Las noticias llegaron a través de Julio César Iglesias y el artículo que despertó la fiebre por unos muchachos desconocidos. Se titulaba “Amancio y la quinta del Buitre”, apareció en noviembre de 1983 en las páginas de deportes de El País y las consecuencias fueron inmediatas. Días después, dos juveniles del Real Madrid debutaban en Murcia. Eran Sanchis, hijo del defensa internacional que ganó la Copa de Europa en 1966 y participó en el Mundial de Inglaterra, y Martín Vázquez, un centrocampista con todos los recursos técnicos imaginables. Como suele suceder en el periodismo, el célebre reportaje de Julio César Iglesias se publicó casi por casualidad, con un título diferente y peor que el original, cuyo enunciado decía simplemente: “La quinta del Buitre”. Pero no era fácil defender una página dedicada a unos juveniles de los que apenas nadie tenía noticias. Se agregó la figura de Amancio, entrenador del Castilla en aquellos días, para dar un aire de formalidad a una historia que cautivó a los lectores y a los aficionados al fútbol. Si la profecía de Julio César Iglesias tenía sentido, aquel grupo de jugadores harían historia. La hicieron.
El título era genial por descarado y ambiguo. Julio César Iglesias se refería al clan generacional que formaban cinco juveniles y a la quinta velocidad de un curioso delantero, de apellido Butragueño, apodado El Buitre instantáneamente por los compañeros y los aficionados. El Buitre era el eje de una historia coral que incluía a otros cuatro futbolistas: Sanchis, Martín Vázquez, Pardeza y Michel. Todos menos Butragueño habían destacado por su precocidad. Entre todos ellos ninguno había sobresalido tanto como Pardeza, un chico de Huelva que destrozaba a los rivales con una rara mezcla de potencia, habilidad y picardía. Su temprano desarrollo físico le facilitaba el trabajo. Más tarde sería el único que no encontraría un puesto fijo entre los titulares del Madrid. “No puedo luchar contra un mito”, confesó después de su traspaso al Zaragoza. El mito era Butragueñó, El Buitre.
Alfredo Di Stéfano dirigía al Madrid en aquellos momentos. Lejos de molestarse por el elogioso perfil de Julio César Iglesias, el técnico convocó en los meses siguientes a todos los integrantes de la Quinta, excepto a Michel, que se incorporó en el verano de 1984, con Amancio al frente del Real Madrid. El éxito de la Quinta fue tan rápido como abrumador. En el Bernabéu se congregaron 65.000 personas para presenciar el partido entre el Castilla y el Bilbao Athletic, que se disputaban el liderato en Segunda División. Un clamor de cambio de apoderó del Madrid. Di Stéfano lo entendió perfectamente. Tres años después, el Madrid ganó la Liga después de cinco años de sequía. Comenzó una arrolladora marcha por el campeonato. El Madrid conquistó cinco campeonatos sucesivos con un fútbol brillante, caracterizado por un poderío goleador que no encontró respuesta en España.
La Quinta dio nombre a una época, pero en aquel equipo se concentró una amplia nómina de estrellas. Gallego se había establecido como titular de la selección española. Gordillo llegó del Betis para conquistar la banda izquierda con su incansable contribución. Jorge Valdano venía del Zaragoza, donde había completado unas excelentes temporadas, Jankovic, un desconocido yugoslavo, dictó brevemente su magisterio en el medio campo. Una grave lesión quebró su carrera. Ingresó Bernd Schuster, procedente del Barça, el medio centro perfecto. Con Schuster al mando de las operaciones, el Madrid marcó 106 goles en la temporada 89-90, récord del fútbol español. Hugo Sánchez marcó 38 tantos aquel año, todos a un toque, proeza que explica la inteligencia de un delantero centro que convirtió hizo un arte del remate y el desmarque. Hugo Sánchez no sólo era mortífero: su ambición competitiva no tenía límites. En aquel equipo, jugadores como Chendo no merecían el crédito debido. Lateral potente, casi insuperable en el mano a mano, con una respuesta eléctrica a las situaciones de emergencia, Chendo era un gran especialista defensivo en un equipo de artistas.
