lunes, octubre 30, 2006

Historias del Calcio. ELOGIO DE LA LOCURA


Los manuales de Derecho Procesal deberían incorporar con urgencia los mecanismos de la justicia deportiva italiana. A estas alturas del siglo XXI parece desabrido, incluso un poco grosero, emitir una sentencia y darla por válida, dejando al pobre reo, que al fin y al cabo es quien más sabe del caso, con la palabra en la boca y el corazón encogido. ¿Es eso civilización? No, eso es autoritarismo retrógrado.

Lo moderno es lo que ha ocurrido esta semana en el calcio: jueces y reos (Juventus, Milan, Lazio, Florentina y, en sumario aparte, Reggina) se han sentado a discutir las sentencias ya pronunciadas y han llegado a un acuerdo para rebajarlas. Es hermoso, ¿no? Los tribunales deberían funcionar así en todas partes. "¿Cómo? ¿Cadena perpetua por 20 atracos con violencia y tres homicidios? Seamos hombres de mundo, señor juez, no nos dejemos llevar por un arrebato". El juez acaba comprendiendo y dejando la cosa en seis meses de arresto domiciliario, porque el reo es en el fondo simpático y, además, bastante disgusto se ha llevado con todo el lío del proceso. Que le sirva de lección y que no vuelva a portarse mal.

El sistema se llama "arbitraje" y ha permitido al Juventus recuperar de golpe ocho de los 17 puntos de penalización con que, de forma adicional al descenso, la sociedad había sido penalizada. El Lazio también ha sabido negociar con los "árbitros" judiciales: de menos 11 a menos tres. Al Fiorentina le ha salido peor: de menos 19 a menos 15. Y el Milan no ha ganado nada y se queda en menos 8.

Pese a toda su elegancia social, el "arbitraje" puede confundir un poco al aficionado. Especialmente si no maneja con soltura los conceptos de "responsabilidad objetiva" y "responsabilidad subjetiva", que hoy, en el calcio, han sustituido al fuera de juego posicional como cumbre teórica de la discusión de bar. Para quienes se pierden con esas sutilezas, la única esperanza es el fútbol. Que a veces es capaz de redimir cualquier miseria.

Al Milan y al Inter habrá que agradecerles durante mucho tiempo lo que hicieron el sábado en San Siro. Al Inter un poco menos, porque hizo lo que se esperaba de él: pegar y encajar, como un púgil demasiado joven y demasiado fuerte, ansioso por ganar y alzar el título. Lo del Milan tuvo especial mérito, porque con un 1-4 en contra y con la alineación cargada de años (Seedorf, Maldini, Cafú, todos cercanos a los 35) arremetió contra el Inter y estuvo a punto de comérselo. Un derby que concluye 3-4 permite olvidar un montón de asquerosidades, tanto objetivas como subjetivas.

Los goles y el juego no lo fueron todo. Lo más importante, esta vez, fue la locura. Tras marcar su gol, Stankovic se lanzó sobre el entrenador, Mancini, y le zarandeó como a un muñeco gritando "¿Lo ves?, ¿lo ves?". El primoroso flequillo de Mancini quedó seriamente dañado. Más tarde, durante los últimos minutos, con el Milan enloquecido al ataque, Vieira se lastimó el tobillo, pero Maldini prefirió sustituir a Ibrahimovic. Vieira siguió sobre el césped, cojo y furioso, hasta el silbido final. Entonces se lanzó sobre Mihailovic, el "segundo" de Mancini, le dijo de todo y le pegó unos cuantos empujones, por no pegárselos directamente a Mancini.

Lo máximo en materia de locura pasional no correspondió, sin embargo, a Stankovic o a Vieira, sino, como de costumbre, a Materazzi. El futbolista más detestado del mundo marcó un gol de cabeza, el 1-4, y se levantó la camiseta para mostrar la inscripción que llevaba debajo: "Felicidades, Davide". Su hijo Davide, forofo del Milan (es lo que pasa con padres así), cumplía años. A Materazzi le expulsaron por ese gesto y su ausencia dio alas al Milan.

Los franceses dirán lo que quieran. Entre la responsabilidad objetiva, la responsabilidad subjetiva y Materazzi, uno se queda con Materazzi y con la locura, toda la vida.

Enric González es autor de Historias del Calcio

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gran nota!

Anónimo dijo...

non ho simpatia per Materazzi, ma il giocatore (ex-giocatore) più detestabile del mondo è Zidane. Piedi magici e tanta ipocrisia, come Blatter