lunes, enero 31, 2005

CONSIDERACIONES SOBRE EL ARTE

Los dos entrenadores de aquella final de Wembley, Johan Cruyff y Vujadin Boskov, están retirados. Varios jugadores, como Mancini, Koeman y Stoichkov, se han convertido en entrenadores de cierto prestigio. Sólo un protagonista de aquella final de 1992 entre Sampdoria y Barcelona sigue haciendo lo que hacía entonces, y haciéndolo muy bien. Gianluca Pagliuca, 38 años, en la actualidad portero del Bolonia, detuvo ayer todos los balones parables y un par de imparables y arruinó la tarde al Milan, y quizá la temporada. Pagliuca y sus compañeros vencieron 0-1 en San Siro y pusieron las cosas un poco más fáciles al Juventus, que ganó e incrementó hasta los ocho puntos su ventaja sobre el Milan.
A Pagliuca le quedan estas pequeñas satisfacciones. En materia de grandes disgustos puede considerarse un experto. Perdió la Copa de Europa de 1992 en la prórroga, por aquel disparo de Koeman que sigue alimentando los sueños más dulces del barcelonismo y agria los insomnios de los genoveses. Perdió en los penaltis, con la selección, la final del Mundial de 1994, contra Brasil. Y en el Mundial siguiente perdió de nuevo por penaltis un encuentro de cuartos de final contra Francia, la selección anfitriona que alzó finalmente el trofeo.
Con un poco más de suerte, Pagliuca podría haber pasado a la historia como uno de los mejores porteros de todos los tiempos. No le ayudaron ni sus clubes, Génova, Bolonia, Sampdoria, Inter y de nuevo Bolonia, sociedades con aspiraciones limitadas o, en el caso del Inter, excesivas, ni los recurrentes fracasos de la selección italiana, ni su propio carácter: la vida de Pagliuca apenas ofrece material de interés periodístico, es decir, carece de escándalos, tragedias, heroicidades y romances sonados. Pagliuca es, simplemente, un tipo que trabaja de portero y ha mantenido durante dos décadas la categoría de maestro en su oficio. En cierta forma, podría ser definido como un futbolista modélico.
Aquí, sin embargo, topamos con unas cuantas cuestiones complicadas. ¿Qué significa el fútbol? ¿Puede contener elementos comparables a los que definen una obra de arte? Y si fuera así, ¿cuáles son los méritos que distinguen la artesanía del arte?
Simplifiquemos: mientras Pagliuca exhibía su oficio en San Siro, un puñado de niñatos caprichosos, propensos a las rabietas violentas y a los gestos antideportivos, fabricaban arte en el Olímpico de Roma. Totti, Cassano, Montella, De Rossi y Mancini dieron patadas y empujones, simularon faltas, provocaron al contrario, discutieron con el árbitro y, entre tanto, jugaron 45 minutos maravillosos. El Roma perdía 0-2 en el descanso. Acabó ganando 3-2 al Messina gracias a un fútbol de trazos fulgurantes que parecían carecer de sentido vistos uno a uno y, en conjunto, poseían toda la expresividad que se puede extraer a un balón golpeado con el pie.
Las jugadas de Totti y Cassano en el área son como los animales que dibujaba Picasso, o como las maderas pintadas de Brancusi. Tienen todos los atributos de la realidad y uno más, misterioso, que las eleva por encima de lo real. Son cosas que no se pueden describir y que hay que ver.
Pagliuca será siempre un ejemplo para los futbolistas jóvenes. Fabio Capello, cuando entrenaba al Roma, intentaba que los jóvenes se apartaran de Totti y Cassano porque su comportamiento nunca fue un buen ejemplo para nadie. Pagliuca cumple siempre con solvencia. El dúo romanista, en cambio, tiene jornadas infames.
Pagliuca y el Bolonia ganaron en Milán, se alejaron de la cola y decidieron quizá la temporada: hicieron grandes titulares para los anuarios. Totti y Cassano sólo se llevaron tres puntos predecibles frente al Messina y dejaron un rastro de magia sobre la hierba. Pagliuca hizo algo importante. Totti y Cassano hicieron algo esencial.

lunes, enero 17, 2005

Historias del Calcio. CUENTOS DE HADAS

En el fútbol existe una categoría profesional desconocida en otros sectores de la actividad económica. Es la del modesto. Hay clubes modestos, equipos modestos y jugadores modestos, aunque cualquier definición de la modestia resulte vaga. A más de un modesto se ha visto conduciendo un Ferrari. En todo caso, se puede decir que el Udinese es la encarnación misma de la mesocracia más modesta del calcio. El club, uno de los veteranos en Italia (se fundó en 1896 dentro de un gimnasio de esgrima), ha tenido rachas pretenciosas, como cuando en los 80 fichó a un Zico ya bastante baqueteado, y ha disfrutado de momentos de relativa brillantez, como en los 90 con el goleador alemán Bierhof, pero se mantiene en el grupo de los permanentemente amenazados por la Segunda División.