El Madrid de la Quinta emergió como un acontecimiento social y deportivo en España. Se vivían tiempos de cambio y aquellos jóvenes futbolistas representaban a una nueva generación, Alrededor de la movida y de la Quinta del Buitre, Madrid recuperó su vigor anímico. Los protagonistas eran más ajenos a las consecuencias de lo que se pretendía, aunque su trascendencia social les colocó en una posición delicada. Convertidos en constante foco noticioso, el grupo se convirtió en una coartada para todo. Emergieron los críticos, encontraron defensores y el fútbol atendió a esa costumbre tan española de la división. Se dice que el Madrid no ganó la Copa de Europa, demérito que por lo visto inhabilita a aquel equipo para obtener el reconocimiento que merece. La irrupción del formidable Milan de Sacchi impidió la conquista del grial madridista, pero sólo ahora se valora la importancia de los cinco títulos de Liga consecutivos. Nadie acudía a la Cibeles para celebrarlos.
La Quinta articuló a un gran equipo, capaz de jugar con brillantez durante un largo periodo. Esa consistencia es otro mérito poco analizado. En buena parte, el éxito se relacionó con un hecho infrecuente. Es muy extraño encontrar un grupo de juveniles tan exquisito y complementario. Sanchis, que tenía alma de goleador, se retrasó del medio campo a la defensa, donde permaneció hasta la conquista de la octava Copa de Europa. Michel tenía vocación de director, pero desde el principio funcionó como un fantástico suministrador de juego desde el ala derecha. Martín Vázquez se ganó definitivamente la titularidad tras la baja de Valdano. Su consagración en la temporada 89-90 significó también el final de la Quinta. Abandonó el Madrid y fichó por el Torino. El Madrid no volvería a ganar la Liga hasta la temporada 94-95. Curiosamente, ese año Martín Vázquez regresó al club.
El clamor en torno a Butragueño se rebajó en la segunda parte de su trayectoria. Le salieron críticos y no pocos consideraron que era un jugador menor. Todo lo contrario. Mientras mantuvo su punta de velocidad, Butragueño no solo fue el compañero ideal de Hugo Sánchez, sino el delantero que aclaraba las jugadas por su facilidad para asociarse con los futbolistas de ataque. Para proteger su liviano físico, jugaba a un toque y tiraba paredes fuera del área. La posibilidad del penalti le protegía en el área, y allí se caracterizó por la frialdad para tomar decisiones. No era especialmente rápido, pero su primer paso causaba muchos problemas a los centrales. No tenía remate de media distancia, pero dentro del área tenía mano de cirujano. A sus buenos desmarques añadía la facilidad para colocar la pelota en los rincones de la portería. Marcó muchos y buenos goles, fue una celebridad nacional y completó una excelente trayectoria en un gran Real Madrid, el que mejor ha jugado en los últimos 40 años. Ese equipo recuperó para la Liga española el gusto por la exquisitez, por el compromiso con la belleza, con una idea que ahora parece natural en la Liga española, pero que de ninguna manera era predominante en los años ochenta. En el Madrid de la Quinta se encuentra la piedra fundacional de una manera de interpretar el juego que continuaría el magnífico Barça de Cruyff.
5 comentarios:
22.12.1996
Un buen día para recordar que "sólo" han pasado 11 años de la última victoria es Nervión. Vendrán tiempos mejores, aunque peores muchos más...
No he visto jugar a ningún equipo en mi vida como el Madrid de los 106 goles, me encantaba el Dream Team, pero aquello fue mucho más. Como dice Segurola demasiado lastre no haber ganado la Copa de Europa para reconocerle todo lo que supuso ese equipo para el fútbol en España.
Yo no me haría ningunas ilusiones, más que nada por la irregularidad del equipo. Que sí, que tiene los mejores números en muchos años, pero el tramo que cuenta es el de febrero-mayo y ahí veremos lo que pasa.
un saludo
Igual los tiempos que están por venir son buenos, ni mejores ni peores;simplemente buenos.
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