Luego, cuando Judá también se hundía por la presión babilonia y egipcia y los judíos atravesaban un momento pésimo, alguien decidió mantener viva la esperanza contando la historia por tercera vez: el Deuteronomio. E hizo que el texto, supuestamente antiquísimo (había que atribuir la obra, como las otras, a Moisés), apareciera milagrosamente en los sótanos de un palacio.
Lo de la desgracia y las letras (y lo de las dos historias entrelazadas) se repite ahora en el Levante, que esta semana ha cumplido 100 años. Hay algo judaico en el fenómeno granota: son pocos, no tienen la historia más gloriosa del fútbol mundial (sólo han asomado la cabeza por Primera de vez en cuando), pasan por un presente más bien apretado (la sociedad está intervenida) y ante ellos se dibuja un futuro tan difícil como el pasado. Pero en materia de letras no hay quien les gane.
El propio club patrocina, con ocasión del centenario, varios libros "oficiales" sobre el levantinismo. Y un grupo de escribas, coordinado por Felip Bens y José Luis García Nieves, acaba de publicar una pieza fabulosa, casi bíblica por alcance y por tamaño: ronda las 800 páginas y se trata sólo de un primer tomo, que abarca la historia del fútbol valenciano y del Levante desde fines del siglo XIX hasta 1922. Dudo que exista algo igual referido a cualquier otra institución futbolística, incluyendo las más gloriosas.
Según la biblia levantinista, el Levante, como el Génesis, surge de dos tradiciones muy distintas. La del Levante FC, fundado por el catedrático socialista José Ballester Gozalvo, alto cargo de la República y luego exiliado en Francia, con un evidente tono laico y progresista y con camiseta blanquinegra; y la del Gimnàstic, fundado por los jesuitas del Patronato de la Juventud Obrera con los colores azulgrana y con el propósito de entretener a los chicos y evitar que se acercaran a la ideología de personas como Ballester Gozalvo.
De la fusión de ambos clubes, el laicista y el católico, en 1940 (la biblia no ha llegado aún a ese punto), surgió el Levante de hoy.
Cabe desear que la gente granota no se enfrente, como ocurrió con los judíos, a 2.000 años de exilio. Si así fuera, al menos podrían aprovechar el par de milenios para leer la historia de su primer siglo.
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