En el fútbol italiano no encajan los héroes románticos. Uno de ellos, sin embargo, sobrevive a todas las tormentas: Zdenek Zeman. El entrenador que rompió la ley del silencio, denunció el dopaje y los abusos de poder en el calcio y sufrió, pese a tener razón, años y años de marginación y oscuridad ha vuelto por fin, al frente del Lecce, a la Serie A. Y ha vuelto fiel a sí mismo: jugando al ataque y diciendo las cosas claras. "En este tiempo, me temo, pocas cosas han cambiado".
Los amantes del fútbol ofensivo han prestado atención esta temporada al modesto Lecce. El equipo rojigualdo representa a una pequeña ciudad del sur profundo, en el tacón de la bota italiana, y su máximo orgullo, hasta ahora, consistía en haber resistido tres cursos consecutivos en la división de honor. Pero el actual Lecce vive un torbellino de euforia.
Quizá Zeman dirigiría hoy a uno de los grandes clubes del calcio si no hubiera pronunciado el 26 de julio de 1998, cuando preparaba al Roma, aquellas palabras fatídicas: "Me gustaría que el fútbol se librara de las farmacias y de los despachos financieros". En los días siguientes, la prensa le persiguió para que explicara a qué se refería cuando hablaba de farmacias y Zeman reveló que recibía regularmente, como otros entrenadores, prospectos de medicamentos destinados a elevar el rendimiento de los futbolistas. Comentó también que le extrañaba la agresividad de la Juve y el rápido y aparatoso desarrollo muscular de estrellas como Vialli y Del Piero.
Luciano Moggi, el gran padrino del calcio, director general del Juventus, se querelló contra Zeman, al que le surgieron enemigos por todas partes. Pero la fiscalía de Turín abrió una investigación. En poco tiempo, el médico juventino, Riccardo Agricola, y el administrador del club, Antonio Giraudo, fueron procesados por fraude deportivo y violación de las leyes de seguridad en el trabajo. Según los fiscales, la gran Juve de Del Piero y los franceses Zidane, Deschamps y Henry funcionaba a base de antidepresivos que inyectados en hombres sanos aumentaban la agresividad, de transfusiones de sangre y de corticoides. El juicio aún está en curso.
Nadie ataca a la Juve, ni a Moggi, y queda impune. Desde aquel momento, el Roma empezó a sufrir arbitrajes infames. Y en 1999 Francesco Sensi, su propietario, despidió a Zeman pese a que el conjunto había quedado en el quinto puesto y jugado bien: consideraba que sin Zeman se terminarían los problemas arbitrales.
Fue, para Zeman, el inicio de un descenso al abismo. Duró tres meses en el Fenerbahçe, turco. En junio de 2000 le fichó un Nápoles agonizante, cercano a la quiebra y con una plantilla apática. Tras una temporada mediocre, Zeman abandonó el Nápoles y, según sus propias palabras, retomó su "vocación de enseñar fútbol a la gente joven" en la Salernitana, una sociedad minúscula que quedó a un paso del ascenso a la Serie A. En 2003 pasó al Avellino, otro pequeño club del sur. El pasado verano, por fin, le llamó el Lecce y le recuperó para la máxima categoría.
Zeman nació en Praga en 1947, pero se siente italiano del sur. En 1968 visitó a su tío Cestmir, ex técnico de la Juve y residente en Palermo; mientras estaba fuera, la Unión Soviética invadió la antigua Checoslovaquia y el joven Zeman decidió quedarse en Italia y estudiar educación física. Se doctoró con una tesis sobre medicina y deporte y luego se graduó en la escuela de entrenadores. Con el tiempo, su hosquedad, su sonrisa irónica y su cigarrillo -"¿dejar el tabaco?", dice, "imposible: sólo pensarlo me pone nervioso y me hace fumar más"- se convirtieron en símbolos de un fútbol ofensivo, basado en los extremos, que chocaba con la mezquindad dominante en el calcio. Luego, vino el choque con la Juve y los poderes fácticos. Zeman no está seguro de que su regreso dure mucho: "Yo no he cambiado. Y el fútbol italiano, tampoco. Ya veremos".
1 comentario:
Eso de denunciar el dopaje en el Calcio sí que es tener dos cojo... bien puestos. Viva Zeman y los valientes como él. Qué pena que sean tan pocos.
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