormían en la misma habitación porque las otras eran para los abuelos y los tíos- y que, como él mismo, fuera fiel al Livorno hasta la muerte. Cristiano tuvo hambre de balón desde pequeño y en 1993, a los 17 años, convertido en un delantero gigantón y voluntarioso, inició una carrera profesional errática y con pocos momentos de gloria. Pasó por el Perugia, el Cosenza, el Padua, el Atalanta, el Valencia, el Lecce y el Torino y en 2002, harto de vagabundear, decidió que antes de jubilarse debía cumplir el sueño de su vida y llevar su Livorno, el club comunista del calcio, hasta la Primera División. Rechazó el millón de euros al año que le ofrecía el Torino y se quedó con los 500.000 que podía pagarle el Livorno, eligió la camiseta con el número 99, el año de la fundación de su peña, las Brigadas Autónomas Livornesas, y se puso a ello. Consiguió el ascenso y, obviamente, la condición de héroe local. Ayer, con 16 tantos anotados esta temporada y con el Livorno en la zona cómoda de la clasificación, Lucarelli no se jugaba más que el honor y un pulso personal con Gilardino. E hizo algo extraordinario.

Alberto Gilardino, el bambino de oro, marcó en el minuto 3 (1-0). Cristiano Lucarelli, el mercenario redimido, en el 22 (1-1). Y otra vez en el 25 (1-2). En el 27 empató Pisanu (2-2). En el 37, otra vez Gilardino (3-2). En el 47, Pisanu (4-2). Inmediatamente después, penalti en el área del Parma y gol de Lucarelli (4-3). Minuto 72: otra vez Gilardino (5-3).

El Parma parecía a salvo. Gilardino había anotado ya tres veces y cojeaba. Se había acercado al banqullo para pedir el cambio cuando Lucarelli marcó de cabeza su cuarto gol (5-4). Otra vez peligro para el Parma. Gilardino desoyó al técnico, Gedeone Carmi-gnani, que le ordenaba con gestos que abandonara el campo, y volvió a la pelea. En el minuto 85 quebró con un regate seco al portero rival y dejó el marcador en 6-4. Cuatro goles Gilardino, cuatro goles Lucarelli.
Ante Gilardino se dibuja un futuro de éxitos en un equipo importante. Si no va al Milan, en la cola están el Arsenal, el Juventus y el Madrid. Lucarelli, que en octubre cumplirá los 30 años, se quedará en el Livorno y cuando se retire ocupará su puesto en la grada, bajo retratos del Che Guevara y banderas rojas.

Quedará en la memoria el recuerdo de aquel 1 de mayo de 2005 en que, después de marcar cuatro goles cada uno, Gilardino y Lucarelli se dieron la mano en Parma.