Esta temporada, con toda su modestia, el Udinese juega bien y ocupa la tercera posición en la tabla. El técnico, Luciano Spalletti, dispone a su gente de una forma poco habitual, que sobre la pizarra parece un un 3-5-2 y que en el césped se resume en un bloque muy compacto de ocho, organizado por un chileno talentoso llamado Pizarro, y en dos atacantes sueltos, Di Natale y Iaquinta. Ayer plantaron cara al Milan en San Siro y marcaron primero, aunque la cosa acabara en 3-1. A la gente le gusta que los modestos tengan sus momentos de gozo y sus cuentos de hadas. La de Iaquinta, por ejemplo, es una historia tierna. Hasta en Udine se calientan el corazón con el interés del Barça por Iaquinta, un delantero fortachón y cumplidor, muy querido por sus compañeros, que cumpliría el sueño de su vida si llegara a jugar en un estadio como el Camp Nou.

Los más bonitos cuentos de hadas, sin embargo, ocurren en los palacios. Las Cenicientas necesitan príncipes y mucho boato para realizarse. Y en el calcio no hay nada más regio y lujoso que el Milan, el reino encantado de Il Cavaliere Berlusconi. Es justo ahí, bajo las almenas de Milanello, donde se desarrolla la más hermosa y edificante fábula del año.

En Zamora recordarán, sin duda, a Harvej Esajas, un holandés grandullón que en 1999 recaló en el equipo de la ciudad. Esajas había sido de niño una promesa juvenil del Ajax y pasó por el Groningen y el Feyenoord, pero la suerte no le sonrió. Ni siquiera en Zamora, donde se rompió el tendón de Aquiles y dejó de jugar al fútbol. Se quedó por allí, entre la depresión y la sonrisa, consiguió un empleo como lavaplatos y engordó hasta más allá de los 100 kilos. En un campeonato de modestia, Esajas tendría medalla segura.

En 2002 viajó a Milán para visitar a un viejo amigo de cuando el Ajax juvenil, Clarence Seedorf, surinamés como él. Y Seedorf decidió rescatarle. Le llevó a Turín y le arregló una semana de prueba en el Torino, donde le dijeron, con toda franqueza, que su talento como centrocampista de contención era inservible con tanta grasa encima y con una lesión mal curada. Le diagnosticaron como "irrecuperable". Seedorf no cejó y le colocó, con 27 años y 101 kilos, en la sección primavera (o sea, gente bastante joven) de la sociedad milanesa.

Esajas trabajó, trabajó y trabajó. Perdió 15 kilos, jugó de vez en cuando con los primavera y recuperó la autoestima. Esta semana, en el minuto 87 de un partido de Copa que el Milan de verdad, el de Shevchenko y Kaká, tenía ya ganado, Harvej Esajas, 30 años, debutó en uno de los equipos más poderosos del planeta y casi dio un pase de gol. "Esajas lleva un año trabajando con una dedicación absoluta y merece un premio: hay que felicitar al chico por su fuerza de voluntad", dijo el técnico Carlo Ancelotti. Esajas no figura en la plantilla oficial del Milan y es improbable que asome de nuevo en las alineaciones. Pero nadie le quitará a esa Cenicienta sus tres minutos de gloria, ni a Seedorf y Ancelotti el momento en que se portaron como hadas buenas.

Enric González es autor de Historias del Calcio

lunes, enero 10, 2005

Historias del Calcio. FASCISTAS


Las gradas de los estadios italianos abundan en símbolos fascistas. Los cánticos racistas y las pancartas antijudías no son ninguna novedad. Hasta ahora, sin embargo, no se había conseguido trasladar el espíritu fascista al terreno de juego. El primero en lograrlo, con éxito rotundo, fue Paolo di Canio, que el pasado jueves jugó con la saña de un matamoros y redondeó la épica guerrera del derby Lazio-Roma saludando brazo en alto a la afición. El público lacial, de gran tradición negra, se derritió de júbilo. Y desde entonces le llueven bendiciones a Di Canio, homenajeado por muchos como salvador del entusiasmo y la pureza viril en el calcio. Se trata de un fenómeno alarmante, que acaso dice alguna cosa sobre la situación general del país.

Di Canio ha sido siempre un tipo pintoresco. El viejo delantero, de 36 años, ya demostró durante sus años en Inglaterra que era capaz de cometer grandes barbaridades (le cayeron 11 partidos de sanción por agredir a un árbitro) y de mostrar reacciones de gran generosidad (se negó a marcar un gol hecho cuando vio que el portero se había hecho daño, lo que le valió un Premio Fair Play de la UEFA), pero el carácter disparatado se le ha acentuado con los años. Esta temporada ha regresado al club de sus amores, el Lazio, con una rabia que va más allá de la simple competitividad de los futbolistas profesionales.

El hombre simpatiza con el fascismo. En su autobiografía se define como nacionalista, patriota y admirador de Benito Mussolini, y, para dejar las cosas más claras, lleva la palabra Dux tatuada en el brazo. En Roma ha encontrado un ambiente ideal. El Lazio, considerado el club más filofascista del calcio, padece una grave crisis financiera y deportiva desde que quebró su anterior propietario, el holding lácteo-financiero Cirio, y la nueva gestión ha optado por una retórica agresiva y belicista como fórmula para conectar con los aficionados. A los jugadores, por ejemplo, se les llama gladiadores. Y se les exige que "salgan a morir".

No puede extrañar que Paolo di Canio preparara el siempre paroxístico derby romano viendo Braveheart. Ni que llevara bajo la camiseta albiceleste otra con una inscripción ad hoc: "Existen sólo dos formas de volver del campo de batalla, con la cabeza del enemigo... o sin la propia". Se reventó durante el partido, marcó un gol extraordinario, provocó a los contrarios (él les llama enemigos) hasta exasperarles, dirigió como un caudillo a unos compañeros de equipo sobrerrevolucionados (los gemelos Filippini debían haber sido expulsados y quizá procesados por agresión) y al final, en el momento de la victoria, hizo lo previsible. Saludó brazo en alto.

En el Estadio Olímpico puede pasar de todo. Se ha convertido en un estadio sin ley. El tipo que abrió la cabeza del árbitro Frisk en el primer encuentro europeo nunca ha sido identificado, lo que abona la sensación de impunidad de quien traspasa las puertas de un recinto en el que subsiste un obelisco con el nombre de Benito Mussolini. En el derby del jueves alguien arrojó un petardo al césped que dejó aturdidos a Totti y al árbitro. No pasó nada. No pasó tampoco nada el año pasado, cuando los ultras de ambos bandos se pusieron de acuerdo para obligar a suspender el partido como demostración de que allí mandaban ellos, no el árbitro o la policía. En realidad sí pasa, porque tanto Roma como Lazio han sufrido esta temporada sanciones europeas. Las sanciones, sin embargo, abonan los sentimientos de injusticia y persecución que, a su vez, refuerzan a los fascistas.

La Federación Italiana ha abierto una investigación sobre el gesto de Di Canio. Por el momento, sin embargo, lo más perceptible es una admiración difusa por parte de los clubes rivales, que envidian de forma más o menos explícita el carisma y la capacidad de liderazgo del capitán del Lazio. Y un coro de elogios y palabras comprensivas hacia el "gesto espontáneo" y de "entusiasmo viril" de Di Canio, por parte de personalidades como el ministro de Comunicación, el presidente regional o el director de los servicios informativos de la RAI. Todos ellos pertenecen a Alianza Nacional, un partido que se definía fascista hasta que descubrió la elegancia social del llamado posfascismo y las ventajas de formar parte del Gobierno.
Di Canio podrá alegar, ante la federación, que lo suyo fue un saludo posfascista, perfectamente inocente en una época posmussoliniana.

Enric González es autor de Historias del Calcio

sábado, enero 08, 2005

SEGÚN HORACIO FERRER

"El fútbol es la única actividad bella que el ser humano desarrolla con los pies"

Horacio Ferrer es poeta uruguayo